Pedro, un hombre ya mayor, vivía con su hijo, Pedrín, en
su finca, dedicado a las tareas agrícolas. El trabajo en el campo es duro, pero su caballo se lo hacía más fácil. Fortachón, que así se llamaba el animal, lo mismo servía para labrar la tierra que para tirar del carro.
Un día el caballo saltó la cerca que rodeaba la granja y se
perdió en el horizonte. El vecino, que vio escapar a Fortachón, corrió a la puerta del anciano y le dijo: “¡Tu caballo! ¡Se ha escapado tu caballo! ¡Qué mala suerte has tenido!
Pedro lo miró y le dijo: “¿Buena suerte o mala suerte?
¡Qué sabe nadie!
Al cabo de un tiempo el caballo volvió con Pedro, pero
acompañado por nueve caballos salvajes. El vecino al verlo regresar corrió a la granja y le dijo: “¡Tu caballo! ¡Ha vuelto tu caballo! ¡Y con nueve caballos más! ¡Qué buena suerte has tenido!
Pedro lo miró y le dijo: “¿Buena suerte o mala suerte?
¡Qué sabe nadie!
Unos meses después cuando Pedrín estaba domando al
noveno caballo, se cayó al suelo y se partió una pierna. Otra vez acudió el vecino rápidamente y le dijo a Pedro: “¡Qué mala suerte has tenido! Tu hijo se ha accidentado y no podrá ayudarte en este duro invierno que se avecina. Tendrás dificultad para realizar tú solo todas las faenas del campo.
Pedro lo miró y dijo: “¿Buena suerte o mala suerte? ¡Qué
sabe nadie!
Seis meses después estalló la guerra con el país vecino y
los soldados del rey iban por el campo reclutando a los jóvenes. El hijo del vecino tuvo que ir al frente, pero Pedrín fue rechazado por estar accidentado. El vecino le dijo a Pedro: “Mi hijo ha sido enviado a luchar por estar sano y el tuyo se queda contigo por su pierna rota. ¡Qué buena suerte has tenido!
Cuenta una antigua historia china que una vez hubo un viejo campesino pobre, pero muy sabio, que se dedicaba a trabajar la tierra junto con su hijo. Un día, el hijo le dijo al padre con gran tristeza —¡Padre, qu