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Vil EL pensaanento punsecular (1880-1916) por OSCAR TERAN ada del nimero especial de La Naci6n por el Centenario de la Revolucién de Mayo, acia 1880 las represen- H taciones intelectuales se constituyen sobre un contexto redefinido por la nueva problemitica politico- social. Si el periodo pos-Ca- seros se ha cerrado con el triunfo del Estado nacional, esa misma victoria ha dejado fracturas en el interior de la elite (registradas en los textos inaugurales del relato del *80), sobre el fondo de un legado liberal que distaba de asimi- larse sin mas al considerado clasico. Y es que si bien no faltan en las proclamas de po- liticos e intelectuales apelacio- nes a la espontaneidad del mercado para asignar priorida- des y definir el curso de las oportunidades, tanto la uni- ‘acién nacional cuanto un proceso modernizador impul- sado desde arriba apelaron en NO pocos casos a una expresa intervencién estatal que flexi- bilizaba aquellos principios fundados en el “gobierno I tado”. Estos dilemas se halla- ron sobreimpresos en el veloz proceso de modernizacion, que desperté andlogas reaccio- nes tradicionalistas que en otras partes del mundo, aun- que la observacién desconfia- da ante algunos frutos amar- gos de la reforma modernis- ta chocaba con la paradoja de que quienes la formula- ban eran los mismos que impulsaban activamente dichas reformas. Miguel Cané (1851-1906) es un representativo condensador de esas reacciones ante la modernidad. Tempranamente ha entonado el lamento ante la pérdida de los buenos viejos tiempos, y buscado la redencion de esa cafda en la recuperacién de valores republica- nos y estéticos. En la linea de su escritura puede seguirse asimi mo esa odisea por la modernidad de Buenos Aires que se inicia con optimismo en busqueda de la Atenas del Plata para descubrir con alarma que esa navegacién ha encallado en la Cartago sud- americana. Estas preocupaciones que la crisis del ‘90 potenci6 (pero que en ningtin momento predominaron sobre el clima de confianza final en el progreso) fueron respondidas desde matrices ideoldgicas di- versas y algunas de ellas también renovadas, dentro de un periodo cultural caracterizado por una superposicién de teorfas y estéticas, donde convivian el romanticismo tardio con concepciones catdli- cas y las novedades del socialismo y el anarquismo. En el estrato intelectual, el positivismo y el modernismo cultural resultaron los dos grandes canones interpretativos de la nueva problematica. Los mas significativos militantes de la primera corriente fueron José Maria Ramos Mejia, Carlos Octavio Bunge y José Ingenie- ros, mientras que Florentino Ameghino (1854-1911) ejercerd una influencia que desborda el mundo académico y se instala como figura de apéstol laico en el imaginario de sectores sociales mas amplios. A partir de coordenadas generales compartidas en torno al privilegiamiento de los “hechos” y la btisqueda de leyes objeti- vas, todos ellos seleccionaron orientaciones spencerianas y comteanas, apelando a la psicologia de las masas 0 al darwinismo social, y a partir de esos parémetros construyeron diversas repre- sentaciones de la sociedad. Para Carlos Octavio Bunge (1875-1918), como la sociologia es una parte de la psicobiologia, la nocién de “instinto” es la catego- rfa que posibilitaré la comunicacién entre ambos ordenes de fend- menos. Se abre paso asf la reactivacin en clave fin de siglo del tema de las fuerzas ocultas que gobiernan a los sujetos a espaldas de su voluntad, y que Bunge va a agrupar con el nombre de “‘sub- consciencia”. A partir de estos postulados, la definicién del hecho social produce una expresa puesta en crisis del contractualismo liberal, que supone una presencia dominante de “la soberana y consciente voluntad de sus miembros”. En tanto, la fusi6n de las Razas e ideas en Hispanoamérica, segin Carlos Octavio Bunge {Cuan curioso, cuan abigarrado panorama nos presenta Hispano- américa, “nuestra América”, de razas y de ideas, de instituciones y de cacicatos, de riquezas, de miseria, de civilizacién, de barbarie! Diriase una inmensa torre de Babel a la que convergen los hombres de todas las edades de la historia: clanes cuaternarios; tribus némades de Arabi autécratas orientales y reyezuelos negros; mitrados sdtrapas de Persia y mitrados inquisidores de Espafia; mandingas fatuos y serviles y orgu- Hosos hidalgos castellanos; chinos bajo cuyos estirados parpados mongélicos llamea una pupila indolente y cruel; crdneos largos y pun- tiagudos, chatos, pequetios, grandes; teces blancas, amarillas, rojas, cobrizas; lenguas americanas, latinas, germdnicas, aglutinantes, onomatopéyicas; tribunales, parlamentos, ferrocarriles, revoluciones, universidades, periddicos... jtodo barajado, todo revuelto, yuxtapuesto sin soldarse, formando un inconmensurable guisado de cosas de Asia, de Africa, de Europa, de Espaiia, de América! ;Y qué guisado mds indi- gesto para los historiadores, los literatos, los criticos, los antropé- logos! ¢DéOnde esta el quid de ta fatalidad, la causa causarum, el primer principio de los hechos, el origen determinista de la historia...? ¢Por qué son estos y aquellos hombres tales cuales son y obran tales cuales obran...? Su idiosincrasia es —bioldgicamente, fisioldgica, psicoldégi- ca, econdmica, filoséfica, religiosa, sociolégicamente— su idiosincra- , su naturaleza es, digo, en parte hereditaria, en parte de adquisicion individual. Mas lo adquirido individualmente no llega a poseer impor- tancia social mientras no tenga una cierta intensidad suficiente, y cuando la tiene, modifica, para el futuro, la ancestral herencia... Entonces, si el medio es importante, lo es principalmente por cuanto modifica la he- rencia. La herencia, la Raza es, en induccién final, la clave del Enigma, ast como el calor es la tiltima base cognoscible de la vida. Estudiemos pues a los hombres y a los pueblos segun la raza, si que- remos arrancar, a la Esfinge de la vida, su secreto, el secreto inhallable, el secreto del pasado, del presente y del futuro. Y al vernes arrancarlo, en sus gigantescas tumbas de piedra las momias de los antiguos magos orientales se estremecerdn de envidia. Carlos Octavio Bunge, Nuestra América. Ensayo de psicologia social, Buenos Aires. Valeria Abeledo, Librerfa Juridica, 1905. Nociones evolucionistas con las del marxismo producird en José Ingenieros (1877-1925) una sin- tesis lineal de la cual el “bioeco- nomismo” seré uno de los pre- ados sustanciales. Pero al margen de las versiones teéri- cas y argumentativas que elabo- raron, todos ellos compartieron también con una amplia franja (que se comunicaba con estra- tos socialistas y anarquistas) la fe en que la ciencia constituia el nuevo fundamento sobre el cual asentar un saber sdlido, fuente a su vez de un buen or- den social y de un relato histo- riografico objetivo. De tal modo Bunge, desde pardmetros ideoldgicos que lo colocan como un caso extremo del biologismo positivista ar- gentino y sus correspondientes traducciones racistas, buscar las causales de los males argentinos y latinoamericanos en una sociologia psicobiolégica que se le ocurre fundadamente cientifica. De manera andloga, para José Marfa Ra- mos Mejia (1849-1914) la orientacién para ese presente confuso debe fincarse en Ia disciplina en ascenso de la psicologia de las masas, cruzada con una retérica biologista. Pero correspondera a José Ingenieros elaborar el discurso positivista mas difundido en la Argentina, y entre fines del XIX y el Centenario sus interpreta- ciones se ven terminantemente penetradas por categorfas que se reclaman de una “sociologia cientffica” encuadrada en las matri- ces del positivismo evolucionista y darwiniano. En aquel fin de siglo se organiz6 asf una problematica centrada en la emergencia de una sociedad de masas, en cuyo interior se recortaban el problema inmigratorio y la consiguiente preocupa- ci6n por la nacionalizacién de las masas, asf como la cu ra, el desaffo democratico y el fantasma de la decaden: Mejfa seré uno de los primeros en abordar estos fenémenos en José Maria Ramos Mejta. Las multitudes argentinas, de 1899, donde la utilizacion de un modelo organicista de sociedad y la formacién del objeto multitud desde matrices biologistas definirdn la presencia de las masas en la historia como la de una fuerza fenomenal vaciada de inteligen- cia y raciocinio. En esas mismas multitudes urbanas Ingenieros indica la existencia de sujetos improductivos tales como vagos, mendigos, locos y delincuentes que —escribe en su Criminologia— “fermentan en el agitado aturdimiento de las grandes ciudades mo- dernas y conspiran contra su estabilidad”. Concluye por ello en la necesidad de instaurar un sistema de identificacién y con: nte exclusién de aquellos nticleos migratorios en donde la extranjeria se conecta con la marginalidad del delito, la enfermedad y el para- silismo. Sin duda, el fenémeno de las masas recorria como un problema