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PAPEL
MÁQUINA,
No.
5,
2010,
santiago
de
chile.
(pag
113
-‐131)
CRISIS
SOBERANA
Y
CRISIS
DESTRUCTIVA
CONVERSACIÓN
EN
TORNO
AL
LIBRO
TECNOLOGÍAS
DE
LA
CRÍTICA
(Metales
Pesados,
2010,
Stgo.
de
Chile).
Villalobos:
Hay
en
tu
libro
un
tono
subrepticio
que
se
escucha
desde
una
suerte
de
bambalina
del
argumento,
y
tiene
que
ver
con
cierta
distancia
que
tomas
con
respecto
a
lo
que
podríamos
llamar
“the
end
of
the
game
criticism”
o
“crítica
de
fin
del
juego”.
Se
trataría
de
un
cierto
desplazamiento
de
la
crítica
como
juicio,
pero
también
como
patética,
incluso
melancólica,
que
te
permite
cohabitar
con
la
problemática
del
nihilismo
sin,
para
citarte,
abastecerla.
Más
que
autores
u
obras,
las
pistas
que
siembras
en
el
libro
tienden
a
ser
referencias
cifradas
a
ciertas
nociones
que
aluden
a
este
desplazamiento:
constelación,
cita,
montaje,
multiplicidad,
ensamblaje,
Benjamin,
inmanencia,
Deleuze,
etc.
Todo
esto,
sin
pasarse
al
otro
lado
de
la
patética,
es
decir,
sin
euforia
ni
entusiasmo.
Esto
motiva
mi
primera
pregunta:
¿Cómo
ves
la
relación
entre
este
último
trabajo
y
tu
ensayo
La
crisis
no
moderna
de
la
universidad
moderna,
es
decir,
entre
el
horizonte
de
agotamiento
general
que
se
desprende
del
predominio
de
la
universidad
telemática,
y
tu
crítica
al
principio
unificador
de
las
filosofías
negativas
(igualmente
nihilistas)?
Thayer:
La
Crisis
no
moderna...
fue
escrita
en
unas
contingencias
poblacionales,
un
paisaje
literario,
un
encadenamiento
de
modos
de
producción,
muy
diferente
al
de
Tecnologías
de
la
crítica.
Creo
que
eso
determina,
en
parte,
gestos
y
testificaciones
que
distancian
esos
trabajos.
La
crisis
no
moderna...,
publicada
en
1996,
"testifica"
el
Golpe
de
Estado
a
la
universidad,
el
momento
refundacional,
el
cambio
de
reglas,
de
régimen
jurídico
y
categorial
de
la
universidad
cifrado
en
1981,
con
la
ley
de
universidades
de
la
Dictadura;
testifica
también
el
despliegue
efectivo
de
esa
ley
durante
el
primer
gobierno
de
la
Concertación,
despliegue
en
el
cual
el
régimen
universitario
fundado
por
la
Dictadura
fue
"democráticamente"
fomentado
y
productivizado
y
normalizado,
1
ganando
familiaridad
en
la
irrupción
de
cerca
de
60
universidades
S.A.
asociadas
con
las
AFP
y
las
ISAPRES,
la
nueva
empresarialidad
que
se
creó
con
el
primer
reparto
a
privados
de
los
bienes
del
Estado
soberano.
Hay
una
investigación
al
respecto
de
María
Olivia
Mönckeberg
que
ilustra
sustantivamente
lo
que
Carl
Schmitt
llama
"distribución"
(del
botín)
que
inmediatamente
sigue
a
la
apropiación-‐expropiación.
El
libro
de
Mönckeberg
se
titula
La
privatización
de
las
universidades
y
es
del
año
2005.
En
este
sentido
es
que
el
título
La
crisis
no
moderna
de
la
universidad
moderna
nombra
la
transición
de
la
universidad
en
Chile
operada
por
la
Dictadura,
y
nombra
también
el
afianzamiento,
la
conservación
y
fomento
de
esa
transición
durante
la
Concertación.
Lo
que
La
crisis…
nombra
es
la
transición
estructural
de
la
universidad
desde
el
Estado
nacional
como
máquina
soberana
universitaria
en
proceso
vanguardista,
hacia
un
Estado
que
ensambla
su
soberanía
a
la
gestionalidad
empresarial.
En
Chile
esta
transición
tuvo
lugar
con
la
Dictadura.
La
Dictadura
es,
según
ese
libro,
la
operadora
de
la
transición
del
Estado
nacional
soberano
hacia
el
mercado
transnacional
globalizado
que
se
consolidará
con
los
gobiernos
de
la
Concertación.
En
tanto
tránsito
que
disuelve
al
Estado
soberano
en
la
globalización
transnacional,
la
Dictadura
es,
en
Chile
al
menos,
la
consumación
de
la
vanguardia,
la
consumación
de
la
guerra
fría
en
una
facticidad
¿sin
nomos?.
Entonces,
hay
una
paradoja
conjugándose
en
La
crisis
no
moderna...
Me
refiero
a
lo
siguiente:
la
globalización
gestional
es
el
límite
o
un
límite
de
la
soberanía.
Pero,
a
la
vez
es
la
propia
soberanía
la
que,
bajo
la
forma
de
una
dictadura
soberana
activa
ese
límite,
opera
la
transición
a
la
globalización;
como
si
la
soberanía
que
muere
en
la
globalización
neoliberal
o
que
se
ensambla
con
ella
convirtiéndose
en
otra
cosa,
buscara
su
extenuación
bajo
la
forma
dictatorial
que
es
la
máxima
expresión
del
paradigma
soberano
moderno,
teológico
político-‐
secularizado.
Es
la
soberanía,
entonces,
la
que
pone
en
crisis
a
la
soberanía,
la
que
hace
morir
a
la
soberanía
dejándola
vivir
ensamblada
a
la
máquina
gestional
y
burocrática
de
la
economía
abierta
trastornando
el
modo
de
producción
de
la
decisión
y
de
la
excepción
soberanas
(la
decisión
democrático
parlamentaria
y
la
dictatorial)
cuyas
instancias
la
máquina
gestional
burocratiza
y
subsume
neutralizándolas
infinitamente.
Es
la
Dictadura
soberana
la
que
funda
una
constitución
no
soberana,
o
no
simplemente
soberana,
y
esa
es
la
paradoja
de
una
constitución
soberanamente
fundada
que
ya
no
responde,
sin
embargo,
al
paradigma
soberano
de
la
contención
(katekhón)
del
mercado
abierto,
acéntrico,
del
anticristo,
como
diría
el
ala
schmitteana
de
la
Alianza
por
Chile
que
hoy
gobierna.
La
dictadura
soberana
funda
una
Constitución
que
saca
a
bailar
2
a
la
soberanía
en
la
pista
ilimitada
del
mercado
gestional-‐empresarial
expandido.
Villalobos:
Recuerdo
que
Renato
Cristi,
en
su
libro
con
Ruiz-‐Tagle,
(La
república
en
Chile.
Teoría
y
práctica
del
constitucionalismo
democrático,
LOM:
Santiago,
2006),
concibe
esta
Constitución
como
fin
de
la
tradición
republicana,
es
decir,
como
despliegue
radical
de
la
excepcionalidad
jurídica
asociada
al
Golpe,
más
allá
del
catecismo
liberal
sobre
nuestra
ejemplar
historia
cívica.
En
este
sentido,
la
Constitución
del
80
es
también
la
des-‐constitución
del
contrato
social
nacional
y,
como
fin
de
dicho
contrato,
es
también
el
fin,
el
agotamiento
del
sistema
categorial
que
le
servía
de
referencia.
Ella,
como
sinécdoque
de
la
operación
dictatorial,
es
el
“tema”
de
fondo
con
el
que
se
emplaza
una
nueva
pista
de
baile.
Thayer:
Sí,
la
irrupción
de
esa
"nueva"
pista
consiste,
antes
que
nada,
en
que
se
hace
visible
que
el
contrato
social
republicano,
la
"larga
tradición
democrática"
desde
hace
mucho
era,
dicho
en
código
benjaminiano,
excepcionalidad
vuelta
regla,
violencia
jurídica
naturalizada:
costumbre,
modo
de
vida,
tradición,
normalidad
institucional
y
política.
La
vanguardia,
el
gobierno
popular
de
Salvador
Allende,
ya
había
operado,
una
desfetichización
de
esa
larga
y
"ejemplar"
tradición
democrático-‐jurídico-‐
económica,
haciéndola
visible
como
régimen
opresivo
y
violento.
Violento
no
porque
uno
de
sus
recursos
a
la
mano
sea
el
uso
ocacional
de
las
armas,
de
la
fuerza
de
las
armas
o
de
las
fuerzas
armadas;
sino
como
un
régimen
armado,
y
en
ese
sentido,
un
régimen
estructuralmente
violento,
es
decir,
que
usa
las
armas
siempre,
porque
el
uso
de
las
armas
no
se
define
por
un
disparo
o
dos,
sino
por
la
tenencia
de
las
armas.
