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(1976)
sociedadfutura.com.ar/2018/09/05/barbara-ehrenreich-que-es-el-feminismo-socialista-1976/
septiembre 5, 2018
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El siguiente ensayo puede leerse como una muestra nuclear extraída del pensamiento
radical de hace más de cincuenta años, cuando feminismo y socialismo todavía eran
ideas novedosas para la mayoría de los norteamericanos. Muchas mujeres jóvenes
blancas, de clase media como yo acogimos ambas abstracciones y luchamos, aunque
sea solamente por algún sentido de orden teorético, para ver cómo se conectan. Nunca
completaría ese proyecto en el día de hoy. Se aparece como demasiado singular,
demasiado abierto a respuestas divergentes, demasiado “ahistórico”, para mis gustos
actuales.
Además, debo admitir, existe un poco de desorden histórico en este ensayo. Pareciera
que fecho al capitalismo como originado desde la Revolución Industrial, lo que lo hace
relativamente reciente en la escena humana, no más de un par de cientos de años de
vida. Lo que me debería haber interesado no es el capitalismo si no las sociedades
clasistas -o “estratificadas”- que surgieron más o menos hace cinco mil años en el mundo
mesopotámico, junto con indicaciones arqueológicas de incipiente dominio masculino,
conflictos armados y esclavitud. Cómo surgieron es una historia codificada en miles de
mitos específicamente geográficos, bajorrelieves y otras formas de narrativas; la cuestión
desafiante es cómo consiguieron persistir durante tantos milenios y cambios en el “modo
de producción”.
Hoy en día lo único que encuentro refrescante sobre “¿Qué es el socialismo feminista?”
es su sugerencia de que ambas formas de opresión están enraizadas en, o mantenidas
por, la violencia. Esa palabra no aparecía prominentemente en nuestro vocabulario
teorético den 1976, el que estaba mucho más preocupado por nociones como
“producción” o “reproducción”, salarios por trabajo doméstico, y salarios en las fábricas
locales. Lo que puede haber llevado mi atención a ella fue un cuasi-violento incidente
con un exmarido portador de armas de mi vecina del piso de arriba, una madre soltera y
beneficiada por seguro social. En el frente teorético, no obstante, la violencia era un
problema exótico y marginal.
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musulmanes o inmigrantes. Hoy en día, la violencia con armas esporádica se ha
convertido en una cuestión que la izquierda no puede seguir desechando con una simple
referencia a las ganancias de los productores de armas.
Pero en nuestra “teoría”- tal como es- la violencia permanece periférica. Sabemos que lo
que nos mantiene en línea en última instancia es el miedo de que nos saquen los dientes
o nos disparen la cabeza, ya sea por atacantes del Estado o por exmaridos o vecinos
dementes. Quizás necesitamos una forma elegante de decir eso.
En algún nivel, quizás no del todo articulado, el feminismo socialista ha estado alrededor
nuestro por mucho tiempo. Eres una mujer en una sociedad capitalista. Te enojas: por el
trabajo, por las cuentas, por tu marido (o ex), por la escuela de los chicos, por el trabajo
doméstico, por ser linda, por no serlo, por ser mirada, por no serlo (y de cualquier forma,
no escuchada), etc. Si piensas sobre todas estas cosas y cómo encajan y qué debe ser
cambiado, y luego buscas algunas palabras que mantengan todos estos pensamientos
juntos en forma abreviada, casi que deberías encontrarte con “feminismo socialista”.
El problema de adoptar una etiqueta de cualquier tipo es que crea un aura instantánea
de sectarismo. “Feminismo socialista” se convierte en un desafío, un misterio, un
problema en y fuera de sí. Tenemos expositores, conferencias, artículos sobre
“feminismo socialista” -aunque sabemos perfectamente que tanto “socialismo” como
“feminismo” son demasiado amplios y inclusivos para ser temas de cualquier discurso,
conferencia o artículo sensible. La gente, incluyendo reconocidas feministas socialistas,
se preguntan a sí mismas ansiosamente “¿Qué es el feminismo socialista?”. Hay una
especie de expectativa de que sea (o esté a punto de convertirse en cualquier momento,
quizás en el próximo discurso, conferencia o artículo) en una brillante síntesis de
proporciones mundiales históricas -un salto evolucionario más allá de Marx, Freud y
Wollstonecraft. O que terminará por ser nada, una moda aprovechada por feministas
insatisfechas y mujeres socialistas, una distracción temporaria.