acuciante todo el arco de la modernizaci6n occidental, mas el caso argentino result especificado por la presencia mayoritaria del com- ponente inmigratorio en su seno. Al respecto, se hallan en Ramos Mejia afirmaciones donde resuena el legado sociodarwiniano de “la supervivencia del mas apto”, pero su visin de la inmigracién contiene un nticleo esperanzado de integracionismo paternalista fundado en la potencia pedagdgica del ambiente y del Estado ar- gentinos sobre la psicologfa del inmigrante. También para Bunge, si la Argentina puede escapar al destino de decadencia que Nues- tra América (1903) pone como base de los ominosos fracasos de la politica criolla, es porque la inmigraci6n puede corregir el fon- do racial hispanico, negro e indigena. Al mismo tiempo, el hecho de que los extranjeros se ubicaran sobre todo en el sector de los trabajadores manuales y de servi- cios, y la influencia ejercida sobre muchos de ellos por el socialis- mo y el anarquismo, potenciaron la configuracién y visibilidad de la Hamada “cuestidn social”. Ya en 1895 Ernesto Quesada (1858- 1934) observaba en La Iglesia Catélica y la cuestién social que, si bien el liberalismo habia realizado su programa politico, distaba de haber resuelto el problema econémico, por no haber sabido pre- ver la concentracién del capital en manos de una minorfa, deter- minando con ello una polarizacién social que conspiraba contra su misma estabilidad, ya que “si en las clases dirigentes no hay quien acierte en solucionar este problema por los medios pacifi- cos de la evoluci6n, no cabe la minima duda de que la fuerza mis- ma de las cosas provocaré la revolucién”. A su vez, cuando Carlos O. Bunge se preguntaba en 1897 si se aliviarian los padecimientos del trabajador, su respuesta podia ser positiva porque esperaba que el desarrollo de la sociologia iba a determinar avances pacificos y graduales hacia el bienestar social. Entonces “el mundo en su per- fecta marcha habré avanzado enormemente con esta nueva mani- festacién de progreso, y la humanidad en el siglo veinte habra con- quistado una nueva victoria en su eterna lucha por el perfecciona- miento”. Desde el gobierno, ante esa situacién politico-social —a la que se sumaba el descontento liderado por el radicalismo con su tacti- ca de abstencién electoral y levantamientos civico-militares— se respondié alternando las clasicas actitudes de la represién y la in- tegraci6n, segtin las alas internas de la elite y las distintas coyun- turas politicas. El sector entre cuyas cabezas visibles figuraba Joa- quin V. Gonzalez propuso la segunda alternativa a través de una politica reformista que tuvo una de sus expresiones en el proyecto de ley del trabajo, en favor del cual Ingenieros escribid su ensayo sobre la legislacién obrera y el socialismo. Porque también para él, cuando el mal se localiza en el mundo del trabajo las eventua- les tendencias antisociales deberdn contrarrestarse mediante una Joaquin V. Gonzélez en La Rioja. sumatoria de reformas que se plasmen en la legislacién de las con- diciones laborales. Si con este espiritu participé de la comisién que analiz6 el proyecto de Ley Nacional del Trabajo impulsado por Gonzdlez en 1904, también afirma su conviccién de que la cuesti6n social demandard el socorro de las ciencias sociales como saberes normativos que permitan integrar el disenso y segregar a los estratos no aptos para incorporarse al proyecto de una nacién moderna. La estructura politica argentina heredaba asimismo un esquema con marcadas prevenciones hacia una ampliacién sin condiciones de la ciudadania; prevenciones que habian consumado un régimen elitista en los marcos de un sistema politico excluyente. La pre- sencia de las nuevas multitudes venia a complejizar este panora- ma y a replantear la cuestion de la democracia. Al respecto, y ape- lando otra vez. al criterio de autoridad del saber cientifico, Bunge sostiene que sus posiciones aristocratizantes se apoyan en un rea- lismo tan elemental que, en rigor, quienes deben dar cuenta de sus prejuicios son los herederos del espiritu romantico y democratico de la Revolucién Francesa, que tras el dogma del igualitarismo pretenden aplanar las diferencias étnicas. La desigualdad entre los hombres no reside tnicamente en el sistema de leyes que regulan la vida de una sociedad, y sien las entrafias mismas de la realidad, debido a lo cual es la concepcién de la democracia la que debe ser impugnada por apoyarse en una ie de hipdtesis anticientificas como las del contrato social, el individualismo originario 0 la so- berania popular. En Ja misma linea de argumentaci6n, la trilogia republicana de libertad, igualdad y fraternidad resulta severamen- te cuestionada por Ingenieros, dado que cada uno de estos valores se opone respectiva y puntualmente a los principios del determi- nismo, a la notoria disparidad observable en el mundo bioldégico y al postulado darwiniano de la lucha por la vida. En esa lucha, Bunge no duda de que su trinchera se halla en el campo de una minorfa dotada del capital intelectual, y contra la tendencia “doctrinaria y sentimental” del igualitarismo el remedio ser el estudio positivo de la historia, la politica, la economia, la sociologfa. Esas ensefianzas deben ser atesoradas por “la clase culta” para promover desde el gobierno la difusién del conoci- miento, y sélo asf “el huracdn de la ciencia” guiaré a las multitu- des “en la noche del desierto hacia la Tierra Prometida” del pro- greso. En suma, los sujetos habilitados para “decir” la sociedad y sus males deberan ser cientificos, y es a partir de estas minorias. del saber como se podra imaginar una intervencién eficaz de los intelectuales sobre la esfera estatal. En la tesis de Ingenieros, las minorias intelectuales son las tnicas capacitadas para interpretar los signos que anuncian el ideal del futuro. De ese modo emerge el dualismo entre una ética para masas conformistas y otra para mi- norias idealistas, conciliando funcionalmente el orden con el pro- greso. A estas impugnaciones a la democracia como criterio de legiti- midad, que por ende traslucian otro fundado en una meritocracia de la virtud y del saber, iban a sumérseles algunas sospechas hacia la propia legitimidad de esa presunta aristocracia, especialmente después de los sucesos del ’90 y de las fracturas internas que la clase dirigente no dejarfa de experimentar. De allf que a Ramos Mejia le interese colocar ese tema de su presente en la reconstruc- cién del pasado que realiza en su extenso estudio sobre Rosas, publicado en 1907. Como parte de un tema que se esté constitu- yendo y que invierte la visién dominante que colocaba a Buenos Aires como faro civilizatorio, ahora por el contrario Ramos Mejia la observa como sede de “la democracia mugiente” y cultivadora de un patriotismo de ciudad opuesto al patriotismo nacional, como consecuencia necesaria de la ausencia lamentable de “la culta y orgullosa aristocracia” que en el Alto Pert formaba el nticleo so- cial director. Esta ausencia de aristocracia fue basicamente interpretada como un fenémeno de decadencia, dado que las nuevas generaciones de la clase dirigente —y ése sera el conocido lamento de Cané— se han abocado al consumo conspicuo allf donde las anteriores ha- bian descollado en las letras y la espada. Adhiriendo a un lugar comin de la época, los positivistas adhieren a la idea de que la Argentina es un pais absorbido por la sed de riquezas, y de tal modo siguen fabricando la antinomia entre mercado y virtud y entre dinero y nacién. Asi, Ramos Mejfa considera que “este gris achatamiento politico e intelectual”, “con ese corte fenicio que va tomando la sociedad metropolitana”, amenaza “quitarnos la fiso- nomfa nacional”. Como este deseo de acumulacién inmoderada no resultare suficientemente encauzado, el burgués enriquecido “en multitud sera temible si la educacién nacional no lo modifica con cl cepillo de la cultura y la infiltracién de otros ideales que lo contengan en su ascensién precipitada hacia el Capitolio”. En Bunge, la tarea de tutelaje minoritario para el establecimien- to y preservacién de un buen orden se ve asediada por una amena- Za que recorre todos sus textos: el fantasma de la degeneracién. En el clima de ideas biolégico-positivistas, este tema habia sido instalado dentro de una cruza de literatura decadentista y de dar- winismo social. y en rigor define una preocupacién de época que sostiene €xitos editoriales como los de Lombroso y Max Nordau. Bunge encuentra la causa de ese fenémeno en “la inaccién de los ricos, decaidos por su vida antihigiénica, y en el trabajo de los pobres, debilitados por el moderno maquinismo”. Para peor, las poblaciones actuales carecen de esos azotes bienhechores que fue- ron en Buenos Aires las revoluciones, la tisis, la fiebre amarilla y el cdlera, que barrieron al elemento negro y colaboraron en la eli- minaci6n de los degenerados. E] autor de Nuestra América observaba asf el panorama nacio- nal