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Cruzando el desierto

“Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el
desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o
no sus mandamientos. Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no
conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre,
mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre…” Deuteronomio 8:2-3

Aun cuando llevemos tiempo de estar caminando tomados de la mano del Señor Jesús, es probable
que aún así sigamos experimentando períodos difíciles en nuestro transitar cristiano que identificamos
como “desiertos”.

Los desiertos no son accidentes o circunstancias ajenas a Dios, al contrario, Dios mismo permite que
pasemos por ellas con el fin de afligirnos y probar nuestro corazón.

Desierto: son aquellas etapas de nuestra vida en las que, fruto de alguna situación imprevista, somos
golpeados por situaciones incómodas en las que nuestra fe es probada y tal vez dejemos de orar, de
leer la Palabra de Dios y, agobiados por el desánimo, dejemos de congregarnos y perdemos la pasión
por lo espiritual.

¿Se ha sentido usted alguna vez así?

La Biblia cuenta la siguiente historia con la que nos deja entrever la realidad de esos momentos difíciles
y la actitud que podemos tomar al vivirlos:

El profeta Elías acababa de recibir un extraordinario respaldo de Dios quien se manifestó con gran
poder al hacer descender fuego del cielo (Puede leerlo en 1ºReyes 18:16-46).

Aquella hazaña realizada por el profeta fue un éxito rotundo. Sin embargo, transcurrido un tiempo
relativamente corto – y cuando la alegría todavía debía embargar el corazón de este poderoso profeta
del Señor, fue notificado sobre ciertas amenazas contra su vida por parte de la reina Jezabel. La biblia
registra de este modo la reacción del profeta ante tal situación:

“…Elías se asustó y huyó para ponerse a salvo. Cuando llegó a Berseba de Judá, dejó allí a su criado
y caminó todo un día por el desierto. Llegó adonde había un arbusto, y se sentó a su sombra con ganas
de morirse. “¡Estoy harto, Señor!—Protestó–. Quítame la vida, pues no soy mejor que mis
antepasados…” (1 Reyes 19:3-4, NVI).
Muchas personas han enfrentado una situación parecida a la del profeta. Hace muchos siglos, preso de
un estado de desasosiego, un hombre oró a Dios con las siguientes palabras:

“…Vuelve a mí tu rostro y tenme compasión, pues me encuentro solo y afligido. Crecen las angustias
de mi corazón; líbrame de mis tribulaciones…” (Salmo 24:16-17, NVI).
Muchos hombres y mujeres quienes al igual que usted han deseado fervientemente vivir para Dios,
experimentaron momentos sumamente difíciles. La pregunta es, ¿Por qué atravesamos esos tiempos
tan difíciles en nuestro andar con el Señor?

Sin duda alguna los cristianos enfrentamos desiertos. Es probable que usted mismo este atravesando
ahora mismo por un desierto.
I. Experiencias en el desierto (¿Qué pasa en los desiertos?)
Cuando vivimos la experiencia de estar atravesando nuestro propio desierto, sentimos que todo se nos
viene encima.

Todo aquel que pretenda llegar a su Canaán, necesariamente tendrá que atravesar el desierto
(procesos). ¡Y hay que recorrerlo todo! No hay atajos. El cruce del desierto es parte del precio que nos
toca pagar para que la presencia de Dios repose en forma mucho más visible sobre nuestra vida.

El desierto prueba nuestra entrega, nuestra obediencia y revela la profundidad de nuestra vida cristiana.
Al hablar del “desierto” me estoy refiriendo a aquellos tiempos en los que el trato de Dios se torna
mucho más duro y en los que nos cuesta entender por qué nos pasa lo que nos está pasando. ¿Qué
sucede cuando cruzamos el desierto?

1. APARENTEMENTE TODO SE NOS TORNA CUESTA ARRIBA


A Israel todo le estaba saliendo contrario a lo que ellos habían imaginado. Soñaban con llegar lo más
pronto posible a su destino que era Canaán. Pero no sucedía así. La tierra prometida no aparecía por
ningún lado. La travesía se prolongaba cada vez más y los ánimos se caldeaban. El descontento del
pueblo era manifiesto.

Cuando se cruza el desierto las cosas no salen como se han planeado. Todo se torna “color de hormiga”
como decimos popularmente, y en lugar de avanzar, se retrocede. El negocio que estaba a punto de
cerrarse, se cancela; el dinero que se esperaba con tanta urgencia, no llega; el amigo del que se esperaba
esa ayuda financiera, no aparece por ningún lado, tocamos puertas y ninguna se nos abre; el desespero
se deja entre ver y la impaciencia se agiganta.

En lo espiritual, sentimos que nuestra alma está vacía, que nada la llena y que nuestro norte se ha
perdido. En lo emocional nos sentimos confusos, perdidos, tristes, con una fuerte impresión de que no
estamos haciendo lo correcto, que lo que vivimos no es lo que realmente Dios quería para nosotros.
¿Qué significa todo esto que nos está pasando? ¡bueno... que sencillamente nos encontramos cruzando
el desierto.