Y
esto
es
inevitablemente
así,
cuando
se
cae
en
la
cuenta
de
ello,
porque
en
tanto
violencia
fundadora
la
democracia
soberana
tiene
que
conservar
lo
fundado,
conservar
lo
apropiado,
reproducir
su
acumulación
originaria,
la
propiedad
producida,
distribuida
y
fomentada,
propiedad
que
incluye
como
botín
suyo
también,
lo
que
excluye,
lo
que
excluye
en
su
inclusión.
Es
cierto
que
la
democracia
sobre
todo
parlamenta,
es
parlamentaria,
conversadora,
dialogadora;
pero
conversa
siempre
con
las
armas,
no
digamos
en
la
mano,
pero
si
con
las
armas
a
la
mano.
Creo
que
la
política
de
masas
de
la
Unidad
Popular
hizo
visible
el
orden
democrático
como
un
artificio
particular
que
instauraba
y
conservaba
permanentemente
un
orden
jurídicamente
naturalizado
de
propiedad
que
consideraba
estructural,
paradigmáticamente,
la
expropiación
de
muchos
—
3
expropiación
constitutiva
de
ese
paradigma,
tautológicamente
acompañado,
por
lo
mismo,
de
los
paternalismos
y
humanitarismos
solidarios,
el
fetiche
de
los
"grandes
benefactores"
buenas
personas—
de
esos
muchos
que
la
democracia
esencialmente
incluía
como
exclusión,
que
incluía
como
no
circulación,
como
reprimido
sine
qua
non;
hizo
visible
la
historia,
la
posibilidad
de
la
democracia
chilena,
como
como
estructura
de
opresión.
La
vanguardia
popular
puso
a
circular,
sacó
a
bailar
en
democracia,
como
democracia
de
masas,
las
masas
oprimidas
por
la
democracia,
radicalizándo
la
democracia,
sin
romper
el
verosímil
constitucionalista
soberano.
Aunque,
cabe
consignarlo,
entre
la
multiplicidad
de
vectores
que
se
desplegaban
como
gobierno
popular,
no
todos
iban
a
dejarse
contener
en
el
marco
constitucional
estructuralmente
excluyente,
sobre
todo
después
de
haberlo
visto.
La
Unidad
Popular
en
su
multiplicidad
de
vectores
parlamentarios,
vanguardistas
y
anarquistas
o
izquierdistas,
averió
rotundamente
el
fetiche
de
la
democracia,
la
exhibió
como
regimen
armado
de
expropiación,
hizo
visible
que
la
paz
democrática
se
sustentaba
principalmente,
si
bien
no
exclusívamente,
en
la
tenencia
de
las
armas,
es
decir,
en
la
tenencia
del
poder
de
fuego;
hizo
visible
que
el
que
tiene
el
poder
de
fuego
tiene
la
paz,
es
propietario
de
la
paz,
propietario
de
la
democracia,
del
fetiche
de
la
democracia
como
paz.
La
"tradición
de
los
oprimidos"
que
circuló
como
Unidad
Popular
nos
enseña...
pero
sobre
todo
el
Golpe
de
Estado
nos
enseña
...
que
la
tenencia
de
las
armas
(que
es
la
tenencia
del
fetiche
de
la
paz,
la
tenencia
del
factum
de
la
regla,
la
tenencia
del
factum
de
la
propiedad,
expropiados
incluidos)
era
la
tradición
de
paz
y
democracia
en
que
vivíamos.
Villalobos:
y
ese
sería,
para
mí,
uno
de
los
problemas
con
el
argumento
de
Cristi
y
Ruiz-‐Tagle
pues
para
ellos
el
Golpe
todavía
aparece
como
interrupción
de
la
tradición
republicana
y
como
salto
a
la
globlización.
El
Golpe,
y
en
eso
tiene
razón
Cristi,
se
mostró
desde
el
principio
como
volunad
de
diseño
y
fundación
de
un
nuevo
escenario
jurídico,
de
hecho
Cristi
afirma
que
ya
desde
el
mismo
13
de
septiembre
de
1973,
la
Junta
se
plantea
la
necesidad
de
constituir
una
comisión
para
revisar
el
marco
constitucional
averiado
por
el
abuso
de
la
Unidad
Popular.
Sin
embargo,
la
organización
cronológica
del
argumento,
su
énfasis
en
un
cierto
momento
republicano
originario,
da
la
ambigua
impresión
de
una
sobrevaloración
de
la
“tradición”
democrática.
En
este
sentido,
el
Golpe
como
fin
de
la
república
no
interrumpe
un
proceso
de
progreso
continuo
sino
que
lo
visibiliza
en
su
condición
de
fetiche.
Este
fetiche,
esta
operación
efectiva
4
del
derecho,
reaparece
en
la
serie
de
discursividades
dispuestas
a
comprender
el
pasado
nacional,
la
dictadura,
la
transición,
la
democracia.
Por
ejemplo,
en
las
ciencias
sociales.
Thayer:
Cuando
las
ciencias
sociales
proponen
que
el
Golpe
de
Estado
no
es
una
más
de
las
tantas
crisis
de
la
democracia,
sino
su
derrumbe
por
largo
tiempo
(derrumbe
del
que
luego
nos
recuperaríamos
democráticamente
otra
vez),
y
que
ese
derrumbe
tiene
lugar
a
causa
de
la
instauración
de
un
gobierno
autoritario,
siguen
trabajando
para
el
fetiche
de
la
democracia
tradicional,
pre-‐Golpe,
pre-‐vanguardia.
Quiero
decir
que
esa
lectura
deja
de
lado
que
el
derrumbe
de
la
"larga
tradición
democrática",
más
que
la
instauración
de
un
régimen
autoritario
por
un
tiempo,
como
propone
Manuel
Antonio
Garretón,
es
la
visibilización
de
que
la
democracia,
la
constitución
republicana,
el
paradigma
soberano
en
que
se
traza
esa
democracia,
es
estructuralmente
excepcionalidad
vuelta
regla,
excepción
fundante
y
también
conservación
de
lo
fundado
mediante
la
violencia.
El
derrumbe,
para
usar
el
término
de
Garretón,
aunque
a
contrapelo
de
Garretón,
más
que
en
la
instauración
de
un
gobierno
antidemocrático,
consistió
en
la
visibilización
del
fetiche
de
la
democracia
soberana
como
forma
estructuralmente
violenta
de
gobierno.
Del
instante
de
visibilización
del
fetiche
no
es
posible
olvidarlo
ni
con
los
mayores
esfuerzos
de
refetichización,
lo
cual
no
quita
que
se
den
(a
granel)
las
complicitaciones
con
el
fetiche.
Si
en
alguna
parte
se
puede
experimentar
privilegiadamente
los
efectos
de
esa
visibilización
es
en
la
nihilización
del
régimen
de
afectos,
categorías,
doxas,
conflictos
y
liturgias
soberanas
que
comprendían
la
universidad,
el
parlamento,
el
lenguaje,
las
estructuras
cotidianas
de
reconocimiento
en
las
que
"naturalmente"
se
vivía
la
tradición
democrática:
crisis
no
moderna
de
las
categorías
soberanas
modernas,
crisis
no
moderna
de
la
democracia
moderna,
de
las
instituciones
e
institutos
moderno-‐soberanos.
El
lenguaje
de
la
Concertación
(cuando
la
Concertación
habla
de
Estado,
de
universidad,
de
historia,
gobierno,
de
país,
de
democracia,
justicia,
memoria)
está
siniestrado,
nihilizado
por
la
transición-‐visibilización
que
operó
la
Dictadura
respecto
de
la
democracia
soberana.
Y
la
Concertación
lejos
de
asumir
esa
nihilización
como
estado
de
cosas,
como
modo
de
producción
a
partir
del
cual
debía
ejercer
su
posibilidad,
reestetizó
con
el
lenguaje
republicano
de
la
democracia
y
la
soberanía,
la
democracia
y
el
Estado
S.A.
fundado
por
la
Dictadura
y,
estetización
mediante,
fomentó
los
desplazamientos
estructurales
que
la
Dictadura
había
avanzado
en
términos
de
introducir
el
modo
de
producción,
el
paradigma
gestional
5
empresarial
para
las
universidades,
la
educación,
la
salud,
el
agua,
las
comunicaciones,
el
parlamento,
etc.
El
emblema
de
esa
nihilización
es
la
bandera
empresarial
postnacional
de
70
metros
con
que
la
Alianza
por
Chile
cubre
la
moneda
37
años
después
de
haberla
bombadeado,
después
de
haber
bombardeado
soberanamente
la
soberanía
nacional.
De
cualquier
modo,
la
nihilización
no
es
simplemente
la
desaparición
de
las
categorías,
institutos
e
instituciones
republicanas
soberanas,
sino
su
desvanecimiento
en
cuanto
valores
de
uso
y
al
mismo
tiempo
su
supervivencia
estetizada
para
múltiples
oportunismos
bajo
el
nÍhil
del
valor
de
cambio.
La
crisis
no
moderna,
dice
relación,
entonces,
con
esta
nihilización,
y
el
libro
la
testificaba.