con ojos alberdianos que han tenido el tiempo de ver que las masas inmigratorias no estén en condiciones atin de cambiar la “masa o pasta” de la poblacién nativa y sus dudosas costumbres criollas. En la pobreza de las cl; bajas y en el egoismo de las ricas encuentra asi las bases para sostener la necesidad de la ac- cién del Estado como instancia modeladora de la sociedad. Si en ese espacio estatal se unen el cesarismo con el saber de los cienti- ficos, se habra realizado el modelo de estadista que Bunge en- cuentra en el mexicano Porfirio Diaz en tanto prototipo del “caci- que progresista” La existencia de trabas para la introduccién de la modernidad activé otro registro tematico, y alli el ensayo positivista se encar- niz6 en el tratamiento de “los males latinoamericanos”. Al cruzar- se este diagndéstico inquietante con las variables biologistas, la mirada de los epigonos nativos de Spencer quedara no pocas ve- ces, rian el retraso especialmente de aquellos p: que —como Méxi co, Bolivia o Peri— conservaban un denso fondo indigena. Es convicciones sobresalen en Nuestra América pero también en tex- tos de Ingenieros, como aquellos de la Sociologia argentina don- de augura un porvenir venturoso para la Argentina debido a sus condiciones geogrdficas y a su composicién racial blanca. Y en el tono mas suelto de las Crénicas de viaje, mostrard su desagrado al pasar por las islas de Cabo Verde ante una poblacién negra que suscita los momentos mas extremos de esos discursos tejidos por inada por los factores raciales que presuntamente expli la trama del racismo social. Igualmente el indio resulta inasimilable a la civilizacion blanca y. dado que finalmente la lucha por la vida lo extermina, su proteccién Gnicamente es admisible para asegu- rarle otra vez esa “dulce extincién”, que es la estrategia mas pik dosa de que dispone no sélo el Ingenieros de este momento sino también el entero y difundido clima sociodarwiniano de la época. Aquellos fenémenos degenerativos tienen un despliegue en el tiempo y son los que explicarian la suerte dispar corrida por el Norte y el Sur americanos. Dificultades que resultaban mas cla morosas cuando se contrastaba este “nosotros” hispanoamerica- no con el “ellos” exitoso del hermano-enemigo del Norte, que a partir de la guerra hispano-norteamericana habia revelado a los latinoamericanos su irrecusable capacidad y vocacién expansio- ni Sin duda, estos textos no escapan a las influencias cultura- les del triunfo norteamericano sobre Espaifia en la guerra de 1898, que, si bien puso de relieve la superioridad estadounidense sobre la vieja Madre Patria, alenté también en la intelectualidad lati- noamericana reflexiones que nutrieron un primer antiimperialis- mo que adopt diversos rasgos en el subcontinente, pero que en la Argentina se identificé en general con una posicién defensiva ante lo que se percibia como un peligroso adversario en eventua- les disputas interhegemG6nicas 0 como un modelo que cuestiona- ba la tradicional alianza con los intereses britanicos y, en general, con el modelo cultural europeo. Cuando publicé en 1918 La evolucién de las ideas argentinas, Ingenieros elabor6 una versi6n del pasado cultural congruente con aquellos desarrollos, y establecié allf la existencia de una tradi- ci6n laica y progresista y otra reaccionaria e hispanista. Persevera- ba asi en la Ifnea antihispdnica de larga duracién de la cultura ar- gentina que pervivia en esos afios, aun cuando hacia el Centenario ya se habia comenzado a manifestar orgdnicamente una recupera- ci6n del hispanismo en las propuestas sobre todo de Manuel Galvez y de Ricardo Rojas, aunque es preciso recordar que dicha recupe- raci6n también esta presente en versiones positivistas como las de Bunge 0 Quesada. Esta elaboraci6n de otra genealogia opera en Ramos Mejia un rescate del fondo criollo, y por eso sostiene que las multitudes gauchas podian contribuir a vigorizar con su contingente de san- gre aséptica a las poblaciones urbanas al modo como las di eléctricas de la atmésfera ejercen una accidn purificad imponentes trastornos del mundo primi . Este es el marco en el que se inscribe el atractivo por el Restaurador de las Leyes, a quien Ramos Mejia en Rosas y su tiempo destina centenares de paginas donde se lo separa de esa figura falsa de un mediocre burgués que se horroriza del asesinato y de la n de “ Ese proceso de recuperaci6n de un pasado anterior al aluvién inmigratorio se despliega paralelamente con la necesidad de clasi- ficar ese universo magmatico donde al lado del “paise trajinante” conviven otros miembros cuasi-zoolégicos que componen la fau- na que medra en la confusién de las multitudes urbanas. En esa paleontologia social Ramos Mejia describird entonces los tipos desviados del guarango, el canalla, el guaso y el compadre, para detenerse nuevamente en la denuncia del burgués que se enrique- ce con usura y permanece obstinadamente impermeable a las vir- tudes de la caridad y el patriotismo. En las entrelineas de ese men- saje asoma asi la necesidad de insuflar un élan penetrado de idea- les como reaseguro de la conformacién de una buena nacionali- dad, mostrando ya que el ensayo positivista no desestim6 esa te- matica que luego sera desplegada centralmente por el nacionalis- mo espiritualista, pero que en Ramos Mejia, Agustin Alvarez, Bunge o Ingenieros aparecera bajo la apelacién a lo que en clave de época se Ilamaban “las fuerzas morales”. EI problema reside entonces en detectar los métodos mas ade- cuados para que estos estimulos éticos penetren en el dnimo de las multitudes argentinas. La ideologia de Ramos Mejfa muestra en esta instancia otra vez esa conjuncién de misantropia mds espe- ranza que le permite proyectar un futuro de gran nacién para este rincén del planeta, sobre Ia base de una mirada sin ilusiones en torno a los méviles ocultos y demasiado humanos de las muche- dumbres ahora urbanas. Al no dudar de lo que hoy se denominarfa la eficacia de lo simbdlico para producir efectos de realidad, pue- de apelar nuevamente a Gustave Le Bon y a la psicologfa de las masas para verificar que en Ia historia “la apariencia ha desempe- fiado siempre un papel mucho més importante que la realidad”. Esos simbolos adoptarian ante las multitudes su forma mds pene- trante cuando se configuran en imagenes, y por eso los auténticos conductores han sido quienes han logrado con frases ruidosas y vivos colores la materializacién instantanea de una idea en una imagen grandiosa. En la historia reciente, Arist6bulo del Valle en- carn6 en los sucesos del °90 esa figura del tribuno que sedujo a unas muchedumbres que Ramos Mejia describe como anifiadas y femeninas en su inocente ingenuidad y su facil apasionamiento por la verba impetuosa del caudillo de turno, Pero este éxito popu- lar debia pagar el duro precio de esa excesiva vecindad entre inte- lecto y pasi6n a la que Del Valle habria cedido, tributando asi un ——— Se EE EI problema de la multitud en José Marfa Ramos Mejia Propiamente hablando, no hay ahora en nuestro escenario politico esponténea formacién de multitudes. Los tiempos que corren no reve- lan una constitucion pletégena. A ese respecto hemos retrocedido a la época del grupo nuevamente. El pais, o como se decta en otros tiempos mejores, la patria, esta hasta cierto punto dirigido por fuerzas artificia- les, por tres o cuatro hombres, que representan sus propios intereses (nobles y levantados en alguno), pero pocas veces tendencias politicas, econémicas e intelectuales de la masa. Atravesamos una época de feti- chismo politico bastante grave. La multitud es funcion democrdtica por excelencia, porque es el recurso y la fuerza de los pequefios y de los andnimos; dtomos que se atraen en virtud de su afinidad, forma de la atraccién universal que obedece a la influencia de la masa y depende de la cualidad de aquéllos. Esa es, en pocas palabras expresada, la fisiologia moral de nuestra actual multitud estdtica, en lo que su somnolencia digestiva permite observar. Las dindmicas de la emancipacién eran sentimentales y romdnti- cas; la de la tirania, belicosa y emocional, y la moderna, que actué intermitentemente desde Caseros, fue en su infancia (1852 a 1860) creyente y revolucionaria para ser después escéptica y esencialmente mercantil. Su alma colectiva no difiere de la individual, al contrario de lo que, segiin autores conocidos, sucede en las europeas. En éstas, esa alma surge del inconsciente acarreo de ideas y sentimientos que trae al cerebro la tradicién no interrumpida que se ha ido formando Por influjos seculares y que dan a sus actos cierta unidad en el tiem- po, imprimiéndoles en las diversas épocas de su vida cierta analogia de euritmia moral que no tienen las modernas de nuestro pais, que si no carecen de tradicién, la que tuvieren ha de haber sido en parte interrumpida 0 cuando menos adormecida por esta inmensa ola hu- mana que en quince afios puede decirse que ka inundado al pais. $$ culto riesgoso a la “infiel hetaira” de las masas. Por el contrario, es en Carlos Pellegrini en quien coloca su paradigma de politico ne- cesario para la relacién Estado-sociedad que considera recomen- dable para ese momento argentino. En suma, para la construccién del consenso esta propuesta recurrird a la misma propedéutica instalada por el legado libe- —_—— Habria, pues, que restablecer la continuidad entre los del pasado y Tos actuales que el brusco y saludable contacto con Europa parece haber cortado, amenazando quitarnos la fisonomia nacional. Feliz- mente el medio es vigoroso, y el plasma germinativo, conservador. Bastarfa ayudarlo un poco con una educacion nacional atinada y es- table; limpiar el molde donde ha de darse forma a las tendencias que deberdn fijar el temperamento nacional. En nuestra biologia politica, la multitud moderna (dindmica) no ha comenzado ain su verdadera funcién. Es todavia una larva que evolu- ciona, 0 mejor que eso, un embrién que parece mantenerse al estado estatico, esperando la oportunidad de sus transformaciones. Como he dicho ya, no hay propiamente multitudes politicas (salvo excepciones muy contadas y conocidas), porque entre otras razones, no existe la calurosa pasién de un sentimiento politico, el amor de una bandera a que esté ligado el bienestar de la vida, el odio sectario, la rabia de clase o de casta. Como aiin no se le deja libremente formarse 0 no existen problemas que apasionen y determinen su constitucion, las que solemos ver por las calles, mds que multitudes, son agrupaciones artificiales, compuestas de operarios sin entusiasmo, llevados por sus patrones en esas comedias socialistas que suelen representar empresarios impru- dentes; dependientes jornaleros en quienes la amenaza de perder sus modestos empleos puede mds que el calor de un entusiasmo que no sienten. Todos ellos no pesan en el comicio, de donde procede la fuerza que obligé a la vieja Inglaterra a transformarse sin revoluciones ni cataclismos. Disuelta una manifestacién, como nosotros llamamos a esas reuniones abigarradas de virtuosos de la cuota, aspirantes sin erecciones y misicos fatigados, muchos de sus componentes van a vo- tar contra lo que han aclamado, o a calentar con su presencia y sus gritos el entusiasmo del adversario que han vilipendiado en las reunio- nes de la vispera. José Marfa Ramos Mejfa, Las multitudes argentinas, Buenos Aires, Tor, 1956. Acto escolar a principios de siglo. ral iluminista, centrada en la educacién ptiblica y ahora ani- mada de un nticleo fuertemente patridtico. Si la sociedad se fun- da sobre el lazo simbdlico, en los tiempos que corren para Bun- ge no cabe duda de que la elaboracidn del mismo no puede con- fiarse a la espontaneidad de la sociedad, sino que se debe apelar a la instancia estatal como productora de una simbologia asociativa. “El Estado, como representante de la nacionalidad —escribe en El Monitor de la Educacién Comin en 1908—, debe encarnar sus tendencias y propésitos.” Ante la crisis, en- tonces de creencias de un republicanismo decadente y una re- ligién debilitada, el arco simbdlico de relevo para aquellas convicciones, como en tantos otros casos, en Ultima instancia remitira a una constelacién de ideas fuerza y sentimientos na- cionalistas. “El lazo mas firme —sostiene en Escritos filoséfi- cos— estriba en el concepto de la nacionalidad. Este espiritu social o alma colectiva no es otra cosa que el fondo psiquico comtin a todos 0 a la mayor parte de sus individuos.” Y es que alli donde ni siquiera los factores étnicos garantizan el vinculo social, y donde los intereses econdmicos no hacen sino escindir a la so- ciedad en clases contrapuestas, se abre una estrategia de edifica- cién social que replica la idea identitaria colectiva moderna por excelencia: en sociedades en franco proceso de secularizacién, y ante la fragmentacién de la modernidad, el relevo para aquellas convicciones remitird a un arco de creencias y sentimientos nacio- nalistas, y la religion ser la religién de la patria. En Ingenieros, toda esta ideologia adquiere su sentido mas ple- no cuando se la inscribe en el interior del proyecto de pensar una naci6n moderna, integrada al mercado mundial y a la cultura occi- dental secularizada, como presupuestos de una evolucion pacifica hacia formas ciertas de progreso y segtin paradigmas ofertados por algunos paises europeos. Superada en el desarrollo nacional una etapa fundacional que Ingenieros ubica en el periodo inme- diatamente posterior a Caseros, prevé que el proceso culminard en la definicién de clases sociales estables, cuyos conflictos garanti- zaraén un cambio ordenado asegurado a su vez por la cuantiosa acumulacion de riquezas agropecuarias. Desde esa plataforma, ima- iesto argentino tendido hacia la hegemonia en la regién latinoamericana. Ya que si el imperialismo es conce- bido como expresién pacifica de la lucha darwiniana entre las na- ciones, y si el expansionismo obedece a inexorables leyes cientifi- cas que lo ponen al abrigo de extempordneos juicios morales, este pais podria aspirar a un liderazgo semejante en esta regién del mundo sobre la base de su riqueza creciente, su clima templado y sus franjas de poblacién blanca en aumento. Raza, medio y mo- mento —segtin el esquema de Hippolyte Taine— serfan asf los soportes adecuados para convertir a la Argentina en el bastién de un futuro liderazgo sudamericano. Sera asf en el anudamiento de la definicién de una ciudadania y de la construccién de una nacién donde surgird la problematica de la nacionalizacién de las masas, sobredeterminada por el fendme- no inmigratorio. Ante este complejo cuadro, el discurso positivis- ta persistié en asumir una misién que en el Ingenieros de princi- pios de siglo se ha tornado evidente: proponer un mecanismo ins- titucionalizado de nacionalizacién, para lo cual la nacién deberd ser imaginada como un dispositivo de reformas integradoras y di- fe i Como cristalizacién final de todo este José Ingenieros y la nueva nacionalidad Hay elementos inequivocos de juicio para apreciar esta formacion de una nueva sociedad argentina, répidamente acentuada en los tilti- mos diez aiios y destinada a producir mds sensibles variaciones socia- les en los veinte afios préximos; pronto permitird borrar el estigma de inferioridad émica con que siempre se ha marcado en Europa a los sudamericanos, ignorando los diferentes resultados que el clima y la segunda inmigracion blanca han determinado entre la zona templada y la zona tropical. La nacionalidad en formacién puede apreciarse observando algunas de sus expresiones visibles: el ejército nacional y el electorado nacio- nal, entre otras. Su rapida transformacién, que hemos presenciado los que atin no somos viejos, asi.lo confirma. Hace treinta afios conocimos un ejército compuesto de enganchados por dinero, indigenas sometidos y gauchos que habian estado en la carcel, en su casi totalidad; no habia blancos en las filas; se contaban a dedo los que no eran analfabetos; las “chinas” acampaban junto a los cuarteles. Con ese ejército se efectuaban pronunciamientos, Hama- dos revoluciones, y estaba en manos de sus jefes la politica interna del pais. El ejército actual, desde la implantacién del servicio militar obliga- torio, estd compuesto por ciudadanos blancos salvo en pocas regiones todavia muy mestizadas. Asistiendo a un desfile de tropas, creemos mi- rar un ejército europeo; si debiéramos darle un jefe historico, seria un euro-argentino: San Martin 0 Paz; nunca un caudillo gaucho. Los sol- dados saben leer y no son profesionales; ningtin jefe podria contar cie- gamente con ellos para alzarse contra las autoridades civiles 0 para subvertir el orden politico. Esa es la mds firme expresion de la nueva nacionalidad argentina: en vez de indigenas y gauchos mercenarios, son ciudadanos blancos los que custodian la dignidad de la nacion. Este deber, que los nuevos argentinos cumplimos con mds conciencia que los antiguos “enganchados”, implica un derecho, consagrado por la Ley vigente que unifica el padrén militar y el padrén electoral. Estas ideas, que todos habéis pensado antes de escucharlas hoy, per- miten precisar una conclusién: una nueva raza argentina se esta for- mando por el conjunto de variaciones sociales y psicologicas que la Naturaleza argentina imprime a las razas europeas torio. Ast como seria inexacto afirmar que todos los habitantes de nuestro territorio politico presentan ya la homogeneidad de ideas, de sentimien- tos y de ideales que constituye una nacionalidad, lo seria también el pretender que existe, definitivamente homogeneizada, una raza argen- tina. Estd en formacion. En la medida en que ella prospera y se consolida, va creciendo el sentimiento colectivo de la nacionalidad: la consonancia moral para la realizacion de ideales comunes, Estos ideales nacen de la experiencia propia, son productos natura- les de cada sociedad firmemente organizada y llevan el sello de carac- teristicas