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EL CLICHÉ (IM)PERFECTO QUE

SOMOS TÚ Y YO
Michelle Durán
©2022, Michelle Durán

© Diseño de cubierta: Alina Schmidt

© Corrección y editing: María Coma

©Maquetación: Michelle Durán

Registro Nº 2208201815869

ISBN: 9798849852423

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A mis dos yayas y media
ÍNDICE
ÍNDICE
NOTA
CAPÍTULO 1. AXEL
CAPÍTULO 2. AXEL
CAPÍTULO 3. KEY
CAPÍTULO 4. KEY
CAPÍTULO 5. KEY
CAPÍTULO 6. AXEL
CAPÍTULO 7. KEY
CAPÍTULO 8. AXEL
CAPÍTULO 9. AXEL
CAPÍTULO 10. AXEL
CAPÍTULO 11. AXEL
CAPÍTULO 12. KEY
CAPÍTULO 13. KEY
CAPÍTULO 14. AXEL
CAPÍTULO 15. AXEL
CAPÍTULO 16. AXEL
CAPÍTULO 17. KEY
CAPÍTULO 18. KEY
CAPÍTULO 19. AXEL
CAPÍTULO 20. AXEL
CAPÍTULO 21. KEY
CAPÍTULO 22. KEY
CAPÍTULO 23. KEY
CAPÍTULO 24. KEY
CAPÍTULO 25. AXEL
CAPÍTULO 26. AXEL
CAPÍTULO 27. AXEL
CAPÍTULO 28. KEY
CAPÍTULO 29. KEY
CAPÍTULO 30. KEY
CAPÍTULO 31. AXEL
CAPÍTULO 32. AXEL
CAPÍTULO 33. AXEL
CAPÍTULO 34. AXEL
CAPÍTULO 35. KEY
CAPÍTULO 36. KEY
CAPÍTULO 37. KEY
CAPÍTULO 38. AXEL
CAPÍTULO 39. AXEL
CAPÍTULO 40. AXEL
CAPÍTULO 41. KEY
CAPÍTULO 42. AXEL
CAPÍTULO 43. AXEL
CAPÍTULO 44. KEY
CAPÍTULO 45. KEY
CAPÍTULO 46. KEY
CAPÍTULO 47. KEY
CAPÍTULO 48. KEY
CAPÍTULO 49. AXEL
CAPÍTULO 50. AXEL
CAPÍTULO 51. AXEL
CAPÍTULO 52. AXEL
CAPÍTULO 53. AXEL
CAPÍTULO 54. KEY
CAPÍTULO 55. KEY
CAPÍTULO 56. KEY
CAPÍTULO 57. AXEL
CAPÍTULO 58. AXEL
CAPÍTULO 59. AXEL
CAPÍTULO 60. KEY
CAPÍTULO 61. AXEL
CAPÍTULO 62. AXEL
CAPÍTULO 63. KEY
CAPÍTULO 64. KEY
CAPÍTULO 65. AXEL
CAPÍTULO 66. AXEL
CAPÍTULO 67. AXEL
CAPÍTULO 68. AXEL
CAPÍTULO 69. KEY
CAPÍTULO 70. AXEL
AGRADECIMIENTOS
SOBRE LA AUTORA
NOTA

En este libro aparecen ciertos TW que pueden herir la sensibilidad, como la


homofobia o el bullying. Si eres sensible a estos temas, por favor, no sigas
leyendo. Tu salud mental es muchísimo más importante.
Axel Waters no estaba pasando por su mejor momento.
El fin de semana se le había hecho eterno. Lo había pasado solo y
encerrado en su habitación, comiendo ingentes cantidades de comida basura
y quemando Netflix.
Su madre había intentado hablar con él en un par de ocasiones, sin éxito.
La primera, poco después de la ruptura cuando seguramente había
escuchado sus sollozos a través de la puerta y… y su instinto maternal la
había obligado a intervenir. Pero Axel no había querido hablar con nadie,
así que la había echado a gritos y se había enterrado debajo de las sábanas.
La segunda había traído refuerzos con ella. Su padre era un hombre tímido
y dócil que nada entendía sobre el corazón de los adolescentes; su
conversación había sido corta y poco efectiva. Así que los Waters,
rindiéndose ante la evidencia, al final habían decidido dejar a Axel solo
para que pudiera lamerse las heridas.
Que te rompan el corazón es una gran putada, y si no que se lo dijeran a
él.
Axel solo había conocido el amor una vez en su vida, y todo había
terminado fatal. Había sido una ruptura dramática, lacrimógena y que le
había hecho jurar que jamás volvería a permitir que Cupido lo alcanzara
con una de sus flechas. Ahora, Axel se debatía entre tomar el hábito o
mudarse a la Antártida para no tener que ver más al motivo de tanto
sufrimiento; algo que sabía que acabaría ocurriendo tarde o temprano
porque Key Parker era el mejor amigo de su hermano.
Ben era el único de los Waters que no había intentado hablar con él,
quizás debido a que ya sabría lo que había pasado, o porque tampoco le
interesaba. Ese mutismo le venía genial; lo último que Axel quería en el
mundo era hablar con su hermano mellizo. Ahora que sabía que Key
siempre había estado enamorado de él era incapaz de mirarlo sin querer
pegarle un puñetazo.
Su amor por Key había sido rápido e inesperado; realmente su relación
había durado unos pocos meses apenas, pero Axel temía que le hubiera
dejado una marca permanente.

El lunes su madre entró en su habitación antes de que sonara el despertador.


Axel soltó un gruñido y le dio la espalda, pero Melissa no pensaba dar su
brazo a torcer y abrió las cortinas: la paciencia de su progenitora había
llegado a su fin.
—Arriba, Ax. Tienes que ir al instituto.
—Todavía me quedan un par de minutos de sueño.
—Tu padre ha preparado el desayuno. No querrás que se te enfríen las
tortitas, ¿verdad?
Axel sacó la cabeza de su escondite y miró a su madre. Melissa sonreía
de manera forzada, pero decidida, y él supo que había perdido la batalla.
—Está bien.
—Te espero abajo. —Su madre se marchó de su cuarto antes de que él
pudiera replicar.
Axel se incorporó sobre la cama y miró el móvil. Tenía un par de
llamadas perdidas de Lissa, cuatro mensajes de Dave y cero señales de vida
de Key. Se le retorció un poquito el corazón, aunque ya se lo esperase.
Había sido él quien lo había bloqueado en todas partes, al fin y al cabo.
Apenas quince minutos después, Axel ya estaba sentado en la mesa de la
cocina y devoraba su primera ronda de tortitas. Siempre había creído que
tener el corazón roto quitaba el apetito, pero no había sido así en su caso; su
estómago estaba en plena forma.
Su madre bebía café mientras fingía leer el periódico; y su padre,
ataviado con su delantal y con la paleta en ristre, apuraba la masa y
preparaba las últimas tortitas. A Axel no se le pasaban por alto las miradas
que ambos se lanzaban de hito en hito. En esos momentos, la cocina era
como un campo de batalla preso de una tregua tensa.
—¿Qué tal las tortitas? —preguntó su padre, llamando su atención.
—Muy ricas —se obligó a contestar Axel. Cortó un gran pedazo y se lo
metió dentro de la boca.
—Me alegra que te gusten.
Él asintió, más por hacer algo que por seguir la conversación.
Fue en ese momento cuando llegó Ben.
Su hermano se detuvo bajo el umbral de la puerta y Axel tragó. El bocado
le supo a alquitrán.
—Hola —saludó el menor de los mellizos Waters. Tomó asiento en su
lugar habitual y se echó tres tortitas en su plato.
—Buenos días, cielo —saludó su madre. Al parecer ya se le había pasado
el enfado de verlo llegar a casa borracho—. ¿Has dormido bien?
—Más o menos.
En realidad, parecía que más menos que más. El rostro de su hermano
tenía profundas marcas moradas bajo los ojos. Sin embargo, Ben no añadió
nada, y su madre tampoco insistió.
Axel se levantó, aunque todavía le quedaban restos de tortitas en el plato,
y se dirigió hacia la pila. Sentía todos los ojos de su familia clavados en la
espalda y tuvo que hacer un gran esfuerzo por no ponerse a gritar.
—Me voy a clase —anunció, y dio media vuelta, dispuesto a marcharse.
Su madre fue la primera en reaccionar. Parpadeó un par de veces,
sorprendida.
—¿Quieres… quieres que te lleve en coche? Es pronto y…
—No —cortó él—. Quiero caminar.
Nadie lo rebatió y él aprovechó el silencio para salir de la cocina. Apenas
había llegado al descansillo y recogido la mochila cuando sintió que alguien
tiraba de su brazo. Le sorprendió darse cuenta de que se trataba de Ben.
—Axel. —Ben carraspeó, visiblemente incómodo—. Sobre Key…
No quiso escuchar nada más. Sabía que Ben no tenía la culpa de nada de
lo que había ocurrido, pero en estos momentos le costaba estar en la misma
habitación que él. Así que se zafó de su agarre y salió de casa dando un
fuerte portazo.
Lissa estaba esperándolo en la parada de autobús.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Axel.
Lissa tenía la suerte de vivir cerca del instituto, así que no solía pillar el
bus.
—Me ha traído mi padre en coche —contestó su amiga, mirándolo de
arriba abajo. Su ceño estaba ligeramente fruncido y parecía molesta—.
Habría ido a buscarte a casa, pero alguien me lleva ignorando todo el fin de
semana, así que…
Ah.
La culpabilidad le mordió la boca del estómago, y Axel se encogió un
poco sobre sí mismo. Bajó la mirada hacia sus desgastadas Converse.
—Ya… Ha sido un finde complicado…
—Me imagino.
—Sí.
Lissa no habló, y él tampoco supo qué más decir para justificarse.
A esas horas de la mañana la parada estaba llena de estudiantes que,
como ellos, se dirigían hacia el instituto de manera pesarosa.
Axel creía saber cuál era el motivo de la presencia de Lissa. Su amiga
tenía razón: llevaba todo el fin de semana ignorando sus mensajes. Esa
actitud de por sí no era extraña, puesto que Axel solía hacerlo muy a
menudo, especialmente cuando se enganchaba a algún anime o se viciaba
durante horas a cualquier videojuego, pero seguro que su madre la había
llamado para comentarle la situación.
El autobús apareció en la distancia y Axel sacó el abono transporte de su
monedero. Aún en silencio, Lissa y él se pusieron en la cola para subir. Sin
embargo, antes de que Axel pudiera poner un pie dentro del vehículo, su
amiga tiró de su muñeca y lo obligó a salir de ahí. La gente se quejó, pero a
Lissa no pareció importarle; sin soltarlo, caminó calle abajo en dirección
contraria al instituto.
—¿Lissa? ¿Qué narices…? —preguntó Axel, sorprendido—. Por si lo has
olvidado, ¡tenemos clase!
—¡Olvídate de las clases! —le espetó ella. Su respuesta fue tan intensa
que se le escurrieron las gafas por el puente de la nariz—. ¡Tú y yo vamos a
hablar ahora!
Axel abrió la boca para replicar, pero la cerró al ver la mirada que le
dirigió Lissa.
Algo le decía que no tenía otra opción.

Era la primera vez que Axel se saltaba el instituto.


Se encontraban en un parque de su vecindario, tirados sobre el césped y a
la sombra de un gran roble viejo. El viento les movía el pelo y se habían
deshecho de los abrigos. A esas alturas del año, con abril llamando a su
puerta, la primavera parecía haber llegado a la ciudad.
Lissa, tumbada junto a él, usaba sus piernas como almohada. Tenía los
ojos cerrados y parecía relajada. No había ni rastro de esa furia que le había
visto antes. Axel, por el contrario, bebía un brick de zumo de manera
distraída.
No pensaba ser él quien rompiera la calma.
—No me puedo creer que estemos haciendo pellas —dijo entonces Liss,
y Axel la miró.
—Pues ha sido idea tuya.
Lissa se incorporó.
—¿Quieres…? —empezó, pero pareció pensárselo mejor y reculó.
Chasqueó la lengua, molesta, y se colocó un mechón de pelo detrás de la
oreja—. Dios, ni siquiera sé cómo empezar esta conversación.
—Solo… suéltalo. —Axel dejó el zumito a un lado y tomó aire,
preparándose para lo peor—. Creo que ya estoy listo para hablar sobre el
tema.
Su amiga le lanzó una larga mirada y asintió.
—¿Qué ha pasado?
¿Por dónde empezaba? ¿Por la primera vez que Key y él habían hablado
en el pasillo o por esa noche de sábado en la que se había presentado en su
casa sin avisar? ¿Qué le decía? ¿Le hablaba de esas Navidades que habían
pasado juntos? ¿De ese primer beso tan desastroso? ¿Le contaba sobre su
«primera cita» no oficial a ese festival de cine? ¿Y los nervios, las
inseguridades? ¿Y esas primeras veces, al principio en el hotel, luego en su
cuarto? ¿Le explicaba ese «te quiero» susurrado la noche de la celebración
de su cumpleaños que había puesto todo su mundo del revés?
¿Cómo podía resumir lo que Key le había hecho sentir, lo que aún le
hacía sentir, si ni siquiera podía hablar de él sin que la voz le temblara?
A Axel se le llenaron los ojos de lágrimas y, maldiciendo en voz baja, se
apresuró a pasarse la manga de la sudadera sobre ellos para evitar
derramarlas.
Sentía un nudo insoportable en la garganta.
—Estoy enamorado de Key.
Lissa hizo una pausa.
—Entiendo —dijo, finalmente. Posó la mano sobre la pierna de Axel, de
manera cariñosa—. Y… ¿ha pasado algo entre vosotros?
—Estuvimos… saliendo durante unos meses —susurró. Cómo escocía
hablar en pasado—. Me hizo creer que le gustaba de verdad, pero… Al final
resulta que él está enamorado de Ben. O lo estaba, pero no me lo dijo. Me
mintió. Me mintió durante todo este tiempo y yo no puedo perdonarlo.
—¿De Ben? —Su amiga parpadeó—. ¿Key?
—Desde siempre. —La voz de Axel sonó amarga—. ¿Te acuerdas de mi
ridículo plan para conseguirle novia?
—No era tan rid…
—Venga, Liss. Los dos sabemos que lo era. Key se acercó a mí porque
quería sacarme información sobre la cita de Ben y Johana. Y luego siguió
viniendo a mi casa, no sé por qué, pero el caso es que siguió viniendo y yo
le dejé y me enamoré y él me besó y yo no me aparté y seguimos juntos y
luego…
Axel guardó silencio, y Lissa alzó las cejas.
Ahora sí que estaba sorprendida.
—¿Qué? Oh. —El rostro de su amiga enrojeció tanto como el suyo—. Ya
veo. No pensé que… Nunca se me ocurrió pensar que tu relación con él
hubiera avanzado tanto y… ¿y qué tal?
—¿Me estás preguntando cómo es follar con Key?
—¡No, Axel, por Dios! —Lissa negó con la cabeza, horrorizada—. Es
solo que… ¡no sé qué decir! ¡No me lo esperaba! Ni siquiera sabía que te
gustaran los chicos.
—Y no me gustan —se apresuró a aclarar—. Quiero decir… No me
gustan como Key.
—Pero tampoco te gustan las chicas, ¿verdad?
Axel torció el gesto.
—No.
En realidad, solo Key le había hecho sentir algún tipo de deseo sexual, y
había ocurrido cuando habían profundizado en su relación. Aunque, si
tuviera que escoger, suponía que prefería acostarse con chicos antes que con
chicas. Sus rasgos le llamaban más la atención, quizás, como le había
pasado con el rubio. Nunca le había atraído una chica, y seguramente era
algo que jamás pasaría.
El silencio que siguió a la revelación fue largo y un tanto incómodo.
Hablar de su relación con Key todavía le dolía, y Axel no se imaginaba un
futuro en el que no lo hiciera.
Las ganas de llorar volvieron a quemarle el pecho.
Lissa le apoyó la cabeza sobre el hombro. Le olía el pelo a su champú
habitual; un aroma que le recordaba a su infancia y que lo reconfortó.
—Lo siento muchísimo, Axi —murmuró su amiga—. Me imaginaba lo
de Key, pero no sabía… Dios, menudo capullo. Qué gilipollas. Qué imbécil.
Qué idiota.
—No sé qué hacer, Liss —confesó, con voz rota—. Sigo queriéndolo
tanto. Y quiero creerle. Quiero creer que de verdad no supo gestionarlo, que
le daba miedo, pero… Pero ahora solo puedo pensar en que me mintió, y en
que ya no puedo confiar en él.
»No puedo evitar compararme con Ben porque… siempre ha sido el
Waters bueno y yo solo soy… solo soy yo.
Lissa alzó la cabeza como un resorte.
—¡Ni se te ocurra insinuar eso, Axel Waters!
Un sollozo se le escapó de la garganta y las lágrimas empezaron a caer
libremente por sus mejillas.
—Joder —masculló—. Qué puta mierda. Cómo odio esto.
Esta vez fue el turno de su amiga de guardar silencio.
Y Axel se derrumbó.
Se dobló sobre sí mismo, abrazándose el estómago y lloró.
Porque seguía teniendo a Key clavado en el corazón. Y él todavía quería
llamarlo y besarlo y volver el tiempo atrás. Pero no podía hacerlo. Nada
cambiaría el hecho de que el rubio le había ocultado la verdad, y nada
cambiaría el hecho de que él se comparara con Ben y se sintiera el perdedor.
La dinámica de su relación nunca volvería a ser la misma.
Lissa lo abrazó y lloró con él. Lloró hasta que a Axel ya no le quedaron
más lágrimas dentro y respirar fue más sencillo. Después, guardaron
silencio, el silencio cómplice y cariñoso que se adquiere tras muchos años
de amistad.
—Deberías hablar con Dave. —Lissa fue la primera en romperlo. Volvía
a tener la cabeza apoyada sobre su hombro y una de las manos, entrelazada
con la de Axel, le hacía cosquillas en la piel—. Él no sabe nada y está
preocupado por ti.
Axel asintió, soltando el aire lentamente.
—Lo sé. Es solo que… Ni siquiera sé cómo empezar. Contigo es más
fácil. Siempre lo ha sido.
—Pero Dave es tu mejor amigo. Y te quiere, Axi, te quiere muchísimo.
Me llamó, ¿sabes? Ayer por la noche. Llevamos sin hablar más de un mes y
me llamó porque no contestas sus mensajes ni sus llamadas y quería saber si
estabas enfadado. —Su amiga soltó una risita, aunque no fue muy alegre—.
Habla con él.
Axel era muy consciente de que, aunque su relación con Dave no
estuviera pasando por su mejor momento, eso no le daba derecho a ocultarle
la verdad. Su mejor amigo llevaba meses raro, y él se había escudado en esa
actitud y se había aprovechado para no sentirse culpable por no decirle lo de
Key.
Antes de su relación con el rubio él siempre había dado muchas cosas por
sentado. Había confiado en que no se enamoraría jamás. Había confiado en
que su actitud se debía a que la gente le caía mal y no a que tenía miedo de
abrirse a los demás. Había confiado en que Lissa, Dave y él permanecerían
juntos eternamente, o al menos hasta que terminaran el instituto. Jamás se le
había ocurrido pensar que su amiga pudiera estar enamorada de Dave, o que
este se echaría novia y querría pasar algo de tiempo con ella; nunca se
imaginó que su amistad pudiera cambiar tanto ni que su manera de verse,
comportarse o sentirse pudiera ser de otra manera a la que había sido desde
que había comenzado a hablar.
Pero lo había hecho. Y si Axel quería que las cosas volvieran a la
normalidad tenía que empezar a poner de su parte.
Había llegado el momento de ser sincero.
Key Parker era una persona tan afortunada que se decía que había nacido
con estrella.
Su padre era uno de los odontólogos más afamados del norte de
Inglaterra y su madre una neurocirujana de reputación mundial. Su hermana
mayor, Pony, era un espíritu libre que había estudiado artes en la
universidad y que se estaba labrando un futuro en el mundillo cultural. Su
cuñado, Joe, era un escultor independiente que tenía un estudio en Londres
y cuyas obras colmaban los posts de Instagram de millones de usuarios en
la red.
Él era deportista, y de los buenos. Su talento en el atletismo no era un
secreto para nadie. Su instituto tenía vitrinas llenas de los trofeos que había
ganado en las competiciones, y el periódico de la ciudad solía entrevistarlo
porque lo consideraba una pequeña celebridad local.
Su vida había sido fácil y había estado colmada de atenciones. Sus
padres, aunque ocupados con sus respectivas carreras, siempre habían
tratado de sacar tiempo para estar junto a él. Su hermana mayor lo adoraba
y ambos estaban muy unidos. Key tenía un grupo de amigos escandalosos
que eran como una segunda familia y con los que sabía que podía contar
pasara lo que pasase, y sus compañeros de clase besaban el suelo por el que
pisaba. Solo tenía que alzar el móvil, buscar en su interminable lista de
números de teléfono y, con el simple hecho de chasquear los dedos de una
mano, le salían miles y miles de planes a los que apuntarse.
Sin embargo, el único contacto que realmente le importaba no contestaba
sus llamadas.
Le había bloqueado en todas partes.
No quería hablar con él.
Y, aunque Key sabía que se lo merecía, el dolor no se le iba del pecho.

Cuarenta horas. Casi un fin de semana completo. Ese era el tiempo que
había pasado desde su ruptura con Axel.
Key había roto antes con más gente. Chicas, algún que otro chico. Su
relación más larga hasta la fecha apenas había durado seis meses. Charlize
era una compañera de su clase de química avanzada. Lo de ella había sido
un flechazo inesperado. Por aquel entonces, Key había tenido quince años y
había estado muy salido. Acababa de perder la virginidad y lo único en lo
que había pensado había sido en repetir la experiencia, así que había ligado
y se había acostado con la gente sin ningún tipo de compromiso. Tinder,
Instagram, todo le servía. Charlize, por el contrario, era seria, responsable,
algo tímida, bajita y su cuerpo no era normativo. Era, en definitiva, lo
opuesto a él. Nada hacía presagiar que pudieran interesarse el uno por el
otro, pero lo habían hecho. Gracias a un trabajo que los había obligado a
pasar más tiempo juntos de lo normal, lo que al principio había parecido
una relación cordial y distante pronto se había encendido, y al poco tiempo
habían empezado a salir.
Sin embargo, Key no había tardado en fastidiarla y Charlize había roto
con él.
Como bien había dicho Lady Di en esa mítica entrevista televisiva:
«éramos tres en este matrimonio, así que estaba un poco abarrotado».
Había pocas cosas de las que Key estaba seguro en la vida, pero, desde
luego, una de ellas era que sus sentimientos hacia Ben Waters distaban
mucho de lo que se suponía que debía de ser una simple amistad.
La primera vez que se había dado cuenta de que veía a su mejor amigo de
otra forma había sido cuando tenían doce años y habían estado jugando un
partido de fútbol en una de las canchas del vecindario. Había habido señales
antes, por supuesto, pero no había sido hasta entonces cuando la certeza lo
había golpeado en toda la cara. Había sido un caluroso junio, y Ben había
detenido el partido para secarse el sudor de la cabeza con una toalla. Key lo
había observado, y había estado a punto de tropezarse con sus propios pies.
Algo había rugido en su interior, las tripas se le habían dado la vuelta y su
rostro había enrojecido.
Recordaba perfectamente lo que había pensado, y también recordaba los
rápidos latidos de su corazón; había sido como si su cuerpo hubiera
empezado a funcionar por primera vez en ese momento, como si todos los
años que habían trascurrido hasta entonces no hubieran sido más que el
calentamiento para la carrera principal.
«Ben es… es sexy, joder».
Pero no había tardado en desterrar ese pensamiento de la mente. Se había
obligado a sí mismo a recuperar el control y, para cuando hubieron
retomado el partido, Key había vuelto a ser el mismo de siempre.
Solo que no había sido así.
Desde entonces, su fijación por Ben no había hecho más que aumentar.
Se fijaba en él en los entrenamientos del club de atletismo. Le encantaba
su sonrisa, su maravillosa sonrisa. Su risa le hacía volar. El brillo pícaro en
sus ojos antes de realizar alguna travesura le gustaba más que los cereales
del desayuno. Escucharlo hablar era suficiente como para alegrar cualquier
día malo.
A los catorce años no le había quedado más remedio que asumir la
realidad: estaba jodidamente enamorado de su mejor amigo.
Había sido el inicio de su descenso a los infiernos.
—¡Buenos días, bello durmiente!
Key miró a su hermana y se dejó caer en su silla habitual para el
desayuno. Pony seguía como siempre: con esas pintas de hippie ecologista
que tanto la caracterizaban. Su cabello rubio estaba atado en una coleta alta
y sus ojos castaños lo observaban con curiosidad. Vestía una sencilla
camiseta de talla extragrande —seguramente de Joe— y sostenía una taza
de té humeante con las manos llenas de anillos artesanales.
En la mesa había todo tipo de comida, desde muffins de arándanos hasta
tostadas de salmón y aguacate. Olía de maravilla. Sin embargo, el estómago
de Key estaba cerrado y lo único que se sirvió fue un simple zumo de
naranja.
En casa de los Parker la comida siempre era de un cáterin a domicilio.
Eran unos negados en la cocina.
Su hermana seguía sin quitarle ojo de encima.
—¿Qué? —le preguntó él, perdiendo la paciencia.
—¡Venga, Keycito! —dijo Pony. Key torció el gesto. Adoraba a su
hermana, pero odiaba que lo llamara de esa forma—. En esta casa puede
que seamos un poco despistados, pero no tontos. ¿Por qué te crees que estoy
yo aquí?
Ah, se lo temía.
Pony vivía junto a Joe desde que ambos se habían graduado en la
universidad, así que ver a su hermana desayunando en el salón como
cuando eran pequeños era toda una rareza. Key tendría que haberse
imaginado que algo así pasaría tarde o temprano.
—No lo sé —contestó, para ganar tiempo—. ¿Porque nos echabas de
menos, quizás?
—Siempre, ¡pero no es eso lo importante ahora! —Su hermana hinchó
las mejillas con aire infantil—. Es porque papá y mamá te han escuchado
llorar todo este fin de semana y están preocupados por ti. Y ahora que te
veo yo también lo estoy. ¿Qué ha pasado?
Key sabía que no tenía muy buen aspecto. Llevaba dos noches sin dormir,
y ese fin de semana apenas había salido de su habitación. Su higiene
personal había pasado a un segundo plano y solo se había duchado y
afeitado esa mañana porque tenía que ir al instituto.
—Ha sido un finde complicado —dijo. Se terminó el zumo de un trago e
hizo el amago de levantarse, pero su hermana lo agarró de la muñeca y lo
obligó a permanecer en el asiento.
—¡No se te ocurra huir! ¿Por qué ha sido un finde complicado?
Key apartó la mirada.
Recordar a Axel y cómo lo había fastidiado todo con él le hacía sentir tan
mal que ni siquiera le salían las palabras.
No estaba listo para hablar de Axel con Pony. Key sabía que era bisexual
desde hacía ya unos cuantos años, pero nunca se había atrevido a hacerlo
público, ni a sus familiares ni mucho menos a sus amigos. Y no porque
tuviera problemas para aceptar su sexualidad. Tenía la enorme suerte de
vivir en un ambiente tolerante y, al fin y al cabo, seguía siendo un hombre
blanco, atractivo y popular, así que salir del armario no habría acabado con
sus privilegios. Pero… hacerlo habría significado dar muchas
explicaciones. Tendría que hablar de cómo había sido Ben el primer chico
que había hecho que se le pusiera dura, de la vergüenza que eso le había
hecho sentir y de lo traumático que había sido para él llegar a la conclusión
de que, aunque le gustaran también los tíos, jamás encontraría a nadie que
le hiciera sentir como su mejor amigo. Por eso había decidido guardar
silencio todos esos años.
El miedo lo paralizaba. ¿Y si Pony no lo entendía? ¿Y si ponía en
palabras lo que Key llevaba pensando todo el fin de semana? ¿Y si le decía
que era un egoísta y un mentiroso y que se tenía bien merecido todo lo que
había ocurrido con Axel?
A simple vista podía parecer que a Key no le importaba nunca nada y que
tenía la situación bajo control, pero no era cierto. Lo único que había hecho
a lo largo de su vida había sido seguir el estereotipo y la imagen que la
gente tenía sobre él. El chico de oro, el deportista, el de las notas de diez, el
novio heterosexual perfecto. La realidad era muy distinta. Key era un
cabezota, un dramático patológico, un idiota que siempre metía la pata al
hablar y alguien a quien le aterraba hasta su propia sombra.
Axel era la única persona con la que se había atrevido a ser él mismo.
Axel era el único que había sabido ver más allá de su fachada. Axel, su
cucaracha cascarrabias, el chico que le había enseñado que el amor puede
ser bonito y correspondido, que puede ser sano y no una obsesión
enfermiza.
¿Cómo había permitido que sus miedos echaran a perder la cosa más
preciada para él?
—La temporada de competiciones. Con todo esto de sacarme el carnet de
conducir y los exámenes creo que estoy bajando el rendimiento —dijo,
finalmente. Pony alzó una ceja. No lo creía, pero a él le daba igual si lo
hacía o no—. Estoy un poco agobiado con todo. Quiero abarcar mucho y
siento que no voy a conseguirlo. Entrar en Medicina no es sencillo. Tengo
que mantener una media muy alta. Además, en la última competición quedé
tercero y me preocupa no ser capaz de volver a los resultados que obtenía
antes de, ya sabes, la lesión.
El accidente que había sufrido en aquella pista de atletismo era un tema
algo tabú en su familia. No es que no se hablara de él, sino que todos los
Parker lo trataban con mucho tacto. Sabían que había sido un hecho muy
traumático para Key. Sacarlo a colación era jugar sucio, pero sabía que era
la única manera que tenía para que Pony lo dejara en paz.
Y no se equivocó.
—Ah, ya veo. —Pony asintió—. Dime, Keycito, ¿te duele? ¿Has notado
algo diferente? ¿Quieres que vayamos al médico?
—No, no. La rodilla está bien, no te preocupes. —dijo. Su hermana
guardó silencio y Key aprovechó el momento para levantarse del asiento—.
Me voy a clase. ¿Nos vemos luego?
—Sí, claro, pero…
Key no quiso escuchar nada más. Le mostró a su hermana una sonrisa
forzada y salió del comedor.
Hill parecía enfadado cuando Key se reunió con él y Conrad esa misma
mañana.
—¿Se puede saber qué coño has estado haciendo todo este fin de semana
para ignorar mis mensajes? —le preguntó—. ¡Te he enviado como treinta
memes, imbécil, y eran de los buenos!
Conrad puso los ojos en blanco.
—No te creas. Me los pasó también a mí y eran una mierda.
—¡Conrad!
—¿Dónde está Ben?
Hill bufó ante las palabras de Key.
—Desaparecido en combate.
El rubio torció el gesto.
Sus amigos y él solían ir siempre juntos al instituto. Era un hábito que
habían adoptado en primaria cuando apenas había comenzado su amistad y
que habían mantenido hasta ahora que estaban cerca de acabar el penúltimo
año de instituto. Sus casas quedaban cada cual más lejos, pero ni la
distancia ni la lluvia ni sus otras obligaciones rompían la costumbre.
Key y Hill tenían ya diecisiete años y ambos estaban en proceso de
sacarse el carnet de conducir. Key suponía que el camino se les haría más
ameno una vez que lo hicieran en coche y no tuvieran que quedar en la
estación de metro de al lado de la casa de Hill cada mañana, ya que era la
que más cerca les pillaba del instituto.
—¿Ha pasado algo entre vosotros? —preguntó Hill.
—No —contestó Key, tan rápido que no engañó a nadie.
—¿Habéis discutido? —Conrad centró su atención en él. Parecía
preguntarle otra cosa muy distinta con la mirada.
«¿Es por Axel?».
Key le retiró la vista. Su amigo era la persona más intuitiva del planeta y
nunca se le escapaba nada.
—No lo sé.
Hill alzó las cejas con sorpresa.
—¿Y por qué ha sido esta vez?
Pese a lo que pudiera parecer, la relación entre Ben y Key no era tan
idílica. En realidad, solían discutir muy a menudo. A Ben le gustaba
pasárselo bien, las bromas y las jugarretas, pero sabía dónde estaba el límite
y solía ser más responsable que Key. Su mejor amigo siempre le reprochaba
que se pasara de la raya, y a Key le parecía una molestia que, con los años,
Ben fuera cada vez más aburrido.
Lo que no había comprendido hasta hacía muy poco era que Ben no
cambiaba, simplemente maduraba. Y ahora lo sabía porque era lo que le
había pasado a él desde que había empezado a salir con Axel.
Estaba seguro de que su mejor amigo se había cansado de llamarle sin
tener ninguna respuesta por su parte, y ahora estaba molesto. Por eso, había
tirado hacia clase sin ellos, porque Ben odiaba las confrontaciones y
prefería hablar cuando las cosas se hubieran calmado y no en caliente para
no meter la pata.
Además, estaba el asunto de su pareja. O expareja; Key ya no lo sabía.
—Llegamos tarde. Será mejor que nos pongamos en marcha.
—¡Hostia puta! —Hill le echó una ojeada a su smartwatch y comenzó a
andar sin esperarlos—. ¡Que tengo matemáticas a primera hora! ¡Como
llegue tarde la Trunchbull me mata!
—¿Quieres dejar de llamar así a la profesora Sanders? —Conrad bufó,
caminando mucho más despacio que él—. Si te machaca tanto es porque
eres insoportable.
Hill le sacó el dedo corazón.
Key sonrió un poco y los siguió.
Por lo menos, las cosas con ellos seguían siendo como siempre.

Buscarlo entre la multitud era algo inevitable.


Su instituto era el típico público de la zona: un edificio construido en los
años setenta, con paredes desvencijadas por la edad, taquillas mugrientas y
estudiantes con cara de sueño. Tenía una biblioteca que contaba con cuatro
libros en su colección y la cafetería servía comida de procedencia
cuestionable.
Sin embargo, a Key le encantaba.
Con el dinero de sus padres se podría haber permitido ir a cualquier
internado pijo de Inglaterra, como Eton o Harrow School, y quizás hubiera
sido la opción más inteligente de cara a la admisión en una buena
universidad, pero él siempre se había negado. No había nada que la
educación pública no pudiera ofrecerle y, además, así por lo menos estaba
junto a sus amigos.
Key asistía a las clases más avanzadas y su media no bajaba del
sobresaliente. Le gustaba estudiar, aunque no lo pareciera, y se le daba
increíblemente bien.
Pero esa mañana no podía concentrarse.
Pensaba en Ben y, sobre todo, pensaba en Axel.
Se le hacía raro llamarlo exnovio.
Axel y él solo coincidían en gimnasia, y no tendrían esa asignatura hasta
el miércoles. Key sabía que no ganaba nada presionándolo, que lo mejor
que podía hacer era dejar que pasara el tiempo, pero… quería verlo.
Necesitaba verlo, casi tanto como necesitaba respirar.
La campana sonó, anunciando el fin de la clase. Key se levantó el
primero, recogió todas sus cosas lo más deprisa que pudo y echó a correr
fuera del aula. No iba a hablar con él, solo quería saber si estaba bien,
solo…
Key era capaz de distinguir a Axel en cualquier parte. Su cabello negro,
siempre desordenado, era mucho más suave de lo que parecía a simple
vista. Sintió un hormigueo en las palmas de las manos al recordar cómo era
apartarle el flequillo de la frente.
Axel estaba junto a Lissa, rebuscando un libro en su taquilla pulcramente
ordenada mientras despotricaba, enfurruñado.
A Key se le detuvo el corazón durante unos segundos y se le anclaron los
pies al suelo. Un par de estudiantes se chocaron contra él, pero al darse
cuenta de quién se trataba no le gritaron ni le recriminaron nada. En otra
ocasión, a Key ese trato de favor le hubiera molestado, pero no esa vez.
No cuando los ojos de Axel se cruzaron con los suyos, y todas sus buenas
intenciones se evaporaron.
Key hizo el amago de ir junto a él, pero no pudo dar ni dos pasos cuando
una voz a su espalda lo detuvo.
—Key, tenemos que hablar.
Era Ben.
Su mejor amigo parecía enfadado y él no supo qué hacer. ¿Debía ir a
hablar con Axel? ¿Con Ben? Por suerte o por desgracia, no fue él quien
tomó la decisión. El primero se fijó en el segundo y vio la duda en los ojos
de Key. Frunció el ceño y les dio la espalda. Después, cerró la taquilla de un
portazo y, agarrando a Lissa de la muñeca, se alejó de allí sin echarles
siquiera una última mirada.
El corazón de Key se contrajo de manera dolorosa dentro del pecho.
Haciendo acopio de todo su valor, se giró y miró a Ben.
—Está bien —dijo con resignación.
Le esperaba la conversación más difícil de su vida.
Las pobres excusas que inventaron Lissa y él para justificar su ausencia en
las dos primeras clases del día no sirvieron para evitar su castigo. El
director Don «estoy muy decepcionado con usted, señorita Bells» y
«esperaba otro comportamiento por su parte, señorito Waters» los hizo
llamar nada más poner un pie en el instituto y, mientras torcía su grotesca y
enorme nariz, les echó una buena reprimenda.
Lissa y Axel aguantaron el rapapolvo de manera estoica y orgullosa.
Cuando salieron del despacho su madre empezó a mandarle un mensaje tras
otro —«pensé que con la salida nocturna de Ben ya teníamos suficientes
problemas», «Axel Peter Waters, te juro por Dios que vas a tener que darme
muchas explicaciones» y su favorito: «me cago en la madre que os parió a
Ben y a ti. Solo me dais disgustos»—, pero a él no le importó. Observó a
Lissa, su amiga lo miró a él y ambos soltaron una pequeña carcajada.
Sabían que tendrían que apechugar con las consecuencias de sus actos,
pero en esos momentos no les importaba una mierda, porque estaba bien,
jodidamente bien, sentirse así para variar. Un poco rebelde, fuera de la
norma, alguien que pudiera ser convocado al despacho del director por
hacer pellas, un estudiante visible y no un objeto inanimado como un
mueble.
Y estaba genial hacer eso junto a tu mejor amiga.

Encontrar a Dave solía ser sencillo. Repartía su tiempo entre estudiar en la


biblioteca y atender sus quehaceres en el club de química. En el pasado,
también había sido habitual encontrarlo junto a Lissa o él. Aunque solo
hubieran pasado un par de meses desde la excursión de esquí, para Axel era
como si hubiera ocurrido hace años.
Lo primero que hizo esa mañana cuando las clases terminaron fue buscar
a Dave. No lo encontró en la biblioteca, así que se encaminó hacia el
laboratorio y asomó la cabeza por la rendija de la puerta. Su mejor amigo,
ataviado con una bata blanca que le quedaba demasiado larga y unas gafas
trasparentes sobre la nariz, estaba inclinado sobre una pipeta mientras
apuntaba algo en un cuaderno.
Axel tragó saliva. El corazón le latía desbocado.
«Vamos allá», se dijo.
—Dave —saludó, cerrando la puerta a su espalda. El aludido alzó la
cabeza y su expresión cambió. Preocupación, irritación, desconfianza,
confusión. Axel lo conocía tan bien que, de saber dibujar, podría crear todo
un cuaderno de bocetos con sus emociones—. Me gustaría hablar contigo.
Dave se colocó las gafas encima de la cabeza y asintió. Seco. Escueto.
Empezaban bien.
—Vale.
Silencio.
Axel recorrió la distancia que los separaba, arrastró una banqueta y se
sentó junto a él. En la mesa todo era un caos. Ya no solo eran esos tubitos
trasparentes rellenos de líquido misterioso. Eran los miles de apuntes con
fórmulas químicas, las enciclopedias, los manuales. Daba igual cuánto
tiempo pasara: a Axel seguía pareciéndole fascinante que Dave fuera capaz
de comprender ese lenguaje.
Su mejor amigo no era de los que se enfadaban. A lo largo de su amistad,
Axel solo lo había visto furioso una vez, y había sido cuando Hill había
molestado a Lissa en la excursión de esquí. Dave siempre era de los que
mantenían un perfil bajo. Tímido a primera vista, pero con un corazón de
oro. Siempre era el primero en apuntarse a un bombardeo, como había
hecho cuando lo había apoyado con su estúpido plan de encontrarle novia a
Ben.
Dave Lovegrove era de los que siempre están ahí, silencioso, dispuesto,
cercano; y a Axel no se le ocurría una realidad en la que no estuviera.
—¿Qué haces? —preguntó más bien por romper el hielo que porque
estuviese interesado en sus experimentos.
—Hago que el líquido de las pipetas cambie de color. Ya sabes, el agua es
incolora, pero si le añades los ingredientes apropiados… —Dave movió uno
de los frascos y el agua empezó a tornarse de color azul—. Es sencillo.
Axel le lanzó una mirada admirada.
—Eres increíble.
Dave hizo una pausa. Volvió a dejar los botecitos sobre la mesa y el azul
poco a poco se fue diluyendo hasta que el agua se volvió de nuevo
transparente.
Axel no sabía cómo empezar la conversación. Se suponía que era fácil.
Dave y él llevaban años siendo amigos; siempre se lo habían contado todo.
Entre ellos había una conexión que ni Lissa podía comprender, porque Dave
también tenía hermanos que eran supernovas brillantes a los que era
imposible superar.
Axel había sido el primero en consolarlo cuando Dave había quedado
segundo en ese concurso de química al que sus padres ni siquiera se habían
molestado en asistir. Dave era quien le dejaba copiarse de sus deberes,
aunque siempre dijera que sería la última vez «porque no pienso estar
cubriéndote siempre, Axel».
Solo que sí que lo hacía, una y otra vez.
—Key y yo salíamos juntos.
Dave volvió a alzar la vista. Abrió la boca en una ligera «o».
—¿Qué?
—No sé cómo empezó, porque yo ni siquiera sabía que me gustaban los
chicos, y todavía no me gustan, ni las chicas; pero Key empezó a pasar
tiempo en casa. Vino la noche de la cita de Ben y Johanna y se quedó y me
enfadé con él y lo eché, pero no me hizo caso y…
Axel se lanzó. Fue como abrir un grifo de agua, como desatar el nudo de
una manguera y permitir que el chorro fluyera libremente. Habló y habló.
Habló durante un tiempo que se le hizo eterno. Le contó que Key le había
ganado jugando a videojuegos y que habían hecho una estúpida apuesta que
lo había obligado a acompañarlo a su competición de atletismo. Le habló de
la Navidad, de los besos. Le habló de Frankenstein, del motivo por el cual
había tardado tanto tiempo en volver al autobús en la excursión —«como
comprenderás no podía volver con un bulto en los pantalones del tamaño de
una piedra de Stonehenge, Dave, joder, no podía»—. Le contó que habían
dormido juntos esa noche, y la siguiente; que Key había seguido yendo a su
casa; y la vez que sus padres habían estado a punto de pillarles «con las
manos en la masa». La celebración de cumpleaños, las horribles semanas
que la siguieron…
Todo.
Axel se abrió en canal, como una de las ranas del laboratorio. Se sacó
todo de dentro, aguantando las ganas de llorar.
Y Dave lo escuchó en silencio, sin gesticular, sin indicar nada que le
permitiera a Axel saber cómo estaba cayendo esta información en la cabeza
de su amigo.
—Y rompimos… Bueno, yo lo dejé. —La voz de Axel se quebró y se
maldijo por no ser capaz de mantener la calma—. Ahora sé que quiso a Ben
y no puedo perdonarle porque me mintió.
—¿Por eso no contestabas mis llamadas?
—Sí.
—Y Lissa… ¿Lissa lo sabía?
Su pregunta lo dejó sin palabras. Axel balbuceó y dejó caer los hombros,
derrotado.
—A medias.
Ahí estaba, por fin, una emoción.
Traición.
—¿Me estás queriendo decir que llevas semanas, ¡meses!, enamorado de
Key Parker y no me has dicho nada?
—Es que no sabía… no sabía cómo te lo ibas a tomar y… Key tampoco
estaba listo para hacerlo público y…
—¿Qué clase de imagen tienes de mí, Axel? —El tono de Dave subió una
escala—. ¿Creías que me lo tomaría mal? ¿En serio se te ocurrió pensar que
me molestaría que estuvieras en una relación que te hace feliz? ¿Por qué?
¿Por qué Lissa sí y no yo?
—¡No lo sé! —estalló él. Sabía que no ganaba nada poniéndose de mal
humor, pero no podía evitarlo. No cuando Dave lo miraba de esa forma—.
¡Porque tú también llevas meses raro y no nos cuentas nada!
—¡Porque no me has preguntado!
—¡Eso no es verdad! —Axel golpeó la mesa con el puño y los tarros de
cristal se tambalearon—. ¡Llevo meses persiguiéndote y preguntándote qué
narices te pasa con Lissa! ¡Sé que se te declaró, ¿vale?! ¡Lo sé! ¡Y sé que la
rechazaste; pero pensé que eras mejor persona y que eso no estropearía
nuestra amistad!
Dave se echó hacia atrás como si le hubiera pegado una bofetada, y Axel
se arrepintió de sus palabras nada más decirlas.
Por desgracia, ya era demasiado tarde.
Su amigo le retiró el rostro. Empezó a recoger los libros y los apuntes de
manera descuidada, aplastándolos unos con otros.
—Dave… —murmuró Axel—. Siento… No quería decir…
—¿Sabes qué, Axel? —le espetó Dave, su voz gélida—. Yo también
pensaba que eras mejor amigo.
Sus palabras abrieron un profundo agujero en la boca de su estómago,
como si una bala de plata se hubiera anclado dentro de las costillas de un
hombre lobo, emponzoñándolo todo a su paso.
Dave se levantó, y Axel no fue capaz de hacer nada para evitar que se
fuera de la clase pegando un fuerte portazo. Solo pudo parpadear, aún
sentado en su sitio, mientras repetía para sí la escena una y otra vez, como
si fuera una película rayada.
De su grupo de amigos, Ben era el despistado, Hill el bromista, Conrad el
responsable y Key el guapo.
Siempre había sido así.
—Háblame de Axel.
Hasta ahora.
La azotea del instituto era territorio vedado para todos los alumnos…
menos para ellos. Que Ben fuera el presidente del consejo estudiantil tenía
sus ventajas, y una de las más valiosas era la de disponer de las llaves de
todas las puertas de la institución. Hacía tiempo que ellos no comían en el
comedor junto al resto de los estudiantes, sino que directamente lo hacían
en la azotea.
A Key, el lugar siempre le había trasmitido cierta calma, pero esa vez le
parecía diferente. Pese al buen tiempo que les había regalado abril esa
mañana, ahora hacía frío y Key se encogió un poco sobre sí mismo. Los
rayos del sol no calentaban igual, y el aire se le clavaba en el cuerpo como
si se tratara de un cuchillo.
—¿Qué quieres saber? —preguntó.
Ben no lo miró.
Estaban sentados en el suelo, apoyados contra la pared. Las piernas de
Key, tan largas, permanecían estiradas. En momentos así, cuando la
temperatura cambiaba tan drásticamente, su rodilla se resentía.
—¿Desde hace cuánto?
Key torció el gesto. La pregunta era la misma que le había hecho Axel el
sábado pasado cuando se había enterado de la verdad, y recordar lo mal que
había terminado todo casi le hizo temblar.
—¿Me preguntas desde hace cuánto salgo con tu hermano o desde hace
cuánto me gusta?
—Me imagino que ambas cosas van de la mano, ¿no?
—No, en realidad no. Axel y yo ya no estamos juntos, pero me sigue
gustando. Y me gustaba mucho antes de que empezáramos a salir.
Ben asintió, despacio, paladeando las palabras.
Y por fin lo miró.
—¿Por qué habéis roto?
—Tu hermano me ha dejado. Me ha dejado porque… —Key tomó aire,
pero no el suficiente, porque no existía aire en el mundo que pudiera
llenarle los pulmones. Porque necesitaba un tanque enorme de oxígeno,
algo, cualquier cosa que le permitiera volver a respirar—. Dios, Ben… —
Se echó hacia delante y escondió la cabeza entre las manos.
Su mejor amigo se inclinó sobre él, con el ceño fruncido por la
preocupación.
—¿Key, tío? ¿Estás bien? No me jodas. ¿Quieres que llame a alguien?
—Estaba enamorado de ti. Estaba enamorado de ti y Axel se enteró y me
dejó.
Salir del armario con Conrad había sido fácil.
Le sonó la voz baja y hueca, y la lengua se le atoró. Las palabras se le
escurrieron por entre los labios con el dolor de una condena.
El tío de Key era abogado penalista en Estados Unidos. Cuando había
sido más joven, a Key le había fascinado hacerle todo tipo de preguntas
sobre crímenes e investigaciones policiales, fruto de su enfermiza obsesión
con la serie Ley y Orden. Sin embargo, Richard Parker no había tardado en
hacerle ver que la realidad no es como la pintan y que, en la mayoría de los
casos, los juicios son poco más que una tortura que te desgasta mentalmente
y de los que nadie sale vencedor, ni víctimas ni verdugos. «La justicia es
dura, pero eso no implica que sea justa», le había dicho. Y quizás había sido
su expresión, o esa tristeza que había visto en sus ojos, pero esa noche Key
había tenido una pesadilla terrible. Había soñado con piel deshecha a tiras,
pelo achicharrado y ojos derretidos. Había soñado con huesos humeantes y
lamentos lanzados al vacío. Había soñado con una silla eléctrica, tan
imponente como un trono y tan temible como la más afilada de las espadas.
Jamás había vuelto a preguntarle nada sobre su trabajo.
Ahora se sentía así, como un condenado en el patíbulo, esperando su
sentencia final, las palabras que terminaran con él para siempre.
—¿Qué?
Key se incorporó.
—Siempre te he querido, Ben, desde que era un niño. Te quise hasta que
empecé a querer a Axel, y ahora me da miedo haberos perdido a los dos.
Largos segundos de espera. Respiraciones agitadas. Silencio. Sorpresa en
la mirada de Ben.
—¿Qué? —repitió Ben, parpadeando. No le creía—. ¿Es… es esta es otra
broma de las tuyas, Key? Porque no tiene gracia. No la tiene y…
—¿Crees que me habría alejado de tu hermano si lo fuera? ¿En serio
crees que habría permitido que algo jodiera mi relación con Axel si no fuera
verdad?
Ben se echó hacia atrás, hasta que su espalda chocó de nuevo contra la
pared, y lo miró. Lo miró con una profundidad que hizo a Key sentirse
desnudo, que le hizo retorcer los dedos de las manos y que le hizo desear
que todo hubiera sido diferente; que nunca se le hubiera ocurrido pensar en
lo guapo que se veía su mejor amigo y en lo rápido que le hacía latir el
corazón y lo que se encontraba dentro de sus calzoncillos.
—No me jodas —dijo finalmente, y alzó la voz—. ¿Estabas…? ¿De mí?
Pero… ¿En serio? Quiero decir… ¡Tío! Estoy… No sé… ¡Estoy flipando
y…! ¿De mí?
—Sí, de ti, joder, Ben, di algo que tenga sentido o te juro que me muero
ahora mismo.
—Pero ¿cómo te voy a gustar yo, si soy un desastre?
—En pasado —le recordó.
—¡Lo que sea! ¿¡Y ahora te gusta Axel!? ¿Qué clase de fetiche extraño
tienes tú con los Waters? ¿Quieres que te presente a mi primo o algo? Llevo
años sin saber nada de él, pero igual surge la chispa, yo qué sé.
—Dios, tienes razón. Solo me he enamorado dos veces en mi vida y
resulta que sois hermanos.
—¡Es que…! —Ben tomó aire y negó con la cabeza—. ¿Por qué no me
lo dijiste?
—Claro, Ben —ironizó Key—. Habría sido muy sencillo empezar esa
conversación, ¿no crees? «Hola, tío. Me gustaría que me tocaras para algo
más que para practicar los ejercicios de atletismo. Por cierto, ¿te hace un
cine? Van a estrenar la nueva de los Warren».
—¡No tiene gracia! —Ben enrojeció y le golpeó el brazo, y Key soltó una
risita nerviosa para aliviar la tensión—. Vale, joder. No podías, lo entiendo.
Ambos guardaron silencio, tratando de procesar la información: Ben
alucinando y Key algo más tranquilo, porque su mejor amigo seguía ahí
sentado a su lado y no le había pegado la patada.
—¿Te gustan los tíos? Quiero decir… —Ben carraspeó—. Sé que las tías
te gustan, porque he visto que se te ponía dura con esa chica de segundo
que se parece a Jennifer Lawrence.
—Me gustan las tías. Y me sigue gustando Jennifer Lawrence. Pero
también me gusta Chris Hemsworth.
Esta vez fue el turno de Ben de soltar una carcajada que le hizo reír a él
también.
Key creía saber lo que era el miedo. Lo creyó cuando se había lesionado
y los doctores le habían dicho que no podría volver a competir. Lo creyó
cuando la terapia había sido más dura de lo que nadie se esperaba y su
rodilla no había parecido responder a los ejercicios de los fisios. Lo creyó
cuando le habían dicho que ya no solo no podría correr, sino que había una
posibilidad de que no volviera a caminar sin tener que usar una muleta.
Pero nada se comparaba al miedo que llevaba anclado en el corazón
desde ese fin de semana.
Nada se comparaba al miedo que le daba perder a Axel, aunque ya no
estuviera junto a él. Y nada se comparaba al miedo que sentía cada vez que
pensaba que Ben, Hill o Conrad podían irse de su lado.
El miedo seguía allí, anclado en algún lugar dentro del pecho. Pero con
cada risa era más sencillo dejarlo ir.
—Entonces… Axel, ¿eh? Qué curioso. Nunca pensé que fuera tu tipo. Ya
sabes. Es gruñón, cabezota y muy terco.
—Es muy dulce —murmuró Key, con añoranza y un dolor agudo en el
costado—. Y sí que es cabezota, pero es tierno. Y buena persona. Y cuando
se enfada frunce el ceño de forma muy curiosa y me encanta quitarle el
flequillo de la frente porque es imposible mirar esos ojos y no caer rendido
a sus pies.
—Para, tío, joder. —Ben simuló una arcada—. Que es mi hermano.
—Has empezado tú.
—Es que no pensé que te gustara tanto.
—Es más que eso. Lo quiero.
—Ya veo que soy una persona fácilmente olvidable para ti.
Key sonrió. Sonrió con socarronería. Sonrió con gula. Sonrió como antes.
Sonrió como un sabueso a punto de recibir un hueso.
Porque podían estar siendo los peores días de su vida. Podía tener el
corazón roto. Podía desear no ser tan idiota, pero nunca dejaba escapar una
oportunidad para picar a su mejor amigo.
Se echó hacia delante, invadiendo el espacio de Ben y se relamió el labio
inferior cuando vio la turbación de su mirada.
—¿Estás celoso?
Ben lo empujó y Key se echó a reír.
—Tío, qué asco. No. Joder, no. Antes muerto que tener algo contigo.
Roncas cuando duermes. Y seguro que eres de los babosos que no saben
tener las manos quietas.
—Pero… —El tono de voz de Key se puso serio y Ben alzó la vista—. Sí
que tendrías algo con Nico Rush, ¿verdad?
Ben perdió el color del semblante. Abrió los ojos con sorpresa, grises, tan
grises que a Key siempre le habían parecido la luna llena en una noche
despejada. Era en esos ojos donde lo reconoció: el mismo pánico que le
había atenazado a él hacía un rato en el pasillo, cuando Ben lo había
llamado, justo antes de tener esa conversación.
Su mejor amigo empezó a sudar y a tartamudear.
—Qué… Qué, cómo… No sé qué estás insinuando. No sé qué…
—Fue la noche en la que te emborrachaste, cuando quedamos con mis
amigos del polideportivo. Estabas triste porque… porque, bueno, habías
discutido con él y bebiste más de la cuenta y te fuiste de la lengua.
»No te he querido preguntar antes porque no sabía si te acordabas y
estabas ignorando el tema o si no quieres hablar de ello. Solo… estoy aquí,
¿vale?
Ben se pasó una mano por el pelo. No era tan oscuro como el de Axel,
sino más bien castaño, y más corto, siempre peinado en su sitio.
—Pensé que no soportabas a Nico.
—No lo hago. Pero es porque… El año pasado él sabía que tú me
gustabas y yo sabía que él quería algo contigo, así que lo detestaba. Ahora
que lo pienso, es un poco infantil. —Key rio sin ganas e hizo una pausa—.
No sabía que, al final, había conseguido conquistarte.
—No estamos juntos —se apresuró a aclarar Ben. A Key le sorprendió la
amargura de sus palabras—. Solo éramos follamigos. Y ni siquiera eso.
Empezamos por curiosidad, ya sabes. Cuando Jane me engañó yo lo pasé
fatal, y el director me mandó hacer de tutor de Nico porque, al parecer, es
una especie de minigenio y quería hacer subir la media del instituto. Una
cosa llevó a la otra y… —Ben enmudeció, con la mirada perdida en el
pasado—. Creo que yo siento algo por él, pero él no. Y lo estropeé todo el
otro día preguntándoselo.
»Nico es… es muy complicado. Cuando se siente acorralado ataca y
muerde, y simplemente peleamos. Ahora ya no estoy muy seguro de cuál es
mi relación con él. Ni siquiera contesta mis mensajes.
Key casi silbó con sorpresa.
Ben, su mejor amigo Ben, ¿heterosexual? No, al parecer no.
—¿A ti también te molan los tíos?
—¡No! —se apresuró a aclarar él, rojo como un tomate. Pero pareció
recular—. O… ¿sí? A ver, Nico desde luego sí que me gusta. Pero solo él.
Ay, Dios, ¿me he vuelto gay?
—No te vuelves gay, gilipollas. —Key le dio un codazo. Su amigo
parecía confuso y mortificado, y Key sintió lástima por él—. Pero igual bi
sí que eres.
—Hay que joderse, Key. Que ya no soy hetero —dijo, y alzó las cejas
como siempre que resolvía un problema de matemáticas complicado—.
Hay que joderse.
—Pues bienvenido al club.
Ben repitió un par de veces más «hay que joderse», y Key se limitó a
darle un par de palmaditas en la cabeza.
Después, guardaron silencio, cada uno metido en sus pensamientos.
Estar ahora junto a Ben era como se suponía que tendría que haber sido
siempre. Sin nada romántico de por medio, sin sentir celos por aquella
gente que le gustaba, escuchándolo, comprendiéndolo y no esperando algo
más.
Y era un alivio, joder. Era un puto alivio.
Axel todavía no podía creerse que su conversación con Dave hubiera
terminado de esta forma.
—No lo entiendo —murmuró su amiga—. No pensé que… Dios, si ha
sido por mi culpa yo no…
—Esto es solo culpa mía, Liss —aclaró Axel—. Ha sido culpa mía por no
contar con él. Tiene razón. He sido un amigo desastroso.
—Pero… —Lissa guardó silencio. En el fondo, sabía que no había nada
que pudiera decir.
Su discusión con Dave le parecía lejana, casi irreal. Axel anduvo hasta el
gimnasio en el que entrenaba Lissa y esperó pacientemente a que su amiga
terminara sus ejercicios. Le había contado todo un poco por encima.
Ella estaba tan destrozada como él.
«¿Es este el fin?», pensó, con amargura. «¿Es que acaso voy a perder a
todas las personas importantes para mí?».
—Deja que pase el tiempo —sugirió Lissa con una esperanza renovada
en el tono de su voz—. Dave es razonable y quizás…
Axel no contestó. Porque daba igual lo razonable que fuera Dave o no. La
realidad era que Axel le había ocultado su historia con Key, que había
contado con Lissa y no con él, y eso no cambiaría, aunque pasara el tiempo.
Su amigo tenía todo el derecho del mundo a estar dolido.
—No lo sé —murmuró, finalmente, y dejó caer los hombros—. Esta vez
parecía enfadado de verdad.
Lissa lo observó, la determinación brillando en su mirada. Y, sin que
Axel lo esperara, echó a andar hacia la salida del gimnasio.
—Esto no se va a quedar así. —La escuchó mascullar, y Axel se apresuró
y la siguió.
—¿Liss? ¿Dónde vas? ¿Qué vas a hacer?
—¿No es obvio? ¡Voy a buscarlo!
Mala idea.
Axel consiguió adelantarla y se paró frente a ella.
—¡Ni se te ocurra! Si hablas con él todo será peor. Se sentirá más
desplazado que antes y…
Pero Lissa no atendía a razones. Sorteó a Axel y retomó su camino. «Qué
rápida es cuando quiere, maldición», pensó él, y no le quedó más remedio
que perseguirla para no perderla de vista. Apenas varios minutos después ya
habían recorrido gran parte del instituto y habían alcanzado el laboratorio.
Lissa abrió la puerta con fuerza, como si quisiera arrancarla de los
goznes, y los integrantes del club de ciencias pegaron un respingo.
—¡Dave! —dijo ella. No parecía importarle demasiado que la gente la
mirara—. ¿Por qué te comportas así?
Dave se levantó del asiento y abrió la boca para contestar, hasta que se
dio cuenta de que Axel se encontraba junto ella y su gesto se agrió.
—¿Os podéis ir? Estamos haciendo un experimento muy complicado y…
—Dave, por fa… —trató de decir Axel, pero su mejor amiga lo
interrumpió.
—No hagas esto más difícil. Sal para que podamos hablar.
—No.
Lissa retrocedió un paso, su rostro empezando a palidecer. Dave nunca
era tan seco o cortante.
—¿No?
—¡No! —estalló, perdiendo los papeles. Axel escuchó los murmullos de
los integrantes del club, tan sorprendidos como ellos de ver a Dave
comportándose de esa forma, y sobre todo con Lissa. Siempre habían sido
un equipo: el tándem perfecto—. ¡No quiero hablar con vosotros! ¡Estoy
harto!
—Pero, Dave…
—Liss. —Axel agarró a su amiga de la mano y trató de sacarla de allí, sin
éxito. Lissa estaba quieta como un árbol y nada conseguiría moverla—.
Deberíamos irnos.
—No. No hasta solucionar esto. Dave, somos amigos —intentó Lissa a la
desesperada, pero la mirada de Dave fue letal cuando negó con la cabeza.
—¿Lo somos realmente?
Ni siquiera Axel encontró la voz para contestar. Los ojos de Lissa se
llenaron de lágrimas y, esta vez sí, tiró de ella y se alejaron por el pasillo.
La reprimenda de su madre fue legendaria. Y el castigo que le impuso
pasaría a los anales como el Castigo Más Duro de la Historia.
Un mes entero sin salir a menos que fuera imprescindible —
comprensible, pero no le afectaba mucho—, tres semanas encargándose de
la limpieza de los baños —nada que Axel no hiciera ya— y, lo peor de todo,
nada de Netflix hasta nuevo aviso —había buscado un tutorial en YouTube
y había cambiado la contraseña—.
Por lo menos no le había prohibido jugar a videojuegos, aunque sí que
había limitado su uso a solo dos horas al día, salvo los fines de semana.
Menuda mierda.
Los videojuegos favoritos de Axel eran los RPG. Le fascinaba la fantasía
y, sobre todo, el modo historia. Era casi como leer un libro, pero sin tener
que hacerlo.
Le ayudaban a no pensar en nada.
Ni en Dave.
Ni en Key.
Ya habían pasado tres días. Tres días lejos de él.
Esa mañana, al verlo en el pasillo, se había sentido morir. Jamás había
deseado tanto dejarse llevar, ir hasta él, suplicarle que le volviera a pedir
perdón, besarlo. Besarlo mucho.
Pero luego había venido Ben y la rabia le había consumido el cuerpo
entero.
—¿Axel? —La voz de su madre le hizo pegar un brinco en la silla. Axel
pausó el juego, se posó los cascos sobre los hombros y miró en dirección a
la puerta—. La cena está casi lista.
—Vale.
Su madre no se fue. Axel la vio titubear y, para su sorpresa, cruzó la
habitación y se dejó caer en la cama.
—¿A qué juegas?
La voz le sonaba… animada. Demasiado animada. Axel entrecerró los
ojos. Su madre jamás se había interesado por uno solo de sus juegos.
—¿Ya se te ha pasado el enfado?
—No. Ni contigo ni con Ben. Últimamente me tenéis muy disgustada.
Pero…
—Es el Final Fantasy VIII —murmuró él, con calma. Miró la pantalla y
luego a su madre y, en un impulso, le tendió el mando—. ¿Quieres
probarlo?
Melissa Waters parpadeó con sorpresa. Y asintió.
Durante la siguiente media hora, Axel se limitó a darle instrucciones a su
progenitora, que golpeaba el mando de manera histérica cada vez que
Squall se enfrentaba con algún monstruo en sus misiones.
Su madre apestaba, no había forma más dulce de decirlo. No lograba
coordinar sus movimientos con el mando, no se apañaba con el sistema de
combate por turnos y los enemigos solían acabar con ella con facilidad.
Pese a ello, Axel se sorprendió a sí mismo riendo, y Melissa rio con él. Y
luego, cuando la mataron por sexta vez, guardaron silencio durante un rato.
—He discutido con Dave —susurró, despacio.
—¿Con Dave? —preguntó Melissa, sorprendida—. Pero si nunca le he
visto alzar la voz. ¿Qué ha pasado?
Axel tomó aire.
—Es porque no le conté… No le conté que Key y yo estábamos juntos y
que lo dejamos el sábado pasado —murmuró Axel. No sabía muy bien por
qué lo decía ahora, pero sentía que era el momento.
Melissa parpadeó.
—Con… ¿Con Key? ¿Key el amigo de Ben? ¿Nuestro Key?
Dolía. Dolía que su madre se refiriera a Key como «el amigo de Ben».
—El mismo. Por eso cada vez pasaba más tiempo en casa; conmigo.
¿Recuerdas esa vez que nos pillaste discutiendo? No vino a ver a Ben.
Estaba ahí por mí y discutimos y estuvimos a punto de romper, pero
seguimos juntos hasta que todo se acabó el sábado pasado porque… Bueno,
por cosas.
Melissa dejó el mando de la Switch sobre la mesa y le agarró el brazo con
cariño.
—Entonces no me lo imaginé. Sabía que ocurría algo entre vosotros, pero
nunca pensé que…
—Esta mañana… No quería saltarme el instituto. Es solo que necesitaba
hablar con Lissa. No me encontraba con fuerzas para ver a Key, porque sigo
queriéndolo, pero es complicado. Es la primera vez que tengo un ex. —
Axel rio un poco, sin gracia, con dolor—. Es raro.
—Un poco sí, la verdad. Pero no que te guste un chico. Más bien… es
raro que te guste Key. Siempre lo has odiado.
—Y preferiría que siguiera siendo así.
—Yo no. ¿Sabes por qué? Porque cuando estás con él te ríes más que
nunca. Te escuchamos desde el piso de abajo, tu padre y yo. Y siempre
hemos creído que tu risa, junto a la risa de Ben, es el sonido más bonito del
mundo. Ya iba siendo hora de escucharla más.
Axel no encontró palabras para responder. Se le llenaron los ojos de
lágrimas, pero no derramó ninguna.
Melissa se inclinó, le besó la frente y salió de su habitación diciendo un
último «baja a cenar cuando estés listo». Axel asintió.
Esa noche cenaron los tres solos. Ben mandó un mensaje en el último
momento, anunciando que tomaría algo por ahí con sus amigos, y su madre
masculló algo parecido a «¿es que acaso no recuerda que sigue castigado?».
Axel no necesitó que leyera todo el mensaje. Sabía que estaba junto a Key.
Y entonces lo recordó. El motivo del castigo. La borrachera. Las palabras
de Key.
«Ha discutido con su pareja».
Ben. Nico. Su supuesta relación.
Axel dejó caer el tenedor sobre su plato, haciendo un ruido estridente, y
sus padres le lanzaron una mirada confundida.
—¿Ax?
—¿Estás bien, hijo?
Él trató de recomponer su semblante lo más rápido que pudo.
—Todo bien —mintió, porque no estaba todo bien.
Ni de puta coña.
Su vida había pegado un vuelco de ciento ochenta grados y Axel no sabía
muy bien cómo asimilarlo. Por si no fuera suficiente con su salida pública
del armario, su ruptura con Key y su discusión con Dave, ahora no podía
parar de pensar en Nico y Ben. ¿Era verdad? ¿Estaban juntos? ¡Imposible!
Ben nunca había dado ningún tipo de señal que le hiciera sospechar que
tiraba para la otra acera… claro que ni él ni Key lo habían hecho, y eso no
les había impedido comerse la boca.
Qué absurdo.
El martes por la mañana, Axel no le quitó ojo de encima a Ben mientras
desayunaba. Su hermano era una persona de costumbres. Si su padre no
preparaba tortitas, siempre comía Frosties —o los cereales más sosos del
mundo, como le gustaba llamarlos a él— junto a un zumo de naranja
natural. Echaba los cereales antes que la leche y los calentaba un minuto y
medio, ni más ni menos.
No parecía tener el corazón roto. Seguía con el pelo peinado hacia atrás
con ese aire que pretendía ser desenfadado, pero que no lo era en absoluto.
Ya no tenía ojeras.
Esa mañana sus padres habían salido pronto a trabajar, así que estaban
solos.
—¿Qué? —le espetó Ben—. ¿Tengo monos en la cara?
Axel se apresuró a negar con la cabeza.
—No —dijo, y le dio un mordisco a su pan tostado con Nutella. Ninguno
de los hermanos Waters era aficionado al típico desayuno inglés.
Ben tomó asiento en su silla habitual y comenzó a comer los cereales en
silencio.
¿Desde hace cuánto tiempo estarían juntos? ¿Se acostarían? ¿Ben,
acostándose con un chico?
La imagen le restó años de encima e hizo que le salieran un par de canas.
—Dios, estás rarísimo —le espetó su hermano—. Vamos a dejarlo claro
aquí y ahora, ¿vale? Sé lo tuyo con Key. Y también sé que le dejaste. Y…
—Dudó—. Mierda. Sé por qué lo dejasteis.
Axel estuvo a punto de atragantarse con su tostada.
Nico Rush se esfumó por completo de su mente.
Cualquier otra cosa que no fueran Key y Ben lo hizo.
—¿Qué?
—Key me lo ha contado. Y solo para tu información, está todo bien entre
nosotros. Él ya no siente nada, y es un imbécil que te quiere, así que, si
haces el favor de volver con él te lo agradecería. Está insoportable y no para
de hablar de ti.
Axel sabía que, por raro que pudiera parecer, Ben estaba tratando de
hacerle un favor, pero solo consiguió el efecto contrario. Se sentía
traicionado, dolido. Porque Key sí que había hablado con Ben y no se había
tenido que enterar de la verdad escuchándola a escondidas por la rendija de
una puerta.
«¿Por qué ha tenido que esperar a mentirme para ser sincero? ¿No podría
haberlo sido desde el principio? De esa forma seguiríamos juntos, joder. Lo
habría comprendido».
Apartó el plato de manera enfurruñada y se levantó.
—No es asunto tuyo.
Ben parpadeó, confuso.
—Creo que sí, ¿no? Soy el motivo de vuestra ruptura, aunque sea de
manera indirecta.
—¡No te entrometas!
—¡No me grites!
Axel se negó a contestar. Recogió los restos del desayuno con prisas y
salió de la cocina dando un fuerte portazo.
Lo había decidido: no pensaba rendirse con Dave. Haría todo lo posible
para ganarse el perdón de su mejor amigo.
Aunque para eso primero tenía que dejar de ignorarlo, el muy idiota.
El martes no consiguió encontrarlo, y no pudo quedarse después de clase
para continuar con su búsqueda debido a su castigo. Así que, con más
resignación que otra cosa, cerró su taquilla y puso rumbo hacia su casa.
Las cosas en el hogar de los Waters estaban tensas.
Ben y él no se hablaban, y sus padres no terminaban de comprender qué
era lo que había ocurrido esta vez.
Pero si Axel se creía que las cosas en su vida no podían ir peor se
equivocaba.
Y de qué manera.
El miércoles era el día más temido de su calendario. Era el día en el que
tenía gimnasia con Key, la primera y única asignatura que compartían en la
semana. Esa mañana, los nervios le jugaron una mala pasada y se le
pegaron las sábanas, así que tuvo que salir a toda prisa de su casa. Llegó al
instituto sudado, hiperventilando y deseando tener ya los diecisiete para
poder sacarse el carnet de conducir.
Todavía le quedaba una buena carrera hasta el gimnasio, así que hizo
acopio de todas sus fuerzas, se paró por su taquilla para coger la ropa de
deporte y se dispuso a emprender el esprint final. A esas horas de la
mañana, los pasillos de su instituto permanecían vacíos; la mayoría de los
alumnos ya estaban en sus clases y los más rezagados eran unos
impuntuales patológicos, así que no parecían tener tanta prisa como él.
O no todos, al menos.
Axel chocó contra algo, o alguien, y se vio impulsado hacia atrás. Habría
caído al suelo como su bolsa de deporte de no ser porque unas manos lo
sostuvieron en el último momento.
Axel alzó la vista, dispuesto a agradecerle a quien fuera su salvador que
le hubiera evitado una caída aparatosa, pero las palabras murieron en su
garganta.
Key.
—Axel. —El rubio lo soltó como si se hubiera quemado y Axel casi
perdió el equilibrio—. Joder, no te he visto. Lo siento.
—Ya.
En el mundo existían miles de pringados con una suerte pésima, pero él,
desde luego, se llevaba el puesto número uno del pódium.
Recogió su bolsa y se incorporó. Ninguno de los dos habló. Tampoco se
miraban. El corazón le latía con fuerza. Le ardía el brazo.
—Ehm… ¿Te has dormido? —le preguntó el rubio.
¡Mierda!
—Llegamos tarde a gimnasia.
Key alzó las cejas y asintió, aletargado, como si acabara de levantarse de
la siesta.
Echaron a correr hacia el gimnasio, Key por delante, como siempre, con
su propia mochila balanceándose en su ancha espalda; y Axel detrás,
maldiciendo su destino y siendo incapaz de apartar los ojos de la figura del
más alto.