Testificaba
más
que
una
"verdad
de
la
crisis"
una
crisis,
una
desfetichización
del
régimen
de
verdad
y
categorialidad
de
la
democracia
soberana-‐republicana,
crisis
que
pasa,
en
parte,
por
la
depotenciación
de
su
fetiche,
y
que
pasa
también
por
la
potenciacion
del
modo
de
producción
gestional
de
una
democracia
y
una
universidad
ya
no
soberanas,
no
republicanas,
sino
corporativas,
de
sociedades
anónimas,
y
el
gobierno
de
poblaciones
(no
de
ciudadanos)
que
se
pone
en
curso
con
la
Constitución
política
de
1980.
A
partir
de
aquí
se
podría
percibir
otra
diferencia
con
Tecnologías
de
la
crítica,
que
se
mueve,
creo,
en
un
registro
afirmativo
(deleuziano)
y
no
negativo
de
la
crisis.
Villalobos:
Si,
pero
antes
de
ir
a
esto,
también
se
trataba
en
ese
primer
libro
de
pensar
la
crisis
no
moderna
como
predominio
de
la
habladuría
de
la
reconciliación,
como
la
llamaba
Patricio
Marchant;
es
decir,
como
universalización
de
la
ideología
modernizante
de
la
transición,
en
cuyo
caso
la
transición
no
sólo
operaba
reestetizando
las
categorías
de
la
doxa
democrática,
sino
dejando
intacto
el
pacto
entre
teoría
de
la
modernización
(historicismo)
y
capitalismo
mundial
integrado
(globalización),
lo
que
tú
llamarías
hundimiento
en
la
gestionalidad
infinita.
Thayer:
La
crisis
no
moderna...
expone
también
el
pasaje
de
la
Dictadura
a
la
Concertación.
Pero
en
este
pasaje
no
hay
crisis,
no
hay
ruptura,
no
hay
refundación,
no
hay
transición.
Lo
que
hay
es
reajuste
burocrático,
comisarial,
aseo
y
ornato,
conservación
y
fomento
de
lo
expropiado,
distribuido,
fundado
por
la
Dictadura,
de
lo
firmado
por
Pinochet,
firma
que
continúa
firmando.
¿Firmando
qué?
El
ensamble
entre
el
Estado
soberano
nacional
y
la
gestión
empresarial
transnacional,
o
el
pacto
entre
teoría
de
la
modernización
(historicismo)
y
capitalismo
mundial
integrado
6
(globalización),
como
indicas.
Firma
Pinochet
que
continuó
firmando
la
estructura
de
los
desenvolvimientos
de
los
gobiernos
soberano-‐
gestionales
de
la
Concertación,
y
en
que
se
desempeña
ahora
el
gobierno
de
la
Alianza
por
Chile,
que
asume
el
relevo
concertacionista
de
lo
firmado
por
Pinochet,
es
decir,
bueno,
por
ellos
mismos,
en
silencio
o
a
voces.
La
crisis
o
transición
no
moderna
de
la
universidad
moderna,
se
desplegó,
por
lo
mismo,
a
contrapelo
de
las
doxas
cientistas
sociales
que
camuflaron
la
transición
que
hizo
la
Dictadura
endosándosela
a
la
Concertación,
ocultando
voluntaria
o
involuntariamente
que
la
firma
de
Pinochet,
más
allá
de
las
intenciones
del
personaje,
signó
la
pista
constitucional
de
los
Gobiernos
de
la
Concertación.
Esto
es
algo
que
piensan
y
dicen
los
pinochetistas
cuando
exigen
que
se
reconozca
que
fue
Pinochet
el
que
cambió
el
país,
y
ahí
no
se
equivocan
(salvo
que
piensan
en
la
persona,
en
el
señor
Pinochet,
no
en
la
firma
de
muerto
que
sigue
firmando).
Y
no
fue
difícil
que
la
Concertación
se
plegara
a
la
doxa
cientista-‐social,
que
en
gran
medida
le
donó
la
lengua
que
la
hace
comparecer
activa
y
agente
de
la
recuperación
de
la
democracia.
Pero
¿qué
democracia
recuperó
la
concertación?
En
cualquier
caso
no
recuperó
ninguna,
ni
mucho
menos
la
democracia
republicana.
Lo
que
hizo
la
Concertación
fue
poner
en
ejercicio
la
máquina
empresarial
transnacional
de
gobierno
poblacional
fundada
acá
por
Pinochet,
un
parlamento
gestional
de
corporaciones
S.
A.
en
que
se
decide
no
por
soberanía
sino
según
indicadores
de
riesgo,
de
seguridad
y
vulnerabilidad
empresarial
o
poblacional
(misma
cosa,
no)
administrando
oportunistamente
ideologías
según
liturgias
mediáticas
de
glorificación
o
fetichización
del
"nuevo"
modo
de
producción,
de
este
modo
de
producción
sin
modo
que
constituye
el
paradigma
gestional
que
ensambla
en
su
burocracia
al
paradigma
soberano.
Como
dice
Guattari:
nada
es
esencial
al
neoliberalismo,
no
tiene
canon,
carece
de
modo
de
producción
y
opera
oportunistamente
con
cualquiera.
En
cualquier
caso,
el
prefijo
trans
referido
al
capitalismo
mundial
integrado,
prefijo
presente
en
sintagmas
comunes
como
transnacional,
transcultural,
transdiciplinar,
transversal,
etc,
no
nombra
un
movimineto
deconstructivo
de
la
identidad
–nacional,
cultural,
disciplinar–,
no
nombra
un
flujo
que
ni
viene
de
una
identidad
ni
va
hacia
otra
identidad,
más
saturada
o
rala,
y
que
tendría
lugar
sólo
erosionando
la
identidad,
las
topologías,
sin
fundar
"nuevas"
ni
devastar
"viejas".
El
prefijo
trans,
en
transnacional
es
sobre
todo
esencialmente
homogeneidador,
taxonómico,
identitario,
regularizador,
catastrófico
en
este
sentido,
como
el
valor
de
cambio,
que
si
bien
puede
metaforizarse
infinitamente
y
es
la
metaforicidad
infinita
a
distintas
velocidades
y
tiempos,
lo
es
en
términos
7
de
capitalización,
a
lo
satélite
universal
que
como
el
viejo
sol
artesanal
es
siempre
el
mismo
y
no
se
pierde,
no
se
descapitaliza
en
la
variedad
que
ilumina.
Villalobos:
Si,
porque
el
Capitalismo
Mundial
Integrado
aparece
fomentando
las
diferencias,
incluyéndolas
y
patrocinándolas
(de
ahí
el
éxito
académico
de
las
identity
politics,
y
de
ahí
también
la
flexibilidad
curricular
de
la
Universidad
neoliberal,
ya
desujetada
del
pesado
canon
humanista
occidental).
Se
trata,
sin
embargo,
de
un
aparecer
o,
mejor
aún,
de
un
parecer
que
vela
la
espacialización
del
tiempo
en
una
imagen
del
mundo
multidimensional
o
post-‐cartográfica.
En
este
sentido,
las
ciencias
sociales
chilenas
operaron
espacializando
las
dinámicas
sociales
según
una
endémica
teoría
de
la
modernización
y
así,
pensaron
el
Golpe
y
la
Dictadura
desde
un
irrenunciable
historicismo
desde
el
cual
tanto
el
Golpe
como
la
Dictadura
no
parecían
ser
más
que
interrupciones
de
un
cierto
progreso
republicano,
largas
interrupciones
que
habrían
comenzado
con
la
Unidad
Popular
y
su
vocación
populista.
Por
eso,
la
pérdida
de
potencia
crítica
de
éstas
disciplinas
no
tiene
que
ver
con
una
traición
simple
o
con
un
problema
moral,
sino
con
su
ceguera
constitutiva
y
su
co-‐pertenencia
al
horizonte
temporal
del
capitalismo,
su
inadvertida
complicidad
con
un
concepto
vulgar
de
temporalidad.
Pero,
lo
que
asombra
no
es
sólo
esto,
sino
el
predominio
irreflexivo
de
un
cierto
principio
evolucionista
de
comprensión
más
allá
incluso
de
estas
ciencias
sociales,
en
los
discursos
historiográficos
y
en
los
culturales,
literarios
y
estéticos
en
general.
Digamos
que
dicho
principio
evolucionista
está
a
la
base
de
la
operación
efectiva
del
derecho
que
consiste
en
producirse
a
sí
misma
como
ficción
soberana.
De
ahí
entonces
que
el
Golpe
más
que
una
interrupción
de
la
continuidad
republicana,
sea
la
puesta
en
escena
de
la
excepcionalidad
que
alimenta,
desde
bambalinas,
la
doxa
democrática.
Ni
acontecimiento
ni
catástrofe
hay
en
el
golpe,
sino
repetición
de
la
catastrófica
condición
de
la
historia.
Thayer:
En
relación
al
Golpe,
a
las
nociones
catedralicias
de
acontecimiento,
catástrofe,
excepción,
violencia,
siento
que
es
necesario
decir
algo
sobre
confusiones
en
curso
que
fomentan,
queriéndolo
o
no,
fetichizaciones.