inconfundibles. Toda la sociedad las tiene; se las imprime la Naturaleza. ¢Quién puede olvidar las paginas de Sarmiento en Facun- do, estudiando su influencia sobre las poblaciones que habitan nuestro territorio? Las razas europeas aqut trasplantadas sienten ya, en sus hijos ar- gentinos, los efectos de la adaptacion a otro medio fisico, que engendra otras costumbres sociales. Los Andes, la Pampa, el Litoral, el Atlantico, la Selva, el Iguazii, son cosas nuestras, y solamente nuestras. Viviendo junto a ellas, las razas inmigradas adquieren hdbitos e ideas nuevos, hasta constituir una variedad distinta de las originarias. Consolidando su organizacin y definiendo sus sentimientos, esta variedad local de las razas europeas va formando una raza argentina, Nuestra nacionalidad, como todas las que se formen en el continente americano, se constituye diversamente de las orientales y europeas, for- madas en otro medio y con otra amalgama inicial. El ambiente, los elementos étnicos en él refundidos, los origenes de su cultura, las fuen- tes de su riqueza, la evolucién de los ideales directivos, todo lo que converge a plasmar una mentalidad nacional, difiere en mucha parte de los modelos conocidos. Por eso la renovacion de las ideas generales —incesante en la humanidad, aunque distinta en cada punto del espa- cio 0 momento del tiempo— se operard entre nosotros con ritmo diver- so que en las viejas naciones formadas o dirigidas por elementos y tra- diciones que no son las nuestras. adaptadas a su terri- J. Ingenieros, “Sociologia argentina”, en Obras completas, Buenos Aires, Elmer Editor, 1957, V. 8. movimiento discursivo se destaca una jerarquizaci6n moralista y tripartita de los actores sociales que muestra en su cti minorias idealistas y sapientes motorizadoras del cambio; luego, a las multitudes productivas que encarnan auténticos bastiones del orden y, por fin, a las minorias patologizadas del delirio y el delito, que en sus zonas més riesgosas pueden conectar con ese anarquis: mo de “la propaganda por los hechos” que en los afios previos al Centenario amenaza con desquiciar el proyecto nacional moderni- zante y evolutivo. Para Ramos Mejia, el caracter “larval” de la inmigracién y, por ende, su gran permeabilidad a los mensajes estatales conforman el signo positivo de un aporte sustancial para la nacionalidad argen- tina en formacién, hasta el punto de concebir a la primera genera- cién de inmigrantes como la depositaria del sentimiento futuro de la nacionalidad en su concepcién moderna. Es hacia estos nifios hijos de extranjeros adonde la educacién primaria debe dirigirse para consumar el proceso de argentinizacién. Entonces Ramos Mejia pasa revista velozmente a toda esa liturgia patridtica que reglamentara hasta el presente las ceremonias escolares como pro- cedimiento de nacionalizacién de las masas: “Sistematicamente y Inmigrantes polacos en el Hotel de Inmigranies, 1899. con obligada insistencia se les habla de la patria, de la bandera, de las glorias nacionales y de los episodios heroicos de la historia; oyen el himno y lo cantan y lo recitan con cefio y ardores de comi- ca epopeya, lo comentan a su modo con hechicera ingenuidad, y en su verba accionada demuestran cémo es de propicia la edad para echar la semilla de tan noble sentimiento”. Ese “noble sentimiento” pero con otros contenidos seré cons- truido desde la vertiente del modernismo cultural, como expre- sion local de la reacci6n antipositivista en clave espiritualista. Como movimiento de ideas, el modernismo colocaba a la belleza como valor supremo y a la intuicion estética como drganon de penetra- ci6n en la realidad. Planteaba asi el desplazamiento de la centralidad concedida por el positivismo a la ciencia (y por ende a la figura del intelectual-cientifico), para ubicar en ese espacio la del escritor, y de hecho estas pretensiones avanzaban en el interior de la mds vasta “reacci6n antipositivista”, auténtica nota distintiva de la cul- tura del fin-de-siglo occidental. En 1889 Henri Bergson daba carta plena de ciudadania al espiritualismo en filosofia con la publica- cidn de su tesis Los datos inmediatos de la conciencia, que en la Argentina y Latinoamérica comenzaria empero a ejercer sus efec- tos mds notorios slo en la segunda década de este siglo. En cam- bio, en el de la Plata buena parte de la influencia espiritualista transcurrié en torno al modernismo literario en sus extensiones culturales. Este fendmeno se articulé con el surgimiento de lo que José Luis Romero Ilamé6 el “nacionalismo latino”, que alcanzaré su climax a partir de la guerra hispano-norteamericana y que re- sult exaltado con motivo de las celebraciones del cuarto centena- rio del descubrimiento de América. Hispanoamericanismo y espiritualismo fueron anudados por el modernismo cultural me- diante la representaci6n de una Latinoamérica identificada con los valores del espiritu frente a los Estados Unidos presentados como el reino de Caliban. Uno de los adelantados en esta cruzada seria nada menos que el jefe del modernismo. Desde su articulo “El triunfo de Caliban” (“Son enemigos mios, son los aborrecedores de la sangre latina, son los Barbaros”) hasta la “Salutacién del optimista”, de 1905, ya aparecen en Rubén Dario dos temas que animaran una buena parte de la prédica antiimperialista del perfo- do: Ja denuncia del “materialismo” norteamericano encarnado en “esos buifalos de dientes de plata” y la esperanza proyectada en certeza de que “la latina estirpe sera Ja gran alba futura”. En este plano, la oposicién al “filist registrable en su tan conocido cuento “El rey burgués”, debe de haber fun- cionado como una via de flui- da comunicacién entre el mo- dernismo literario y variantes disimiles en otros aspectos, como el anarquismo, que nu- tria una andloga denuncia del establishment, o el disgusto pa- tricio con que Lucio V. Lopez despreciaba al “donoso bur- gués pantagruélico”, o con que Ramos Mejia alertaba ante el ascenso inmoderado del bur- gués aureus y que Santiago Calzadilla en Las beldades de mi tiempo identificaba con el retroceso de la aristocracia frente a la invasién de “nues- tra naciente bourgeoisie”. De tal modo, el escritor mo- dernista, como lo caracteriz6 Real de Aztia, en una actitud de abierto elitismo cultural y social, rindié culto a lo “selecto, raro, delicado, exquisito, refinado”, pero sobre todo al valor de lo aristocratico. Justamente con el titulo Los raros Rubén Dario elabora en 1896 una serie de notas destinadas a presentar al publico argentino un conjunto de escritores entre los que decide conformar su familia intelectual. De los veintitin articulos de la edicién definitiva de este libro, seis se refieren a escritores que pertenecfan al malditismo se singularizaban por una irregularidad provocativa para los pa- trones burgueses, junto con figuras que como Verlaine venian ro- deadas de un aura de escdndalo. Asi, el término que constituye la oposicion biunivoca con el de “raro” es la composicién modernis- ta del burgués, algunas veces sobreimpresa a la vision del mundo norteamericano o mas precisamente yankee, como en aquella des- cripcién dariana de Nueva York como “irresistible capital del che- que” y tan “distinta de la voz de Paris”. Estas mismas connotaciones serdn llevadas a su mayor desarro- Lucio Vicente Lopez. lo en el Ariel de José Enrique Rod6, aparecido en 1900 y de una influencia hispanoamericana s6lo comparable afios mas tarde con El hombre mediocre de Ingenieros. En ese texto clasico, el escri- tor uruguayo plantea la antinomia Latinoamérica/Estados Unidos de América como expresiva de la contraposicién “espfritu/mate- ria”, antinomia extrafda naturalmente del archivo ideolégico del espiritualismo finisecular. Dentro de un mundo cuya extrema mer- cantilizacién rechaza, Rod6 apela al registro aristocratizante del modernismo en biisqueda de algunos espacios protegidos de su conversi6n en valores de cambio. Uno de esos nticleos cree hallar- lo en las juventudes latinoamericanas, retomando un legado ro- mantico reactivado por el modernismo, e inaugurando ese discur- so juvenilista que mds tarde se transformaria en voluntad colecti- va al fusionarse con el movimiento de la Reforma Universitaria. Dos modelos histéricos resultan rescatados en el Ariel sobre la base de esos pardmetros axioldgicos: la Grecia clasica como mo- delo de jerarquizada armonia, al par que, en este repliegue simul- tdneo hacia las fuentes histéricas y hacia la interioridad encan- tada del “alma bella”, Rod6 redescubria la tradicién hispanocris- tiana. A partir de allf, Ariel se mueve en el espacio que aca- ba de crearse: el “inviolable seguro” del “reino interior”. En esa camara cerrada cada uno puede ejercitar su ocio, opuesto segtin la tradicién grecolatina al negocio, es de- cir, a la dimensién de la vida econémica. Producida enton- ces la es n economia/cul- tura, esta Ultima rescataré para siel drea de la pura subjetivi- dad, “donde tienen su am- biente