Quiero intentar atravesar el misterio que ha crecido alrededor del feminismo socialista.
La manera lógica de empezar es observar al socialismo y al feminismo por separado.
¿Cómo mira al mundo un socialista, más precisamente, un marxista? ¿Cómo lo hace una
feminista?
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Para empezar, marxismo y feminismo tienen algo importante en común: son formas
críticas de ver al mundo. Ambos desestiman la mitología popular y el “sentido común” y
nos fuerzan a mirar a la experiencia de una nueva forma. Ambos buscan comprender el
mundo -no en términos de balances estáticos, simetrías, etc. (como en la ciencia social
convencional)- sino en términos de antagonismos. Llevan a conclusiones
estremecedoras y molestas al mismo tiempo que son liberadores. No hay forma de
poseer una mirada marxista o feminista y ser un espectador. Entender la realidad puesta
al descubierto por estos análisis es movilizarse a la acción para cambiarla.
Como los capitalistas consiguen sus ganancias pagando menos en salarios que el valor
de lo que el trabajador produce realmente, la relación entre las dos clases es
necesariamente una de antagonismo irreconciliable. La clase capitalista debe su
existencia a la explotación continua de la clase trabajadora. Lo que mantiene el sistema
de clases es, en última instancia, la fuerza. La clase capitalista controla (directa o
indirectamente) los medios de violencia organizada representada por el Estado- policía,
cárceles, etc. Solamente a través de una lucha revolucionaria que busque la toma del
poder estatal puede la clase trabajadora liberarse a sí misma y, en último término, a todo
el pueblo.
El feminismo se remite a otra desigualdad familiar. Todas las sociedades humanas están
marcadas por algún grado de desigualdad entre los sexos. Si investigamos las
sociedades humanas de un vistazo, recorriendo historia y continentes, vemos en qué se
han caracterizado de forma común: subyugación de la mujer a la autoridad masculina,
tanto en la familia como en la comunidad en general, objetualización de la mujer como
una forma de propiedad, una división sexual del trabajo en la que las mujeres son
confinadas a actividades de crianza de niños, realización de servicios personales para
adultos hombres y formas específicas (usualmente de bajo prestigio) de trabajo
productivo.
Las feministas, golpeadas por la práctica universalidad de estas cuestiones, han buscado
explicaciones en los hechos biológicos que sustentan toda la existencia social de la
humanidad. Los hombres son físicamente más fuertes que las mujeres en promedio,
especialmente comparados con mujeres embarazadas o aquellas que están al cuidado
de bebes. Además, los hombres tienen el poder de embarazar mujeres. Así, las formas
que toma la desigualdad sexual -por diferentes que sean entre cultura y cultura-
descansan, en el último análisis, en lo que es claramente una ventaja física que los
hombres poseen sobre las mujeres. Esto es lo mismo que decir que se basan
básicamente en la violencia, o la amenaza de violencia.
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La raíz antigua, biológica de la supremacía del hombre -el hecho de la violencia
masculina- es comúnmente oscurecida por las leyes y convenciones que regulan las
relaciones entre los sexos en toda cultura en particular. Pero ahí se encuentra, de
acuerdo con el análisis feminista. La posibilidad del ataque de un hombre es una
advertencia constante a las mujeres “malas” (rebeldes, agresivas), y lleva a las mujeres
“buenas” a la complicidad con la supremacía masculina. La recompensa por ser “buena”
(“linda”, sumisa) es la protección de la violencia masculina y, en algunos casos,
seguridad económica.