Estas
nociones
tienen,
creo,
al
menos,
un
doble
uso.
Uno
que
responde
al
paradigma
soberano,
y
entonces
cuando
se
habla
del
Golpe
como
acontecimiento,
como
catástrofe,
como
estado
de
excepción,
como
violencia,
se
lo
hace
siempre
referenciando
el
carácter
fundacional:
el
golpe,
el
instante
golpe,
interrumpe
la
representación
8
jurídica,
los
contratos
a
todo
nivel,
para
fundar
nuevos
contratos.
El
acontecimiento
del
Golpe,
su
excepcionalidad,
es
un
retiro
de
la
ley,
de
la
representación,
en
función
de
reafirmar
la
ley
en
otra
fantasmática;
la
catástrofe
(etimológicamente
cisión
profunda)
de
la
cotidianeidad,
de
la
familiaridad,
que
se
pone
en
curso
con
el
Golpe
es
a
la
vez
la
catástrofe
de
la
cotidianeidad,
la
familiaridad,
en
que
terminamos
habitando
como
tersa
llanura
en
que
se
vive
sin
extrañeza.
La
excepcionalidad,
la
violencia
del
Golpe
deviene
la
constitución
del
80
y
la
institucionalidad
gestional.
Este
creo
es
el
uso
apropiado
para
referirse
al
Golpe
como
acontecimiento
en
la
soberanía,
con
la
soberanía
y,
a
la
vez,
contra
la
soberanía
en
la
medida
en
que
el
Golpe
depotencia
la
soberanía
al
visibilizarla
potenciando
el
paradigma
de
la
gestionalidad.
Por
otro
lado,
las
nociones
de
"verdadero
estado
de
excepción",
de
violencia
no
fundante
o
violencia
pura,
respiración
pura,
de
acontecimiento
como
pura
interrupción
no
fundante,
que
no
se
deja
contratar,
y
que
desde
esa
desincripción
crispada
en
medio
de
los
contratos
con
los
que
rompe
y
difiere,
abre
instantes
de
visibilidad,
desfetichizaciones,
de
virtualidad
como
puro
devenir,
y
no
como
devenir
esto
o
estotro,
no
son
aplicables
al
Golpe
de
Estado,
ni
a
la
Unidad
Popular,
ni
a
la
vanguardia
popular,
ni
a
la
revolución,
ni
a
fenómeno
soberano
alguno;
independientemente
de
que
siempre
es
posible
que
en
la
multiplicidad
articulada,
los
modos
de
producción
o
regímenes
de
representación
en
curso,
las
potencias
constituyentes
(para
decirlo
con
Jon
Beasley-‐Murray),
las
rupturas
de
contratos,
las
desfetichizaciones,
tengan
lugar,
y
sólo
allí
tengan
lugar.
Villalobos:
De
acuerdo,
supongamos
que
le
restamos
el
nombre
de
acontecimiento
tanto
al
Golpe,
como
a
la
vanguardia
popular,
aún
así,
esas
dos
“tecnologías”
o
“filosofías”
del
acontecimiento,
del
tiempo,
no
son
tan
claramente
distinguibles
o
separables,
se
yuxtaponen
y
confunden
permanentemente,
porque
ambas
están
referidas
a
la
cuestión
de
la
narración:
¿Cómo
dar
cuenta
de
esto?
¿Cómo
evitar
la
sustantivación
en
la
narración?
¿Cómo
no
hablar
la
lengua
teológica
del
advenimiento
ni
la
lengua
mesiánica
de
la
redención
y,
sin
embargo,
permanecer
abierto
al
porvenir?
Y
esto
no
es
tan
fácil.
Abandonar
la
noción
de
acontecimiento
para
referir
al
Golpe
y
a
la
vanguardia
popular
(ese
otro
verdadero
acontecimiento
en
la
historia
de
Chile,
como
quiso
Marchant),
todavía
no
resuelve
el
problema
de
fondo,
el
problema
de
la
relación
entre
soberanía
y
acontecimiento.
En
este
sentido,
la
tecnología
(¿soberana?)
como
fundamento
de
la
crítica,
como
plano
desde
el
cual
la
crítica
se
jerce
y
adquiere
sentido
es
siempre
una
referencialización
de
la
crítica,
opera
9
siempre
como
una
válvula
o
un
esfinter
que
abre
la
problemática
sólo
a
condición
de
haberla
cerrado,
referencializado,
previamente.
Thayer:
Lo
que
hay
que
quitarle
al
acontecimiento
es
cualquier
forma
de
presentación
o
representación,
porque
no
tiene
presente,
como
el
montaje.
El
Golpe
no
es
simplemente
fundacional
en
el
sentido
vanguardista
de
inaugurar
una
nueva
escena
de
la
historia
dejando
atrás
una
vieja.
El
Golpe
hace
visible
el
viejo
paradigma
de
la
soberanía
en
que
se
desenvolvieron
por
igual
la
democracia
formal
y
la
vanguardia
crítica
de
la
democracia
formal.
Al
hacerse
visible
en
el
Golpe
ese
viejo
paradigma,
el
viejo
paradigma
comparece
como
algo
nuevo,
algo
no
visto
pero
que
ya
estaba
y
venía
de
tan
lejos,
como
dice
la
Mistral.
El
Golpe
tiene
un
efecto
deshistoriador.
Quiero
decir
que
en
el
instante
Golpe,
como
desmayo
o
límite
del
sujeto,
como
retiro
hiperbólico
de
la
representación,
se
hacen
visibles
las
máquinas
historiadoras,
las
ficciones
que
operaban
como
naturaleza
universal
de
las
cosas.
Entre
esas
máquinas
historiadoras
está
el
paradigma
soberano
como
forma
de
la
democracia,
como
fetiche
en
el
que
todo
circulaba
sin
circular
el
mismo,
fetiche
que
el
Golpe
pone
en
circulación,
saca
a
bailar
(otra
vez)
bajo
la
pista
de
la
democracia
gestional
en
que
ese
Golpe
deviene
declinándose
como
acontecimiento
soberano.
Saca
a
bailar
al
paradigma
soberano
como
accesorio
para
diversos
tipos
de
gestión
empresarial.
En
este
sentido
no
es
que
simplemente
vuelva
la
representación
luego
del
Golpe.
Vuelve,
efectivamente,
pero
siniestrada.
Vuelve
la
representación
autoritaria
cuando
la
dictadura
se
instituye,
se
hace
consistente,
plano
de
consistencia.
Vuelve
la
representación
soberana
ensamblada
a
la
representación
gestional
hecha
cotidianeidad.
Y
entonces
ahí
se
producen
homonimias
de
todo
tipo
que
engendran
mitos
como
por
ejemplo
que
la
representación
que
vuelve
es
la
de
la
democracia
soberana
con
su
régimen
de
categorías
e
institutos.
Es
como
en
las
relaciones
amorosas.
Mucho
o
poco
vuelve
simplemente
en
ellas
luego
de
un
golpe,
una
traición,
una
infamiliarización
súbita
que
retira
la
fantasmática
en
la
que
el
amor
circulaba
hasta
entonces
como
familia
y
reconocimiento.
Y
aunque
prontamente
vuelva
la
relación
(normalmente
por
impotencia,
repetición
compulsiva)
la
representación
está
siniestrada
porque
ya
se
vió
la
cosa,
o
se
vió
una
virtualidad,
una
potencia
de
la
cosa
que
desatando
un
clima
infamiliar
se
dispone
ahora
como
"nueva"
familiaridad,
una
familiaridad
que
nunca
se
repondrá
de
la
maldición
del
haber
visto
(la
muerte),
o
haber
experimentado
que
la
familiaridad
en
que
se
habitada
no
era
más
que
un
embeleso,
un
fetiche
de
vida.
Y
tal
como
suele
ocurrir
en
las
relaciones
amorosas,
que
la
impotencia
aferra
al
10
fetiche
siniestrado
y
subordina
el
afecto
a
oportunismos
de
todo
tipo,
así
ha
ocurrido
con
la
Concertación,
su
impotencia
la
subordinó
a
la
firma
Pinochet,
a
las
ISAPRES,
las
AFP,
la
privatización
de
la
educación,
la
democracia
S.A,
fetichizándola
como
su
viejo
amor,
como
democracia
soberana.
Villalobos:
De
acuerdo,
el
ejemplo
me
parece
muy
bueno,
pero
me
gustaría
insistir
en
una
dimensión
todavía
sólo
sugerida.
Si
es
cierto
que
el
Golpe
no
es
un
acontecimiento,
y
esa
es
tu
crítica
a
la
tecnología
del
acontecimiento
como
inauguración,
diseño
y
fundación,
también
habría
que
problematizar
la
misma
idea
de
plano
de
inscripción
donde
el
acontecimiento
se
ejercería
como
ruptura
o
como
excepción,
pues
no
hay
continuidad
o
normalidad
pre-‐acontecimental,
así
como
tampoco
hay
acontecimiento
como
tal,
único,
irrepetible.