—Key, Axel, llegáis tarde.


El profesor de gimnasia era de los pocos que llamaba a los alumnos por
sus nombres.
Axel se encogió un poco sobre sí mismo. Odiaba ser el centro de
atención, y en esos momentos tenía puestos los ojos de todos sus
compañeros sobre él.
—Lo siento. Ha sido culpa mía —se justificó Key—. Me he entretenido y
lo he entretenido a él también.
El profesor les echó una mirada de arriba abajo y lanzó un suspiro
resignado.
—Id al vestuario a cambiaros. Ya.
Key echó a andar. A Axel le tomó un poco más de tiempo. Se debatía
entre las ganas de gritar y la injusticia que sentía al ver que los encantos del
rubio funcionaban hasta con los profesores cascarrabias.
—¿Vienes? —preguntó Key, sacándolo de sus pensamientos.
Axel no contestó. Aferró con fuerza el asa de su mochila y echó a andar.
Trató de alzar la cabeza con orgullo al pasar junto a él, pero se tropezó con
sus propios pies y estuvo a punto de caer. A su espalda, escuchó las risitas
de algunos de sus compañeros y su rostro se tornó de color carmesí.
«Me cago en todo, joder».
Haciendo de tripas corazón, Axel se coló en el vestuario y no se molestó
en sostener la puerta para Key. Al rubio no pareció importarle mucho y no
tardó en seguirle, con una expresión difícil de identificar en el rostro.
El vestuario de su instituto era una jodida pesadilla. Olía a adolescentes
hormonados con serios problemas de higiene y a calcetines sudados.
Apenas tenía una pequeña ventana por la que se colaba un poquito de luz; y
las duchas, separadas por mamparas, soltaban un chorro de agua tan
ridículo que no daba ni para lavarse medio sobaco.
A Axel el espacio le parecía más pequeño que nunca.
La presencia de Key era suficiente para llenar mil estadios, ni qué decir
una simple salita.
El silencio era insoportable.
El ambiente estaba cargado de algo parecido a la electricidad estática;
pequeños escalofríos recorrían cada terminación nerviosa de su cuerpo.
Key le dio la espalda y se quitó la camiseta, que dejó colgada en un
perchero. El corazón de Axel hizo las maletas y a punto estuvo de salírsele
por la boca. Si antes había creído que la vergüenza teñía su rostro, ahora
estaba segurísimo de que podría haberse inscrito —¡y ganado!— en una
competición agrícola por ver cuál era el tomate con mejor pinta.
Se obligó a sí mismo a girarse. Encontró un hueco en una de las bancas
en la que poder colocar su mochila y se quitó la camiseta.
Pum, pum, pum.
Quería morirse.
—¿Cómo es que has llegado tarde? —preguntó Key. Parecía tener la voz
animada, pero Axel lo conocía demasiado bien como para distinguir la
tensión escondida por lo bajo—. Eres un poco desastre, pero no sueles ser
impuntual.
—No es asunto tuyo —masculló, de mala manera. Se sintió orgulloso de
sonar como un perro rabioso.
«No quiero que me hables como si nada hubiera sucedido.
No quiero que me toques.
No quiero que te acerques.
Porque, si lo haces, caeré. Caeré, mierda, caeré y me abrasaré con la
intensidad de tu mirada».
Key no volvió a hablar y Axel terminó de ponerse los pantalones de
chándal con rapidez. Se ató de nuevo los cordones de las zapatillas, recogió
la ropa y cerró la cremallera. Iba a girarse cuando se chocó contra algo.
O alguien.
Otra vez.
—Lo estoy intentando, Axel, joder. —La voz de Key sonó cerca de su
oído y Axel sintió un escalofrío—. Intento no presionarte, hacer las cosas
bien, pero es horrible, mierda, es horrible porque no dejo de pensar en ti.
Axel retrocedió un par de pasos. Le temblaban las manos, así que las
cerró en dos fuertes puños. Intentó sonar decidido cuando dijo:
—Deberías haber hecho las cosas bien antes.
El rostro de Key se contorsionó en una mueca dolorida.
—¿Crees que no me arrepiento? Mierda, todos y cada uno de los días que
han pasado desde el sábado me he arrepentido. Pero no puedo cambiar mi
pasado, y no puedo cambiar lo que sentía por Ben.
—¿Es que no lo entiendes? —espetó él—. ¡No es Ben quien me molesta,
joder! ¡No son tus sentimientos hacia él lo que me enfada! Te lo dije, es la
mentira. Es que no confiaras en mí para decírmelo cuando yo… cuando yo
te lo he dicho absolutamente todo. Y ahora es demasiado tarde.
Un roce. Los dedos de Key subiendo por su brazo, haciéndole cosquillas,
logrando erizar su piel.
Axel contuvo el aliento de manera inconsciente.
—¿Lo es? —preguntó el rubio, su voz apenas un susurro.
¿Lo era?
¿No era la misma situación que con Dave? Axel también le había
ocultado la verdad a su mejor amigo, tal y como había hecho Key con él, y
por eso comprendía muy bien el dolor de Dave. Y lo había hecho por
miedo, no por desconfianza. Si lo pensaba de esa forma, era fácil meterse
en los zapatos del rubio.
Pero…
Pero, joder, pero…
—No me toques, mierda. —Axel lo empujó y echó a andar hacia la
puerta—. Ahora mismo sigo enfadado contigo, ¿vale?
Algo titiló en los ojos de Key, como una cerilla prendida.
Esperanza.
—¿Quiere eso decir que llegará algún día en el que no lo estés?
Axel dudó. Fueron solo unos segundos, pero fueron suficientes para Key.
Una sonrisa empezó a extenderse por su rostro y él lo maldijo porque, joder,
no era justo que siguiera siendo tan guapo.
—Me sirve.
—No te he dicho que sí.
—Tampoco me has dicho que no
En esos momentos, Axel tenía miles de cosas en la cabeza. Dave, Ben,
Nico, Lissa, su castigo, los exámenes de final de trimestre. Y, pese a ello,
Key siempre sería el primero de su lista.
—Eres un capullo.
La sonrisa del rubio se hizo más ancha.
—Cómo había echado de menos tus dulces palabras, cucaracha.
—Estamos practicando ejercicios de fuerza por parejas y, como habéis
llegado tarde, os toca poneros juntos.
El gesto de Axel se agrió y Key tuvo que morderse el labio inferior para
evitar una sonrisa.
La suerte estaba de su parte ese día, vaya que sí.
Al otro lado de la clase, Hill le lanzó una mirada inquisidora, aunque no
tardó en volver a regalarle su atención a su compañera de ejercicios.
Llevaba intentando salir con esa chica desde finales de enero y la cosa
parecía ir bien.
—Id al fondo del gimnasio, calentad un poco y uníos a vuestros
compañeros —continuó el profesor—. Venga, que no tenemos todo el día.
Y eso hicieron. Trotaron un poco alrededor del gimnasio —Key delante,
Axel detrás y con pinta de querer vomitar los pulmones— y estiraron a un
par de metros de distancia del resto de sus compañeros. Después, Key se
agachó para coger la pelota de fuerza y miró a Axel.
—¿Crees que podrás con ella? Pesa mucho.
—Vete a la mierda —le espetó él. Key sonrió—. Lánzala y ya te diré si
puedo con ella o no.
Las cosas seguían tensas entre ellos, pero esa dinámica era como la de los
inicios de su relación. Discusiones, vaciles, bromas.
¿Era muy iluso al sentir esperanzas?
Key lanzó el balón, asegurándose de no apuntar hacia su cara; Axel trató
de hacerse con él, pero se le escurrió de entre las manos y casi le revienta
un pie.
—Te he dicho que es pesada.
El chico enrojeció. Se agachó para recuperar el balón y, aunque intentó
que no se le notara, a Key no se le pasó por alto su ceño fruncido por el
esfuerzo.
Dios, cómo le gustaba esa cabezonería de Axel.
Key no solía llegar nunca tarde, pero llevaba días sin dormir bien. Era
complicado hacerlo si Axel se le aparecía en sueños continuamente.
En ellos, volvían a esa noche de finales de febrero, cuando habían
celebrado su cumpleaños. Key aún podía paladear el sabor del chocolate en
su lengua. Recorría el cuerpo de Axel con las manos, casi siempre frío a
pesar de la calefacción, bajando, bajando, bajando. Le lamía el cuello, se
colaba dentro de sus pantalones, por debajo de sus calzoncillos.
«Te quiero», le decía todo el rato, entre beso y beso, susurrándolo como
una caricia.
Axel no le contestaba, pero él no lo necesitaba. Porque Key podía ver el
amor brillando en su mirada, lo sentía en su sonrisa, en su rostro enrojecido,
en esa forma que tenía de abrazarlo fuerte, tan fuerte, como si temiera
soltarlo y perderlo para siempre.
Key se despertaba siempre de madrugada, con un serio problema en los
pantalones y un gran agujero en el pecho que le impedía respirar.
«Si tan solo hubiera sido sincero antes, si no hubiera sentido tanto
miedo…».
—¿Cómo es posible que te coordines tan mal si juegas tan bien a
videojuegos? Te he visto realizar combos imposibles.
—Que te calles —le ladró Axel, todavía tratando de lanzar el balón en
dirección a Key y fallando en el intento. La pelota chocó contra la pared, a
un par de metros de distancia—. Este bicho pesa como un muerto.
—No te creas. Igual eres tú, que eres un debilucho.
—Ya empezamos. —Axel chasqueó la lengua—. Perdóneme por no ser
un puto superhéroe mazado, Su Excelencia.
Key sonrió. Se hizo de nuevo con la pelota y empezó a pasársela de mano
a mano.
—Esto no es nada en comparación con lo que tengo que hacer en el
polideportivo.
—No puedes dejar de presumir ni por un solo segundo, ¿verdad?
—Obviamente no. Con este cuerpo y estas habilidades sería un crimen no
hacerlo.
Axel le sacó el dedo corazón, enfurruñado, y esta vez Key no pudo evitar
una carcajada divertida.
Le vibraba el pecho con emoción por primera vez en casi cinco días.
Fue la clase que más rápido se le pasó de todas. Y no solo por haberla
empezado más tarde, sino gracias a Axel. A Key le hubiera gustado saber
algo, un poquito, de fotografía para poder inmortalizarlo para siempre.
Hasta que no habían empezado a salir, no se había percatado de lo
efusivo que podía ser Axel. Siempre había creído que era el Waters tímido y
tranquilo, pero se había equivocado; cuando el mayor de los mellizos
hablaba, todo su cuerpo lo hacía con él. Era pura expresividad. Key se lo
sabía de memoria. La curva de sus labios se prestaba siempre a miles de
interpretaciones. Su ceño solía fruncirse para abajo, aunque una ceja
siempre se le arqueaba más que otra. Su nariz se arrugaba cuando se
enfrentaba a algún problema incomprensible o tenía que hacer frente a un
gran reto, como en esos momentos.
—Hey, enhorabuena. —Key levantó su pulgar cuando Axel consiguió
capturar el balón a la primera—. Te ha costado, pero no está mal.
Axel masculló algo parecido a «nomejodasgilipollascapullointegral» y
Key tuvo que hacer un gran esfuerzo para retener una carcajada. El chico no
tenía buen aspecto. Sudaba e hiperventilaba y las rodillas le temblaban por
el esfuerzo, pero a él le parecía tan jodidamente adorable, tan irresistible,
que habría recorrido mares enteros nadando solo por un beso suyo.
El pitido de un silbato interrumpió el hilo de sus pensamientos.
—Venga, chavales. Vamos a aprovechar estos últimos minutos de clase
para estirar. Después os largáis a la ducha, que oléis peor que una jauría de
animales encerrados en una habitación sin ventanas.
»Ayudaos de vuestros compañeros para estirar la espalda. Así. —El
profesor hizo llamar a dos alumnos y les indicó cómo debían ponerse.
Primero, había que tirar de los brazos del contrario hacia atrás, siempre con
cuidado de no hacer daño. Después, hacia arriba. Por último, espalda contra
espalda, había que echarse de adelante a atrás para recolocar las vértebras
de la columna.
Key no necesitaba ninguna demostración; él mejor que nadie sabía de la
importancia de un buen estiramiento para prevenir lesiones, pero a Axel el
espectáculo no pareció hacerle mucha gracia.
—Preferiría hacerlo solo —dijo, cuando Key se acercó a él.
—Mira... Lo siento —El rubio agachó la cabeza, incómodo—. Sé que no
quieres que te toque, y lo entiendo, pero cuanto antes acabemos con esto
antes podrás irte.
Axel lo pensó durante unos segundos y pareció llegar a la misma
conclusión que él, porque asintió a regañadientes.
—Vale, pero las manos quietas y donde pueda verlas.
Key alzó los brazos con aires inocentes.
—Lo prometo.
La mueca huraña de Axel no desapareció ni cuando se giró y Key dirigió
las manos hacia su hombro derecho. Sintió la corriente eléctrica recorrer
todo su cuerpo cuando entró en contacto con la piel de Axel, aunque fuera
por encima de su camiseta.
Se mordió el labio inferior con fuerza.
Tiró del brazo contrario con cuidado, como si fuera un artificiero a punto
de desactivar una bomba. Repitió el procedimiento con el otro hombro y
cambiaron los papeles, y esta vez fue Axel el que le estiró a él.
El corazón de Key latía debocado.
No podía ver el rostro de Axel.
Se moría de ganas de verlo.
Estar tan cerca de él, tocarlo y no poder hacer nada más era toda una
tortura, joder.
—Solo queda eso de las vértebras o qué se yo —masculló el chico, y Key
se obligó a sí mismo a asentir.
—Um, sí, vale.
Por mucho que al rubio le gustara burlarse de él con respecto a su altura,
lo cierto es que Axel era de los pocos alumnos del instituto que casi medían
lo mismo que él. Quizás por eso sus cuerpos encajaban tan bien el uno con
el otro, como un puzle perfecto.
En el gimnasio hacía un calor insoportable, fruto de la concentración de
cuerpos y el esfuerzo juvenil, pero Key tenía la sensación de que era él el
que caldeaba tanto la temperatura. Se sentía como un jodido volcán a punto
de erupcionar.
¿Lo sentiría Axel? Ese deseo, esa ansia, ese jodido fuego capaz de arrasar
planetas enteros, capaz de consumirle hasta los huesos. Porque Key tenía la
sensación de que sí que lo sentía; de que era capaz de notar cómo el pecho
le subía y bajaba, acelerado.
Estaba convencido de que todo el mundo podía notarlo.
Por desgracia, ese pequeño remanso de paz duró poco, muy muy poco. El
profesor volvió a pitar y los alumnos se separaron de sus compañeros e
hicieron carreras para ver quién llegaba antes al vestuario. El más retrasado
siempre se duchaba con agua fría y era algo que se quería evitar a toda
costa, aun a riesgo de traicionar a amigos y conocidos y dar codazos por el
camino.
Axel no se quedó atrás. Le lanzó una última mirada y siguió a la turba de
estudiantes.
Key trató de ignorar el pinchazo de dolor que se le clavó en las costillas.
Huía rápido, no porque no quisiera ducharse con agua fría, sino porque no
quería estar cerca de él.
—¿Qué coño…? —La voz de Hill. Key se giró para encarar a su amigo.
Parecía estar alucinando—. ¿Qué cojones acabo de ver, Key?
Ah, mierda.
Se le había olvidado el condenadamente idiota y bueno de Hill.
—¿Que tú y Axel qué?
—No lo digas —amenazó Ben, dándole un mordisco a una patata frita.
—Pero ha preguntado.
—¿Que tú y Axel QUÉ? —repitió Hill.
—Dios, no seas dramático. —Conrad puso los ojos en blanco y le quitó
una patata frita a Ben. Su mejor amigo le lanzó una mirada envenenada,
pero movió el plato con sutileza hacia el centro para que Conrad pudiera
pillarlas sin tener que estirarse tanto.
«Típico de Ben», pensó Key, y habría sonreído de no ser porque Hill
seguía mirándole, alucinado.
—Estábamos juntos —repitió el rubio por tercera vez desde que había
comenzado la hora del almuerzo—. Pero me dejó.
Hill lanzó un grito que hizo que varias palomas emprendieran el vuelo
desde la barandilla de la azotea.
—¿CÓMO? ¿Desde cuándo? Quiero decir… ¡pero si casi os ponéis a
follar en el gimnasio! ¡Había electricidad estática en el ambiente, tíos, os lo
juro! ¡Y es Axel, por favor! ¡Axel WATERS, el MELLIZO de Ben!
—¿Quieres dejar de repetirlo? —espetó Ben. Tiró de Hill y trató de
taparle la boca, aunque el más alto se resistía con ganas y le mordió un
poquito. Ben soltó un «¡Hill me cago en tu madre, joder!» que el otro chico
ignoró—. ¡Arg, eres incorregible, tío! De solo pensar en estos dos teniendo
sexo me entran ganas de tirarme al vacío.
—¡Es que no me lo creo! Yo pensaba que…—La voz de Hill fue
perdiendo intensidad mientras miraba a Ben y a Key de manera
intermitente. Sutil. Muy sutil.
—¿Te refieres a mi insoportablemente largo crush por Ben? —lo ayudó
Key. Cuanto más tiempo pasaba desde que se había abierto, más cómodo se
sentía, y menos dolía hablar de los sentimientos del pasado—. Ben ya lo
sabe.
—¿Qué?
Ben se encogió de hombros.
—No os voy a mentir: me molesta un poco que pase de mí por Axel. Yo
pensé que su amor era eterno y al parecer es fácil olvidarse de mí.
Hill se levantó, tirando su sándwich por el camino. No pareció importarle
mucho.
Tenía los ojos abiertos de par en par y le salían palabras inconexas de la
boca. En esos momentos, parecía más un lémur que una persona. Key no lo
culpaba. Él todavía estaba intentando procesar todos los cambios por los
que estaba pasando su vida últimamente.
—Siéntate, Hill —dijo Conrad, tirando de los vaqueros de Hill, y este
último obedeció—. Si dejas de flipar seguro que Key termina de contártelo
todo.
—No hay mucho que contar. —Key torció el gesto y le dio un trago a su
smoothie de fresa y mango—. Axel se enteró de lo que sentía por Ben, no sé
cómo, pero se enteró, me dejó y ahora estoy pasando por los momentos más
duros de mi vida porque ya no sé vivir sin él y lo quiero, pero él no me
quiere cerca. Y ya está. No sé qué hacer.
Algo cambió en el ambiente. Los labios de Hill se arquearon hacia abajo
en un gesto que todos conocían muy bien. Era la misma expresión que solía
poner de pequeño cuando sus padres lo pillaban in fraganti en mitad de una
de sus travesuras.
—¿Tío? —preguntó Ben.
—¿Qué mosca te ha picado? —continuó Conrad.
—¡Es culpa mía! —estalló su amigo—. ¡Axel lo sabe por mi culpa,
seguro!
El mundo se detuvo durante unos segundos y Key apretó la botellita de su
zumo hasta derramar el líquido.
—¿Qué? —preguntó.
—Ah, mierda. —Conrad se dio una palmada en la frente—. Seguro que
fue esa vez. Mierda, Key —repitió—. Fue cuando quedamos el viernes en
casa de Ben. Hill estaba convencido de que tú y Ben os habíais liado y se
fue de la lengua.
—¡No sabía que Axel estaba por ahí! —se justificó Hill—. ¡Y, desde
luego, no pensé que pudiera interesarle nuestra conversación!
Key fue lento, muy lento, al actuar.
Las cejas se le alzaron hasta el nacimiento del pelo.
Ben se apresuró a limpiar el zumo derramado mientras Hill le repetía una
y otra vez que lo sentía, pero sus neuronas se habían tenido que fundir,
seguro que sí, porque Hill no podía haber dicho lo que creía que había
dicho.
Hill sabía de sus sentimientos hacia Ben.
Al parecer, no había sido tan discreto como creía.
Axel había escuchado a Conrad y Hill hablando.
Pero sus amigos lo sabían, todos ellos —menos Ben—. Lo sabían desde
el principio y jamás le habían dicho nada. No lo habían tratado de manera
diferente.
«¿A qué le tenía tanto miedo?».
—¿Qué dijiste exactamente? —preguntó Ben—. Porque creo que este se
ha roto y no puede hablar.
—¡Yo qué sé! Creo que hablé del amor que sentía Key hacia ti desde
hace tiempo y que estaba seguro de que tú le correspondías. ¡No es tan raro,
que sé que tú también nos ocultas algo! —se apresuró a explicar al ver la
mirada que le lanzó Ben—. No sé. No dije nada que se pudiera
malinterpretar, ¿verdad? —Hill miró a Conrad, buscando apoyo—.
¿Verdad?
—No lo s… —trató de decir él, pero Key se le adelantó y negó con la
cabeza.
—Nada de esto es culpa tuya, Hill. Es mía. Porque no le dije la verdad y
ya está. Se tenía que enterar tarde o temprano, así que está bien.
—Pero… ¿Quieres que hable con él? ¿Tú crees que se piensa que os
habéis liado o algo?
—No, y no lo creo. Lo que le molesta es que le mintiera todo este tiempo.
Si hablas con él será peor. Es muy cabezota.
—Me sigue pareciendo rarísimo que conozcas a mi hermano tan bien. Y
me da grima.
—Si te sirve de algo —continuó Hill—, yo he visto a Axel muy dispuesto
en el gimnasio, como si te quisiera besar y pegar al mismo tiempo.
Ojalá.
Aunque algo le decía a Key que, en esos momentos, Axel disfrutaría más
del golpe que de su lengua.
—¿Crees que es demasiado tarde para dejar gimnasia?
—No te muevas. Y sí. Además, te viene bien hacer deporte.
—¿Qué insinúas?
—Que te pasas todo el día sentado jugando a videojuegos, viendo anime
y comiendo comida basura, y que el deporte es bueno. Por cierto, también
deberías beber más agua.
Axel torció el morro y Lissa alzó el rostro, observando su obra.
—No creo ser capaz de sobrevivir a otra clase como la de hoy, Liss —
continuó Axel. Movió un poco los dedos agarrotados—. ¿No te has salido
un poco en el pulgar?
—No seas capullo —gruñó su amiga, pero se hizo con un trozo de papel
y le limpió el dedo—. Ahora sí, estás perfecto.
El club de kárate era muy estricto con la vestimenta. Lissa no podía llevar
pendientes, ni las uñas pintadas, ni el pelo suelto, ni maquillaje siempre que
estuviera compitiendo. Por eso, durante la mayor parte del año, Lissa
guardaba sus joyas en su tocador y dejaba el maquillaje cogiendo polvo
dentro de su neceser.
Pero ya estaban en abril. La temporada había terminado por esa
primavera y no volvería a haber competiciones hasta verano, así que ahora
su mejor amiga lucía unos aretes con forma de corazón en las orejas y había
insistido en hacerse la manicura.
Axel no sabía cómo, pero le había liado a él también, y ahora llevaba las
uñas pintadas de negro. No era la primera vez que se las pintaba. A Lissa le
gustaba experimentar y él solía prestarse como cobaya muy a menudo. La
verdad, no le importaba demasiado. Total, en el instituto ya se burlaban de
él por sus gustos, por su manera de vestir y por cualquier cosa que hiciera o
dijera, así que a la porra. Un poquito de laca de uñas no haría temblar su
masculinidad, por mucho que algunos de sus compañeros lo creyeran un
sacrilegio y una traición hacia la hombría.
En teoría, Axel seguía castigado. En teoría. Pero Lissa había llamado a su
madre, le había pedido permiso para que Axel cenara en su casa porque
tenían que hacer un trabajo muy importante y Melissa nunca había sido
capaz de negarle nada.
Además, desde lo ocurrido con Dave, su amiga no pasaba por su mejor
momento. Estaba triste, y le brillaban los ojos cada vez que veía a Dave en
clase y este la ignoraba.
Así que ahí estaban, tirados encima de una alfombra rosa de pelitos
mientras esperaban a que el repartidor trajera su pizza estilo Chicago con
extra de queso.
—Deberías admitir que, en el fondo, lo echas de menos. No me cae bien
y siempre lo odiaré por haberte hecho llorar, pero mírate. Una clase junto a
él y ya estás delirando de amor.
—No deliro de amor. Antes muerto —gruñó Axel—. No quiero hablar de
ese rubio idiota. Es historia —zanjó. Lissa le lanzó una mirada que dejaba
claro que ella no creía que Key fuera el pasado, pero él la pasó por alto—.
Prefiero centrarme en Dave. Si no consigo hablar con él antes de que acabe
la semana me presentaré en su casa y tendrá que escucharme, aunque sea
por pesado.
Su amiga suspiró.
—No sé, Axi. Dave puede ser muy terco. Y después de lo que ocurrió…
—Yo también. —Y lo decía en serio. Con tal de recuperar su amistad con
Dave, Axel era capaz de acosarlo hasta la muerte—. Ahora pásame el
pintauñas.
Lissa obedeció y Axel, tratando de no estropear su manicura aún húmeda,
sostuvo una de las manos de su amiga y comenzó a pintar. Gustándole tanto
el manga y el anime en general, cualquiera pensaría que dibujar era algo
que se le daba bien. Nada más lejos de la realidad. Su pulso era terrible y no
llevaba ni una uña cuando Lissa se quejó.
—Me has pintado casi hasta el nudillo.
—Cállate —espetó él. Luego, dejó caer como quien lo quiere la cosa—:
Oye, ¿te acuerdas de Jane?
—¿La exnovia de Ben? Como para no acordarme. Una vez la
encontramos sin camiseta en el sofá. Tu hermano no llevaba pantalones.
—Sí, bueno. —Axel sacó la lengua, asqueado. No quería ni recordarlo.
Ese día tuvo que desinfectar el sofá, solo por si las moscas—. ¿Cuándo
rompieron?
Lissa le lanzó una larga mirada.
—¿A qué se debe tanto interés?
Axel dudó. ¿Cómo podía explicarle a Lissa que creía que Ben se estaba
paseando por la otra acera sin decirlo expresamente?
—¿No es raro que no se le haya vuelto a relacionar con nadie más desde
entonces? —preguntó en su lugar.
—Ostras, ahora que lo dices, ¡es verdad!... Axel, te estás saliendo.
—No me estoy saliendo, joder, es que tienes los dedos raros. —Esquivó
la patada de Lissa solo de pura chiripa—. Tú tienes amigas del club de
atletismo, ¿no? ¿No has escuchado rumores? Quiero decir… rumores sobre
Ben y… alguien.
Lissa retiró su mano.
—Axel Peter Waters. ¿Qué sabes y no me estás contando?
A la mierda.
—Creo que Ben y Nico Rush están liados.
Lissa parpadeó. Tres veces. Y luego soltó una carcajada.
—No seas ridículo. ¿Ben? Es heterosexual. Muy hetero. Siempre me mira
las tetas, y eso que no hay mucho que ver.
—Como Key, ¿no? —preguntó él, con ironía.
La risa de su amiga se cortó de golpe. Se echó hacia delante, con tanta
velocidad que a punto estuvo de derramar el contenido del pintauñas sobre
la alfombra.
—¡Ben! ¡Nico! Es como… ¿de verdad? ¡Pero…! ¡Es muy fuerte, Axel!
¡Ni siquiera sé si…! ¡Axel!
—¡Lo sé! ¡Yo también estoy flipando! ¡Es Ben, joder! Pero ¿no crees que
tiene sentido? —dijo, y le contó a Lissa sobre la noche que había venido
borracho a casa junto a Key. Le habló de su conversación con Nico Rush y
ese «íbamos detrás de la misma persona»—. ¡Misma persona! ¡Ese solo
puede ser Ben! —Y siguió con el «Key se rindió»—. ¿Quiere eso decir que
él sí que lo consiguió?
Lissa se echó hacia atrás hasta plantar el culo de nuevo sobre el suelo.
Estaba en shock.
—Qué fuerte. No lo sé. ¿Y si se lo preguntas?
—¿A Ben? ¡Ni de coña! Prefiero que me arranquen las uñas a mordiscos.
—¡A Nico! Al fin y al cabo, os lleváis bien, ¿no?
Axel arrugó el gesto con asco y lo negó, no solo con la cabeza, sino con
todo el cuerpo.
—Joder, no. El mafioso ese me cae como el culo. Tiene una actitud que
no me gusta nada, como de perdonavidas. Y ¿has visto sus ojos? Están
huecos, Lissa. Seguro que es el típico que tiene un muñeco vudú metido en
el congelador o algo.
—Pues si quieres averiguar la verdad algo tendrás que hacer. Elige, o Ben
o Nico.
Axel no quería hablar con ninguno de los dos, pero sabía que su amiga
tenía razón. Si quería desentrañar el misterio de Ben y su… ¿bisexualidad?,
entonces tendría que hacer de tripas corazón.
Por lo menos a Nico no tenía que aguantarlo en casa, así que la decisión
estaba más que clara.
—¿Por qué me meto siempre en estos líos? —gimió, tapándose los ojos
con las manos.
—Porque eres un cotilla, tus ideas son terribles y tienes un imán para los
problemas.
Axel no habló. Al fin y al cabo, su mejor amiga tenía toda la razón.
La oportunidad llegó mucho antes de lo que le hubiera gustado.
Axel estaba realizando su —ya habitual— ronda por el instituto en busca
de Dave cuando fue a parar a un aula vacía en el último piso. O lo que él
creía que era un aula vacía, porque, cuando se acercó a ella, escuchó los
acordes estridentes de una guitarra y los berridos de un cantante, y arrugó la
nariz. No le gustaba nada la música con guturales.
No le pasaba así a Nico Rush, al parecer.
El chico estaba sentado sobre una mesa cerca de una ventana abierta, con
el móvil conectado a un altavoz, los ojos cerrados y la brisa meciéndole el
cabello. No parecía molestarle mucho el frío que se resistía a dejar abril.
Era extraño verlo tan tranquilo.
«No parece él».
—¿Te has propuesto dejar sordo a todo Inglaterra? Porque creo que hay
un par de viejas en Escocia que no terminan de escuchar tu música.
Nico abrió los ojos y le lanzó algo parecido a una mirada divertida, como
si no le extrañara verlo ahí.
—Vaya, vaya. Pero si es Axel Waters. Dime, ¿por qué me honras hoy con
tu presencia?
Axel dudó; no se atrevía a cruzar la clase.
Llevaba sin ver a Nico casi un mes y, hasta la fecha, nunca le había
prestado mucha atención. Fijándose ahora, le resultaba cada vez más
chocante que pudiera tener algo con su hermano.
Ben siempre vestía como el típico deportista pijo y empollón que
pretende camelarse a tus padres para que te dejen quedarte de fiesta hasta
después de medianoche. Vaqueros rectos; zapatos con cordones o
deportivas; camisas y jerséis, o sudaderas cuando atendía a sus obligaciones
en el club de atletismo. Nico, por el contrario, parecía el típico chico capaz
de vender a su abuela solo por diversión. Pantalones rotos, botas militares
negras, piercings en las orejas, camisetas y chalecos sin mangas o jerséis
raídos con estampados psicodélicos o propios de la estética grunge.
Lissa siempre había sido muy fan de Avril Lavigne; en concreto, había
una canción que le encantaba. En ella, la canadiense cantaba «he was a
punk, she did ballet» y a Axel nunca le había parecido más apropiada que
ahora.
—Hey —dijo Nico, llamando su atención—. No tengo todo el día,
¿sabes? Si quieres algo dilo, si no pírate.
Axel tomó aire. No quería enfadarse antes de tiempo.
Terminó de acortar la distancia que los separaba y se sentó en la mesa
contigua a la suya.
—¿Puedes apagar eso? Me está taladrando los oídos.
Por supuesto, Nico no obedeció. Se relamió el labio inferior y empezó a
tararear la canción, que decía:
«This dark cloud is still around
My thoughts wander in and out
And if I die before I wake
Tell the devil I'm on my way
Lurking at the edge of my bed
Get the fuck out of my head!».
Perdiendo la paciencia, Axel desconectó el teléfono del altavoz y la clase
se quedó en silencio. Nico no trató de impedírselo.
—Eres insoportable —gruñó Axel, molesto.
—Es una de mis mejores cualidades —le dijo.
—¿Es cierto que te tiras a mi hermano?
Por fin, por fin.
Algo brilló en los ojos verdes de Nico. Sorpresa.
Era la primera vez que Axel lo veía expresar algo tan abiertamente.
Sin embargo, duró poco. Nico no tardó en recomponer su semblante.
—Vaya. Empiezas fuerte, ¿eh? Y yo que pensaba que venías a hablar de
Key. Dime, ¿ya has roto con él? Porque últimamente no se os ve muy
juntos.
—Estás intentando distraerme y no te funcionará.
—No estoy intentando distraerte. —Nico negó con la cabeza, con calma,
como si estuviera saboreando un trozo de chocolate—. Me preocupo por ti.
—Ya. Perdóname si no te creo.
—Pues deberías, porque yo siempre digo la verdad.
Axel le lanzó una larga mirada. Ya sabía que su conversación con Nico
sería complicada, pero no creía que lo fuera tanto. Empezaba a sentir un
dolor punzante en la sien y sabía que dentro de poco se transformaría en
una migraña insoportable.
—¿Qué te hace pensar que me lo estoy tirando? —continuó Nico—. ¿Y
si estamos viviendo una apasionante historia de amor y nos queremos y
hemos hecho planes de boda para cuando acabemos el instituto? Puede que
ya le hayamos puesto nombre a nuestros futuros hijos. Abigail y Jacob. ¿No
te parecen adorables?
—¿Siempre eres así de sarcástico y cínico, o es que eres un gilipollas?
—Un poco de ambos.
Axel casi gritó de la frustración.
—No me creo que Ben salga en serio con un chico. Y no me creo que tú
seas el tipo de chico que tenga algo serio con nadie. Así que o quedáis para
algo más que hacer deberes o todo esto es fruto de mi imaginación y no sois
más que el capitán del equipo de atletismo y el encargado de recoger las
toallas. Y, a juzgar por tu cara, tiro más por la primera opción.
Nico sonrió, pero era una sonrisa tan falsa como todas las demás.
—¿Qué cara se supone que estoy poniendo?
—¡Esa misma! —gritó Axel, señalándolo y perdiendo la paciencia—. ¡Es
como si te estuvieras riendo de mí y, al mismo tiempo, me dieras la razón!
Nico hizo una pausa. Lenta. Deliberada. Se inclinó y se abrochó uno de
los cordones de sus botas. Luego, lo miró. Sus pestañas eran cortas, pero
muy oscuras, y tenía una caída del párpado propia de la somnolencia.
Como si todo le resultara terriblemente aburrido.
—He de admitir que estoy sorprendido. Pensé que eras una persona
despistada.
—Vete a la mierda.
—¿Y qué vas a hacer con esta información? ¿Tienes pensado
chantajearme?
Axel hizo una pausa. El rostro de Nico permanecía imperturbable, como
siempre, pero había algo raro en su mirada, una especie de brillo que Axel
no sabía muy bien cómo identificar. ¿Miedo? ¿Acaso le aterraba que Axel
pudiera hacer pública su relación con Ben?
—Nada. No voy a hacer nada —contestó, finalmente—. Entonces, ¿es
cierto? ¿Estás con Ben?
—¿Cómo has llegado a esta conclusión?
Axel se removió incómodo en su asiento. Tendría que haber esperado esa
pregunta.
—Porque ya sé que Key estaba enamorado de Ben. Porque Ben vino
borracho a casa el otro día porque, al parecer, había discutido con su pareja.
Por lo que me dijiste. Porque Key se rindió y tú ibas detrás de la misma
persona que él, y ese solo puede ser Ben.
—Déjame que lo adivine. —Nico se echó hacia atrás y estiró los brazos
por encima de la cabeza. Volvía a sonreír—. A tu cerebrito le dio por
empezar a funcionar, ataste cabos con respecto a Key y Ben, y ahora ya no
estáis juntos porque tienes un complejo de inferioridad impresionante con
respecto a tu hermano y sabes que nunca podrás llegar siquiera al talón del
rubio idiota.
»Y como prefieres no centrarte en esa mierda de tema, porque te
deprime, has decidido hacer de Sherlock Holmes e investigarme a mí. Pero
no se pasará, lo sabes, ¿no? Porque nunca vas a dejar de compararte con
Ben. Ahora que sabes que Key se ha enamorado de la estrella principal,
¿qué puede interesarle del extra que hace de árbol en la obra?
Fue una puñalada en toda regla. Un golpe letal. El tiro de gracia.
Axel se quedó sin respiración y tuvo que aferrarse al filo de la mesa para
evitar perder el equilibrio.
—Sí —dijo, su voz apenas un susurro. Ahí, en esa clase, bajo esa mirada,
era inútil negar la verdad—. Da igual que Key me quiera ahora, o que diga
que me quiere, porque el caso es que nunca podré evitar pensar que está
conmigo por resignación.
Nico parpadeó. De nuevo, había sorpresa en su semblante. Luego soltó
una carcajada plagada de cinismo.
—No pensé que fuera tan fácil ponerte contra las cuerdas. Eres bastante
predecible, ¿lo sabías, Axel?
—Pero —cortó él, con palabras afiladas como dagas— eso no cambia el
hecho de que no has contestado mi pregunta directamente. Así que, dime,
Nico, ¿no será que sabes tan bien cómo me siento porque tú te sientes
igual? Ben puede ser deslumbrante y nadie conoce vuestra relación. ¿Es por
ti? ¿Por él? ¿Empezó de broma y ahora es algo tan serio que no sabes cómo
gestionarlo y por eso te dedicas a ser un capullo enigmático? No me digas.
Apuesto lo que quieras a que por eso estás encerrado en esta clase con tu
música y tus sonrisas falsas.
»¿Sabes qué es lo que creo? Que eres fachada, que sientes algo por Ben y
que tienes tanto miedo como yo.
Silencio, un silencio pesado y asfixiante.
Y luego una carcajada.
—Dios, eres muy gracioso, Axel.
Axel frunció el ceño, molesto.
—No, no lo soy.
—Sí, porque yo no soy fachada: soy el chico que no siente. Y tu hermano
no tiene nada que hacer conmigo si espera sacar algo de este corazón que
hace años que dejó de latir.
La garganta de Axel soltó algo parecido a un chasquido sorprendido; la
lengua tropezó contra sus dientes y él enmudeció.
Nico tenía razón. ¿Cómo había podido confundirse tanto? No eran
iguales, ni de lejos. Ese chico de mirada tan vacía no podía ser una mera
decoración, un personaje secundario.
Nico Rush era el chico malo de la obra, y Ben lo tenía muy jodido si se
había enamorado de él.
Cuando Axel llegó a su casa todavía seguía dándole vueltas a la
conversación con Nico. Quizás por eso le sorprendió tanto chocarse contra
Ben en el descansillo.
—¿Qué narices…?
Su hermano lo miraba más serio que en toda su vida.
—Sé que no quieres hablar conmigo, y no me importa, pero sí que vas a
escucharme. El viernes es el partido del Liverpool contra el Chelsea.
Axel alzó una ceja.
—¿Y?
—¡¿Cómo que «y»?! —espetó Ben, como si Axel le hubiera ofendido—.
¡Es el partido de la temporada!
—¿Qué coño me estás contando, Ben? —preguntó, empezando a perder
la paciencia. De entre todas las cosas que Ben podía decirle, ¿decidía hablar
sobre fútbol? «Pero qué ridículo. Y yo que pensaba que me había pillado
hablando con Nico Rush…». Axel dejó que la mochila se le escurriera por
el hombro para poder quitarse la chaqueta—. ¿Qué más me da a mí que
juegue el puto Liverpool?
—Mis amigos y yo SIEMPRE quedamos para verlo. Es una tradición. El
Liverpool está a tres puntos de ganar la liga, así que he hablado con mamá y
papá y están de acuerdo en levantarme el castigo el viernes por la tarde.
Axel paralizó su brazo a medio camino del armario de la entrada.
Comprendiendo las palabras, formó una pequeña «o» con la boca.
—¿Me estás…? —carraspeó, incómodo—. ¿Me estás pidiendo que deje
que Key venga a casa este viernes para que podáis ver el partido?
Ben refunfuñó algo parecido a «noteestoypidiendopermiso».
—No —murmuró, segundos después—. Mis amigos van a venir sí o sí, te
guste o no. Pero Key no quiere que te sientas incómodo y ha insistido en
que solo vendrá si a ti no te parece mal.
Axel no contestó al instante. Terminó de colgar la chaqueta y cerró el
armario con una calma que hizo que Ben casi rechinara los dientes.
Después, se agachó para recuperar su mochila y comenzó a andar hacia las
escaleras.
Tal y como supuso, su hermano no tardó en perder la paciencia. A punto
estuvo de lanzarse sobre él para obligarlo a hablar cuando Axel se giró.
—Dile a Key que no tiene que pedirme permiso para hacer nada. Es
mayorcito para ir a donde le dé la gana.
Ben chasqueó la lengua.
—No soy tu recadero. Ni el del rubio idiota, ya de paso.
—Lo que tú digas. —Axel se encogió de hombros, dando por finalizada
la conversación. Por desgracia, Ben no parecía satisfecho.
—¿Por qué no admites que quieres volver con él y nos ahorramos este
numerito?
Axel no contestó y ni siquiera se molestó en mirarlo una última vez.
Terminó de subir las escaleras y se encerró en su habitación, dando un
fuerte portazo.
—No está aquí. Quiero decir, sí que lo está, pero está en su cuarto y no creo
que salga a recibirte.
Ben aceptó la chaqueta que Key le tendía y la guardó en el armario de la
entrada. El clima de abril estaba siendo toda una locura. La temporada de
lluvia estaba cerca de hacer su entrada estelar, pero parecía haberse
retrasado y habían tenido que recurrir al telonero: el sol. Ese viernes hacía
un calor insoportable, demasiado como para llevar ningún abrigo.
Si Key no tuviese tanto autocontrol habría enrojecido. En su lugar, alzó la
cabeza y encogió un hombro con falsa indiferencia.
—No importa. Tampoco esperaba que lo hiciera.
—No mientas, cabronazo. —Hill bufó a su espalda. Tenía el pelo
empapado por haberse duchado minutos antes —motivo por el cual los dos
habían llegado tarde— y se estaba quitando una sudadera de manera
descuidada—. Llevas todo el camino hablando de él: «¿Crees que estará en
pijama? Es viernes, Axel no suele salir los viernes. A ver, sí que lo hacía
cuando quedábamos, pero ahora no lo sé. Tampoco suele usar pijama. ¿Y si
le da por ver el partido con nosotros? Detesta el fútbol con toda su alma,
pero detesta más que desordenemos la casa y como no se fía de nosotros
seguro que viene a vigilarnos».
—Hill —amenazó Key, pero Ben negó con la cabeza, asqueado.
—Joder, tío. Prefiero no preguntar por qué sabes que Axel no suele usar
pijama.
—Si quieres te lo digo yo.
Key tiró de Hill para evitar que hablara y le pasó los nudillos por el pelo.
—Eres un gilipollas —le dijo, tratando de ocultar una sonrisa. Hill se
quejó un poco, pero no tardó en echarse a reír.
—Dios, sois unos críos —murmuró Conrad, saliendo de la cocina con un
par de bandejas llenas de aperitivos. Su amigo sí que era puntual y, al
parecer, había estado ayudando a Ben a preparar las cosas mientras los
esperaban.
Mejor, porque Hill y Key eran un desastre en la cocina y Ben tampoco
tenía mucha maña. De hecho, Conrad era el único de ellos que podía pasar
como un adulto funcional. Sabía planchar, doblar camisas y hasta hacer el
nudo de una corbata sin que le saliera torcido. No le había quedado más
remedio, al fin y al cabo, pasaba mucho tiempo solo por culpa del trabajo
de sus padres y tenía que hacerse cargo de la casa si quería evitar que la
mierda se acumulara en las esquinas.
Los cuatro se dirigieron hacia el salón donde los esperaba la televisión
encendida y el partido a punto de comenzar.
—Sois conscientes de que el Chelsea os va a pegar una paliza tremenda,
¿verdad? —preguntó Hill, acomodándose en su lado favorito del sofá. Ben
se tiró sobre él, haciéndole un placaje—. ¡Tío!
—¡Ni de coña! El Liverpool ha hecho una liga increíble. No tenéis nada
que hacer contra nosotros.
—Sigue soñando, Waters.
—Hazlo tú, Anderson.
Key rio un poco, pero estaba más concentrado en lo que sea que pudiera
estar ocurriendo en el piso de arriba que en la riña de sus dos amigos. No
podía evitarlo: le latía el corazón acelerado. No había pasado ni una semana
desde su ruptura con Axel y todavía escuchaba sus palabras alto y claro.
«Te agradecería que, de ahora en adelante, intentes venir cuando yo no esté
en casa».
Pero ahora volvían a encontrarse bajo el mismo techo.
Le aleteaba la esperanza en el pecho como las mariposas en el estómago.
—¿Me estás escuchando? —preguntó Ben, chasqueando los dedos frente
a él—. Estás como ido.
—Es que está enamorado —se burló Hill, con una risita.
—¿Y ahora qué? —preguntó el rubio, ignorando la pulla del más alto.
—Que me pases las patatas, tío.
Key masculló un par de palabrotas y le tiró la bolsa a Ben. Por desgracia,
el capullo era el mellizo Waters de los buenos reflejos, así que la pilló al
vuelo, con una sonrisa satisfecha.
Risas y más burlas.
Conrad puso los ojos en blanco, tratando de ocultar una sonrisa y
fingiendo estar más concentrado en su teléfono móvil que en el partido.
Estaba tirado en la única butaca del salón, con las piernas sobre el
reposabrazos y aires de falso aburrimiento. Por supuesto, no engañaba a
nadie. No sería su amigo si no fuera tan canalla como ellos.
El chirrido de las baldas de las escaleras enmudeció al salón entero. Key
hasta contuvo el aliento, anticipándose a lo que estaba por venir.
Segundos después, Axel asomó la cabeza por el marco de la puerta.
Estaba vestido y listo para salir.
Ben se incorporó en el sofá.
—Me voy —anunció el recién llegado. No miró a Key, pero a Key
tampoco le hizo falta para que el corazón le latiera emocionado.
—¿Dónde vas? —preguntó Ben.
—¿Qué más te da?
—Es que no sueles tener planes los viernes por la tarde.
—Pues ahora sí.
—Me gustan tus uñas —dijo Key de manera inconsciente. El silencio se
adueñó de la sala durante unos instantes. Luego Hill lo rompió con una
carcajada.
—Hay que joderse, Key.
—Nos vemos luego. —Dando por finalizada la conversación, Axel
desapareció por el pasillo.
Conrad le lanzó una mirada significativa a Key, que no podía apartar su
atención de la puerta, y Hill le pegó un codazo en las costillas.
—Ve —le susurró.
—No sé —murmuró él, dubitativo como pocas veces se mostraba—. No
quiero presionarlo y…
—No me jodas, Key —bufó Ben. Rebuscó entre los bolsillos de sus
vaqueros y le plantó unos billetes en las manos. El rubio alzó una ceja, pero
no tuvo tiempo de preguntar nada porque su mejor amigo enseguida gritó
—: ¡AXEL! ¡Se me ha olvidado comprar la cena!
Fue tal y como esperaba. Axel, con un brazo metido por la manga de la
sudadera negra con capucha y el otro fuera, volvió a asomarse. La furia
brillaba en su mirada.
—¿Qué coño? ¡Ben, joder! ¡SIEMPRE haces lo mismo! ¡No me puedo
creer que seas tan irresponsable y…!
—Ya, tu hermano es un desastre. Pero no te preocupes. Lo hemos echado
a suertes y Key va a ir a comprar unas pizzas —interrumpió Conrad, para
sorpresa de todos.
Axel enmudeció y Key empezó a sudar.
Esto pintaba mal.
—Vaya. —Axel entrecerró los ojos—. Qué conveniente, ¿no?
Key no supo qué contestar, pero Hill volvió a darle un codazo en las
costillas y le obligó a reaccionar. El rubio se levantó del sofá de un salto.
—Ehm… sí. Qué mala suerte. Sí.
Axel lo miró de arriba abajo durante un par de segundos. Después,
terminó de colocarse la sudadera y, sin decir ni una palabra, volvió a salir
del salón. Key miró a sus amigos, los insultó sin emitir sonido alguno y
señaló hacia la puerta.
—¡Ve, idiota! —jaleó Hill, haciendo ridículos aspavientos con la mano.
A punto estuvo de sacarle un ojo a Ben.
—Me voy a perder el puto partido, tíos —gruñó el rubio, pero no hizo el
amago de volver sobre sus pasos. En lugar de eso, se guardó el dinero y
siguió a Axel.
En realidad, en estos momentos no podía importarle menos el jodido
Liverpool.
—¿No hay más calle que tienes que venir precisamente por el mismo
camino que yo?
—La pizzería pilla de camino a donde sea que vayas.
Axel alzó una ceja y bufó.
—Eres un idiota. Ni siquiera sabes dónde hay una pizzería por aquí.
Key no pudo evitar sonreír. Por lo menos, Axel no le había pegado un
puñetazo.
El rubio no pensaba perder la oportunidad de estar junto a él. Caminaba a
una distancia prudencial mientras analizaba con la mirada cada mínimo
movimiento. No quería fastidiarla. Era la primera vez que estaban solos
desde la ruptura y su cuerpo se sentía más pesado de lo normal.
En otras circunstancias, le habría hecho gracia. Él, el gran Key Parker,
¡nervioso! Y no nervioso por cualquier cosa, no, ¡nervioso por no saber
cómo hablar con el chico que le gustaba! Ni siquiera le había pasado eso
con Ben.
¿Cómo se las había apañado para salir con Axel en primer lugar? Key no
era tonto: podía estar pasando por una mala racha, pero seguía siendo muy
consciente de sus encantos naturales y seguía teniéndose a sí mismo en una
muy alta estima. Era guapo y estaba bueno. Quizás era un poco payaso,
pero de una manera adorable, sí. Sin embargo, Axel parecía inmune a todo
lo anterior; guardaba las manos en los bolsillos de su sudadera y se
aseguraba de no tocarle ni por casualidad. No se podía considerar que Key
estuviera haciendo muchos avances.
¿Había tenido Key siquiera que conquistar a alguien alguna vez?
«No, joder, no. Siempre consigo lo que quiero».
Hasta la fecha, jamás se le había ocurrido pensar que la suerte de tenerlo
todo pudiera volverse en su contra. No le había preparado para las
dificultades de la vida.
—Yo me quedo aquí —anunció Axel, sacándolo de sus pensamientos.
Key alzó la vista y se fijó en la parada de bus.
—¿Vas al centro?
Axel no le contestó enseguida.
—No —murmuró, finalmente, para sorpresa de Key que no esperaba más
que un insulto—. Voy a casa de Dave.
—¿A casa de Dave? Eso es bueno, ¿no? ¿Ya habéis hecho las paces?
Axel torció el gesto y sus ojos perdieron el brillo.
—Es complicado.
Key tuvo que resistir el impulso de abrazarlo. Era casi como un acto
reflejo; cada vez que lo veía triste o preocupado lo único que le apetecía era
enterrarlo entre sus brazos hasta que esa expresión desapareciera de su
rostro.
—¿Estás bien? —preguntó, en su lugar—. Sé que el tema de tus amigos
es complicado y te afecta mucho. Pero por lo menos las cosas con Lissa van
mejor, ¿no? Habéis vuelto a ser inseparables, al menos en el instituto.
El autobús apareció en la esquina antes de que Axel pudiera contestar y
Key sintió un pinchazo de decepción en la boca del estómago.
«Pronto. Demasiado pronto, maldita sea».
Si Key encontrara una lámpara mágica y un genio le concediera tres
deseos, él solo pediría uno: poder controlar el tiempo. Retroceder, pararlo,
repetirlo. Volver a diciembre, a ese primer beso; o a febrero, al día de la
celebración de su cumpleaños y pararlo en ese mismo instante; repetir
siempre el mismo día para pasarlo junto a Axel.
«No te vayas», suplicó. «No te alejes otra vez».
Axel dudó. Observó el autobús detenerse a un lado de la calzada. Un par
de ancianitas se subieron, pero él no hizo el amago de imitarlas.
Y dejó que el bus pasara de largo.
El corazón de Key se paralizó por un segundo.
Los ojos color miel se enfocaron en él y todo su mundo se puso del revés.
—Sé lo de Ben y Nico.
Key parpadeó un par de veces y se echó hacia atrás, sorprendido.
¿Había oído bien? Tenía que ser así, porque Axel estaba serio, muy serio,
y no parecía dudar de sus palabras.
—¿Qué? —preguntó, para ganar tiempo.
—No te hagas el idiota conmigo. —El chico negó con la cabeza—. Lo sé.
—Vale, bien. —Key guardó silencio unos segundos—. Y… ¿qué quieres
decirme con eso?
—¿Ben está enamorado de él o solo…? Joder, qué difícil es decirlo,
mierda. ¿Está enamorado o es solo sexo?
Una de las pocas características que compartían los mellizos Waters eran
sus aires despistados. Hill y Key siempre se metían con Ben porque nunca
se enteraba de las cosas hasta que: a) eran muy evidentes o b) le estallaban
en la cara. Axel era un poco más despierto que su mejor amigo, pero no
mucho más.
De todas las cosas que esperaba que le preguntara, esa era, sin duda, la
última.
La esperanza se pinchó. Fue como caer desde la torre más alta del
mundo.
—¿Por eso no me has gritado cuando te he seguido y me has dejado
caminar junto a ti? ¿Querías sonsacarme lo de Ben?
Axel no contestó, pero le brillaron los ojos con cierta culpabilidad.
Key soltó una risa amarga.
—Debí haberlo supuesto.
—No te pongas digno conmigo —le espetó, alzando la voz—. Como si tú
no te hubieras aprovechado de la situación alguna vez. ¿Te recuerdo el
motivo por el que viniste a casa la noche de la cita de Ben y Johanna?
—Pensé que la cosa iba mejorando —murmuró Key, como en trance—.
Creí que… que empezabas a perdonarme y…
—No funciona así, joder. —La voz de Axel fue fría y afilada—. ¿Crees
que una semana sirve para que olvide todo lo que no me dijiste? ¿Las
mentiras que me contaste? ¿Lo que me hiciste sentir?
—¡Sé que no! Pero tampoco pensé que te importaría tan poco.
Esta vez fue Axel el que se echó hacia atrás.
—¿Eso crees?
—¡Es lo que demuestras! Me sigues teniendo bloqueado en todas partes,
solo hablas conmigo cuando no te queda más remedio y ahora, ¿qué
pretendías? ¿Que traicionara la confianza de Ben y te contara sus secretos?
»Estoy enamorado de ti y haría cualquier cosa para que me perdonaras,
menos esta. No voy a vender a mis amigos.
Axel entrecerró los ojos. El pecho le subía y bajaba a más velocidad de la
normal y Key reconoció el enfado en el arco de sus cejas. Pero esta vez él
no pensaba echarse atrás.
Sus amigos siempre serían su línea roja.
No sabía cómo Axel había descubierto la verdad, y tampoco tenía ni idea
de a qué se debía tanta curiosidad, pero sabía que el tema de Nico era algo
delicado para Ben. Y si Axel quería pensar que lo hacía porque todavía
sentía algo por Ben, adelante. Estaba cansado de intentarlo. Le dolía la
garganta de tanto repetir las palabras.
Por mucho que quisiera, por mucho que lo intentara, por mucho que lo
deseara, todavía existía un gran abismo entre los dos.
—Hay una pizzería al fondo de esta calle —dijo Axel. Después, sacó su
teléfono móvil del bolsillo de su sudadera, conectó los auriculares y, tras
ponerse la capucha, le dio la espalda y se apoyó en el cristal de la
marquesina.
Key apretó las manos en dos fuertes puños. Quiso gritar, zarandearle.
Quiso hacer mil millones de cosas, menos pedirle perdón. Porque puede que
fuera el chico que le había robado el corazón, pero sabía diferenciar muy
bien cuándo se estaba comportando de manera irracional e infantil.
Por eso se largó. Espetó un escueto «bien», y sus pasos furibundos se
perdieron en la noche.
¡Menudo idiota!
Sentado al fondo del autobús mientras dejaba los edificios de la ciudad a
su espalda, las manos le seguían temblando por culpa de la furia y la
vergüenza le carcomía las entrañas.
«Te has comportado como un jodido niñato, Axel Waters».
¿Qué esperaba? ¿Que Key le contara la verdad, así como así? Menudo
idiota, joder, menudo idiota.
¿Cómo se le había podido pasar siquiera por la cabeza que el rubio
pudiera traicionar a sus amigos?
Axel conocía a Key muy bien, incluso con sus mentiras. Podía ver todas
y cada una de las aristas de su personalidad. Su halo brillante, sus aires de
grandeza, su liderazgo, su petulancia, su criticismo, su socarronería, su
miedo, su inseguridad.
Su lealtad.
Había veces, muchas, la mayoría, en las que Axel odiaba al grupo de
amigos de Ben. Le parecían unos niñatos, unos engreídos, unos jodidos
idiotas que le habían hecho la vida imposible. Sin embargo, había algo que
siempre les había concedido: sacaban las garras los unos por los otros.
Sabía que Key no traicionaba a Ben, no porque siguiera sintiendo algo
romántico por él, sino porque simple y llanamente era su familia, y la
familia siempre se protege.
Por eso se sentía tan avergonzado de sí mismo.
Porque había intentado cambiarlo, había deseado, por un segundo, que
Key lo escogiera por encima de todo lo demás, aunque fuera una acción
egoísta que ni siquiera hubiera solucionado los problemas entre ellos.
En el fondo, Axel era un cobarde que todavía atesoraba cada momento
que pasaba junto al rubio, pero que era capaz de seguir estropeándolo todo
con tal de no volver a sufrir.

