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Flirt (Madrid) - 9-2-1922, No. 1
Flirt (Madrid) - 9-2-1922, No. 1
30 cts.
AÑO I - NUMERO 1
PRENSA POPULAR
Madrid 9 Febrero 1925
Calvo Asensio, 3.,- Madrid.
- A p a r t a d o fl.OOS-
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eXZa ole (ioí¿<xcíoi¿ ío- e¿.
LA VIEJA ESPAÑA
G A L A N T E , POR DIEGO SAN JOSÉ
••• Y A P A L E A D O - —Y ¿cómo podrá ser eso, si vues- la avilantez de darme cita en el jar-
(Indiscreciones de un paje.) tro marido y amo mío está con vos? dín para esta noche.
«Es mi señora doña Silvia la más —repliqué yo espantado. Yo sólo pensaba en estar enterra-
gentil carne de falda que gocé en —Pues así ha de ser, y ello será do, que muerto ya lo estaba. Doña
"lis días. Venus al salir de los mares más para tu honra que para tu daño Silvia prosiguió, sujetándome más
la tomara enojos y celos el sol. con aquel enemigo. Mira ~ prosi- cada vez:
Como ya va mediando el otoño de guió—. Tú entrarás quedo y escon- —Ved, marido, que quiero que ba-
su bizarra vida, parece que quiere derte has entre los cobertores del jéis donde ese falso me espera y le
aromas de primavera y a todo ries- lecho, yo estaré ya sobre aviso y deis lo que se merece y no piensa
go los busca. no te irá mal, que para esta vez te encontrar.
Yo era simple y no hacía aprecio guardo las más bellas flores del jar- El tal púsose en pie de un salto.
de lo mucho que me regalaba mi dín de-mis delicias. La pécora continuaba:
atna, cuando aun no había una sema- Y fui. No había sino cumplir como —Para que no huya al veros, será
na que estaba a su servicio. Delante amante y obedecer como criado. bien que os pongáis mis vestidos;
de mí cambiaba de ropa y delante de Caminaba a tientas, curando de ponéoslos y no hagáis luz, porque
mí llegó a tomar el baño y mandar- no tropezar, y si'por acaso hacía rui- no advirtáis el color de la vergüen-
za que me toma el rostro al
haceros esta confesión.
Hizo mi amo como le decían,
y salió furioso hacia el huerte-
cillo.
Cuando hubóseme pasado el
susto merced ai nuevo agasa-
jo de mi ama y dueña, mandó-
me que con un buen fresno ba-
jase en busca de su merced y
fingiendo que le tomaba por
su liviana costilla, emprendié-
rala a golpes hasta que pidiese
confesar, diciendo mientras le
asaba a puros golpes:
—Tomad bellaca, falsa per-
jura, tusona de burdel calleje-
ro, ya que en tal estima tenéis
la limpia honra de mi amo,
'yie luego que la enjugara con un su- do, luego me estaba una hora con el pues con un criadillo suyo consen-
dario transparente a cuyo través di- un pie en el aire, como quien se ha tíais esta enlija, pues él no os la pro-
bujábase la carne fresca y mórbida pinchado. puso sino por probaros.
que era ganzúa de mi simplicidad. No hice más de llegar, y la corti- Hícelo así, y en Dios y en mi áni-
Un día se cambiaron las tornas; na que cubría el infierno de aquel ma que me despaché a mi gusto. A
^'la me atendió a mí, y desde en- matrimonio se alzó y saliendo una la media docena gemía el infeliz:
tonces todas las mañanas, aprove- mano de mi dama asióme de donde —¡Basta, Juanico, por tu vida, que
chando que mi amo estaba en el con- más sujeto me podía tener. ya sé en cuanto tienes la honra de tu
^^)o, el mayordomo en misa y las — Marido, marido, ¿no oís que os señor! Así te pague Dios este cuida-
criadas atendiendo al arreglo de la Hamo?—comenzó a decir—. Pare- do como yo pienso pagártelo mañana.
casa. céis un tronco. Así curáis del honor Desde aquel día soy el verdadero
Un día, que era burlona y mal in- vuestro que por osadías de un cria- dueño de la casa...
tencionada, díjome: do infiel se ve en trance de perder- Por la copia:
. ~-Juanico, quiero que esta noche se. Sabed que Juanico, el paje, me
'a pases en mi alcoba. ha requerido de amores y aun tuvo
PORQUE ENGAÑAN LOS HOM-
BRES A LAS MUJERES, POR FERNANDEZ FLOREZ
POR VARIAR de prendas. Al
Los recién f¡n,elilustrese-
casados habífin ñcr Poncet pu-
desaparecido do hacerse oir.