Como
si
el
desengaño
en
la
escena
amorrosa
arruinara
la
familiaridad
de
embeleso,
cuando
la
escena
amorosa
es,
al
igual
que
la
historia,
pliegue
y
trastocación,
diferencia
y
repetición,
acontecimientos,
rupturas,
escanciones,
es,
por
asi
decirlo,
una
serie
de
quiebres
y
reconciliaciones,
y
no
sólo
repeticiones
compulsivas,
sino
también
reinvenciones
ingenuas.
El
acontecimiento,
el
muy
astuto,
quiere
confundirnos
y
hacernos
creer
que
es
único,
como
el
Dios
monoteista
de
Nietzsche,
cuando
en
realidad
la
familiaridad
de
la
historia
acontecida,
de
la
relación
amorosa
ya
es
relato,
ya
es
narración,
es
decir,
exorcismo
de
la
dislocada
condición
del
tiempo.
En
este
sentido,
el
golpe
gatilla
el
fin
de
la
ficción
democrática
precipitado
por
la
globalización,
desmontando
el
mito
acerca
de
la
convergencia
entre
capitalismo
y
democracia,
es
decir,
mostrándolo
como
mito
(narración,
escena
amorosa
familiar).
Así,
el
Capitalismo
Mundial
Integrado,
para
volver
a
Guattari,
es
precisamente
capitalismo
flexible,
intensivo,
sin
ideología.
Política
sin
política,
amor
si
escena.
Thayer:
Si
el
acontecimiento
es
de
difícil
formulación.
No
porque
su
formulación,
sea
altamente
exigente;
sino
porqu
es
informulable,
y
eso
informulable
es
la
exigencia
paradójica
de
su
formulación.
El
acontecimiento
se
dice
de
muchas
maneras.
Se
dice
de
muchas
porque
no
se
dice
de
ninguna
en
sentido
"propio".
Y
no
se
dice
de
ninguna
en
sentido
propio,
porque
carece
de
sentido
propio,
porque
destruye
lo
que
se
tiene
por
propio.
Dicho
a
lo
Deleuze,
erosiona
por
el
medio
los
contratos
propietarios
del
decir,
del
representar,
de
modo
que
"resplandece"
(y
comienzan
los
fuegos
artificiales)
indirectamente
en
el
calidoscopio
o
el
montaje
de
astillas
de
diverso
tipo
en
que
su
erosión
indirectamente
se
11
avista
en
una
especie
de
simultaneidad
heterocrónica
de
imágenes
que
no
se
dejan
capturar
por
el
discurso
ni
por
contexto
de
uso
alguno.
No
es
presentable
ni
representable
porque
carece
de
presente,
de
presencia.
Pero
tampoco
es
simplemente
trascendente
a
ese
resplandor
de
astillas
que
funciona,
efímeramente
como
el
caleidoscopio,
como
inscripción.
Los
efectos
de
erosión
como
inscripción
Sólo
así,
como
pura
erosión,
ni
simplemente
inmanente
ni
simplemente
trascendente
a
las
astillas,
escapa
al
discurso,
a
la
imagen
como
cliché,
hundiéndose
en
la
imagen
como
irreductibilidad
discursiva,
como
cifra.
En
todo
caso,
y
para
recaer
en
lo
que
ibamos,
en
Guattari,
a
quién
nunca,
creo,
hago
referencia
en
Tecnologías
de
la
crítica,
y
tal
vez
injustamente,
el
hecho
de
que
el
Capitalismo
Mundial
Integrado
carezca
de
política
quiere
decir
que
opera
ciegamente
sin
verosímil,
sin
modo
de
producción,
sin
ideología
pero
usando,
gestionando
los
modos
de
producción,
las
ideologías,
según
requerimientos
del
caso.
Gestionando,
por
ejemplo,
el
fetiche
del
continuum
historicista
entre
democracia
republicana
y
democracia
gestional
S.
A.,
firmada
por
Pinochet
y
fomentada
por
las
ciencias
sociales
como
metafísica
del
sentido
común
que
habla
la
Concertación
y
la
Alianza
por
Chile,
metafísica
en
que
se
habla
y
fuera
de
la
cual
parece
que
ya
no
hablas,
y
más
bien
suenas
en
el
doble
sentido
de
sonar.
Villalobos:
Entonces,
me
parece
que
hay,
por
lo
menos,
dos
elementos
que
deberían
enfatizarse
en
lo
que
dices,
y
es
que
aún
cuando
la
retórica
schmittiana
no
es
preponderante
todavía
en
La
crisis…
sí
irrumpe
fuertemente
en
El
fragmento
repetido
(2006).
Me
refiero
a
esta
operación
dictatorial
de
autodisolución
soberana,
de
puesta
en
crisis
del
nomos
territorial
y
de
obliteración
del
Katekhón
en
función
de
un
mercado
global
trans-‐estatal
y
trans-‐soberano,
que
llamas
anticristo...
Thayer:
...Que
Schmitt,
o
que
la
fracción
más
fóbica
de
la
teología
política
católica
chilena
llama
anticristo,
y
es
saludable
consignarlo,
consignar
las
tensiones
que
se
cruzaron
en
la
discusión
constitucionalista
entre
1977
y
1980,
entre
la
veta
schmittiana
o
hispano-‐schmittiana
(Donoso
Cortés,
Vásquez
de
Mella,
Escrivá
de
Balaguer),
representada
por
Guzmán,
y
la
veta
neoliberal
de
los
Chicago
Boys,
Friedman
y
Hayek.
Según
Mónica
Madariaga,
Ministra
de
Justicia
de
Pinochet,
en
esos
tironeos
ganaron
los
Chicago,
el
paradigma
empresarial,
gestional,
gubernamental,
pastoral,
biopolítico,
para
decirlo
con
Foucault.
Pero
el
acomodo
entre
la
política
soberana
katekhóntica
de
los
schmittianos
y
la
biopolítica
o
el
12
neoliberalismo
se
dio
por
el
lado
de
Guzmán.
Según
Cristi
y
Ruiz-‐Tagle,
si
mal
no
recuerdo,
en
el
libro
que
citabas
recién,
fue
Guzmán
el
que
tradujo
el
concepto
de
persona
desde
su
comprensión
como
"alma
o
sustancia
con
destino
eterno"
que
se
debe
directamente
a
Dios
y
no
al
Estado,
en
PYME
autogestional
y
autosustentable,
abriendo
una
fístula
entre
catolicismo
katekhóntico
y
la
gubernamentalidad
neoliberal
sin
contención...
Villalobos:
Ésta
es
la
tensión
que
marca
también
el
declive
del
pensamiento
conservador
y
la
ruptura
entre
los
viejos
y
Guzmán,
entre
Lira,
Eyzaguirre,
y
Góngora
y
la
nueva
intelligentsia
neoliberal,
intelligentsia
a
la
que
también
pertenece
toda
la
ingeniería
social
de
la
modernización
y
de
la
transición.
Y
pienso
que
es
importante
enfatizar
esto
porque
varias
veces
he
escuchado
que
la
operación
crítica
de
La
crisis…
era,
en
cierta
medida,
una
prolongación
de
la
crítica
a
la
postmodernidad
como
agotamiento
categorial
y
des-‐historización
generalizada
del
pensamiento
crítico
en
la
mercantilización
de
la
cultura,
al
estilo
del
trabajo
de
Fredric
Jameson
o
incluso,
de
Lyotard
(de
su
recepción
sociológica).
Llamar
la
atención
sobre
este
fin
soberano
de
la
soberanía,
de
la
ficción
soberna
(y
de
la
soberanía
de
la
ficción)
es
pues
distinguir
el
montaje
de
aquel
libro
tuyo
respecto
de
lo
que
circula
como
crítica
de
la
cultura.
La
crisis
no
moderna
muestra,
precisamente,
para
decirlo
de
otra
manera,
el
agotamiento
de
la
crítica
cultural
en
la
misma
medida
en
que
hace
comparecer
la
transición
operada
por
la
dictadura
a
la
globalización
con
el
desocultamiento
de
la
crítica
no
sólo
como
juicio,
sino
también
como
función
soberana
(performance).
En
última
instancia,
la
dictadura
soberana
en
su
operación
de
autodisolución
del
horizonte
soberano-‐
telúrico
moderno,
realizó
el
horizonte
de
la
crítica
moderna,
desterritorializando
la
inscripción
telúrico-‐simbólica
de
su
aparataje
convencional.
Thayer:
La
crisis
no
moderna....
en
la
coexistencia
de
modos
de
producción
en
que
fue
escrita,
lo
que
dice
es
que
la
Dictadura
es
la
transición,
y
por
tanto
que
la
transición
es
la
consumación
de
la
vanguardia
en
el
mismo
sentido
en
que
El
fragmento
propone
el
golpe
como
consumación
de
la
vanguardia,
como
desfetichización
del
paradigma
soberano
de
la
democracia
y
de
la
vanguardia.
Villalobos:
Si,
lo
que
hace
comparecer
a
ambos
modelos
de
tranformación,
a
ambas
políticas
del
diseño
para
decirlo
con
Groys,
en
una
13
cierta
copertenencia
al
plano
bidimensional
de
la
representación
(lo
que
aparece
y
lo
que
permanece
oculto),
de
ahí
que
la
tarea
de
la
vanguardia
política
y
estética
sea
la
de
ajustar
(y
hacer
justicia,
ajusticiar)
la
representación.