Los Lovegrove vivían a las afueras de la ciudad, en una urbanización de


lujo llena de casas de finales del siglo XIX rodeadas de vegetación bien
cuidada y una muy mala comunicación con el transporte público.
Axel tuvo que pillar un bus hasta el centro y luego pillar otro que le
llevaba a los suburbios, para después recorrer a pie la distancia que faltaba.
Media hora más tarde, el enfado por su comportamiento anterior había
pasado a mejor vida, pero había dejado en su lugar una gran ansiedad por la
conversación que se avecinaba.
A los padres de Dave no les gustaban las visitas. Y menos las visitas no
solicitadas.
Axel respiró hondo un par de veces. Parado frente a la fachada, la casa le
parecía más intimidante que nunca.
A la mierda. Había llegado hasta ahí; no se iba a echar atrás ahora.
Pulsó el timbre.
Al otro lado de la puerta escuchó un par de ladridos que le tensaron los
hombros. Se le había olvidado Baxter.
Segundos después, la puerta se abrió y el rictus severo de la señora
Lovegrove se asomó por ella.
—Buenas noches. ¿Eres… eres…? —Años y años de amistad con Dave y
su madre aún no se sabía su nombre—. El amigo de Dave, ¿no?
—Axel Waters —murmuró. Detrás de la mujer un gran pastor alemán
movía el rabo sin quitarle los ojos de encima. Baxter no parecía violento,
pero cualquiera se fiaría, teniendo en cuenta quién lo había educado—.
¿Está Dave en casa?
La señora Lovegrove dudó durante unos segundos. No parecía muy
dispuesta a dejarlo pasar, pero al final se hizo a un lado casi con
resignación.
—Está en el jardín —dijo. Axel hizo el amago de entrar en la casa, pero
la mujer lo detuvo—. Descálzate primero, por favor. El suelo tiene dos
siglos de antigüedad.
Axel asintió, algo turbado, y obedeció. Sin embargo, no se deshizo de sus
Converse. Al fin y al cabo, iba a tener que ponérselas de nuevo para pasar al
jardín.
No necesitó que la madre de Dave le indicara dónde ir. Lissa y él habían
pisado la casa un par de veces y se la conocían de memoria. O, al menos, se
conocían de memoria el camino hacia el lugar favorito de su mejor amigo.
Dave adoraba el jardín. De hecho, era prácticamente lo único que le
gustaba de esa casa. Axel nunca había sido muy aficionado a la fauna y
flora salvaje, pero tenía que admitir que comprendía su fascinación. El
terreno era enorme, estaba lleno de flores aromáticas y tenía un pequeño
huerto en el que la familia cultivaba desde hacía generaciones. Era como el
escenario de un cuento de hadas y el único sitio en el que su amigo podía
respirar.
Dave estaba sentado en un viejo columpio descolorido por la edad, pero
se levantó cuando lo vio cruzar la puerta acristalada.
—¿Axel? ¿Qué haces aquí?
—Un momento. —Axel masculló un par de tacos y se agachó para volver
a ponerse los zapatos—. Mierda. Odio que haya tantas normas en tu casa.
—Ya.
Calzado de nuevo, bajó las escaleras y se plantó frente a Dave.
Ninguno hizo el amago de acercarse al otro.
Axel tomó aire.
—Llevas toda la semana ignorándome.
—¿Y por eso has pensado que era buena idea venir hasta mi casa? ¿Es
que no conoces el término «privacidad»? ¿No piensas en los problemas que
me puede acarrear esto? —Dave negó con la cabeza y soltó una risita
irónica—. Claro que no.
Mierda. La furia comenzó a burbujear en su estómago, y Axel tuvo que
hacer un gran esfuerzo para controlarse.
—Mira, sé que no está bien acosarte y presentarme en tu casa sin
consultar, pero…
—Pero ¿qué, Axel? ¿Lissa y tú pensabais que era tan sencillo? ¿Que
accedería a hablar con vosotros solo porque tenéis buenas intenciones?
¡Sigo muy dolido!
—¡Ya lo sé, joder! ¡Y lo siento muchísimo, pero… tenía miedo! ¡Y al
principio ni siquiera podía procesar que estaba enamorado de Key y…!
—¡No es eso lo que me molesta!
Axel parpadeó, sorprendido.
—¿Entonces qué es? ¿Por qué has dejado de hablarme a mí? ¿A Lissa?
¿Por qué actúas tan raro? ¿Por qué te aíslas? ¿Es que ya no quieres ser
amigo nuestro? Es eso, ¿no?
—¡No! —exclamó Dave, como si Axel lo hubiera ofendido—. ¿Cómo
puedes pensar…? ¿Cómo puedes pensar que no quiero ser amigo vuestro si
sois lo único que tengo? ¡Lo que me molesta es que…! —Su amigo guardó
silencio y le retiró la mirada. Se pasó una mano por la cara y chasqueó la
lengua—. Vete a casa, por favor. No quiero hablar contigo.
No. ¡No! NO.
No pensaba marcharse hasta solucionar el problema.
—¿Qué? —Axel y le estiró de la manga del jersey—. ¿Qué es lo que te
molesta?
Dave se deshizo de su agarre de manera brusca.
—¡Todo! ¡Todo me molesta!
Su mejor amigo siempre había sido el mar en calma. Mientras que Lissa
era espontánea como una tormenta y Axel refunfuñón como un tornado,
Dave era el único que hablaba en voz baja, el que se encargaba de
tranquilizarlos, el que siempre tenía palabras amables para enfriar los
ánimos.
Esta versión de Dave que estaba frente a él era desconocida para él, y
Axel tenía miedo. No de su amigo, por supuesto, sabía que era inofensivo;
pero le aterraba la posibilidad de que esta especie de Neo Dave ya no
quisiera tener nada que ver con ellos.
¿Qué haría si, al final, la discusión era definitiva? ¿Y si lo perdía para
siempre?
¿Le pasaría lo mismo que con Key? ¿Tendría que pasar el resto del curso
viéndolo por los pasillos del instituto, comportándose como un desconocido
para él?
No podría soportarlo.
—Eres mi mejor amigo —murmuró, dejando caer los hombros—. Dime
qué puedo hacer para que me perdones, por favor. No quiero… no quiero
perderte.
—¡Me vas a perder de todas formas! —Dave dio una pequeña patadita al
aire y se dejó caer en el columpio, que se balanceó ante su peso. Enterró la
cabeza entre las manos, con aires derrotados.
—¿Dave? —preguntó Axel, empezando a asustarse. Se acercó a él un par
de pasos y se inclinó—. ¿Estás… estás bien?
—Nos mudamos, Axel. —La voz de su mejor amigo sonó baja y sus
palabras calaron hondo dentro de él—. A mi padre le han concedido una
beca de investigación en Suiza. Nos vamos a vivir a Ginebra con Nathan y
su familia.
Axel se tambaleó hacia atrás como un boxeador al que noquean en el
ring. Sentía el suelo inestable, como si estuviera sobre una tabla a la deriva.
No estaba seguro de que las piernas pudieran sostenerlo, así que se sentó
frente a Dave, con el corazón martilleándole en las costillas y el semblante
varios tonos más claro.
—¿Qué?
Dave alzó el rostro. Tenía los ojos llenos de lágrimas.
—Me voy, Axel. Me voy, y da igual lo mucho que haya pataleado, lo
mucho que haya protestado, lo mucho que odie esta situación. He
intentado… he pedido que me dejen quedarme con Louis aquí en Inglaterra,
pero todo ha sido en vano. Mis padres lo decidieron las pasadas Navidades,
cuando estuvimos en Suiza. En realidad, fue un viaje de negocios y para
buscar casa, pero no me dijeron nada hasta que volvimos.
»Y ahora… —Se le quebró la voz y una lágrima le cayó por la mejilla—.
Ahora me voy, así que da igual. No van a dar su brazo a torcer y se acabó.
Las manos de Axel comenzaron a temblar violentamente, así que se
agarró las piernas para tratar de controlarlas. Tragó saliva un par de veces
antes de contestar:
—¿Y… y tu novia? ¿Y Lissa? Ella no… ella no lo sabe. ¿Por qué no se lo
has dicho? ¿Por qué no me lo has dicho a mí?
Ahí, justo ahí.
Fue escuchar el nombre de su amiga y el rostro de Dave se contorsionó
por el dolor.
—Os mentí —confesó—. No tengo ninguna novia. Quiero decir… sí que
quedé con la chica del club de ciencias. Y nos besamos, mucho, pero…
—Caramba —murmuró él, impresionado. No podía imaginarse a su
amigo besando a nadie.
—Era más fácil justificar el rechazo si decía que estaba saliendo con
alguien más. Y me hubiera gustado que las cosas salieran de otra forma,
pero no puedo estar con otra chica cuando… cuando…
—Cuando… ¿estás enamorado de Lissa? —invitó Axel, y Dave le clavó
los ojos castaños—. Es solo una hipótesis. Sé que la has rechazado, pero…
—La rechacé porque ya sabía que me iba —admitió—. ¿Tienes idea de lo
feliz que me hizo saber que sentía lo mismo por mí? Nunca se me ocurrió
pensar que tendría tanta suerte. Pero… ¿Cómo puedo estar con ella
sabiendo que antes de que acabe el verano estaré viviendo en otro país?
Axel guardó silencio. Le hubiera encantado tener la respuesta a esa
pregunta.
No era justo, joder.
—Lo siento muchísimo, Dave.
—Me molestó que no me dijeras lo de Key y a Lissa sí porque… ahora
que me voy… Dios, qué infantil es esto. —Su amigo soltó una risita carente
de humor—. Ahora que me voy siento que nuestra amistad se va a perder. Y
estaba celoso porque Lissa y tú sois muy cercanos y lo compartís todo, y…
me da miedo que os olvidéis de mí; irme y que os deis cuenta de que las
cosas no cambian nada porque soy prescindible y…
—¡Dave! —estalló Axel, horrorizado. Le pegó un puntapié en la
espinilla, llamando su atención—. ¡Eres un imbécil! ¿Cómo puedes pensar
eso?
—Porque sí, Axel. Porque sé que no soy divertido, ni alguien que
merezca la pena, ni llamativo, ni nada. Y llegará un momento en el que os
olvidéis, lo sé. Lissa se enamorará de alguien que sí que tenga el valor de
estar con ella y hacerla feliz y tú encontrarás a otro amigo con el que salir.
—¡Es que yo no quiero ningún otro amigo y Lissa sigue enamorada de ti!
—Pero…
—¡Pero nada, joder! ¡No vamos a dejar de ser amigos tuyos aunque te
pires! ¡Haremos videollamadas todos los días, y si no me contestas el
teléfono te seguiré llamando y al final me tendrás que responder por pesado
y…! ¡Y si no crees que pueda ser muy pesado que te lo diga Lissa! ¡Puedo
ser un ser unineuronal y monotemático y aburrirte, y acabarás siendo tú el
que agradezca vivir en Suiza y…!
»¡Siempre seremos amigos, maldita sea, Dave!
Su amigo hizo una pausa durante unos segundos. Y después, para su
sorpresa, se echó a reír. Fue una risa pequeña, casi tan fugaz como la caída
de una estrella, pero Axel no pudo evitar sonreír al oírla.
—No me puedo creer que estés enamorado de Key.
—Yo tampoco me puedo creer que estés enamorado de Lissa y que estés
dispuesto a desaprovechar el tiempo que os queda juntos. No sé cuándo te
irás, pero creo que Liss es ya mayorcita para decidir si quiere tomar el
riesgo de estar junto a ti y…
—Tengo pensado pedir plaza en la Universidad de Lincoln. Sé que no
está en Bradford, pero… —Dave fue perdiendo voz—. El programa de
química es de los mejores del país y no está tan lejos como Suiza. Tengo
buenas notas. Aunque mis padres no quieran pagarme la matrícula porque
insisten en que tendría una mejor educación en un internado o en alguna
institución privada… puedo solicitar una beca. Y trabajaré, si no es
suficiente.
—¿Lo ves? —La esperanza y la alegría volvieron a brotar en su interior
—. ¡Solo estaríamos separados un curso! ¡Eso no es nada! Antes de darnos
cuenta volveremos a estar los tres juntos. Y tú podrás besar a Lissa tanto
como quieras. —El rostro de su amigo enrojeció y Axel reculó. Imaginarse
a Lissa y Dave dándose el lote hizo que un escalofrío le recorriera la
columna—. No, olvida eso. Si queréis enrollaros bien, pero no delante de
mí, por favor.
—No vamos… Lissa seguro que me odia y…
—¿Bromeas? ¡DAVE! ¡Es Lissa! ¡Tienes que hablar con ella!
Su amigo apretó con fuerza las cadenas del columpio mientras una nueva
determinación brillaba en su mirada.
—Sería solo un curso —repitió.
—Un curso. —Axel asintió—. Nuestra amistad es más fuerte que la
distancia. Lo sabes, Dave.
Quiso volver a repetirlo, pero no pudo. Porque una parte de él, una parte
enorme, sentía el mismo miedo que Dave. Sin embargo, Axel estaba
dispuesto a enterrar a esa parte en lo más profundo de la mente, justo donde
desechaba las soluciones de los problemas de matemáticas una vez
aprobaba los exámenes.
No podía concebir una realidad en la que no estuvieran los tres juntos. Y
si los Lovegrove pensaban que podían separarlos, pues que se prepararan,
porque él no iba a permitirlo.
No hizo falta que dijera nada más. Dave sonrió otra vez, y Axel lo supo:
no era el único que lucharía por su amistad. Y ni siquiera le hacía falta que
Lissa estuviera allí para saber que, ahora y siempre, remaban los tres juntos.
El lunes Dave estaba esperando a Axel en la puerta del instituto.
—Voy a decirle a Lissa la verdad.
—¿Te vas a declarar? —preguntó Axel, atónito.
—¡No! Quiero decir, no todavía. Voy a pedirle perdón y a… —Dave bajó
el tono—. A decirle que, en realidad, no salgo con nadie y que me marcho a
Suiza.
Ah.
Axel dejó caer los hombros. Le costaba procesar que el próximo curso
Dave no estaría junto a ellos.
—Me parece bien —dijo. Si a él le deprimía el tema de su partida no
quería ni imaginarse cómo le tenía que sentar a Dave hablar sobre ello—.
Mucho ánimo.
—Gracias, pero tú te vienes conmigo.
—¿Perdona?
—¡No pretenderás que me enfrente a Lissa yo solo!
—¡Pero esto es cosa vuestra! No me metas. Además, ¿y si os da por
poneros románticos y os dais un beso o hacéis manitas?
Dave enrojeció hasta el nacimiento del cabello.
—No voy a hacer manitas con Lissa…
—Por si acaso.
—Venga, Axel, por favor. —Su amigo juntó ambas manos a modo de
súplica—. Ven conmigo. Me resultará más fácil pedirle perdón por haberme
comportado como un idiota si estás tú.
Axel chascó la lengua.
—Bien, ¡vale! —Dave soltó aire sonoramente, aliviado, y él le pinchó las
costillas con el dedo índice—. No me gusta que uses el chantaje emocional
conmigo.
Su amigo sonrió y tiró de Axel rumbo al instituto.
Todavía faltaban diez minutos para el inicio de clase y los alumnos más
puntuales corrían de un lado a otro. No era habitual que Axel llegara tan
pronto, pero después de lo que había sucedido el sábado pasado con Key
prefería apresurarse. Si ya se había sentido mal entonces por lo que había
hecho, ahora que habían pasado dos días la culpa le mordía aún con más
fuerza la boca del estómago. No quería encontrarse a Key ni de casualidad.
Sin embargo, ese no parecía ser su día de suerte —venga ya, ¡ni ese ni
ninguno!—, porque Key caminaba en dirección opuesta a ellos. Al
principio lo hacía de manera distraída, pero se detuvo cuando sus miradas
se cruzaron. Axel también se paró y su amigo, extrañado, lo hizo segundos
después.
Hubo un largo e incómodo silencio solo roto por los gritos del resto de
los estudiantes. Entonces, Key le retiró el rostro y pasó por su lado sin
hacerles caso, como si Axel y Dave no fueran más que un par de taquillas.
Algo se hizo trizas dentro de Axel.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Dave, extrañado—. ¿Key está enfadado
contigo? Pensé que eras tú el que no quería saber nada de él después de lo
de…
—No importa. —Axel negó con la cabeza—. Vamos a buscar a Lissa,
anda. Si seguimos entreteniéndonos no podrás hablar con ella antes de
clase.
Dave dudó. Parecía que no quería dejar el tema estar, pero, al final,
asintió.
Lissa estaba guardando un par de libros en su taquilla cuando Dave y Axel
se detuvieron junto a ella.
Su amiga estuvo a punto de dejar caer un cuaderno por la sorpresa.
—¿Qué naric…?
Dave estaba paralizado. No dejaba de mirar a Lissa, así que Axel tuvo
que darle un codazo para que reaccionara.
—Eh, hola.
Brillante.
—¿Qué hacéis juntos? —preguntó ella. Parecía cautelosa, como si
temiera encontrarse dentro de un sueño—. ¿Habéis… habéis hecho las
paces?
Como Dave seguía quieto como un soldadito de madera, Axel se le
adelantó.
—Sí. Ya somos amigos otra vez. Por cierto, Dave quiere decirte algo,
¿verdad, Dave?
—No, sí. Quiero decir… —Su amigo hizo una pausa y Lissa alzó una
ceja—. No tengo novia.
Silencio.
Y luego la voz fría de Lissa.
—Lo siento. ¿Habéis roto? Una pena.
—Nunca salimos en primer lugar.
La máscara de indiferencia de Lissa empezó a resquebrajarse.
—¿Entonces por qué…?
Su mejor amigo tomó aire. Axel lo observó cambiar el peso de su cuerpo
de un pie a otro varias veces. Estaba empezando a ponerlo nervioso a él
también. Joder. «No había estado en tantísima tensión desde aquella vez que
había intentado pasarse el último jefe del Dark Souls».
Por fin, Dave habló.
—Siento tantísimo haberme comportado como un imbécil contigo, Liss.
No te lo merecías. —El tono de su amigo era bajo, pero las palabras fluían
rápidas, sin parar—. Eres la mejor amiga del mundo y te traté fatal.
Entendería que no quisieras volver a hablar conmigo porque fui frío y
odioso y me merezco uno de tus puñetazos, pero quiero que sepas que
aprecio tu amistad más que nada. Bueno, también aprecio a Axel, pero él es
distinto, y tú eres…
—¿Yo soy…? —invitó ella. Durante unos instantes, Axel estuvo
convencido de que Dave se animaría, de que daría el paso y confesaría su
amor, pero su mejor amigo reculó en el último momento y simplemente
agachó el rostro.
—Estaba celoso —susurró—. Celoso de tu amistad con Axel. Celoso
porque pensé que yo no era tan importante para vosotros como vosotros lo
sois para mí y, al final… —Una pausa—. Me voy a ir, Liss. Me mudaré a
Suiza el próximo curso.
Lissa no contestó. Se echó para atrás y se apoyó en la taquilla, como si
las palabras de Dave le hubieran abierto un profundo corte en el pecho.
Axel corrió junto a ella, preocupado, y la sostuvo del brazo para que no
cayera al suelo. Su amiga tiritaba y sus ojos estaban empezando a
empañarse. Dave permanecía con la vista gacha, como si no pudiera
mirarla, y tuvieron que pasar largos segundos hasta que Lissa encontró la
voz para contestar.
—¿Qué?
—Se va, Liss —dijo Axel, derrotado—. Por eso se ha estado
comportando de manera tan rara todo este tiempo. Porque, bueno, Dave es
muy listo, pero todos sabemos que se le da fatal gestionar este tipo de
situaciones. ¿No es así?
Su amigo alzó el rostro. No miró a Axel. De hecho, parecía como si no lo
escuchara en absoluto. Tenía los ojos clavados en Lissa, como si no
existiera nada más en el mundo.
—Voy a pedir una plaza en la Universidad de Lincoln. Solo me iré un
curso, Lissa. Volveré y… —El chico tomó aire—. ¿Podemos volver a ser
amigos?
Lissa parpadeó para aguantar las lágrimas y, para sorpresa de todos, se
lanzó a los brazos de Dave.
—Eres un imbécil. Y un idiota. ¿Celoso? ¡¿Cómo has podido pensar
siquiera durante un solo segundo que no nos importas, que no me
importas!? ¡Idiota! —Su amiga ahogó un sollozo y Dave, aún en shock, le
rodeó la cintura con los brazos. Tenía el rostro más rojo que un semáforo y
Axel se sintió estúpido, y un poquito avergonzado. ¿Cómo no se había dado
cuenta antes de los sentimientos de su amigo? ¡Pero si era tan obvio…!—.
Solo un curso, ¿verdad? Un curso y volverás, y ahora que lo sabemos
dejarás de comportarte como un tonto, ¿me lo prometes?
Dave estrechó a Lissa con más fuerza y asintió.
—Te lo prometo.
Axel dio un suspiro mientras una tímida sonrisa le asomaba por entre los
labios. Volvían a estar juntos otra vez.
Key bajó con el dedo por la pantalla del móvil de manera aburrida. Dio like
un par de veces, sin ser realmente consciente de lo que estaba haciendo.
Fuera, el cielo tronaba, como si estuviera de mal humor. Lo entendía; él se
sentía igual.
No había vuelto a hablar con Axel desde el viernes. Ya había pasado una
semana. Dos casi desde su ruptura.
Lo del lunes había sido mortal. Encontrárselo en el pasillo y ni siquiera
saludarlo era lo más difícil que Key había hecho jamás.
La cosa no pintaba bien. Nada bien.
«Maldita sea, Ben. ¿Por qué coño tardas tanto?».
Key bloqueó su móvil y echó un vistazo hacia el fondo del pasillo.
Acababan de terminar el entrenamiento de atletismo y habían quedado en ir
a cenar con Conrad y Hill para celebrar que los Waters le habían levantado
el castigo. Cine y un par de hamburguesas, algo tranquilo que no les
acarrease una nueva pena por mal comportamiento.
El rubio había salido antes que él. Ben solía quedarse el último porque,
como capitán, era el encargado de apagar las luces del gimnasio —en el
caso de que no le tocara usarlo a otro club—, firmar un poco de papeleo y
asegurarse de que el material se quedaba guardado en el almacén. Pero el
tiempo que llevaba dentro del gimnasio era ridículo.
Exasperado, Key se guardó el teléfono en el bolsillo de la chaqueta y
echó a andar hacia la puerta. La abrió sin muchas florituras, solo para
descubrir que el gimnasio estaba vacío.
«Seguro que sigue duchándose, el muy idiota. Si no fuera mi mejor
amigo y le hubiera visto chapotear como un pato en la piscina hasta podría
pensar que se trata de una sirena con una doble vida».
—¡Ben! ¿Se puede saber qué cojones…! —Las siguientes palabras
murieron en su garganta, porque Ben sí que se estaba duchando, pero no
estaba solo.
El chorro de la ducha le ahogó la voz. Y menos mal.
Key pudo alejarse de los vestuarios justo a tiempo de evitar que lo
pillaran.
Joder.
Nico Rush era la persona más intermitente que conocía. Aparecía y
desaparecía a su antojo, siempre con ese aspecto suyo tan insoportable,
como si todo le aburriera. Era maleducado, tosco, borde y callado. A Key
siempre le había extrañado que Ben lo mantuviera en el equipo cuando no
solía presentarse a los entrenamientos y jamás hablaba con el resto de los
compañeros. Ahora que sabía que entre ambos había algo más que una
amistad —si es que se podía considerar así—, podía comprenderlo un poco
mejor.
No le había visto en el pasillo, pero era cierto que había estado muy
pendiente del móvil y que se podría haber colado sin problemas dentro de
los vestuarios. Seguro que era lo que había hecho, porque ahora mismo le
estaba comiendo la boca a su mejor amigo mientras hacía un poco de
ejercicio de muñeca.
Algo le decía que Ben no cenaría con ellos esa noche.
«Qué asco joder. Y qué fácil caes, Ben».
—No voy a aprobar, tíos. No voy a conseguirlo.
—No exageres, Hill. Solo te has llevado por delante una señal de stop.
Eso le pasa a cualquiera.
Las palabras de Key cayeron en saco roto. Hill lloriqueó un poco y trató
de sonarse la nariz en uno de los hombros, lo que les dificultó un poco
sostenerlo y evitar que se cayera. El muy idiota era el alumno más alto del
instituto y pesaba como medio elefante. Key todavía podía cargar con él de
una manera más o menos cómoda, pero Conrad, al otro lado, las debía estar
pasando putas.
Para empeorar la situación, su amigo estaba muy borracho.
Hill había llegado tarde a la quedada, como siempre, porque había tenido
clase de conducir. También, como siempre, había sido un puñetero desastre.
Su amigo era la persona más descoordinada del planeta. Siempre confundía
el pedal del freno con el del acelerador, así que eso de la conducción le
estaba resultando un proceso más complicado de lo que esperaban.
Key no había tenido esa clase de problemas, por supuesto. Había
aprobado la parte teórica a la primera y su profesor de autoescuela había
estado encantado con lo rápido que aprendía. Apenas habían pasado dos
semanas de clase cuando ya se las había apañado para aparcar en paralelo.
—Es que no solo es el carnet de conducir —seguía diciendo Hill.
Arrastraba las palabras—. Es todo. Llevo los exámenes finales del trimestre
regular. Y Karina no me hace caso. Y he perdido diez seguidores en
Instagram. ¿Estoy perdiendo la chispa? Joder, estoy perdiendo la chispa.
—Lo que estás es delirando —masculló Conrad. Pese a que no era fácil
cargar con su amigo, no lo soltó en ningún momento. Su agarre era firme
alrededor de su cintura—. Siempre bebes más de la cuenta. Y es culpa tuya
dejar los exámenes para el último momento.
—¡Pero Conrad…!
—Y Karina te gusta solo porque te vaciló en aquella fiesta. La olvidarás
en un par de meses.
—Pero…
—Incluso semanas, diría yo —aportó Key.
—¡Soy un desastre!
Conrad bufó y Key soltó una carcajada divertida.
Llegaron a la casa de Hill de manera renqueante. Por suerte, no estaba
muy lejos de la parada de metro. Lo peor del camino era la gran pendiente
ascendente que siempre les hacía sudar la gota gorda cada vez que la
subían; el resto del trabajo era coser y cantar.
Tal y como Key esperaba, Ben no se presentó a cenar, por lo que tuvo que
inventarse alguna excusa tonta que justificara que Ben ni siquiera contestara
las llamadas. Se sintió un poco mal por ello. Al fin y al cabo, había tenido
que aprender a las malas que no es buena idea mentir u ocultar información.
Pero Ben jamás había mencionado a Nico delante de Hill y Conrad, y Key
no pensaba ser quien lo sacara del armario públicamente.
Esta noche, habían cenado un par de hamburguesas grasientas en un
tugurio del centro de la ciudad y luego habían ido a una gasolinera a
comprar alcohol con el carnet falso de Hill. Cuando había dejado de llover,
habían estado bebiendo cerveza tirados en un parque, hablando de todo y
nada al mismo tiempo.
Un viernes típico, vamos.
Dejaron a Hill apoyado sobre la pared mientras trataban de encontrar las
llaves de su casa entre los pliegues de su ropa.
—Tíos —murmuró Hill. Tenía los ojos cerrados y el rostro somnoliento
—. Si queríais meterme mano no hacía falta que me emborracharais. Soy un
chico fácil.
—Cállate, imbécil. —Conrad encontró las llaves en el bolsillo interior de
su chaqueta y a punto estuvo de lanzárselas a la cara, pero Key lo evitó en
el último momento.
—¿Vas a poder subir hasta casa? —le preguntó.
Hill hizo algo a medio camino entre el asentimiento y la negación con la
cabeza.
—Cojonudo. —Key puso los ojos en blanco—. ¿Qué hacemos?
Conrad guardó silencio durante unos segundos. Al final, suspiró.
—Yo le acompaño.
Key ni siquiera trató de ofrecerse en su lugar. Cuando Conrad decía «yo
le acompaño» en realidad quería decir «me aseguraré de que llegue bien a
casa y de que sus padres no le regañen mucho» y no aceptaba un «no»
como respuesta.
Los «padres de Hill» en realidad eran el padre de Hill y su madrastra. Su
madre hacía años que se había marchado a vivir a Londres con su novio, un
joven cocinero veinte años menor que ella, dejando a su hijo atrás. El
incidente nunca había traumatizado a Hill demasiado. Adoraba a su padre y
hablaba de vez en cuando con su madre y, como sus padres se habían
divorciado cuando había sido solo un bebé, su madrastra había sido su
verdadera figura materna. Además, tenía tres hermanos pequeños de los que
se tenía que encargar de vez en cuando, pero a los que adoraba.
Así que el aburrimiento no existía en casa de los Anderson.
Aunque Key suponía que, por muy modernos que fueran, no les haría
mucha gracia que su hijo llegara borracho a casa, se fiaba lo suficiente de
Conrad como para saber que él capearía la situación. Por eso, esperó hasta
que sus dos amigos desaparecieron dentro del edificio y retomó el camino a
casa.
Encontrar asiento en el metro de su ciudad era en parte cuestión de buena
suerte y en parte arriesgarse a pillar alguna enfermedad rara. Sin embargo,
Key estaba lo suficientemente cansado como para aventurarse, así que en
cuanto vio un hueco libre en el que poder posar su culo lo hizo.
Seguía sin dormir bien.
Seguía pensando en Axel a cada momento del jodido día.
Su móvil vibró, sacándolo de sus pensamientos.
De Ben-cojón Waters.
Siento haberme perdido la cena. Se me han complicado las cosas en el club de atletismo.

Ben había mandado el mensaje al grupo que tenía con Conrad y Hill,
pero Key le abrió una conversación aparte.
Key.
Ah, así que ahora a comerse la boca con otro tío se le llama “complicación”. Entiendo.

La respuesta de Ben fue rápida como un rayo.


De Ben-cojón Waters.
No pienso hacer declaraciones.

¿Qué has visto?

Key.
Lo suficiente para decidir que ahora no solo NO me gusta el sexo, sino que me replanteo hacerme
monje
Por cierto, definitivamente ya no siento nada por ti.

De Ben-cojón Waters.
Vale. Guay. Supongo.
Me muero de la vergüenza. No deberías haber visto eso.

Key.
Estoy de acuerdo. Porque no tendría que haber pasado.
No se suponía que estabas enfadado con Nico?????

De Ben-cojón Waters.
¡Y sigo enfadado!

Pero se ha presentado en el vestuario y… ¡no sabes cómo besa, Key! ¡Y la carne es débil, joder! ¡Te
juro que he querido detenerlo!

En realidad no le he puesto mucho empeño.

Key puso los ojos en blanco y bufó un poco.


Key.
Deberías dejarle las cosas claras. No puedes dejar que siga jugando contigo.

De Ben-cojón Waters.
¡Ya lo sé!

Pero es complicado.

No quiero hablar del tema.

Key.
Algún día tendrás que hacerlo.

De Ben-cojón Waters.
O no. Puedo ignorar la situación hasta que me gradúe y lo pierda de vista y me enamore de otra
persona en la universidad o yo qué sé.

De todas formas gracias por cubrirme.

Key.
De nada.
Pero la próxima vez cierra la puerta con cerrojo.

De Ben-cojón Waters:
Lo haré. Ahora si me disculpas voy a morirme un rato.

Key soltó una risita y guardó de nuevo el móvil en el bolsillo de su


chaqueta. Quedaban solo tres paradas hasta su casa. Pero el tono de llamada
lo obligó a volver a buscar el aparato. Y su cuerpo se paralizó por completo.
Llamada entrante:
Cucaracha
A Key comenzaron a temblarle las manos y los dedos se negaron a
responderle. El corazón le bombeaba sangre más rápido de lo normal;
pequeñas gotas de sudor frío le corrían por la espalda.
«Axel. Es Axel.
Me está llamando.
Mierda. Me está llamando. ¿Me ha desbloqueado?
Joder, cógeselo, imbécil».
—¿Sí? ¿Axel? —preguntó. Intentó que su voz sonara desinteresada. Al
fin y al cabo, estaba enfadado con él—. ¿A qué se debe el honor de tu
llamada? ¿Estabas aburrido y has decidido de repente que me echas de
menos?
«No ganas nada comportándote como un capullo, Key», le advirtió una
voz en su cabeza.
Axel chasqueó la lengua al otro lado de la línea.
—Sabía que sería un error llamarte. —Escucharlo hablar tan cerca de la
oreja hizo que Key apretara el móvil con fuerza para evitar que se le cayera
al suelo. Un escalofrío lo recorrió de arriba abajo. De hecho, nadie le
aseguraba no perder el equilibrio si trataba de levantarse—. Voy a colgar.
—¡Espera! —se apresuró a decir él. Varios pasajeros le lanzaron miradas
molestas—. ¿Qué quieres? Perdona, pero es lógico que me sorprenda
cuando llevas una semana entera ignorándome.
Axel guardó silencio tanto tiempo que Key se temió que le hubiera
colgado de verdad. Sin embargo, cuando fue a comprobarlo Axel contestó:
—¿Tienes algo que hacer mañana?
Key parpadeó un par de veces, sorprendido.
—¿Qué?
—¿Quieres… quieres que comamos juntos? ¡No es una cita, por cierto!
Sigo enfadado contigo.
Key tenía solo diecisiete años y una salud de hierro. Pero en esos
momentos estaba empezando a dudar seriamente de los chequeos semanales
a los que tenía que someterse en el polideportivo. Y dudaba porque
segurísimo que se había quedado sordo. No había otra explicación. Eso o
estaba teniendo un brote de alucinación transitoria, en el hipotético caso de
que eso existiera de verdad.
—¿Co… comer…? ¿Tú y yo? ¿Comer?
Genial. El gran Key Parker tartamudeando. Quién le había visto y quién
le veía ahora.
—Sí, joder, sí —refunfuñó Axel—. ¿Quieres o no?
¿Quería?
Quería, joder, claro que quería. Pero… seguía enfadado con él. Y Axel,
desde luego, no mentía al decirle que no le había perdonado.
No podía ser tan iluso como para hacerse falsas esperanzas.
—Mm… sí, está bien. Como veas —dijo, de manera falsamente
desinteresada. Sin embargo, Axel pareció creérselo, porque soltó un taco
por lo bajo.
—Vale. Pues nos vemos mañana a la una en la parada de bus del centro.
No llegues tarde.
Key no tuvo tiempo de despedirse. Antes siquiera de poder abrir la boca
Axel ya le había colgado.
«No es una cita, por cierto».
No, no lo era. Pero era lo más cerca que Axel había estado de pedirle una
alguna vez, incluso cuando salían juntos.
Esa noche Key se pasó su parada y no le importó. Porque, por mucho que
intentó ocultarla, la sonrisa no se iba de la cara.
Pues sí que llegó tarde.
En su defensa tenía que decir que estaba muy nervioso y se había tenido
que cambiar un par de veces antes de salir de casa. Eh, que ya no estuviera
en el mercado no quería decir que los demás no pudieran disfrutar de él.
Desechó un par de looks porque se veían demasiado trabajados, y otros
tantos porque no. Al final escogió unos sencillos vaqueros y una camisa
azul oscuro que resaltaba la tonalidad de sus ojos. Para no parecer tan
formal se hizo con su típica chaqueta vaquera de borreguito y salió pitando
de su casa. Lo bueno de vivir en el centro era que no necesitaba tomar el
transporte público si los planes eran por ahí. A pesar de ello, el mundo
entero pareció confabular en su contra, porque tuvo que esperar a que todos
los semáforos de la puta ciudad se pusieran en verde y caminar detrás de
personas que no parecían tener ninguna prisa por ir a ningún sitio.
Axel ya estaba allí cuando llegó. Por supuesto. Ese maniático de la
puntualidad…
—Llegas tarde.
—Lo sé.
Estaba guapísimo, como siempre. ¿Cómo no podía ser consciente de lo
guapo que era? No era justo. Llevaba una sudadera negra, unos vaqueros
negros y unas Converse negras. Tenía el pelo levantado en todas
direcciones, como si acabara de meter los dedos en un enchufe. Key resistió
el impulso de apartarle el flequillo de la frente.
Los ojos color miel le brillaban con furia.
—Te dije que no llegaras tarde.
—Estoy aquí, ¿no? —preguntó Key, y se obligó a sí mismo a modular su
tono de voz y a bromear—. No todos pueden decir que han tenido una cita
con el mismísimo Key Parker. Cualquiera se sentiría afortunado de
esperarme.
Axel rechinó los dientes.
—Eres un… eres un completo gilipollas y… ¡no es una cita!
—Lo que sea. ¿Dónde me vas a llevar a comer? ¿A un italiano?,
¿coreano? Oh, me apetece un mexicano. Sabes que me encanta la comida
picante y…
—A donde sea —lo interrumpió Axel—. Pero tú pagas tu parte.
Key escondió una sonrisa divertida.
La felicidad fluía por sus venas.
Al final fueron a parar al típico restaurante de comida rápida que servía
desde kebabs hasta hamburguesas. Como no podía ser de otra manera,
estaba lleno hasta las trancas. Tuvieron que esperar un poco de cola hasta
que consiguieron hacerse con una mesa libre, pero Axel se quedó en ella y
Key se fue a por el menú. No necesitó que el chico le dijera lo que quería;
se lo conocía de memoria.
Key posó la bandeja con una hamburguesa, patatas fritas, refrescos y otro
menú de arroz frito thai con pollo encima de la mesa.
El estómago de Axel rugió ante el olor de la comida y esta vez fue
imposible contener la sonrisa.
—Parece que alguien está hambriento.
—Cállate —le gruñó Axel. Se hizo con su hamburguesa y le dio un gran
bocado. Key se quedó mirándole la boca más de lo necesario y se mordió el
labio inferior cuando vio su nuez de Adán bajar al tragar la comida.
Tuvo que obligarse a sí mismo a retirar la vista para evitar tener algún
accidente en el interior de sus calzoncillos.
—¿Ha llegado ya el momento de que te pregunte por qué me has llamado
o espero hasta los postres?
Axel le lanzó una mala mirada.
—¿Es cosa mía o te estás comportando de una manera más irritante de lo
normal?
—Ah, querida cucaracha, eso es culpa tuya. Solo me muestro encantador
con mis parejas. Y tú sigues empeñado en quedarte fuera de ese selecto
grupo.
—Y así seguirá siendo, por suerte.
La puñalada se sintió profunda dentro del estómago de Key.
«Solo bromea. No le hagas caso. No te habría llamado si no siguieras
siendo importante para él.
Te ha desbloqueado.
Estás avanzando».
—En serio, Axel —dijo, y el chico lo miró—. ¿Por qué me has llamado?
Axel no le sostuvo la mirada mucho tiempo. En lugar de eso, posó la
hamburguesa sobre la mesa y comenzó a rasgar una servilleta de manera
distraída. Key mordisqueó una patata para intentar evitar que se le notara el
temblor de las manos.
Se sentía como si estuviera en el examen más importante de su vida,
aquel que decidiría para siempre su futuro.
—Quería… quería pedirte perdón.
Key se atragantó con la patata y comenzó a toser de manera escandalosa.
Axel alzó la cabeza, asustado, y se inclinó sobre la mesa para poder darle
un par de golpecitos en la espalda.
—¿Perdona? —preguntó el rubio tras darle un largo trago a su refresco
—. ¿Querías qué?
Axel refunfuñó un poco.
—Quería pedirte perdón —repitió, con el ceño fruncido y las mejillas
ligeramente ruborizadas—. Por… por lo del otro día. Por intentar
sonsacarte algo de Ben y Nico. No estuvo bien y entiendo que estés
enfadado conmigo.
Key estaba sin palabras. Como él no solía equivocarse nunca, pocas eran
las ocasiones en las que tenía que disculparse. Quizás por eso ahora estaban
en esa situación. Pero que no tuviera que hacerlo a menudo no quería decir
que no lo hiciera en absoluto. Sabía lo difícil que era reconocer que te has
equivocado, y lo muchísimo que le costaba a Axel admitirlo.
Y así, de esa forma, su enfado se esfumó.
Asintió, despacio. Jugueteó un poco con su arroz.
—Vale.
—No quiero saber lo de Nico y Ben para hacerles daño. —La voz de
Axel sonaba seria, mucho más seria que de costumbre—. Solo…
—¿Estás preocupado por Ben? —preguntó Key, incrédulo.
Axel se echó hacia detrás y lanzó una especie de gritito agudo.
—¡No! ¿Cómo puedes pensar…? ¡Claro que no! ¡Ben no me importa!
¡No me importa en absoluto!
Key tosió para evitar echarse a reír.
Por mucho que tratara de negarlo, jamás se creería ese supuesto odio que
Axel sentía hacia su hermano. Puede que la relación entre los mellizos
Waters no fuera convencional, pero nadie podía negar que se preocupaban
el uno por el otro.
Aunque tuvieran formas muy extrañas de demostrarlo.
—Lo que tú digas… Entonces, ¿por qué es? ¿Por curiosidad?
—¡Sí, eso! —Axel chaqueó los dedos y le señaló—. Solo es curiosidad.
Admite que es sorprendente que Ben no sea hetero. Quiero decir, ¿quién se
lo habría imaginado?
—Te sorprendería la cantidad de gente que se declara abiertamente hetero
y en realidad no lo es.
Hubo una pausa y la mirada de Axel se perdió durante unos segundos.
Key aprovechó para probar un poco de su comida, sin quitarle ojo de
encima y muerto de la curiosidad.
—¿Cucaracha?
—No es nada. Solo… Pues eso. Que no quería que pensaras que estaba
intentando hacerle daño a Ben. Lo odio, pero no soy así. Y soy consciente
de que estuvo muy feo lo que te hice. Fue como… Creo que jugué con tus
esperanzas.
Key torció el gesto.
—Un poco. Sigo esperando que te rindas a mis encantos y me beses
apasionadamente. Otra vez.
Axel enrojeció.
—No va a pasar.
—Quién sabe. —Key encogió un hombro y sonrió—. De momento, ya
me has pedido una cita.
—¡Que no es una cita!
—Para mí sí.
—Eres insufrible.
—Se te va a enfriar la hamburguesa.
Axel soltó un «ah, mierda» y se hizo con ella. Key le tomó un poco el
pelo y volvió a quitarle otra patata. Axel se quejó, le pegó una patada por
debajo de la mesa y le robó una bolita de pollo empanado. Key fingió
ofenderse, y juró, por un segundo, que Axel camufló una carcajada.
—¿Key? —preguntó Axel, al rato—. No voy a dejar de investigar sobre
Nico y Ben.
—Vale. —Asintió él—. ¿Axel?
—¿Sí?
—Yo tampoco voy a dejar de intentarlo contigo. Sigo enamorado de ti,
aunque no me creas.
Axel enrojeció y le retiró la mirada.
—Bien. Lo que sea.
Key sonrió. Y esa vez, cuando le quitó otra patata, Axel no se quejó.
Pocos días después de la «no cita», una tarde en la que sus padres no
estaban porque tenían una importante reunión de trabajo, Key se presentó
en su casa sin avisar.
Axel no se lo esperaba. Apenas habían hablado desde entonces. Si se
veían en los pasillos del instituto se saludaban, pero poco más. Pese a que
esa tarde Axel se lo había pasado bien con Key —y se había sentido un
poco como en los viejos tiempos, antes de que empezaran a salir—, todavía
había un gran muro que los separaba.
Pero ahora Key parecía más que dispuesto a dinamitarlo.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Axel.
El rubio llevaba ropa cómoda: una sudadera, ancha y gris, y pantalones
deportivos; lo típico que se ponía cuando solían tirarse en el sofá a ver
alguna película y no hacer nada antes de que cortaran su relación.
—Hola a ti también.
No solo su aspecto era sospechoso. Cargaba un buen arsenal de comida
basura, desde patatas fritas de bolsa hasta un par de refrescos de color azul.
—Ben no está en casa.
«Qué guapo es, maldita sea».
—Lo sé.
Le gustaba más esa versión de Key que la que lucía siempre en el
instituto. Despeinado, más humano, alcanzable, casi… tierno, vulnerable.
—Sabes que estoy castigado, ¿verdad?
Axel solo lo admitiría bajo amenaza de tortura, pero lo echaba de menos,
joder. Lo echaba de menos con la intensidad de mil tornados.
—Algo he oído. ¿Cómo te las has apañado para que te pillen haciendo
pellas?
Axel suspiró.
—Yo escojo la película.
Key sonrió de una manera tan radiante que habría podido deslumbrar a
todo el vecindario.
Y el corazón de Axel se aceleró.