2. El desierto casi siempre nos oculta del mundo exterior


A diferencia de las otras naciones que podían andar “a sus anchas”, el pueblo de Israel divagaba en un
desierto que cada vez parecía más largo y lejano que nunca y en su transitar por este caluroso camino
encontró pueblos y gentes a su paso, pero estos casi siempre se tornaron enemigos suyos. El desierto
los aisló de los otros pueblos.

Con nosotros pasa igual. Cuando estamos cruzando el desierto es como si todo el mundo nos diera las
espaldas; quedamos como en el anonimato; nadie se acuerda de nosotros; el celular no suena, (y si
suena es el cobrador), nuestras viejas amistades nos olvidan. Nadie parece tener interés en nosotros,
excepto Dios que nos está tratando, puliendo mediante esta experiencia. El desierto nos aísla de lo
visible y tangible para que podamos conocer lo invisible y espiritual. En el desierto se aprende a vivir
por fe.

3. El desierto se relaciona con tiempos de escasez y de estrechez


Durante casi todo el tiempo que Israel estuvo en el desierto, una sola variedad de alimento se les tornó
en el común denominador de todos los días: el maná. Maná en el desayuno, maná en el almuerzo, maná
en la cena, jugo de maná, tortillas de maná, bocadillos de maná, aceite de maná, y como si fuera poco,
¡hasta cuando soñaban, sus sueños estaban relacionados con el maná!

4. En el desierto podemos caer en el desánimo, la crítica, la rebeldía y la murmuración.


Al no entender Israel el propósito que Dios tenía al permitirle permanecer durante tanto tiempo en el
desierto, fue presa fácil del desánimo, la murmuración y la rebeldía. Sobresalen hechos como la
rebelión de Coré, la de María y Aarón—entre otras. A diario el pueblo se quejaba del liderazgo de
Moisés y hasta de la certeza de que Dios pudiera llevarlos hacia donde había prometido hacerlo.

Estas actitudes no están tan distantes a las reacciones que tenemos cuando en nuestra vida cristiana el
único panorama que avistamos es el desierto en toda su anchura y extensión. En ocasiones es más fácil
murmurar en contra de todo, que contra todo alentarnos a proseguir.

II. EL PROPÓSITO DE DIOS AL PERMITIRNOS EL DESIERTO


Nada cuanto Dios nos permite vivir es ajeno a su propósito (Romanos 8:28). La experiencia del
desierto no es la excepción. El cruce del desierto es una experiencia que se hace parte de nuestro
aprendizaje en la vida cristiana.

La Biblia nos señala varias razones por las que Dios nos cruza por el desierto:

1. Para llevarnos a un nivel mayor de comunión con él.


“Pero he aquí que yo la atraeré y la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón” (Óseas 2:14)

En la experiencia del cruce del desierto podemos permitirle al Señor que nos hable en forma más
constante, lo que a su vez nos hará más sensible a su voz. Pareciera que la única manera en la que
podemos ponernos en línea con Dios es a través del desierto. En el desierto dejamos de oír otras voces
para escuchar la de Dios.

Así que, si su nivel de comunión con el Señor no es muy profundo, tal vez Dios tenga que llevarlo al
desierto para que usted acceda a conocerlo un poco más. El mejor revelador del carácter y el trato de
Dios, es el desierto.

2. En el desierto se forja nuestro carácter


“…Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el
desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o
no sus mandamientos…” (Deuteronomio 8:2).
Nada nos cuesta tanto como perfeccionar nuestro carácter. Lo que hacemos es un reflejo de lo que
somos. A Dios le importa más lo que somos que lo que hacemos. Esto último es temporal; lo primero
es eterno.

Por ello, él trabaja en nuestra perfección y no desistirá en tanto que aún haya áreas que perfeccionar
(Filipenses 1:6) El que comenzó la buena obra..

El trato de Dios apunta hacia un nivel de madurez en el que ya “…no seamos niños fluctuantes,
llevados por doquiera de todo viento de doctrina…” (Efesios 4:14), sino hombres que seamos capaces
de “…portarnos varonilmente…” (1ª Corintios 16:13).

Madurar es todo un proceso. Y Dios se toma todo su tiempo en llevarnos a esa etapa en la que él pueda
confiarnos su presencia y su unción. Un carácter santificado y acrisolado por el fuego del desierto es
lo que nos capacita tanto para servirle, como también para atesorar la revelación de su Palabra. En el
desierto aprendemos a “morir” a nosotros mismos.
3. En el desierto se prueba nuestra obediencia
“…Para probarte, para saber lo que había en tu corazón…” Deu. 8:2
El Señor Jesucristo afirmó que nuestra conducta estaba estrechamente ligada a lo que pudiera
encontrarse en nuestro corazón (Mateo 7:17) “Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol
malo da frutos malos.”

En el desierto se revela lo que hay en el corazón. El desierto tiene la particularidad de poner de


manifiesto lo que el corazón ha atesorado. Por esta razón, nuestro nivel de entrega al Señor se hace
evidente por nuestra capacidad y disposición de obediencia.