propio todas las ¢ delicadas y nobles que, a la intemperie de la realidad, quema el aliento de la pasién impura y el interés utilitario proscribe”. Trasladado este mecanismo al terreno social, José Enrique Rodo. deberd deducirse la desdicha de aquellas sociedades que antepon- gan los valores mercantiles a los espirituales, pero ademas el dualismo economia/cultura se tornard productor de consecuen- cias teéricas en otro nivel. Y es que si ambas esferas pueden efectivamente escindirse, eso significa que no todo el modelo norteamericano deberd ser condenado, sin mas, al rechazo. Por el contrario, se tratard de integrar en una justa medida aquel “mate- De Oe El espiritualismo de José Enrique Rodé Existen ya, en nuestra América latina, ciudades cuya grandeza mate- rial y cuya suma de civilizacién aparente las acercan con acelerado paso a participar del primer rango en el mundo. Es necesario temer que el pensamiento sereno que se aproxime a golpear sobre las exterioridades fastuosas, como sobre un cerrado vaso de bronce, sienta el ruido des- consolador del vacio. Necesario es temer, por ejemplo, que ciudades cuyos nombres fueron un glorioso simbolo en América, que tuvieron a Moreno, a Rivadavia, a Sarmiento, que llevaron la iniciativa de una inmortal Revolucién; ciudades que hicieron dilatarse por toda la exten- sion de un continente, como en el armonioso desenvolvimiento de las ondas concéntricas que levanta el golpe de la piedra sobre el agua dor- mida, la gloria de sus héroes y la palabra de sus tribunos, puedan ter- minar en Sidén, en Tiro, en Cartago. A vuestra generacién toca impedirlo; a la juventud que se levanta, sangre y musculo y nervio del porvenir. Quiero considerarla personifi- cada en vosotros. Os hablo ahora figurdndome que sois los destinados a guiar a los demds en los combates por la causa del espiritu. La perse- verancia de yuestro esfuerzo debe identificarse en vuestra intimidad con la certeza del triunfo. No desmayéis en predicar el Evangelio de la delicadeza a los escitas, el Evangelio de la inteligencia a los beocios, el Evangelio del desinterés a los fenicios. Basta que el pensamiento insista en ser —en demostrar que existe, con la demostracién que daba Didgenes del movimiento— para que su dilataci6n sea ineluctable y para que su triunfo sea seguro. El pensamiento se conquistard, palmo a palmo, por su propia espon- taneidad, todo el espacio de que necesite para afirmar y consolidar su reino, entre las demds manifestaciones de la vida. El, en la organiza- ciOn individual, levanta y engrandece, con su actividad continuada, la béveda del craneo que le contiene. Las razas pensadoras revelan, en la capacidad creciente de sus crdneos, ese empuje del obrero interior. El, oa rialismo sin alma” en el espiritualizado universo latinoamericano. Desde esas mismas modulaciones espiritualistas y modernistas. se produjo una intervencién destinada a elaborar una identidad que ya no seré continental sino nacional, y que consumard la pro- puesta de un nacionalismo esencialista en El diario de Gabriel Quiroga, publicado por Manuel Galvez (1882-1962) en el afio emblematico de 1910. Las caracterfsticas con las que es definido en la organizacion social, sabré también engrandecer la capacidad de su escenario, sin necesidad de que para ello intervenga ninguna fuerza ajena a él mismo. Pero tal persuasion, que debe defenderos de un des- aliento cuya tinica utilidad consistird en eliminar a los mediocres y los pequefios, de la lucha, debe preservaros también de las impaciencias que exigen vanamente del tiempo la alteraci6n de su ritmo imperioso. Todo el que se consagre a propagar y defender, en la América con- tempordnea, un ideal desinteresado del esptritu —arte, ciencia, moral, sinceridad religiosa, politica de ideas— debe educar su voluntad en el culto perseverante del porvenir. El pasado pertenecié todo entero al brazo que combate; el presente pertenece, casi por completo también, al tosco brazo que nivela y construye; el porvenir —un porvenir tanto mds cercano cuanto mds enérgicos sean la voluntad y el pensamiento de los que le anstan— ofrecerd, para el desenvolvimiento de superiores facultades del alma, la estabilidad, el escenario y el ambiente. Yo os pido una parte de vuestra alma para la obra del futuro. Para pediroslo, he querido inspirarme en la imagen dulce y serena de mi Ariel, El bondadoso genio en quien Shakespeare acerté a infundir, qui- 24 con la divina inconsciencia frecuente en las adivinaciones geniales, tan alto simbolismo, manifiesta claramente en la estatua su significa- cion ideal, admirablemente traducida por.el arte en lineas y contornos. Ariel es la raz6n y el sentimiento superior, Ariel es este sublime instinto de perfectibilidad, por cuya virtud se magnifica y convierte en centro de las cosas, la arcilla humana a la que vive vinculada su luz —la misera- ble arcilla de que los genios de Arimanes hablaban a Manfredo—. Ariel es, para la Naturaleza, el excelso coronamiento de su obra, que hace terminarse el proceso de ascension de las formas organizadas, con la lamarada del espiritu. Ariel triunfante significa idealidad y orden en la vida, noble inspiraci6n en el pensamiento, desinterés en moral, buen gusto en arte, heroismo en la accion, delicadeza en las costumbres. José Enrique Rod6, Ariel, México, Porrtia, 1977. el personaje del relato responden cabalmente al legado modernis- ta, al estar disefiado con una en- tonacién decadentista que halla- ba su paradigma extremo en el A rebours de Huysmans, tanto como descripcién de una crispa- ci6n nerviosa cuanto porque di- cho personaje no hace sino la denuncia de una sociedad co- rrompida por el materialismo. Pero ademas Galvez ha encon- trado la contrapartida de esa de- cadencia alli donde subsiste, esto es, en las provincias del interior, en las cuales el viaje de esta alma invierte la hispanofobia del libe- ralismo decimonénico cuando aspira alli “el incienso venera- ble de la tradicién colonial”, re- forzando aquel sentimiento que conmovi6é su corazén ante el paisaje de Castilla la Vieja y que Manuel Galvez le hizo comprender que “‘los ar- gentinos no hemos dejado de ser espaiioles”. Herederas no contaminadas de ese legado, las provin- cias con “su amor a las tradiciones, su culto a la patria, su odio al extranjero, su sentimiento de la nacionalidad, su espfritu america- no, encarnan la mejor expresi6n posible, actualmente, de la resis- tencia a la desnacionalizacién”. Con ello, un t6pico nacional-po- pulista seguia en vias de formacién: una Buenos Aires materialis- ta, poblada por quienes por estar cerca de los libros europeos estan lejos de la Argentina profunda, frente al reservorio espiritual de un interior donde se asientan las verdaderas esencias nacionales y poblado por los poseedores de una docta ignorancia. En este punto es perfectamente visible que entre fines del siglo pasado y la primera década del presente se estaba dirimiendo en la Argentina una “querella simbélica por la nacionalidad”. Diversas variables inducidas por el acelerado proceso de modernizacién abrieron situaciones representadas por numerosos intelectuales como vacfos y laceraciones dentro del cuerpo social y del desti- no nacional, y esas “fallas” pretendieron ser suturadas por una redefinici6n de la identidad nacional. Esta tiltima se habfa cons- truido hasta entonces dentro de los pardmetros instalados por la generacion de Alberdi y Sarmiento, en cuyas definiciones la vo- luntad de romanticismo no habia logrado extraer la concepcién de la nacién del cfrculo de un nacionalismo imitativo consuma- do en lo que Habermas ha Ilamado el “nacionalismo constitucio- nalista”. En cambio ahora, y en términos de Richard Sennett, la nacién empieza a ser pensada como un fenémeno antropolégico, es decir, como espacio donde imperan reglas fundadas en cos- tumbres que no pueden ser modificadas por la politica, desem- bocando en Ja enunciaci6n de un nacionalismo cultural y esen- cialista. “Las violencias realizadas por los estudiantes incendiando las im- prentas anarquistas, mientras echaban a vuelo las notas del himno pa- trio, constituyen una revelacién de la mds trascendente importancia. Ante todo esas violencias demuestran la energia nacional. En segundo lugar enseftan que la inmigracién no ha concluido todavia con nuestro espiritu americano pues conservamos atin lo indio que habia en noso- tros. Y finalmente, si bien no es en realidad —el patriotismo del noble pueblo argentino— lo que se sintié indignado por los planes anarquis- tas sino nuestra inmensa vanidad de fiesta y ostentacién ante los extrangeros visitantes, esas violencias han socavado un poco el mate- rialismo del presente, han hecho nacer sentimientos nacionalistas, han realizado una conmocion de entusiasmos dormidos y tal vez han vuelto innecesarias la guerra y la catdstrofe que hasta hoy me parecieran de absoluta necesidad como terapéutica de caso extremo. Lo tnico sens ble es que los anarquistas no