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Una delegación de los jefes indios Pottawatamie había estado esperando ver al
Profeta durante varios días. El Profeta se apresuró a su encuentro apenas pudo
salir del juicio que se le había hecho. Esta fue la notable entrevista que tuvo
lugar entre ambos.
Una vez que el orador de la delegación se aseguró que todos los presentes eran
amigos de José, y que por consiguiente podía hablar con total confianza, se
puso de pie, y por medio del intérprete dijo lo siguiente: "Nuestro pueblo ha
sido vejado y oprimido. Muchas veces nos han expulsado de nuestras tierras.
Nos hemos desgastado en guerras hasta no quedar más que unos pocos de
nosotros. El hombre blanco nos ha odiado y ha derramado nuestra sangre hasta
casi no quedar un indio vivo. Hemos hablado con el Gran Espíritu, y el Gran
Espíritu ha hablado con nosotros. Le hemos pedido al Gran espíritu que nos
salve y nos permita vivir, y el Gran Espíritu nos ha dicho que El ha levantado a
un gran profeta, líder y amigo, quien nos haría mucho bien y nos diría qué
hacer; y el Gran Espíritu nos ha dicho que usted es aquel hombre (apuntando a
José). Hemos viajado mucho para verlo y oír sus palabras, y nos diga qué
tenemos que hacer. Nuestros caballos están agotados por el viaje y nosotros
estamos hambrientos. Ahora aguardaremos y oiremos sus palabras."
José estaba muy emocionado hasta las lágrimas. Se puso de pie y dijo: "He
escuchado sus palabras. Son verdaderas. El Gran Espíritu les ha dicho la
verdad. Yo soy su amigo y hermano,y deseo hacerles el bien. Vuestros padres
fueron una vez un gran pueblo. Ellos adoraban al Gran Espíritu. El Gran Espíritu
les hacía mucho bien. El era su amigo pero ellos abandonaron al Gran Espíritu, y
no quisieron escuchar Sus palabras ni obedecerlas. El Gran Espíritu los
abandonó y comenzaron a matarse el uno al otro y han sido pobres y afligidos
hasta ahora.
Al final de la entrevista José hizo que mataran un buey para ellos y se les
proveyera de algunos caballos más y regresaron a casa satisfechos y
contentos.
Puede decirse entre paréntesis que este hecho de bondad fue de hecho como
"pan arrojado sobre las aguas," ya que durante los tenebrosos días del éxodo,
los Santos pudieron hallar refugio por un tiempo bajo el abrigo y protección de
los amigables indios Pottawamie.