Key volvió el jueves siguiente. Y el viernes. El sábado volvieron a salir


para comer. El miércoles se pusieron juntos en gimnasia. El jueves
quedaron para estudiar en la biblioteca. El viernes pidieron una pizza.
Llegaron los exámenes, que Axel pasó a duras penas, y las vacaciones de
primavera; una semana en la que él pretendía recuperar todo el sueño
perdido y jugar a videojuegos.
Las cosas cambiaron desde entonces.
Axel desbloqueó a Key en todas las redes sociales.
Antes de dormir recibía un mensaje de buenas noches, y el rubio solía
enviarle memes o le hablaba para contarle cosas tan absurdas como lo que
desayunaba o que se había encontrado un perro mientras salía a correr. Le
etiquetaba en sus stories y fotos de Instagram, algo que no había hecho ni
cuando salían. La gente empezó a comentar y Axel recibió tantas visitas en
su perfil que se vio en la obligación de hacerlo privado.
La primera vez que ocurrió, Axel no se lo podía creer. No era más que
una foto tonta de Key entrenando en el polideportivo, pero llevaba puesto el
protoestabilizador de rodilla que Axel le había regalado por su cumpleaños
y había escrito «El mejor regalo del mundo » justo debajo del post. Pocos
segundos después, Key le mandó un mensaje privado preguntándole si le
parecía bien y, antes de que Axel pudiera contestar, hasta se ofreció a borrar
la foto. Axel dudó. Pensó que le molestaría tanto escrutinio, que se sentiría
incómodo por recibir una atención a la que no estaba acostumbrado, pero no
fue así.
«está bn. no hace falta q la borrs», le escribió.
Y lo decía en serio.
A partir de ese momento, Axel empezó a seguirle el rollo. En más de una
ocasión se sorprendió a sí mismo haciéndose un selfie en medio de una
partida del LOL y mandándoselo a Key; o le mostraba sus intentos patéticos
de tostadas, su cena recurrente si no estaba su padre para alimentarlo,
siempre quemadas en los bordes y blancas en el centro. El rubio le
contestaba con otra foto y la conversación se alargaba hasta altas horas de la
madrugada.
Había veces, siempre que Axel no conseguía librarse del castigo porque
sus padres estaban en casa, en las que vinculaban sus cuentas de Netflix y
veían alguna serie mientras la comentaban por teléfono. Cuando su madre
subía y le veía ahí tirado encima de la cama haciendo una videollamada, le
sonreía de tal forma que hacía que Axel enrojeciera y cerrara el portátil de
mala manera, muerto de la vergüenza. Melissa parecía tan feliz que ni
siquiera le recriminaba que hubiera vuelto a cambiar la contraseña, solo se
limitaba a decirle que la cena estaba lista y que podía bajar cuando le
apeteciera.
Y Axel lo hacía, porque enfrentarse a su familia siempre era más fácil
que enfrentarse a todo lo que Key le hacía sentir, incluso a través de una
pantalla.
O al menos, era fácil con sus padres. Con su hermano la situación era
muy distinta.
Ben tarareaba ridículas canciones, como P.S. I love you, de los Beatles o I
love you baby, de Babyface cada vez que Axel entraba en la habitación,
ganándose malas miradas por su parte, palabras malsonantes y alguna que
otra discusión que nadie hacía el amago de detener.
Por supuesto, Axel sabía que Ben no lo hacía con mala intención y era
algo que él mismo habría hecho de no saber que su hermano aún no estaba
listo para salir del armario, pero era una forma de picarlo y Axel nunca
renunciaba a discutir con Ben.
Key y él pasaron juntos un par de días. Una mañana, a mediados de las
vacaciones, sus padres tuvieron que levantarse de buen humor, porque
decidieron ser un poco más permisivos con él y su castigo, argumentando
que «ya que has sacado buenas notas —mentira. Su mayor logro había sido
el seis en historia y todo había sido mérito del Assasin’s Creed— te
permitiremos salir un poco estas vacaciones», y al poco rato Key le mandó
un escueto mensaje. «¿Picnic?», decía. Casi parecía haberlo planeado.
Esa vez, Axel no dudó. Se llevó su Switch y, aprovechando que el clima
de Inglaterra les daba un suspiro, se tiraron en un parque a disfrutar de una
buena comilona y una siesta bajo la sombra de un gran árbol. Se pasaron la
consola, tumbados uno al lado del otro, y hablaron tanto que tuvieron que
comprar un par de botellas de agua porque se les secó la boca. Después,
Key lo llevó a casa.
Y Axel pensó, mientras observaba su espalda al alejarse, que podría
llegar a morirse si no le daba un beso YA.
Las vacaciones acabaron rápido, mucho más de lo que a Axel le hubiera
gustado, y con su final llegó la vuelta a la rutina… una vuelta a la rutina de
lo más extraña.
También cambió su manera de comportarse en el instituto.
Key y él se saludaban en los pasillos. O, mejor dicho, Key lo saludaba.
La estrella más popular de clase había mutado a una especie de jodido
golden retriever y parecía no importarle una mierda estar con sus amigos,
con sus compañeros del club de atletismo o hablando con algún profesor; si
vislumbraba a Axel le hacía algún gesto con la mano, siempre con una gran
sonrisa, y él se veía obligado a retroceder sobre sus pasos con la cara roja
como un semáforo.
Lissa se reía de él entre dientes y Dave lo miraba con algo parecido a
empatía, aunque a nadie se le escapaba la sonrisa que compartía con Lissa.
Estaba resultando todo tan sencillo, tan natural. Era justo como se
suponía que tenía que haber sido desde el principio. Fotos, comentarios
sinceros, nada de mentiras, sin necesidad de esconder su relación, fuera esta
la que fuera en la actualidad.
Sin embargo, todavía existía una pequeña voz en la cabeza de Axel que le
advertía de echar el freno. Era muy fácil acostumbrarse a lo bueno y no
quería volver a recoger los pedazos de su corazón roto.
«Key sigue siendo Key, y tú sigues siendo tú», le decía.
Sí, pero, por primera vez desde que habían empezado a hablar el pasado
otoño, pensó: ¿es eso tan horrible?
Lissa dejó caer los libros sobre la mesa.
Su semblante estaba pálido.
—Axel —dijo, y el cuerpo del chico se tensó.
—¿Liss? ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?
Su amiga tartamudeó un poco. Se sentó frente a él y Axel le tomó las
manos entre las suyas. Estaban frías como las de un vampiro.
—Es Dave.
Una gota de sudor frío le bajó por la espalda.
—¿Ha…? —carraspeó. Le aterraba saber la respuesta—. ¿Te ha dicho
algo…?
—Me ha… me ha pedido una cita.
Axel parpadeó. Parpadeó mucho.
Soltó las manos de Lissa y abrió la boca como un pez.
—Que Dave… Dave y tú… Quieres decir…
—¡Una cita, Axel, por Dios, una jodida cita!
Varios estudiantes giraron sus cabezas y les lanzaron una mala mirada,
pero si a Lissa le dio igual, a Axel más.
¡Una cita!
No hacía ni un mes desde su conversación con Dave y su amigo parecía
haber cambiado por completo. Hablaba mucho más con ellos; de sus planes,
de sus miedos, de lo que tenía pensado hacer cuando llegara a Suiza...
Aprovechando los exámenes finales, habían quedado los tres juntos cada
tarde en la biblioteca y se habían puesto al día de todo lo que se habían
perdido estos meses o de todo lo que estaba por venir, como las solicitudes
de Universidades o sus planes de futuro. Dave tenía muy claro que volvería
a Inglaterra, y Lissa pensaba estudiar alguna carrera deportiva porque no
quería renunciar al kárate. En cuanto a él… prefería no hablar del tema.
Aún no sabía qué iba a hacer, así que, cuando la conversación tiraba por
esos derroteros, Axel simplemente guardaba silencio y observaba a sus
amigos.
Dave se pegaba mucho a Lissa, y trataba de hacerla consciente de su
interés, pero su amiga no se daba cuenta de nada. Cada vez que se ofrecía a
llevarle la bandeja en el comedor, Lissa le preguntaba si pensaba que ella no
podía cargarla sola. Cuando se ofrecía a acompañarla de vuelta a casa tras
los entrenamientos del club de kárate, Lissa le decía que ya había quedado
con sus compañeras del club.
A Axel le daba algo de pena y, por qué no decirlo, también le divertía ver
cómo todos los esfuerzos que Dave hacía para que Lissa se diera cuenta de
sus sentimientos caían en saco roto.
Se habían pasado así las semanas previas a las vacaciones de primavera,
y también la semana que habían pasado lejos del instituto. Dave solía poner
al día a Axel con respecto a sus nulos avances, y Axel solo podía reír a
carcajadas cada vez que se daba cuenta de lo torpes y lentos que eran sus
dos amigos.
Al volver a clases, Axel había creído que Dave seguiría en su misma
línea, pero ahora veía que se equivocaba.
—¿Me estás escuchando? —Lissa chasqueó los dedos frente a su nariz—.
¡Axel! ¿Qué se supone que tengo que hacer?
—Ehm… ¿Decir que sí? —se aventuró, pero reculó ante la mueca de su
amiga—. O no, no sé, lo que veas. Pensé que era lo que querías.
—¡Y lo es! Pero… ¿no es raro? ¡Me rechazó!
Ah, maldita sea. ¿Hasta qué punto había hablado Dave con ella? ¿Se
habría sincerado sobre sus sentimientos? ¿Le habría confesado la verdad?
¿Por qué su amigo no le había puesto sobre aviso? De esa forma, a Lissa no
le daría tanto miedo cagarla. Si por Axel fuera, le gritaría a su amiga que
Dave llevaba semanas intentando que se diera cuenta de sus sentimientos.
—Igual se arrepiente —dijo, como quien no quiere la cosa—. Ya sabes…
Ahora que se va ha cambiado un poco. A lo mejor quiere darle alguna
oportunidad a lo vuestro y…
—¡No soy un conejillo de indias!
—¡No! ¡Claro que no! Es solo que… ¡Yo qué sé, Liss! ¿Tú quieres salir
con él?
Su amiga titubeó y sus mejillas adoptaron un tono carmesí.
—Sabes que sí. Pero… tengo miedo. Llevo meses asumiendo que no
ocurriría nunca. Y ahora es como, ¿de repente sí? No quiero hacerme
ilusiones y que luego acaben en nada…
Axel asintió, pensativo. Entendía muy bien a Lissa porque él estaba en
una situación muy parecida. Por un lado, deseaba dejarse llevar. Pero, por
otro… el miedo lo paralizaba.
—¿Por qué no pruebas? —preguntó, finalmente—. Dave se irá lejos, y tú
siempre has estado enamorada de él. ¿Por qué no lanzarte a la piscina?
Lissa agachó la mirada. Le temblaban las manos, así que Axel volvió a
sostenérselas con cariño.
—Sois mis mejores amigos —murmuró Lissa—. Os quiero muchísimo a
los dos. Y este año no ha sido el mejor para nuestra relación. Os perdí, o
tuve la sensación de que os perdía, y no quiero que vuelva a pasar. ¿Y si
sale mal? ¿Y si Dave y yo solo funcionamos como amigos? ¿Y si por
intentarlo se estropea nuestra relación y nos separamos para siempre?
Puedo lidiar con la distancia, de verdad que sí, siempre que estemos juntos.
Pero… La indiferencia me aterra, Axi.
—¿Y si no? —preguntó él en su lugar—. ¿Y si todo sale bien? ¿Y si solo
estás asustada? Mira, Liss… Arg, sabes que soy un desastre con estas cosas,
pero pienso que deberías hacerlo. ¡Háblalo con él si te sientes más cómoda!
¡Firma un contrato, lo que sea! ¡Hazlo, o no lo hagas, pero no lo intentes!
—¿Esa no es una versión cutre de una frase de Star Wars?
—¡Liss!
Su amiga sonrió cuando Axel hinchó los carrillos de la mejilla.
—¿No piensas que será… incómodo? Quiero decir, si Dave y yo
empezamos a salir…
—Seguiréis siendo mis mejores amigos. Solo… ¡no os enrolléis delante
de mí, por favor! —Lo decía medio en broma medio en serio, pero Lissa
volvió a enrojecer y le dio un golpe en el brazo.
—Idiota. Sabes que nunca he… —Bajó la voz—. Sabes que nunca he
besado a nadie.
—En realidad, no es para tanto. Solo tienes que asegurarte de no morder
y…
—¡Basta! —Lissa se deshizo de su agarre y se tapó el rostro con las
manos, consternada—. ¡No puedo hablar de esto contigo! ¡Me muero de la
vergüenza, joder!
Axel tuvo que hacer un gran esfuerzo para aguantar una carcajada. Al fin
y al cabo, tampoco hacía tanto desde que había dado su primer beso y
todavía recordaba lo nervioso que había estado.
Pero Key le había hecho sentirse bien, muy bien, y Axel estaba seguro de
que eso mismo haría Dave con Liss.
—¿Ya has tomado una decisión?
Lissa lo miró por las rendijas entre sus dedos y, tras toda una eternidad,
asintió.
—Pero —le advirtió— que sepas que seré muy pesada hasta la cita. Y
seguramente después. Vas a ser mi hada madrina.
Esta vez Axel no ocultó su sonrisa.
—Ey, tú llevas casi un mes escuchando mi monólogo de «Key es idiota,
pero es guapo; pero mira qué idiota es; pero me ha saludado; pero joder,
cómo lo odio; pero mira qué mono sale en esta foto con un cachorrito…»,
así que es lo justo.
—Deja. De. Hacer. Trampas.
—No hago trampas. Eres tú, que te has vuelto lento.
—¡No es cierto! —La voz de Axel sonó aguda. La frase de Key había
sido una puñalada directa contra su ego—. Sigo siendo el mejor.
—No es eso lo que opina Bowser.
Axel frunció el ceño y dejó caer el control de la Switch sobre su regazo.
En la pantalla, el monstruo aparecía en el segundo lugar del pódium, lo que
hacía que el Axel de carne y hueso frunciera los labios con disgusto. El
personaje de Key, por el contrario, ocupaba el primer lugar. Siempre se
decantaba por Mario Bros. «Es el protagonista», decía. «Como yo. Igual
debería dejarme bigote. ¿Qué te parece? ¿No me haría más serio y
respetable?».
Para su disgusto, Axel tenía que retener la carcajada cada vez que se lo
imaginaba.
—¿Estás enfadado? —Key rodó por la cama hasta apoyarse sobre los
codos y le lanzó una mirada a Axel por debajo de las pestañas—. He
ganado limpiamente. Igual el problema es que estás perdiendo facultades…
—No me jodas. Tú nunca haces nada limpiamente.
No tendría que haber dicho eso. Key no dejaba escapar un buen anzuelo.
—Ah, ¿no? —Se incorporó y se acercó a él lentamente, con la gracia de
un felino. Axel se vio obligado a retroceder, hasta que la espalda le chocó
contra el cabecero de la cama, y tragó saliva de manera inconsciente. De
repente, no podía apartar los ojos de los labios de Key—. ¿Me estás
lanzando una indirecta? Porque estoy tumbado en tu cama y cualquiera
pensaría que…
Axel lo apartó de un empujón y Key se echó a reír.
Menudo idiota.
—Si te sigues comportando como un capullo te echaré de casa.
—Vale, perdona. ¿Quieres la revancha?
No tuvo que repetírselo dos veces. Axel volvió a hacerse con el mando y
reanudó la partida.
Aunque Key bromeara —mucho— y siguiera comportándose como un
tonto idiota —mucho también—, no le hacía sentir incómodo. Siempre
sabía dónde estaba la línea y nunca la sobrepasaba. No invadía su espacio
personal y, si lo hacía, era porque Axel se lo permitía. Y no solo eso: había
respetado su decisión de bloquearlo de las redes sociales, le había dado
tiempo y había permitido que sanara un poco su resentimiento. Si ahora
estaban en tan buenos términos era gracias a ello.
El miedo seguía ahí, siempre, cada vez que Axel miraba a Key y luego se
miraba a sí mismo. Cada vez que pensaba en Key enamorado de Ben. Cada
vez que su hermano bajaba las escaleras con el pelo mojado y con camisetas
a la moda que se ceñían a su cuerpo. Nadie dudaba del atractivo del menor
de los mellizos Waters, y seguía existiendo una parte de Axel que pensaba
que Key le hablaba porque se había resignado al premio de consolación.
Pero cuando el rubio le sonreía, le tomaba el pelo o se quejaba de sus
elecciones cinematográficas —aunque siempre terminara de ver la película
junto a él— esas nubes negras le desaparecían del pecho.
Axel estaba volviendo a caer, lo sabía. Estaba volviendo a sentirse
ilusionado, nervioso. Volvía a mirar el móvil con una sonrisa idiota. Volvía
a buscar su pelo rubio en todas partes, solo para asegurarse de que estaba
ahí.
¡Si hasta ni siquiera le importaba que Key le ganara al Mario Kart, joder!
—¡Eh! —se quejó Key, y Axel sonrió—. ¡No me lances el caparazón
azul!
Mario explotó justo cuando estaba a punto de cruzar la línea de meta y
Bowser aprovechó para cruzarla en su lugar.
Key lanzó un gritito plagado de indignación.
—¡No es justo! ¡Iba a ganar yo!
—¿Qué decías de mis facultades?
El rubio lo fulminó con la mirada. Dejó el mando de la Switch a un lado
de su cuerpo y se giró para encararlo.
—Aquí el tramposo eres tú —gruñó, acercándose lentamente a él.
—Ah, no. Admítelo: si te he ganado es porque soy el mejor. Ahora
estamos en paz.
—Una cucaracha ruin, eso es lo que eres. Te aprovechas de que soy
incapaz de apartar los ojos de ti y tomas la delantera.
Axel enrojeció y guardó silencio durante un par de segundos. Key detuvo
su avance y lo miró.
Era su señal: Axel podía tomar sus palabras o desecharlas. Dar un paso
adelante o volver atrás.
«No puedo».
Axel retiró el rostro. No se le pasó por alto la mirada dolida de Key.
—Eso es culpa tuya —le dijo, con una voz que fingía despreocupación—.
Solo tienes una única neurona funcional.
La desilusión duró poco en el rostro del rubio; enseguida recompuso su
semblante y le mostró una sonrisa.
—Oye, ¿de verdad vamos a ponernos aquí a hablar sobre neuronas?
Porque te recuerdo que antes de las vacaciones de primavera estuviste a
punto de echarte a llorar en la biblioteca porque no llegabas a comprender
por qué los números se mezclan con las letras en Matemáticas.
Axel le sacó el dedo corazón.
—Vete a la mierda.
Key rio y se levantó de la cama. Axel lo observó, sintiendo un nudo en la
boca del estómago.
—Voy a ir al baño un momento. Luego echamos la revancha de la
revancha. Ni se te ocurra empezar una partida sin mí, que te conozco.
Axel alzó la mano izquierda y posó la derecha sobre el pecho.
—Te juro que no lo haré.
—Más te vale —dijo el rubio, lanzándole una ridícula mirada de
advertencia, y caminó de espaldas hasta salir de su habitación.
Entonces, Axel suspiró. Se dejó caer hasta tumbarse sobre el colchón y se
tapó los ojos con el brazo.
Menuda mierda, maldición.
Era absurdo seguir en este plan. Se comportaban como una pareja y, a
ojos del resto, lo eran. Axel ya había recibido un par de comentarios
malintencionados en el instituto que habían sido fáciles de ignorar. Pero…
no lo eran. Solo eran dos ex mejores avenidos que hacía un tiempo atrás.
Era un hipócrita. Le decía a Lissa que tenía que lanzarse a la piscina y
luego, ¿qué? ¿Él no era capaz de dar ese puñetero salto? Mierda. ¿Qué más
necesitaba? ¿Qué Key viniera montado en unicornio hasta su casa para
entregarle un ramo de flores y le jurara amor eterno?
Qué imagen más ridícula.
—¡Ya estamos en casa! —La voz de su madre hizo que Axel se
incorporara sobre el colchón. Sus padres, eternos enamorados, habían salido
a tomar un helado y a dar una vuelta por el centro de la ciudad.
—¡Estamos arriba! —gritó él. No pasó mucho tiempo hasta que su
progenitora hizo acto de presencia en su habitación.
—¿«Estamos»? ¿Está Ben en cas…? —No pudo terminar la frase. Key
apareció por el pasillo y su madre sonrió a modo de saludo. Ya no le
extrañaba ver al rubio allí junto a Axel. De hecho, parecía encantada—.
Hola, Key. No te esperaba por aquí.
—Hola, Melissa. —La sonrisa de Key era incluso más brillante que la de
su madre.
«Cualquiera pensaría que están coqueteando», pensó Axel,
malhumorado.
—¿Qué tal todo? ¿Y las vacaciones?
—Muy cortas.
—Ya me imagino. ¿Sigues preparándote el carnet de conducir?
—Me presento al examen dentro de nada. Estoy algo asustado. No se me
da tan mal como a Hill, pero no sé… Estas cosas son delicadas. Es un poco
cuestión de suerte.
—Lo que no se te da bien es fingir modestia —murmuró Axel por lo
bajini. Lo había escuchado presumir de sus dotes de conducción en muchas
situaciones. No engañaba a nadie.
Bueno, a su madre sí, al parecer.
—No te preocupes, cielo. Ya verás como todo sale estupendamente.
¿Queréis que os traiga algo para merendar? Como queda poco para el
cumpleaños de los mellizos hemos aprovechado y hemos comprado
chucherías.
Ah, su cumpleaños. Axel giró la cabeza en dirección a su escritorio. Allí,
colgado de manera precaria sobre un viejo corcho había un calendario con
el 1 de mayo marcado en tinta roja. Faltaban menos de tres días.
—No, no te preocupes, Melissa —contestó Key—. En realidad, tendría
que irme ya. He quedado para cenar con Pony y Joe y no quiero llegar
tarde.
Su madre pareció decepcionada.
No fue la única.
—¿No íbamos a echar la revancha de la revancha? —preguntó Axel.
—No puedo. Si no me presento Pony es capaz de venir a buscarme, y no
queremos eso.
Lo que Axel no quería era que Key se fuera, pero no lo dijo.
—Puedes venir cuando quieras —aportó su madre.
—Sí, claro —afirmó Axel, desganado.
Key recogió sus cosas y Axel lo acompañó hasta el piso de abajo. El
rubio habló un poco con su padre sobre el próximo partido de fútbol, se
despidió de los Waters y salió de casa.
Demasiado pronto.
—Me alegra que vuelva por aquí —dijo su madre, aunque no hablaba con
Axel, sino con su padre.
—A mí también. Es un buen chico. —Robert asintió.
Axel escuchaba la conversación como quien escucha una vieja radio
escacharrada. No era capaz de apartar los ojos de la puerta.
«—¿Y si todo sale bien?».
«—¿Y si solo estás asustada?».
«—Hazlo, o no lo hagas, pero no lo intentes».
—¿Ax? ¿Dónde v…? —preguntó su madre, pero, antes de que pudiera
terminar la frase, el chico ya había salido de casa y había cruzado el jardín
hasta la calle.
¿Puede haber algo más patético que salir de casa con un chándal roñoso y
unas zapatillas viejas de Mars Attacks! con un agujero en el dedo gordo del
pie derecho?
Axel creía que no.
—¡Key! —gritó.
El rubio se giró y le lanzó una mirada sorprendida. Pero su semblante se
recompuso de inmediato, y para cuando Axel lo alcanzó Key ya estaba
sonriendo, divertido. Abrió la boca para decirle algo; seguramente para
burlarse de él, pero Axel lo cortó.
—Espera un momento. —Apoyado sobre sus rodillas, Axel trataba de
recuperar el aliento perdido—. Joder, qué mal.
—Eso te pasa por estar en tan baja forma física, cucaracha.
Axel lo miró, serio, tan serio, que a Key se le borró la sonrisa de la cara.
—¿Por qué te has ido así? —le preguntó, incorporándose.
El rubio le retiró la mirada.
—No quería hacerte sentir incómodo.
—No me haces sentir incómodo.
Key guardó silencio durante unos segundos.
—Está siendo… difícil —admitió—. Estar contigo es increíble, y me
encanta que nos tiremos sobre el sofá viendo películas o jugando a
videojuegos, pero no hay ni un solo segundo del día en el que no quiera
besarte. No te besaría sin tu consentimiento, claro, pero es muy probable
que te lo pida y no quiero cagarla. No quiero adelantarme, no quiero… no
quiero que se estropee todo otra vez, así que prefiero irme antes de hacer
algo de lo que luego pudiera arrepentirme.
—No lo hagas.
—¿El qué?
—No lo hagas —repitió Axel—. No te vayas.
Había duda en la mirada de Key, así que Axel actuó por él.
Recortó la distancia que los separaba y lo besó.
Porque, ya que sales en zapatillas de andar por casa a la carrera, qué
menos que darle un buen espectáculo al resto del vecindario.
No fue el beso más romántico de la historia, pero tampoco lo necesitaron.
Key tiró de su nuca y Axel se aferró a la tela de la sudadera para evitar
perder el equilibrio. Se besaron hasta quitarse la respiración, hasta necesitar
tomar aliento y luego se besaron una y otra vez.
Key no podía parar de sonreír. El corazón le latía al mismo ritmo que sus
pasos apresurados y lo único que quería hacer era correr, saltar, cantar y
gritarle al mundo entero que Axel Waters lo había besado.
A partir de ahora siempre recordaría el 28 de abril como uno de los días
más felices de su vida.
«Debería declararse fiesta nacional», pensó, no por primera vez desde
que Axel y él se habían separado y Key había pillado un bus rumbo al
restaurante donde había quedado con Pony y Joe. Su familia ya lo estaba
esperando en la mesa, y su hermana se apresuró a darle un fuerte abrazo en
cuanto lo vio aparecer.
—Llegas tarde —le reprochó, aunque estaba sonriendo, así que Key no se
lo tomó muy en serio.
—Perdona. Estaba… ocupado.
Pony alzó una ceja con curiosidad. Key estaba seguro de que se habría
lanzado a preguntar de no ser porque Joe se le adelantó.
—Me alegro mucho de verte, tío —le dijo, y, al igual que Pony, lo
estrechó entre sus brazos. Key le devolvió el abrazo dándole un par de
palmaditas en la espalda. Adoraba a Joe. Pony y él llevaban tanto tiempo
juntos que le costaba recordar un momento de su vida en el que su cuñado
no estuviera en ella. Era como un hermano mayor para él—. ¿Estás más
alto?
—Qué va —dijo—. Igual eres tú quien ha encogido. Aunque eso es algo
complicado, porque mira que eres bajito.
—¡Oye! —Pony hinchó los carrillos con aires dramáticos—. Ni se te
ocurra meterte con el futuro padre de mis hijos.
Joe soltó una carcajada.
—Eres un capullo.
Esta vez fue Key quien rio y todos volvieron a tomar asiento.
Los Parker estaban acostumbrados a cierto lujo, pero cuando Key
quedaba para cenar con Pony y Joe siempre optaban por ir a bares y
restaurantes que sirvieran las hamburguesas más grasientas de la ciudad.
Era casi como una tradición; Joe tenía una lista en el móvil con los lugares
que ya habían probado y los que les faltaban por visitar y siempre era el que
se encargaba de pedir mesa. A Key le encantaban este tipo de planes más
caseros.
Su cuñado no venía de una buena familia. De hecho, había sido bastante
pobre en su infancia y no hubiera podido asistir a la universidad de no ser
porque había estado trabajando muy duro durante sus años de instituto. A
Key le alegraba que ahora sus esculturas fueran tan solicitadas y que le
estuviera yendo tan bien profesionalmente. Joe era un tío de puta madre,
una de las personas más maravillosas que conocía. No solo aguantaba las
rarezas de Pony, sino que encima la trataba como a una reina y la hacía muy
feliz. Ya solo por eso Key pensaba que se merecía un altar.
—Estás distinto —continuó Joe. Miraba a Key de arriba abajo,
analizándolo—. Igual no has crecido, pero sí que hay algo en ti que no me
cuadra. ¿Te has cortado el pelo?
—¿Keycito? Pero si jamás cambia el look. —Pony bufó, divertida, y Key
hizo una bolita de su servilleta y se la lanzó—. Ya sabes cómo es: no deja
que nadie se acerca a su pelo a menos que tena más de veinte años de
experiencia en el sector.
—No exageres —se quejó él—. Estoy como siempre.
Joe negó con la cabeza.
—No, tío, ya te digo yo que no. ¿Te estás dejando barba?
—No.
—¿Has cambiado de champú?
—Qué va.
—¡Es la colonia! —Pony golpeó la mesa con una mano—. Ya decía yo
que también te notaba algo raro.
—No he cambiado de colonia. —Key rio. Y su hermana soltó un jadeo
sorprendido.
—¡Eso es! ¿Lo ves, Joe? ¡Es la sonrisa!
—¡Ostras, Pony, cielo, tienes razón! Key, ¡estás sonriendo!
Key parpadeó, confuso.
—Eh, ¿sí? ¿Qué os pasa? ¿Por qué estáis tan sorprendidos?
Pony y Joe intercambiaron una mirada. Fue uno de esos momentos de
complicidad que solo se consiguen tras años y años de confianza mutua.
—Es que… —empezó su hermana—. Llevabas varias semanas actuando
raro y pensé que… No sé. Me gusta verte tan contento, por fin.
Key no supo qué decir. Empezó a sentir un nudo en la garganta que le
impedía tragar con normalidad.
—Es cierto. —Joe le sonrió. Su cuñado tenía los ojos de un color verde
muy claro y brillaban con cierto alivio—. Nos tenías muy preocupados.
—Bueno… —dijo Key. Rasgó una servilleta con la uña de manera
distraída—. Igual sí que ha pasado algo…
Pony se echó hacia delante en el asiento.
—Habla.
—No lo presiones, Pony —se quejó Joe.
—Chsss —chistó ella—. Soy su hermana mayor y la persona más cotilla
del mundo. Tengo derecho a saber. ¿Has solucionado ya los problemas de
organización que tenías? ¿Estás más tranquilo?
Key tomó aire.
—Te mentí. No estaba preocupado por los exámenes, el carnet o las
competiciones. Obviamente voy a aprobar, siempre saco sobresalientes y
estoy mejorando mi marca. Seguro que en la próxima competición vuelvo a
quedar dentro del pódium.
—Lo sabía. Es que lo sabía. Tengo el olfato de un sabueso y no se me
escapa nada y estaba segurísima de que te estabas marcando un farol y…
—Estuve saliendo con alguien y me dejó —confesó, al fin—. Hace un
rato me ha besado y no sé si eso significa que volvemos a estar juntos o
qué, pero no puedo dejar de sonreír cada vez que pienso en… —Key hizo
una pausa. Su familia no le quitaba ojo de encima y él se sentía… sentía
que había llegado el momento, así que a la mierda—. En lo feliz que me
hace estar con él.
Pony se echó hacia atrás, las cejas alzadas hasta el nacimiento del pelo, y
Joe ladeó el rostro.
Hubo un largo silencio hasta que su hermana encontró la voz para hablar.
—¿Él? ¿Quieres decir que tienes novi…o?
El rubio soltó algo parecido a un chasquido que era mitad afirmación,
mitad negación; y se tapó media cara con una de las manos.
Si seguían mirándolo de esa forma se moriría.
—Decid algo, joder.
—La hostia —susurró Joe. Pero pronto sustituyó el estupor inicial por
una sonrisa cómplice—. ¿Vas en serio con alguien?
—¿Cómo es él? —preguntó su hermana, y Key les lanzó una mirada
sorprendida—. ¿Qué? Oh, no me digas. ¿¡Tengo algo entre los dientes!?
—¿Y ya está? Os acabo de decir que me molan los tíos, que puede que
vuelva a tener novio otra vez y ¿lo único que os interesa es saber cómo es él
y si vamos en serio? ¿No tenéis preguntas? ¿No creéis que es raro? ¿No
me… no me veis de manera diferente?
Pony posó su mano sobre su brazo y sonrió con calidez. Podía
comportarse de manera extraña, escandalosa e inmadura, pero no dejaba de
ser su hermana mayor y siempre sabía cómo tranquilizarlo.
—¿Quieres hablar tú de ello? Porque para mí sigues siendo Keycito. No
cambia nada. Y admito que tengo más curiosidad por saber quién es el
chico que te ha robado el corazón antes de saber por qué te gustan los tíos,
porque a mí también me gustan y puedo ver su encanto, muy a mi pesar.
—Amén —sentenció Joe—. A mí no me gustan, pero sé que somos unos
gilipollas.
Key soltó una pequeña risita nerviosa.
—Sois increíbles.
—¡Muy cierto! —Su hermana movió la cabeza, haciendo que su cola de
caballo diera un barrido por el aire—. Pero no es nada nuevo, ¿sabes? Nos
lo dicen mucho. Y ahora habla: ¿quién es él?
—Lo… lo conocéis. —Le tembló la voz. No sabía por qué estaba tan
nervioso—. Es… Axel Waters.
—¿Axel Waters? ¿El mismo Axel Waters al que, en la fiesta de tu sexto
cumpleaños, cuando su madre y él vinieron a buscar a Ben, le explotaste un
globo en la cara y como respuesta él te pegó un cabezazo en la barbilla?
—Ya… Tiene muy mal genio.
Pony silbó.
—Ese chiquito siempre me ha caído bien.
—Veo que a los Parker os gustan las personas peleonas —dijo Joe.
—¿Tú? Pero si eres como un terrón de azúcar —bromeó su hermana.
Tenía toda la razón del mundo: su cuñado era incapaz de alzar la voz sin
que le entraran ganas de llorar, así que Key rio antes de continuar.
—¿Sabéis qué? A mí realmente no me gustaba. Pero luego sí. Es una
larga historia.
—Tenemos tiempo. Todavía no nos sirven la cena.
—Pero es que… —El rubio dudó. Una cosa era hablarles de Axel y otra
muy distinta recordar el motivo de su ruptura. Todavía le avergonzaba y se
sentía mal por todo lo que no le había dicho—. No me comporté bien.
—¿Por eso rompisteis?
Mierda. La gran pregunta.
Key retiró la mirada.
—Sí. Rompimos porque… le mentí.
—¿Cómo que le mentiste? ¡Eso está mal, Keycito!
—¡Ya lo sé! —estalló él. La culpabilidad le hizo torcer el gesto—. ¡Pero
no sabía cómo decirle la verdad! No estaba listo y se enteró y se enfadó y
me dejó, y por eso lo he pasado tan mal estos meses.
Su hermana guardó silencio, sopesando sus palabras y Joe lo miró con
empatía.
—¿En qué le mentiste? —preguntó ella.
Ahí estaba, joder.
—Llevo años enamorado de Ben. Quiero decir —se apresuró a aclararse
al ver la mirada que le lanzaron—: ¡estaba enamorado de él! Joder, me
gustaba muchísimo. Era mi gran secreto. Pero cuando empecé a pasar
tiempo con Axel, Ben dejó de importarme en el sentido romántico y ahora
ya no pienso en él de esa forma. Axel se enteró de que se lo había ocultado
y me dejó. Hemos estado varias semanas separados, pero… pero hoy me ha
besado y no sé si… —Su voz fue perdiendo intensidad. Notaba las mejillas
arder cada vez que recordaba cómo Axel lo había perseguido por la calle en
zapatillas de andar por casa.
En ese momento, Key se había sentido más feliz que nunca. Pero ahora
que había pasado un rato las dudas empezaban a carcomerle desde dentro.
Axel le había besado, bien, pero ¿quería eso decir que habían vuelto?
—¿Sabe Ben esto? —preguntó Pony, llamando su atención—. Quiero
muchísimo a Ben, ¡que conste!, pero es la persona más despistada del
jodido planeta y dudo muchísimo que lo supiera.
—Ahora ya sí. Todo se ha solucionado. No hay más mentiras.
—Entonces, ¿Axel y tú habéis vuelto? —Joe se echó hacia delante. Era
tan cotilla como su hermana.
—Eh, ¿puede? No lo sé. Nos hemos besado. ¿Eso quiere decir que
estamos juntos otra vez?
Su cuñado parpadeó, atónito.
—¿No lo habéis hablado?
Key no contestó.
Pony resopló y se pasó las manos por la cara, haciendo que su expresión
se pareciera mucho al cuadro de El grito de Münch.
—Dios, Keycito, ¡me va a estallar la cabeza! ¿Por qué sois tan
complicados los adolescentes hoy en día?
—No hables como una vieja. Tienes veinticinco años.
—¡No me lo recuerdes! —Su hermana descartó sus palabras con un
aspaviento—. Joe, dile que hable con Axel.
—Key, tienes que hablar con Axel.
Key movió la cabeza, a medio camino entre el asentimiento y la
negación.
—Le mandaré un mensaje más tarde. ¿Contentos?
—¡Sí! —dijeron al unísono. Fue ese el momento en el que el camarero
posó las hamburguesas sobre la mesa. Tenían tan buena pinta que los
estómagos de los tres rugieron al unísono y no pudieron evitar soltar una
carcajada.
Key no se lo creía. Había salido del armario con sus amigos y con sus
compañeros de instituto, pero una parte de él aún había sentido algo de
miedo de hacerlo con su familia. Pero ahora se daba cuenta de que ese
temor había sido absurdo: Pony y Joe seguían mirándolo exactamente igual.
Nada había cambiado entre ellos. No le habían dado la espalda. Ninguno de
sus seres queridos lo había hecho.
Era como si le hubiesen quitado un gran peso de los hombros. Se sentía
tan bien, tan a gusto consigo mismo, tan en paz. Cuando llegara a casa no
solo hablaría con Axel, sino también con sus padres.
Había llegado el momento de ser completamente libre.
—¿ Y qué más pasó entre Axel y tú? —le preguntó Ben, tratando de meter
la cabeza dentro del cuello del jersey, pero perdiéndose por el camino—.
Mierda.
—¿Qué más quieres saber? —preguntó Key. Tiró de la tela y ayudó a su
mejor amigo. Era increíble la frecuencia con la que ocurrían ese tipo de
cosas—. ¿Los detalles morbosos?
—¡No, tío, no! Qué asco, joder. Solo quiero saber si habéis vuelto o no.
Key parpadeó.
—Aún no lo sé.
Ben parpadeó también.
—¿Cómo que no lo sabes?
—No lo hablamos… Ya sabes, teníamos la boca ocupada.
—¡Tío!
—¡No me regañes, que ya lo hicieron Pony y Joe! En mi defensa tengo
que decir que le envié un mensaje a tu hermano ayer por la noche, justo
cuando volvía de la cena, pero mira lo que me contestó. —Key rebuscó en
uno de los bolsillos de su bolsa de deporte hasta encontrar el móvil y se lo
tendió a Ben—. ¿Lo ves? Le pregunté si el beso significaba que habíamos
vuelto y lo único que me dijo fue: «¿eres idiota?».
Ben puso los ojos en blanco y masculló algo muy parecido a «típico de
Axel».
Un carraspeo molesto detuvo la conversación y ambos se giraron en
busca del origen del sonido. Habían terminado el entrenamiento y los que
no estaban en las duchas habían salido hacía poco de ellas o estaban
esperando su turno. El vestuario estaba lleno de los chicos del club de
atletismo, compañeros que siempre le habían admirado.
Hasta ahora.
—¿Hay algún problema? —preguntó Ben.
Unos pocos guardaron silencio. Otros dijeron un «no, tío» superofendido.
Muchos, la mayoría, por suerte, continuaron con sus conversaciones como
si la interrupción nunca hubiera tenido lugar. Otros, en cambio, les lanzaron
miradas recelosas.
Esto último fue lo que más le dolió.
Las cosas no estaban siendo tan sencillas como Key quería hacerles creer
a los demás.
Surgió un día cualquiera en clase, poco después de las vacaciones de
primavera. Key era consciente de lo que pasaría cuando empezara a ser más
abierto con respecto a su relación con Axel. El problema es que, en el
fondo, siempre había pensado que no le ocurriría a él. Había sido inocente,
y quizás un poco engreído. Porque, al fin y al cabo, ¿quién sería capaz de
meterse con el chico más popular del instituto?
Y, entonces, una palabra susurrada en el pasillo:
—Maricón.
A Key se le había tensado el cuerpo entero y se había girado, buscando el
origen del insulto. A esas horas, el pasillo había sido un hervidero de
estudiantes que se dirigían hacia el comedor para disfrutar de la hora del
almuerzo.
Key no había estado solo —nunca lo estaba—. Había estado junto a un
par de compañeros del club de atletismo, unos chicos que debían de haber
escuchado la palabra tan alta como él.
Pero no habían dicho nada.
No les había ofendido, no les había cambiado la expresión de los rostros
y no habían dejado de hablar de temas que, para él, en ese momento se
habían vuelto tonterías. Porque, para Key, había habido un antes y un
después de ese momento. Un antes y un después de sentirse seguro
caminando junto a sus compañeros y, de repente, ya no. De pasar de ser el
mismo de siempre a ojos de todo el mundo a sentirse como un mono de
feria verde.
Ahora había un aire amenazante en el ambiente que le erizaba cada vello
del cuerpo.
Sus compañeros lo habían observado durante unos segundos, pero no
habían sido capaces de aguantar su mirada mucho tiempo. Key se había
sentido avergonzado. No por ellos, sino por él mismo, por haber sido el
causante de que el resto del camino se hubiera hecho incómodo.
Incluso sabiendo que no debería ser así.
Incluso sabiendo que no era culpa suya.
Desde ese día, había empezado a borrar algunos comentarios que le
dejaban en las redes sociales y a bloquear un par de cuentas.
Key había intentado no darle ningún tipo de importancia a la situación.
Era bi, ¿y qué? Su familia y amigos lo sabían y lo aceptaban, y eso era lo
más importante para él. ¿Qué más daba si estaba empezando a sentir cierta
hostilidad a su alrededor? Se pasaría. Tarde o temprano sus compañeros
encontrarían cualquier otro tema al que hincarle el diente y lo suyo pasaría a
ser anecdótico.
Se había pasado diecisiete años dentro de un armario. No iba a permitir
que nadie lo obligara a volver a él.
—Te espero fuera —gruñó Key. Cerró su bolsa de deporte de mala
manera, se la colgó al hombro y salió del vestuario dando un portazo.
A esas horas apenas quedaban un par de estudiantes rezagados por los
pasillos, así que Key aprovechó la soledad para calmarse. Había un
pensamiento que estaba empezando a quitarle el sueño. Si la gente se metía
con él, ¿qué le dirían a Axel? ¿También le susurrarían palabras
malintencionadas? Los demás estudiantes ya lo trataban como si fuera un
bicho raro. ¿Y si ahora todo había empeorado por su culpa? Empezaba a
arrepentirse de haber iniciado todo eso.
Era ese sentimiento, en concreto, el que llevaba su furia al punto de
ebullición.
Key había salido con chicas a las que había etiquetado —y de las que
había presumido como un capullo— en redes sociales y jamás nadie había
dicho absolutamente nada. Además, él no era el único alumno que formaba
parte del colectivo LGBT+. Pero sí que parecía ser uno de los que más
estaba dando que hablar.
«No…», pensó. «Es porque ahora te fijas en estos detalles; es porque
ahora estás fuera del armario. Seguro que has sido testigo de este tipo de
comportamientos mucho antes y nunca has hecho nada para evitarlos.
Porque no querías involucrarte. Porque la cosa no iba contigo».
Y lo que era peor… también había sido testigo de más burlas; burlas con
respecto al físico de las personas, a sus gustos a la hora de vestir, a sus
aficiones. Sabía que se metían con Axel y su grupo de amigos y nunca
había hecho nada.
—¿Key? —Era Ben—. ¿Estás bien?
Key negó con la cabeza.
—Tengo algo que hacer. Luego hablamos —dijo, y antes de que Ben
pudiera añadir nada, Key ya había echado a correr.
Axel parecía preocupado. Hiperventilaba, y parecía que había venido a toda
prisa hasta la salida del instituto, donde Key le había dicho que lo esperaba.
—¿Qué ocurre? —le preguntó, alarmado.
Key le lanzó una larga mirada. Se moría de ganas de abrazarlo, pero no
sabía si era lo correcto. En lugar de eso, hizo lo que le pareció más sencillo:
bromear.
—¿Has venido corriendo? Porque parece que se te van a salir los
pulmones por la boca.
—Pues claro que he venido corriendo, idiota —le cortó él,
sorprendiéndolo—. Me has mandado un mensaje superserio.
—¿Debería sentirme halagado? Eres como un caballero de brillante
armadura que ha acudido raudo al rescate de su príncipe.
Axel alzó una ceja.
—¿Tú? ¿Un príncipe? Te pega más ser el bufón de la corte.
Key se echó a reír con ganas mientras un cálido sentimiento se le
extendía por el cuerpo, como cuando tomas una taza de chocolate en mitad
de una ventisca.
—Vaya, muchas gracias.
—En serio, Key… ¿ha pasado algo?
—No —negó—. Solo quería verte.
No tuvo que ser una mentira muy convincente, porque Axel lo observó
durante un par de segundos con una expresión muy extraña.
Key esperó algo por su parte, una reprimenda por haberlo asustado,
cualquier cosa, pero Axel no le dijo nada. En lugar de eso, se encogió un
poco dentro de su sudadera de manera tímida y señaló hacia ninguna parte
con la cabeza.
—¿Te apetece dar una vuelta?
Key le lanzó una mirada alucinada.
—¿Me estás pidiendo otra cita? Tiene que ser mi mes de suerte.
Axel enrojeció y le enseñó el dedo corazón.
—Vete a la mierda, capullo. ¿Quieres o no, joder?
—Sí. Sí quiero.
—Idiota —refunfuñó el otro chico—. Ni que fuéramos a casarnos.
—Aún.
—Cállate —gruñó Axel mientras echaba a andar sin esperarlo. Key
sonrió y lo siguió.

Pillaron el autobús que los llevaba hasta el centro de la ciudad y, después de


apearse, caminaron y se perdieron por sus calles mientras hablaban un poco
de tonterías, otro poco de temas serios y un mucho de cotilleos varios.
—Se besaron —le comentó Axel mientras esperaban en la cola para pedir
un helado. Soltó una risita algo malévola—. Lissa enrojece cada vez que lo
menciono y Dave parece al borde del desmayo. Esta mañana los he visto
cogidos de la mano mientras venían a clase y casi les da un patatús. Se han
separado y han empezado a balbucear como si les hubiera pillado matando
a alguien. Es graciosísimo.
—Vaya. Yo pensé que a Dave no le gustaba Lissa.
—Oh, no. Le gusta. Le gusta mucho.
Key sonrió. Le hacía feliz ver tan contento a Axel y le alegraba saber
que, por fin, las cosas estaban mejor entre él y sus amigos.
Se tomaron el helado dando un paseo por la Gran Avenida. Entraron en
algunas tiendas de souvenirs, se probaron ridículos sombreros de cowboy y
se hicieron fotografías. Más bien, Key hizo fotografías que Axel le exigió
borrar, aunque él se hizo el loco. Pensaba usar una de ellas de fondo de
pantalla.
—Tengo el examen de conducir el 6 de mayo. Yo sé que voy a aprobar.
De Hill no estoy tan seguro. El otro día se tragó una señal de stop.
Axel soltó una carcajada divertida.
—Ay, perdona. Sé que no debería reírme porque estoy seguro de que es lo
que me pasará a mí cuando empiece las clases, pero es gracioso.
—Nah, puedes reírte. Hill es un desastre. Si consigue aprobar el examen
ha jurado raparse los rizos, aunque no me lo creo. ¿Te lo imaginas sin el
pelo?
—Parecería un titán.
—¿Un titán de ese anime tan sangriento que te gusta tanto?
—De los tontos, además —afirmó Axel, y Key le quitó una mancha de
chocolate de la mejilla con la yema de su dedo índice y se lo llevó a la boca.
El chico enrojeció y le retiró la mirada, y Key tuvo que hacer un gran
esfuerzo para no besarlo.
Después, pararon un poco a tomar el sol en el banco de un parque.
Sentados frente a un estanque lleno de patos, Axel daba un brinco cada vez
que uno de ellos se acercaba demasiado.
—¿Te dan miedo los patos? —preguntó Key.
—¡No te rías! ¿Has visto sus bocas? ¡Algunos de ellos tienen dientes
pequeños y diabólicos!
—¿Cómo van a tener dientes los patos? Tienen picos.
—¡Te juro que los he visto! ¡Son terroríficos!
—Pues a ese parece que le gustas.
Axel saltó y se agarró al brazo de Key al darse cuenta de que había un
pato a pocos pasos de distancia de donde se encontraban ellos.
—Key, que me está mirando.
Key se echó a reír de manera inevitable.
—Igual quiere que le des comida. Oh, mira. ¿Eso son dientes? Ven aquí,
pequeño.
—¡Pero no lo llames, gorila estúpido! ¡Ay, que se mueve, joder!
¡Vámonos de aquí!
Key obedeció. Aprovechó la situación para coger a Axel de la mano y
tiró de él para salir del parque. El otro chico no se soltó y no dejó de echar
la vista atrás hasta que se cercioró de que el pato se quedaba a una distancia
razonable.
Y, una vez se aseguró de que estaban a salvo, apretó la mano de Key con
fuerza.
Al rubio casi se le salió el corazón del pecho.
Entraron en más tiendas: una gran superficie de videojuegos, librerías,
locales de ropa de marca, otras de material deportivo y puestecitos
artesanales colocados en pequeñas plazoletas.
—Hemos puesto un fondo común y vamos a regalarle a Ben la nueva
equipación del Liverpool. También hemos hecho una porra. Hill cree que se
pondrá a llorar cuando la vea. Yo creo que se hará pis encima. Conrad se
niega a participar, pero yo sé que está de mi parte. Lo que me recuerda…
¿Qué quieres que te regale?
Axel le lanzó una larga mirada y negó con la cabeza.
—Ni se te ocurra comprarme algo.
—No es debatible. Te lo pregunto para ir tanteando el terreno.
—Que no quiero nada.
—Cucaracha, soy rico. Bueno, mis padres son ricos. Puedes pedirme lo
que quieras.
—Vale. Pues cómprame un billete para ir a Japón.
—Hecho.
Alarmado, Axel zarandeó el brazo de Key hasta que casi consiguió tirar
su bolsa al suelo. Si no le dislocó el hombro fue de puro milagro.
—¡Estoy de coña! ¡No me seas gilipollas, gorila! Como te presentes con
un billete de avión en mi casa te juro que te cierro la puerta en las narices.
—Ah. —El rubio chasqueó la lengua, fingiendo desilusión—. ¿Dónde ha
quedado el romanticismo?
—Vete a la mierda.
Key sonrió. En realidad, ya tenía su regalo. Lo tenía preparado desde
hacía semanas, esperando la oportunidad en un rincón de su cuarto. Pero las
cosas habían estado tan mal entre ellos que Key había pensado que no iba a
poder dárselo.
Ahora iban de la mano. Y se habían besado. Y Axel parecía cómodo con
a él.
Cuando estaban juntos, incluso aunque no hicieran nada en especial, era
fácil olvidarse de los comentarios. Key podía ver que había tomado la
decisión correcta cuando había decidido etiquetarlo en la primera foto,
cuando había decidido que ya estaba bien de ocultar quién era en realidad.
Key volvería a hacerlo, sin lugar a dudas, porque estar junto a Axel era lo
mejor que le había pasado en la vida. Se sentía como un tonto adolescente
enamorado, un tonto adolescente enamorado y correspondido. No conocía
un mejor sentimiento. Era algo parecido a lo que sentía cuando cruzaba la
línea de meta en primer lugar o cuando sacaba un sobresaliente en un
examen complicado; solo que mil veces mejor.
—¿Seguro que no quieres que te acompañe a casa?
Axel asintió. Seguía teniendo su mano entrelazada con la de Key.
—Solo tengo que pillar un bus.
—Vale.
Silencio, un par de miradas lanzadas a través de las pestañas.
A su alrededor, la parada de bus era un hervidero de actividad. Al ser una
gran terminal situada en una plaza central de la ciudad solían converger
varias líneas de bus y la gente corría de un lado al otro.
Pero Key se sentía como si fueran las dos únicas personas que poblaban
el planeta.
—¿Estás… estás mejor? —preguntó Axel, sorprendiéndolo.
—¿Qué?
—Estabas triste. Y ya sabes que se me da fatal esto de animar a la gente.
Así que he pensado que… Bueno, a ti te gusta eso de hacer fotos y caminar
por el parque, y ni qué decir de mirar material de deporte. Eres un poco
hetero básico en ese sentido.
—¿Me has insultado?
—¡Intento animarte! —bufó Axel, exasperado, y Key sonrió.
—Lo sé. Y te lo agradezco mucho. Es solo que… —Ahí estaba de nuevo:
la culpa mordiéndole la boca del estómago—. ¿Te han dicho algo? En el
instituto, digo.
El rostro de Axel fue cambiando a medida que iba comprendiendo el
significado de sus palabras. Confusión, concentración, sorpresa y, por
último, incomodidad.
—¿Has escuchado los rumores?
—¿Qué rumores?
—Ya sabes. Cómo me llaman ahora. Axel, el marica. O Axel, el raro
marica. —Rio un poco, sin ganas—. No son muy originales. Hay gente que
piensa que te he hecho vudú o algo. ¿Te lo puedes creer? Lissa estuvo a
punto de romperle la nariz a un tipo que insinuó que te lo había contagiado.
La culpa quedó relegada a un segundo plano y la furia ocupó su lugar,
fluyendo en todo su esplendor. Key apretó la mandíbula por la tensión.
—¿Por qué no me lo habías dicho?
—Porque no importa, Key. Porque da igual que tú lo sepas o no. Siempre
se han metido conmigo y van a seguir haciéndolo; sé que no está bien
acostumbrarse a eso, pero no me importa. En realidad… —Axel le retiró la
mirada y su voz perdió intensidad—. Estaba preocupado por ti. Por si a ti
también te habían llamado algo. Por si… Siento que te presioné. Fui yo el
que te insistió en que quería decírselo a Lissa y Dave cuando tú todavía no
estabas preparado para contárselo a nadie. Y me siento mal porque… De
repente me etiquetaste en esa foto y me empezaste a hablar en el instituto, y,
ay, joder, coqueteabas conmigo en los pasillos. Y pensé… ¿Y si ha decidido
hacerlo público por mí? No quería que hicieras nada de lo que te pudieras
arrepentir y…
—Eh, espera, no —lo cortó Key. Tiró de él y lo envolvió entre sus
brazos. No le preocupó una mierda que la gente pudiera verlos, o que fuera
apropiado o no. Axel no se apartó y alzó un poco la cara. Estaba tan serio
como él—. Lo hice porque me apeteció. Tú no me presionaste para hacer
nada. Estaba listo para que la gente supiera quién soy en realidad. Estaba
harto de esconderme. Y a mí también me da igual lo que me digan, lo que
me llamen. Lo que me pone enfermo es pensar que tú llevas años
soportando todo tipo de insultos y que yo nunca… Nunca he hecho nada
para acallarlos y…
—No me afecta, Key. Está todo bien.
—¡No lo está! —estalló él—. No lo está, porque he sido un gilipollas,
porque nunca me he parado a pensar en si te hacían daño, y ni siquiera me
involucraba. Y lo que me preocupa es… ¿y si no hubieran empezado a
decirme nada a mí? ¿Me habría dado cuenta? ¿Habría siquiera pensado por
un segundo en lo afortunado y en lo cabrón que he sido?
Axel negó con la cabeza.
—Mira, has sido un gilipollas, sí. Y claro que has tenido más privilegios
que cualquiera. Eres rico, alto, rubio, blanco, parecías el chico más hetero
del instituto y encima eres guapo. ¿Cómo no ibas a tenerlos?
—¿Piensas que soy guapo?
—Pero —lo cortó Axel, entrecerrando los ojos e ignorando la sonrisilla
de Key— te has dado cuenta. Y ahora es cuando puedes decidir no
comportarte como el gilipollas que siempre has sido. Ahora es cuando
puedes hacer frente a los comentarios de la gente, no a los que te digan a ti,
o sí, si quieres; pero ahora que sabes lo que duele es cuando no debes
quedarte callado frente a las injusticias.
»Pase lo que pase, sigues siendo un jodido privilegiado. Así que empieza
a usar esos privilegios para algo que no sea dejar que te laman el trasero.
¿Está feo que lo hagas ahora y solo porque te han abierto los ojos de una
hostia? Pues sí. Pero hay gente que no lo hace nunca, así que creo que ya
llevas un gran camino adelantado.
Key guardó silencio y lo miró. Conocía a Axel desde que eran unos críos
y nunca lo había visto con los ojos con los que lo miraba ahora. Lo había
visto con rabia, celos, envidia; como un objeto de sus bromas, como alguien
molesto, como un bicho raro, como alguien callado, como un maniático de
la limpieza y de la puntualidad. Pero también con dulzura, con un amor
capaz de abrasarle el pecho, con cariño, con deseo, con orgullo, como un
igual y con admiración.
Pero ahora era muy distinto. Porque ahora lo miraba como alguien capaz
de ponerle los puntos sobre las íes; ahora Key se daba cuenta de lo
muchísimo que Axel había madurado a lo largo de esos meses. Poco
quedaba de ese Axel tímido al que se le atragantaban las palabras cuando
tenía que hablar de algún tema serio, como de que se sentía inferior cuando
se comparaba con Key y Ben.
—¿Cuándo te has hecho tan mayor? —le preguntó, casi en un susurro.
Axel lo miró, horrorizado.
—Vete a la mierda. Ni que fuera un viejo.
—No me refiero a eso. —Key negó con la cabeza. Dirigió las manos
hacia el pelo de Axel y enredó los dedos entre sus hebras. Soltó una risa
nerviosa—. Joder. Me refiero a… No sé. Hablas como Conrad.
—¿Y eso es malo?
—No, todo lo contrario. Conrad siempre ha sido el único capaz de
ponernos en cintura.
Axel bufó y puso los ojos en blanco.
—Creo que ya eres mayorcito como para ponerte en cintura tú solito. Lo
único que he hecho es decirte la verdad.
Key asintió. Le quitó el flequillo de la frente y sonrió.
—¿En serio te dijeron que me lo habías contagiado? Porque siempre
pensé que te lo había contagiado yo a ti. Ya sabes, un poquito de mis
encantos por aquí, otra sonrisa por allá y, ¡tachán!, dejaste de ser hetero.
—Idiota. —Axel sonrió, aunque, por desgracia, duró poco—. En
realidad… Ni siquiera sé si soy… gay o bi. Quiero decir, no me gustan los
chicos. Y no me gustan las chicas.
Key lo miró. El semblante de Axel estaba empezando a adquirir la
tonalidad verdosa propia de las náuseas.
—No pasa nada si no lo sabes o si no lo tienes claro —le dijo. Alarmado,
recorrió cada centímetro de la piel de su cara con las manos—. A mí
descubrir mi sexualidad y, sobre todo, hacerla pública sí que me ha ayudado
a entenderme y me ha reconciliado un poco conmigo mismo, pero no tiene
por qué ser así con todo el mundo.
—Key —empezó a decir Axel, pero el rubio ya no podía parar. Ese día
estaba tenso, muy sensible, y de solo pensar que podía hacer que Axel se
sintiera mal el corazón se le contraía de manera dolorosa dentro del pecho.
—Quiero decir, ¿qué importa? A ver, importa, claro que importa, mucho,
pero… no tienes que saberlo. Podemos… ¿quieres que hagamos un test en
internet? No son muy fiables, pero… Yo qué sé. Igual te sale algo. No sé si
hay libros. Puedo buscar en la biblioteca del instituto o preguntarles a los
amigos de Pony, que son muy hippies y muy místicos y…
—¡Key! —lo cortó Axel—. Está bien. No sé si estoy listo para saberlo
ahora.
Key dudó.
—Vale. Solo… Cuando estés listo quiero que sepas que estoy aquí.
—Lo sé.
—Bien.
Ambos guardaron silencio. El rubio volvió a jugar con el pelo de Axel.
Vio venir el autobús en la distancia y no pudo evitar torcer el gesto con
desagrado.
Su cita había terminado y ni siquiera sabía si habían vuelto o si lo de ayer
no había sido más que un espejismo.
—Tengo que irme —dijo Axel, aunque no hizo el amago de separarse.
—¿Es obligatorio?
—Si no llego para cenar es posible que mi madre emita una orden de
busca y captura.
Key rio. Había tenido tiempo para acostumbrarse, pero todavía seguía
sorprendiéndole lo gracioso que Axel podía llegar a ser. Desde luego, era la
persona con la que mejor se lo pasaba.
—Tienes razón. Entonces… nos veremos mañana en el instituto,
supongo.
—Claro.
Más silencio. Otro juego de miradas tímidas e incómodas.
Key tomó aire.
—Maldita sea, lo voy a decir. ¿Puedo besarte? Porque me muero de
ganas de besarte, joder, y no sé si tú quieres, si estamos juntos otra vez y…
—Sí —le cortó Axel—. Sí
—Menos mal —dijo Key. Lo besó con el amago de una sonrisa tirándole
de la comisura de la boca y las mariposas haciéndole cosquillas en la tripa.
—¡Buenos días, chicos! ¡Arriba, arriba! ¡Hoy es un día muy importante!
Axel gruñó. Ignorando la voz de su progenitora, dio media vuelta sobre la
cama y se tapó la cabeza con la almohada.
Debería ser ilegal cumplir años un día de instituto.
—Arriba, Ax. —Esta vez era su padre, que lo zarandeó un poco hasta que
Axel salió de su escondite, con un ojo pegado por culpa de las legañas—.
Feliz cumpleaños, cielo.
—Ajaaammmnh.
—Venga, campeón. Si no te levantas vendrá tu madre y ella no será tan
amable.
—¿Es demasiado tarde para cambiar mi regalo de cumpleaños? Porque
quiero una licencia para dormir más.
Su padre soltó una risa y le revolvió el pelo.
—¿Entonces quieres que devolvamos ese cofre especial del videojuego
que te gusta tanto?
El sueño se esfumó de su cuerpo de un plumazo.
—¿Me habéis comprado la edición especial de Muerte y destrucción IV:
feliz hora de tu muerte?
—No sé si me hace gracia que juegues a ese tipo de juegos…
Pero Axel ya no lo escuchaba. Saltó de la cama y corrió escaleras abajo
hasta llegar a la cocina. Ben ya estaba allí, con la cabeza apoyada sobre la
mano y los ojos medio cerrados mientras fingía escuchar lo que decía su
madre.
—… es que no me puedo creer que tengáis ya diecisiete años —
charloteaba. Como gran entusiasta de las celebraciones, ese día el hogar de
los Waters se engalanaba con sus mejores prendas. Melissa trataba de
preparar el desayuno, aunque solía fracasar en el intento, y luego su padre
era el encargado de deshacerse de las sobras. En esos momentos batía la
mezcla de unos gofres que todos sabían que acabarían chamuscados—.
Todavía me acuerdo del día en el que nacisteis. Erais tan pequeñitos. Tú
eras un poco azul, pero muy guapo, cielo, de verdad, y Axel nació así con la
cara como fruncida y…
—Sí… —murmuraba Ben. Cabeceó tanto que a punto estuvo de chocarse
contra la mesa.
Axel no pudo evitar mirarlo con curiosidad mientras tomaba asiento.
Sospechaba cuál podía ser el origen de su repentina somnolencia.
—¿Pesadillas? —le preguntó como quien no quiere la cosa.
Ben le lanzó una mirada airada.
—Feliz cumpleaños a ti también.
—Sí, lo que sea.
Melissa Waters siguió con su cháchara de fondo. Engrasó la gofrera —un
regalo por su cuarenta y cinco cumpleaños cuya única función era la de
acumular polvo en la cocina— y casi soltó un par de lágrimas al rememorar
el momento en el que supo que serían dos bebés en lugar de uno. «A mí casi
me dio un infarto, pero la reacción de vuestro padre fue peor: le dio
cagalera. Os lo juro. Tuvimos que pasarnos horas en el hospital porque no
podía abandonar el baño».
—Me estaba preguntando… —continuó Axel, rasgando de manera
distraída una servilleta—. ¿Vas a celebrar el día con alguien especial? Ya
sabes… Una chica o algo así…
Su hermano parpadeó, sorprendido.
—¿Desde cuándo te importa con quién paso yo mis días?
—No me importa —mintió—. Es solo que…
—Key querrá pasarlo contigo, si es lo que te preocupa —lo cortó Ben.
Axel enrojeció, y esta vez fue él quien le echó una mala mirada—. ¿Qué?
Es eso lo que querías saber, ¿no? Me imagino que te habrá preparado
alguna sorpresa especial, ahora que habéis vuelto y todo eso.
—No es… —Axel carraspeó—. No es que volvamos a salir. Es decir, sí,
pero… No es eso lo que quería preguntar. Es más bien…
Su madre posó el plato con los gofres encima de la mesa.
—Miraos —dijo—, estáis tan grandes. Dentro de poco os podréis sacar el
carnet de conducir. ¡Y Axel ya tiene hasta novio! El año que viene podréis
votar, haréis los A-Levels, iréis a la universidad y nos dejaréis solos. Estoy
tan orgullosa de vosotros.
—Mamá —empezó Axel, incómodo—. Yo no sé si querré ir a la
universidad y…
—No sé si se supone que los gofres deben tener esta pinta —dijo Ben,
pinchando uno de ellos con el tenedor.
Antes de que su madre pudiera contestar su padre entró en la cocina. Casi
lanzó un grito horrorizado al ver el desayuno.
—Melissa, por Dios santo, ¿qué demonios es eso?
—¡Gofres! —contestó ella muy ofendida.
—¿Cómo van a ser eso gofres si son de color… negro?
—En la receta ponía…
Robert Waters chasqueó la lengua y negó con la cabeza. Se hizo con su
delantal —«¡Un beso al cocinero!»— del perchero de detrás de la puerta y,
posando las manos sobre los hombros de su mujer, la apartó de los fogones.
—Será mejor que me encargue yo de esto.
Melissa protestó un poco, pero al final se dejó hacer.
Y menos mal.
Nunca en la historia de la familia Waters Ben y Axel habían actuado tan
compenetrados. Tirando cada uno de un extremo del plato, alejaron los
gofres hasta que los perdieron de vista.
«Me cago en…».
Los idiotas de sus mejores amigos estaban esperándolo en su taquilla.
—¡Feliz cumpleaños! —dijeron al unísono, con sendos gorros de papel
colocados sobre sus cabezas y un par de matasuegras entre los labios. Dave
tiró un poco de confeti, que después se apresuró a recoger para evitar una
regañina por parte de los profesores.
Axel les lanzó una rápida mirada y, como quien no quiere la cosa, dio
media vuelta. Por desgracia, no pudo llegar muy lejos. Lissa corrió tras él y
tiró de su brazo.
—¡No finjas que no nos conoces, idiota!
—¡Suéltame, desconocida! ¡No sé de quién estás hablando ni mucho
menos qué haces delante de mi taquilla montando semejante…! —gritó,
pero no pudo terminar la frase.
—¡Eh, Waters! —le interrumpió un chico de su clase de física. No iba
solo—. Bonita taquilla. Va a juego con tu masculinidad.
Risitas.
Lissa miró al grupito de alumnos con mala cara, y hasta Dave frunció el
ceño.
Para Axel la broma no podría haber llegado en mejor momento.
Tragándose la bilis del estómago, se dirigió hacia su taquilla con un
renovado orgullo. Lissa y Dave habían madrugado mucho ese día. Y no
habían sido los únicos. Alguien más se había esmerado mucho en decorarla:
globos dorados con la forma del diecisiete, fotografías de ellos tres juntos,
dibujos de cucarachas o marcianitos que reconoció al instante, grandes
letras de purpurina en las que se podía leer «FELIZ CUMPLEAÑOS».
Dentro Axel encontró una simple nota: «Feliz cumpleaños, cucaracha».
Giró el cuello en dirección a sus amigos.
—¿Y… esto?
Lissa sonrió.
—Digamos que hemos recibido alguna que otra ayudita… Y digamos
también que tu novio habla por los codos.
—¿Sabías que existen por lo menos veinte formas diferentes de describir
el arco que te hace el flequillo sobre la frente? —preguntó Dave—. Porque
yo no tenía ni idea hasta esta mañana.
Ya ni siquiera era consciente de las miradas del resto de los estudiantes o
de las burlas que pudieran o no lanzar.
El corazón de Axel latía a gran velocidad.
—Como me encuentre algún ramo de rosas debajo de los libros, lo mato
—sentenció.
—Oh, pues entonces espérate a ver lo que te tiene preparado… —empezó
Lissa.
—Ha dicho algo de un elefante y no sé qué pasteles —continuó Dave.
Axel miró a sus amigos, escandalizado y, cuando se echaron a reír, cerró
la taquilla de un portazo.
—No tiene gracia. A saber de qué es capaz ese rubio idiota.
Lissa se acercó a él y se colgó de su brazo sin perder la sonrisa.
—¿Y no es eso genial? Disfruta de la atención, por una vez —dijo, y le
guiñó un ojo.
Axel enrojeció.
—Vale, pero si trae un elefante lo alimentáis vosotros.
Como si lo hubiera estado esperando, Key atacó a la hora del almuerzo.
—¡Feliz cumpleaños!
Axel, bandeja el ristre, le lanzó una larga mirada.
—¿Has sido tú el que ha pintado esas cucarachas en mi taquilla?
—Adorables, ¿verdad?
—Como la gonorrea.
Sus palabras no hicieron mella en el buen humor de Key. Sin que Axel lo
esperara, le quitó la bandeja de las manos y la dejó sobre una mesa. No le
importó que esta estuviera llena de estudiantes que le lanzaron alguna que
otra palabrota a modo de protesta.
—¿Qué crees que haces? —le preguntó Axel.
—No pensarás comer esa porquería el día de tu cumpleaños.
—Ehm… ¿sí?
—Respuesta incorrecta.
Key lo agarró de la mano y tiró de él hasta sacarlo del comedor. Axel
protestó un poco, aunque tampoco le puso demasiado empeño. No se le
pasaron por alto las miradas y los susurros de sus compañeros, pero trató de
ignorarlos mientras se dejaba arrastrar por los pasillos del instituto.
Detuvieron su andar frente a la puerta que daba a la azotea.
—¿No se supone que este sitio está prohibido para los alumnos?
—Solo para los que no cumplen años hoy.
—Key…
—¡No nos vamos a meter en problemas, te lo prometo! Ben tiene una
copia de las llaves. Solemos comer aquí y nunca nos ha pillado nadie.
«Con mi suerte, nos pillan hoy», pensó, pero no tuvo tiempo de decir
nada, porque Key abrió la puerta y las palabras murieron en su boca.
La escena no podía ser más cliché; el rubio había colocado un mantel en
el suelo y sobre él había todo tipo de comida: desde sándwiches de pavo y
manzana, fruta, galletas, una especie de bizcochuelo de chocolate y zumos
de naranja natural.
Axel miró a Key, que parecía ansioso por recibir el veredicto.
—¿Y bien? —preguntó, ante la pasividad de Axel.
Él intentó ocultar una sonrisa.
—¿Lo has cocinado tú?
—¿Qué? Ni de coña. ¿Tú qué quieres; que nos mate? Lo ha hecho
Conrad.
—¿Incluso el bizcocho?
—Sobre todo el bizcocho. No le digas que te lo he dicho, pero estoy
segurísimo de que su sueño secreto es dedicarse a la repostería erótica.
Esta vez, retener la carcajada fue imposible. Key sonrió, complacido con
su reacción, y volvió a tirar de Axel hasta que se sentaron sobre el mantel.
Fue una comida normal, amena, tonta y un poquito propia de una
comedia romántica de Netflix. Pero, para Axel, fue la mejor comida del
mundo. Y no solo porque Conrad fuera un gran cocinero, que también, sino
porque, tal y como había estado su relación apenas un mes atrás, esto
parecía casi un milagro.
«Él sí que sabe cómo dejarme sin palabras».
El rubio podía ser idiota, y un poquito capullo, pero era un idiota y un
capullo encantador.
Ahí arriba no existía nada más: ni sus compañeros, ni las burlas, ni las
malas miradas; nada más que ellos dos. Y solo por eso ya era perfecto.
—Pensé que querrías celebrarlo con Ben… —tanteó Axel, cuando ya
habían devorado medio bizcochuelo y la modorra estaba empezando a
echarles el lazo.
Key dejó de masticar y tragó.
—¿Podemos hablar de él?
Axel se encogió de hombros.
—No quiero que sea un tema tabú. Es decir… que lo ignoremos no
cambiará lo que sentías por él. Y no me gustaría que la falta de
comunicación nos volviese a separar.
—A mí tampoco.
—Vale.
Key sonrió de un modo tan brillante que removió algo en el interior de
Axel.
—Quería celebrarlo contigo —continuó el rubio—. Sigo queriendo a
Ben… como amigo —se apresuró a aclarar—. Pero ahora prefiero estar
contigo.
—Sí, lo sé… Solo quiero que sepas que… —Axel tomó aire—. Está todo
bien. A ver, sigue costando, pero no importa. Y sigo muy enfadado contigo,
en especial porque no me contaras la verdad y no confiaras en mí, pero…
entiendo lo que sentías y empiezo a comprender por qué no me lo dijiste
y… Actué de manera muy brusca cuando me confesaste la verdad sobre
Ben. Siento que te recriminé cosas muy feas y no me paré a pensar… Por
eso me gustaría… me imagino que tuvo que ser muy difícil. Y ahora siento
que…
Key posó una mano sobre las de Axel.
—Está bien —susurró—. Ya no duele.
El chico guardó silencio y contuvo la respiración cuando el rubio le
apartó el flequillo de la frente con su mano libre.
—Háblame de ello —le dijo Axel, finalmente—. No por cotilleo. Solo
quiero… Quiero entenderte mejor. Quiero entender lo que sentías. Quiero
que no te sientas mal. Quiero hacer lo que sea para no volver a hacerte
sentir mal con respecto a lo que eres o a lo que sientes.
Key le apretó la mano. Su mirada fue limpia cuando se inclinó sobre él
para besarlo. Axel aceptó sus labios de buena gana y tiró de su camiseta
para acercarlo más.
—¿Es demasiado pronto para decirte que te quiero? —preguntó el rubio,
entre beso y beso. Axel enrojeció y le lanzó una mala mirada—. ¿Qué? No
te lo he dicho desde que nos reconciliamos.
—Eres un cursi de mierda y me avergüenzas.
Key volvió a besarlo una vez más, lento, como si estuviera saboreándolo.
—Oh, esto no es nada, cucaracha. Todavía te falta tu regalo. Ya verás, el
bizcochuelo te va a parecer agrio como un limón en comparación.
Ah, mierda. Algo le decía a Axel que iba en serio.
El rubio se alejó de él y empezó a rebuscar dentro de la cestita de la
comida. Cuando volvió a encararlo tenía un fino paquete rectangular
envuelto con papel de regalo negro entre las manos.
—Tu favorito —dijo con una sonrisa.
Axel aceptó el regalo arqueando una de las cejas.
—¿Es un billete de avión? Porque, si lo es, sería un billete de avión muy
grande.
—No lo sé. ¿Por qué no lo abres y lo compruebas?
—Como sea un elefante te mato —masculló. Intentando camuflar la
ilusión que le hacía en realidad recibir un regalo por parte de Key, Axel
empezó a rasgar el papel sin mucho cuidado. Entonces, enmudeció durante
un instante.—. Esto es…
Key le quitó el regalo de las manos y lo colocó sobre su regazo.
Abrió el álbum por la primera página y señaló la fotografía.
—Esta me la ha pasado tu madre. Es de nuestro primer día de colegio.
Mira, aquí estás tú y también salimos Ben y yo de fondo. Ignora que le
estoy dando con una pala en la cabeza. —Con calma, el rubio le dio la
vuelta a la página y Axel reconoció un par de frases trazadas en el papel—.
Aquí cuento un poco cómo me sentía con respecto a ti en esa época. Y aquí
abajo hay una dedicatoria de tu madre. —Sin que Axel pudiera reaccionar
aún, Key pasó a la siguiente página—. Esta creo que es de una excursión de
tercero. Sales junto a Lissa. Me la ha pasado ella, aunque he tenido que
pelear mucho para conseguirla. Mira: si le das la vuelta también te cuento
un poco cómo me sentía, cómo te veía, y también está la aportación de
Lissa.
Por fin, Axel reaccionó. Le quitó el álbum de las manos y fue pasando las
páginas poco a poco. Había fotografías de, prácticamente, cada momento
importante de su vida. En algunas salía solo, en otras salía con su padre o
con su madre, en muchas salía con Dave y Lissa. Detrás de ellas siempre
había algún texto pequeño, escrito primero con la letra de Key y luego con
la de la persona que salía en la fotografía. ¡Había hasta una de Ben! Aunque
en el texto solo ponía: «Me debes 20 libras, que sé que te terminaste la
pizza cuando se marcharon mis amigos. P. D.: Sí, Key, joder, ya he escrito
algo. ¡Si lo estás leyendo ahora que sepas que eres un pesado!».
Estas primeras páginas ya eran impresionantes de por sí, pero las últimas
le hicieron contener la respiración.
Eran las fotos que le había sacado Key.
Una en la competición mientras Axel lo observaba desde las gradas.
¿Cuándo se la había hecho? «Estabas sufriendo por mí, pero yo sufría más
por ti. Todavía no sabía lo que sentía, pero estaba empezando a darme
cuenta de que era algo que iba más allá del odio». Axel quiso gritarle que
ese día no había sufrido, que no se lo creyera tanto, pero sabía que era
mentira y no le salían las palabras.
Otra de ellos dos tirados en el suelo de su habitación, cuando todavía no
salían juntos. «¿De verdad no te dabas cuenta de cómo te miraba?».
Ellos en Navidad, jugando con la nieve. «Nunca me había parecido tan
cálida una tarde de invierno».
Estudiando para los exámenes finales. Axel dormido encima de un libro.
«Pese a que babeas cuando duermes, sigues pareciéndome adorable».
Y muchas más. Docenas de ellas. La primera cita no oficial, su bus al
alejarse después de ese maratón de películas de terror. En el autocar, rumbo
a la estación de esquí. Él, esquiando. Axel siempre creyó que Key lo había
ignorado durante ese día, pero al parecer no había sido así.
La última página estaba en blanco.
—¿Por qué…? —trató de preguntar—. ¿Por qué no hay foto aquí?
Key se acercó a él. Le apartó un par de mechones de la frente y le sonrió.
—Porque no quiero que haya una última página contigo, Axel.
No sabía… no tenía palabras para…
Maldita sea.
—Key, esto es… —No pudo terminar. Guardó silencio mucho tiempo, el
suficiente para que el gesto del rubio se torciera y le lanzara una mirada
preocupada.
—¿No te gusta? Mierda, lo sabía. Lissa me advirtió. «Le va a parecer
muy pasteloso», me advirtió, pero la ignoré. Si ya lo sabía yo, pero no
quería regalarte una figura, o un videojuego, o un manga, porque es lo que
los demás te van a regalar y… Genial. Acabo de estropear todos tus regalos
de cumpleaños. Olvida lo que he dicho.
»Solo quería que supieras que… que te vemos, Axel. Todos te vemos,
hasta Ben. Siempre dices que la gente no te hace caso, que pasas por la vida
de los demás como un personaje secundario y… no es cierto. Todos te
vemos, y te vemos a ti, a ti, Axel Waters, no al mellizo de Ben. Todos te
hemos visto siempre, desde el primer momento. Quería que lo supieras y
que supieras que te queremos.
Axel sorbió por la nariz y Key enmudeció.
—¿Axel? —preguntó, temeroso—. ¿Estás bien?
—No sé qué decir. Es solo que… Joder, no me puedo creer que me vaya a
poner a llorar por esto. —Axel se apresuró a pasarse la manga de su
sudadera por los ojos para evitar derramar alguna lágrima—. Nunca
pensé… Yo no sabía… Es mejor que un elefante.
—Vale, vas a tener que empezar a explicarme qué narices es eso del
elefante porque estoy perdido y…
—Gracias.
De nuevo, silencio. Un silencio casi eterno, únicamente roto por el rápido
latir de dos corazones.
Key sonrió como solo él sabía sonreír, con esa sonrisa propia de un
anuncio de dentífrico y que causaba grandes maremotos en el interior de
Axel.
—Entonces, ¿te gusta?
Axel asintió porque aún no podía hablar: no confiaba al cien por cien en
el sonido de su voz. Todo él era emoción en estado puro, y ni siquiera sabía
que eso fuese posible, que se pudiera sentir tanto y a tanta intensidad. Lo
que Key le había dado no era un regalo. Lo que Key le entregaba era la
mismísima prueba de que el amor existía y de que estaba a su alrededor, que
siempre había estado a su alrededor, incluso aunque él no pudiera verlo.
—¿Me he ganado un besito?
Por fin, Axel lo miró y bufó un poco para ocultar una sonrisa.
—Vale —le dijo. No esperó a que fuera el rubio el que tomara la
iniciativa y se inclinó sobre él—. Vale.
El álbum cayó de su regazo cuando Key tiró de su nuca y le arrebató el
aliento con un beso.
Sus lenguas se buscaron como dos viejas amigas, las manos tocaron la
piel que se escondía por debajo de la ropa. Axel sintió un agradable
escalofrío cuando Key levantó su sudadera y notó la brisa en el abdomen; y
no pudo evitar un suspiro cuando los labios del rubio se dirigieron hacia su
cuello para lamerlo.
Estaban a principios de mayo, pero Axel tenía calor. Un calor
insoportable que hacía que le sobrara ropa, que le faltara tiempo para
deshacerse de cada molesta prenda.
Él mismo se encargó de quitarse la sudadera y volvió a inclinarse para
besar a Key, que recibió sus labios con un gruñido gutural que nació en lo
más hondo de su garganta. El rubio tiró de nuevo de su nuca para acercarlo
hacia sí mientras le hacía cosquillas en el cuero cabelludo.
Su lengua estaba haciendo estragos en su cordura.
No era una situación normal. Estaban en la hora del almuerzo, sobre la
azotea del instituto, a plena vista y existía una posibilidad enorme de que
alguien los pillara. Pero a Axel no le importaba una jodida mierda. Y no le
importaba porque sentía un ansia enorme dentro del pecho, un deseo
irrefrenable, algo que había desaparecido ese último mes y que solo volvía
cuando estaba junto a Key.
El timbre los obligó a separarse de muy mala gana.
—Nunca había detestado tanto ese sonido —dijo Key. Echó la cabeza
hacia atrás y gruñó.
Axel le lanzó una mirada avergonzada a través de las pestañas.
—Yo tampoco.
Key lo miró. Dirigió una mano hacia la mejilla de Axel y empezó a
acariciarla con el pulgar.
—Pero… podremos retomarlo otro día, ¿verdad?
Era esa timidez, esa vulnerabilidad que Key no le mostraba nunca a
nadie, la que derretía a Axel por completo.
—Si te portas bien, sí —dijo Axel. Su rostro estaba rojo a más no poder,
pero con él se sentía capaz de bromear incluso aunque la vergüenza se lo
comiera desde dentro. Key soltó un gritito indignado junto a un «¡pero si
soy como un puto angelito, cucaracha!», y Axel se alejó de él. Se hizo con
su sudadera y se la pasó por encima. Le lanzó una última mirada antes de
inclinarse otra vez sobre él para besarlo, aunque justo cuando Key iba a
volver a profundizar en el beso Axel se lo negó—. Tenemos clase.
—Ahora el que se está comportando como un auténtico demonio eres tú.
¿Es apropiado que te llame calientapollas en tu cumpleaños?
No sonreír fue tarea imposible.
—Que te jodan, gorila. Mueve el culo. No querrás llegar tarde, ¿no?
Key gruñó un par de palabrotas en voz baja, pero obedeció. Ambos se
levantaron y recogieron los restos del picnic, un picnic que Axel tardaría
mucho en olvidar. El álbum que aferraba con fuerza contra el pecho era la
prueba de ello.
Cuando sonó el timbre que indicaba el final de las clases, Axel recogió sus
cosas con calma y se dirigió hacia su taquilla. Había quedado con sus
amigos para tomar algo y celebrar su cumpleaños, pero como tenían
entrenamiento en sus respectivos clubes quería aprovechar el tiempo para
recoger y arreglar un poco ese desastre.
La purpurina no saldría con facilidad y Axel sabía que tenía una ardua
tarea por delante.
Dejó que el resto de sus compañeros se marcharan antes de empezar con
la labor. Limpiar era su momento feliz y no quería que nadie lo estropeara
con sus comentarios homófobos o con sus insultos de mierda. En realidad,
ese día en sí estaba siendo su momento feliz y estaba empeñado en luchar
con garras y dientes contra cualquiera para que siguiera siendo así.
Sin embargo, el destino parecía tenerle preparado otro plan.
No había desprendido todavía la «F» de «Feliz» cuando escuchó el golpe.
Axel detuvo la mano a medio camino y echó un rápido vistazo por encima
del hombro. A esas horas, el instituto ya estaba vacío; los pocos alumnos
que quedaban eran los que pertenecían a algún club. Alarmado, cerró la
taquilla y se dirigió hacia el lugar del que provenía el ruido. Se trataba de
una clase vacía al fondo del pasillo… o lo que él creía que era una clase
vacía.
Axel se tapó la boca con la mano para evitar soltar un grito y se escondió
detrás de la puerta.
Estaba seguro de que jamás podría olvidar lo que acababa de ver.
Nico besaba a Ben de manera apasionada. Lo que Axel había escuchado
había sido el chirrido de una silla al caer; seguramente el momento en el
que el encargado de recoger las toallas había empujado a su hermano contra
una de las mesas.
Mierda. Axel podría haber muerto sin tener esa imagen para siempre
grabada en las retinas.
«Muchas gracias, Ben».
Estaba a punto de desaparecer otra vez por el pasillo cuando su voz lo
detuvo.
—Espera, Nico, espera… —Su hermano sonó tenso y Axel, sin saber
muy bien por qué, clavó los talones en el suelo. De repente, se sentía ligero,
despejado, a la espera de lanzar algún ataque, como con una sobredosis de
cafeína, con un instinto casi… protector.
—¿Y ahora qué? —espetó Nico. No parecía molesto, solo… resignado.
—¿Eso es todo lo que tienes que decir?
—¿Qué quieres que haga? ¿Que te recite un poema?
Un suspiro. Los pasos de Ben al alejarse.
—Sabes que no. Es una locura esperar algún detalle bonito por tu parte.
—Veo que me conoces bien.
—Más de lo que a ti te gustaría.
Silencio, un largo silencio que hizo que Axel hasta se planteara si la tierra
no se había abierto por la mitad y se los había tragado a ambos.
—Esto no funciona así, Ben, lo sabes. —De nuevo, la voz de Nico,
aunque esta vez con un matiz ligeramente diferente que Axel no era capaz
de reconocer en él. Parecía… ¿enfadado?—. Creía que no había dudas.
—Lo que está claro es que para ti esto solo es sexo y ya está. Solo me
buscas cuando estás cachondo, cuando no has conseguido tirarte a cualquier
tío de Tinder o cuando te aburres. Y estoy cansado, joder, empiezo a estar
cansado porque siempre caigo y siempre vuelvo a ti.
—Eso no es culpa mía. Tú empezaste esto sabiendo cómo era. Nunca te
he mentido y siempre te he explicado cómo iban a ser las cosas.
—¡Ya lo sé! —Ben tuvo que golpear una mesa, porque volvió a sonar un
chirrido estridente y Axel dio un respingo en su sitio—. Es solo que… Hay
veces en las que creo que sientes algo, mierda, pero luego esa sensación
desaparece porque te piras, o dejas de mirarme, o de hablarme durante
semanas.
—No siento nada —dijo Nico, frío, certero, seguro—. Y me dijiste el
otro día que tú tampoco lo sentías. ¿Qué te pasa hoy?
Ben soltó una risa cínica.
—¿De verdad crees que es tan fácil, Nico? ¡Me declaré, mierda! Solo te
dije que no sentía nada por ti porque dejaste de hablarme y estaba
desesperado. Quería que volvieras a tocarme.
—Me mentiste.
—Sí.
Nico guardó silencio. Axel quiso asomarse, ver su expresión, pero la
cobardía se lo impidió.
—Rompamos esto de una vez.
Hasta a él le dolió la tranquilidad con la que Nico pronunció esas
palabras.
«Este tío es de cristal, joder».
—Vale —contestó Ben, tan gélido como el pequeño mafioso. A Axel le
costó reconocer la voz de su hermano.
Y quizás por eso reaccionó tarde, muy muy tarde. Antes siquiera de darse
cuenta de lo comprometido de su posición, la puerta se abrió, y de ella salió
Nico. El encargado de recoger las toallas pareció sorprendido de ver a Axel
allí, pero fue un momento muy cortito y no tardó en recomponer el
semblante.
—Vaya, pero mira a quién tenemos aquí. Hola, Waters.
Axel no olvidaría jamás la mirada que le dirigió Ben. Su hermano estaba
pálido y sus ojos grises habían perdido por completo el brillo.
—Hola —murmuró Axel; pequeñas gotitas de sudor le caían por la
espalda. Sabía que no había nada que pudiera decir que justificara su
presencia y mucho menos que les hiciera creer que no había escuchado la
conversación.
—¿Qué tal? ¿Disfrutando del espectáculo? La gente cobra entradas por
esto, sabes —continuó Nico, con cierto sadismo en la voz que hizo que cada
terminación nerviosa del cuerpo de Axel se erizara.
—Yo no… y-yo no quería…
—Déjanos solos, Nico, por favor —dijo entonces Ben.
Nico miró a ambos hermanos como si estuviera en un partido de tenis y,
al final, se encogió de hombros con desgana.
—Como veas. Esto ya no es asunto mío. —Y, dicho esto, desapareció por
el pasillo; silbando una ridícula melodía y dejando a los Waters atrás.
Axel ya no era capaz de aguantarle a Ben la mirada. Había cruzado la
línea, lo sabía. Su hermano no estaba preparado para hacer pública su
relación, o exrelación, con Nico. Y él había sido un cotilla de mierda, había
jugado sucio y lo había acorralado. Se sentía intrusivo y, por primera vez en
lo que se refería a Ben, avergonzado con respecto a su comportamiento.
—Sé que no me vas a creer cuando te lo diga, pero lo sien… —trato de
decir, pero Ben negó con la cabeza.
—Para ti esto es un juego, ¿verdad, Axel? Un tonto juego. ¿Te parece
divertido? ¿Espiar así a tu hermano? Sabía que me odiabas, pero nunca
pensé que me odiaras tanto como para hacerme esto.
—¿Qué? ¿Qué narices estás diciendo, Ben? Solo he escuchado por detrás
de la puerta. Y sé que está mal, horrible, fatal, pero no he matado a nadie.
—¿Qué tenías pensado hacer? ¿Chivarte a papá y mamá? ¿A Key?
Porque siento decirte que ya lo sabe. ¿O pretendías hacerme una foto
comprometedora para publicarla en las redes sociales? Quieres que se
metan conmigo como lo están haciendo con Key, es eso, ¿no? ¿O acaso
querías chantajearme? ¿Burlarte de mí? ¿Es esta tu forma de vengarte por lo
de Key?
—¡No! —gritó Axel, indignado—. ¿Qué visión tienes de mí? ¡No soy un
gilipollas!
—No, lo que eres es un cotilla de mierda que tiene un total de cero
respeto por la privacidad de las personas.
Axel retrocedió un par de pasos, como si Ben acabara de pegarle un
bofetón. Estaba tan dolido que ni siquiera le salían las palabras.
—Yo no…
—Pues, ale, ya tienes lo que querías —continuó Ben—. ¿Quieres una
confesión? Sí, me follaba a Nico. Estábamos juntos, o algo así. ¿Me hace
eso maricón? ¿Estás más tranquilo sabiendo que no eres el único Waters del
que se burlarán o sientes celos al saber que ya no eres tan especial?
Ah, ya no había dolor, ni de coña. Ese sentimiento se había esfumado por
completo de su mente, dejando en su lugar una furia inusitada, un enfado
hacia Ben que nunca había experimentado.
—¿Tú qué coño sabes? —le espetó Axel, dándole un fuerte empujón—.
¿Qué coño va a saber el perfecto de Ben de lo que es que se burlen de ti
cada jodido minuto del día? ¡Adelante! ¡Puedes quedarte con este
privilegio! ¡Me importa una puta mierda!
—¡No me empujes! —estalló Ben, empujándolo de vuelta—. ¡Vete a
contarlo por ahí, me da igual!
—¡Ya lo sabía! —gritó—. ¡Lo tuyo y lo de Nico! ¡Ya. Lo. Sabía! ¡Hace
semanas que lo sé y no he dicho nada!
Esta vez fue Ben el que enmudeció. Parecía mareado, resacoso. Tenía
pinta de estar pasando el día más jodido de su vida.
—¿Qué…?
—¡Lo sé todo, Ben! ¡Sé que estás enamorado de Nico, y sé que Nico no
te quiere! ¡Lo sé, joder! ¡Pero eso no te da manga ancha para comportarte
como un auténtico gilipollas!
Un nuevo empujón, mucho más fuerte que los anteriores, hizo trastabillar
a Axel y perdió el equilibrio hasta que cayó de culo sobre el suelo.
—¿Quién te lo ha dicho? —preguntó Ben—. Porque sé que Key no ha
sido. ¿Era este tu plan desde el principio? ¿Hacerme desconfiar de mi mejor
amigo para alejarme de él y que así fueras tú el único Waters en su vida?
Axel no le contestó; veía puntitos rojos por culpa de la furia. Lo siguiente
que hizo no fue la decisión más sabia, pero sí la única que le salió en esos
momentos. Soltando un taco, se incorporó lo justo para hacerle un placaje a
Ben, que lo hizo caer también.
Ambos hermanos rodaron en un amasijo de puñetazos y palabrotas, hasta
que Ben, más fuerte que Axel, ganó la batalla y se colocó sobre él,
aprisionándole las muñecas con fuerza contra el suelo.
—¡No tenías ningún derecho! —gritó, obligándolo a golpear con sus
nudillos el frío pavimento al ritmo de sus palabras—. ¡No tenías ningún
derecho a saberlo!
—¡Suéltame! —Axel forcejeó. Sentía el sabor metálico de la sangre en el
paladar—. ¡Vete al infierno, Ben!
—¡Que te jodan, Axel, que te puto jodan!
Axel le escupió y Ben retiró el rostro. Le soltó las muñecas y se limpió la
mejilla; momento en el que Axel aprovechó para empujarlo e incorporarse.
Sentía un fuerte dolor en el hombro, un dolor que le bajaba a lo largo del
brazo y que le obligaba a tenerlo inmovilizado contra el costado.
Su hermano, por el contrario, permaneció en el suelo, casi como si fuera
incapaz de moverse, con las pupilas recorriendo sus ojos a más rapidez de
la normal.
De no haber estado tan enfadado con él, Axel habría sentido pena.
En lugar de eso, se enmascaró con indiferencia. «Que te jodan a ti, que te
jodan a ti, que te jodan a ti, que te jodan a ti», se repetía una y otra vez.
No recordaba haber sentido tanto odio en toda su vida.
—¿Te sientes mejor? —le preguntó, con la voz cargada de veneno—.
Porque Nico no va a volver. Nico no va a enamorarse de ti. Ese chico no
puede sentir nada.
—¡Lárgate! —gritó Ben—. ¡Lárgate, joder!
Y Axel obedeció. Negándose a echarle una última mirada, sus pasos se
perdieron en el eco del pasillo.
Axel se había hecho daño en el hombro. No era más que un simple golpe,
pero Key no podía evitar preocuparse. Él mejor que nadie sabía lo que era
una lesión mal curada.
Lo peor de todo era que Axel no quería decirle cómo se lo había hecho.
—Me caí —le había dicho, cuando Key le había preguntado, escueto y
esquivo como una lagartija.
—¿Cómo?
—Me tropecé con mis propios pies.
Key no dudaba de la torpeza de su novio, pero sabía que esta vez había
algo más, algo que no le estaba contando.
Los mellizos no se hablaban; llevaban sin hacerlo desde sus cumpleaños
tres días atrás.
Esta situación no habría resultado extraña de no ser por las heridas.
Porque Key no era tonto. Ben estaba de un humor de perros y tenía varios
arañazos en las mejillas. Si a eso se le sumaba la herida en los labios de
Axel —que decía que se había hecho por morderse con mucha fuerza— y el
dolor de hombro…
—No sé qué hacer, Key —le confesó Melissa esa tarde mientras Axel
terminaba de recoger sus cosas en el piso de arriba. Iban a ir a cenar,
aprovechando que era viernes, y Key lo esperaba en el umbral de la cocina
—. Se han peleado otras veces, pero nunca como ahora. Ni siquiera se
hablan, ni se miran. ¿Crees que se pegaron? El doctor que vio a Axel dijo
que lo del hombro es una fuerte contusión, como de caerse y arrastrarse por
el suelo. ¿Y has visto la cara de Ben? Llámame loca, pero una madre sabe
reconocer los arañazos de uno de sus hijos y esas marcas son de las uñas de
Axel.
—Me gustaría creer que no, pero… ninguno suelta prenda. No lo sé.
—¿Tienes idea de qué ha podido ocurrir?
Cientos, miles, millones de ideas; aunque la mayoría eran fruto de la
ansiedad y sus propios miedos.
Podían haberse peleado por su culpa. Podían haber discutido por Nico.
Ben se podría haber enfadado con Axel porque Key había decidido comer
junto a él en su cumpleaños, aunque sabía que era una tontería. Axel se
podía haber enfadado con Ben porque no había terminado de superar sus
sentimientos hacia él. Se podían haber chocado en el pasillo. Alguien podía
haber insultado a Axel, Ben le habría defendido y su cucaracha se podía
haber sentido ofendido.
—Puedo intentar preguntarle a Axel —dijo Key finalmente—. Aunque
no creo que me diga nada.
—No, yo tampoco lo creo. —Melissa negó con la cabeza y suspiró. Key
le pasó una mano por la espalda. Estaba tan preocupado como ella. Los
mellizos Waters eran, sin contar a su familia y a Hill y Conrad, las dos
personas más importantes de su vida, y a Key le daba pánico tener que
posicionarse.
¿Qué haría?
¿Se pondría de parte de Ben? ¿De Axel? ¿Qué podía hacer para no perder
a ninguno de los dos?
—Ya estoy —anunció Axel, bajando el último peldaño. Tenía que llevar
el brazo en cabestrillo durante un par de días para evitar que la pequeña
lesión fuera a más, lo que no terminaba de hacerle mucha gracia y por eso
parecía estar siempre enfurruñado—. ¿Nos vamos?
Key acortó la distancia que lo separaba de Axel y le sonrió a modo de
saludo. Quiso darle un beso, pero tal y como estaba su humor últimamente
prefería no arriesgarse a hacer nada que pudiera incomodarlo.
—Tened cuidado y pasadlo bien —dijo la señora Waters. Abrió la boca
para añadir algo, pero tuvo que pensárselo mejor en el último momento,
porque reculó.
Key no necesitaba que lo dijera en voz alta. Pudo oír su voz tan clara
como si hubiera pronunciado las palabras.
«No olvides que te quiero. A ti, y a Ben».
Ser madre tenía que ser muy complicado.
Axel parecía ajeno a la batalla interior de su progenitora; se despidió con
un asentimiento y salió de la casa. Key le echó una última mirada resignada
a Melissa y lo siguió.