Pero
esto
me
lleva
a
la
segunda
cuestión.
Me
lleva
a
la
Jenny
(fragmento
23
de
Tecnologías)
como
figura-‐máquina
de
un
despliegue
tecnológico
contenido
en
la
problemática
del
valor
en
la
producción
capitalista.
Antes
de
La
crisis…
ya
circulaba
un
texto
publicado
en
el
número
dos
de
Los
cuadernos
de
la
invención
y
la
herencia,
y
que
después
apareció
en
El
fragmento
repetido
(2006)
me
refiero
al
texto
sobre
el
fin
idealista-‐capitalista
de
la
división
del
trabajo,
texto
que
anticipa
tu
lectura
sobre
el
agotamiento
de
la
crítica,
mediante
la
indiferenciación
entre
trabajo
intelectual
y
trabajo
material
que
la
valoración
ampliada
del
capital
imponía
como
facticidad.
Sin
diferencia
entre
facticidad
y
crítica,
todo
quedaría
remitido
a
la
subsunción
del
trabajo
al
capital.
Aquí
es
donde
tu
lectura
tomaba
distancia
del
pesimismo
jurídico
de
Schmitt
(para
quién
la
crisis
del
nomos
de
la
tierra
debía
dar
paso
a
una
reorganización
nómica
del
mundo
o
al
predominio
del
Eskathón
sobre
el
Katekhón,
del
anticristo
sobre
la
cristiandad);
y
también
se
distanciaba
del
“optimismo”
de
Antonio
Negri,
para
quién
la
cualificación
del
trabajo
operada
por
el
capitalismo
contemporáneo
no
sólo
resultaba
en
la
indiferenciación
entre
trabajo
material
e
intelectual
(de
ahí
la
constitución
del
general
intellect),
sino
también
en
un
proceso
de
autovaloración
del
obrero
social.
Todo
esto,
por
supuesto,
suponía
una
confrontación
con
el
texto-‐
Marx,
con
sus
trabajos
sobre
teorías
de
la
plusvalía
y
con
el
famoso
capítulo
VI
Inédito
del
Capital,
pero
ahora
además
supone
una
relación
post-‐crítica
con
su
firma,
de
lo
contrario
Marx
termina
siendo
un
crítico
del
fetichismo
de
la
mercancía
y
un
desenmascarador
de
la
ideología,
así
como
Benjamin
para
muchos
es
un
lector
de
la
escena
cultural
asociada
con
el
shock
cinematográfico
moderno.
En
este
sentido,
hay
en
Tecnologías
un
doble
movimiento
relativo
a
Marx
(por
ejemplo,
fragmentos
6
y
26).
Por
un
lado,
éste
sería
quien,
continuando
la
tradición
cartesiano-‐kantiana
inmanentiza
la
crítica
y
transforma
el
juicio
en
praxis.
Pero,
por
otro
lado,
dicha
inmanentización
de
la
crítica
termina
por
allanar
el
terreno
(Capitalismo
Mundial
Integrado);
es
decir,
termina
por
mostrar
la
historia
como
teatro
sin
espectador.
No
se
trataría
sólo
de
un
cambio
de
énfasis,
sino
también
de
un
desplazamiento
en
términos
de
tu
relación
con
su
texto.
14
Thayer:
Tal
vez
la
fórmula
en
que
la
teoría
del
valor
de
Marx
adquiere
una
cifra
densa,
monádica,
la
encontramos
en
el
sintagma
"valor
uso
de
valor".
Traducida
a
un
lenguaje
más
coloquial
esta
fórmula
dice,
más
o
menos,
que
en
una
región
en
que
impera
el
modo
de
producción
específicamente
capitalista,
es
decir,
en
que
los
diversos
modos
y
tecnologías
de
producción
y
reproducción
de
vida,
de
trabajo,
de
objetos
de
consumo,
de
intercambio,
son
inmediatamente
subsumidos
en
la
red
de
valorización
ampliada
del
capital,
en
esa
superficie,
hagas
lo
que
hagas,
sea
cual
sea
la
actividad
usuaria
o
especialidad
en
que
te
desempeñes,
sea
el
retail,
la
producción
de
fruta
orgánica,
el
robo
de
cajeros
automáticos,
la
empresa
de
seguridad,
la
educación
subvencionada,
la
presidencia
de
la
república,
o
el
sabotaje
de
variado
signo,
sólo
te
desempeñarás
en
esa
especialidad
en
tanto
"valor
uso
de
valor",
valor
uso
de
capital,
es
decir,
sólo
gestionarás
trabajo
abstracto,
valor
abstracto,
tiempo
abstracto,
inespecífico.
Hagas
lo
que
hagas
tu
quehacer
abastecerá
máquinas
de
finalización
capitalista.
Y
aunque
estas
máquinas
proliferen
cada
vez
más
diversas
y
dispersas
estarán
ensambladas,
en
cada
caso,
según
dialécticas
finalizadoras,
productivas,
parciales.
Según
el
régimen
de
verdad
de
la
ley
del
valor,
en
una
sociedad
en
que
impera
el
modo
de
producción
específicamente
capitalista,
la
exuberante
diversidad
de
actividades
diferenciadas
y
mercancías
en
que
se
presenta
la
riqueza
de
una
región,
se
reduce
finalmente
a
una
y
la
misma
cosa,
al
valor
en
proceso,
al
valor
uso
de
valor,
valor
uso
de
capital.
Ese
principio
homogeneizador
"todo
es
una
y
la
misma
cosa"
constituye
el
esquema
primero
de
la
ontología,
sea
que
se
diga
que
todo
es
agua,
o
que
es
fuego,
o
espectáculo,
o
un
patchwork
de
muchas
cosas,
lo
que
la
ontología
dice
finalmente
es
que
"todo
es
una
y
la
misma
cosa".
Valor
uso
de
valor,
en
este
caso.
Este
gesto
que
iguala
lo
desigual
en
un
principio
que
todo
lo
subsume
y
agota,
que
nihiliza
la
multiplicidad
en
el
fetiche
de
una
sóla
y
misma
cosa,
constituye
la
operación
básica
de
lo
que
regularmente
se
denomina
filosofía,
en
el
peor
sentido.
A
la
filosofía
le
interesa
básicamente
ver
el
bosque
en
vez
de
los
árboles.
Reducir
los
singulares
al
concepto,
al
universal,
al
nihil.
Esta
operación
no
es
una
operación
exclusiva
de
esos
raros
que
se
denominan
filósofos.
Incluso
puede
serla
mucho
más
de
los
super
normales
cientistas
sociales
que
operan
conceptos
y
técnicas
de
medición
generales
y
construyen
lenguas
francas,
bosques,
doxas
matriciales,
por
ejemplo,
la
de
la
Concertación.
La
crisis...
testificó
el
nihil
de
manera
insistente,
sobre
todo
el
nihil
del
concepto
cientista
social
de
transición,
así
como
el
universal
implícito
en
el
uni
de
la
universidad,
y
en
este
sentido
recepcionó
un
cierto
Marx,
el
Marx
de
la
ley
del
valor,
del
trascendental
fáctico.
15
Recepcionó
la
reducción
del
valor
de
uso
en
valor;
expuso
el
fin
de
la
división
del
trabajo
entre
valor
uso
y
valor,
aunque
dejó
rondando,
creo,
una
especie
de
"mal
de
uso",
en
el
sentido
de
"mal
de
imagen",
irreductible
a
valor,
una
especie
dimensión
anasémica.
La
crisis...
operó
ese
nihil
como
exigencia
negativa,
por
así
decirlo,
para
abrir
una
conversación
no
meramente
sociológica
sobre
la
universidad
y
sobre
la
política,
e
iniciar
consideraciones
críticas
a
su
respecto,
exigida
por
la
ley
de
universidades
del
81
y
la
Constitución
del
80,
datas
estas
que
marcaran
el
tiempo
económico-‐jurídico
de
la
Concertación,
hasta
su
actual
entierro.
Y
si
bien
el
nihilismo
termina
siendo
una
doxa
más
entre
las
doxas,
es
una
doxa
en
que
las
doxas
se
desauratizan,
incluyendo
al
propio
nihilismo
que
se
nihiliza.
La
crisis...
expuso
ese
nihil
como
facticidad
de
las
máquinas
de
sentido,
las
ideologías,
pero
ya
no
como
principios
auráticos
de
la
acción,
sino
como
recursos
desauratizados
inmanentes
para
gestiones
y
estetizaciones
de
sobrevivencia
y
valorización.
Expuso
una
planicie
de
acciones
y
actores
sin
teatro,
sin
marco,
sin
escena;
o
donde
se
multiplican
los
teatros
sin
teatro
general.
Y
sin
teatro
quiere
decir,
sobre
todo,
sin
relato,
sin
fábula,
sin
historia.