Creo que las feministas más radicales y las feministas socialistas coincidirían con mi
sintética caracterización del feminismo hasta aquí. El problema con el feminismo radical,
desde un punto de vista feminista socialista, es que no va más lejos. Permanece
paralizado en la universalidad de la supremacía del hombre: “las cosas nunca han
cambiado realmente, todos los sistemas sociales son patriarcados; imperialismo,
militarismo y capitalismo son simplemente expresiones de la agresividad natural
masculina”, y así.
El problema con esto, desde un punto de vista feminista socialista, es que no solamente
deja afuera al hombre (y la posibilidad de reconciliación con ellos en términos
verdaderamente humanos e igualitarios) sino que deja afuera a muchas mujeres. Por
ejemplo, para descontar a un país socialista como China en tanto “patriarcado” -como he
escuchado hacer a feministas- es ignorar las verdaderas luchas y logros de millones de
mujeres. Feministas socialistas, mientras coinciden en que existe cierta atemporalidad y
universalidad en la opresión de la mujer, han insistido en que esta toma formas
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diferentes en diferentes configuraciones, y que las diferencias son de vital importancia.
Hay una diferencia entre una sociedad en la que el sexismo se expresa en la forma de
infanticidio femenino y en otra en la que el sexismo se presenta como la representación
desigual en el Comité Central. Y por esa diferencia vale la pena morir.
Una de las variaciones históricas en la temática del sexismo que debe preocupar a todas
las feministas es el conjunto de cambios que llegaron con la transición de una sociedad
agraria a capitalismo industrial. Este no es un asunto académico. El sistema social al que
reemplazó el capitalismo industrial era de hecho uno patriarcal, y estoy usando el término
en su sentido original, para describir un sistema en el que la producción está centrada en
el hogar y se preside por el hombre más anciano. El hecho es que el capitalismo
industrial llegó y “rasgó el tapete” debajo del patriarcado. La producción fue a las fábricas
y los individuos se separaron de la familia para convertirse en asalariados “libres”. Decir
que el capitalismo interrumpió la organización patriarcal de la producción y la vida
familiar no es, desde luego, decir que ¡el capitalismo abolió la supremacía del hombre!
Pero sí es decir que las formas particulares de experimentar la opresión por sexo
actuales son, en un grado significativo, desarrollos recientes. Una enorme discontinuidad
histórica existe entre nosotros y el verdadero patriarcado. Si queremos entender nuestra
experiencia como mujeres hoy, debemos llegar a una consideración del capitalismo como
un sistema.
Obviamente hay otros caminos por los que podría haber llegado al mismo punto. Podría
haber dicho simplemente que, como feministas, estamos más interesadas en las mujeres
más oprimidas -mujeres pobres de clase trabajadora, mujeres del tercer mundo, etc.- y
por esa razón necesitamos comprender y confrontar al capitalismo. Podría haber dicho
que necesitamos remitirnos al sistema de clases simplemente porque las mujeres son
miembros de clases. Pero estoy tratando de traer otro aspecto de nuestra perspectiva
como feministas: no hay forma de entender el sexismo como actúa en nuestras vidas sin
ponerlo en el contexto histórico del capitalismo.
Las feministas socialistas están en un campo muy distinto al de los que llamo “marxistas
mecánicos. Nosotras (junto con muchas marxistas que no son feministas) vemos al
capitalismo como una totalidad cultural y social. Entendemos que, en la búsqueda de
mercados, el capitalismo es llevado a penetrar en cada grieta, cada recoveco de la
existencia socia. Especialmente en la fase del capitalismo monopólico, el ámbito del
consumo es tan importante, solo desde un punto de vista económico, como el ámbito de
la producción. Por eso no podemos entender la lucha de clases como algo confinado a
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los asuntos salariales o de horarios, o confinado solo a los problemas del lugar de
trabajo. La lucha de cases ocurre en toda arena donde los intereses de clase entren en
conflicto, y eso incluye educación, salud, arte, música, etc. Nosotros apuntamos a
transformar no solo la propiedad de los medios de producción, sino la totalidad de la
existencia social.