Key adoraba a su mejor amigo, pero tenía que admitir que se comportaba
como un auténtico tirano cuando se enfadaba.
—¡Más rápido! ¿A eso lo llamas velocidad? ¡Porque La Reina te está
adelantando por la izquierda!
Key casi sentía pena por el pobre Arnold. Había entrado nuevo en el club
ese mismo año y todavía no estaba al mismo nivel que los demás. Por
suerte, era un tipo duro que no se dejaba aplastar por nadie. Cuando Ben se
giró para vigilar a otro compañero, el chico le sacó el dedo corazón y Key
sonrió.
La alegría duró poco.
—¡Si queremos clasificarnos para el campeonato del año que viene
vamos a tener que trabajar más duro!
—¿No crees que te estás pasando un poco? —se aventuró a decir él, pero
Ben le lanzó una mirada mordaz.
—¡Cállate! ¿Qué demonios haces aquí parado? ¿Te crees que porque eres
la estrella no tienes que entrenar? ¡Da un par de vueltas a la pista y suda la
camiseta!
Key rechinó los dientes y le hizo una peineta.
—Que te den. Estás insoportable.
Ben ni se inmutó.
—Ponte a correr —le dijo. Y Key se alejó de él y se puso a trotar
alrededor de la pista, en parte para no discutir más y en parte porque no le
apetecía una mierda estar junto a ese gilipollas que se hacía pasar por su
mejor amigo.
Ni siquiera sabía qué demonios ocurría, aunque, a juzgar por su
comportamiento, Key empezaba a sospechar que todo tenía que ver con
Nico Rush.
El encargado de recoger las toallas no se había presentado a los
entrenamientos desde el cumpleaños de los mellizos Waters. Solo había que
sumar dos más dos.
—¡Más rápido, Key!
Dios, estaba insoportable.
El rubio le lanzó a Ben una mirada envenenada. Abrió la boca para
gritarle que era un estúpido y que se pusiera él mismo a entrenar cuando el
ruido de la puerta del gimnasio al cerrarse le hizo perder la voz y dejar de
correr.
Y no fue el único.
Nico Rush acababa de hacer acto de presencia y Ben parecía haber visto a
un fantasma.
«Mal asunto», pensó Key y, notando la tensión en el ambiente, decidió
acortar la distancia que lo separaba de su mejor amigo. Por muy molesto
que estuviera, el rubio siempre sacaría las garras por él.
—¿Nico? —preguntó Ben. Ya no había ni rastro de su mal humor—.
¿Qué haces…?
Nico tendió un papel en su dirección. No había ni rastro de emoción en su
rostro y Key tuvo que resistir el fuerte impulso de zarandearlo para hacerlo
reaccionar. Nunca lo había soportado; ni cuando ambos habían ido detrás de
Ben ni ahora que ya había superado esa etapa.
—Me largo —dijo Nico, y movió el papel para darle énfasis a su decisión
—. Abandono este club de mierda.
Su mejor amigo parpadeó.
—¿Qué?
—¿«Club de mierda»? —preguntó Key. Había alzado la voz más de lo
que pretendía y varios de sus compañeros se acercaron a cotillear lo que
sucedía—. Tienes suerte de que Ben te aceptara en primer lugar y de que te
ofreciera este puesto. Sin los créditos extra no hubieras aprobado el curso
pasado.
Nico echó un vistazo a su alrededor y chascó la lengua.
—¿Siempre tienes que montar un numerito? Además, ¿a ti qué narices te
importa?
—¿Por qué te vas? —preguntó Ben, adelantándose a cualquier respuesta
que Key pudiera dar. Su amigo parecía incómodo, molesto, triste y al borde
de las náuseas—. ¿Es por lo que pasó en mi cumpleaños?
Ah, así que había sucedido algo entre ellos. Eso explicaba el mal humor
de Ben, pero Key todavía no podía encontrar la conexión entre lo ocurrido
con Nico y la pelea entre los hermanos Waters.
—No —contestó Nico. Era muy buen mentiroso y nada en su rostro hacía
indicar que le afectara lo más mínimo lo que fuera que hubiese ocurrido ese
día, pero el chico había hablado rápido y no engañó a Key. Además, su
mirada se había dirigido hacia la mejilla de Ben; la cual estaba llena de
arañazos. Había sido un vistazo rápido, apenas un segundo, pero algo había
brillado dentro de sus ojos. ¿Curiosidad? ¿Preocupación? Si Key no lo
conociera, habría pensado que se trataba de lo segundo. Pero ese chico no
podía sentir nada, ni siquiera por Ben, así que bien podría haber sido un
efecto de los focos del gimnasio—. Acepta mi renuncia y ya está.
—No quiero. No tienes que irte solo por mí. Tu labor en el club es…
Cuchicheos. Ya no había nadie en el gimnasio que no estuviera atento a la
conversación.
El cuerpo de Nico se tensó y el chico volvió a mirar en rededor. Tenía la
mandíbula apretada y parecía estar deseoso de salir de ahí. Por primera vez,
Key sintió algo parecido a la empatía hacia Nico. Ahora que él mismo
estaba recibiendo tantos comentarios desafortunados por los pasillos, los
susurros lo ponían de los nervios. No se fiaba de nadie y caminaba con la
sensación constante de que la gente quería hacerle daño.
¿Y si por eso…?
Key siempre había pensado que Ben y Nico mantenían su relación en
secreto porque esta no era seria y porque su mejor amigo ni siquiera se
había parado a pensar en lo que suponía salir del armario hasta que ambos
lo habían hablado aquella vez en la azotea, pero empezaba a pensar que
había estado equivocado. Porque Nico parecía más nervioso que nunca con
el escrutinio de sus compañeros del club mientras que Ben solo mantenía su
atención en él, como si el resto del mundo no existiera.
—Esto es absurdo. —Nico negó con la cabeza. Hizo una bolita con el
papel de su renuncia y la tiró al suelo—. Nunca debí haberme unido al club
en primer lugar.
—Nico… —La voz de Ben sonó bajita—. Igual podríamos hablar sobre
lo que pasó y…
Pero Nico no quiso quedarse a escuchar nada más. Sin lanzarle una
última mirada a Ben, dio media vuelta y echo a andar hacia la salida del
gimnasio. Su mejor amigo hizo el amago de seguirle, pero Key lo agarró del
brazo.
—Ahora no —le susurró. Ben parpadeó, confuso. Entonces se dio cuenta
de las miradas de los demás y volvió a adoptar su pose de capitán del
equipo.
—¿Qué narices hacéis aquí parados? ¡Moved el culo, joder!
Sus palabras tuvieron un efecto inmediato. La multitud se separó y todos
volvieron a sus ejercicios. Todos… menos Key.
—¿Qué ha pasado? —preguntó, pero su mejor amigo no parecía
dispuesto a hablar, porque le lanzó una rápida mirada y señaló la pista.
—Tú también.
—Ben…
—Corre.
Key se mordió el labio inferior. Tragándose la frustración, dio media
vuelta y obedeció.
Las cosas mejoraron un poco los días posteriores. Ben seguía de mal humor,
pero era una persona racional y sabía que no tenía que pagarlo con todo el
mundo; así que se le bajaron los humos, se disculpó con sus compañeros del
club de atletismo y cambió su actitud.
Axel, por el contrario, se lo estaba tomando de otra forma. A medida que
se iba acercando el día de desprenderse del cabestrillo se mostraba menos
enfurruñado, y para cuando se lo quitaron ya había vuelto a su humor
habitual.
Sin embargo, eso no hacía las cosas más fáciles.
Puede que Key ya supiera que había ocurrido algo entre Ben y Nico, pero
seguía sin saber qué había pasado entre los hermanos y ninguno de los dos
parecía dispuesto a contar la verdad. Así que ahora el rubio dividía su
tiempo intentando consolar a su mejor amigo, quedando con Axel —al
principio para ayudarlo con su lesión en el hombro, y luego para animarlo
un poco, porque seguía algo alicaído— y tratando de controlar los nervios
que le causaba el examen de conducir.
Iba a aprobar, eso seguro, así que no entendía por qué el corazón le latía
cada vez más rápido a medida que se acercaba la fecha. Para cuando se
levantó el 6 de mayo, Key estaba experimentando la misma adrenalina que
sentía cada vez que colocaba los pies en el andador en la pista de atletismo;
el mismo ruido sordo que opacaba cualquier sonido y hacía que solo
pudiera concentrarse en poner un pie delante del otro lo más rápido posible.
Estaba acostumbrado a ese tipo de emociones cuando tenía que competir,
pero no cuando se enfrentaba a un examen. Igual todo esto de la pelea entre
Axel y Ben le había afectado más de lo que se pensaba. Eso de estar
rodeado de sentimientos negativos no le venía nada bien. Por suerte, no era
el único que lo estaba pasando mal. Él por lo menos sabía conducir, pero
Hill…
—Voy a suspender —sentenció su amigo.
Ben negó con la cabeza.
—No pienses eso, tío.
—Voy a atropellar a alguien.
Key puso los ojos en blanco.
—Hombre, en ese caso sí que te suspenderían.
Hill palideció.
—Intenta no hacerlo —aportó Conrad.
Su amigo no parecía estar pasando por su mejor momento. De hecho, ya
había potado una vez, y eso que solo llevaban media hora esperando a que
los llamara el examinador.
—¡Anderson, Hill! —lo llamaron entonces, y Hill se cuadró cuan largo
era.
—¡P-p-presente!
—Tu turno.
—Dios, va a potar otra vez —susurró Ben, con el ceño fruncido por la
preocupación.
Su amigo dio un par de pasos en dirección al examinador, pero antes de
que pudiera llegar muy lejos Conrad lo agarró del brazo.
—Puedes hacerlo.
—Pero…
—Sé que puedes. Y si suspendes no pasa nada. Vuelves a presentarte.
Eres tenaz, nunca te rindes.
Pareció tener el efecto de un jarabe reconstituyente: Hill tragó saliva y se
le llenaron los ojos de un brillo extraño.
Para sorpresa de todos, sonrió.
—Nunca me dices estas cosas.
—Porque no sueles merecértelas. Y ahora ve. Demuéstrale a todo el
mundo que puedes hacerlo.
Hill asintió. Con una actitud mucho más chulesca, relajada y más
parecida a la habitual, terminó de bajar los escalones, habló un poco con el
examinador, consiguió sacarle una sonrisa gracias a su encanto natural y se
metió dentro del vehículo.
Y, en lugar de arrancar hacia delante, dio marcha atrás y se chocó contra
el coche que se encontraba a su espalda.
Ben soltó un gemido lastimero y se tapó los ojos con las manos y Conrad
resopló. Key, por su parte, se mordió con fuerza la lengua para evitar soltar
una carcajada.
—Bueno… por lo menos sabe dar marcha atrás con mucho arte —dijo, y
Ben le golpeó en el hombro como respuesta.

—Adivina quién sale con un chico que tiene carnet de conducir.


Axel alzó una ceja como respuesta.
—¿Has venido hasta aquí solo para presumir?
Key no se dejó amedrentar.
—Y para verte, por supuesto.
—Pero sobre todo para presumir.
—Vale, sí. ¿Es eso un crimen?
Axel no contestó. Se limitó a hacerse a un lado para que Key pudiera
pasar a su casa y cerró la puerta a su espalda.
El rubio seguía eufórico. Estaba algo chafado por el suspenso de Hill,
pero él había hecho un examen espectacular. Había conseguido sacar el
coche a la primera, había cumplido a la perfección con las normas de
circulación y había aparcado en paralelo con una precisión casi milimétrica.
Axel tuvo que escucharlo parlotear sobre lo bien que lo había hecho hasta
que entraron en su dormitorio, e incluso el rubio siguió hablando cuando se
quitó la chaqueta y la dejó caer sobre la cama. Parloteó y parloteó hasta que
se dio cuenta de que el otro chico estaba muy callado. Preocupado, Key se
giró para mirarlo.
—¿Estás bien? —le preguntó. Axel asintió, y después sonrió un poco,
sorprendiéndolo—. Espera. ¿Ha sido eso una sonrisa?
—Te la habrás imaginado.
Key se acercó y lo escudriñó con la mirada. Axel trató de taparse la cara
con las manos, pero Key lo agarró de las muñecas y las apartó.
—Estabas sonriendo.
—Que no.
—Cucaracha… —se quejó, y esta vez la sonrisa de Axel fue más abierta.
—Es que me alegro por ti. A ver, sabía que ibas a aprobar y sé que no
necesitas que nadie te infle el ego, porque eso lo haces tú solito, pero estoy
orgulloso de ti.
Key parpadeó; cualquier tipo de comentario murió dentro de su boca. El
corazón le empezó a latir más rápido de lo normal y se le aceleró el pulso.
Las manos que antes sostenían las muñecas de Axel fueron ascendiendo por
sus brazos hasta posarse sobre las mejillas del chico.
Ahora el que sonreía era él.
—Dilo otra vez.
Axel bufó y le sacó el dedo corazón.
—Antes muerto.
El rubio se echó a reír, y le acarició la piel con sus pulgares.
No había ido hasta allí con la única intención de presumir. De hecho,
quería intentar que Axel le hablara sobre Ben. Su mejor amigo se había ido
con Conrad y Hill para tratar de animar a este último, y Key quería
aprovechar cualquier oportunidad que se le presentara para tratar de
solucionar los problemas entre los dos hermanos. Sin embargo…
—¿Estamos… estamos solos? —le preguntó. Axel tardó toda una
eternidad en contestar. Se acercó al escritorio y fingió recoger un par de
papeles. El corazón le latía bien rápido dentro del pecho. Cuando se armó
de valor, volvió a girarse y miró a Key.
—Sí.
Key tragó saliva. No necesitó formular la siguiente pregunta, porque
Axel se le adelantó; lo atrajo hacia él y lo besó, arrebatándole el aliento.
Sus caderas chocaron contra el escritorio cuando perdieron el equilibrio,
pero ni siquiera ese contratiempo los separó. La chispa de la lujuria brillaba
en los ojos de ambos chicos. Una tímida sonrisa se asomó en la comisura de
la boca de Key; volvió a llevar las manos hacia el rostro de Axel, le apartó
el pelo de la frente y le besó la sien. Axel cerró los ojos mientras se aferraba
con fuerza a la tela de la camiseta de Key.
Besar a Axel siempre era una experiencia indescriptible. De hecho, Key
estaba seguro de que sus labios eran lo más cercano a la magia que existía
en el mundo, y lo sabía porque era imposible que algo corriente le hiciera
sentir como le hacía sentir Axel. Él no era creyente —jamás lo había sido
—, pero sí que veneraba a Axel como lo haría un devoto con sus santos. Por
él habría rezado hasta despellejarse las rodillas; habría implorado a
cualquiera que lo escuchase allá arriba para que no le permitiera jamás
alejarse de esos labios.
Era lo más cerca que estaría alguien como él de tocar la perfección.
Porque Key sabía que no era perfecto, por mucho que todos opinaran lo
contrario. Pero Axel sí. Siempre lo había pensado y siempre lo pensaría, por
los siglos de los siglos, amén.
El rubio le quitó la sudadera despacio. Axel no llevaba nada debajo, así
que Key aprovechó y acarició cada retazo libre de su piel. Se aseguró de
tener cuidado con su hombro, y le plantó un beso con cariño, como si ese
simple gesto pudiera sanarlo. Axel se estremeció bajo sus caricias y gimió
cuando Key le lamió la curvatura del cuello. Su piel era blanca, tan blanca
como la de un vampiro, e invitaba a la indecencia. Quería marcarla, quería
enrojecerla hasta que no quedara ni un solo centímetro sin corromper. Sin
embargo, no lo haría jamás sin su permiso. Porque, por mucho que lo
enloqueciera, por mucho que lo quisiera, nunca haría nada que Axel no le
permitiera hacer de manera explícita primero.
Besos y más besos, en hilera, siguiendo un camino descendente hasta
detenerse en la cinturilla de sus pantalones deportivos. De rodillas en el
suelo, el rubio le lanzó una mirada dubitativa. Axel estaba avergonzado;
Key lo sabía por el tono carmesí de sus mejillas y porque su labio inferior
sobresalía de manera enfurruñada. Pese a ello, el chico no le retiró la mirada
y le enredó las manos entre las hebras de pelo.
—¿Quieres que siga? —le preguntó.
Axel le acarició despacio.
—S-solo si tú quieres…
—¿Me tienes a tus pies y me preguntas si quiero? Estás empezando a
perder la vista, cucaracha…
—Lo que estoy perdiendo es la razón, Key, joder —susurró, y si Key
creía que su rostro no podía enrojecer más se equivocaba.
Él, por su parte, no pudo evitar sonreír, emocionado.
Cuando Axel era así de sincero, incluso sin pretenderlo, se sentía arder.
Para Key el sexo siempre había sido justo eso: sexo. Hasta la fecha,
siempre había sido un amante un poco irregular y egoísta; había habido
veces en las que solo había buscado un polvo fácil, algo rápido que le
hiciera olvidar todo lo demás y ni siquiera se aseguraba de hacer disfrutar a
la otra persona. No era algo de lo que se sintiera orgulloso y no trataba de
justificarlo. Formaba parte de su pasado y era algo que jamás podría
cambiar. Antes, el sexo era solo eso: un tipo de conexión carnal, divertida,
una especie de desfogue, como un chute de droga capaz de hacerle olvidar,
durante unos minutos, los sentimientos que tenía hacia Ben. Solía fantasear
con su mejor amigo cuando lo hacía con otras personas; lo veía a él en los
rostros de los desconocidos, pensaba en la curvatura de su cuello, en sus
ojos, en su piel.
Fantaseaba porque sabía que jamás ocurriría. Porque Ben era Ben, y él
era él, y ya se sentía afortunado al tenerlo solo como amigo. No quería
fastidiarla. Era más sencillo buscarlo entre los pantalones de cualquier otra
persona.
Con Axel era muy distinto. Con él, su cuerpo y mente eran uno; sus
sentidos jamás habían estado tan despiertos. Porque entre ellos había todo
lo anterior: placer, risas, diversión, pero también había cariño, sentimiento,
la piel de gallina, nervios, retortijones en la tripa, aleteos de mariposas y
cosquillas en cada terminación nerviosa de su cuerpo.
Pero sí que podía cambiar su presente, y ese presente era Axel. Y no
había nada en el mundo que Key quisiera más que complacerlo.
—Key… Quiero… necesito…
Axel no tuvo que terminar la frase. El rubio se levantó y Axel le lanzó
una larga mirada justo antes de dirigir las manos hacia su camiseta. La
subió con calma, entreteniéndose en la piel de su pecho, besándola y
haciéndolo tiritar. Impaciente y deseoso de más, él mismo se descalzó y se
deshizo de sus pantalones, arrastrando con ellos la ropa interior.
Avanzaron a trompicones hasta la cama y se echaron sobre ella,
besándose, saboreándose, acariciándose.
—Hay algo que me gustaría pedirte —murmuró Key.
—¿Estás enrojeciendo? —le preguntó Axel, sorprendido.
—No —contestó él. Pero era mentira y ambos lo sabían.
Axel posó las manos sobre las mejillas de Key, captando su atención.
—¿Qué es?
—Quiero que… en algún punto… Me gustaría que fueras tú el que lo
hiciera. —Key tomó aire, despacio, y su voz sonó como un susurro cuando
repitió—: quiero que seas tú.
Silencio.
El corazón del rubio latía al galope.
Temblaba, aunque no hacía frío en la habitación.
Se sentía vulnerable, más vulnerable que nunca. Porque, por mucha
experiencia que tuviera con respecto al sexo, todavía seguía muy presente
esa primera vez en la que se había acostado con un chico y había sido un
desastre. Esa primera vez en la que se había sentido poco más que un
agujero, un ser remplazable; como él mismo, en otras ocasiones, había
hecho sentir a los demás.
Aun hoy, después de tanto tiempo, la idea lo aterraba. Dar ese tipo de
poder a otra persona, pensar que pudieran volver a hacerle daño… Pero
sabía que con Axel no sería así. Estaba dispuesto a ofrecerle todo,
absolutamente todo. Sus miedos, sus inseguridades, sus traumas.
Cualquier cosa que tuviera.
Por fin, una reacción.
La mirada de Axel jamás había sido tan limpia como cuando tiró de Key
hacia sí para besarlo. Key se dejó hacer, mordiéndole el labio inferior y
colando la lengua dentro de su cavidad.
No necesitó que Axel le respondiera. Ambos se perdieron en un mar de
besos y placer y la pregunta quedó escondida en algún lugar entre los
pliegues de las sábanas.
A Key nunca le había gustado demasiado el silencio. Acostumbrado como
estaba al estrellato, la falta de sonido era algo que le crispaba los nervios.
Sin embargo, había descubierto algo muy curioso: que no todos los
silencios son iguales. Porque hay silencios que dicen más que las palabras y
que se disfrutan más que los aplausos de la victoria.
El silencio con Axel era así.
—¿Iba en serio eso que has dicho antes? Lo de que… te gustaría que
algún día fuera yo… —Axel fue bajando el tono de voz a medida que su
rostro enrojecía. Key se colocó de lado sobre la cama, apoyó la cabeza
sobre la mano y, con la otra, le apartó un par de mechones de pelo de la
frente.
—¿Tú quieres? —le preguntó.
La expresión del chico era casi desconocida para él.
—Sí. —Ahora la voz de Axel sonó con fuerza, sin un atisbo de duda.
—Vale —murmuró.
Axel no volvió a hablar; pasó los brazos alrededor del cuerpo de Key y
escondió la cara entre su pecho. El rubio aprovechó el momento de
tranquilidad para acariciarle el pelo. Eran raras las ocasiones en las que
podían disfrutar de tanta calma.
Así que, para variar, ya tenía que llegar él a estropearlo.
—¿Te duele? —le preguntó—. El hombro, me refiero.
Axel alzó la cabeza.
—No —contestó, seco.
Key tensó la mandíbula.
—¿Fue Ben? —preguntó.
Mala idea.
Con el ceño fruncido y los labios crispados por la molestia, Axel se alejó
de él.
—¿Otra vez estás con eso? Ya te dije que me caí.
—Y yo te dije que no me lo creo.
—Haz lo que te dé la gana. —Sin dejarle tiempo a replicar nada más, el
chico se levantó de la cama y comenzó a buscar su ropa por el suelo de la
habitación. Key lo observó, soltando un par de tacos en voz baja.
«Ahora que he abierto la caja de Pandora no me queda otra que seguir».
—¿Por qué os peleasteis? —preguntó. Como Axel guardó silencio unos
segundos, él se atrevió a pronunciar lo que tanto miedo le daba—: ¿Fue por
mí?
Axel se giró y le lanzó una mirada furibunda.
—Aunque te cueste creerlo, no eres el centro del universo.
Auch.
—No me creo el centro del universo —espetó él.
—Pues cualquiera lo diría. —Axel terminó de ponerse la sudadera y se
dirigió hacia la silla de su escritorio. Encendió la Switch y le dio la espalda,
como si hubiera dado por finalizada la conversación.
Pero Key no pensaba dejarlo ir tan fácilmente.
Se incorporó hasta sentarse sobre el borde de la cama.
—Es que no sé a quién pretendéis engañar. Es obvio que os habéis
peleado y no está siendo una situación fácil para nadie.
—Déjalo, Key.
—No, no lo dejo. Ben está insoportable y tu madre está pasándolo fatal.
Y lo peor de todo es que ni siquiera sabemos el porqué.
—¡Es que no os corresponde saberlo! —gritó, girándose para encararlo
—. ¡Son solo cosas entre Ben y yo, joder! ¿Qué es lo que te preocupa?
¿Que te hagamos elegir? Puedes estar tranquilo; yo no me la voy a jugar,
porque sé perfectamente de parte de quién te pondrías.
Esas palabras cayeron como un balde de agua fría sobre Key.
—¿Qué insinúas?
Axel entrecerró los ojos. Ni siquiera parecía arrepentido por sus palabras.
—Lo que los dos sabemos.
Sin decir nada más, Key se levantó y recogió su ropa. Siempre había sido
rápido, pero en esta ocasión batió su marca personal y se vistió en lo que
dura un parpadeo. Axel no volvió a mirarlo; estaba jugando a un ridículo
juego de marcianitos y parecía más interesado en él que en la discusión. En
circunstancias normales, a Key su indiferencia le habría molestado solo un
poco; ahora tenía ganas de gritar.
—Será mejor que me vaya —le dijo, esperando llamar así su atención.
No lo consiguió.
—Vale.
A la mierda.
Igual no tenían tan superado lo de Ben como querían creer.
Key se hizo con su chaqueta, se la pasó por encima del hombro y salió de
la habitación dando un fuerte portazo.
—No me digas que habéis vuelto a discutir —le recriminó Lissa. Axel se
metió una gran cucharada de puré de patata en la boca para evitar contestar.
Su amiga suspiró—. No me lo puedo creer.
—¿Qué te hace pensar que hemos discutido? —preguntó, tratando de
ganar tiempo.
Lissa señaló hacia las mesas del fondo del comedor, aquellas en las que
solo se sentaban los más populares del instituto y donde Key disfrutaba de
su comida con gesto serio.
Axel sintió un pinchazo en la boca del estómago.
—No te ha mirado cuando ha entrado —siguió Lissa.
—No se habrá dado cuenta de que estoy aquí.
—Siempre se da cuenta —añadió Dave.
—Bueno, ¡pues no lo sé! —espetó Axel, finalmente—. ¡Pero no ha sido
culpa mía! Fue él, que se puso raro de repente y se largó.
—¿Le has llamado para averiguar qué le sentó mal? —continuó su
amigo.
—Bueno, no, pero…
—¿Y por qué discutisteis, si se puede saber? —continuó Lissa.
Axel agachó la mirada.
Joder. Primero, Ben, y ahora Key. Últimamente lo único que hacía era
saltar de lío en lío.
¿Cómo explicarlo? ¿Cómo podía decirles a sus amigos que todo tenía que
ver con Ben, pero que en realidad no tenía que ver del todo con él sino con
Nico Rush? Lo tomarían por idiota.
Además, por muy enfadado que estuviera con su hermano, no pensaba
venderlo. Si algo le había quedado claro de la discusión que habían
mantenido el otro día era lo acojonado que estaba Ben por todo lo que el
pequeño mafioso le hacía sentir. Y Axel pensaba respetar sus tiempos.
—Son tonterías —se limitó a decir, esperando que sus amigos captaran la
indirecta.
Por suerte, lo hicieron.
—Vale. —Lissa dejó caer los hombros en un gesto de rendición y a Axel
no se le pasó por alto la forma en la que Dave le acarició la espalda para
reconfortarla. No se había dado cuenta de lo pegados que estaban. Un mes
atrás le habría resultado extraño; ahora no se los imaginaba de otra forma
—. Pero avísame cuando dejen de ser tonterías y quieras hablar de ello.
—Sabes que estamos aquí para lo que necesites, ¿verdad? —añadió
Dave.
Axel asintió. Sin poder evitarlo, dirigió los ojos hacia la mesa de Key y
sus amigos. Quiso la casualidad que el rubio alzara también la vista en esos
momentos. Fue una batalla corta.
Avergonzado, molesto, incómodo y frustrado, Axel fue el primero en
retirar la mirada.
—¿Y vosotros? —preguntó, más por la necesidad de cambiar de tema
que porque realmente necesitara saberlo. Axel siempre estaba al tanto de la
relación entre Lissa y Dave—. ¿Qué tal os va?
La reacción de sus amigos fue instantánea. Los dos enrojecieron y se
separaron el uno del otro, como si Axel acabara de pillarlos haciendo una
travesura.
—Bien —contestó Lissa.
—Muy bien —dijo Dave al mismo tiempo.
Y los dos enrojecieron aún más.
Axel tuvo que ocultar una sonrisa, mordiéndose el labio inferior.
—Me alegro.
—Sí. —Su amiga asintió—. Gracias.
—Mañana vamos a ir al cine —añadió Dave—. ¿Quieres venir?
—Oh, no, ni muerto. Seguro que os ponéis a hacer manitas. No quiero ir
de sujetavelas.
—No lo eres, no seas tonto.
—Lissa tiene razón. Que ahora estemos saliendo no quiere decir que ya
no queramos hacer planes contigo. Y como has peleado otra vez con Key…
Axel alzó una ceja.
—¿Os preocupa que me sienta solo?
Sus amigos no contestaron, y esta vez a Axel le resultó imposible ocultar
una sonrisa enternecida.
Desde que habían empezado a salir, Dave y Lissa le mandaban docenas
de mensajes al día. A veces le pedían consejos, especialmente Dave; otras
le hablaban sobre sus citas, como los lugares a los que quedaban para ir a
merendar o las películas que veían juntos. Axel sabía que sus amigos le
escribían tanto para que no se sintiera excluido, pero hacía tiempo que había
comprendido que, como pareja, era lógico que hicieran planes sin contar
con él. Y no pasaba nada. Si bien al principio de su relación sí que se había
sentido algo inquieto de que las cosas cambiaran entre ellos tres, ya no
quedaba nada de ese temor inicial.
—Aunque Dave y yo salgamos… seguimos siendo nosotros tres —
añadió Lissa—. Lo sabes, ¿no? Así que, si algún día quieres venir con
nosotros, por lo que sea, no habría ningún problema.
—Lo sé —contestó Axel sin un ápice de duda—. Pero preferiría seguir
manteniéndome al margen de vuestras muestras públicas de afecto. Tres son
multitud.
Lissa gritó algo que sonó muy parecido a «¡pero si casi no nos damos
besitos delante de la gente, idiota!», y Dave colapsó tanto que le lanzó a
Axel una servilleta. Lo único que él hizo como respuesta fue soltar una
carcajada.
Sí, puede que las cosas hubieran cambiado un poco entre ellos, pero lo
fundamental seguía ahí, y es que, pasara lo que pasara, Dave y Lissa eran
los únicos capaces de hacerle olvidar todos sus problemas.
El horario de Axel era un poco como una ensalada: tenía todo tipo de
asignaturas, cada cual más extraña que la anterior, y sin mucha conexión las
unas con las otras. A medida que llegaba el final del curso y veía su último
año en el instituto más cerca, la ansiedad sobre su futuro aumentaba.
Sabía que todavía era pronto, pero no podía evitar compararse con los
demás. Lissa, Dave, Key, Ben. Todos parecían tener claro cuál sería el
rumbo de su vida. Sin embargo, él ni siquiera sabía qué era lo que le
apetecía cenar, ni qué decir de la universidad.
Los A-Levels serían en un año y Axel tenía que decidir si se presentaba a
alguno o no.
—¿Por qué no pruebas arte? No es la asignatura que peor se te da. Estás
dentro del programa de los A-Levels, así que me imagino que tienes
intención de examinarte de alguno. Te recomendaría hacer cuatro, por si
acaso hay alguna materia que se te dé peor. Así te asegurarías tres notas
buenas.
«Pero es que yo no tengo tres asignaturas buenas», quiso decir, pero
guardó silencio.
El orientador escolar era un hombre bajito, con la nariz rechoncha y la
frente surcada por arrugas. Siempre ponía mucho empeño en su trabajo,
algo que a Axel le resultaba incomprensible por muchas razones. Nadie
aguantaría a chavales de instituto por voluntad propia. Ese hombre tenía
que tener una gran vocación o la paciencia propia de un monje budista.
—¿Matemáticas? Eso te aseguraría la oportunidad de optar a alguna
carrera de ciencias. Ah, pero aquí tus notas no son muy buenas… Bueno,
todavía tienes tiempo para mejorarlas y…
—No sé yo si las ciencias son lo mío —murmuró Axel.
El hombre lo miró y asintió.
—Entiendo. ¿Y los idiomas? Te pueden abrir las puertas a las carreras
internacionales. ¿Sabes hablar alguno?
—Sé un poco de español, pero lo básico. Lo suficiente para pedir una
tortilla. —Axel intentó bromear, pero al orientador no pareció hacerle
mucha gracia y él se encogió un poco en el asiento—. Lo que quiero decir
es que… he estudiado español desde primaria, pero no se me da muy bien.
Había docenas de papeles sobre la mesa: test de actitudes, sus
calificaciones y su expediente escolar. Si alguno pudiera darle una pista
sobre su futuro, Axel se aferraría a él como si se trataran del Santo Grial.
Sin embargo, sabía que era absurdo.
Ahí no había nada, porque dentro de él no había nada: ningún plan,
ninguna expectativa.
—Bueno —dijo al fin el orientador—. No todos los estudiantes van a la
universidad. Podrías tomarte un año sabático para intentar organizarte la
vida y…
—Bien, perfecto —lo cortó Axel. Se levantó de la silla y le estrechó la
mano de manera torpe—. Muchas gracias por todo.
—Sí, claro. Lo que quiero que comprendas es que…
Pero Axel nunca supo qué era lo que el orientador quería que
comprendiera, porque salió del despacho y cerró la puerta a su espalda.
Soltó un gran suspiro cansado.
Las reuniones con el orientador escolar eran una rutina para muchos
estudiantes, sobre todo para los de los últimos años. Por lo que él sabía,
Lissa ya había acudido dos veces a ese despacho, y Dave otras tantas, pero
Axel nunca había solicitado ninguna y, precisamente por eso, ahora lo
habían hecho llamar.
Había sido lo que se temía: una total pérdida de tiempo.
Solo quedaba un cuarto de hora para que finalizaran las clases, así que no
tenía mucho sentido volver al aula. Por eso, Axel dirigió sus pasos hacia las
puertas exteriores y salió a tomar un poco el aire.
Entonces, lo vio. El reflejo de una cabellera castaña saltando la valla.
«No te conviene, maldita sea, Axel Waters. No te metas en más líos, por
el amor de Dios».
Joder.
Antes de pensarlo más, sus pies ya habían echado a andar hacia él.
—¿Haciendo pellas? —preguntó.
Nico Rush le devolvió la mirada desde el otro lado.
—¿Y tú?
—Acabo de tener una reunión con el orientador. —Axel torció el gesto.
No sabía por qué se lo estaba contando a él, pero Nico lo había pillado en
mal momento y Axel parecía tener la lengua más suelta de lo normal—.
Tengo permiso para estar aquí.
—Por lo que puedo ver no te ha ido muy bien.
—No, la verdad es que no.
Silencio.
Y la voz de Nico:
—¿Quieres venir?
Axel parpadeó, sorprendido por su proposición. Y, sorprendiéndose
todavía más a sí mismo, asintió.
—Vale.
Nico no era una persona muy habladora. De hecho, sacarle alguna frase que
no fuera una pulla o un comentario sarcástico era toda una proeza.
El chico se mantuvo en silencio mientras Axel saltaba la valla —no sin
cierta dificultad—, y siguió sin decir palabra cuando ambos echaron a andar
hacia la parada de bus. Pillaron la línea que iba en dirección contraria al
centro de la ciudad y Nico lo obligó a apearse en lo que parecía un
descampado.
—¿Seguro que es buena idea venir por aquí? —preguntó Axel por cuarta
vez. El barrio en el que se encontraban era lo que lo que cualquiera
calificaría como peligroso. Solía salir en las noticias por problemas de
trapicheos o por apuñalamientos. Era un lugar que él jamás habría pisado
por voluntad propia.
No así Nico, al parecer. Caminaba por las calles como si se las conociera
de memoria.
—No sabía que fueras un gallina.
—No soy un gallina —espetó él—. Lo que soy es responsable. Y creo
que le tengo un poco más de aprecio a mi vida que tú.
—Eso es verdad —contestó Nico, con su típica voz monocorde y ningún
brillo en su mirada.
Axel abrió la boca para preguntar por qué siempre era tan tétrico, pero la
cerró cuando el mafioso se paró frente a una gasolinera. Sin esperar a ver si
lo seguía o no, el chico entró y Axel tuvo que apresurarse para no quedarse
atrás. El local estaba vacío y las luces de neón que lo iluminaban
parpadeaban de manera intermitente. Axel había visto las suficientes
películas de terror como para reconocer que ese escenario era propio de una
de ellas. Un escalofrío le recorrió la espalda.
El dependiente era un joven un poco mayor que ellos. Tenía la sombra del
bigotillo sobre el labio superior y serios problemas de acné. Leía una revista
de manera distraída, sentado con los pies apoyados en el mostrador. No
parecía haberse percatado de su presencia, lo que extrañó a Axel.
¿Cuánta gente iría a comprar allí? Si fuera él, estaría hasta desesperado
por un poco de conversación.
—¿Tienes pensado quedarte ahí parado como un pasmarote? —le
preguntó Nico.
Axel dio un respingo.
—¿Por qué estamos aquí?
Nico alzó una ceja; ahora lo miraba como si fuera idiota.
—¿No tienes hambre?
—Siempre tengo hambre, pero… me he dejado mis cosas en el instituto y
no llevo dinero encima y…
Nico sonrió.
—¿Quién te ha dicho que vayamos a pagar?
Una alarma se encendió en la cabeza de Axel, que miró de nuevo al
dependiente y luego a Nico.
—¿Qué? ¡¿Qué insinúas!? ¡No podemos…, ya sabes, r-o-b-a-r! —
susurró, casi a gritos.
El mafioso bufó con sorna. Empezó a coger un montón de bolsas de
patatas fritas, chocolate, gominolas y refrescos y las echó en una cesta.
Parecía tan tranquilo como de costumbre.
—Deja de montar un numerito. Tampoco he dicho que vayamos a robar.
Axel enmudeció y retrocedió un par de pasos. Se negaba a tocar nada, no
fuera a dejar sus huellas dactilares en algún lugar por error. Acababa de
cumplir los diecisiete, joder. ¡Era muy joven para ir a la cárcel!
—¡Nico! ¡Esto no está bien!
El aludido no le contestó. Terminó de escoger las provisiones y, con la
misma parsimonia con la que había entrado, se dirigió a la salida. Pero antes
de cruzar la puerta se giró hacia el chico del mostrador.
—¡Gary! —lo llamó, y el tal Gary alzó la cabeza—. Me llevo esto.
—Vale.
Axel abrió la boca como un pez. Su cuerpo estaba paralizado, tan
sorprendido que ni siquiera se percató de que Nico ya había salido hasta que
no escuchó su nombre.
—¡Venga, muévete!
Estaba siendo el día más raro de su vida.
El siguiente lugar al que fueron no quedaba muy lejos de la gasolinera.
Se trataba de un viejo almacén abandonado, con grafitis en las paredes,
maleza por todas partes y marcas de meadas a lo largo de toda la fachada.
En teoría, estaba cercado con una valla, pero Nico abrió la puerta con el
hombro y le indicó que lo siguiera con la cabeza. Axel dudó. No parecía
una propiedad privada, pero tampoco creía que fuera seguro colarse en un
lugar con colillas de porros y jeringuillas tiradas por los suelos.
«A la mierda. Ya has llegado hasta aquí. No dejes que te vuelva a llamar
gallina».
Sacó su móvil del bolsillo, le mandó la ubicación a Lissa por si acaso y
siguió al más pequeño.
El interior estaba mal iluminado; Nico fue encendiendo pequeñas
linternas de camping a su paso. Poco a poco y gracias a ello, Axel pudo
apreciar mejor dónde se encontraban. Se trataba de una nave diáfana con
techos altos, paredes de ladrillos desteñidos y grandes ventanales deslucidos
por el sol o por los años. En el centro había un par de sofás con los muelles
rotos y sillas disparejas, una mesa improvisada hecha con palés de madera
sobre la que ahora descansaba la cesta con las bolsas de comida y, junto a
estos, una neverita portátil de la que Nico sacó dos latas de cerveza.
Tendió una en su dirección.
—Gracias, pero no bebo. —Axel arrugó la nariz. Nico se encogió de
hombros, volvió a guardar la lata y abrió la suya. Se dejó caer sobre uno de
los sofás, aunque Axel no lo imitó.
—¿Qué es este lugar? —preguntó.
Nico le dio un trago a su cerveza antes de contestar.
—Mi hogar.
Axel echó un vistazo en derredor, dándose cuenta de pequeños detalles
que antes había pasado por alto. La mesa tenía pequeñas muescas, como
dibujos o marcas de vasos. Una de las sillas tenía el nombre de Nico escrito
con caligrafía irregular. Al fondo de la nave había un par de colchones que
él no habría tocado ni a punta de pistola. De solo imaginarse la cantidad de
ácaros que tenía que haber en esa superficie se ponía enfermo.
«No tiene pinta de ser un lugar habitable, ya no digamos un hogar».
—¿Por qué me has traído aquí? Y no me digas que es porque te apetecía.
Tú nunca haces nada por casualidad.
Nico guardó silencio. Se inclinó hasta coger una bolsa de patatas fritas y
la abrió. Se llevó un par de patatas a la boca y el crujir de su mandíbula
llenó el lugar, rebotando en las paredes a causa del eco. El estómago de
Axel rugió. Avergonzado, su rostro no pudo evitar enrojecer.
—¿Por qué no coges una? Son de queso —dijo Nico con una sonrisa
divertida.
A la mierda.
Mascullando un taco en voz baja, Axel le arrebató la bolsa y se dejó caer
en el sofá junto a él. Se clavó un muelle en el trasero y pegó un bote,
sorprendido.
Joder.
—No te entiendo, de verdad que no —espetó. Se llevó un buen puñado
de patatas a la boca y masticó—. Penzé que de caía dal…
—Y me caes mal.
Axel tragó.
—¿Entonces? ¿Por qué me traes aquí? ¿Quieres matarme para vender mis
órganos en el mercado negro?
—No soy un buen vendedor. Y odio mancharme las manos.
—Eres insoportable.
—Es por Ben —dijo.
—¿Por Ben?
Nico sonrió; volvió a beber y cruzó una pierna por encima de la otra.
—¿Sabes? Los Waters sois unos románticos. Pensáis que el amor lo
puede todo y es como si vierais la realidad como un cuento de hadas.
—Eso no es verdad —gruñó Axel, empezando a molestarse. No quería
defender a Ben, pero no le gustaba ni un pelo que Nico lanzara conjeturas
sobre su vida sin conocerlo.
—Sí, sí lo es. He visto vuestra casa. En comparación al resto de hogares
por los que yo he pasado es un puñetero palacio. Bueno, a los míos ni
siquiera se les podía considerar un hogar.
Axel lo miró. Ya no le apetecían tanto las patatas fritas.
—¿No tienes…? —carraspeó, incómodo—. ¿No tienes casa?
La sonrisa de Nico fue tétrica y prepotente.
—Ahora sí la tengo.
—Ehm… Es… ¿esta?
—No, mierda, no. Pero a veces me gustaría que lo fuera. Aquí es donde
veníamos los chicos del orfanato cada vez que nuestras familias de acogida
nos trataban como una puta basura.
De no ser por su postura relajada, Axel habría creído que se trataba de un
tema doloroso para Nico. Al menos, para él lo sería. Pero el chico tenía la
espalda cómodamente apoyada sobre el respaldo del sofá y seguía dándole
pequeños sorbos a la cerveza. O era muy buen actor o, en definitiva, el
pequeño mafioso en realidad era un títere vacío haciéndose pasar por un
humano.
A Axel le hubiera gustado hacerle un millón de preguntas. ¿Por qué
acabaste en un orfanato? ¿No tienes padres? ¿Cuántas familias de acogida
has tenido? ¿Por qué sigues viniendo aquí, aunque ahora sí que tienes una
casa?
Pero no lo hizo.
—¿El dependiente de la gasolinera era uno de los vuestros? —preguntó,
en su lugar.
—No somos una secta.
—Joder, ya lo sé.
—Sí. Era uno de los nuestros.
—¿Por qué me cuentas todo esto? No somos amigos.
A Nico le costó toda una eternidad contestar.
—Porque yo te ayudé una vez. ¿Te acuerdas? Cuando me pediste la
dirección del rubio idiota y te di aquel consejo que no tomaste.
A Axel se le atoró la lengua y el corazón le bombeó con fuerza.
Lo recordaba. Fue aquel sábado, cuando apenas había comenzado a
quedar con Key y las dudas todavía le carcomían las entrañas.
«—¿Por qué me ayudas? Una persona como tú no haría nada sin
conseguir algo a cambio».
«—De momento, nada. Pero sé que me serás útil en el futuro».
Al parecer el futuro era hoy.
—¿Qué quieres de mí?
—Convence a Ben —le dijo Nico, serio de repente—. Convéncelo de que
lo nuestro no fue nada, de que se lo imaginó todo. Haz lo que sea para que
deje de estar enamorado de mí. Métete en mi vida, en su vida, me da
absolutamente igual cómo lo hagas. Haz que me odie. Solo hazlo.
Axel guardó silencio.
Ni siquiera le salían las palabras.
—¿Por qué? —preguntó, con un fino hilo de voz—. Os escuché. Ya lo
dejasteis. Creía que las cosas estaban claras entre vosotros.
—Entre nosotros nunca hay nada claro. Ben se va, o me voy yo, pero
siempre volvemos.
—¿Qué tiene que ver esto conmigo? No quiero meterme en una discusión
de enamorados.
Nico entrecerró los ojos.
—No estamos enamorados.
—Mi hermano sí.
—Pues haz que ya no lo esté.
Axel resopló y se apretó con fuerza el puente de la nariz.
—No lo entiendo. No tiene sentido.
—No necesito que lo entiendas: solo hazlo. Lo de tu hermano fue un
error de cálculo con el que no contaba, y estoy empezando a aburrirme de
toda esta situación. Es lo mejor para los dos.
Axel lo miró y, por primera vez, casi se sintió como si lo conociera. Pudo
verlo como lo que era en realidad: un chico de no más de dieciséis años con
serios problemas afectivos y con un miedo atroz al amor.
«Está… asustado. Porque siente por Ben más de lo que esperaba sentir y,
lo que es peor, es correspondido. Y no sabe qué hacer. Por eso… dice que
se aburre, pero no es aburrimiento; lo que quiere es huir».
Axel no conocía su historia completa, ni lo necesitaba. No importaba;
porque, aunque Nico estuviera enamorado de Ben, no sería capaz de
corresponderlo. No serían una pareja normal, no de momento, al menos.
Porque el chico no estaba listo para ello y por mucho que Ben lo intentara
no podría cambiarlo.
Su hermano no podía esperarlo eternamente, y Nico no quería que lo
hiciera. Era listo y sabía que no sería justo para ninguno de los dos.
—¿Qué te hace pensar que Ben me hará caso? No nos llevamos bien. De
hecho, nos odiamos y nuestra relación no está pasando por su mejor
momento.
Esta vez, Nico no tardó ni un solo segundo en contestar.
—Porque, si alguien puede hacerlo, ese eres tú. Ben haría cualquier cosa
por ti.
La llamada sorprendió a Key en medio de la noche.
—¿Axel? —preguntó, con la voz somnolienta. Se incorporó para
encender la lámpara de la mesilla y miró la hora en el despertador—. Son
las dos de la mañana.
—Lo siento —murmuró el chico al otro lado de la línea—. Es solo que…
Lo siento —repitió. Y esta vez Key sabía que Axel no se disculpaba por
haberlo despertado.
—No importa —dijo, y lo decía en serio—. ¿Qué ocurre? ¿Estás bien?
Silencio. Un segundo, dos, tres.
De no ser porque Key podía escuchar la respiración de Axel, habría
pensado que le había colgado.
—No me gusta estar enfadado contigo —susurró, al final.
—A mí tampoco. Ha pasado solo un día y medio y ya estoy desesperado.
—Key rio un poco—. Míranos. Parecemos dos idiotas.
—Porque lo somos.
—Eh, esperaba que me gritaras «¡eso lo serás tú, gorila estúpido!», o algo
del estilo.
—Bueno, es que esta vez el que se comportó como un idiota fui yo. No
estuvo bien eso que insinué. Y quiero que sepas que… —Axel dudó un
poco antes de continuar—. No creo lo que dije. No creo que te pusieras del
lado de Ben, ni del mío. No quiero que pienses que te obligaría a elegir.
Dios, eso sería horrible.
Key soltó el aire que no sabía que estaba conteniendo.
—¿De verdad?
—Sí. Sé que Ben y yo pertenecemos a dos esferas diferentes en tu vida.
Me sigue costando un poco, pero está bien.
Key se echó hacia atrás hasta que se reclinó de nuevo contra el colchón.
Podría haber llorado del puñetero alivio.
—Yo también quiero pedirte perdón. No debería haberme puesto tan
pesado tratando de sacarte el motivo de tu discusión con Ben.
De nuevo, Axel guardó silencio durante un largo rato.
—Oye, Key… —Su tono de voz, tan serio, hizo que un escalofrío
recorriera la espalda de Key—. ¿Tú crees que Ben me odia?
—No —contestó él, sin dudar—. No te odia. Eres la persona más
importante de su vida. Y ¿sabes una cosa? No creo que tú lo odies, aunque
te empeñes en decir lo contrario.
—No, no lo odio —admitió.
Key silbó, sorprendido.
—Vaya, cucaracha. Esta está siendo una noche cargada de sorpresas.
Dime, ¿hay algo más que quieras confesarme? Como, por ejemplo, que
tienes un cadáver escondido dentro del armario y que necesitas mis
conocimientos médicos para deshacerte de él.
Por fin, Axel rio un poquito.
—No seas gilipollas. Te he puesto demasiadas películas de miedo y te
han podrido el cerebro.
—Es posible.
Volvieron a reír, esta vez de una manera tan escandalosa que tuvieron que
chistarse el uno al otro para evitar despertar a los miembros de sus
respectivas familias.
—Buenas noches, Key —susurró Axel, cuando ambos se hubieron
calmado un poco. Pero antes de que el chico pudiera colgar Key lo detuvo.
—Espera. No cuelgues —le suplicó—. Háblame de algo. De cualquier
cosa.
—Mañana tenemos clase.
—Y llegaremos los dos igual de dormidos.
Axel lo meditó y soltó un suspiro. Se había rendido, y Key no pudo evitar
sonreír.
—¿De qué quieres que te hable?
—Explícame cómo es posible que esos niños pensaran que era una buena
idea resucitar a su madre.
—Nos estamos metiendo en terreno farragoso. ¿Seguro que quieres que
te hable sobre Fullmetal Alchemist? Porque sabes que una vez que empiezo
luego no puedo parar.
—Quiero escuchar tu voz.
Key no podía verlo, pero supo que Axel había enrojecido.
—Idiota —le susurró.
Y el rubio sonrió otra vez.
—Siempre por ti, cucaracha. Siempre por ti.
Dos semanas después de su conversación con Nico, Axel todavía no sabía
cómo enfrentarse a Ben. Aunque, haciendo honor a la verdad, ni siquiera lo
había intentado. Tenía graves conflictos internos con respecto a la petición
del mafioso.
Para empezar: ¿quién era él para meterse en la vida de Ben? La última
vez que lo había hecho ambos habían acabado muy mal. Además, Nico y él
no eran amigos; Axel no tenía que obedecer sus órdenes, aunque le debiera
un favor. Y, de todas formas, ¿qué clase de favor era ese?
Entendía a Nico, para su sorpresa y muy a su pesar. A él también le había
costado darse cuenta de que estaba enamorado de Key y, aún a día de hoy,
había días en los que su relación se le hacía cuesta arriba. Y no solo por las
tontas discusiones, o por el bullying y los comentarios malintencionados de
la gente. Era porque tenía que lidiar a todas horas con un sentimiento de
inferioridad que lo empequeñecía y que hacía que tuviera ganas de
mandarlo todo a tomar por saco y huir. Pero no lo hacía porque quería a
Key y había decidido estar con él con todo lo que eso conllevase, bueno o
malo.
No se arrepentía. Ya no.
Nico era huérfano, o eso había insinuado. Axel nunca lo había visto
juntarse con nadie en el instituto. Ahora tenía casa, según le había dicho,
pero eso no implicaba que tuviera una familia. Axel no sabía cómo
funcionaba el sistema de acogida en su país; era tan privilegiado que jamás
se lo había planteado. Por eso, durante los días posteriores a su escapada
con Nico, Axel había hecho una rápida búsqueda en internet, y lo que había
leído le había revuelto el estómago. No era lo habitual, afortunadamente,
pero sí que se habían reportado casos de abusos, abandono e incluso de
hacinamiento en casas prefabricadas sin apenas espacio para los chavales.
«¿Nico ha vivido así toda su vida?».
Axel tenía un hogar, un techo sobre su cabeza, comida caliente y una
cama en la que dormir. Su relación con sus padres no siempre era buena,
pero se querían. Y, por mucho que odiara admitirlo, tenía a Ben. No estaba
solo. Nunca lo había estado. Tenía una familia.
Se suponía que el hecho de que su hermano hubiera aparecido en la vida
de Nico era bueno, ¿no? Porque ahora Nico sabía lo que era amar y ser
correspondido, por mucho que lo aterrara. Y si había algo de lo que Axel no
tenía ni la menor duda era de que Ben estaba profundamente enamorado del
mafioso. La pregunta era… ¿por qué Nico estaba dispuesto a renunciar a
ello? ¿Por miedo? ¿O había algo más? Y lo que era peor, lo había
involucrado a él. Axel empezaba a sospechar que, en el fondo, Nico y él
eran muy parecidos. Conocía la cobardía en cuanto la veía.
Podría haberle pedido cualquier cosa, maldita sea.
«Esta es la última vez que hago un trato con el demonio».