hayan tirado una bomba en cada capital de provincia. La reaccién hubiera sido entonces tan formidable, los idea- les patriéticos habrian brotado tan potentes, y los sentimientos nacio- nalistas habrian exaltado tan intensamente a nuestro pueblo, que los anarquistas, salvando al pais contra su voluntad, casi merecertan el sincero agradecimiento de la nacién...” Manuel Gilvez, El diario de Gabriel Quiroga, Buenos Aires, A. Moen y Hno. Ed., 1910. —————$————————$— ——— Precisamente, para la recu- peracién de esas costumbres ofuscadas por el cosmopoli- ismo, Quiroga-Galvez ima gina una suerte de regenera- cién a partir de la catdstrofe, consistente en una buena gue- tra con el Brasil, que, ganada 0 perdida, nacionalizaria a los extranjeros, paralizaria por largos afios la inmigracién y generaria una vasta conmo- ci6n patridtica que estimula- ria a los intelectuales y escri- tores a expresar el alma de la patria. Por fin, en la fecha pre- cisa del 25 de mayo de 1910 el alma de Quiroga ha encon- trado una nueva esperanza que torna innecesarias aque- llas estrategias, puesto que “las violencias realizadas por los estudiantes incendiando las imprentas anarquistas, mientras echaban a vuelo las notas del himno patrio, demuestran la energia nacional y ensefian que la inmigraci6n no ha concluido todavia con nuestro espiritu americano pues conservamos atin lo indio que habia en nosotros”. Retorno entonces a una esencia vital que se encuentra no en los artificiosos unitarios europeizados, y si en los caudillos, en esos “hombres mas representativos de la raza” que encarnaron una “democracia barbara”, resignificando de tal modo Ja antinomia sarmientina, ya que esa barbarie popular y democra- tica fue la rebelidn del espiritu americano contra el modelo afran- cesado y aristocratico. Existen aqui expresas remisiones a Ricardo Rojas, con quien Galvez comparte la creencia de que la idea de nacién debe incluir la emoci6n del paisaje, el amor al pueblo natal, el hogar y la tumba de la familia, una lengua y una tradici6n comunes. Empero, en el caso de Rojas (1882-1957) este nacionalismo demanda para sf las connotaciones del pacifismo y el laicismo, y de allf deriva todo un programa de reforma educativa que debe tener Sus ejes en la ense- Ricardo Rojas fianza de la historia y de la lengua, en cuya linea se halla la funda- cin de la cdtedra de Historia de la Literatura Argentina, a cargo del propio autor de La restauraci6n nacionalista, aparecido en 1909. He aquf entonces que el intelectual se ofrece como restaurador de ese pasado que el aluvidn extranjero ha venido a oscurecer, y de ese modo asume la tarea politica de contribuir a la formacién de una conciencia nacional. Aquel riesgo de disolucién, aun en alguien que como Rojas defiende expresamente el cardcter demo- crdtico de sus posiciones, conduce otra vez a reaccionar en contra del “excesivo liberalismo” que habria caracterizado a la cultura argentina del siglo XIX, en su afan por copiar el principio de la libertad de ensefianza de paises que nada tienen de comtin con “este pueblo heterogéneo y de inmigracién”. Como contrapartida, estos textos bucean en el presunto fondo de la patria para encon- trar la verdadera identidad del “alma argentina”. La invencién de esa alma nativa alcanzara por fin un momento definitorio con la entronizacién del gaucho como prototipo de la nacionalidad, y sera en las célebres conferencias del teatro Odeén, en 1913, donde Leopoldo Lugones (1874-1938) cristalizara un m6- dulo de larga duraci6n en la definici6n de la nacionalidad. El Mar- tin Fierro es considerado alli como el poema nacional fundante de una €pica argentina, y, al instalarlo en un sitial que antes muy po- cos habian imaginado, Lugones pos- tulaba un modelo de nacionalidad basado en valores y tradiciones lo- cales. El trasfondo ideolégico de buena parte de la intervencién lugoniana esta modelado por la veta antimate- rialista del modernismo cultural, y la legitimidad de quien emite el mensaje emana igualmente de las destrezas y atributos del poeta, ya que “el artista, en virtud de leyes desconocidas hasta hoy, nace con la facultad superior de descubrir en la belleza de las cosas la ley de la vida’, Justamente, materia es la pa- labra que Lugones utiliza para de- cir barbarie, ya que la inercia y opa- Leopoldo Lugones Leopoldo Lugones y la invencién del alma nativa La guerra de independencia inicié las calamidades del gaucho. Este iba a pagar. hasta extinguirse el inexorable tributo de muerte que la sumision comporta, cimentando la nacionalidad con su sangre. He aqui el motivo de su redencion en la historia, la raz6n de la simpatia que nos inspira su sacrificio, no menos heroico por ser fatal. La guerra civil seguird nutriéndose con sus despajos. En toda la tarea de constituirnos, su sangre es el elemento experimental. Todavia cuando ces6 la matan- za, su voto sirvié durante largos afios en las elecciones oficializadas, a las cuales continud prestandose con escéptica docilidad; y como signi- ficativo fendmeno, la desaparicién de aquel atraso viene a coincidir con la suya. Es también la hora de su justificacién en el estudio del poema que lo ha inmortalizado. Entonces hallamos que todo cuanto es origen propiamente nacional, viene de él. La guerra de la independen- cia que nos emancip6; la guerra civil que nos constituyd; la guerra con los indios que suprimié la barbarie en la totalidad del territorio; la fuente de nuestra literatura; las prendas y defectos fundamentales de nuestro cardcter; las instituciones mds peculiares, como el caudillaje, fundamento de la federacion, y la estancia que ha civilizado el desierto: en todo esto destécase como tipo. Durante el momento mds solemne de nuestra historia, la salvaci6n de la libertad fue una obra gaucha. La Revolucion estaba vencida en toda la América. Sélo una comarca resis- tia atin, Salta, la heroica. Y era la guerra gaucha lo que mantenia pren- dido entre sus montaftas, aquel iiltimo fuego. Bajo su seguro pasé San Martin los Andes; y el Congreso de Tucumdn, verdadera retaguardia en contacto, pudo lanzar ante el mundo la declaraci6n de la independencia. No lamentemos, sin embargo, con exceso su desaparicién. Producto de un medio atrasado, y oponiendo a la evolucién civilizadora la renitencia, 0 mejor decir; la incapacidad nativa del indio antecesor, sélo la conservaci6n de dicho estado habria favorecido su prosperidad. Por esto, repito, no preponderé, sino bajo los caudillos en cuyos gobiernos supervivia la colonia. Pero también asentemos otra verdad: la politica que tanto lo explo- 16, nada hizo para mejorarlo; y ahora mismo, los restos que subsisten van a extinguirse en igual indiferencia. Jamas desdefaron, sin embar- go, el progreso. Pospuesto al inmigrante que valorizaba para la bur- guesta los llecos latentes de riqueza, fue paria en su tierra, porque los dominadores no quisieron reconocerle jamds el derecho a ella. Olvida- ron que mientras el otro era tan sélo un conquistador de la fortuna, y cee por lo tanto un trabajador exclusivamente, el gaucho debia aprender también la leccién de la libertad, deletreada con tanta lentitud por ellos mismos; gozar de la vida alld donde habia nacido; educarse en el amor de la patria que fundara. No vieron lo que habia de justo en sus reaccio- nes contra el gringo industrioso y avaro, 0 contra la detestable autori- dad de campajia. No intentaron conciliarlo con aquel elemento europeo cuya rudeza, exaltada a su vez por la necesidad en el medio extraiio, aportaba, sin embargo, las virtudes del trabajo metédico. Si algo hubo de esto, fue casual como en las colonias israelitas de Entre Rios, donde mu- chas Rebecas blondas han rendido su corazén a esos cetrinos halcones. La estancia enriqueci6 al patron y al colono, pero nunca al gaucho cuyo desinterés explotaron sin consideracion. El hijo de la pampa tuvo el destino tremendo y la dulce voz del yunque. Tocédle en la tarea de hacer la patria, el peso mas angustioso, puesto que debid sobrellevar la injusticia. Qué sabia él de atesorar ni de precaverse, poeta y paladin inclinado sin maldad a la piltrafa del bien ajeno caida al paso en sus manos, como sin mengua de su hermosura, arranca una vedija al reba- fio transeinte la dspera borla del cardal. Y no se crea que esta afirmacién comporta un mero ejercicio del ingenio. Nuestra vida actual, la vida de cada uno de nosotros, demues- tra la existencia continua de un ser que se ha transmitido a través de una no interrumpida cadena de vidas semejantes. Nosotros somos por. ahora este ser: el resumen formidable de las generaciones. La belleza prototipica que en nosotros llevamos, es la que esos innumerables ante- cesores percibieron; innumerables, porque sdlo en mil afios son ya de- cenas de millones, seguin lo demuestra un cdlculo sencillo. ¥ de tal modo, cuando el prototipo de belleza revive, el alma de la raza palpita en cada uno de nosotros. Ast es como Martin Fierro procede verdaderamente de los