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Capítulo I
A. Aspectos históricos
La situación actual de los pueblos indígenas en América Latina solo puede ser comprendida como resultado del proceso
histórico que comenzó hace más de cinco siglos. En 1492 los europeos llegaron a América buscando rutas alternativas
para el comercio con Asia de especias y productos de lujo, como sedas, joyas y perfumes, entre otros1. De forma
paulatina fueron descubriendo un continente entero, poblado por otras personas, a quienes los castellanos llamaron
“indios” por considerarlos inicialmente habitantes de la India, de las “Indias Occidentales” (Antillas y Bahamas, islas
del Caribe). Lo primero que sorprendió a los recién llegados, cuyas filas estaban integradas por hidalgos (se habían
dedicado a la milicia, donde lucharon contra los musulmanes), una minoría de clérigos y caballeros (quienes podían
comprar un caballo) y, sobre todo, por soldados y campesinos pobres, fue lo saludables que parecían los indígenas
en comparación con ellos: más altos y robustos, limpios y con una dieta muy nutritiva. Pero esta imagen no persistió.
Las expediciones inglesas de peregrinos que llegaron años después de los primeros contactos a la llamada “Nueva
Inglaterra” (Estados Unidos), por ejemplo, describieron pueblos abandonados, cadáveres y esqueletos desparramados
por el suelo de antiguos asentamientos (Mann, 2005, pág. 50).
Más al sur y aproximadamente en 1525, en el llamado Tawantinsuyu, el territorio que abarcaban los dominios
incas, los nuevos gérmenes (que llegaban antes que sus reservorios humanos) habían acabado con la vida, entre
otras personas, de Huayna Cápac, el undécimo y penúltimo Inca o gobernante del Incariato, entonces el mayor
imperio sobre la Tierra. El virus de la viruela se desataría de nuevo en 1533, 1535, 1558 y 1565; el tifus lo hizo en
1546, la difteria en 1614 y el sarampión en 1618. Las consecuencias pueden parecer hoy inimaginables: murieron
nueve de cada diez habitantes del Tawantinsuyu (Dobyns, 1983, citado en Mann, 2005, pág. 102). En México, de
acuerdo con las últimas investigaciones de Cook y Borah (citados en Mann, 2005, pág. 144), la población de la
Triple Alianza (Imperio Azteca), que en 1518, un año antes del encuentro con los conquistadores encabezados por
Hernán Cortés era de 25,2 millones (21,4 millones según Denevan, 1976) se redujo a 700.000 en 1623, después
de ocho brotes víricos, entre estos la viruela y el sarampión. En el gráfico I.1 es posible observar el volumen de la
población indígena estimada al momento de la llegada de los europeos.
1 De acuerdo con Miguel Alfonso Martínez: “En una fase más tardía, aparecieron otros factores contribuyentes a este expansionismo:
la intolerancia religiosa, la opresión basada en el origen nacional y la marginalización económica y social de ciertos sectores de la
población europea, así como, en diversas épocas, antagonismos y confrontaciones entre potencias europeas. En siglos ulteriores todos
estos factores contribuirían a fomentar el establecimiento de nuevos contactos iniciales hacia el interior de los territorios ‘descubiertos’
así como a un mayor desarrollo y consolidación del fenómeno colonial en su conjunto” (Martínez, 1999, pág. 32).
Capítulo I
19
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
Gráfico I.1
América: población indígena estimada en la época del contacto europeo
(En millones y porcentajes)
25
37,3
20
15
Millones
20,1
10
14,8
9,9 10,2
7,7
5
0
Canadá y México Centroamérica El Caribe Los Andes Tierras bajas de
Estados Unidos América del Sur
El acero (espadas y armaduras, arcabuces y cañones) y los caballos de los conquistadores ayudaron en la empresa
de ocupación europea del continente americano (Diamond, 1997; Mann, 2005, págs. 96-106), y también la estructura
excesivamente centralizada de la cadena de mando Inca, por ejemplo. Además, los gérmenes diezmaron de forma
decisiva a la población indígena, en lo que se denomina la invasión mórbida (Dobyns, en Mann, 2005, pág. 96).
Las derrotas militares y el despoblamiento acabaron por definir lo que hoy se conoce como América. La pérdida
de la “territorialidad política” de los pueblos indígenas del continente, de la soberanía sobre sus territorios, fue un
hecho decisivo que inauguró un ciclo de extensa duración histórica. Siguiendo a Aylwin (2002b), los españoles y
los portugueses se valieron de las bulas papales de Alejandro VI (1493) para justificar la ocupación del territorio y
el dominio sobre otros pueblos2, y los ingleses utilizaron luego el concepto derivado del derecho latino de terra
nullius (ausencia de población o tierra vacía), es decir, la colonización de un territorio despoblado, sin habitantes,
o bien habitado por “bárbaros” (véase el recuadro I.1). Salvo algunos casos muy específicos, no se consideraron los
derechos territoriales previos de los habitantes originarios.
Recuadro I.1
Las doctrinas de terra nullius y del “descubrimiento”
Las doctrinas del desposeimiento que surgieron con posterioridad sentido estricto, en los siglos XVII, XVIII y XIX, la doctrina del
a la conquista y colonización, en el desarrollo del derecho “descubrimiento” otorgó a los Estados que descubrían tierras
internacional moderno, de terra nullius y del “descubrimiento”, previamente desconocidas para estos un título imperfecto que
tuvieron efectos perjudiciales incalculables para los pueblos podía perfeccionarse mediante la ocupación efectiva dentro de
indígenas. La doctrina de terra nullius, tal y como se aplicaba un plazo razonable. Esta doctrina, tal y como fue aplicada por los
a los pueblos indígenas, sostenía que las tierras indígenas Estados, con escaso o ningún apoyo del derecho internacional,
estaban legalmente desocupadas hasta la llegada de una otorgaba a la potencia colonial “descubridora” jurisdicción sobre
presencia colonial, y por tanto, podían convertirse en propiedad las tierras indígenas que eran utilizadas y ocupadas por estos, a
de la potencia colonizadora mediante la ocupación efectiva. En lo que a veces se hacía referencia como título aborigen.
Fuente: Érica-Irene A. Daes, “Las poblaciones indígenas y su relación con la tierra” (E/CN.4/Sub.2/2001/21), 2001, [en línea], http://daccess-dds-ny.un.org/doc/
UNDOC/GEN/G01/141/82/PDF/G0114182.pdf?OpenElement.
2 De acuerdo con De Roux: “A demandas de la Corte española, el Papa otorgó una serie de bulas. La más importante, la bula de donación
y partición Inter Caetera (4 de mayo de 1493), concedía a los Reyes Católicos las tierras descubiertas o por descubrir que se hallasen
hacia el Occidente o el Mediodía, hacia la India o cualquiera otra parte del mundo, siempre que estuviesen situadas más allá de
la línea imaginaria que, de polo a polo, pasase a cien leguas al oeste de las islas Azores. La determinación del Papa era demasiado
favorable a los españoles, de manera que al año siguiente, para calmar las iras de Juan II, Rey de Portugal, los Reyes Católicos firmaron
un nuevo tratado de partición, el Tratado de Tordesillas (4 de junio de 1494), que modificaba en favor de Portugal las estipulaciones
de la bula Inter Caetera” (De Roux, 1990, pág. 39).
Capítulo I
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Introducción: Pensar como Ellos pa ra ser como Ellos