—Oye, Key, ¿cómo rompes con una persona?


El rubio se giró como un resorte, de una manera tan brusca que rebotó
hasta el colchón. Había perdido todo el color de su semblante.
—¿Quieres romper conmigo?
—¿Qué? ¡No! ¡No seas idiota!
Key suspiró y se dejó caer de nuevo sobre la cama.
—Dios, casi me da un infarto.
—Lo siento mucho —murmuró Axel. Con la culpabilidad mordiéndole la
tripa, se acercó a él.
El rubio estaba tumbado bocabajo, con los brazos debajo de la almohada.
Axel, sentado a su lado, lo miraba desde arriba y gracias a su posición podía
apreciar cada músculo de su espalda desnuda. Con la yema de los dedos,
empezó a recorrer la piel de Key de manera distraída, deteniéndose en cada
línea visible que encontró: los omóplatos, la columna vertebral.
—¿Por qué me lo preguntas? —Key alzó la vista. Parecía relajado, pero
sus ojos permanecían en alerta y Axel podía apreciar algo de tensión en su
postura.
—Por nada —mintió él. Decir «porque Nico me ha pedido que rompa la
relación que tiene con mi hermano y es jodidamente irónico, porque ni
siquiera sé cómo romper una relación y sé que tú tienes experiencia en ese
campo» no le parecía apropiado, dada la situación en la que se encontraban.
Por eso, decidió guardar silencio mientras bajaba más y más las manos
hasta detenerse en el trasero de Key. Incluso con la tela de las sábanas por
encima se veía esculpido y fuerte.
Era curioso, pero Axel nunca había sido muy dado a tocar esa parte del
cuerpo de Key. Ahora, y desde que el rubio le había hecho La Proposición,
se le iba la vista hacia allí, y buscarlo con las manos le parecía algo
inevitable.
No pudo evitar enrojecer, y a punto estuvo de retirarse cuando la voz de
Key lo detuvo.
—No pares —le susurró.
El corazón de Axel bombeó con fuerza mientras apartaba la sábana.
«Quiero morirme de la vergüenza, maldita sea. Pero no quiero parar».
Acababan de hacerlo hacía poco. De hecho, desde que habían hecho las
paces lo hacían muy a menudo. También hablaban, tenían citas, se reían,
bromeaban y discutían, pero… «Ya sabes el dicho: la primavera el cuerpo
altera…».
Los Waters estaban haciendo unas jornadas maratonianas en el trabajo
para tenerlo todo a punto para las vacaciones de verano y, desde su
discusión, Ben evitaba pasar tiempo con Axel. Así que Key solía venir para
hacerle compañía. Siempre comenzaban su tiempo de la manera más
inocente del mundo: jugaban a videojuegos, comían chucherías o veían
alguna película o serie. Sin embargo, entre unas cosas y otras, las manos no
tardaban en buscar el cuerpo contrario y ambos terminaban enredados entre
las sábanas.
«Podría acostumbrarme a esto», solía pensar Axel cuando Key le lamía la
piel del cuello y colaba las manos en sus pantalones en busca de su
miembro.
Y vaya si lo había hecho.
Además, desde que Key le había dicho que le gustaría que, algún día,
fuera Axel quien lo hiciera, experimentaban más. Al principio de manera
tímida, y luego con más confianza. Ahora no era siempre Key quien tomaba
la iniciativa. Todavía no habían llegado hasta el final, no de esa forma, pero
Axel estaba empezando a conocer partes del cuerpo del rubio que
desconocía, a producirle reacciones nuevas, a descubrir otras formas de
tocarle y de hacerle sentir placer.
Sin embargo, esta vez no pudieron llegar demasiado lejos.
Una tos proveniente de la puerta les heló la sangre.
—Por lo menos podríais haber cerrado.
Era Ben.
Con el rostro pálido por el horror, tanto Axel como Key dirigieron su
mirada hacia el intruso.
Si Axel tenía aspecto de querer morirse, su mellizo estaba lívido; como si
hubiera visto un fantasma.
—Ben —saludó Key, con una entereza que Axel envidió—. Qué hay.
Su hermano no pudo contestar; un escalofrío recorrió su cuerpo de arriba
abajo y, lanzándoles una última mirada difícil de interpretar, cerró la puerta.
Axel aguantó la respiración hasta que escuchó a Ben trastear en su
dormitorio. Y luego actuó. Se alejó de Key y se levantó de la cama de un
salto.
Quería morirse.
—Mierda —masculló.
Key se incorporó sobre la cama y Axel solo pudo enrojecer por la visión
de su cuerpo desnudo.
—¿Es demasiado tarde para ofrecerte un cerrojo por tu cumpleaños?
—¡Mierda! —repitió él.
Esta era, sin lugar a dudas, la situación más incómoda de su vida.
Ya no estaba seguro de poder mirar a su hermano a los ojos cuando se lo
encontrara por la casa.
A Axel le hubiera gustado tener dinero para comprar un billete de avión que
lo llevara lo más lejos posible de Inglaterra, como a las Islas Marianas,
Australia o Argentina. Cualquier destino era mejor que permanecer en casa
junto a Ben, y más después de la Gran Pillada.
Por desgracia, era pobre, y mudarse a Tombuctú no borraría lo ocurrido.
Además, todavía estaba el favor de Nico, así que a la mierda: había llegado
el momento de hablar con su mellizo.
—Buenos días —lo saludó a la mañana siguiente.
Ben alzó la cabeza, con la cuchara a medio camino entre el bol de
cereales y la boca.
—Hola —dijo, de manera escueta, y le retiró la mirada para volver a
centrarla en su desayuno.
Empezaban bien.
Axel hizo de tripas corazón, agarró un paquete de galletas y un vaso de
leche y se sentó en su silla habitual.
Solo estaban ellos dos en la cocina, así que nadie los interrumpiría.
Además, era sábado y, por lo que Axel sabía, Ben no tenía planes. Era ahora
o nunca.
—Oye… —empezó Axel mientras mojaba una galleta de una forma
falsamente distraída—. Sobre lo que pasó…
—No, joder, no —exclamó Ben de una forma tan agitada que a Axel se le
escurrió la galleta de las manos, que cayó de forma seca dentro del vaso—.
No quiero hablar del tema.
—No es…
—Key ya me mandó un mensaje por la noche —continuó—. Lo único
que quiero es olvidar para siempre lo que vi, cosa que será muy difícil,
porque te juro que si cierro los ojos se me viene la imagen a la cabeza y…
—Un escalofrío recorrió la espalda de su hermano—. Creo que voy a
vomitar.
—¡Bueno! —Axel enrojeció—. ¡Podrías haber avisado de que venías!
¡Creí que estábamos solos!
—¡¿Y yo qué sabía!? ¡No pensaba que estuvierais haciendo… eso!
—¡¿Qué esperabas!? ¡Salimos juntos y hay veces en las que nos
apetece…!
Ben se tapó las orejas con las manos.
—¡Arg, basta!
—¡Pero si has empezado tú!
Ben guardó silencio mientras Axel plantaba su vista sobre la mesa,
demasiado mortificado como para moverse.
Igual había descartado la opción de la mudanza demasiado pronto.
«Al menos, siempre me quedará abrazar el celibato».
Tras ese breve intercambio de palabras, los mellizos Waters guardaron
silencio un buen rato. No se atrevían a mirarse el uno al otro.
¿En qué momento se había vuelto tan complicada su relación con Ben?
Axel echaba de menos esos días en los que la mayor de sus discusiones era
por no haber cambiado el rollo de papel del váter. Ahora se sentía como si
un gran abismo los separara, y daba igual lo que hiciera: era casi imposible
cruzar al otro lado.
Era ese «casi» al que se aferraba ahora.
Ben se terminó sus cereales antes de que Axel se diera cuenta y se
levantó. Se dirigió hacia la pila, mojó un poco el bol y habría salido de la
cocina de no ser porque él lo agarró del brazo.
—Espera —le dijo.
Ben se soltó de manera brusca.
—¿Y ahora qué? Tengo que hacer un trabajo de Literatura y…
—Quiero hablar sobre Nico.
Su hermano enmudeció y su rostro adoptó una tonalidad blanquecina.
Tardó toda una eternidad en reaccionar.
—No quiero hablar de él.
—Por favor —suplicó Axel. Y quizás fue por su tono de voz, o porque
jamás le había pedido nada, pero Ben retrocedió sobre sus pasos y volvió a
sentarse sobre la silla.
Tenía una postura tensa y la mirada plagada de hostilidad, pero Axel se
otorgó un minipunto a sí mismo internamente.
—¿Qué quieres saber?
Esta vez fue él a quien le llevó un rato contestar.
—¿Desde hace cuánto?
—Casi un año.
Axel parpadeó con sorpresa.
—¿Más tiempo que Jane?
—El que más.
—Vaya… No sé qué decir.
—¿Tan raro es? Soy de relaciones largas.
Axel bufó.
—Sí, claro. Pero si te has acostado con medio instituto.
—Eso no es verdad. Solo me he acostado con dos personas en mi vida.
Anonadado, Axel abrió la boca en una exagerada «o».
¡Imposible! Todo el mundo lo decía: Ben era tan ligón como Key. A lo
largo de su vida siempre había escuchado cientos y cientos de rumores,
siempre susurrados en los pasillos del instituto o en medio de alguna clase.
«Ben me ha besado». «Salí con Ben Waters y fuimos al cine». «Ben me
acompañó a casa». «Ben se me ha declarado».
—¿Por qué me miras así? —le espetó su hermano.
—Porque me cuesta creerlo.
Ben suspiró.
—Mira, Axel… No sé qué visión tienes de mí, pero no es la realidad. Sí
que he salido con chicas. Me gusta ligar, y cuando creces junto a Key
acabas por adquirir algo parecido al orgullo y la competitividad, pero…
Perdí la virginidad con Jane y luego solo me he acostado con Nico. Nunca
he intentado llegar a más con otras chicas. No soy así.
—Entonces… la cita con Johanna…
—¿Cómo sabes tú lo de mi cita?
Arg, mierda.
Axel tomó aire.
—Fue cosa mía. Pensé que… acababas de romper con Jane y estabas
insoportable y quería sacarte de casa y… ¡No me mires así!
—¡Es que no me lo puedo creer! —Su hermano hizo un gesto exagerado
con las manos—. ¿Por qué siempre te metes en mi vida?
—¡Ya, lo siento, maldita sea! ¡Sé que no debería haberlo hecho! Pero no
pensé que… ¡Yo creía que saldría bien!
—¡Pues no! ¡En esa época ya me estaba viendo con Nico!
—¿Y por qué saliste con ella?
Ahora fue el turno de su hermano de guardar silencio durante un buen
rato.
—Porque… —Tosió un poco, algo avergonzado—. A principios de curso
pensaba que lo que sentía por Nico era curiosidad. Solo… Nos habíamos
acostado un par de veces y… —Su voz perdió intensidad y el menor de los
Waters enrojeció. Axel parpadeó sorprendido. No sabía que su hermano
fuera tan tímido—. Creí que sería buena idea salir con ella para ver si… No
sé. Para ver si lo de Nico era una fase o si era algo más y… ¡Estuvo fatal!
Es como si la hubiera utilizado y todavía me arrepiento.
»Traté de explicárselo después. Y fue fácil, al principio. Johanna era mi
amiga y me confesó que había hecho lo mismo conmigo, que no podía
olvidar a su ex y que solo quería comprobar si seguía queriéndolo. Y estuvo
bien; quiero decir, me sentí aliviado al confesarle la verdad, pero las cosas
se pusieron raras porque eso no es algo que se le hace a un amigo, los dos lo
sabíamos, y ahora casi no nos hablamos.
Axel tragó saliva mientras la culpa se posaba dentro de su estómago.
—No lo sabía… Dios. Qué mal. Esto también es culpa mía.
—Después de eso me di cuenta de que lo que sentía por Nico era algo
grande. No estaba al mismo nivel que Jane, pero… el chico me gustaba. Y
seguimos quedando para acostarnos. Solo era sexo, siempre lo dejamos
muy claro. O, al menos, él siempre lo dejó muy claro. Pero había veces en
las que… joder. Había veces en las que hablábamos y él sonreía y yo me
sentía especial, y lo que al principio no era nada pronto se convirtió en algo
gordo. Pero decidí callarme mis sentimientos hacia él porque no quería
perderlo.
Axel guardó silencio. No sabía qué esperaba de esa conversación, pero,
desde luego, no que Ben se abriera tanto.
Su hermano siempre había sido como un grano en el culo y Axel estaba
seguro de que no importaba lo que ocurriera: jamás conseguiría llevarse
bien con él. Eran demasiado diferentes. Ahora empezaba a dudarlo. No
conocía al Ben que estaba sentado junto a él. Pero ¿y si este era el
verdadero Ben? El Ben que Key había amado, al que sus padres adoraban,
el que en realidad era un buen chico; algo bromista, sí, pero serio y
responsable —a su manera—, el Ben al que Axel se había negado a ver por
sus prejuicios y por su orgullo tonto e infantil.
—Nico habló conmigo —confesó Axel, su voz un susurro en la cocina de
pronto silenciosa—. Me pidió que hiciera lo que fuera con tal de que te
alejaras de él.
Los ojos de Ben se llenaron de dolor.
—Vaya… Tiene que odiarme mucho…
—No —le cortó Axel, sorprendiéndolo—. Está locamente enamorado de
ti.
Su hermano desechó sus palabras con una negación de cabeza, como si lo
hubieran noqueado de un puñetazo.
—Tú no lo conoces, Axel, no como yo. Nico es la persona más sincera
del mundo. Si te ha dicho que te deshagas de mí es porque…
—En ningún momento me dijo que no te quisiera. Solo que habías sido
«un error de cálculo». Ben, creo que solo está asustado. No sé mucho de su
vida, pero… no ha tenido que ser fácil. ¿Crees siquiera que sabe cómo
funciona el amor? O peor aún, ¿crees que sabe lo que es? ¿Lo que se siente?
¿Lo que significa un amor sano y correspondido?
Ben enmudeció; se pasó la lengua por los labios mientras sus mejillas
perdían algo de color.
—Yo lo he intentado —murmuró—. Quise… quise explicárselo. Quise
que lo sintiera. Quise que supiera que lo amaba y que podía confiar en mí,
pero lo único que conseguí fue espantarlo.
—Porque no es tan fácil. Yo sabía que podía confiar en Key. Sabía que
me correspondía y sabía que ya no sentía nada por ti, pero hasta que no
pasó el tiempo no estuve listo para procesarlo y para perdonarlo.
—¿Y si no ocurre, Axel? —La desesperación tiñó la voz de su hermano
—. ¿Y si no se da cuenta nunca? No puedo obligarlo a que cambie. Y no
quiero que lo haga, porque me gusta así. Pero no puedo obligarlo a que me
ame, o a que admita que me ama. No puedo hacerlo, porque le haría daño y
no quiero que sufra más. Y yo tampoco quiero sufrir. Estoy cansado.
—Lo sé… Solo… —Axel dudó—. Es que creo que ambos os merecéis
una oportunidad.
Su hermano agachó el rostro y no volvió a hablar. Parecía sumido en sus
pensamientos, así que Axel aprovechó el momento de reflexión para
comerse una galleta.
No esperaba que Ben quisiera tanto a Nico. Pensaba que sería un
capricho, algo pasajero, un amor más propio de la lujuria adolescente que
algo serio. Pero eso era antes de empezar a comprender que su mellizo no
era como había creído.
Por desgracia, sabía que su hermano tenía razón: no había nada que él
pudiera hacer o decir para que Nico lo correspondiera.
—¿Me das una galleta? —preguntó Ben.
Axel asintió de manera torpe y le tendió el paquete entero.
—No sabía que te gustaran estas galletas. Pensé que cuidabas más tu
línea como deportista. Quiero decir, Key lo hace. Come pizza y
hamburguesas y chucherías, pero no tanto como yo. Luego sigue una dieta
alta en proteínas y calorías. Creí que… Bueno, tú solo desayunas Frosties.
—Es que yo no quiero ser deportista al nivel de Key. —Ben sacó una
galleta y le dio un mordisco de muy buena gana—. Y los Frosties están
buenísimos. No los subestimes.
—¿No quieres seguir con el atletismo después del instituto? —preguntó
Axel, tan sorprendido que las cejas le llegaron hasta el nacimiento del pelo.
—No lo sé. Igual sí, pero no de forma profesional. Voy a estudiar
Literatura Inglesa en Cambridge. Ya he hablado con el orientador escolar y
con papá y mamá para que me ayuden con mi solicitud.
A Axel se le atragantaron un par de migas rebeldes y tosió de manera
escandalosa.
—¿¡En Cambridge!? ¡Pero si eso está como a tres horas de distancia de
aquí!
—Lo sé. ¿Por qué me miras así? Era lo que querías, ¿no? Que me largara
de casa.
«Sí, pero…».
Era extraño. Que Ben se fuera de casa había sido el sueño de Axel
prácticamente desde que sus padres habían empezado a dejarlos solos. Sin
embargo, ahora que sabía que se haría realidad no le hacía tanta gracia.
«Tendría que estar eufórico, pletórico, contentísimo… ¿Por qué me siento
tan mal?»
—¿Lo sabe Key? Y, bueno, Hill y Conrad. ¿Lo saben?
Ben ladeó la cabeza; su semblante había adoptado una mueca
complicada.
—Saben que quiero estudiar Literatura Inglesa —concedió—. Pero aún
no les he dicho dónde.
—Te van a echar muchísimo de menos —murmuró él, sin pensar.
Los ojos grises de Ben casi parecieron brillar cuando le preguntó:
—¿Y tú? ¿Tú lo harás o celebrarás una gran fiesta y te quedarás mi
cuarto como sala para tus cómics?
—Son mangas y… —Axel tomó aire—. Coge otra galleta.
Su hermano sonrió con burla.
—Me vas a echar de menos.
—No he dicho eso.
—Oh, ¡mírate! ¡Pareces triste!
—¡Cállate! —le ladró, y le tiró la servilleta de mala gana.
Después hubo un instante de silencio hasta que su mellizo lo rompió.
—Siento… siento lo del hombro —murmuró, y Axel asintió.
—No importa. Yo siento haber sido un cotilla. No quería hacerte daño.
—Está olvidado. Es parte de tu naturaleza.
—¡Oye! ¡Vete a la mierda! ¿Sabes qué? ¡Devuélveme el paquete de
galletas! ¡No te lo mereces!
Ben se echó a reír y Axel trató de contener una sonrisa.
Esa mañana fue la primera vez en años en la que Axel no tuvo ganas de
meterle la cabeza en el váter a Ben y tirar de la cadena. Y solo por eso se
concedió a sí mismo un poquito de sinceridad.
«Sí que te echaré de menos. Hay que joderse, estúpido».
Por supuesto, no se lo dijo. Pero Ben no pareció necesitarlo.
Key tenía por delante la mayor prueba de su vida.
Y no era conseguir que su mejor amigo lo perdonara por la Gran Pillada,
como la llamaba Axel. Sorprendentemente, Ben superó bastante rápido ese
desliz; si por bastante rápido uno entendía que le gritó por el móvil hasta
altas horas de la madrugada.
No, ese no era el problema esta vez.
—Mis padres quieren conocerte.
Axel parpadeó un par de veces. Esa fue toda la reacción que Key obtuvo
de él hasta pasado un buen rato.
Las cosas parecían haberse calmado un poco en el instituto, porque Axel
y él ya podían hablar por los pasillos sin que docenas de miradas indiscretas
los hicieran sentir incómodos. Ahora que había pasado el tiempo desde que
habían salido del armario públicamente, la novedad ya no lo era tanto y los
estudiantes habían buscado otros cotilleos con los que cuchichear. Todavía
había algún que otro comentario malintencionado, pero eran fáciles de
ignorar.
—¿Qué? —preguntó Axel.
—Mis padres quieren…
—Sí, sí, vale. ¿Por qué? Ya me conocen.
—Sí, pero… no como mi novio.
—¿Saben que soy tu novio?
—Claro que lo saben. Se lo he contado hasta a mis primos de Estados
Unidos.
Axel perdió un poco el color en el semblante y se apoyó en las taquillas
para evitar perder el equilibrio. Alarmado, Key se situó junto a él y empezó
a darle aire con la mano.
—¿Estas bien? —le preguntó.
—¡No puedo conocer a tus padres! ¡Soy un bicho raro! ¡Les voy a caer
mal!
—Cucaracha, ya les caes bien.
—¡Pero soy tu primer novio, Key, con «o»! ¿No va a parecerles raro?
¡Son ricos, y doctores, y yo soy yo, y…!
—Mis padres no son homófobos, Axel —contesto Key, un poco ofendido
—. No les va a parecer mal. De hecho, se han alegrado mucho porque dicen
que he asentado la cabeza.
—No me refería a eso. —Axel le lanzó una mirada de disculpa. Parecía
encontrarse algo mejor—. Es solo que… Se me dan muy mal estas cosas,
Key. Lo de conocer a «padres de». No quiero cagarla con tu familia. Y si
hacemos la presentación todo será como muy oficial y… ¿no es muy
pronto? Acabamos de reconciliarnos.
Key retrocedió un par de pasos, dolido.
—¿Cómo que será muy oficial? Claro que será muy oficial, porque
salimos juntos muy oficialmente.
—Sí, pero…
—No quieres ir.
Axel enmudeció y retiró el rostro. Key se sintió mal, tan mal, que no fue
capaz de añadir nada más.
Llevaba planeando esta conversación en su cabeza desde el sábado por la
noche cuando sus padres le habían dicho que les gustaría invitar a Axel a
cenar. Su imaginación había volado, inventándose miles de escenarios
posibles. El «no» había estado presente en muchos de ellos, pero en ningún
caso se le había ocurrido pensar que Axel le diría lo que le había dicho.
¿Y si su cucaracha no iba tan en serio como lo iba él? Siempre había
creído que sí, porque habían remado juntos y habían ido superando cada
prueba del camino. Sin embargo, pensaba ahora Key, eso no quería decir
que ambos estuvieran igual de implicados en la relación.
El timbre de las clases los salvó de seguir manteniendo ese silencio tan
incómodo.
—Key… —empezó Axel, pero él se negó a escucharlo.
—Está bien. Tengo que irme. No puedo llegar tarde a Matemáticas.
—No quiero que te lleves una impresión equivocada sobre esto. Solo…
—Nos vemos luego.
Y, dicho lo cual, Key dio media vuelta y desapareció por el pasillo.
—Te comes mucho la cabeza —sentenció Conrad, y Key no pudo evitar
lanzarle una mala mirada.
—No me como mucho la cabeza. Me lo ha dejado muy claro. No quiere
que lo nuestro sea «tan oficial».
—Porque lo has asustado —añadió Ben—. Axel lleva mal hablar con
desconocidos.
—¡Son mis padres!
—Peor me lo pones. Siempre que tengo que conocer a los padres de
alguna de mis novias los huevos se me encajan en la garganta —bromeó
Hill.
Malhumorado, Key se metió un palito de zanahoria en la boca y masticó.
Estaban en la hora del almuerzo, así que, en la tranquilidad de la azotea, el
rubio podía dar forma a todos sus miedos. Aunque sus amigos no parecían
estar tomándoselo muy en serio.
—Creo que estás malinterpretando la situación —continuó Conrad—. En
ningún momento te ha dicho que no crea que lo vuestro no es oficial.
—¡Exacto! —Hill lanzó una uva hacia el cielo y cuando cayó la atrapó al
vuelo con los dientes. Ese era, posiblemente, su único talento—. Lleváis
juntos ¿cuánto? ¿Desde Navidad? A mí eso me parece muy serio.
—Pero rompimos durante un mes.
Hill torció el gesto.
—Ya. Lo siento por eso.
—No importa. —Key negó y suspiró. Mojó un palito de apio en el humus
de manera distraída—. Mierda. Antes de empezar a salir con él este tipo de
cosas nunca me habían importado. Hubiera preferido morir antes que
presentarles cualquiera de mis parejas a mis padres. No sé por qué me
afecta tanto ahora.
—Porque estás enamorado. —Ben puso los ojos en blanco, como si la
respuesta fuera obvia—. Es tétrico que sea de mi hermano mellizo, pero
estás enamorado y, cuando uno está enamorado quiere… —Su voz fue
perdiendo intensidad hasta casi apagarse—. Quiere gritarlo a los cuatro
vientos.
Conrad le lanzó una mirada dubitativa, pero Hill no fue tan sutil. Se echó
sobre su amigo y empezó a zarandearlo.
—¡Ben, tío! ¡Ya va siendo hora de que nos digas quién es la misteriosa
doncella que te tiene suspirando todo el rato!
—¡No hay ninguna doncella! —dijo el menor de los mellizos Waters.
—Pero tienes que admitir que hay alguien —aportó Conrad, y todos lo
miraron con sorpresa.
—¿Tú también? —continuó Ben.
Conrad se encogió de un hombro.
—Hasta yo tengo curiosidad.
—¡Toma ya! —exclamó Hill con una sonrisa triunfal—. ¡Somos dos
contra uno! ¡Tienes que contarnos la verdad!
—¿Y yo qué? —preguntó Key—. ¿No seríamos tres contra uno?
—¡Key! ¡Tú no! —Ben hizo un puchero.
Hill descartó su sugerencia con un aspaviento.
—A mí no me engañas. Tú hace tiempo que lo sabes y no quieres
contarnos nada.
El rubio no lo negó y Hill siguió atosigando a Ben hasta que su mejor
amigo se alejó de él y lo amenazó con uno de los crudités de Key.
Él agradeció el cambio de tema. Mientras sus amigos discutían podía
permitirse un par de minutos de silencio para poner en orden sus ideas.
Axel le había mandado un par de mensajes a lo largo de la mañana y Key
los había contestado de manera escueta.
Para su sorpresa, estaba enfadado con Axel y ni siquiera entendía muy
bien el porqué. Sabía que no podía obligarlo a cenar con sus padres. Y
tampoco pretendía hacerlo. Pero se sentía dolido y traicionado, porque Key
había salido del armario públicamente, no por él, pero sí gracias a él. Toda
su vida había dado un vuelco, Key había madurado y cambiado, y lo había
apostado todo por esa relación, así que pensar que sus sentimientos
pudieran no ser recíprocos le hacía sentir una especie de miedo que jamás
había experimentado.
Ya sabía lo que era estar sin Axel. Ya sabía lo mucho que dolía una
ruptura.
Pero lo que Axel acababa de poner sobre la mesa era algo peor, algo muy
distinto: era El Futuro, el tema con mayúsculas.
Quedaba apenas un mes para el final de las clases y un año antes de que
fueran a la universidad. Key tenía pensado solicitar una plaza en la
Universidad de Warwick, a solo dos horas en coche de Bradford. Ellos no
vivían exactamente allí, sino en una ciudad situada un poco a las afueras,
pero la distancia era la misma: dos largas horas en coche lo separarían de él.
Warwick tenía una de las mejores facultades de Medicina del país y Key
sabía que tenía posibilidades de conseguir acceder a ella. Antes de empezar
a salir con Axel, Key hubiera escogido Oxford, pero estaba demasiado lejos
y tampoco quería alejarse de sus amigos y familia. Sabía lo dura que podía
ser la distancia; al fin y al cabo, Joe tenía su estudio en Londres y, cuando
tenía algún encargo gordo que lo obligaba a trasladarse a la capital durante
semanas, Pony volvía a la casa de los Parker llorando porque lo echaba
mucho de menos.
Hasta la fecha, Key nunca había tenido dudas sobre el mañana. Viviría en
Coventry o en Birmingham para ir a clase y volvería a casa los fines de
semana. Su relación con Axel no sería una relación a distancia per se. Se
verían menos, pero no como si Key se fuese a estudiar a otro país.
Sin embargo, ahora dudaba. Dudaba, porque Axel nunca le había hablado
del futuro. Dudaba, porque Key había hecho todos estos planes sin contar
con él. Dudaba, porque era consciente de que, aunque todavía quedaba
mucho, su tiempo como estudiantes de instituto se acababa y pronto
dejarían de ser niños.
—Ehm… ¿Key? —Escuchar allí la voz de Axel le resultó tan raro que
Key pegó un brinco.
Los cuatro chicos dirigieron la mirada hacia la puerta de la azotea, donde
encontraron a un Axel algo intimidado.
—¿Axel? —preguntó Key, levantándose para ir a recibirlo—. ¿Qué haces
aquí?
—¡Axel! —exclamó Hill antes de que cualquiera de los presentes pudiera
detenerlo—. Ya me han dicho que tu relación con Key ha alcanzado unos
límites muy profundos. Me alegro.
Su cucaracha enrojeció.
—Gracias —le espetó. Si las miradas matasen, Key estaba seguro de que
Hill ahora mismo estaría bajo tierra—. ¿Podemos hablar? —continuó. Key
no tuvo que pensárselo dos veces. Asintió y, tras sacarle el dedo corazón a
Hill, se levantó, agarró a Axel de la mano y se dirigió hacia la salida.
—Eres un idiota —le gruñó antes de abrir la puerta.
—¡Oye! —Hill parecía ofendidísimo, pero no le dio ninguna pena.
—Estoy de acuerdo —afirmó Conrad.
—¿Tú también? ¿Es que acaso os estáis confabulando todos en mi
contra?
No pudieron escuchar el resto de la conversación. Axel y Key cruzaron el
umbral y cerraron la puerta a su espalda.
No fueron muy lejos; de hecho, apenas bajaron un tramo de las escaleras y
se sentaron en el frío pavimento. Hombro con hombro, se apoyaron contra
la pared y miraron hacia el infinito, en un incómodo silencio que ninguno
parecía atreverse a romper.
Luego Axel tomó aire y habló:
—Lo siento —dijo, pero Key estaba dolido y enfadado y no se dejó
conmover.
—Vale.
—No, en serio. Lo siento. No quería decir lo que dije. No quiero que
pienses que no quiero conocer a tus padres. Es solo que…
—No es eso lo que me ha molestado.
Axel ladeó la cabeza, confuso.
—¿No?
—No. Es que… ¿A qué te referías con «hacerlo muy oficial»? Yo quiero
que lo nuestro sea muy oficial.
—Y lo es.
—Sí, pero ¿es igual para ti como lo es para mí?
Axel lo miró, y Key adoptó la expresión más seria de todo su repertorio.
—¿A qué te refieres?
El rubio abrió la boca para contestar, pero, para su sorpresa, no consiguió
emitir ningún sonido. Ben tenía razón en algo: Key estaba locamente
enamorado de Axel y quería gritar ese amor a los cuatro vientos. Sin
embargo, al igual que lo amaba con todo su ser, el miedo ocupaba casi el
mismo espacio en su interior.
Key estaba empezando a comprender una verdad dolorosa: querer algo
con intensidad no te asegura ser correspondido, al igual que conseguir algo,
en este caso el perdón y recuperar a Axel, no implica que lo tengas siempre
junto a ti. Y tampoco podía pretender que así fuera.
Sería egoísta.
El rubio suspiró y dejó caer su cabeza hasta apoyarla en el hombro de
Axel, que pegó un respingo.
—Mierda. Esto es muy complicado —confesó Key, con una risa que nada
tenía de divertida.
—¿El qué?
—Esto. Nosotros. Lo que siento por ti. Antes de estar contigo yo nunca
tenía miedo. Sabía lo que era el amor no correspondido y pensaba que no
podría haber nunca nada más terrible, hasta que empezamos a salir, te perdí
y descubrí que sí que lo había.
Axel se tensó.
—¿Qué quieres decir? ¿Quieres que lo dejem…?
Key se alzó como un resorte y negó con la cabeza.
—No. No he dicho eso.
El color había desaparecido del semblante de Axel y el rubio se apresuró
a acariciar sus mejillas para tranquilizarlo. Le quitó un mechón rebelde de
pelo de la frente y se inclinó para besarlo.
—No quiero dejarlo.
—Me has asustado, gilipollas.
—Lo siento.
—No te entiendo, Key. Estás comportándote de una forma muy rara y…
—Estaba pensando en el futuro —confesó Key, y Axel enmudeció—. En
ti, en mí, en qué haremos cuando acabe el instituto. En lo que pasará cuando
vayamos a la universidad. En si seguiremos juntos. En si me aguantarás.
Porque tienes razón: si te presento a mis padres será muy oficial, y eso es lo
que quiero. Pero ¿hasta cuándo podrá ser oficial? ¿Y si no dura? ¿Y si te
cansas de mí? ¿Y si te das cuenta de que soy un idiota? ¿O y si lo hago yo?
No darme cuenta de que tú eres un idiota porque no lo eres, pero… —Key
tomó aire—. Quiero pedir plaza en la Universidad de Warwick.
El silencio volvió a posarse sobre ellos.
Axel retiró la mirada y la enfocó en la pared del fondo.
Tardó toda una eternidad en contestar.
—Me parece bien.
Key le lanzó una mirada alucinada.
—¿Sí?
—¡Claro! ¿Por quién me tomas? ¡Estamos juntos! ¡Te voy a apoyar
siempre, si eso es lo que quieres!
Key respiró hondo. Se sentía como si acabara de quitarse la losa más
pesada del mundo de encima del pecho.
—Dios. Menos mal. Pensé que te iba a parecer mal o que…
—¡No! Joder, gorila estúpido, no. No sé hasta qué punto, pero me
imagino que Warwick es una buena universidad y sé que te admitirán
porque eres listo, así que me alegraría por ti.
—También soy guapo.
—¿Qué cojones tiene que ver eso con el proceso de admisión?
—Por lo menos no lo has negado.
Axel bufó por lo bajo y soltó algo parecido a «hay que joderse con el ego
de este tío». Key se echó a reír.
Entonces, el ambiente cambió. Su cucaracha agachó el rostro de una
manera taciturna y la risa de Key murió en sus labios.
—Yo no quiero ir a la universidad —confesó Axel, bajo, tan bajo, que
Key creyó habérselo imaginado—. Pensé que sí, pero… El otro día,
hablando con Ben me di cuenta de que…
—Espera. ¿Hablando con Ben?
Por fin, Axel volvió a mirarlo.
—Ahora me cae un poco mejor. No es como pensé que era —admitió,
algo avergonzado—. Sí, ya sé lo que vas a decir: «te lo dije».
—No iba a decir eso. Pero… Guau. ¿Los mellizos Waters? ¿Siendo
amigos? Esto sí que es una gran noticia.
—No somos amigos. Solo somos dos hermanos mejor avenidos.
—Lo que sea. —Key guardó silencio unos segundos—. ¿De qué te diste
cuenta?
El labio inferior de Axel se arqueó en una mueca preocupada y el rubio,
casi como si fuera un acto reflejo, buscó su mano y la apretó con fuerza.
—Me di cuenta de que es absurdo seguir negándolo. No se me da bien
nada. No tengo aspiraciones de futuro. No quiero endeudar a mis padres
pagando unos estudios que no voy a aprovechar.
—Eso no es verdad. —Key negó con la cabeza y le apretó aún con más
fuerza la mano—. Tienes talento para muchas cosas. Y eres inteligente.
Podrías conseguir lo que te propusieras.
—Ese es el problema: que no quiero nada. He estado investigando y…
Quizás me meta en Formación Profesional mientras sigo buscando qué
hacer con mi vida. Hay cursos de Informática y de Programación. O de
Diseño Gráfico. Habría que dar muchas Matemáticas, pero…
—Puedes hacerlo —lo animó Key, sin un atisbo de duda en su voz—. Yo
sé que puedes.
Axel sonrió un poco, de una manera tímida y sincera que le enterneció el
corazón.
—Gracias.
Silencio.
No hacía falta que ninguno de los dos lo dijera: una vez terminara el
instituto tomarían caminos separados.
Key pensó en comportarse como el capullo que siempre había sido y
pedirle que fuera con él a Coventry o Birmingham. Se imaginó diciendo:
«ya que no vas a solicitar plaza en ninguna universidad y hay institutos de
Formación Profesional en todas partes, puedes venirte conmigo», pero no lo
dijo. Y no lo dijo porque era absurdo. Porque, aunque le doliera,
comprendía que Axel tenía que buscar su propio camino, al igual que él
quería seguir el suyo.
Era inútil pensarlo ahora.
«Todavía nos queda un año juntos. E incluso más. No tenemos que
romper».
—Diles a tus padres que odio el brócoli. Y que si ponen carne me gusta
que esté muy hecha y acompañada de mantequilla. —Axel guardó silencio
al ver la expresión sorprendida de Key—. ¿Qué?
—¿Quiere eso decir que vendrás a cenar con nosotros?
Su cucaracha torció el morro antes de lanzar un suspiro sonoro y
resignado.
—Qué remedio. Si no voy vas a empezar a rayarte pensando que lo
nuestro no es oficial. Y no quiero que sufras por mí.
—Haces que parezca muy dramático —bromeó Key.
—Es que tú eres muy dramático. No sabía yo que estuviera saliendo con
toda una drama queen.
Key se inclinó sobre Axel y se detuvo a escasos milímetros de sus labios.
—Es verdad que soy muy dramático. Pero bien que te gusta que lo sea.
Así las cosas son más divertidas.
—¿De dónde sacas esa visión tan elevada que tienes de ti mismo?
—Admite que te aburrirías sin mí.
—Que no.
Key no replicó. En lugar de eso, terminó de acortar la distancia que los
separaba y lo besó.
Terminaron la hora del almuerzo entre bromas, piques y más besos. Para
cuando sonó el timbre y tuvieron que alejarse, sus labios estaban hinchados
y los cabellos de ambos despeinados.
Pero a ninguno parecía importarle demasiado.
—¿Nos vemos por la tarde? —preguntó Key. Habían bajado los
escalones de la mano y ahora hablaban en medio del pasillo principal del
instituto. Era la primera vez que se cogían de la mano en público y a Key le
gustaba esa sensación.
—No puedo. Tengo cosas que hacer.
«Esquivo. Muy esquivo».
Key entrecerró los ojos.
—¿Qué cosas?
Axel soltó aire.
—Sé que no te cae bien, pero quiero hablar con Nico.
—¡Con Nico Rush! ¡Pero si es el demonio!
—Lo sé, pero… Desde que hablé con Ben sobre él ha cambiado un poco
la visión que tengo del mafioso.
—¿Mafioso?
—Sé que es mejor persona de lo que quiere hacernos creer.
El rubio suspiró. Se acercó a Axel y le apartó un par de mechones de la
frente.
—Tienes complejo de superhéroe.
—Mira quién fue a hablar. El que se parece al Capitán América.
Key no pudo evitar sonreír un poco, pese a la preocupación.
—Nico es peligroso.
—Es inofensivo. —Axel negó con la cabeza—. Sé que lo es.
—¿Lo haces por Ben?
—Quiero acercarme a él por Ben, sí —concedió el mayor de los mellizos
Waters—, pero también porque está solo. Y sé lo jodido que es.
Key enmudeció unos segundos. Entonces, asintió.
—Vale, pero ten cuidado.
—Siempre lo tengo.
Risitas y un par de susurros. Key giró la cabeza en busca del origen de las
burlas, con la mandíbula apretada por la tensión, pero Axel dirigió las
manos hacia su barbilla y lo obligó a mirarlo.
—Ignóralos.
—Pero…
—No pueden hacernos daño si no les dejamos.
Key claudicó, aunque no lo hizo muy convencido. Pero Axel parecía
seguro y él estaba tan cansado… En lo que iba de mes ya había bloqueado
media docena de cuentas en Instagram y había denunciado otro tanto de
comentarios en Twitter por delito de odio. Uno de sus compañeros del club
de atletismo se negaba a ducharse si Key estaba presente y su mejor amigo
casi había llegado a los puños con él, pero el rubio lo había detenido en el
último momento. No quería que Ben se viera involucrado en ninguna pelea,
y menos por su culpa. De hecho, Key solo se metía en discusiones si veía
que era otro el que sufría el acoso, tal y como se prometió a sí mismo que
haría cuando Axel habló con él.
—Te llamo luego —le dijo Axel, y se alzó sobre las puntas de los dedos
para besarlo, aunque no hiciera falta, porque los dos medían casi lo mismo.
Key sonrió. Cuando su cucaracha tomaba la iniciativa, cuando lo besaba,
lo miraba o le sonreía, los nubarrones se esfumaban de su mente. Solo por
poder estar junto a él de esa manera delante de todo el jodido universo, sin
mentiras y sin tener que esconderse, merecía la pena todo lo demás.
—A ti también te gusta ser dramático. Te has puesto de puntillas por puro
teatro.
Axel no lo negó, pero sus mejillas enrojecidas fueron suficiente respuesta
para Key.
—Idiota —masculló su cucaracha.
Key lo besó una vez más.
—Yo también te quiero.
—¿Cómo coño te puede gustar esa mierda, Key? Me lo he intentado
terminar y te juro que casi poto. ¡Es verdura cruda!
—Está buena —gruñó el rubio—. Y bien que te vendría comer un poco,
Hill.
Los ojos de su amigo fueron como dos finas rendijas cuando contestó:
—¿Qué insinúas?
—Que no comes verduras y que te está bien empleado por terminarte el
almuerzo de la gente sin consultar —sentenció Conrad, golpeando a Hill en
la nuca al pasar junto a él.
Hill empezó a gritar tonterías como solo él sabía hacer —«¡me estáis
llamando gorrón en mi cara!»—mientras Conrad ponía los ojos en blanco
de manera exagerada y Key trataba de retener una gran carcajada.
Hablar con Axel lo había puesto de buen humor. No por la conversación
en sí ni por haber conseguido convencerlo para que cenara con sus padres,
sino porque… bueno, siempre le alegraba estar junto a él y comprobar que
su relación era lo suficientemente madura como para que ambos se sintieran
cómodos para expresar sus problemas sin temor alguno.
Y su alegría parecía ser contagiosa, porque Hill y Conrad también
parecían más animados de lo normal. O igual era porque la primavera ya
había llegado a la ciudad. Hacía tan buen tiempo esa tarde que los chicos se
habían desprendido de sus chaquetas y caminaban hacia su heladería
favorita del centro de la ciudad.
Acababan de salir del instituto, brillaba el sol en Inglaterra, eran jóvenes,
tenían toda la vida por delante y nada podía salir mal.
Era lógico que la alegría se respirara en el ambiente.
Aunque, bueno, no para todos…
Key se giró para echarle un vistazo a Ben, que caminaba más despacio
que los demás y miraba al suelo de manera distraída.
El rubio redujo su marcha hasta colocarse junto a él.
—¿Todo bien? Ya me ha dicho Axel que hablasteis el otro día.
—Ah, eso. ¿Sorprendido?
—Mucho.
—No tanto como yo, te lo aseguro. Creo que ahora le caigo un poco
mejor. No sé. Igual empezamos a llevarnos bien, y todo.
—Seguro que sí. Pero eso no es lo que te preocupa, ¿no?
Ben le lanzó una mirada deprimida y suspiró.
—Axel habló conmigo porque Nico le había pedido que hiciera lo posible
para que me alejara de él.
Vaya. Incluso a Key le dolió el golpe.
—Joder. ¿Estás bien? Menuda putada. —Chasqueó la lengua, molesto—.
Ese jodido enano egoísta…
—Rompimos. En mi cumpleaños —le confesó Ben—. No tiene mucho
sentido que te lo oculte ahora. Rompimos, y Axel nos oyó, yo me enfadé y
lo empujé. Lo siento —dijo, ante la mirada airada que le lanzó Key—. No
quería hacerle daño.
—Ya. Le jodiste el hombro.
—Ya te he dicho que lo siento. Estaba frustrado y furioso y lo pagué con
Axel. Pero lo hemos hablado y ya está todo bien entre nosotros.
—Bien, vale. Si Axel te ha perdonado, entonces yo también lo haré.
A lo lejos, oyeron los gritos de Hill, que al parecer se había propuesto ser
el vecino más escandaloso del país y estaba tomándole el pelo a Conrad.
Este último hacía lo posible para evitar entrar en una discusión absurda con
el más alto, pero Hill se lo estaba poniendo muy difícil. Se tomaba muy en
serio su papel.
—Son como críos —murmuró Ben, aunque a Key no se le pasó por alto
su sonrisa divertida—. Incluso Conrad. Va de duro, pero bien que le gusta
pelear con Hill.
—Hill sí es un crío, aunque no sé cómo se las apaña para conseguir
siempre enredar a todo el mundo. Y Conrad solo intenta resistir las ganas de
empujarlo frente a un bus.
—Creo que ha llegado el momento de contarles lo de Nico.
Key detuvo su andar, de tan sorprendido como estaba.
—¿Qué?
Ben se encogió un poco sobre sí mismo y echó la cabeza hacia atrás para
mirar el cielo.
—Ahora que ya está todo perdido no tiene sentido seguir ocultándolo.
—Pero…
Key quiso decirle que no lo viera de esa forma, que no se rindiera, que si
Nico había hablado con Axel era porque en realidad sentía algo por él, pero
no pudo hacerlo. Porque sería darle falsas esperanzas. Nico Rush era la
persona más complicada que conocía. Uno nunca sabía por dónde podía
tirar, y adivinar sus intenciones era un poco como jugar a la lotería: había
solo un 0,01% de posibilidades de acertar. Ben ya estaba muy jodido por su
culpa; el rubio no quería contribuir a su dolor metiéndole más mierda en la
cabeza.
Si Key pudiera, encerraría a su mejor amigo en una torre para que nada
pudiera hacerle daño jamás, mucho menos el encargado de recoger las
toallas. Quería alejar a ese chico de Ben, que no pudiera verlo, que no
pudiera seguir jugando con él. Pero no podía hacerlo. No podía, al igual que
tampoco podía hacerlo con Axel. Lo único que le quedaba era permanecer a
su lado, al lado de los mellizos Waters, y ayudarlos a sanar, apoyarlos
cuando lo necesitaran y discutir con ellos cuando supiera que se estaban
comportando mal.
—No te van a decir nada —le dijo Key finalmente, y volvió a retomar su
camino—. Te apoyarán, como me apoyaron a mí.
—Lo sé. Son buenos chicos.
—Parecemos padres orgullosos —bromeó.
—Es que estoy orgulloso de ellos, aunque siento que Conrad es el que
nos tiene que cuidar siempre y Hill es un desastre. —Ben sonrió. Luego
tomó aire—. ¡Chicos! ¡Tengo que deciros una cosa!
Hill dejó de gritar, y tanto él como Conrad se giraron. El más alto estaba
colgado del más bajo como si fuera un mono mientras el segundo trataba de
quitárselo de encima.
Esta vez Key no contuvo su carcajada, y Ben y él se apresuraron a
alcanzarlos.
—Ni de coña.
Hacía solo cinco minutos desde que habían finalizado las clases y Axel
no contaba con encontrar a Nico dentro del edificio. Si ya era difícil hacerlo
durante el horario lectivo, suponía que el mafioso se daría mucha prisa en
salir una vez que este finalizara. Sin embargo, para su sorpresa, lo había
visto en la misma aula vacía en la que habían hablado aquella vez semanas
atrás.
—¡Pero si voy a pagar yo!
La mirada de Nico fue letal.
—No se me ha perdido nada contigo y tus amigos. No voy a ir.
Axel hinchó los carrillos de las mejillas y se obligó a sí mismo a regular
su respiración para evitar alterarse tan pronto. Sabía que lidiar con Nico
sería complicado, así que venía preparado.
—No puedes ser un marginado toda tu vida.
—Mira como lo intento. —Nico conectó los auriculares al móvil, se los
colocó en las orejas y le dio la espalda. Y Axel perdió la paciencia junto a
sus buenas intenciones.
—¡Vale! ¡Haz lo que quieras! ¡Quédate solo, imbécil! —gritó, y salió de
la clase dando un sonoro portazo.
Pero no fue muy lejos: al fondo del pasillo lo esperaban Lissa y Dave.
—A juzgar por tu expresión no ha ido muy bien —dijo Lissa cuando
Axel llegó junto a ellos.
—No. ¿Tú qué crees?
—Que sigo sin entender por qué nos tenemos que hacer amigos de un
chico tan problemático como él. ¡Ni siquiera lo conocemos!
—¡Liss! Es por Ben, ¿recuerdas?
—Ya. Con respecto a eso, me sigue pareciendo increíble que ahora os
llevéis bien —añadió Dave.
—Ben se va a enfadar si sigues metiéndote así en su vida, Axi. Además,
no me creo que solo sea por él.
—Vale, no, es también por Nico. ¡Pero si lo conocieras tú también
querrías ser su amiga!
La mueca desagradable de Lissa no dejó lugar a dudas sobre su opinión.
—No sé yo… —dijo la chica, y Dave asintió, dándole la razón. Desde
que salían juntos él tendía a ponerse más de su parte; o igual era que quizás
ya no toleraba tanto las locuras que tramaba Axel.
—En serio —insistió este último—. Sé que dentro de ese cuerpo de metro
cincuenta de puro escepticismo se esconde una persona… bueno, no
exactamente agradable, pero sí…, no, tampoco simpática. Dejémoslo en
decente, ¿queréis?
—Parece un delincuente —continuó Lissa, que seguía empeñada en no
dar su brazo a torcer.
—Gracias. Es parte de mi encanto natural.
Los tres chicos enmudecieron y se giraron para encarar al recién llegado.
Nico Rush sonreía como si la situación le entretuviese, aunque nadie
podía asegurarlo. Su sonrisa divertida era muy parecida al resto de sus
sonrisas falsas.
Lissa se mostró tan avergonzada que agachó el rostro enrojecido.
—Lo siento. No quería decir eso.
—No, sí querías, y está bien. Así no me tengo que esforzar en parecer
simpático.
—¿Has salido de la clase porque vienes con nosotros? —preguntó Axel,
esperanzado.
—No. He salido porque estabais gritando como locos y me molestáis.
—Vaya… Este chico es todo amabilidad y buenas palabras… —le
susurró Lissa al oído, y Axel desechó su comentario con una negación de la
cabeza.
Adoptó su mejor sonrisa de vendedor de coches de segunda mano.
—Pero ya que estás podrías venirte. En esa cafetería hacen los mejores
batidos de la ciudad.
—Es cierto —aportó Dave, y Axel casi se arrojó a sus brazos por el
apoyo—. Y tienen tartas.
—No me gusta el dulce.
—A mí tampoco, pero también hacen unas tartas saladas estupendas —
aportó Lissa.
—¿Nunca os han dicho que parecéis una secta? —concluyó Nico.
Los tres amigos se lanzaron una rápida mirada. Años y años de amistad
les habían permitido tener cierto tipo de comunicación no verbal que venía
muy bien en estos casos en los que no querían que otros se enteraran de lo
que pensaban.
Sus amigos permanecían escépticos, pero estaban dispuestos a seguir
apoyándolo, aunque no compartieran su opinión. Así que Axel se adelantó
un par de pasos y tomó aire, enfocando su vista en Nico.
—¿Vienes? No tienes nada que perder.
—Si voy, ¿me dejarás en paz?
—Por supuesto. —Asintió.
Para su sorpresa, Nico echó a andar y se dirigió al fondo del pasillo.
Hasta que no llegó a las escaleras no se giró para mirarlos.
—¿Venís o qué? No tengo todo el día.
A su lado, Axel apreció el chirriar de dientes de Lissa.
Ni siquiera Axel comprendía muy bien por qué de repente quería acercarse
a Nico. Él nunca había sido muy hablador y, desde luego, no tenía ningún
complejo de superhéroe, por mucho que Key insistiera en lo contrario. De
hecho, estaba seguro de que, de no ser por Ben, no se habría molestado en
volver a hablar con el mafioso.
Sus sentimientos hacia su hermano ahora eran confusos y se asemejaban
a un pequeño torbellino. Todavía tenía que hacerse a la idea de que Ben le
despertaba simpatía y no desprecio, y no sabía muy bien cómo llevarlo.
Pero, por suerte o por desgracia, su vida ya había dado un giro de 180º
durante esos últimos meses, así que Axel estaba empezando a ganar algo de
experiencia gestionando las sorpresas.
Había algo que tenía que admitir: Nico le daba pena. Y quizás Axel era
un cotilla natural; pero quería saber más de su vida, más de su pasado, más
de su relación con Ben. Tenía la sensación de que debajo de esa máscara de
indiferencia había una persona que sufría mucho. Axel quería entenderlo,
encajar todas las piezas del rompecabezas que era su personalidad. Nico
siempre estaba solo y él mejor que nadie podía comprender lo mucho que
eso podía doler, aunque fuera una soledad buscada e intencional.
El mafioso era taciturno, de eso no cabía duda. A lo largo de toda la
merienda apenas abrió la boca un par de veces y solo fue para lanzar alguna
pulla. Se pidió varias tartas saladas del menú, para disgusto de Axel, que ya
estaba viendo cómo la paga le desaparecía del monedero.
Lissa fue la encargada de llevar casi todo el peso de la conversación. Y, a
medida que iba transcurriendo la tarde, fue cambiando la forma de mirar a
Nico: del escepticismo inicial a la cautela y, por último, a cierta empatía y
curiosidad. Si había alguien con complejo de superhéroe en el trío esa era
su amiga. Axel estaba seguro de que, una vez se despertaran sus instintos de
protección, Liss lucharía tanto por ganarse su amistad como él.
Dave también se esforzó lo suyo. Trató de sacarle a Nico alguna afición
común, sin mucho éxito. Sin embargo, sí que averiguó, no sin cierta
sorpresa, que el chico era una especie de genio en potencia y que tenía una
de las medias más altas del instituto, por detrás de la de Dave y Key. Esto
era debido a las faltas de asistencia, que hacían que sus notas bajaran,
porque, de no ser por ello, Nico sería el alumno más brillante del instituto.
Esta información hizo que Dave sintiera un interés renovado por él y
empezara a mirarlo con algo parecido a la competitividad.
Axel no pudo evitar sonreír, divertido, cuando ambos chicos se
enfrascaron en un aburrido debate sobre los nuevos descubrimientos
científicos.
—Está bien que Dave tenga a alguien a su mismo nivel por una vez —
aceptó Lissa, cuando Axel y ella fueron a pedir que volvieran a llenarles las
bebidas—. Me imagino que con nosotros se tiene que aburrir.
—No creo que se aburra mucho contigo…
Su amiga enrojeció.
—¿Qué insinúas?
Axel se mordió el labio inferior para aguantar una sonrisa.
—Nada.
—Axel Waters, desde que sales con ese rubio pervertido te estás
convirtiendo en un morboso.
—¡Retira eso!
—¡Antes muerta! Key es una mala influencia para ti.
—¡Vete a la mierda, Liss, no es cierto!
Volvieron a la mesa entre gritos y bromas. Cuando se sentaron, Axel
comprobó con disgusto que Nico había pedido una porción de tarta más.
—Estás de coña. ¿Tú te piensas que soy rico?
—Has dicho que ibas a invitarme tú. —Nico se encogió de hombros y
probó la tarta de muy buena gana.
Axel lo miró, frustrado, y luego se dirigió a Dave:
—¡Tendrías que haberlo impedido! —dijo, pero su amigo no le contestó.
Estaba absorto en su conversación con Lissa y no le había hecho ni caso. Su
amiga reía y, aunque Axel no pudiera verlo, sabía que tenían las manos
entrelazadas por debajo de la mesa.
El enfado de Axel se esfumó y se acomodó en el respaldo de la silla,
resignado.
—¿Hablaste con él? —Nico lo sorprendió.
—¿Con Ben?
—Ajá.
—Para no querer nada con él pareces muy interesado en mi hermano, ¿no
crees?
Nico no se inmutó ante su pique.
—Me prometiste que lo harías.
Axel suspiró. Sería imposible sacarle alguna reacción a ese chico.
—Sí, hablé con él. No tienes que preocuparte: no volverá a insistir
contigo. Se rinde.
—Bien —contestó Nico, y se terminó el pedazo de tarta en dos bocados
más. A Axel le resultó imposible descifrar su expresión. No lo conocía lo
suficiente como para saber cuándo sus palabras eran sinceras y cuando no y,
aunque su «bien» había sonado despreocupado, no terminaba de fiarse.
—¿Vives en un hogar de acogida? —le preguntó Axel, y la mención de
este tema hizo enmudecer a todo el mundo; incluso sus dos amigos dejaron
de hablar y miraron al mafioso a la espera de su reacción.
Nico dejó el tenedor sobre el plato con una calma velada que erizó el
vello de Axel.
—No. Me adoptaron. Mi casa es ahora permanente hasta que cumpla la
mayoría de edad —contestó con frialdad.
—Eso es bueno, ¿no? —aportó Lissa, con una sonrisa amable que se le
congeló en el rostro cuando Nico la miró.
—¿Eso cree tu cabecita?
—No le hables así —espetó Dave, y Lissa frunció el ceño, molesta. No le
gustaba que nadie saliera a su rescate.
—Eres un borde, ¿lo sabías?
—Claro que sí.
—Solo estamos intentando ser amables —continuó su amigo.
—No os lo he pedido.
Lissa abrió la boca para contestar, pero Axel negó, interrumpiéndola.
Tomó aire antes de encarar a Nico.
—No quería hacerte sentir incómodo.
—No me gusta que se metan en mi vida.
—Eres tú el que me ha pedido que me involucre en primer lugar, con lo
de Ben. Y tú también te metiste en la mía, hablando de mi relación con Key.
Esto es responsabilidad tuya. No puedes pretender pasar por la vida de la
gente sin que hayan consecuencias. Está mal.
Nico alzó una ceja.
—¿Vas a sermonearme? ¿Tú?
—Sí, yo. —Axel no se dejó amedrentar. Sin embargo, Nico no parecía
tener mucha paciencia, porque se levantó de la silla—. ¿Dónde vas?
—Lejos de vuestro paternalismo barato —contestó él, y sin decir nada
más se dirigió a la salida de la cafetería y cerró la puerta tras de sí. Lissa
hizo el amago de levantarse, pero Axel se le adelantó y no tardó en seguir a
Nico.
Lo alcanzó a un par de metros de distancia.
—¡Eres un gilipollas! —le gritó. Varios peatones se giraron, sorprendidos
por el escándalo, pero a Axel no le importó.
Nico detuvo su andar y lo miró por encima del hombro.
—¿Disculpa?
—¡Solo queríamos hacernos tus amigos!
—No necesito ningún amigo.
—Pues yo creo que sí. Serás muy listo y todo lo que tú quieras, pero de
inteligencia emocional andas más bien justo.
—¿Vas a seguir insultándome o…?
—No puedes pagar tus problemas con los demás.
—No lo hago.
—Sí lo haces. Lo has hecho con Ben y ahora lo estás haciendo con
nosotros. Y ¿sabes qué, Nico? Creo que es porque estás asustado. Eres
como una serpiente venenosa que lanza su ataque cuando se siente
amenazada. Alejas a los demás de ti porque tienes miedo a involucrarte. Y
eso solo hará que te quedes solo de verdad. Entonces, ¿qué harás? ¿Qué
harás cuando no quede nadie a tu alrededor que esté dispuesto a soportarte?
—Cállate —murmuró el mafioso, con una amenaza velada en la voz que
Axel ignoró.
—No es demasiado tarde. No sé nada de tu vida o de tu pasado, pero sí
que sé que Ben todavía está dispuesto a todo con tal de estar contigo.
Nosotros no tanto, pero sí que podríamos ser amigos, si nos dejases.
El silencio cayó sobre ellos como una losa. La expresión de Nico
permanecía inmutable; Axel era incapaz de saber si el chico le gritaría, se
reiría o le pegaría un puñetazo. Sin embargo, podía apreciar algo distinto.
Los ojos verdes brillaban de una manera extraña.
Pero esa sensación desapareció tan rápido como había venido.
—Tienes razón: no sabes nada de mi vida. Deja de involucrarte —
sentenció Nico, y los hombros de Axel cayeron en señal de rendición.
—Vale. Tú lo has querido: quédate solo. No nos importa.
Nico ni siquiera parpadeó.
Y Axel dio media vuelta y lo dejó solo, tal y como él quería.
Cuando Axel llegó a casa, su hermano estaba tirado sobre el sofá, viendo un
partido de fútbol.
—No entiendo cómo os puede gustar esta basura —le dijo, dejándose
caer junto a él—. Es aburrido. Solo dan patadas a un balón.
Ben se sorprendió por su repentina cercanía, pero se recompuso pronto.
—Es emocionante. Nunca sabes qué puede pasar. Tienes que estar
coordinado con el resto de los compañeros de tu equipo. Un segundo puede
cambiarlo todo.
—Aburrido —repitió Axel.
Ben sonrió un poco.
Y luego guardaron silencio durante un rato en el que ambos se dedicaron