Acciones
inmediatas,
finalizadas,
más
o
menos
urgentes,
más
o
menos
diferidas,
que
persiguen
su
propia
valoración
o
supervivencia
cambiaria
sin
"alma",
sin
centro.
En
esa
inmanencia
las
acciones
—y
sobre
todo
esa
acción
o
peripecia
privilegiada
del
drama
o
del
teatro
que
es
la
crisis—
la
revolución,
el
punto
de
quiebre,
se
convierte
en
una
pequeña
o
mediana
empresa
de
autosustentabilidad
en
el
mercado
infinito,
abierto,
cambiante,
heterocrónico,
un
quehacer
gestional
más
entre
otros.
Sin
teatro
que
revolucionar
la
peripecia
crítica,
revolucionaria,
pierde
su
coeficiente
dramático,
político,
revolucionario,
nivelándose
en
el
agregatum
de
acciones
que
gestionan
cotidianamente
la
vida
según
el
menú
de
modos
de
sobrevivencia
permitidos
o
no
por
el
derecho
o
las
doxas
mediáticas.
Derecho
y
doxas
mediáticas
que
no
dan
tampoco
para
teatro
general,
porque
se
visibilizan
no
como
instancias
de
constitución
del
espacio
público,
sino
como
recursos
privativos
de
determinadas
empresas.
Derecho
o
medios
de
comunicación
que
protegen
o
disparan
contra
tu
PYME
de
sobrevivencia
según
el
gueto
poblacional
y
el
tipo
de
tecnología
en
que
se
ubique
tu
autogestión
de
sobrevivencia;
derecho
y
medios
de
comunicación,
y
policía,
habría
que
añadir,
que
ya
no
consiguen
fetichizarse
como
momentos
constitutivos
del
espacio
o
el
orden
público,
sino
que
visiblemente
gestionan,
como
lo
visibilizó
para
siempre
la
Dictadura,
intereses
empresariales
particulares.
Grado
cero
del
sujeto
de
la
política.
Grado
cero
de
la
política,
o
si
se
16
quiere,
más
precisamente,
lo
político
ensamblado
a
la
gestión,
lo
político,
la
decisión,
como
momento
de
la
gestión.
Más
que
del
fin
o
indiferenciación
de
valor
de
uso
y
valor
de
cambio,
del
fin
de
la
división
del
trabajo
entre
acción
finalizada
y
coeficiente
de
interrupción,
entre
acción
finalizada
y
revolución,
respiración,
coeficiente
de
artisticidad
o
de
pensamiento,
Tecnologías
de
la
crítica
se
expone
desde
la
división
sin
fin,
entendiendo
división
en
el
sentido
del
pliegue,
la
erosión,
el
devenir,
y
estas
son
nociones
deleuzianas.
El
fragmento
sobre
la
Jenny
no
hace
otra
cosa
que
alegorizar
el
movimiento
deconstructivo,
ya
no
negativo,
del
pliegue.
Movimiento
deconstructivo
al
que
Benjamin
denominó
verdadero
estado
de
excepción,
justamente
contra
Schmitt,
contra
la
soberanía,
contra
la
política
katekhóntica
del
anticristo,
pero
también
contra
el
continuum
indiferenciante
del
agregatum,
de
lo
inorgánico.
En
este
sentido
Tecnologías
de
la
crítica
acerca
a
Marx
a
Deleuze
y
a
Benjamin,
al
Benjamin
del
Drama
barroco,
de
las
Tesis
de
filosofía
de
la
historia
y
de
los
Pasajes.
Y
aleja
a
Marx
de
Frankfurt.
Villalobos:
Claro,
me
parece
que
ese
es
el
desplazamiento
posibilitado
por
Tecnologías…
es
decir,
el
abandono
de
los
trascendentales
epistémicos:
capitalismo,
división
del
trabajo,
ideología,
conciencia,
nihilismo,
etc.,
y
su
respectivo
rendimiento
patético,
su
operación
de
clausura
o
transposición
de
un
cierto
principio
organizador
como
horizonte
de
sentido
último
con
el
que
contrastar
las
formas
de
vida.
Pues,
si
la
cuestión
del
valor
está
pensada
no
desde
la
indiferenciación
generalizada
(que
podría
ser
otro
trascendental)
sino
desde
la
división
sin
fin,
desde
la
curva
asintótica
del
ser
en
su
caída
libre,
desde
la
elipsis
del
eterno
retorno
de
lo
otro;
desde
la
imposibilidad
de
la
imagen
del
mundo,
etc.;
entonces,
la
erosión,
el
pliegue,
los
micro-‐agenciamientos,
los
devenires
minoritarios
(que
nada
tienen
que
ver
con
las
políticas
identitarias),
suponen
no
la
reconstitución
de
un
horizonte
normativo
del
pensamiento,
sino
interrupciones
diversificadas
del
proceso
de
valoración
ampliada,
o
de
finalización
capitalista.
Como
el
fragmento
benjaminiano
(Dirección
única)
que
no
necesita
desmontar
todo
el
edificio
del
poder,
sino
minar
algunos
puntos
para
causar
confusión…
Pero
el
acercamiento
de
Marx
a
Deleuze,
al
Benjamin
anti-‐culturalista,
y
su
alejamiento
de
Frankfurt
y
de
las
filosofías
de
la
conciencia,
nos
lleva
a
un
problema
fundamental
que
en
Tecnologías…
aparece,
por
ejemplo,
en
la
discusión
sobre
la
violencia
en
Derrida
leyendo
a
Benjamin
y
en
Benjamin
leyendo
a
Sorel
(por
ejemplo,
fragmentos
30
al
34).
Quisiera
preguntarte
por
eso
ahora:
¿Cómo
percibes
17
la
relación
entre
la
problemática
de
la
destrucción
productiva
de
valor
en
Marx,
con
la
cuestión
de
la
destrucción
en
Benjamin?
Thayer:
En
cierta
manera
la
destrucción
productiva
en
Marx
había
asomado
en
lo
que
anteriormente
referíamos
respecto
a
la
circulación
ampliada
del
valor,
la
nihilización
del
valor
de
uso
en
el
valor
de
cambio:
hagas
lo
que
hagas
sólo
gestionarás
trabajo
abstracto,
valor
abstracto,
tiempo
abstracto,
valor
uso
de
valor.
Ese
es
un
primer
estrato
destructivo
en
Marx,
una
instancia
de
interrupción
que
abre
visibilidades,
un
estrato
destructivo
que
es
a
la
vez
fundacional,
y
lo
que
establece
es
la
ontología
del
valor,
el
factum
trascendental
del
valor,
del
tiempo
abstracto,
del
trabajo
abstracto,
del
capital
abstracto,
del
"todo
es
una
y
la
misma
cosa".
Un
segundo
estrato
destructivo,
en
Marx,
en
un
cierto
Marx,
lo
constituye
la
desfetichización
del
esquema
teleológico,
de
modo
que
al
movimiento
del
valor,
al
valor
en
proceso
de
valorización,
se
le
resta
ahora
la
finalidad,
la
función
centrante,
la
sucesividad,
la
unidimencionalidad,
abriéndose
entonces
como
plano
múltiple
de
valorizaciones
heterocrónicas
en
proceso
sin
totalidad,
sin
teleología,
sin
marco,
sin
contemporaneidad
o
época,
que
nos
dispone
en
la
inmanencia
de
un
montaje
de
múltiples
modos
de
valorización
que
co-‐existen
a
destiempo,
crispándose
sin
contención
(katekhón),
sin
modo
de
producción
general.
Aquí
la
cuestión
de
criticar
la
época,
el
presente,
el
modo
de
producción,
las
relaciones
de
producción,
ya
no
van
más.
No
va
más
la
comprensión
del
a
priori
material
en
cuya
inmanencia
nos
desenvolvemos,
como
época
o
presente
homogéneo
que
ahora
es,
un
tiempo
estuche,
uniforme,
general.
Benjamin,
cierto
Benjamin,
el
Benjamin
que
me
importa,
se
situa
aquí,
en
la
inmanencia
del
collage,
la
constelación,
el
mosaico,
la
coexistencia
heterocrónica
de
modos
de
producción,
regímenes
de
verdad
o
de
intencionalidad
en
cruce,
ensamble
y
crispación.
Es
en
una
apertura
de
este
tipo
donde
Tecnologías
de
la
crítica
plantea
la
cuestión
de
la
destrucción,
del
coeficiente
de
interrupción,
del
instante
de
legibilidad.
La
cuestión
de
destrucción,
en
Benjamin,
dice
relación
a
cómo,
en
ese
plano
de
coexistencia
y
multiplicidad
heterocrónica,
no
abastecer
simplemente
las
tecnologías,
los
regímenes
de
verdad
o
de
intencionalidad
sin
interrumpirlos,
sin
destruirlos
en
la
medida
de
lo
posible,
y
destruirlos
de
modo
tal
que
dicha
destrucción
no
funde
regímenes
de
verdad
o
de
intencionalidad.
La
destrucción,
en
este
sentido,
es
la
muerte
de
la
intención.