ya sin que, en —lEstam'os
el bullicio de la aquí — : di jo^—
fiesta, nadie lo muchos' hom-
advirtiese; pe- bres casados y
ro quedaban las algunos [que lo
suficientes mu- hemos sido. El
chachas guapas Que pueda afir-
y los suficien- mar, por su ho-
tes empareda- nor, que no ha
dos de jamón engañado a su
para que los in- mujer, que ha-
vitados no pen- ble.
sasen en imitar Se produjo
la conducta de los novios abandonan- tcrice a presumir que serán desgra- un silencio embarazoso.
do la espléndida morada donde se ha- ciados. El minúsculo señor Quzmán inda-
bía celebrado la boda. —No puedo augurar precisamente gó, mirando sobre el borde de su ta-
La gente joven había invadido el que serán de! graciados—replicó Pon- za dd te, si estaba su suegra en el
jardín, y en el gabinetiio donde iba cet—: la desgracia, más que las cir- gabinete. Poncet, con una débil son-
a ser servido el te, las «personas ma- cunstancias, la crean los tempera- risa irónica bajo el blanco bigote re-
yores» reuniéronse, sintiendo así co- mentos. Pero afirmo que este envi- cortado, se acomodó en un sillón y
mo el alivio de alejarse de aquel re- diable embeleso, que esta ansia amo- salió en amparo de aquella turbación
molino de risas, de chillidos, de co- rosa que a ellos mismos les parece general provocada por sus palabras.
mentarios, y también de ese prurito ahora que no podrá verse nunca sa- —Yo—dijo lentamente—tampoco
de hacer frases ingeniosas que aco- ciada, no durará mucho tiempo. En estoy exento de culpas, y no tengo
mete a la juventud cuando dos de una palabra: que el juramento de inconveniente alguno en hacer confe-
sus representantes declaran ante un fidelidad que acaban de hacerse se- sión de ellas, porque sé que ton in-
sacerdote que están dispuestos a in- rá quebrantado más pronto o más tar- herentes a la condición humana y que
tentar el sacrificio de multiplicarse. de, por cualquier pasión o por cual- nadie, después de oirías, me estima-
El ilustre señor Poncet, padrino de quier capricho. Y no es que exista en rá como un monstruo.
la boda, manteníase apartado en una este caso ninguna razón especial... «Algunos enlre ustedes han cono-
de las ventanas del gabinete, cuyo Es que es la ley humana, la ley in- cido a mi mujer y pueden decir si me
cristal empañaba la proximidad de su apelable y natural, que está por en- ciega el cariño al afirmar que era
aliento. Sus cejas habían trepado a lo cima de todirs las teorías y de todos guapa, inteligente y virtuosa como
alto de la frente, remontándose sobre los convencionalismos. la que pueJa serlo más. Me casé ena-
los lentes de oro, en ese gesto co- —Según eso... morado de ella, y enamorado de ella
mún a las personas abismadas en pen- —Según eso no hay un solo matri- estuve siempre. Su muerte fué el dis-
samientos de suave melancolía. La monio donde la traición o el engaño gusto más grande que he sufrido. Sin
obesa señora de Aguirre, a la que el no haya existido alguna vez. embargo, yo he engañado a mi mujer.
benedictine dotaba de una manía de — i Qué absurdo! «Si dijese ahora la razón brusca-
asociación que la hacía ser centro de Alzáronse algunas voces ofendidas: mente, ustedes la encontrarían acaso
un grupo numeroso, interpeló al so- —¡Hombre, Poncet!... Es una ge- un poco cínica, un poco brutal; pero
litario: neralización inadmisible. Afortuna- si me permiten explicar previamente
—¿Qué hace ahí el seño: Poncet? damente no ocurre así. el caso, reconocerán que es perfec-
¿Por qué no es de los nuesti os? —La excepción es precisamente tamente vulgar, el más vulgar de to-
El señor Poncet aproximóse, un esa. dos los casos. La primera incitación
poco encorvado, hundidas i s manos —¡Bueno andaría el mundo! la experimenté al poco tiempo de
en los bolsillos de su pantalón a ra- La anciana señora Mínguez maulló fijar nuestra residencia en Madrid,
yas. desde su butaca: casi en luna de miel todavía. Pasea-
—¿Qué hacía usted?—indagó la —Así son los matrimonios moder- ba por la calle de Alcalá y cruzó an-
señora de Ae-uirre, volviéndose ha- nos. Y no puede decirse que !a culpa te mí, casi rozándome, una mujer de
cia él tan violentamente que, al cho- ande muy lejos de estos bailes, de extraordinaria belleza. Cuando volví