a mirar el partido de manera distraída.
Qué raro se le hacía estar así con él. Axel ni siquiera recordaba cuándo
había sido la última vez que se habían sentado a hacer algo juntos… si es
que alguna vez lo habían hecho. Pensó en decirle a Ben que venía de pasar
la tarde con Nico, pero no se atrevió. La merienda había terminado en
desastre y Axel tenía la sensación de que había perdido su última
oportunidad de acercarse al mafioso.
Además, no quería que Ben lo pasara mal. Desde que había asumido que
esta vez la ruptura con Nico era la definitiva, su hermano parecía más triste
y distraído. Hasta sus padres se habían dado cuenta de ello. Axel estaba
seguro de que imaginarían que sus suspiros eran por una chica, pero daba
igual. Ahora que Melissa estaba sobre aviso no le quitaba ojo a su hijo
menor.
—¿Sabes? —preguntó Ben, y le pego una ligera patadita para llamar su
atención—. Les he dicho a Hill y a Conrad lo de Nico.
Axel se olvidó del partido y giró medio cuerpo para encararlo. Su
sorpresa era tal que le costó encontrar las palabras.
—¿Qué?
Ben se encogió de hombros de manera tímida; tenía su atención puesta en
el viejo sofá y lo rasgaba con la uña.
—Sentí que era el momento.
—Vaya.
—Lo sé.
—¿Cómo se lo han tomado?
Por fin, su hermano lo miró con la sombra de una sonrisa divertida sobre
la boca.
—Lo han flipado. Hill ha gritado algo parecido a «pero es que no hay
nadie hetero en este grupo o qué cojones» y Key le ha tomado el pelo
preguntándole si él tenía alguna confesión que hacernos. El cabrón se ha
mostrado enigmático y no hemos sacado nada en claro, pero ahora no puedo
evitar pensar que también nos oculta algo. Conrad ha permanecido en
silencio mucho rato. Parecía impresionado.
Axel enmudeció mientras le venía un recuerdo a la mente que se había
esforzado en olvidar. La tarde en la que había escuchado a Hill hablar con
Conrad este último lo había callado con un beso. El chico no se había
apartado, sino que lo había correspondido de muy buena gana.
Key se lo había dicho una vez hace no mucho.
«Te sorprendería la cantidad de gente que se declara abiertamente hetero
y en realidad no lo es».
Al oírlo, Axel se turbó durante unos segundos. Creyó que Key… Pero
nunca le había mencionado que sospechara de los verdaderos sentimientos
de Hill y Conrad, ni mucho menos de sus orientaciones sexuales o de que
sus amigos fueran algo más que, bueno, amigos.
¿Quería eso decir que sus amigos no sabían nada sobre su relación? Pero
¿tendrían alguna relación, acaso? Por lo poco que Axel sabía de ellos, Hill
era un ligón que no se tomaba nada en serio. A Conrad no se le conocía
pareja alguna. ¿Y si llevaban juntos mucho tiempo y no se atrevían a
hacerlo público para no estropear su amistad?
«Qué lío. Me está empezando a doler la cabeza, joder».
Pero Axel había aprendido la lección a las malas: no pensaba
involucrarse. Dejaría que las cosas siguieran su curso. «Quién sabe. Igual
ahora que Key y Ben han sido sinceros, ellos también se animan a hacer
pública su relación. Sea cual sea».
—… el caso es que Hill nunca ha dado muestras de fijarse en ningún tío.
Sí que suele hacer bromas del tipo «pues me tiraría a tal y cual actor» —
seguía diciendo Ben—, pero son solo eso: bromas. Nunca lo hemos tomado
en serio porque jamás ha mostrado un interés real por ninguno. Claro que
Key tampoco y míralo ahora… va a presentarte de forma oficial a su
familia.
Axel pudo ver la curiosidad brillar en la mirada de su hermano.
Soltó un hondo suspiro.
—No me hace mucha gracia. Es decir, ya conozco a los Parker. Y me dan
miedo.
—No deberían: son los mejores. —Su mellizo rio—. En serio, Axel —
añadió al ver el escepticismo de su hermano—. La señora Parker es un poco
extraña, pero es muy divertida. Y el señor Parker es muy amable. Siempre
está sonriendo. Es esa clase de persona que te hace sentir como en casa.
—El problema no son sus padres; soy yo.
Ben guardó silencio unos segundos. Parecía confundido.
—¿Se supone que eso es malo?
—Mírame, Ben. —Axel bufó—. Key me llama «cucaracha» por una
razón.
—¿Porque tiene un pésimo sentido del gusto a la hora de poner nombres
cariñosos?
—No. Es porque soy tétrico, y visto siempre de negro, y soy poca cosa, y
seguro que los Parker se mostrarán decepcionados, aunque ya me conozcan.
Eso es lo peor: que me conocen y tienen que saber que Key puede aspirar a
algo mejor.
—No seas ridículo.
—No soy…
—Sí que eres ridículo —le espetó Ben con una molestia inusitada para
Axel—. Key está contigo por algo, ¿no? Te recuerdo que estaba enamorado
de mí.
Axel torció el morro.
—Ya. No me gusta mucho pensar en eso, la verdad.
—A lo que me refiero es que… —Ben puso los ojos en blanco y tomó
aire—. Estaba enamorado de mí, que se supone que soy todo a lo que
aspiran unos padres para sus hijos: el presidente del consejo estudiantil, el
capitán del equipo de atletismo, guapo, deportista, inteligente…
—¿Eso de creértelo demasiado va contigo o es porque pasas mucho
tiempo con Key?
—Pero —siguió su hermano, ignorando sus palabras— ahora te quiere a
ti. Te ha escogido. Y está enamorado de todo lo que eres y de todo lo que
representas. Axel, tú lo has cambiado. Eres bueno para Key, lo mejor que
podría haberle pasado nunca —dijo, finalmente, con seriedad. A Axel no
dejaba de sorprenderle lo muchísimo que se había equivocado con Ben a lo
largo de todos estos años. Ahora estaba empezando a descubrir que su
hermano era maduro y que no tenía nada que ver con el Ben que siempre
había tenido en la cabeza.—. Solo por eso, los señores Parker te van a
adorar.
Axel se quedó sin palabras durante tanto tiempo que el silencio se hizo
incómodo. Estaba… sorprendido, y algo avergonzado. No esperaba que su
hermano pensara eso de él, pero, ahora que lo decía… tenía que admitir que
sentía algo parecido al alivio. Al fin y al cabo, Axel estaba saliendo con el
mejor amigo de Ben. No sabía que necesitara tanto su aprobación hasta ese
mismo momento.
Por fin, encontró la voz para preguntar:
—¿Eso crees?
—Sí. Seguro que te adorarán por más cosas, pero ya los tienes ganados.
Turbado, Axel le retiró la mirada y la posó de nuevo en el partido. No
podía importarle menos el fútbol, pero era mejor que enfrentarse a la
sinceridad de Ben.
Su hermano… ¿siempre había tenido una mirada tan limpia?
No lo preguntó, y a su mellizo no pareció importarle el silencio que
siguió a sus palabras. Uno de los jugadores del Liverpool marcó un gol y
Ben se levantó del asiento con un grito. Axel se sorprendió a sí mismo
ocultando una carcajada.
La noche anterior a la cena con los Parker, Axel no consiguió pegar ojo.
Tampoco comió mucho a lo largo de todo el día. Key le había dicho que
pasaría a buscarlo a las cinco de la tarde, y Axel se pasó las horas muertas
mirando la pantalla del móvil con la ansiedad anidada en la boca de su
estómago.
—Qué guapo vas, cielo. Pero… ¿llevas cera para el pelo?
Con un gruñido molesto, Axel se despeinó y sacudió la cabeza, dejando
que los mechones cayeran libres por su frente.
—Ben pensó que sería buena idea.
Su madre sonrió, hinchada como un pavo. Siempre lo hacía cuando
comprobaba que la relación de sus hijos era buena y que su nueva amistad
no era cuestión de un par de días. Era la que más se alegraba cuando los
veía hablar de manera civilizada tirados sobre el sofá.
—A mí me gusta más al natural.
—Mamá, parece un nido de cuervos; siempre me lo dices.
Melissa Waters se acercó a su hijo y le pasó las manos por el pelo.
—Lo parece, pero ese eres tú y a mí me gustas más así.
—Y a Key también —añadió Ben. Acababa de bajar las escaleras y
miraba el móvil con el morro torcido—. Le he enseñado una foto de mi
obra y me ha amenazado.
—¿Me has hecho una foto? —preguntó Axel, alarmado.
—Dice que ya estoy tardando en volver a dejarte como antes si no quiero
acabar con las pelotas en el suelo. ¿Os lo podéis creer? ¿Y él se hace llamar
mi amigo?
Axel se lanzó una rápida mirada en el espejo de la entrada, ignorando el
melodrama barato de su hermano. Se había esmerado con su aspecto.
Llevaba unos vaqueros negros y una camisa de color gris que le había
prestado Ben. Le faltaban los músculos de su mellizo para rellenarla, pero
era lo mejor que había podido conseguir. Para darle un toque de color había
renunciado a sus míticas converse negras y calzaba unas de color rojo.
Se veía ridículo: pequeño, insignificante y asustado.
—No voy a ir —anunció.
Su madre negó con la cabeza.
—Tonterías.
—No puedes dejar tirado a Key. Viene ya de camino —aportó su
hermano.
—No voy a ir —repitió él, ceñudo—. ¿Qué es esto? ¿Un libro del siglo
XIX? ¿Por qué tengo que conocer a sus padres?
—No has leído tú muchos libros del siglo XIX.
Su madre le dio un ligero codazo a Ben y, cuando miró a su hijo mayor,
le mostró una sonrisa que pretendía ser tranquilizadora.
—Ax, todo va a salir bien. Ya conocemos a los Parker. Son buenos
amigos de la familia.
—¿Y si ponen algo para cenar que no me guste? ¿Y si se me escapa un
eructo? ¿Y si me tropiezo, me agarro al mantel para evitar caer y lo tiro
todo por el suelo?
—Madre mía. —Ben silbó—. Y yo que pensé que era el dramas de la
familia… ¿Siempre has sido así de pesimista?
—¡Sí! ¡No! —Axel dudó—. ¡No lo sé! ¡Key me ha cambiado!
Esta vez, cuando su madre se acercó a él y le peinó con los dedos, su
sonrisa y sus gestos sí que calmaron la tormenta en el interior de Axel.
Melissa Waters parecía serena, tranquila, y consiguió transmitirle esa paz
con su mirada plagada de amor.
—No es así. Sigues siendo tú. Un poco más abierto, maduro y
responsable, pero tú, al fin y al cabo.
Axel enrojeció y se apartó de su madre con un puchero.
—Ay, mamá. No me digas esas cosas. Ya no soy un crío.
—Siempre serás mi pequeño. Tú y Ben.
—¡Mamá! —se quejó este último—. Ya tenemos diecisiete años.
—¿Y qué? —contestó ella muy digna—. Seguiréis siendo mis pequeños
incluso aunque seáis viejos.
—Qué vergüenza… —Axel agachó el rostro mientras Ben bufaba.
—Mi tarea como madre es haceros pasar vergüenza —sentenció Melissa
Waters al tiempo que alguien llamaba al timbre. Axel se apresuró a llegar
hasta la puerta antes que nadie y la abrió con rapidez.
La sonrisa de Key hizo que se le acelerara el pulso y que le latiera el
corazón con emoción.
El rubio parecía tan contento que no le importó que estuvieran delante de
su madre y Ben; se inclinó sobre Axel y le plantó un casto beso en los
labios que lo hizo enrojecer.
—Hola —lo saludó, como si solo estuvieran ellos dos en el mundo. Axel
tuvo que hacer un gran esfuerzo para retirar el rostro y retrocedió un par de
pasos, incómodo por el escrutinio al que le sometía su familia.
—¿C-c-cómo has venido tan rápido? —le preguntó tratando de sacarse el
embarazo de encima—. Ben me ha dicho que estabas de camino. ¿Has
volado?
—Ah, me alegra que me lo preguntes. —La sonrisa de Key se hizo más
brillante y se apartó para que los Waters pudieran observar la calle.
Aparcado junto a la acera había un coche de color azul. Axel no era un
experto en coches, pero hasta él supo reconocer el lujo de las formas y la
carrocería, y comprobó que este estaba nuevo, tanto que brillaba incluso
bajo la luz del crepúsculo y las farolas encendidas.
—¿Tienes un coche? —preguntó Axel, alucinado.
—¿Desde cuánto tienes un coche, tío? —preguntó Ben a su vez.
Key alzó la cabeza con orgullo.
—Me lo han regalado.
—¿Tus padres te han comprado un coche? —Su hermano entrecerró los
ojos—. Niño mimado.
El rubio no se ofendió por el comentario. Al fin y al cabo, Ben tenía
razón y Key sabía escoger sus batallas.
—No han sido mis padres: ha sido mi abuela.
—¿Tu abuela también es rica? —preguntó Axel. Ahora se daba cuenta de
lo poco que conocía a la familia de Key en realidad.
—Algo así. Se podría decir que es casi… aristócrata. Su tatarabuela era
dama de compañía.
—¿Era puta? —preguntó, alarmado. Ben le dio un codazo que Axel
correspondió con un gruñido.
—Dama de compañía de la Reina, imbécil.
Más tranquilo, Axel soltó el aire que no sabía que estaba aguantando. A
estas alturas de la vida no se iba a sorprender por los orígenes de Key.
—¿Nos vamos? —preguntó el rubio.
Axel torció el morro.
—¿Es necesario?
—Ax —lo reprendió su madre, y él asintió.
—Bien, vale. Nos vamos.
«A la mierda. Que sea lo que tenga que ser».
Key se despidió de Ben y Melissa con apretones y besos cargados de
complicidad y Axel echó a andar en dirección al coche. Sentía las piernas
como dos bloques de cemento.
Y eso que la noche acababa de empezar.
Axel nunca se había considerado una persona fetichista. ¿Cómo serlo? Ni
siquiera tenía muy claro aún qué tipo de comportamientos le parecían
atractivos en una persona, o si estas, de hecho, le atraían o no.
O así había sido, al menos, hasta esa noche.
Ver conducir a Key estaba empezando a sacarle los colores. Tenía los
ojos azules concentrados en la carretera, y se le marcaban las venas de las
manos y los brazos cada vez que movía la palanca de las marchas. Y, lo que
era peor, se mordía el labio inferior por la concentración, en un gesto
desenfadado e inconsciente que hacía que Axel tragara saliva cada vez que
lo veía.
¿Era cosa suya o hacía muchísimo calor dentro del coche?
—¿P-puedo bajar la ventanilla? —preguntó.
Key lo miró con algo de sorpresa.
—¿Tienes calor?
—Más o menos.
Por suerte, el rubio no siguió indagando. Se limitó a seguir conduciendo
en un silencio cómodo. Axel, por su parte, casi sacó la cabeza por fuera del
coche y dejó que la brisa le meciera el rostro y los cabellos.
El camino se le hizo eterno hasta que aparcaron cerca del hogar de los
Parker. Axel observó el edificio con cierta ansiedad. Respiró hondo un par
de veces, pero cuando hizo el amago de apearse del coche descubrió que no
podía abrir la puerta. Key había puesto el seguro.
Su rostro estaba serio.
—¿Es esto un secuestro? —bromeó Axel para difuminar un poco la
tensión que se respiraba en el ambiente.
Key no sonrió.
—¿Quieres que vayamos a otro sitio?
—¿Qué?
—Puedo inventarme cualquier excusa. Puedo decir que hemos pillado
tráfico y que no llegaremos a la cena. O puedo decir que te has puesto
enfermo, o fingir que estoy enfermo yo. Puedo…
—¿Mentirías a tu familia si yo te lo pidiera?
El rubio asintió sin dudar.
—Sí, si así evitara que lo pasases mal.
Enternecido, Axel buscó la mano de Key y la apretó con fuerza.
—No tienes que hacerlo.
—Y tú no tienes que cenar con mi familia si no quieres.
Axel negó con la cabeza.
—No. Sí que quiero. Solo estoy un poco nervioso.
Key entrelazó sus dedos. Se llevó las manos unidas hacia la boca y plantó
un beso en los nudillos de Axel que hizo que el chico enrojeciera de manera
inevitable.
—Yo también lo estoy —le confesó. En la quietud del coche, su voz sonó
muy alta—. Eres la primera pareja que les presento.
—Venga ya. —Axel bufó.
—En serio. Eres el único. El más serio, el más duradero, el más más.
Quiero que te sientas cómodo. Quiero que sientas que mi familia también es
tu familia.
Axel guardó silencio. Antes, cuando Key le decía ese tipo de cosas sin
pudor alguno, se sentía avergonzado. Sin embargo, ahora que ya llevaban
un tiempo juntos y habían pasado por tanto ya no se sentía así: se sentía
emocionado y agradecido. Sentía una gran oleada de cariño y amor que lo
dejaba aturdido durante unos segundos, que le arrebataba la respiración y
que hacía que tuviera ganas de lanzarse sobre él para besarlo.
En esa ocasión no lo hizo. En lugar de eso, le mostró una sonrisa sincera
que hizo sonreír a Key también.
—Eres un cursi.
—Ya lo sabes.
—Vamos. No quiero llegar tarde.
—Monstruo obsesivo de la puntualidad —bromeó Key, pero le soltó la
mano y desbloqueó el seguro de la puerta. Axel le golpeó el brazo sin
mucha fuerza y se apeó del coche. El rubio no tardó en imitarlo y corrió
junto a él para sostenerle de nuevo de la mano, en una señal de apoyo que
Axel agradeció.
Después, ambos chicos se dirigieron hacia el portal.
No importaba el tiempo que Axel llevara junto a Key, ni la cantidad de
veces que hubiera ido a su casa a esas alturas: el portero siempre lo miraba
con mala cara cuando lo veía aparecer. Él siempre le devolvía el gesto con
la misma mueca furibunda. Esa vez no fue distinta, pero el rubio, ajeno a la
batalla de miradas, tiró de Axel hasta el ascensor. Fue un viaje corto, mucho
más corto de lo que le hubiera gustado. Cuando quiso darse cuenta las
puertas se abrieron con un sonoro cling y Key ya tenía las llaves de su casa
en la mano.
Axel aguantó la respiración cuando el rubio las introdujo en la cerradura.
Giró. Empujó la puerta con el hombro y…
Un perro enorme se abalanzó sobre ellos.
Sorprendido, Axel solo acertó a trastabillar hacia atrás antes de perder el
equilibrio y caer al suelo. El perro, un pastor alemán, empezó a lamerle la
cara hasta que la voz de una joven lo detuvo.
—¡Galletita! ¡No! ¡Perro malo!
«¿Galletita?»
—¿Tenías que traer al perro hoy, Pony?
—¡Pero bueno, Keycito! ¡Trata mejor a tu sobrino!
Axel se fijó en la mujer que ahora retenía a Galletita por el collar. La
reconoció al instante como la hermana mayor de Key. Ninguno de los
hermanos Parker podría huir nunca de su parentesco: de no haber sido por
los ojos castaños de ella en lugar de azules habrían sido como dos gotas de
agua.
—¿Estás bien? —preguntó Key, y le tendió la mano para ayudarlo a
levantarse. Axel asintió y aceptó la ayuda de buena gana.
El rubio no la soltó ni cuando él estuvo otra vez de pie.
—Sí. Es solo que… —Enmudeció, mirando al perro de arriba abajo—.
No me llevo bien con los animales.
Galletita ladró, como si supiera que estaban hablando de él y Axel se
encogió sobre sí mismo.
Pony soltó una carcajada.
—Hola, Axel. ¿Estás más alto?
—Ehm… ¿Sí? No lo sé.
—La última vez que te vi tenías quince años. ¿Lo recuerdas? Fue en la
fiesta de Ben, esa en la que Hill le tiró a tu amiga la tarta por el vestido y
ella se puso tan furiosa que le pegó un buen derechazo…
—Lo recuerdo —Axel la interrumpió, algo incómodo. Pony no le quitaba
ojo de encima y él se sentía torpe y fuera de lugar.
—¿Están papá y mamá en casa? —preguntó Key, echándole un capote.
Pony se apartó de la puerta.
—Oh, sí, ya lo creo. ¡Se están comportando como locos, Keycito, te lo
juro! ¡Como unos dementes! Axelcito, como nos digas que no te gusta la
pizza estoy segura de que se hacen el harakiri.
—¿Axel… cito?
Key soltó un taco.
—Mira que les dije que no prepararan nada especial… ¡Mamá! ¡Papá!
¡Estamos aquí!
Axel ni siquiera tuvo tiempo de prepararse. Una mujer alta apareció por
el fondo del pasillo. Llevaba el pelo rubio recogido en una trenza
despeinada y un sucio delantal que delataba que había estado trasteando en
la cocina.
—¿Axel? ¡Me alegra verte! —La mujer se acercó a él y le tendió una
mano llena de harina que Axel no supo rechazar. Haciendo de tripas
corazón, la estrechó. Le sorprendió la fuerza con la que la señora Parker la
sacudió—. Pensé que Keylan se inventaría cualquier excusa para no venir.
Nunca nos ha querido presentar a ninguna de sus parejas.
—¿Keylan? —preguntó Axel, y miró a Key como si lo viera por primera
vez.
El rubio, por su parte, lo ignoró deliberadamente, pero a Axel no se le
pasó por alto el rubor de sus mejillas.
—Mamá, te he dicho mil veces que no me llames así…
—¡Pero si es tu nombre! —exclamó la mujer con indignación—. ¿Por
qué te esfuerzas en ocultarlo, con lo bonito que es?
—¡Porque es ridículo! —estalló Key, en un arrebato infantil que le habría
sacado a Axel una sonrisa de no estar tan enfadado.
¿Keylan? ¡Keylan! ¡Key se llamaba Keylan!
Llevaban juntos, ¿cuánto? ¿Cinco, seis meses? ¡¿Y nunca se le había
ocurrido decirle que se llamaba Keylan!?
¿Qué más cosas le estaría ocultando? ¿Un segundo nombre, quizás? ¿Que
en realidad no tenía diecisiete años y que era un joven de veinte que había
repetido unas cuantas veces? ¡Igual hasta ni siquiera tenía los ojos azules y
llevaba lentillas!
—… el caso es que tu padre buscó un tutorial en eso del YouTube y la
chica parecía muy segura con su receta, así que se nos ocurrió probarla. No
sabemos el motivo por el cual la masa ha crecido tanto. Sin embargo,
considero que es por un error de cálculo y…
—Mamá, ¿y si pedimos al DiMario y ya está? —preguntó Key, a la
desesperada.
La señora Parker se cruzó de brazos de manera tajante.
—Ni lo pienses, Keylan. Axel es nuestro invitado, además de tu primer
novio serio; se merece lo mejor que podamos ofrecerle. ¿Y no consideráis
que una pizza casera es lo mejor? ¿Cuáles son de tu preferencia?
—De… de cualquier cosa… —murmuró Axel, intimidado al tener los
ojos de todos los Parker sobre él.
—Oh, mala elección —murmuró Pony, acercándose a él de manera
cómplice—. Igual le echan yodo como experimento.
—¿Qué? —preguntó, con voz aguda y demasiada brusquedad.
Pony volvió a reír y mientras le golpeaba la espalda.
—Es broma, Axelcito. ¡No hace falta que estés tan tenso! Aquí estamos
en familia.
Axel asintió, aunque mantuvo los hombros en la misma postura tirante y
una parte muy grande dentro de él le gritaba que corriera en la dirección
contraria. Estaba quedando como un auténtico gilipollas. Los nervios no lo
dejaban actuar con naturalidad y saber que Key le seguía ocultando partes
de sí mismo tan importantes como su nombre había terminado por
descuadrarle todos los esquemas.
Tenía ganas de llorar, de gritar y de explicarles a ambas mujeres que él en
realidad no era así; que sí que era callado y taciturno, pero que no solía
reaccionar de manera tan maleducada. Pero la lengua no se le coordinaba
con el cerebro y no le salían las palabras.
Por suerte, Key pareció comprender el hilo de sus pensamientos, porque
le apretó la mano con fuerza y carraspeó.
—¿Necesitáis nuestra ayuda para la cena? Porque hay un libro que quería
dejarle a Axel y…
La señora Parker negó con la cabeza, consiguiendo que aún más
mechones rebeldes se le escaparan de la trenza. Key había heredado sus
mismos ojos azules, aunque los de la mujer se ocultaban tras unas gordas
gafas de culo de botella que hacían que estos se vieran muy pequeños.
—Axel es nuestro invitado. Sería muy inapropiado que lo dejáramos
entrar en la cocina. No os preocupéis, chicos. Os haremos llamar cuando la
cena esté lista.
Key tiró de Axel hacia el fondo del pasillo. Las mujeres Parker se
retiraron de su camino para dejarles vía libre y hasta Galletita se tumbó en
el suelo obedientemente, con la lengua caída a un lado del morro y los ojos
curiosos propio de los animales que saben que les espera una buena
comilona.
—Gracias —se atrevió a decir él antes de que Key terminara de
arrastrarlo hacia su habitación y cerrara la puerta a su espalda.
Solo entonces, Axel se relajó y dejó fluir su enfado con total libertad.
Soltó la mano de Key y se alejó de él para encararlo.
—¡Keylan! —exclamó. El rubio contrajo el rostro, como si acabara de
pegarle un bofetón—. ¡Te llamas Keylan!
—No me lo recuerdes… Quiero cambiármelo cuando cumpla los
dieciocho…
—¿Por qué no me lo habías dicho? ¡Es tu nombre! ¡Se supone que soy tu
novio y no me sé ni tu verdadero nombre!
Key no contestó inmediatamente. En lugar de eso, se dirigió hacia la
cama y se dejó caer sobre ella con aires derrotados. Después, dio unas
palmaditas sobre la colcha, invitando a Axel a acompañarlo, y este, aunque
reticente, accedió.
—Lo siento —le dijo el rubio. Con cuidado, acercó una de las manos
hacia su frente y solo cuando comprobó que Axel no se apartaría le retiró
un par de mechones de pelo rebeldes—. No pensé que te fuera a molestar
tanto no saber mi nombre completo.
—Pues claro que me molesta, imbécil —refunfuñó él—. ¿Qué más cosas
me has ocultado? ¡Ahora tengo la sensación de que no te conozco!
—Eso no es verdad —Key lo negó y se acercó a él. Se inclinó para
besarle la sien y fue descendiendo por su rostro. Axel se estremeció—. Me
conoces mejor que nadie.
—Mentiroso, Keylan —recalcó. Cerró los ojos cuando Key le besó el
cuello y soltó un suspiro quedo—. Puedo conocer un poco a Key, pero no a
este nuevo tú…
Key soltó una pequeña risita mientras colaba las manos por debajo de la
camisa de Axel para acariciarle la piel.
—Me dan miedo las arañas.
—Lo sé. —Axel abrió los ojos y se mordió el labio inferior cuando Key
pellizcó uno de sus pezones, ahora erectos—. Me acuerdo de cuando se
coló esa pequeña arañita en mi cuarto y tú fingiste estar demasiado
concentrado en los deberes como para levantarte a espantarla y tuve que
sacarla yo.
—¿Lo ves? —El rubio volvió a atacar su cuello. Lo mordió y lo lamió
segundos después—. Me conoces. Y sabes que mi comida favorita es…
—El Buldak, ese pollo coreano infernal que pica como su puta madre —
acabó Axel por él—. Key, no creo que sea lo más apropiado…
Key le chistó. Se olvidó de sus pezones y, con dedos ágiles y rápidos,
comenzó a desabrocharle la camisa a Axel. Primero el botón cerca de la
nuez de Adán y, poco a poco, el resto; deteniéndose para seguir acariciando
la piel que encontraba a su paso.
—Mi té favorito es…
—Ninguno. —Axel gimió cuando las manos de Key siguieron bajando y
bajando y se posaron en el cierre de sus pantalones, más abultados de lo
normal—. Prefieres el café.
—Bingo. —Con una sonrisa plagada de orgullo, Key se deshizo del
botón y comenzó a bajar a cremallera—. ¿Mi libro favorito?
—El conde de Montecristo.
Una caricia por encima de la tela de sus calzoncillos que le hizo gemir y
abrir las piernas de manera inconsciente, buscando más placer. Pequeñas
gotitas de sudor caían por la frente de Axel, que no sabía cuánto tiempo más
podría seguir jugando a eso, a resistirse, a ser responsable, sin suplicarle
más.
—Y mi película favorita es…
—Pregunta trampa. Tus películas favoritas son la trilogía de Spiderman
de Sam Raimi. Curioso, teniendo en cuenta la fobia a las arañas.
Key coló la mano entre sus muslos y comenzó a acariciarlos, enviando
oleadas de placer por la columna vertebral de Axel incluso aunque las
caricias estuvieran por encima de la molesta tela de los pantalones.
—Por supuesto, mi color favorito es el…
—Rojo. Porque te recuerda a las pistas de atletismo.
—¿Ves como me conoces a las mil maravillas, cucaracha? —le preguntó,
mirándolo con una intensidad que lo prendió.
—Es posible… —concedió él, ladeando el rostro. Luego suspiró—. Key,
no quiero que nos pillen así…
Key asintió, con una sonrisa algo culpable.
—Me lo imaginaba, aunque confiaba en calentarte lo suficiente como
para que no te importara que lo hicieran —dijo, y contrariamente a lo que
había hecho minutos atrás, le abrochó los botones de la camisa mientras
ayudaba a Axel a colocarse de nuevo la ropa.
Axel abrió la boca para admitir que había estado muy cerca de
conseguirlo cuando un par de toquecitos en la puerta los sobresaltaron; los
chicos apenas tuvieron tiempo de alejarse antes de que Pony la abriera y
asomara la cabeza
—La cena está lista —anunció.
La cena transcurrió con tanta calma y facilidad que Key no pudo evitar
sonreír durante toda la velada.
Después de su conversación, Axel parecía mucho más tranquilo, y esa
actitud se reflejó también a la hora de hablar con su familia. Para sorpresa
de nadie, el chico congenió muy bien con su padre. Terrence Parker adoraba
a todos aquellos que usaban hilo dental, y Axel, como buen maniático de la
limpieza que era, se esmeraba mucho en su higiene bucal.
En cambio, costó un poco más que se abriera y se relajara frente su
madre, aunque Key lo entendió y nadie se lo reprochó. Durante las primeras
horas de la cena, Axel observó a su madre con curiosidad y apenas atinó a
conversar un poco con ella; se limitó a asentir cada vez que la mujer le
preguntaba algo y sus contestaciones no pasaban de los monosílabos. No
obstante, para la hora de los postres. Axel se acostumbró a las rarezas de la
mujer y fue capaz de relajarse frente a ella.
Clau Parker —que en realidad no se apellidaba Parker, sino Jones porque
había conservado su apellido de soltera— era una persona algo complicada.
Usaba palabras rimbombantes y solía quedarse ensimismada cuando
paseaba alguna idea por su mente. Si lograba darle forma, dejaba todo lo
que estuviera haciendo y corría a por una libreta para apuntarla. Gracias a
estos momentos de inspiración había escrito grandes y afamados artículos
sobre medicina y algún que otro libro que se había convertido en un
bestseller dentro de la profesión.
Su padre, por el contrario, era más tranquilo. A Key siempre le había
parecido el típico padre que se esmera mucho en parecer moderno y
enrollado. Siempre se apuntaba a un bombardeo; como acompañar a Key a
una de sus rutinas de ejercicio —aunque no fuera capaz de llegar ni a la
mitad— o ir junto a Pony a un festival de música indie psicodélica.
Terrence era un niño en el cuerpo de un adulto, algo que él mismo había
heredado y una cualidad sobre la que Axel le tomó el pelo entre susurros.
«Eres igual que tu padre».
«Nunca me había fijado, pero cuando estás concentrado tienes la misma
cara que tu madre».
«¿Ese remolino del pelo no es el de Pony? Qué poco original eres,
gorila».
Key reía, encantado, enamorado, feliz.
Y hubieron más palabras susurradas en los oídos, caricias robadas y
complicidad.
Pero, si alguien disfrutó como nadie de la cena esa fue Pony. Su hermana
avasalló a preguntas al pobre Axel para tratar de sonsacarle los detalles de
la relación. «¿Quién se declaró primero? ¿Cuánto tiempo lleváis juntos?
¿Cómo te las apañas para aguantar a Keycito sin querer matarlo en el
intento?». Su cucaracha las contestó todas con palabras amables y
pacientes, y Key se lo agradeció tomándole la mano por debajo de la mesa.
Para cuando terminó la cena, a Key no le cabía la menor duda de que su
familia adoraba a Axel. Tanto era así que Pony no dudó a la hora de alejarlo
de Key antes de que el rubio pudiera hacer algo para evitarlo; la chica tiró
de Axel y lo obligó a sentarse sobre el sofá junto a ella. El rubio, con más
curiosidad que otra cosa, espiaba su conversación desde la mesa con muy
poco disimulo mientras trataba de ignorar las miradas socarronas que le
lanzaba su padre. Desde su posición no podía ver lo que estaban haciendo,
ni mucho menos escucharlos, pero parecían tener las manos ocupadas.
Tratándose de Pony, Key se esperaba cualquier cosa.
—Mira qué monísimo era.
Axel se carcajeó y Key no pudo aguantar más la curiosidad. Se levantó y
se acercó hacia ellos. Asomó la cabeza por encima del sofá y torció el
morro.
Pony le estaba enseñando a Axel el álbum de fotos familiar.
—Eso es trampa —se quejó, entrecerrando los ojos con algo de reproche.
Pero Axel alzó el rostro y le sonrió, y el enfado de Key se esfumó.
—Eras un bebé muy gracioso. Nunca te había visto así. Quiero decir, te
recuerdo desde que teníamos tres años, aunque no te prestaba mucha
atención y estás borroso en mi cabeza. Pero es curioso verte incluso antes
de esa época.
—Oh, mira esto. —Pony señaló una de las fotografías. Se trataba de una
instantánea de toda su familia de unas vacaciones que habían pasado en
Orlando junto a sus tíos y primos de Estados Unidos. Key tendría dos años
y lucía unas ridículas orejas de Mickey Mouse en la cabeza. Iba sentado en
un carrito y llevaba un pañal demasiado grande que no terminaba de
ajustársele al cuerpo y le hacía un trasero gordinflón y espantoso. Si a eso
se le sumaba el pelo rubio y rizado, Key parecía una especie de querubín
sacado de un cuadro del Renacimiento.
—Salgo fatal.
—¡Tenías los dientecitos juntos! —se burló Axel.
—Key tenía apiñamiento dental —explicó su padre. Se había acercado a
ellos, con el andar silencioso que lo caracterizaba, y miraba el álbum con
nostalgia—. Tuvo que llevar ortodoncia durante algunos años.
—No me digas… —La sonrisa de Axel se tornó malévola y Key le dio
un capirotazo en la nariz. El chico soltó un gruñido y le sacó el dedo
corazón como respuesta. Sin embargo, el rubio lo ignoró y encaró a su
padre.
—Papá, no vayas contando por ahí mis vergüenzas.
—¡Pero si estabas graciosísimo! —aportó Pony—. Mira, en estas se le
puede ver con el aparato.
Axel rio al volver a centrar la atención en las fotos que Pony le señalaba.
Key hizo el amago de atrapar el álbum, pero su hermana lo alejó de su
alcance y el rubio se quejó un poco por quejarse y no porque estuviera
enfadado de verdad. No pensaba admitirlo, al menos no delante de su
familia, pero le hacía feliz ver a Axel así. Sabía lo muchísimo que le había
costado acceder a cenar con ellos y el esfuerzo tan grande que estaba
haciendo. Si ver sus fotos de la infancia iba a conseguir que el chico se riera
así, el rubio estaba dispuesto a hacer una copia del álbum para regalárselo,
por muy bochornoso que fuera.
No había nada que le gustara más que el sonido de la risa de Axel.
Durante la siguiente hora se estuvieron pasando el álbum de mano en
mano. Su madre se unió a ellos en algún punto de la actividad y hasta
Galletita se dejó caer junto a Pony en el sofá, y la chica enredó los dedos
entre las hebras de su pelo.
Cuando el reloj del salón dio las diez de la noche, Key tomó la mano de
Axel y ambos se dirigieron hacia la puerta, muy seguidos por el resto de la
familia.
—Tienes que venir más a menudo por aquí. Es muy raro ver a Keycito
avergonzado.
—Lo haré.
—¿Ahora vais a confabular en mi contra?
Pony sonrió y se colgó del brazo de Axel.
—Axelcito y yo ahora somos muy amigos.
—Ah, ¿sí? Pues que sepas que eres un traidor —le dijo el rubio. Axel se
limitó a encogerse de hombros.
—¿Qué puedo decir? Me ha ganado con tus fotografías.
Key fingió enfadarse y le dio la espalda, gruñendo palabrotas y frases sin
sentido. Sin embargo, Axel se acercó a él y volvió a sostener su mano,
haciendo que su determinación se esfumara como agua colada por un
desagüe. Cuando su cucaracha le sonrió el rubio no pudo resistir la
tentación y se inclinó sobre él para besarlo.
No fue más que un casto beso en los labios que le supo a poco, pero fue
suficiente para que Pony lo usara para meterse con su hermano pequeño.
—Hey —se quejó—, ¡que seguimos aquí!
Axel enrojeció y empujó un poco a Key, avergonzado.
—L-l-lo siento…
—Parecéis dos adolescentes enamorados.
—Es que somos dos adolescentes enamorados —recalcó Key, y Axel
enrojeció aún más por sus palabras y agachó el rostro.
—Se me hace extraño ver a Keylan tan cariñoso —añadió su madre con
una sonrisa.
—Mamá, que no me llames…
—Pero si es tu nombre.
—¡Papá! ¡Defiéndeme!
Su padre le mostró una sonrisa conciliadora mientras pasaba uno de sus
brazos sobre los hombros de su esposa para atraerla hacia él.
—Lo siento, cariño. Sabes que siempre me pondré de parte de tu madre
—dijo, y besó la sien de la mujer con cariño.
—Y bien que hace —añadió ella—. Porque tienes un nombre precioso.
Axel se rio entre dientes y Key decidió que no merecía la pena discutir
más. Ya diría todo lo que tuviera que decir en el registro cuando se
cambiara el nombre. ¡Keylan! ¿Había acaso una forma más ridícula de
llamar a un hijo? Aunque, siendo totalmente justos, su hermana también
había recibido lo suyo.
Sus padres serían dos doctores muy inteligentes, pero a la hora de poner
nombres eran un auténtico desastre.
Así se lo hizo saber a Axel una vez que estuvieron en el coche de vuelta
al hogar de los Waters.
—Pony, cucaracha. Se llama Pony. Y no es un diminutivo. ¿No debería
haber alguna ley que prohíba llamar a los hijos así? Admite que Key me
pega mucho más.
—Keylan tiene su encanto…
Key le lanzó una mirada horrorizada.
—Si te pones de parte de mi madre me temo que tendremos que cortar.
Axel ocultó una sonrisa con la mano.
—Vale, vale, perdón. Es un tema sensible, por lo que veo…
—¿Cómo no quieres que lo sea? Tú no sabes lo que se siente. Te llamas
Axel. ¿Sabes lo que mola ese nombre? Axel. Tiene fuerza, garra, gancho.
Axel es el nombre de un tío duro. Keylan es el nombre de una marca de
detergente.
—No seas dramático. Mi segundo nombre es Peter, que es mucho peor
que Keylan.
—Peter es un clásico. Cuando seas viejo tendrás cierta reputación en la
residencia de ancianos.
Su cucaracha soltó una sonora carcajada.
—Vale, hasta tú tienes que admitir que podría ser mil veces más horrible
—añadió—: podrías llamarte Harold. Benjamin Harold Waters.
Esta vez el que rio fue Key.
—Dios, sí. Como si no fuera suficiente llamarse Benjamin.
—Nunca pensé que diría esto, pero pobre Ben. Siempre había creído que
se había llevado toda la suerte de los Waters, pero empiezo a dudarlo.
Primero, su nombre. Luego resulta que es tan despistado como yo. Y por
último… está su pésimo gusto a la hora de escoger de quién enamorarse.
Unos cuernos y un mafioso. Me da algo de lástima.
Key torció el gesto. Apretó con fuerza el volante, centrando su mirada en
un punto en la lejanía. Axel tenía razón: no se podía decir que el menor de
los mellizos Waters estuviera pasando por su mejor momento.
—¿No funcionó lo de Nico?
—Ese chico es imposible —bufó Axel, molesto—. Me rindo con él.
Quiere estar solo y voy a hacerle caso: no pienso perseguirlo. Lo que tiene
que hacer Ben es olvidarse de él.
El rubio quiso decirle que estaba de acuerdo, que él también pensaba que
lo mejor que le podía pasar a su mejor amigo era pasar página con Nico,
pero no fue capaz. Y no porque no lo pensara, sino porque sabía que los
sentimientos de Ben eran muy fuertes y él mejor que nadie sabía lo difícil
que era luchar contra ellos cuando estás enamorado. Lo había intentado
cuando se había dado cuenta de que estaba enamorado de Ben y había
fracasado, y lo había intentado de nuevo cuando había descubierto que
amaba a Axel y tampoco pudo conseguirlo.
El corazón es caprichoso y no atiende a razones.
—De todas formas, Peter, Harold… ¿por qué esos nombres? ¿Vuestros
padres os odian tanto como a mí los míos?
Si a Axel le sorprendió el cambio de tema no lo dejó ver.
—Es por nuestros abuelos —explicó—. Peter, por el padre de mi madre;
Harold por el padre de mi padre. ¿No se supone que tendrías que saber estas
cosas? Eres el mejor amigo de Ben, ¿no te lo había dicho? Tú nunca habrías
dejado escapar esta oportunidad de burlarte de nosotros. El Key que yo
conozco habría dicho algo como «tenéis nombres de viejos», a menos, claro
está, que no tuvieras ni idea del porqué de nuestros segundos nombres. A
ver si al final va a resultar que eres tú el que no me conoce…
Key guardó silencio durante unos segundos. Después, su mano buscó la
de Axel en la oscuridad de la noche.
—Le tienes un extraño miedo a los patos que no comprendo. Y tampoco
te hacen mucha gracia las agujas. Tu comida favorita es cualquiera que
tenga raciones enormes de queso por encima, como la pizza o la lasaña,
aunque tampoco le haces ascos a un buen dulce. Te gusta muchísimo el té
negro y siempre le echas dos cucharadas de azúcar. Además, te parece un
pecado no tomarlo con alguna pasta o bollo seco. No tienes un libro
favorito — deberías leer más—, aunque sí que tienes mangas favoritos,
como Monster o ese raro de los titanes.
»Tu color favorito es el negro, por supuesto, y tu película favorita es
Frankenstein, aunque también te gusta El vampiro de Dusseldorf. Te
apasionan los Final Fantasy, aunque consideras que la saga ha ido
decayendo con los años. ¿Qué más? —Key fingió pensar unos segundos—.
No te gusta ningún deporte, pero si tuvieras que escoger alguno sería
natación. Y, por supuesto, ver las mías porque yo soy tu estrella favorita. —
Axel resopló, pero Key lo ignoró—. Nadas muy bien, que me lo ha chivado
Ben. Y, ah, sí: estás enamorado de mí, lo cual es normal.
Axel lo miró, con la sombra de una sonrisa tirando de la comisura de sus
labios. Key podría haber hablado más y más. Podría haberle dicho que tiene
diecisiete lunares en el cuerpo y una curiosa marca de nacimiento en el
gemelo izquierdo. Podría decirle que le gustan las nubes muy tostadas y las
galletas de canela. Podría contarle que sabe que antes de dormir siempre
tiene que ver un capítulo de algún anime o serie, porque, si no, le cuesta
conciliar el sueño.
Había tantas y tantas cosas que Key sabía sobre él; y tantas y tantas otras
cosas que quería descubrir. Axel era una persona compleja, con aristas, todo
un mapa plagado de misterios que le hacían sentir un explorador a la
aventura.
Y Key jamás se cansaría de averiguar, de saber, de conocer.
Jamás se cansaría de él.
—Bueno, parece que algo sabes —concedió Axel, finalmente.
—Venga ya, cucaracha. Admite tu derrota.
—Ah, ¿era una competición?
—Yo te he dado más datos sobre ti que tú de mí.
—Porque no los consideraba necesarios. Pero si quieres puedo añadir que
babeas cuando duermes, que no puedes estarte quieto, que tu rodilla se
resiente cuando hace mal tiempo o que no soportas los pepinillos.
—Y yo podría haber dicho que te cortas el pelo en la misma peluquería
desde que eres un niño porque te da miedo que te lo corten mal en otro sitio,
que te parece un sacrilegio que la gente saque los muñecos coleccionables
de sus cajas o que tu pizza favorita es la carbonara con extra de queso.
Axel se tomó sus palabras muy en serio, porque le lanzó una mirada
desafiante y tomó aire.
—Conque esas tenemos, ¿eh? Muy bien. Te gusta El señor de las moscas,
pero te genera conflicto que el autor sea un gilipollas y…
Así, entre piques, retos, bromas y besos robados al frenar en los
semáforos, ambos se dirigieron hacia la casa de los Waters.
Key no esperaba encontrarse con él. No tan pronto, al menos.
Desde que Nico Rush había dejado el club de atletismo era casi imposible
verlo en cualquier sitio; nadie sabía dónde pasaba su tiempo libre ese chico
ni cómo se las apañaba para pasar de curso pese a la cantidad de faltas que
acumulaba.
Así que fue pura casualidad. El rubio iba al trote hacia su clase de
química cuando su cuerpo se chocó contra alguien. El impacto fue tan
fuerte que casi lo tiró al suelo, pero logró mantenerse en pie. La otra
persona no tuvo tanta suerte; tropezó y Key ya estaba abriendo la boca para
disculparse cuando unos ojos verdes le arrebataron la voz.
—Mira por dónde vas.
Nico se levantó, tan altivo como siempre pese a su corta estatura.
Sin embargo, Key no pensaba dejarse amedrentar.
—Tú también te has chocado contra mí.
—Lo que tú digas —contestó el chico de manera seca. Hizo el amago de
marcharse, pero Key detuvo su andar, colocándose frente a él—. ¿Qué
quieres?
A Key jamás le había interesado nadie que no fueran él mismo o los
suyos. Era parte de sus privilegios, de esa burbuja dorada en la que había
vivido durante casi toda su vida. Sus compañeros del club de atletismo, de
clase, los falsos amigos que tenía en redes sociales… No significaban nada
para él.
Nico entraba en esa categoría, por supuesto. Le daba igual su pasado, o lo
que pudiera estar sufriendo, y ni siquiera le afectaba que hubiera dejado el
club de atletismo. Seguía sin importarle, aunque su mejor amigo estuviera
enamorado de él y Axel quisiera pasar más tiempo con él. Por eso, Key no
quería meterse; sabía que los Waters podían lidiar con él sin ayuda de nadie.
Además, Nico y él tenían una historia, un pasado, que siempre tensaría su
relación. Incluso aunque Nico no hubiera sido un capullo con Ben, Key
jamás lo aceptaría.
Tendría que haberlo dejado ir, olvidarse de ese encontronazo fortuito,
pero antes de poder evitarlo, las palabras se le escurrieron por entre los
labios.
—Aléjate de Ben.
Nico no parpadeó. Le sostuvo la mirada en una batalla silenciosa que
hizo saltar chispas a su alrededor.
—¿Ben? ¿Otra vez? Y yo que había oído rumores… Creía que ahora
estabas con el otro Waters.
Golpe bajo.
Key apretó la mandíbula y se obligó a sí mismo a mostrarse
imperturbable.
—No metas a Axel en esto.
—Ah, Axel. —Nico se pasó la lengua por el labio inferior y sonrió—.
Dime, ¿ha sido más sencillo con él? ¿Es tu premio de consolación?
—No voy a caer en tus tretas. Ya no.
Puede que hace unos meses lo hubiera hecho. El Key del pasado, el que
había estado enamorado locamente de Ben y se había dado cuenta de que
Nico lo miraba con el mismo deseo que él mientras hacía todo lo posible
por separarlos, se hubiera vuelto loco con sus provocaciones. El Key del
pasado siempre había odiado a Nico porque deseaba algo de lo que él
siempre se había considerado dueño por derecho.
Pero el Key del pasado era inmaduro, y hacía tiempo que había dejado
atrás esa actitud.
Había comprendido que las personas son libres, que amar a alguien con
fuerza no quiere decir que esa otra persona vaya a corresponderte y, sobre
todo, que no puedes exigirle que lo haga.
Nico apreció el cambio, porque su mueca chulesca desapareció y su
cuerpo se tensó.
—Eres insoportable. ¿Ahora te has convertido en una persona madura,
seria y respetable? ¿Tú, que me amenazaste cuando te diste cuenta de que
quería tirarme a Ben? ¿Quieres que te recuerde cómo se enteró de que Jane
le ponía los cuernos?
Key tomó aire. No hacía falta que Nico se lo recordara; no había día en el
que no se arrepintiera de su comportamiento. De cómo se había enterado de
que Jane engañaba a Ben y cómo había corrido a contárselo a su mejor
amigo con la esperanza de este que la odiara y así Key pudiera recuperarlo.
De cómo lo único que había conseguido había sido destrozarlo y hacerle
llorar. De cómo él se había sentido como un monstruo, un capullo egoísta y
se había dado cuenta de que sus sentimientos hacia Ben no eran sanos y que
este jamás le correspondería.
Key había cometido cientos de errores que se le clavaban en el corazón
como las espinas de las rosas. Hacer daño a Ben, mentir a Axel, ocultar
quién era en realidad. Errores que ahora no volvería a cometer. Podría
cometer otros, muchísimos miles de millones más, pero no volvería a hacer
daño a aquellos a los que quería.
—Ben está sufriendo —murmuró, finalmente—. No quiero que te alejes
de él porque lo cele o lo considere de mi propiedad. Quiero que te alejes de
él porque, mientras no lo tengas claro, seguirás haciéndole daño. Ben es
bueno, lo sabes, y está dispuesto a todo con tal de estar a tu lado. Pero eso
no es sano. Acabará consumiéndolo y no puedo permitirlo.
—Ya no estamos juntos.
—Volverás a él. Siempre vuelves. Y cada vez que te marchas lo rompes
un poco más. Lo único que quiero es asegurarme de que, esta vez, lo tengas
claro. Que le des falsas esperanzas es cruel e innecesario.
Nico negó con la cabeza. Lo empujó con el hombro y, sin lanzarle una
última mirada, se alejó por el pasillo.
Key observó su espalda hasta que lo perdió de vista y, con un último
suspiro, retomó su camino. Llegaba tardísimo a clase.
Hill los detuvo a la salida de clase.
—Tengo que hablar con vosotros. Bueno, Conrad y yo tenemos que
hablar con vosotros. ¿Quedamos luego?
Key y Ben compartieron una rápida mirada y asintieron, con más
curiosidad que otra cosa. Hill nunca se mostraba así de serio.
Por eso ahora los esperaban sentados alrededor de la mesa de un pub. Era
viernes por la tarde y acababan de salir de clase. Quedaban apenas dos
semanas para los exámenes finales y junio había llegado a la ciudad pisando
fuerte. Tenían más trabajos que nunca y muy poco tiempo libre.
En menos de un mes serían estudiantes de último año. Cada vez que Key
lo pensaba le entraba vértigo.
—¿Qué crees que es? —le susurró Ben, rasgando la etiqueta de su botella
de cerveza. Ese era uno de los pocos pubs en la ciudad que hacían la vista
gorda con respecto a las edades de su clientela. No estaba bien, pero Key no
pensaba denunciarlos—. ¿Y si Hill ha dejado embarazada a alguna chica?
—¿Y por eso también mete a Conrad? —preguntó Key, y negó con la
cabeza—. No lo creo.
—Igual mete a Conrad porque no se atreve a decírnoslo él solo.
—Tiene que ser otra cosa; algo que los involucre a ambos.
Ben lo agarró del brazo, como si acabara de caer en la cuenta de algo.
—¿Y si están liados?
Key soltó una carcajada divertida.
—Tienes que dejar la cerveza, Ben. No te sienta bien.
—¡No, tío! ¡Piénsalo! ¿Recuerdas lo que Hill dijo cuando les conté lo de
Nico? ¿Y si están liados y por fin quieren decírnoslo?
—Ben, es imposible que estén juntos. Son Hill y Conrad. Hill. Es muy
hetero.
—¡Tú y yo también lo éramos y míranos!
Key enmudeció. Tenía que admitir que Ben tenía toda la razón.
Ese fue el momento que escogieron Hill y Conrad para hacer acto de
presencia. Sus amigos se sentaron en los taburetes frente a ellos y los
miraron durante un tiempo que a Key se le antojó eterno.
Incómodo. Tenso. Ridículamente largo. El silencio nunca era así entre
ellos. Por eso, Key escrutó los rostros de sus amigos. Se fijó en la pequeña
arruguita de preocupación que adornaba el entrecejo de Conrad, y en que
Hill no tenía ese brillo pícaro que tanto caracterizaba su mirada.
Fue Ben quien rompió esa especie de calma tensa.
—¿Y bien? ¿Qué es tan grave? Estáis asustando a Key.
El rubio miró a Ben con una mezcla de diversión y sorpresa.
—¿A mí? Pero si eres tú el que está lanzando docenas de hipótesis.
—Oh, corazones. —Por fin, Hill sonrió con burla—. ¿Estáis preocupados
por nosotros?
Como si lo hubieran ensayado, Key y Ben soltaron aire. Si Hill bromeaba
la cosa no era tan grave como se temían.
—Es Ben el que está preocupado.
—Lo que tengo es curiosidad —murmuró el chico—. ¿Qué ocurre? Dime
que no has dejado embarazada a ninguna chica…
—O a Conrad —bromeó Key. Ben le golpeó el brazo.
—¡Tío!
Sus amigos no rieron con su broma.
Y Key adoptó toda la seriedad que su rostro le permitió.
—Vale, chicos, ahora sí que me estáis preocupando.
—No es nada grave, de verdad —los tranquilizó Conrad, pero Hill negó
con la cabeza.
—No les mientas. Merecen saber la verdad… —El chico se mordió el
labio inferior—. No os queremos asustar. Pero…
—¿Qué? —Ben se echó hacia delante y tomó a ambos chicos del brazo,
como si pretendiera transmitirles la fuerza a través del tacto. Estaba pálido
—. ¿Qué ocurre?
—Se trata de Conrad. Ha decidido hacerse astronauta y no sé cómo
quitarle la tontería de encima.
—¿Astro… nauta? —preguntó Ben—. ¡Conrad! ¿Tú sabes lo difícil que
es ser astronauta? ¡Tienes que tener muy buena forma física y ser alto, y tú
no tienes ninguna de las dos cosas y… te mareas en el coche!
—Te está vacilando, Ben. —Key golpeó a Hill en la cabeza, que no trató
de esquivarlo y en su lugar soltó una carcajada.
Ben enrojeció.
—No tiene gracia, gilipollas.
—Un poco sí.
—Eres un crío —le espetó Conrad. Entonces tomó aire y soltó la bomba
—: Hill y yo nos acostamos.
Ben soltó los brazos de sus amigos y se echó hacia atrás.
A Key se le torció la boca.
Y Hill dejó de reírse y agachó el rostro, avergonzado.
—¿Qué? —preguntó Key. Fue el primero en encontrar la voz, aunque
seguía en estado de shock y su pregunta sonó más bien como un quejido.
—¿Es otra broma? Porque me la creo —añadió Ben.
—No es broma. Conrad y yo nos acostamos, pero no estamos juntos.
—Llevamos casi año y medio con esto —añadió Conrad, al ver que ni
Key ni Ben podían procesar las noticias—. No es tan raro.
—¿No sois pareja? —preguntó Ben.
—No —dijo Hill—. Ni siquiera nos lo planteamos. Quiero decir, Conrad
es la persona a la que más quiero en el mundo. Me pondría delante de una
bala por vosotros, tíos, pero por él vendería hasta a mi madre.
—Te llevas mal con tu madre —se burló Conrad, con una sonrisa.
—El caso es —continuó el más alto— lo quiero, pero sabemos que no
funcionaríamos como pareja. Ni pretendemos que funcione. Nuestra
conexión va más allá de eso.
Key apoyó los codos en la mesa y enterró su cabeza entre las manos.
Soltó un gran suspiro antes de volver a alzar la vista.
—No lo entiendo. Hill, pensé que te gustaba Karina.
—¡Y me gusta! ¿La has visto? Es guapísima.
—¿Y Conrad? —Ben parpadeó—. ¿No te gusta él?
—También le gusto. —Conrad asintió, con calma—. Es lo que os ha
dicho. Nuestra relación va más allá. Nos acostamos cuando nos apetece, y
dejamos de hacerlo si él sale con alguien o si a mí me apeteciera estar con
otra persona.
—Hill es hetero —dijo Key, y Hill negó con la cabeza.
—No, no lo soy. De hecho, nunca lo he sido.
—¿Eres bi? —La voz de Ben sonó más alta de lo normal—. ¡Lo sabía!
¡Key, te dije que lo era!
—Pero… ¿cómo? No sabía que tú también lo fueras. Siempre hablas de
tías y nunca pensé… —Key guardó silencio. Estaba… ¿dolido? ¿Acaso
tenía derecho a estarlo? «Si Hill me hubiera dicho que era bi, yo podría
haberme aceptado mucho antes y me podría haber abierto a ellos y…».
No, eso no era cierto. No podía poner esa responsabilidad sobre su
amigo.
—Ya… Siento si ha parecido que se trataba de un secreto. Es que… ¡Ni
siquiera lo pensé! Es decir, para mí es lo más natural del mundo. He
hablado muchas veces de chicos que me parecen guapos. Pensé que algo
sabíais.
—¡Pero a cualquiera podría parecerle guapo un chico! —continuó Ben—.
¡Eso no te hace bi!
—Sí, pero que mencionara que no me importaría hacerle un trabajo al
profesor de gimnasia igual os tendría que haber dado alguna pista. ¿No os
acordáis? El verano pasado, poco después de los exámenes finales.
Ben, turbado, se atascó con su propia lengua y no volvió a hablar.
—Yo pensé que estabas de broma —dijo Key en su lugar—. Estabas
borracho.
—¿Y cuando te dije que no era necesario que me emborracharas para
toquetearme?
—¡También estabas borracho!
—¿Te tirarías a Key? —preguntó Ben casi al mismo tiempo.
Hill sonrió.
—Si el rubio idiota no estuviera tan enamorado de tu hermano me
lanzaría a su cuello sin dudar.
Key hizo una bola con una servilleta y se la arrojó, pero no pudo ocultar
una sonrisa.
—Pervertido.
—¿Y tú? —Ben miró a Conrad—. ¿También eres bi?
—No. Yo soy ace.
Confuso, Key se olvidó de Hill y tanto él como Ben le lanzaron a Conrad
una mirada plagada de curiosidad. Guardaron silencio durante unos
segundos, procesando la revelación.
Si a Key le había resultado complicado entender no solo la relación entre
sus amigos, sino también la salida —o no salida— del armario de Hill, esa
palabra había terminado con toda la energía de sus neuronas. Por eso
preguntó:
—¿Ace? ¿Qué es eso?
—Oye, que vosotros también pertenecéis al colectivo —murmuró Hill—.
Deberíais saberlo.
—Asexual —explicó Conrad, con calma.
—No puedes ser asexual. Te acuestas con Hill —dijo Ben, y luego lo
pensó mejor, porque reculó—. ¿Es ofensivo esto que he dicho? Mierda. Es
que pensé que los asexuales no tenían sexo y…
—Tenemos sexo, si queremos —continuó Conrad—. Los asexuales no
sentimos atracción sexual por nadie, ni hombres ni mujeres, pero sí que
podemos sentir el resto de atracciones. Es una orientación sexual como lo es
otra cualquiera. El espectro aroace es muy amplio. Hay gente que no quiere
tener sexo. Hay gente que es arromántica y no siente atracción romántica
por nadie, pero sí que siente atracción sexual. De hecho, que sea
arromántica no quiere decir que no pueda tener pareja; los hay que no
