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Andrea había citado a Clara, amiga y compañera de piso, en un bar del campus
universitario para hablar. Estaba harta de su desorden, de su falta de implicación en
las tareas domésticas, y tenía la sensación de que había estado callando demasiado
tiempo.
Finalmente, Clara apareció y Andrea le sugirió ir a dar una vuelta por el campus.
Pidieron sendos cafés con leche para llevar, y vaso en mano salieron al exterior.
Andrea, haciendo acopio de valor, tomó la palabra:
Andrea no se había dado cuenta, pero estas últimas palabras las había dicho en un
tono subido. Clara reaccionó.
—¡Vamos, Andrea! ¿Qué te pasa? No creo que me tengas que hablar así...
—Mira, Clara... ¡Tienes un morro que te lo pisas! Eres una desordenada y una
irresponsable. ¡Y estoy harta de hacerte de fregona!
Clara dejó su café con leche en un banco y se fue sin dirigirle la palabra. Andrea,
abatida y frustrada, se sentó en ese mismo banco con la mirada perdida. De repente
vio a su lado a un hombre mayor que permanecía en completo silencio. No sabía cómo
había aparecido allí ni qué habría oído de su discusión.
—Lo haré con mucho gusto. Me llamo Max y hace ya unos cuantos años yo también
circulaba por este campus dando clases. Algún alumno todavía debe de recordarme.
—Bueno, algo así como tener el valor de decir las cosas, y saberlas decir bien, imagino.
Max escuchaba con atención y Andrea, tras una breve reflexión, se atrevió a
preguntarle:
—Pues necesito hacerle esta pregunta: ¿he sido agresiva con Clara?
—No lo dudo.
—Andrea, llevabas días queriendo tener esta conversación con tu compañera, ¿no?
—La asertividad se encuentra entre dos extremos: la pasividad, que es cuando no nos
atrevemos a decir las cosas, y la agresividad, que es cuando las decimos con
demasiado ímpetu. Y este sistema funciona como un péndulo: si me voy al extremo de
la pasividad, callándomelo todo, me voy cargando emocionalmente de manera que
cuando ya no puedo más y finalmente lo digo, sin darme cuenta y por efecto del
péndulo, me voy al otro extremo y caigo en la agresividad. Ese es el péndulo asertivo...
y lo que probablemente te ha ocurrido hoy.
Aquella explicación tenía todo el sentido del mundo. Andrea se estaba dando cuenta
de que eso le pasaba a menudo. Necesitaba resolverlo.
—Es muy sencillo: no cargar el péndulo, es decir, no caer en la pasividad. Decir las
cosas en cuanto ocurran, sin esperar a que sea ya un problema flagrante, algo que te
pesa emocionalmente.
—Pero siempre pienso que no tiene por qué volver a suceder y que quizá no vale la
pena decirlo.
—No lo dudo, pero ahí están las consecuencias. No te gusta ser agresiva, y lo acabas
siendo por haber sido demasiado pasiva...
Andrea se quedó con la idea. Sin duda, le resolvía muchos problemas. Estuvo unos
instantes con la mirada en el suelo, intentando absorber aquel valioso aprendizaje.
Cuando por fin la levantó con la intención de agradecer a Max sus explicaciones, se
encontró el banco vacío, con el café con leche de Clara, ya frío, como único testigo.
2.- CUENTO DE LA SEÑORA
Estaba una señora sentada sola en la mesa de un restaurante, y tras leer la carta decidió pedir
una apetitosa sopa en la que se había fijado. El camarero, muy amable le sirvió el plato a la
mujer y siguió haciendo su trabajo. Cuando éste volvió a pasar cerca de la señora ésta le hizo un
gesto y rápidamente el camarero fue hacia la mesa.
Y tú, ¿te comunicas con indirectas o siempre usas un lenguaje claro y directo?
– Porque no quiero que sea él quien decida cómo debo actuar yo.
4.- CUENTO DEL SULTÁN
Un Sultán soñó que había perdido todos los dientes. Después de despertar, mandó
llamar a un sabio para que interpretase su sueño.
Más tarde ordenó que le trajesen a otro sabio y le contó lo que había soñado. Este,
después de escuchar al Sultán con atención, le dijo: “¡Excelso Señor! Gran
felicidad os ha sido reservada.
El segundo sabio respondió: “Amigo mío, todo depende de la forma en que se dice.
Uno de los grandes desafíos de la humanidad es aprender a comunicarse. De la
comunicación depende, muchas veces, la felicidad o la desgracia, la paz o la
guerra. La verdad puede compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos
contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la envolvemos en un delicado
embalaje y la ofrecemos con ternura ciertamente será aceptada con agrado.”
-¿Alguna vez te has quedado pensando que deberías haber dicho algo, y no lo
dijiste?
-¿Alguna vez has dicho algo y te has quedado mal porque piensas que parecías un
déspota? ¿Sentiste que los demás no pudieron decir lo que pensaban por tu actitud?
La comunicación asertiva significa expresar nuestra opinión de forma consciente, congruente, clara,
directa y equilibrada, cuya finalidad es comunicar nuestras ideas y sentimientos sin la intención de herir
o perjudicar, actuando desde un estado interior de autoconfianza, en lugar de la emocionalidad
limitante típica de la ansiedad, la culpa o la rabia.
Si reflexionamos, las quejas más habituales están relacionas con la falta de comunicación y las relaciones
tóxicas que se establecen con los demás y en muchas ocasiones esto nos provoca estados de tensión y
ansiedad. Hay que aprender a relacionarse con los iguales y superiores de manera asertiva, saber
presentar solicitudes y demandas, saber pedir favores sin rebajarse y sin molestar, decir no cuando es
necesario.