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“Albergar un loco en casa protege del mal de ojo ”, así reza un antiguo dicho griego.

En la literatura mediterránea, alrededor del siglo V a.C. se instala la creencia de que ciertas
miradas son medios a través del cual podía ejercerse poderes dañinos, se pueden encontrar
diversas referencias de obras en donde se alude a la vehemencia de la mirada, al mal de ojo como
causante de infortunios; Homero, hace uso de esta crónica en algunos pasajes sobre el mal
presagio de una mirada insidiosa, podemos citar en primer lugar a Medusa, cuya mirada
petrificaba a quien osara verla; por otra parte, también en “la Odisea” señala que Zeus envía un
presagio a todos los pretendientes de Penélope en forma de dos águilas que lanzan una mirada de
muerte; en Los Caballeros de Aristofanes, Nicias, denuncia como gafe a un nuevo esclavo de
Paflagonia, porque mediante sus calumnias y despiadadas miradas, hace que el amo castigue a los
otros esclavos, provocando desgracia. Mas tarde en los siglos, IV, III a.C. y con seguridad a partir
del siglo III d.C. se inscriben representaciones del mal de ojo referidas a la envidia, Plutarco,
Heliodoro, Demócrito, sostienen esta idea, manifestando este último, que:

“La envidia es un sentimiento hostil que envenena toda el alma y que luego se expulsa
contra lo envidiado de diferentes formas, en especial por los ojos en tanto, la visión, tiene
mucha movilidad.” (Alvar, 2010)

Respecto al mal de ojo y al albergar a un loco, nos cuesta pensar en la relación que ambas
tendrían, no obstante, pese a lo disparatado de esta comparación tienen puntos comunes, uno de
ellos, es la dimensión del tabú, y consiguientemente la otra es la forma de tramitar este mal/ tabú
ya sea para protegerse o deshacerlo, y es que en esta cultura, se destaca entre ellas el uso de
amuletos y ciertos rituales; sin embargo, este decir, sigue despertando curiosidad, “albergar a un
loco”, ¿Cuál sería el lugar de esta declaración?, podríamos responder anticipadamente que este
manejo “albergar”, responde del mismo modo que el talismán, conserva en sí, un efecto
apotropaico, es decir, funciona como un mecanismo de defensa mágico a para alejar el mal; de
ello que albergar tanto locos, como poseídos, andrajosos mendicantes, es una practica que hasta
el día de hoy subsiste bajo ciertos miramientos y no distantes a tramitar, enfrentar al temido mal
de ojo.

Si bien es cierto, no todos estamos acostumbrados a albergar a locos mendicantes en nuestras


viviendas (y sería muy llamativo estar acostumbrado), más, aseguro que conservamos el “trámite”
y el “temor sagrado” que estos habitantes de calle (hombres y mujeres), locos o no, adictos o no,
invocan, y es que estas figuras errantes tienen un privilegiado lugar representacional en nuestra
economía psíquica y en nuestra sociedad, Freud afirma, “No debemos olvidar, sin embargo, que el
tabú no es una neurosis, sino una formación social.”

Internémonos entonces en el tabú del habitante de calle, del mendicante loco, que despierta una
serie de actuares a nivel personal y social, Freud, en 1912, sostiene: “Las personas y las cosas tabú
pueden ser comparadas a objetos que han recibido una carga eléctrica; constituyen la sede de una
terrible fuerza que se comunica por el contacto y cuya descarga trae consigo las más desastrosas
consecuencias cuando el organismo que la provoca no es lo suficientemente fuerte para resistirla”
(Freud, 1912-193) de ello que, conservar un objeto o persona tabú previene de los males que
estos conservan y potencialmente transmitirían sino se obra con ciertos miramientos; hay que
resaltar que este es el contenido del “pensamiento mágico”; hoy por hoy hacemos las paces con
estas fuerzas de diversas formas, de ello que supongo ustedes conocen o están familiarizados, con
suplicas tales como: “hoy por mí, mañana por ti”, “no quiero pero la situación me obliga”,
“ayúdame con una monedita que puedes perder al subirte o bajarte del bus”, “nadie está a salvo
de un imprevisto”, “estoy pidiéndote una ayudita no matando allá en la calle”, ”colabora”, “una
moneda o un pan”, a lo que generalmente y no todos responden con lo solicitado. Dar una
moneda a cambio de recuperar algo del espacio trastocado parecería un trato justo, una moneda
que nos expía de la transmisibilidad del tabú, que nos libra de caer en desgracia o que nos asegura
(Freud, 1912-193)que, si necesitáramos de un auxilio alguna vez en la vida, un ajeno piadoso
vendría en nuestro auxilio.

Ahora, situemos la corriente hostil que también despierta la misma situación, quien mendiga es el
recordatorio de la inequidad de oportunidades, desnuda la oposición entre oportunidades y
trabajo, despierta el sentimiento de indignidad, de eso que habremos escuchado frases del tipo:
“el pobre es pobre porque quiere”, “la necesidad obliga”, “que se espera de esa gente”, entre
otros decires que ciernen la compasión y dejan entrever un costado que reprocha; nos
encontramos entonces enfrentando “al mundo sosegado y razonable que hace posible el tabú”
(Bataille, 1957) con un posmodernismo que exige el sentido de nuestros esfuerzos acentuando al
fracaso como marca imperecedera de quienes no se han rendido al trabajo.

Citemos a Bauman a nuestra discusión, pues nos recuerda que: “cada tipo de orden social produce
los fantasmas que lo amenazan (…) Una sociedad insegura de su supervivencia desarrolla la
mentalidad de una fortaleza sitiada” (Bauman, 2021); nuestros “locos mendicantes, habitantes de
calle”, invocados a convivir dentro de nuestras murallas, plazas, iglesias, pero no casas, toman las
formas de los demonios internos que debemos exorcizar, extirpar para que la “sociedad de bien,
marche bien”, sin embargo se elide el hecho de que sus males no son ni más ni menos que la
representación de nuestros excesos sociales, representan burlona, sufrientemente eso con lo que
no podemos tramitar, no hay moneda efectiva que expíe nuestra exigencia de consum o, ni que
devuelva la dignidad hurtada de quienes encontramos vagando en la calles.

Para Herbert Gans “los sentimientos que las clases más afortunadas albergan hacia los pobres, son
una mezcla de miedo, enojo y condena; pero es probable que el miedo sea el componente más
importante” (2020); aplicándolo a la sociedad Ecuatoriana, yo subrayaría “la condena”, ese “temor
sagrado” que todavía no hemos terminado de digerir, en tanto no se han propuesto medidas que
contengan no solo el miedo a las revueltas sociales, sino que realmente detengan el avance de
medidas que rompen con la dignidad humana.

Una moneda no basta, no expía la inequidad, ni contiene el mal de ojo en una sociedad en donde
no hay trámite pensado para contener la indignidad.

Autor: Psi. Cl. Carolina Játiva


Bibliografía
Alvar, A. (2010). EL MAL DE OJO EN EL OCCIDENTE ROMANO:. Madrid: ISBN: 978-84-693-7841-0 .

Bataille, G. (1957). El Erotismo. Mexico: TUSQUETS.

Bauman, Z. (2021 de Agosto de 2021). Cuando ser pobre e sun delito. Bloghemia, 1-12. Obtenido
de Bloghemia.

Freud, S. (1912-193). Totem y Tabú. Buenos Aires: Amorrortu.

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