Y
esto
tiene
que
ver
en
Tecnologías...
con
el
verdadero
estado
de
excepción,
con
la
excepción
que
no
pertenece
al
círculo
de
la
soberanía,
el
paradigma
soberno
schmmiteano.
Ese
instante
de
18
interrupción,
de
destrucción,
de
verdadero
estado
de
excepción,
instante
de
legibilidad,
es
inmanente
a
los
regímenes
de
intencionalidad
pero
no
pertenece
a
ninguno
de
ellos:
lejos
de
las
corrientes,
pero
en
el
cruce
de
muchas.
Benjamin
habla
también
del
"despertar",
que
no
significa
pasar
de
una
condición
de
durmiente
a
una
condición
de
vigilia.
Tal
cosa
equivaldría
a
pasar
de
una
tecnología,
de
un
régimen
de
intencionalidad
a
otra,
de
un
estado
de
excepción
vuelto
regla
a
otro.
Despertar
consiste
en
un
perseverar
vacilante
en
la
frontera
de
ambas
tecnologías,
sin
enajenarse
en
ninguna,
y
sin
quedarse,
a
la
vez,
fuera
de
ambas.
El
despertar
no
se
localiza
ni
en
la
tecnología
del
sueño
ni
en
la
tecnología
de
la
vigilia,
ni
en
ese
tercer
espacio
autónomo
del
primero
y
del
segundo,
que
suponga
a
los
anteriores
como
aquello
de
lo
cual
se
diferencia.
El
despertar
persevera
en
la
zona
indecidible,
vacilante
e
infectada,
entre
el
primero,
el
segundo
y
el
tercero,
que
no
hace
síntesis
ni
suma
los
anteriores;
ni
tampoco
constituye
una
mera
resta.
Zona
indecidible
que
relanza
los
términos
unos
sobre
otros
desestabilizando
su
homogeneidad,
su
identidad,
su
propiedad;
zona
hamletiana
de
virtualidad
e
inminencia,
de
vacilación
e
indecisión
topológica,
de
sistemática
destrucción
de
la
identidad,
lo
simple,
lo
homogéneo,
lo
propio,
remolino
en
devenir
que
es
la
cita
o
la
imagen
dialéctica
como
escena
primordial
de
la
performática
crítica,
la
destrucción
benjaminiana.
Si
técnicamente
lumpfen
es
lo
que
prolifera
como
virtualidad
no
simplemente
subsumible
en
el
choque
de
máquinas
heterocrónicas
en
devenir,
el
lumpfen,
lo
lumpérico,
como
mal
de
subsunción,
mál
de
inclusión
exclusiva,
podría
figurar
como
nombre
para
esa
destrucción
o
virtualidad
que,
siendo
inmanente
a
las
máquinas
no
pertenece
a
ninguna,
y
más
bien
crece
entre
ellas,
erosionándolas.
En
este
sentido
la
destrucción
es
lumpérica.
Villalobos:
Creo
que
aquí
llegamos
a
un
punto
decisivo,
al
menos
para
mí,
en
tu
nuevo
libro.
Este
acercamiento
de
Marx
a
Benjamin,
y
de
ambos
a
Deleuze
está
preñado
de
consecuencias
fundamentales,
aunque
no
fundacionales,
referidas
a
la
cuestión
con
la
que
inaugurábamos
nuestra
conversación,
es
decir,
la
cuestión
del
tono.
La
exposición
de
la
relación
entre
crítica
y
juicio,
entre
performance
y
monumento
categorial,
teatro
y
representación,
hace
posible
concebir
estas
formas
de
vida
liminares,
(lumpéricas)
entre
el
sueño
y
la
vigilia,
la
vida
y
la
muerte,
la
salud
y
la
enfermedad,
el
sujeto
y
el
objeto,
sin
caer
en
ninguna
tecnología,
en
ningún
plano
de
consistencia...
19
Thayer:
Sí,
te
interrumpo
muy
breve,
pero
no
lo
puedo
dejar
pasar,
porque
está
muy
bien,
es
aclaratorio
que
traduzcas
el
término
tecnología
por
plano
de
consistencia.
Y
lo
tomo
porque
tuve
dudas
respecto
del
título
del
libro,
de
si
llamarlo
tecnologías
de
la
crítica
o
si
nombrarlo
genealogías
de
la
crítica.
Y
el
título
fue
finalmente
tecnologías
de
la
crítica,
es
decir,
planos
de
consistencia
de
la
crítica,
de
modo
que
la
pretensión
de
una
o
unas
genealogías
de
la
crítica
quedaba
como
operación
del
libro.
Tecnologías
de
la
crítica
sería
entonces
un
intento
de
hacer
una
o
unas
genealogía(s)
de
los
planos
de
consistencia
de
la
crítica.
También
la
incierta
división
del
libro
en
dos
partes,
cuestión
que
introduje
al
final
(porque
siempre
la
exposición
del
libro
había
sido
pensada
como
una
especie
de
tobogán
sin
interrupciones),
tiene
que
ver
con
el
modo
en
como
se
ensamblan
en
el
texto
los
planos
de
consistencia
de
la
crítica
con
su
destrucción.
Ahora
estoy
seguro,
sobre
todo
luego
de
una
objeción
lúcida
de
Alejandra
Castillo
que
interpeló
esa
división,
creo
que
la
división
es
ilusoria,
o
que
le
introduce
al
libro
una
ilusión
efectiva
de
estar
dividido
en
dos
partes,
una
más
cargada
a
la
consistencia
y
otra
a
la
destrucción.
Pero
ya
está,
esa
partición
es
ahora
parte
del
libro
y
éste,
en
su
primera
parte,
se
expone
más
como
planos
de
consistencia
de
la
crítica
que
se
van
desmontando
sucesivamente
siempre
en
el
plano
de
la
negatividad;
pero,
en
la
segunda
parte,
si
bien
continuan
los
planos
de
consistencia
de
la
crítica,
asoma
más
la
operación
genealógica
o
destructiva,
puramente
afirmativa,
algo
así
como
la
virtualización
del
plano
de
consistencia.
Villalobos:
Claro,
el
libro
firma
y
borra
su
firma.
Habita
liminarmente,
él
mismo,
ahí,
en
ese
espacio
indecidible,
en
el
“entre”
que
desactiva
toda
arquitectónica
monumental,
interrumpiendo
el
flujo
de
los
verosímiles.
Así,
la
resistencia
de
la
soberanía
a
perderse
en
el
“entre”
de
una
nueva
forma
de
vida
aparece
como
historia
y
finalidad,
como
destino
y
salvación,
pero
también,
como
filosofía
de
la
sospecha
y
melancolía.
Pues,
la
destrucción
pensada
como
actitud
(intención)
y
como
reserva
no
escapa
a
la
performance
de
un
sujeto
que
no
puede
renunciar
a
su
posición
soberana.
Por
eso,
Tecnologías…
no
repite
la
patética
que
caracteriza
las
concepciones
trágicas
del
mundo
(se
desmarca,
por
ejemplo,
de
la
patética
marchantiana
que
todavía
“aparece”
como
disconformidad
frente
a
la
“barbarie”
de
la
modernización).
Y
tampoco
invierte
la
patética
en
euforia
o
entusiasmo,
que
es,
precisamente,
lo
que
alimenta
a
las
discursividades
críticas
orgullosas
de
su
eficacia
y
de
su
objeto.
Su
postulación
sería
comprender
la
destrucción
como
muerte
de
la
intención,
sin
poder
remitirla
ni
a
la
soberanía
ni
al
sujeto;
En
este
sentido,
20
la
destrucción
como
verdadero
estado
de
excepción,
alude
a
una
genealogía
desatendida
por
los
énfasis
de
la
filosofía
académica:
en
ella
resuena
la
proliferación
viral
deleuzinana,
el
montaje
benjaminiano,
el
ensamblaje
maquínico
de
formas
de
vida
segregadas
bio-‐políticamente,
pero
que
no
sólo
son
renuentes
a
su
inscripción,
capitalización,
funcionalización
en
los
diversos
planos
de
consistencia
de
la
crítica,
en
sus
diversas
tecnologías,
operaciones,
verosímiles,
sino
que
ejercen
sobre
ellos
una
cierta
erosión
desactivante,
interruptiva,
como
el
moho
que
prolifera
carcomiendo
la
materia.
La
destrucción
como
crítica
de
la
operación
efectiva
del
derecho,
del
poder,
del
historicismo,
parte
por
reconocer
este
dato
fundamental,
toda
vida
es
siempre
forma
de
vida,
de
ahí
el
vértigo
de
la
inmanencia,
el
interregno
(Benjamin
visitando
Moscú
después
de
la
revolución)
que
tu
llamas
verdadero
estado
de
excepción.
Se
trata
de
un
espolonazo
no
sólo
contra
el
fetiche
averiado
de
la
doxa
democrática,
sino
también
contra
el
discurso
filosófico
moderno,
contra
la
gran
política
y
el
gran
fracaso,
pero
también
contra
las
diversas
formas
en
que
el
discurso
crítico
se
rearticula
mediante
nuevas
auratizaciones
y
monografías
diversas.
Fayetteville,
Santiago,
2010.
21