Asombra como algunos están dispuestos a realizar cualquier sacrificio en lo que les corresponda, pero
muy poco a obedecer. Creen erróneamente que los sacrificios y los sobreesfuerzos valen más que la
obediencia.

Pero ni siquiera una tonelada de oración o cualquier otro tipo de sacrificio lograra conseguir lo que
una onza de obediencia puede lograr. Por supuesto que creo en el poder de la oración, pero en la
oración que nace en un corazón que esta sometido y en obediencia al Señor.

Presumir un conocimiento de quien es Dios y llevar una vida de desobediencia, es una actitud propia
de los hipócritas. La obediencia mide nuestro compromiso con Dios (Lucas 6:46). Dios se agrada del
que le obedece (1° de Samuel 15:22). El desierto te lleva a lo obediencia o la desobediencia.

4. En el desierto se revela el grado de amor que le pudiéramos tener al Señor


“…Para saber lo que había en tu corazón…”
Dios nos exige que le amemos de todo corazón (Deuteronomio 6:5; Marcos 12:30). Cuando nuestra
relación con Dios solo está basada en el compromiso y el formalismo, pero no en una buena dosis de
fe y amor, nos puede suceder lo que a la iglesia de Éfeso que había dejado de lado su primer amor por
el Señor (Apocalipsis 2:3-5).

Aquellos que solo buscan al Señor por lo que él les pueda dar y no por lo que él es, difícilmente podrán
resistir cuando la dura prueba del desierto haga su aparición. Le recuerdo que el desierto es para todos.

Nadie se queda sin cruzarlo. Y no hay atajos. Absolutamente ninguno que vaya tras su Canaán se
quedará sin la travesía del desierto.
En el desierto se mide la intensidad de nuestro amor por el Señor, así como la firmeza de nuestro
carácter.

5. El desierto nos prepara para un grado mayor unción sobre nuestras vidas.
Cuando a las 5 vírgenes insensatas se les acabó el aceite (lo que debió ser una pena para ellas), las
prudentes les dijeron a estas: “…Id vosotras y comprad aceite…” (Mateo 25:9). Ellas dijeron dennos
es fácil solo pedir

Abandonar la comodidad del lugar en donde se hallaban esperando al esposo para ir y conseguir aceite
no debió ser grato para ellas. Eso implicaba una larga jornada hasta el lugar más próximo en donde
pudieran hallar el preciado aceite.

El aceite es símbolo del Espíritu Santo. La palabra “comprar” significa “pagar un precio por la
obtención de algo” y muchas veces, obtener un toque nuevo de su unción, implica pagar un precio.

El precio a pagar no es otra cosa que tomar una serie de “ajustes y medidas” en nuestro cotidiano vivir
para que su presencia fluya. Es allí cuando se nos presenta el exhausto y ardiente desierto, pues casi
siempre este aceite brota “del duro pedernal” que se encuentra en los desiertos. (Deuteronomio 32:13).
Así que si queremos el aceite fresco del poder, la unción y la presencia de Dios, necesitamos ir hasta
el desierto y obtenerlo para nosotros.
Es romper “el duro pedernal” de la indiferencia, de lo cómodo y placentero, de lo que no es tan
exigente, de la liviandad y la frialdad para sacar y extraer el aceite de Dios que le dará viscosidad y
resplandor a nuestra vida cristiana y ministerial.
Una vez que el aceite está en nuestras manos, arden nuestras lámparas (Mateo 25:7), se apresuran
nuestros pasos (Deuteronomio 33:24) y se iluminan nuestros rostros (Salmo 104:15). ¿Quiere usted
este aceite? ¿Está dispuesto a buscarlo hasta obtenerlo?

6. El desierto nos hace fuertes y nos prepara para las grandes batallas.
En Egipto Israel no tenía futuro. La esclavitud era su norma de vida. En Egipto no fueron adiestrados
para ser guerreros. Eran esclavos, sometidos a la voluntad de otros. Ellos aprendieron a ser valientes
y luchadores en su cruce por el desierto.

El hecho de que tuvieron que enfrentar las hostilidades de los pueblos por donde pasaron, los convirtió
en ese ejército poderoso que comandó Josué cuando llegaron a Canaán. En el desierto dejaron de ser
débiles y frágiles esclavos y se tornaron en valientes y decididos conquistadores.

El cruce del desierto (los tiempos de luchas y pruebas) nos hará ser “fuertes en el Señor” para que no
seamos vencidos fácilmente por las dificultades. El Señor Jesucristo declaró: “…El reino de los cielos
sufre violencia y los violentos lo arrebatan…” (Mateo 11:12). Adquirimos firmeza en el Señor y el
poder de su fuerza.

Conclusión:
El desierto es el campo de entrenamiento en el que nos alistamos para cuando llegue el momento de
poseer lo que nos pertenece. No podemos renegar de nuestros desiertos porque en ellos aprendemos a
ser fuertes en esta decisiva conquista de lo espiritual.

En el desierto cambiamos de mentalidad y somos transformados en avistados guerreros que luchan


hasta lo sumo por sus victorias. El desierto que podamos estar cruzando hoy es nuestro lugar de
promoción.

“Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno
peso de gloria; 2 Corintios 4:17

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