paladines; como es un miembro de la casta herctilea. Esta continui- dad de la existencia que es la definicion de la raza, ast, un hecho real. Y es la belleza quien lo evidencia, al no constituir un concepto intelectual 0 moral, mudable con los tiempos, sino una emoci6n eterna, manifiesta en predilecciones constantes. Ella viene a ser, ast, el vinculo fundamen- tal de la raza. El ideal de belleza, 0 sea la maxima expansién de vida espiritual (pues para esto, para que viva de una manera superior, espiritualizamos la materia por medio del arte), la libertad, propiamente dicho, constitu- y6 la aspiracion de esos antecesores innumerables; y mientras lo sus- tentamos, ddmosles con ello vida, somos los vehiculos de la inmortali- dad de la raza constituida por ellos en nosotros, El ideal de belleza 0, ——$——_——— ee seguin queda dicho. la expansién méxima de la vida superior, ast como la inmortalidad que es la perpetuacién de esa vida, libertan al ser hu- mano de la fatalidad material, o ley de fuerza, fundamento de todo des- potismo, Belleza, vida y libertad son, positivamente, la misma cosa. Asi se cumple con la civilizacién y con la patria. Movilizando ideas y expresiones, no escribiendo sistemdticamente en gaucho. Estudiando la tradicién de la raza, no para incrustarse en ella, sino para descubrir la ley del progreso que nos revelard el ejercicio eficaz de la vida, en esta- dos paulatinamente superiores. Exaltando las virtudes peculiares, no por razn de orgullo egoista, sino para hacer del mejor argentino de hoy el mejor hombre de maiana. Ejercitandose en la belleza y en la libertad que son para nuestra raza los méviles de la vida heroica, por- que vemos en ella el estado permanente de una humanidad superior: Luchando sin descanso hasta la muerte, porque la vida quieta no es tal vida, sino hueco y sombra de agujero abierto sin causa, que luego to- man por madriguera las viboras. Leopoldo Lugones, El payador, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1979. cidad de la materia se transfieren a las masas, en las cuales impera el automatismo della grey. Pero una nacién puede albergar sin con- flictos a este sector pasivo y mecdnico en la medida en que se instaure una gobernabilidad hegemonizada por una elite del poder y de la inteligencia. La nacién emerge entonces como un espiritu para formar parejas con la poesia en tanto ésta es palabra y musi- ca, la cual configura la esencia del arte como maxima espirituali- zaci6n de la materia. Por eso el gaucho imaginado por Lugones es basicamente el payador, que comparte con el poeta el privilegio de la palabra bella y de la armonfa suprema brindada por la musica. De esta manera se puede construir una tradicién, que es una prosapia tramitada mediante una mitologia de la historia. De esta invenci6n de una identidad nacional quedan excluidos tanto el le- gado hispano-cristiano cuanto esas indigenas “razas sin risa”, inasimilables hasta el punto de legitimar cabalmente la guerra a muerte consumada en la Conquista del Desierto. En cambio, here- dero de la antigiiedad grecolatina, el gaucho fue el héroe civiliza- dor de la pampa, y triunfé alli donde fracasé la conqu la, que no pudo dominar al desierto y al indio. Ya en la Diddctica. de 1910, Lugones no dudaba de que “la inmigracién cosmopolita tiende a deformarnos el idioma con apor- tes generalmente perniciosos, dada la condici6n inferior de aqué. Ila. ¥ esto es muy grave, pues por ahi empieza la desintegracién de la patria”. Efecto de la modernizaci6n, la inmigraci6n arrastra ante sus ojos el fendmeno tipicamente moderno de la confusién. El intelectual debe entonces clarificar la mezcla espuria y recolocar simbélicamente al gaucho en el sitio del que los extranjeros vinie- ron a desalojarlo en la realidad. Al final de sus disertaciones en el Odeén, y ante un ptiblico del que no se halla ausente el presidente de la Reptiblica, Lugones en tanto poeta de la patria ha obtenido su legitimacién mediante la repolitizacién de su discurso, verificando otra vez la escasez de seguidores de la ideologia del arte por el arte en América Latina. De alli en mas la ecuaci6n criollista figurard en el imaginario na- cional como una de las que con mayor eficacia habran intervenido en esta recurrente disputa por saber de veras qué es ser argentino. Pero también en El payador se expresa la confianza en que ese pilar popular de la nacionalidad resulta funcional con la oligarquia gobernante, gracias a que los gauchos aceptaron “el patrocinio del blanco puro con quien nunca pensaron igualarse politica 0 social- mente, reconociéndole una especie de poder dindstico que residia en su capacidad urbana para el gobierno”. Y si este patriciado cul- to no por ello se privé de abusar del poder y de participar incluso en la misma extincidn del gaucho, tuvo empero “la inteligencia y el patriotismo de preparar la democracia contra su propio interés, comprendiendo que iba en ello la grandeza futura de la nacién”. En este punto preciso, y aun cuando Lugones proclama con or- gullo no haber sido tentado jamds por “las lujurias del sufragio universal”, sus conferencias se articulan con el proyecto de relegitimacién de la elite basado en el reformismo politico. Son conocidos los cursos complejos de la reforma electoral impulsada por sectores del propio grupo gobernante y el modo en que condu- jo al triunfo no esperado del radicalismo yrigoyenista. Luego de la derrota, una carta de Lisandro de la Torre expresaba bien el senti- miento de aquellos sectores: “Ahora, como todo el pais, estoy a la expectativa. Nadie sabe lo que nos deparara el destino. Nadie sabe si la democracia y la libertad han dado un gran paso adelante 0 si se abre una época sombria de inquietudes y de retroceso. Alla ve- remos La respuesta a ese “Veremos” Ia encontramos otra vez en los escritos de ese miembro conspicuo del equipo reformista que fue Joaquin V. Gonzalez. A partir de ese resultado electoral, varios son los malestares que turban su progresismo liberal. Basicamen- te, la incapacidad del radicalismo para conformarse segtin las pau- tas de un partido organico, y lo que percibe como el cardcter regre- sivo del nuevo elenco gobernante, que a su entender amenaza des- truir todo el legado civilizatorio trabajosamente construido. Pero es evidente que ese malestar en la cultura no pretende esconder el malestar en la politica generado por el ascenso del yrigoyenismo al gobierno, a cuya luz es el proceso global de democratizaci6n el que ingresa en el terreno de la duda. En un articulo escrito ya cerca de la muerte y de titulo programatico (“Si el pueblo pensara mas”), Gonzalez se apoya en la recurrida distincién entre cualidad y can- tidad para demandar un sistema politico que coloque por encima de la legitimidad del sufragio la de la competencia de una aristo- cracia experta y virtu Se incluia de esta manera en esa re ca denegaci6n de legitimidad, que se expresard en la irrenunciable hostilidad de los liberales frente a los nuevos hombres del radica- lismo y que arrastraba hacia posiciones antidemocraticas aun a los miembros del progresismo liberal. Por cierto, estas prevenciones se hallan sobreimpresas en la cri- sis civilizatoria desencadenada por la Primera Guerra Mundial, ante la cual Gonzalez reconoce la pérdida del poder de interpretar el sentido de las sefiales de su tiempo, ya que el conflicto bélico “ha apagado las luces, ha borrado los rastros en la arena, ha extra- viado los signos guiadores en la noche y ha derrumbado las pie- dras miliarias de los antiguos caminos”. A esta desazén se le su- mara el temor infundido por la Revolucién Rusa, una de cuyas extensiones vernaculas crey6 verificarse en la Semana Tragica y que Gonzalez hacia 1920 traduce en “Juan sin Patria”, en donde la Argentina aparece expuesta a acciones disolventes derivadas de este nuevo “otro” que ahora es “agente bolchevique, revoluciona- rio y todo”. Estas cuestiones angustiadas suscitan una respuesta que es el Fretorno a un pasado que ya habia considerado parte valedera de la tradici6n nacional pero que ahora emerge como huida de la catés- trofe occidental; de modo que aquello que los padres fundadores del liberalismo argentino buscaban en el futuro con Europa o Es- tados Unidos como faro y en la utopfa del trasplante inmigratorio, el autor de Mis montafias lo demanda al pasado premoderno don- de se encuentra enterrado un verdadero mundo en las civiliza- ciones azteca, maya, quechua, “que la ferocidad civilizadora de la Europa no pudo demoler, pulverizar ni sepultar en el olvido eterno”. Mas para entonces, y aunque la vieja elite se resistiera a recono- cerlo, ya resultaba evidente que aquellas profundas transforma- ciones nacionales e internacionales habian organizado una nueva problematica, en cuyas respuestas se configurarfa una nueva etapa de la historia intelectual argentina. Mis montafias Edicion de Mis montaiias de Joaquin V. Gonzéle 1895.

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