Como marxistas, llegamos al feminismo desde un lugar completamente diferente del que
lo hacen los marxistas mecánicos. Como vemos al capitalismo monopólico como una
totalidad política/económica/cultural, hacemos lugar en nuestra armazón para asuntos
feministas que nada tienen que ver ostensiblemente con la producción o la “política”,
asuntos que tienen que ver con la familia, salud, vida “privada”.
Venimos de un feminismo y un marxismo cuyos intereses se llevan bien juntos. Creo que
estamos en una posición para ver por qué el feminismo socialista ha sido tan mistificado:
la idea de un feminismo socialista es un gran misterio o paradoja, tanto que lo que
generalmente se cree por socialismo es lo que yo he llamado “marxismo mecánico” y lo
que se cree por feminismo es un tipo ahistórico de feminismo radical. Estos aspectos no
funcionan juntos, no tienen nada en común.
Pero si unes otro tipo de socialismo con otro tipo de feminismo, como he tratado de
definirlos, sí obtienes un suelo común, y eso es de lo más importante sobre feminismo
socialista actualmente. Es un espacio libre de las constricciones de un tipo truncado de
feminismo y de una versión truncada de marxismo -en el que podemos desarrollar el tipo
de políticas que apunten a la totalidad política/económica/cultural de la sociedad
capitalista monopólica. Podríamos llegar solamente hasta cierto punto con los tipos
disponibles de feminismo y con el marxismo convencional y luego deberíamos escapar
hacia algo que no sea tan restrictivo e incompleto en su visión del mundo. Tuvimos que
darle un nuevo nombre, “feminismo socialista”, de manera de afirmar nuestra
determinación por comprender el todo de nuestra experiencia y forjar políticas que
reflejen la totalidad de nuestra comprensión.
Sin embargo, no quiero dejar al feminismo socialista como un espacio o suelo común.
Hay cosas que comienzan a crecer en ese “suelo”. Nos acercamos a una síntesis en
nuestra comprensión del sexo y la clase, capitalismo y dominación del hombre, con
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respecto a unos años atrás. Aquí indicaré un borrador de tal línea de pensamiento:
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4. Se sigue que hay una interconexión fundamental entre la lucha de las mujeres y lo
que se considera tradicionalmente como lucha de clases. No todas las luchas de
mujeres tienen una imposición inherentemente anticapitalista (particularmente
aquellas que buscan acrecentar el poder y riqueza de ciertos grupos de mujeres),
pero todas aquellas que construyan colectividad y confianza colectiva entre las
mujeres son vitalmente importantes en la construcción de una consciencia de
clase. En cambio, no todas las luchas de clase tienen un fundamento
inherentemente anti-sexista (especialmente las que se aferran a valores
patriarcales preindustriales), pero todas las que busquen construir la autonomía
social y cultural de la clase obrera están necesariamente relacionadas con la lucha
por liberación de la mujer.
Esta, en un resumen grosero, es una dirección que está tomando el análisis feminista
socialista. Nadie está esperando que emerja una síntesis que una a la lucha socialista y
la feminista en una sola cosa. Los sintéticos esquemas que presenté antes retienen su
verdad “definitiva”: haya aspectos cruciales de la dominación capitalista (como la
opresión racial) de lo que una perspectiva puramente feminista simplemente no puede
dar cuenta o tratar, sin distorsiones bizarras. Hay aspectos cruciales de la opresión
sexual (como la violencia doméstica) para los que el pensamiento socialista tiene poca
incursión -de nuevo, no sin una gran distorsión. Por eso la necesidad de continuar siendo
socialistas y feministas. Pero hay suficiente síntesis, tanto en lo que pensamos como en
lo que hacemos para comenzar a tener una identidad segura de sí misma como
feministas socialistas.
© Sociedad Futura
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