car con su busto, el débil señor üuz- estas diversiones de hoy. Cuando yo el rostro para contemplarla mejor, el
mán tardó mucho en recobrar el equi- me casé sólo había juegos de pren- gentío la había ocultado. Mi imagi-
librio. das. Los juegos de prendas nunca nación ociosa discurrió sobre aquel
—Meditaba. han comprometido la felfciflad. nimio suceso. «He aquí—me dije—
—¿Y en qué meditaba? Las voces se entre nezclaban para una mujer que ha nacido y ha muerto
—En que acabamos de dar origen trenzar una unánime protesta contra para ti en un segundo. La has mira-
a una infelicidad. el criterio temerario del señor Pon- do, la has deseado, y murió; porque
—¡Oh! — protestaron algunos —. cet. En vano la señora Mínguez qui- es casi absolutamente seguro que no
¡A una infelicidad! so continuar desenvolviendo su teo- la vuelves a encontrar nunca, y eso
—Los recién casados—opinó la.se- ría de que la corrupción de las cos- equivale a su muerte.» Esta idea se
ñora de Aguirre—son jóvenes, son tumbres estaba estrechamente rela- repitió muchas veces en mí, en oca-
ricos, se adoran... Nada hay que au- cionada con el desuso de los juegos siones diversas, y cada vez era más
melancólica y más punzante. En los ternuras o sus crueldades? ¿Qué no- maridos: «¿Por qué engaña usted a
teatros, en los bailes, en los paseos, vela de amor podrá crear, en la que su esposa?», os tendrán que respon-
dondequiera que podía contemplar yo no seré nunca el protagonista?» der como yo: «Por variar...»
mujeres desconocidas, me afligía Y esto ocurre aunque améis ya cie- «¡Diablo', aseguro a ustedes que
aquella consideración que ya expuse. gamente a otra mujer, y aun podría me resistí cuanto pude. Mi mujer era
Por nada del mundo hubiese cambia- decir que ocurre especialmente cuan- morena, y, a los dos años de casado,
do a mi mujer, pero experimentaba do amáis a otra. Muchas veces basta a mi me gustaban casi todas las ru-
la avidez de gustar otros amures, de el simple contraste físico entre vues- bias. Yo estaba dispuesto a resistir
penetrar en otras almas, de dejar mi tra mujer y una mujer cualquiera, heroicamente en mi fidelidad... Se
recuerdo en otro corazón. No era el para que la tentación os asalte pode- me ocurrió una idea. Un día llevé a
ansia del conquistador vulgar, del co- rosamente. mi esposa un excelente tinte. «¿Por
leccionista de novias, que, por regla «Es ese mismo deseo, un poco con- qué no te tiñes de rubio?—le dije—.
general, es un pobre enfermo; sino fuso, que experimentamos muchas Es la moda.» Y cambió el color de
una mezcla de curiosidad, de ansia veces, de vivir otras vidas distintas su cabello,
de novedad y... de ese cansancio que a la nuestra. El aventurero constitu- —¿Y usted resistió la tentación.-"—
todo amor conseguido y sosegado de- ye el fruto de esta proteica ansiedad, inquirió la señora de Aguirre.
ja en el fondo de los espíritus. irresistiblemente agudizada. La mis- —Sí; las rubias dejaron de preocu-
«¿A quién no le ha ocurrido algo ma ocupación, los mismos ambientes, parme por aquel tiempo. Ptro mi
de esto? ¿Quién, en un baile, por fatigan. La misma mujer, el mismo mujer era, ademas de morena, me-
ejemplo, no ha sentido el afán de una amor, produce desmayos sentimenta- nuda, delgada y de carácter serio...
mágica multiplicidad que le permitie- les de los que algunos vuelven más Fué imposible evitar la «necesidad»
se ser la pareja de todas las muje- enamorados aún y otros... no vuel- de engañarla con mujeres altas, gor-
res? A veces, un gesto de «na des- ven nunca. Es, en una palabra, la ne- das y de carácter alegre. Me acuso
conocida, un ademán, el timbre de cesidad de la variación. Yo engañé de ello. Y, sin embargo, yo he que-
una voz, una frase que pudimos oir a mi mujer por variar, tan sólo por rido mucho a mi mujer.
3| pasar a su lado, el brillo de sus variar, y con otras mujeres que no
ojos o la forma de su boca, nos hacen eran tan guapas, ni tan inteligentes,
pensar: «¿Cómo amará? ¿Cuáles se- ni tan amorosas como ella. Y si pre- tu. J-cHM'om^olc'i S-ío^e/z
rán sus palabras, sus actitudes, sus guntáis al ochenta por ciento de los