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Recensión sobre la Carta Encíclica Redemptor Hominis

La carta encíclica de Su Santidad San Juan Pablo II, Redemptor Hominis del 4 de
marzo del año de 1979, primer documento oficial del Pontífice, de manera general nos
revela lo que el hombre es desde Cristo. “La única orientación del espíritu, la única
dirección del intelecto, la voluntad y el corazón para nosotros es ésta: hacia Cristo,
Redentor del hombre; hacia Cristo, Redentor del mundo. A Él deseamos mirar, porque sólo
en Él, Hijo de Dios, hay salvación… ¿a quién iríamos? Si tú solo tienes palabras de vida
eterna”.
También, este documento, enuncia juicios precisos de orden histórico-cultural sobre
el paso de la civilización, habla de las dificultades del hombre moderno, y del camino de
la iglesia en esta sociedad moderna.
Ya desde el comienzo de su encíclica, el papa, a través del testimonio de su
elección y respuesta de su pontificado, nos expresa su clara conciencia de recibir
singular herencia de sus predecesores y la preocupación por las crisis que enfrenta la
iglesia, y propone como solución a estos problemas un proceso total de comprensión y
entendimiento de la persona, tanto de la persona humana como la de Cristo, pues a
través de la persona de Cristo, verbo hecho carne, segundo Adán, el ser humano no
solo encuentra respuestas a misterios antropológicos de sí mismo sino que también
descubre a Dios mismo “ y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”( Jn 1, 14).
Si bien, nos queda claro y no cabe duda que el tema central de la encíclica es el
hombre y la defensa de su dignidad. Pero no se trata solamente de un texto
antropológico enfocado solo de manera filosófica o teológica, pues esta obra es una
catequesis sobre el hombre visto desde Jesucristo, en Jesucristo y para Jesucristo. Juan
Pablo II, en esa reflexión sobre el destino del hombre, su misión y la misión de la
Iglesia, propone así un humanismo cristiano, ósea, ver la persona humana desde la
persona de Cristo.
Se subraya que no hay evangelización verdadera mientras no se anuncie la vida, las
promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios, y también dice que de una
sólida cristología tiene que venir la luz sobre tantos temas y cuestiones doctrinales y
pastorales que proponen los tiempos actuales.
Por lo tanto, hay una verdad y esta verdad es Cristo, Hijo de Dios y Redentor del
hombre, y de Él se sostiene la verdad que la Iglesia debe entregar al mismo hombre como la
verdad sobre él mismo, esta verdad sobre el hombre que sí, abarca aspectos naturales, pero
antes que nada, una verdad de clara dimensión teológica que es necesario entregar de
Jesucristo y que no puede reducirse a los principios de un sistema filosófico. En efecto, la
Iglesia posee, gracias a la herencia que ha recibido, verdad sobre el hombre y esta verdad
trata de una verdad que se encuentra sobre la afirmación primordial de que el hombre fue
hecho a imagen y semejanza de Dios, y redimido en Cristo, ha sido elevado a la gracia de
Hijo de Dios, pues en el Redentor esta la base de la dignidad del hombre y la dignidad del
hombre proveniente de la redención.
Por eso, el evento de la encarnación tiene gran sentido en la obra redentora de Cristo
hacia la vida humana, pues a través de esta acción, Cristo no solo ha entrado en la historia
del hombre y se ha hecho uno con nosotros, sino que también nos ha dado de manera
definitiva, a pesar del pecado original y de sus faltas, nuestra condición desea desde el
comienzo y nos abre una oportunidad para corresponder al amor infinito del Padre.
Ahora, al hablar de la misión de la Iglesia, no se debe pasar por alto que el Misterio
de Cristo, es la base de la misión de la Iglesia y del Cristianismo. En Cristo y por Cristo,
Dios se ha revelado plenamente a la humanidad, y al mismo tiempo, el hombre ha
conseguido plena conciencia de su dignidad, de su elevación, del valor trascendental de la
propia humanidad y del sentido de su existencia. Jesucristo es principio estable y centro
permanente de la misión que Dios mismo ha confiado al hombre.
En esta misión debemos participar todos y en ella debemos encontrar todas nuestras
fuerzas, pues esta misión es necesaria más que nunca al hombre de nuestro tiempo, un
tiempo en el que el hombre parece estar siempre amenazado por lo que produce, es decir,
por el resultado del trabajo de sus manos y más aún por el trabajo de su entendimiento, de
las tendencias de su voluntad.
Finalmente, se nos presenta que la Iglesia es una comunidad ontológica, un Pueblo
de Dios, donde todos estamos llamados a un servicio desde la fidelidad a nuestra vocación,
servicio que se debe desempeñar desde el que está en la Jerarquía hasta el simple fiel y se
subraya la importancia de la Eucaristía y de la penitencia para estar en comunión con Cristo
y con la Iglesia.
La encíclica Redemptor Hominis, nos lanza hacia una proyección de nuestro ser
como personas a la luz del acto redentor de Cristo. La verdad de Cristo ilumina la vida de
cada ser humano. Por eso el Papa impulsa a la Iglesia con tanta energía a la tarea
evangelizadora, convencido de que la auténtica evangelización no es una impertinencia en
una determinada cultura, puesto que Cristo no es un intruso en la naturaleza humana, sino
su origen, su modelo y su meta.

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