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TEOLOGIA DE LA HISTORIA 31

la guerrilla ha sustituido aquí y allá a la guerra


«convencional» (el vocabulario tiene también sus
«pudores»...). La paz, cuando se ha mantenido,
no ha sido más que el equilibrio del terror, la
amenaza de la muerte atómica siempre suspendida
sobre nuestras cabezas.
No hay nadie entre nosotros que en el trans-
curso de esos años difíciles no haya percibido, un
día de forma más trágica que otros, como por un
resplandor que perforaba una noche de apocalip-
sis, la contingencia radical de la ciudad terrestre.
Y esa experiencia, la misma que el saco de Roma
por los visigodos de Alarico representó para los
contemporáneos de Agustín, conserva para el que
la ha vivido un valor permanente. Nuestro papel,
como testigos, es el de recordarla cuando todo
pueda parecer que se arregla provisionalmente en
nosotros y en nuestro contorno inmediato; a
nosotros nos corresponde profundizar en ella y
extraer la lección que de ahí deriva.
Los hombres de nuestro tiempo nos hemos sen-
tido como llevados —levantados por encima de
nosotros mismos o dejados caer implacablemen-
te—, por las marejadas de fondo del movimiento
de la historia, como por un molino de dimensiones
oceánicas.
oceán icas. Y,
Y , como en
en las
las esculturas de Angkor,
Angk or,
del movimiento del mar de leche salía no sólo el
elixir de la inmortalidad, sino también el veneno
capaz de matar al mundo \
1 Angk
Angkor
or,, capital
capital del
del antiguo reino
reino khmer (actual
(actual
Camboya), famosa por sus esculturas, en las que se mez-

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