quieren, por supuesto, pero también los hay que sí. Además de eso, hay
gente que solo siente atracción sexual hacia aquellas personas con las que
tienen una gran conexión. Eso es ser demisexual. ¿Sabéis? La sexualidad va
más allá de ser hetero, gay o bi.
—Entonces… ¿Tú sí que puedes tener sexo, aunque seas asexual? —
preguntó Key.
—Es ace, no cura. —Hill negó con la cabeza.
Conrad sonrió.
—Claro que sí. ¿A ti no te pasa que hay veces en las que no tienes
hambre, pero, si te ofrecen una galleta, te la comes por gula? Pues es un
poco lo mismo. Cuando veo a una persona yo no pienso «guau, me
encantaría tener sexo con ella», pero sí que hay veces en las que siento
ganas de hacerlo.
—Sigo sin entenderlo. —Ben bufó, frustrado.
—Que no es tan difícil —añadió Hill—. Conrad puede tener libido, y
ganas de follar, y hay veces que quiere hacerlo. Y, cuando le apetece, me
llama y yo lo complazco. Si quisiera encontrar a otra persona que cumpla
mi función puede hacerlo sin problemas. Pero el sexo jamás será su
principal motivación para empezar una relación con alguien. Siente
atracción estética hacia los chicos, así que es homorromántico. Podría
encontrar a cualquier chico que lo complaciera, aunque ni de coña tanto
como lo hago yo.
—A veces —se burló Conrad, y Hill le dio un empellón con el hombro.
—No bromees con estas cosas, Conri, porque sabes que soy muy
competitivo y ahora no voy a parar hasta hacerte gritar mi nombre y…
—Dios, esto es mucha información —los cortó Ben, enrojeciendo por la
intensidad de las miradas que se lanzaban sus dos amigos. Key casi podía
compartir el hilo de los pensamientos de su mejor amigo. ¿Siempre se
habían mirado así? Con ese deseo, esa química…
Si Key se paraba a pensarlo, tenía sentido. De hecho, era lo único que
tenía sentido en este mundo. Hill, Conrad. Conrad, Hill.
Conrad era el único capaz de tranquilizar a Hill. Hill era de las pocas
personas que hacía reír a Conrad a carcajadas y liarlo para hacer travesuras.
Eran el dúo perfecto, inseparables. Que se acostaran no cambiaba
absolutamente nada de la dinámica de su relación, y tampoco la de los
cuatro.
Pese a ser bi, la visión de Key con respecto a la vida era bastante limitada
y ni siquiera se había dado cuenta hasta ese mismo momento. En su cabeza
siempre había aceptado que los chicos pueden amar a otros chicos, al igual
que las chicas, o que pueden amar a ambos si quieren. Era consciente de la
realidad de las personas trans, de lo difícil que lo tenían, pero no iba más
allá. Nunca se había parado a pensar en que el amor no tiene por qué ir de la
mano con una relación, y que eso no lo hace menos real o intenso. Ni
siquiera tenía por qué ser bígamo. Nunca se le había ocurrido pensar que
existiera gente que no se sintiera atraída hacia nadie, o que hubiera gente
que no sintiera atracción romántica.
Conrad y Hill se querían, se querían más que nada en el mundo, como la
clase de amor que él sentía hacia Axel. Sin embargo, también podían amar a
alguien más y eran felices con esa libertad. Eran felices sabiendo que
podían acostarse y estar juntos, y seguir siendo amigos y confidentes. Eran
felices en su mundo, y nadie, ni siquiera Ben o él, tenían derecho a
juzgarlos ni a pensar que su forma de amarse el uno al otro fuera extraña
para ellos.
Además…
Demisexual.
Atracción sexual solo hacia aquellas personas con las que tienes una gran
conexión.
«En realidad… ni siquiera sé si soy… gay o bi. Quiero decir, no me
gustan los chicos. Y no me gustan las chicas».
—Conrad —dijo Key—. Cuéntame más sobre la asexualidad.
—¿Por qué? —se burló Hill—. No me digas que ahora te estás
replanteando todos tus esquemas.
—No, idiota. Soy definitivamente bisexual. Mucho y muy bisexual. Pero
quiero saber… quiero comprender…
Conrad le lanzó una mirada de arriba abajo. Key no tuvo que terminar la
frase para que su amigo terminara de hilar sus pensamientos. Con una
amplia sonrisa, asintió.
—Lo primero que quiero que tengas en cuenta es que las personas aro o
ace no están rotas y que descubrir que lo son no tiene por qué ser algo
traumático para ellas. En mi caso solo fue como «ah, bien, lo soy». Lo
segundo es que la sociedad está muy sexualizada y tener una orientación
sexual diferente a lo establecido es complicado, qué te voy a decir que no
sepas. Hay gente que piensa que ser ace o aro es solo una fase, que
pensamos así porque no hemos encontrado a la persona apropiada o que
necesitamos ir a terapia. Bueno, en general a todos los que somos del
colectivo se nos cuestiona siempre.
—Qué horror —murmuró Ben.
—Sí. —Conrad asintió—. Por suerte cada vez hay más visibilidad y hay
mucha gente dentro del colectivo alzando la voz para reivindicar su lugar.
—Comprendo. —Key sacó su móvil. Abrió la aplicación de notas y fue
apuntando todo lo que Conrad le decía—. ¿Qué más?
Esta vez fue Hill el que sonrió. Le susurró algo a Conrad al oído,
haciendo que el otro chico soltara una pequeña risa, y se levantó de su
banqueta.
—Venga, Ben, invítame a una cerveza, anda.
Su mejor amigo soltó una palabrota plagada de indignación, aunque se
levantó y siguió a Hill hacia la barra. Pero antes de alejarse le oyeron
quejarse con muchísima intensidad.
—… tienes un morro impresionante, una labia que conviene poco y no
me puedo creer que prefieras acostarte con Key antes que conmigo.
La carcajada de Hill se escuchó en toda Inglaterra y parte de Irlanda.
—El que inventó esto tenía que estar loco.
—Son matemáticas, Axel. Son pura lógica.
—Te digo yo que no, Key. No tienen sentido.
Key soltó una risita y Axel tiró el bolígrafo de mala manera sobre su
cuaderno. Desde que había decidido que quería hacer un grado superior
relacionado con la informática se estaba esforzando en mejorar sus
calificaciones en Matemáticas. Key se había ofrecido a ayudarlo y, aunque
la mayoría de las tardes acababan estudiando otro tipo de asignaturas más
«prácticas», su promedio sí que había pasado del suspenso al aprobado.
Sin embargo, eso no quería decir que Axel las entendiera más que antes.
—Me rindo.
—Solo llevamos una hora estudiando.
—Suficiente.
—Cucaracha…
Axel no contestó. En lugar de eso, se acercó a Key y posó la cabeza sobre
su hombro con un puchero entre los labios que esperaba enternecerlo.
—No quiero seguir estudiando. Me aburren.
—Y yo no me voy a dejar liar por ti. —Key negó con la cabeza, pero a
Axel no se le pasó por alto su sonrisa—. ¿Media hora más?
Axel suspiró. Se acomodó de nuevo sobre la silla y volvió a sostener el
boli.
—Media hora. Júramelo.
—Por mi vida.
Cuando Key se ponía serio y responsable no había nada que hacer.
Por eso, Axel se obligó a sí mismo a estudiar al menos media hora más y
puso sus neuronas a trabajar para tratar de comprender las ecuaciones y los
teoremas que le explicaba Key.
Sin embargo, lo que iba a ser media hora pronto se alargó hasta bien
entrada la tarde. Para cuando Axel se dio cuenta de la hora, ya habían
finalizado toda una ficha de ejercicios. No pudo evitar echarle una mirada
recriminatoria a Key.
—Ha sido más de media hora.
—Pero has terminado tus ejercicios.
—Eres un mentiroso.
—No. Lo que soy es un buen profesor particular, además de un buen
novio. Me preocupo por tu futuro. —Key se acercó a él con una sonrisa
peligrosa colgándole de la comisura de la boca—. ¿Te apetece hacer algo
más… lucrativo?
A Axel le apetecía, desde luego, pero no pensaba ponérselo tan fácil.
Se echó hacia atrás en la silla con falsos aires aburridos.
—No sé… Mis padres tienen que estar a punto de llegar… —Mentira.
Sus padres iban a cenar fuera esa noche en una de esas citas románticas que
tanto solían repetir—. No creo que nos convenga. ¿Recuerdas la última
vez?
Key torció el gesto.
—Dios, no. Ben todavía se enfada conmigo cada vez que Hill lo
menciona…
—Deberíamos ser más cuidadosos y responsables.
—Ya… —El rubio dirigió una de sus manos hacia las piernas de Axel y
comenzó a hacer círculos entre sus muslos—. Deberíamos.
—Además, estoy enfadado contigo. Me has mentido… —Axel no
pensaba caer, no todavía, por mucho que estuviera empezando a subirle la
temperatura del cuerpo o que sus piernas hubieran decidido abrirse un poco
para facilitar las caricias de Key.
—Por una buena causa.
—El fin no justifica los medios.
Key se echó a reír.
—Mira que te gusta hacerme suplicar. ¿Qué quieres? ¿Que me arrodille
ante ti?
—Eso estaría bien —bromeó Axel, pero el rubio se tomó sus palabras
muy en serio, porque se levantó de la silla y se arrodilló frente a él.
Avergonzado, Axel pegó un brinco mientras sentía las mejillas enrojecer—.
¡Estaba de coña!
—Pero yo no. —Key le besó la mano—. ¿Te parece suficiente?
—¡Levántate, idiota! —gritó—. ¡Dios! ¡Parece que disfrutas
haciéndomelo pasar mal!
Por suerte, el rubio obedeció y se alzó con una gran sonrisa.
—Es que te avergüenzas muy fácilmente.
—Ah, ¿sí? ¿Cómo te sentirías tú si yo hiciera lo mismo? —le preguntó,
pero, antes de que Key pudiera contestar, Axel se levantó y lo empujó para
que volviera a sentarse sobre la silla—. ¿Qué pasaría si fuera yo el que
hiciera ese tipo de cosas? —siguió, y se arrodilló frente a él. Comprobó con
cierta satisfacción que las mejillas de Key enrojecían—. ¿Y si cogiera tu
mano, la besara y te mirara como tú me miras? ¿No te avergonzarías tú
también? —Dicho y hecho; Axel sostuvo una de las manos de Key y la
besó, obligándose a sí mismo a no apartar los ojos de esos orbes azules que
tanto le hacían sentir.
Fue peor el remedio que la enfermedad.
Cuando Axel fue consciente de lo que había hecho, de la situación en la
que se encontraban, la vergüenza se lo comió entero.
De repente, la mirada de Key le abrasaba hasta los huesos.
Pero no era capaz de mover ni un solo músculo.
—Siempre dices que me lo creo todo demasiado y que, en realidad, no
soy un príncipe, sino el bufón de la corte, pero cualquiera lo diría, viéndote
ahí arrodillado. Eres como un caballero rindiéndole pleitesía a su soberano
—trató de bromear Key, sin mucho éxito. Le salió la voz más aguda de lo
normal y Axel lo vio tragar saliva con fuerza.
Axel no contestó.
Dirigió las manos hacia el cierre de los pantalones de Key y lo
desabrochó.
—¿Axel? —susurró Key.
Axel lo chistó. Si hablaba, temía perder todo su valor.
No importaba el tiempo que llevaran juntos o la cantidad de veces que se
acostaran; a Axel aún le parecía fascinante el cuerpo de Key: cada línea,
cada curva, cada trozo de piel. Nunca se cansaba de él porque siempre había
algo nuevo que descubrir.
Por ejemplo, que Key podía gemir muy bajito.
O que tenía cosquillas en la parte interna de los muslos.
Axel guardaba en la memoria esos pequeños retazos de intimidad, esas
sonrisas tímidas, cómplices, esas miradas a través de las pestañas.
Guardaba los besos.
Guardaba las caricias.
Guardaba el cariño.
Guardaba las primeras veces.
Todas y cada una de ellas.
Key tenía razón: era como un caballero rindiéndole pleitesía a su señor.
Porque había algo de lo que Axel estaba seguro: Key era el dueño de su
corazón. Solo por él se atrevía a experimentar, a probar cosas nuevas. Solo
por él dejaba atrás la vergüenza. Solo por él se esforzaba en aprender a
hacer sentir bien.
—Axel. —Key estaba serio. Tenía los dedos enredados entre las hebras
oscuras del pelo de Axel, el rostro enrojecido, un brillo en la mirada y los
labios hinchados tras habérselos mordido para acallar los gemidos. El bajo
vientre de Axel pulsó con impaciencia, con una necesidad casi dolorosa—.
Házmelo.
Axel asintió. Se levantó y arrastró a Key hasta la cama.
—¿Qué opinas?
Axel giró la cabeza para mirar a Key. El chico acababa de salir de la
ducha y se pasaba una toalla por el pelo húmedo.
—No lo sé —contestó, serio. Estaba empezando a dolerle la cabeza. Era
más de lo que podía comprender—. Hay mucho que procesar.
Key asintió, comprensivo. Se sentó sobre la cama y Axel no tardó en
acercarse a él, arrastrando la silla por la habitación.
El rubio vestía un viejo pijama que hacía tiempo que dejaba en casa de
los Waters. No era la única prenda que había cambiado de hogar. Axel
también guardaba en la habitación algunos calzoncillos de Key, camisetas y
ropa deportiva, e incluso había un nuevo cepillo de dientes en el baño que
compartían los mellizos.
La primera vez que la madre de Axel se había fijado en que había ropa
que no reconocía en el cesto de la colada había acorralado a su hijo en
busca de respuestas. No habría pasado nada si se tratara del pijama, o de un
par de camisetas, pero el destino había querido que Melissa Waters se
encontrara con unos calzoncillos.
Sabía sumar dos y dos.
Durante las siguientes horas Axel había tenido que sentarse frente a una
madre muy comprometida con la salud y educación sexual de sus hijos. Le
había hablado de los riesgos —«aunque ambos seáis chicos y no haya
riesgo de embarazo sí que lo hay de enfermedades de transmisión sexual»—
y Axel había tenido que jurarle que Key y él siempre usaban protección.
Todavía se avergonzaba al recordarlo.
Key, por supuesto, tenía otra opinión. Cuando Axel se lo había contado se
había reído tanto que hasta se había atragantado.
Le había estado bien empleado.
—No tienes por qué asumirlo todo ahora —murmuró Key, captando su
atención—. Quiero decir… Es lo que tú dices: es mucha información.
Axel volvió a dirigir su mirada hacia la pantalla del ordenador, donde
tenía abiertas varias pestañas sobre la asexualidad y la demisexualidad.
Desde que Key le había contado su charla con Hill y Conrad Axel no podía
quitarse sus palabras de la cabeza. Pero solo se había atrevido a investigar
más a fondo ese día, y todo gracias a Key, su gran apoyo y roca. Llevaban
gran parte de la tarde buscando por internet. Cuando Axel se abrumaba y
salía de la habitación, el rubio le dejaba su espacio y le acompañaba solo si
él se lo pedía.
Asexual. Demisexual. Las dudas lo carcomían desde dentro.
¿Podía ser asexual pese a que sí se sentía atraído hacia Key? Pero solo
era él, nadie más. Y nunca había habido nadie más.
Demisexual.
Persona que solo siente atracción sexual por alguien con quien tiene un
vínculo emocional.
Key y él compartían un vínculo muy fuerte, de eso no tenía ninguna
duda.
Pero ¿quería eso decir algo?
Tras leer miles de millones de artículos en internet y escuchar los
testimonios en redes sociales de gente que se sentía como él, Axel había
llegado a la conclusión de que la sexualidad iba más allá de lo que siempre
había creído.
—Tengo la sensación de que si lo digo soy un farsante —le confesó Axel
a Key en un susurro—. No porque no sienta que no pueda serlo, sino
porque… ¿No es un poco absurdo? Decir que soy demisexual solo después
de haber leído un par de artículos.
Key sonrió, aunque no lo hizo con ánimo de burla.
—No necesitas un carnet para formar parte del colectivo, Axel.
—Ya lo sé. Pero… ¡Ni siquiera es traumático! Tú lo pasaste mal cuando
saliste del armario.
—No; yo lo pasé mal cuando me di cuenta de que estaba enamorado de
Ben. Pero mi experiencia no tiene por qué ser la misma que la tuya ni que la
de nadie.
—Yo sí que siento atracción sexual hacia ti… —murmuró, y pese a lo
que habían hecho hace unas horas, pese a que ya había asumido lo excitado
que Key le hacía sentir, todavía se avergonzaba al confesarlo.
—Ah, bueno, me dejas más tranquilo —bromeó Key—. Ya me temía yo
que antes hubieras estado fingiendo. Mi corazón no podría soportarlo.
—Idiota. —Axel bufó, pero no pudo evitar sonreír. Por desgracia, fue
solo un momento—. Pero eres el único. Siempre has sido el único.
—Eso no quiere decir que lo vaya a ser siempre, por mucho que me
gustase pensar lo contrario.
—No puedo imaginarme teniendo sexo con alguien que no seas tú.
Ningún chico, y mucho menos ninguna chica. Sé que las chicas no me
gustan, pero no sé si… Igual los chicos… Siempre me he fijado más en
ellos. No para acostarnos, claro, pero… Es que suena hasta ridículo, pero
siempre escojo a personajes masculinos en los videojuegos. Y mis
personajes favoritos en los animes o series suelen ser chicos, porque son los
que suelen llamarme más la atención. Siempre he sentido… admiración por
ellos. Mierda. ¿No es eso muy misógino y machista? ¿Y si en realidad lo
que soy es un imbécil y no demisexual?
—Axel, por favor. —Key negó con la cabeza y tomó las manos de Axel
entre las suyas—. No es eso. No seas tonto.
—No sé, Key. Es que no me siento mal y eso es lo que me confunde.
Creo que podría serlo; tendría sentido que lo fuera. Tendría todo el sentido
del mundo, pero ¿y si me equivoco?
—Tu sexualidad no está escrita en piedra, ni la mía tampoco. Yo pensé
que era hetero hasta que me di cuenta de que no, y no pasa nada. Puedes
cambiar, puedes hacer lo que quieras.
Axel apretó con fuerza las manos de Key y suspiró.
—¿Y ya está? Soy demisexual. Sin lágrimas, sin haber sufrido
discriminación por ello, sin más.
—Y ya está. Y bueno, ya has sufrido la suficiente discriminación a lo
largo de tu vida, ¿no crees? Creo que está bien que sea fácil, para variar.
Y ya está.
Era casi… gracioso lo fácil que había resultado.
Axel había envidiado a Conrad por tenerlo tan claro, sin saber que, en
realidad, ni siquiera hacía falta tener algo claro para serlo. Y él era así, lo
sabía. Algo en su interior se lo decía. Y no era extraño, ni estaba fuera de
lugar. Esto no cambiaba su relación con Key ni su manera de interactuar
con los demás.
Simplemente le hacía un poco más consciente de sí mismo.
Y eso ya era todo un alivio.
En ocasiones, la vida te sorprende. Puedes creer que lo tienes todo sobre
ruedas, pero que, de la noche a la mañana, todo cambie.
A Axel le había ocurrido cuando se había enamorado de Key, y también
le había pasado cuando creyó haberlo perdido.
Él siempre había sido una persona muy organizada… no; organizada no
era la palabra exacta. Controladora, sí. Axel era muy controlador. Le
gustaban muy poco los imprevistos, así que intentaba que su día a día
siguiera un horario muy cuadriculado. Ir a clases, quedar con Lissa y Dave,
jugar a videojuegos, leer algún manga antes de cenar y ver anime antes de
acostarse.
Pero, si algo le había demostrado ese último año era que no podía dar
nada por sentado y que de nada servían los planes, porque enseguida podían
estallar por los aires de manera inevitable.
Si le hubieran preguntado hace un par de meses, Axel habría jurado que
jamás se enamoraría, y seguramente se habría partido de risa frente a
cualquiera que le hubiese dicho que se involucraría en una relación con el
chico más popular de instituto. Tampoco se le habría ocurrido pensar que
Lissa y Dave empezarían a salir, o que su mejor amigo se fuese a ir a vivir
al extranjero. Habría considerado una locura llevarse bien con Ben, o
descubrir que su sexualidad se alejaba mucho de lo que se consideraba
normativo. Ni en un millón de años podría haber creído que se esforzaría
tanto para entrar en un ciclo superior, o que renunciar a la universidad le
llenaría de tanta paz.
Así que, visto lo visto, Axel había llegado a la siguiente conclusión: no
servía de nada tener las cosas planeadas, porque lo bonito de vivir eran las
sorpresas.
El inicio de su amistad con Nico fue un poco así; la mezcla de un poquito
de accidente y un mucho de paciencia.
—Dejad de hacer eso.
Axel alzó la vista del libro de texto. Le sorprendió encontrarse con un
Nico Rush algo alterado. No era habitual en él.
—¿El qué? —preguntó con calma. Sabía que, si Nico se enfadaba, la
conversación estaría perdida de antemano. Por eso, Axel colocó el lápiz
entre las páginas, cerró el libro y dejó que el exencargado de recoger las
toallas se tomara su tiempo para contestar.
No había nadie a su alrededor; era la hora del almuerzo y la mayoría de
estudiantes comían en el comedor o habían salido al jardín exterior para
disfrutar del buen tiempo. Axel, por el contrario, había engullido la comida
y se había metido en la sala de estudios para intentar aprovechar el tiempo.
Mañana empezaban los exámenes finales.
—Eso. Lo que sea que estéis haciendo en vuestra secta.
—No sé qué estamos haciendo, Nico.
El chico le lanzó una mirada exasperada. Durante un par de segundos,
Axel pensó que le pegaría un puñetazo. Sin embargo, lo que hizo fue
sentarse frente a él.
—¿Qué? —le espetó Nico.
—Nada —se apresuró a contestar Axel. Se le había quedado mirando
como un pasmarote, así que se obligó a sí mismo a apartar la vista y a
centrarla en un punto en la distancia.—. Es solo que… Creí que ya no
querías saber nada de nosotros.
—¡Eso es lo que pretendo, pero no puedo! Tu amiguita me saluda
siempre en los pasillos y me suele acompañar cuando coincidimos en la
misma dirección. ¡Y Dave me invitó al club de ciencias! Por no hablar de tu
estúpido novio. Vino a pedirme que me alejara de Ben. A mí, que soy el que
ha roto la relación y el que no quiere saber nada de tu hermano.
—¿Key habló contigo?
Nico bufó.
—¿Eso es lo único que te sorprende?
—Es que sé que te odia.
—Nos encontramos de casualidad. —Nico guardó silencio durante unos
segundos—. Está distinto. No cayó ante mis provocaciones.
A Axel se le escapó una sonrisa divertida.
—Eso sí que es raro. Key es muy volátil.
—Era.
—Pues, ¿sabes qué? Me alegra saberlo. Nunca entendí ese odio que os
tenéis. ¿Es todo por Ben? Porque es más que obvio que mi hermano os
quiere a los dos, aunque de distinta manera. A ti te quiere desnudar y
aunque dice que a Key a veces lo ahogaría porque es un pesado también lo
quiere, al fin y al cabo.
—No quiero hablar de Ben.
—No; sí que quieres hablar de él. Venga, Nico. No habrías venido a
verme a mí de no ser algo importante, y que Lissa y Dave se acerquen a
hablar contigo no lo es y lo sabes. No te supondría ningún problema
evitarlos si quisieras.
Nico entrecerró los ojos.
—¿Crees que me conoces?
Axel negó con la cabeza y se echó hacia atrás en el asiento.
—No, por Dios. Sé que no te conozco. Pero sí que estoy empezando a
comprenderte mejor.
El chico no le contestó. Se limitó a acomodarse mejor contra el respaldo
de la silla y a tamborilear con los dedos en la mesa. Axel aprovechó ese
momento de paz tensa para observarlo de arriba abajo, tratando de
encontrar algo en su postura que pudiera ayudarle a seguir con la
conversación.
Cuando hablaba con Nico se sentía como un artificiero a punto de
desactivar una bomba. Un paso en falso, un cable equivocado y… No
quería ni pensarlo.
Entonces, se fijó en sus ojos.
Vacíos. Oscuros.
Un escalofrío le recorrió la espalda.
¿Qué habrían visto esos ojos? ¿Qué dolor cargaba en su interior?
—Es que… —trató de decir Nico, pero enmudeció y se enfadó—. Joder.
Axel no mentía cuando decía que no lo conocía, pero había algo de lo que
estaba seguro: Nico Rush no era de los que se quedaban sin palabras.
—¿Qué ocurre?
—No soy bueno con estas cosas —contestó—. Nunca he sentido esto. Ni
siquiera sé si… No sé ni siquiera si lo siento o no.
Axel tomó aire antes de lanzar su hipótesis.
—¿Echas de menos a Ben?
—No —dijo—. Pero sí que echo de menos lo que hacíamos.
—Ahórrate los detalles, por favor. —Axel arrugó la nariz—. No quiero
saber qué tipo de prácticas sexuales manteníais.
—No es el sexo. Eso es lo que me molesta, maldita sea. Quiero decir…
No es el primer chico con el que me acuesto, pero sí que es el primero con
el que quiero quedarme después de follar. Eso es lo que echo de menos.
Axel tuvo que hacer un gran esfuerzo para no abrir la boca como un pez.
—Vaya —dijo, en su lugar. No se lo esperaba—. Vaya —repitió.
—No siento nada por Ben. No puedo sentir nada por nadie. Por eso no sé
por qué lo echo de menos.
—¿Quién te ha dicho que no puedes sentir nada?
—Yo —afirmó Nico—. Yo lo he dicho. Y es la verdad.
Axel alzó las manos con aires pacificadores.
—Eh, tranquilo. No te estoy diciendo lo contrario.
—Sé que no puedo sentir nada porque no lo hice cuando supe que mi
padre me había abandonado. Y tampoco cuando se murió mi madre, ni
cuando mis abuelos rechazaron mi custodia. No lo hice en ninguna de las
casas de acogida por las que tuve que pasar en los años posteriores. ¿Sabes
cómo funciona el sistema de acogida en Inglaterra? Oh, en realidad no
quieres saberlo. Está colapsado.
»Te sorprendería saber la cantidad de menores sin hogar que hay. Había
veces, cuando no conseguíamos a ninguna familia, en las que teníamos que
vivir en casas prefabricadas. Los chicos solían escaparse, porque vivir en la
calle era mucho mejor que vivir rodeado de mierda y de desconocidos. Pero
jamás me importó. Nunca mostré ni desagrado, ni pena, ni disgusto. Y no
me alegré cuando la hermana de mi madre decidió adoptarme hace un par
de años. No puedo sentir nada; jamás lo he hecho y nunca lo haré —finalizó
Nico, y sus palabras fueron como una sentencia de muerte.
El silencio se posó sobre ellos con calma, como si hubiera estado
esperando a que el mafioso se abriera para poder participar en la
conversación.
Axel no recordaba cómo articular palabra alguna. De hecho, ¿había
podido hacerlo alguna vez, acaso? Ahora lo dudaba.
Nada, absolutamente nada, le había preparado para esa conversación.
Para escuchar a Nico hablar de su pasado con esa voz tan carente de
emociones, con esos ojos tan fríos, con esa postura tan relajada.
Siempre había sentido curiosidad por conocer la historia de Nico, e
incluso, como buen cotilla que era, había especulado junto a Lissa y Dave
sobre ella. Lissa creía que el encargado de recoger las toallas pertenecía a
alguna banda criminal —o que lo había hecho en el pasado—, y Axel había
bromeado con que el mafioso pudiera estar bajo el Programa de Protección
a Testigos. En realidad, solo eran eso: bromas; sabían que no podía ser lo
que pensaban. Lo que siempre habían tenido claro Axel era que Nico era
huérfano o que, al menos, no vivía con sus padres. Solo ahora Axel se daba
cuenta de que esos comentarios eran de mal gusto y de que estaban fuera de
lugar.
Muchas veces había querido preguntarle a Ben si conocía algo sobre
Nico; de dónde venía, si vivía en la calle o en la fábrica abandonada… Sin
embargo, nunca se había atrevido a dar el paso. Su hermano estaba
empezando a recuperar la sonrisa ahora desde la ruptura y Axel no quería
que todos sus progresos se estropearan solo por no poder aguantar la
curiosidad.
—Lo… —Axel carraspeó. Se sentía torpe—. Lo siento mucho.
—No hagas eso —amenazó Nico—. Sentir pena por mí. Nunca he
ocultado mi vida. No es un secreto para nadie.
—Ben… ¿Ben lo sabe?
—Claro que lo sabe.
Axel ya se lo podía imaginar: el momento exacto en el que su hermano se
había enamorado de Nico. Ahora que lo conocía mejor, Axel sabía que Ben
sentía debilidad por las personas heridas. Su actitud de caballero de
brillante armadura no era una farsa; en realidad, su mellizo lo daba todo por
ayudar a los demás.
Y Nico era la persona más herida que conocía.
Por supuesto, sabía que eso no era lo único que Ben amaba de Nico. Por
mucho que a Axel le costara comprenderlo, su hermano tenía que ver
cualidades en él que nadie más veía. Puede que la historia de la vida de
Nico le hubiera hecho sentir algo fuerte en su interior y hubiera empezado a
hacer cambiar esa relación carnal por algo más, pero eran definitivamente
esas otras cualidades las que habían terminado de enamorar a Ben.
—¿Seguro que no puedes sentir nada?
—Sí, te lo he dicho.
—Quiero decir… ¿Y si tienes un bloqueo emocional o algo? ¿Y si no
sabes identificar tus propios sentimientos? Porque yo creo que sí que
sientes. Creo que te gusta Ben, y que te sentiste aliviado cuando te
invitamos a merendar con nosotros. Creo que te sientes solo y por eso
intentas fingir que nada te importa. Creo que sientes miedo por todo lo que
implica permitir que los demás te vean. Todo eso son sentimientos, Nico.
El chico guardó silencio durante todo un siglo y Axel se maldijo a sí
mismo internamente. Había sido un bocazas y había vuelto a meterse donde
no lo llamaban. No conocía a Nico, mierda. Y tampoco tenía ni idea de
cómo funcionaba su mente. Por lo que sabía, el recoge toallas bien que
podía tener razón y, en realidad, ser un insensible.
Pero había algo en su interior que se negaba a creerlo.
El mismo chico que había tratado de advertirle sobre Key, que venía a
hablar con él porque no comprendía lo que sentía por Ben, no podía no
sentir.
Por desgracia, Axel no pudo seguir indagando más. Nico se levantó del
asiento y le lanzó una última mirada iracunda.
—No sabes nada de mí.
—Nico… —empezó a decir él, pero Nico no quiso escucharlo.
—No tendría que haberme acercado a ti. No tendría que haberme
acercado nunca a Ben. Fue un error. No debería… Nunca debí dejar que me
hiciera creer que me importaba.
—¡Es que él te importa! —estalló Axel, sin poder evitarlo—. Te importa,
pero tienes miedo, y es normal, dada tu historia. Pero ¿piensas dejarlo todo
así? ¿No quieres ser feliz, joder? Habla con él, Nico. Ambos os merecéis
una segunda oportunidad. Piénsatelo.
—Cállate, joder —sentenció el mafioso y, dejando a Axel con la palabra
en la boca, dio media vuelta y salió de la sala de estudios dando un fuerte
portazo.
Key caminaba un poco distraído. Dentro de un par de días tendría la última
competición de la temporada en el polideportivo y lo único que hacía
durante el día era pensar en cómo dar lo mejor de sí llegado el gran evento.
Por eso se chocó contra Nico en el pasillo.
—¿Tú otra vez? —le espetó, pero Nico no contestó. Se limitó a echar un
rápido vistazo a su espalda y chascó la lengua. A Key le sorprendió darse
cuenta de que salía del despacho del orientador escolar—. ¿Problemas?
—¿Qué más te da? Déjame en paz. —El exencargado de recoger las
toallas hizo el amago de alejarse de él. Key podría haberlo ignorado, pero…
—¿Me estás siguiendo?
—¿Todo bien? ¿Necesitas otra vez los créditos del club? Quizás podría
hablar con Ben para…
—¿Lo de ser tan entrometido te lo ha pegado tu estúpido novio?
—Eh. —Key lo agarró del brazo y lo obligó a detenerse—. Ni se te
ocurra meterte con Axel.
Nico se zafó de él con brusquedad. Sus ojos eran puro fuego.
—No necesito tu ayuda. Ni la tuya, ni la de Ben, ni la de nadie.
Key abrió la boca para replicar cuando un par de risitas le hicieron
enmudecer.
Habían caminado muy rápido y a su alrededor se había formado un
pequeño grupito de curiosos. Para bien o para mal, Nico Rush tenía cierta
fama en el instituto: era el alumno problemático por excelencia. No se
juntaba con nadie, era borde y no tenía amigos. Además, a estas alturas de
curso todo el mundo sabía que había dejado el equipo de atletismo, así que
era extraño verlo junto a Key en el pasillo.
Entonces, el rubio escuchó los comentarios.
«Dicen que ha dejado el club porque se veía con uno de ellos».
«¿Creéis que está liado con Key Parker?».
«¡Qué dices! ¿Pero Key no estaba con uno de los Waters?».
«¿El Waters bueno o el malo?».
«A lo mejor están liados todos con todos».
«¿Los mellizos también? Qué asco».
«Nico Rush siempre ha sido una persona muy rarita. Seguro que es uno
de, ya sabes, ellos».
A su lado, Nico se estremeció. Y la paciencia de Key se agotó.
Recordó las burlas a las que habían sometido a Axel por ser «diferente».
Recordó los comentarios en sus redes sociales, todos aquellos insultos que
Key había tenido que borrar. Pensó en cómo algunos compañeros del club
de atletismo lo veían ahora de manera distinta solo porque tenía novio.
Recordó las palabras de Axel, esos privilegios de los que le había hablado.
Y volvió a mirar a Nico, a ese chico que siempre iba de duro y que, por
primera vez desde que lo conocía, parecía al borde de las náuseas.
Se acabó.
—¿Cuál es vuestro puto problema? —gritó Key. Las voces pararon, pero
ya era demasiado tarde—. ¿Qué cojones os importa a vosotros con quién
me acueste, con quien salga o qué narices haga? ¿Acaso me meto yo con
vosotros? ¿Qué coño sabéis de mí, de Nico, de los motivos por los que dejó
el club o de por qué nunca se junta con nadie? ¡No sois más que escoria
homófoba y me dais asco!
Silencio.
Putos cobardes.
—¡Largaos de aquí! —continuó. Y, al ver que iba en serio, que el
brillante y siempre simpático Key Parker había perdido los papeles, la
multitud empezó a dispersarse. El rubio sabía que su arrebato no
solucionaría nada, que las risas empeorarían y que la gente seguiría
metiéndose con él, pero, por lo menos, había hecho algo. No se había
quedado callado. Había actuado—. Dios. Malditos hijos de…
—¿Por qué? —preguntó Nico, la voz apenas un susurro—. ¿Por qué me
ayudas?
Key lo miró.
—No lo sé —admitió—. Supongo que porque… está mal. Está mal que
se metan contigo o que se metan con cualquiera. Porque ahora me doy
cuenta de lo injusto que es todo esto. Y porque… —Key tomó aire—. Sé lo
difícil que puede ser salir del armario. Y nadie tiene derecho a obligarte a
hacerlo cuando aún no estás listo.
Nico no contestó.
—¿Qué está pasando aquí? —Era la voz del orientador escolar—. ¿A qué
vienen esos gritos? He escuchado… —El hombre no terminó la frase. No
había que ser muy inteligente para saber lo que estaba pasando; los rumores
y comentarios llevaban meses circulando por el instituto.
Key dudó durante unos segundos. Le echó un rápido vistazo a Nico, que
mantenía la cabeza gacha y parecía dispuesto a guardar silencio para
siempre, y tomó la decisión.
—¿Podemos hablar? —le preguntó al orientador—. Es sobre lo que ha
pasado, sobre lo que van diciendo de mí por ahí.
El hombre asintió, serio.
—Por supuesto, Parker. Acompáñeme a mi despacho.
Pero Key no pudo dar ni un paso cuando Nico lo detuvo. Le agarró del
brazo y tiró de él.
—¿Qué haces? —siseó—. ¿Te vas a chivar?
—¿Sabes qué? Sí, joder, sí. Prefiero ser un chivato a ojos de todo el
mundo antes que permitir que otro alumno más pase por lo mismo que he
pasado yo o lo que lleva aguantando Axel todo este tiempo. Si con mi
testimonio pueden poner en marcha algún protocolo antibullying o
antihomofobia entonces no me importa lo que la gente piense de mí. Ya
estoy harto de ser un cobarde.
Nico lo soltó, y Key aguardó a que dijera algo. Pero, como no lo hizo, se
dio media vuelta y siguió al orientador escolar rumbo a su despacho.
Los cuchicheos sobre la salida de tono de Key en el pasillo se habían
extendido como la pólvora. Para cuando llegó la última clase, ya no había
nadie que no se hubiera enterado de lo ocurrido.
En cuanto había sonado el último timbre del día, Axel había ido
corriendo a buscar a Key. Lissa y Dave lo habían visto tan alterado que no
habían dudado en seguirlo. Habían encontrado al rubio esperando junto a
Ben fuera del instituto. El menor de los mellizos Waters parecía tan alterado
como Axel, y Key había tenido que contarlo todo varias veces hasta que
alguno de ellos había sido capaz de reaccionar.
—¿Que has hecho qué? —preguntó Axel, sorprendido—. ¿Cómo…?
—¿Cómo está Nico? —se le adelantó Ben, y agarró con fuerza a Key de
los brazos—. ¿Está bien?
—No lo sé —admitió Key. Ben dejó caer los hombros—. Cuando he
salido de despacho del orientador ya no estaba. No te preocupes, no he
hablado de él. Sé que Nico no está listo para hacer nada público y pienso
respetarlo. Solo he contado lo que llevan diciéndome todos estos meses.
—¿En serio has hablado sobre el acoso? —preguntó Dave. Miraba a Key
como si nunca lo hubiese visto en realidad, como a uno de esos problemas
matemáticos que tanto se le atascaban.
—Claro que sí. Me tenían harto.
—Nunca pensé que diría esto, pero qué huevos tienes, Parker. —Lissa
silbó impresionada.
Key pareció hincharse como un pavo. Nunca se lo había dicho a Axel
directamente, pero este sabía que el rubio hacía grandes esfuerzos para
impresionar a sus amigos, como había ocurrido el día de su cumpleaños.
—¿Debería ir a buscarlo? O quizás no. Me dejó muy claro que no quería
saber nada de mí, pero ¿y si…? —preguntó Ben, ajeno a todo lo demás. Al
parecer, pese a todo lo que había pasado, su mellizo solo podía pensar en
Nico—. Seguro que se siente mal. Sé que va de duro, pero en realidad Nico
es muy sensible y… —Su hermano guardó silencio—. Nunca había
pensado… siempre tiene tanta confianza en sí mismo y habla tan poquito de
él que nunca pensé que pudiera sentir miedo. Nunca he pensado en lo que
supondría para él si nuestra relación se hiciera pública, en lo mal que lo
pasaría, o en que también se meterían conmigo como lo han hecho con Key.
Quizás por eso… Igual ese fue uno de los motivos por los cuales me dejó,
no solo porque no… —Otra pausa—. Esto es un asco, joder. No es justo.
Ninguno contestó.
Ben tenía razón. No era justo. Nada de lo que había ocurrido lo era, ni
que se metieran con Axel por ser un «friki», ni que Nico se sintiera tan
pequeño por culpa de los comentarios hirientes de los demás, ni que Ben
tuviera que plantearse qué sería de su vida si saliese del armario cuando no
tenía ningún tipo de problema con su sexualidad, ni que la gente hubiese
empezado a mirar a Key de forma diferente por haberlo hecho.
No era todo el mundo, por suerte, pero sí las personas suficientes para
que este tipo de situaciones todavía dolieran, para que todavía muchos de
ellos no pudieran mostrarse tal y como eran.
—¿Y ahora qué? —preguntó Dave, finalmente—. ¿Qué va a pasar?
—El orientador ha hablado con el psicopedagogo y ambos me han dicho
que va a tratar este tema con discreción —explicó Key—. Abrirán un
protocolo antibullying y van a esforzarse por observar y ayudar más a
aquellos alumnos del colectivo y a los que parece que no terminan de
encajar. Al orientador le gustaría, de cara al año que viene, empezar a dar
charlas sobre las diferentes identidades sexuales para que la gente pueda
encontrar un espacio seguro. Me ha dicho que tienen tolerancia cero con el
acoso, así que… No sé. Me fío de él. Solo espero que todo esto haya
servido para algo.
Axel tragó saliva, emocionado.
Frente a él estaba Key Parker, el mismo Key que meses atrás le había
confesado que era bi con tantísimo miedo que le había apretado el corazón.
Ya no quedaba nada de ese chico.
—Voy a tener que dejar de llamarte gorila estúpido —dijo, y Key alzó
una ceja, confundido.
—¿Y eso por qué?
Para sorpresa de todos los presentes, Axel tiró de Key y le dio un beso en
la comisura de la boca.
—Gracias por ser valiente y por usar tus privilegios para ayudar a los
demás.
Key sonrió como un idiota.
—¿No se merece eso un beso más en condiciones?
—No, por favor —suplicó Lissa—. ¿Y luego te quejas de Dave y de mí y
de nuestras muestras públicas de afecto?
—Gracias —coreó Ben, consternado—. ¿Por qué siempre os tenéis que
poner cariñosos cuando estoy yo presente?
Axel enrojeció, pero no se alejó de Key. Se limitó a ocultar una sonrisa
mientras escondía el rostro en la curvatura del cuello del rubio.
—No les hagas caso, cucaracha. Nos tienen envidia —le susurró Key al
oído—. Pero si tanto les molestan las muestras públicas de afecto
podríamos ir a otro sitio más privado y…
Axel le lanzó una rápida mirada.
—Mañana es el último examen del curso…
Key no paraba de sonreír.
—¿Te ayudo a estudiar?
Axel dudó durante unos segundos y al final asintió. ¿A quién quería
engañar?
—Nosotros nos vamos a estudiar —dijo en voz alta. Lissa alzó una ceja y
murmuró un «ah, claro, ahora se le llama así», pero él no se detuvo. Agarró
a Key de la mano y tiró de él—. Mañana nos vemos.
—Esperad —dijo Ben—. Yo también tengo que repasar para mañana. Os
acompaño a casa y…
—No hace falta, Ben —dijo Key, poniendo mucho énfasis en el «no»—.
¿Por qué no le pides ayuda a Conrad? Seguro que con él te va mejor.
—¿Qué? ¿Pero qué mosca os ha pic…? —Ben enmudeció durante unos
segundos y luego comprendió—. Ah, vale. Que vais a estudiar, entiendo.
Axel enrojeció aún más.
—¡Hasta luego! —repitió, y lo último que se escuchó fueron las
carcajadas divertidas de Key.
—No quiero mirar…
—Todavía no han cargado.
—Dios, no aguanto más.
—No seas impaciente.
Axel le lanzó a Key una mirada plagada de hastío.
—Me he dejado la piel en estos exámenes. Si suspendo alguno me veré
en la obligación de asumir que soy un absoluto idiota que no sirve para
nada y seguramente me ponga a llorar.
Key sonrió.
—Se te está pegando un poco mi dramatismo.
En eso Axel tenía que darle la razón. Al fin y al cabo, ya llevaban casi
seis meses juntos. Después de pasar tanto tiempo al lado de Key era
inevitable que a sus neuronas se les hubiera contagiado algo de su idiotez.
—¿Ha cargado ya? —volvió a preguntar Axel, ansioso.
Key refrescó la página web del instituto y negó con la cabeza.
—Aún no.
Maldita sea.
Axel se levantó de la silla y se tiró sobre la cama. Le dio la espalda a todo
—al ordenador, a Key— y escondió la cara debajo de la almohada.
Hacía ya tres días desde que había acabado el curso, una semana desde el
final de los exámenes, y los profesores estaban a punto de subir las
calificaciones de sus asignaturas. O eso se suponía, porque iban con retraso.
Axel llevaba toda la mañana en gran un estado de ansiedad, tan alto que aún
no había ni asumido que ya estaban en las vacaciones de verano. Sus padres
y Ben habían tratado de tranquilizarlo —su padre había incluso cocinado su
comida favorita sin mucho éxito; Axel apenas había probado bocado—.
Solo Key, que se había presentado en su casa por sorpresa, había
conseguido quitarle un poco de ese nerviosismo.
Ahora, ambos esperaban un resultado que podía cambiarlo todo mientras
sus padres veían la televisión en el piso de abajo y fingían no estar atentos a
lo que ocurría en la habitación.
Axel sabía que no optaba al sobresaliente, ni lo pretendía, pero sí que
esperaba haber mejorado un poco su promedio. Ya no por la universidad, o
por el ciclo superior, sino por él; para demostrarse a sí mismo que era capaz
de lograrlo, que no era simplemente un inútil, que podía ser algo más.
—Axel, la página ya carga.
Axel se incorporó sobre el colchón como un resorte al escuchar las
palabras de Key. El rubio miraba el ordenador con expresión seria mientras
bajaba la rueda del ratón con el dedo. No decía nada.
Era imposible adivinar sus pensamientos.
A Axel, el corazón le martilleaba con fuerza dentro del pecho.
Estaba empezando a notar pequeñas gotitas de sudor frío bajándole por la
espalda.
No recordaba cómo respirar con normalidad.
—¿Y bien? —preguntó, temeroso. No sabía si quería escuchar lo que
Key tuviera que decirle.
Entonces, el rubio se giró y sonrió. Sonrió con orgullo, con tanta luz que
Axel soltó el aire que estaba aguantando.
—Notable en matemáticas, notable en historia, notable bajo en lengua y
el resto bienes. Tienes un suficiente en gimnasia, aunque eso ya me lo
esperaba cuando te estampaste contra el potro en la clase de saltos. Pero no
importa, cucaracha, no importa. Lo has conseguido.
—¿De verdad?
—Te lo juro.
La alegría inundó a Axel por completo. Pegó un brinco y se lanzó sobre
Key, que tuvo que hacer un gran esfuerzo por no caerse de la silla. Sentado
ahora sobre el regazo del rubio, Axel señaló la pantalla del ordenador.
—¡Key! ¡Que tengo un notable! —No podía parar de sonreír—. ¡Un
notable! ¡En matemáticas!
Key le apartó un mechón de pelo rebelde de la frente.
—Sabía que lo harías. Estoy muy orgulloso de ti.
—Es gracias a ti. Gracias a Dave, a Lissa. ¡Incluso Ben me ha ayudado a
estudiar! ¡Un notable!
El rubio soltó una risita divertida.
—No me puedo imaginar yo a los mellizos Waters estudiando juntos con
amor y en compañía.
Key bromeaba, pero Axel no tenía pensado seguirle el juego.
—Te quiero, Key.
Esta vez, tal y como estaba ocurriendo últimamente, era él el que pensaba
sorprenderlo.
Y lo consiguió.
Key enmudeció, turbado. Axel lo vio parpadear rápido un par de veces,
como si no supiera qué decir. En lugar de pronunciar palabra alguna, Key
entreabrió los labios mientras sus mejillas adoptaban un ligero tono
carmesí.
—¿Qué…? —preguntó—. ¿Qué has…? ¿Qué has dicho?
Axel nunca le había dicho «te quiero» a nadie, no de manera romántica.
Sí que se lo había dicho alguna vez a su madre, y puede que a Lissa y a
Dave; pero, si podía, evitaba hacerlo. «Te quiero» eran palabras muy
gordas. Era una promesa, era un sentimiento descomunal, era lanzarse al
vacío sin paracaídas, era vértigo, sudores fríos y retortijones en la tripa.
Hacía tiempo que Axel sabía lo que sentía por Key, aunque nunca se
hubiera atrevido a decírselo directamente. Tampoco había planeado hacerlo
hoy. La emoción del momento había hablado por él, ¡y no se arrepentía!
Porque Axel estaba seguro de lo que sentía.
Y estaba listo para asumir todo lo que implicaba esa promesa.
—Gracias por ayudarme a estudiar y por aguantarme estas últimas
semanas. Sé que he sido muy difícil. Te quiero.
Key tragó saliva, emocionado. Le apartó un par de mechones de la frente
y le acarició el rostro, casi como si quisiera asegurarse de que aquello era
real.
—Dímelo otra vez —le pidió.
—Te quiero —susurró Axel, y sonrió cuando Key tiró de él para besarlo.
Hill movía la pierna con ansiedad. Sentado sobre un banco, casi al filo, no
apartaba los ojos de la calzada donde estaban teniendo lugar el resto de los
exámenes prácticos de conducir.
Conrad y Ben estaban sentados a su lado. Ben, en un intento de
distraerlo, parloteaba sobre sus notas —«excelentes, como siempre»—, o
sobre el nuevo libro que sacaría en breves uno de sus autores favoritos
—«no quiero parecer pedante, pero es un ensayo sobre…»—, pero nadie le
hacía caso realmente.
Conrad aferraba la mano de Hill con fuerza.
A Key todavía le resultaba algo extraño apreciar esas muestras de cariño.
Le hacían sentir como una persona que se hubiera colado en una casa ajena
y hubiera interrumpido un momento de intimidad.
—No voy a aprobar.
—Esta vez lo has hecho bien. Has sacado el coche a la primera y has
conducido sin chocarte contra nada —lo animó Key. Era el único que
permanecía de pie. Aunque no quisiera decírselo a su amigo, él también
estaba nervioso. Y siempre que se sentía así recurría al movimiento—. Vas
a aprobar.
—Pero ¡no le he caído bien al examinador! —gimió Hill, mortificado—.
¡He hablado y he sido encantador y el muy cabrón no se ha reído de
ninguno de mis chistes!
—Igual no compartíais el mismo tipo de humor… —trató de animarlo
Ben.
—O no eres tan gracioso como crees —aportó Conrad.
Hill le golpeó el hombro con su mano libre.
—¡Conri! ¡Esto es serio! ¡No bromees con esas cosas! Si no soy el amigo
gracioso, ¿qué me queda? Porque Ben se ha ganado el puesto de empollón
encantador y se supone que Key es el guapo.
—¡No soy un empollón! —se quejó Ben—. ¡Vete a la mierda!
—Es verdad que yo soy el amigo guapo —afirmó Key.
Conrad sonrió. Ignorando a ambos, centró toda su atención en los ojos
verdes de Hill.
—Hill, Key tiene razón: lo has hecho bien. No tienes nada de lo que
preocuparte.
Hill no contestó, pero Key supo que no hacía falta: Conrad lo había
conseguido. La tensión desapareció de los hombros de su amigo.
Transcurrieron diez largos minutos antes de que alguien se acercara a
ellos. Se trataba del profesor de Hill, el pobre hombre que había aguantado
todas las meteduras de pata de su amigo en la conducción durante los meses
anteriores y que, Key pensaba, tendría que haber pedido un plus de
peligrosidad por el trabajo.
Hill se levantó del banco de un salto.
—¿Qué? —le preguntó, con ansiedad—. ¿He vuelto a catear? ¡No, no me
lo digas! ¡Mierda! ¡Esa es la cara de un profesor que está enfadado con su
alumno!
—Si no me enfadé contigo cuando rayaste el coche al intentar aparcarlo
junto a un contenedor de basura no me voy a enfadar ahora. —El hombre
bufó. Y sonrió—. Enhorabuena, Hill. Ya tienes tu permiso de conducir.
El grito de alegría de Hill se escuchó hasta en el espacio.
Ben estaba un poco borracho. Key lo sabía porque su amigo arrastraba las
palabras al hablar y estaba más meloso de lo normal. Tenía apoyada la
cabeza sobre el hombro de Key, y gemía y sollozaba como un bebé.
—Os quiero tantísimo, chicos. Es que no sé qué haría sin vosotros.
—Lo sabemos. Lo has dicho como veinte veces —bromeó Conrad, pero
Ben negó con la cabeza y se alzó, repentinamente serio.
—No lo entendéis. Cuando me vaya a la universidad no os tendré cerca y
me moriré.
—De la alegría, ya te lo digo yo. Será todo un alivio perdernos de vista
—se burló Key.
—¡Que no es eso! ¿No os da pena? ¡Nos queda solo un año de instituto!
Esta vez, todos guardaron silencio.
Key intentaba no pensar en ello, pero su mejor amigo tenía razón: el
tiempo corría en su contra.
De repente, dejó de apetecerle la cerveza, así que la posó sobre la mesa.
A su alrededor, la multitud bailaba, ajena al cambio repentino del
ambiente. Hacía rato que ellos no se movían de sus respectivos sitios en el
sofá; al principio para cuidar a Ben y luego un poco porque la fiesta les
estaba resultando un auténtico pestiño. La habían organizado sus
compañeros de instituto para despedir los exámenes y darle la bienvenida al
verano y Hill había insistido en asistir —«¡que está Karina, tíos! ¡Esta será
mi última oportunidad de conquistarla!»—.
Pero lo que a Key siempre le había parecido divertido ahora se le
antojaba un poco… falso, casi irreal. La certeza de las palabras de Ben cayó
sobre él de golpe, como cuando te metes en una piscina helada de un salto y
el agua choca contra tu piel.
Les quedaba un año juntos.
—¿Quién se ha muerto? —pregunto Hill, tomando asiento en la mesita
de café situada frente a ellos.
—Nuestra amistad —contestó Ben de manera lúgubre.
Key le golpeó el brazo.
—No seas tétrico. Seguimos siendo amigos.
—Ben está borracho —añadió Conrad, como si eso lo explicara todo.
—¡Pero tengo razón! Yo me iré a Cambridge, Key a su universidad de
medicina, Conrad estudiará leyes y Hill… ¡Igual pilla una hepatitis y se
muere!
—Gracias, tío. —Este último sonrió. No había nada que pudiera hundirlo
hoy; estaba eufórico.
—Seguiremos viviendo en Inglaterra, Ben —aportó Key—. Estaremos a
un par de horas en coche.
A todos les había sorprendido que Ben hubiese llegado un día y les
hubiese dicho que tenía pensado estudiar en Cambridge. Key nunca había
imaginado que su mejor amigo tuviera ese tipo de aspiraciones tan altas,
aunque estaba segurísimo de que conseguiría entrar en la universidad sin
problemas. Lo que le había extrañado había sido que él, precisamente él, tan
casero, tan cómodo, quisiera dejar toda su vida atrás y probar suerte en un
lugar nuevo.
No podía evitar preguntarse hasta qué punto la decisión había estado
motivada por su ruptura con Nico Rush.
«¿Importa algo? El caso es que se marcha, sea por lo que sea. Y
tendremos que acostumbrarnos a no estar los unos junto a los otros».
—No será lo mismo —siguió Ben, como si pudiera leerle los
pensamientos—. No voy a ver la cara de mala leche de Conrad cuando se
levanta por las mañanas, ni podré burlarme de Hill cuando alguna chica lo
rechace. ¡Incluso echaré de menos a Key y su irritante personalidad!
—No me rechazan tantas chicas. —Hill parecía dolido.
—Y yo no tengo una personalidad irritante —se quejó Key.
—¡No quiero que nos separemos! —Ben volvió a gimotear un poco. Una
lágrima se le escurrió por las mejillas. Sorprendido, se llevó la mano a la
cara y la limpió—. Dios. Estoy muy borracho.
—¿Y ahora te das cuenta? —le preguntó Conrad. Se levantó del sofá y
tendió la mano en su dirección—. Venga. El chico de la mala leche te va a
acompañar al baño para que te despejes un poco. Y luego te traeré agüita.
—Conrad, el papá del grupo —se burló Hill, pero Conrad lo ignoró.
Ayudó a Ben a levantarse y ambos se dirigieron hacia el baño.
Key se echó hacia detrás hasta que chocó contra el respaldo del sofá.
—Ben tiene razón. Nos separaremos.
—¿Tú también?
—Piénsalo. Él a Cambridge, yo a Warwick. Conrad igual se va a Oxford
y tú…
—Yo seguiré aquí, manteniendo el fuerte hasta que volváis. —Hill estaba
serio, algo raro en él—. Venga, tío. Queda todo un año todavía. ¡Y estamos
en verano! ¡Tenemos que celebrarlo! ¿Dónde ha ido el Key juerguista que
se apuntaba hasta a un bombardeo?
—Ha madurado, supongo.
—No; se ha vuelto un muermo. Key, ¿qué más da? Nuestra amistad es
más fuerte que todo esto. ¿Qué son unos años en comparación con toda una
vida? ¡Tenéis que ser los padrinos de mi boda con Karina!
Key le lanzó una mirada inquisidora.
—¿Quieres decir que…?
Hill sonrió ampliamente.
—¡He conseguido una cita! El sábado que viene iremos a tomar algo.
Key no estaba seguro de si debía enorgullecerse o no. Todavía le
resultaba algo confusa la relación entre sus dos amigos. Pero al ver la
felicidad de Hill no pudo evitar sonreír él también.
Sí. Definitivamente se alegraba.
—Dime que no la has acosado hasta que te ha dicho que sí.
—¿Por quién me tomas, imbécil? El roneo era mutuo. Yo soy todo un
caballero.
—Seguro que sí. —Key puso los ojos en blanco. Volvió a hacerse con la
cerveza y se la terminó de un trago. Hill tenía razón—. Vamos a bailar. Si
sigo aquí sentado al final se me acabará quedando el culo cuadrado.
—Y eso sería toda una pena.
—¡Oye! —Key fingió indignarse—. ¡No me digas que me miras el culo!
Hill se lamió el labio inferior antes de contestar.
—¿Y perderme el espectáculo? Soy idiota, pero no tanto.
Key le golpeó el hombro y se levantó.
—Si sigues así me chivaré a Karina y entonces no querrá salir contigo.
—¡No! —se horrorizó Hill, siguiéndolo hasta la pista de baile—. Key, te
juro por Dios que si estropeas mi cita con Karina te mataré y me aseguraré
de enterrar tu cuerpo desmembrado en lugares donde jamás nadie pueda
encontrarte. Y luego me ligaré a Axel.
—¿A Axel? —Key, lejos de sentir celos, no pudo evitar soltar una
carcajada—. Buena suerte. No es de los que caen fácilmente.
—Tú ríete, que ya verás como no te hace tanta gracia cuando tu novio
esté conmigo.
—¿Pero no se supone que yo estaré muerto para cuando eso pase?
Hill sonrió, con esa mueca suya que mezclaba diversión y picardía a
partes iguales y que les había metido en muchos líos.
—Mueve ese culazo que tienes, Parker. Ha llegado el momento de dejar
las preocupaciones de lado.
Y eso hicieron. Porque, por mucho que el futuro les agobiaras, todavía
tenían todo un año por delante. Un año entero en el que podrían salir, beber,
reír, pelearse y disfrutar juntos.
Lissa y Dave siempre se mostraban muy cariñosos cuando creían que Axel
no los observaba.
Era increíble lo mucho que había cambiado la relación entre sus dos
mejores amigos. Lejos de dejarse llevar por el desánimo ante la inminente
marcha de Dave, ambos se lo habían tomado con madurez y aprovechaban
todo el tiempo que podían para estar juntos.
—¿Lo tienes todo? —preguntó Lissa. Su amiga tenía una lista entre las
manos y ojeaba la habitación de Dave, cada vez más vacía.
A Axel se le apretaba el corazón. Todavía faltaba mes y medio para la
marcha de Dave, pero ver cómo todas las cosas de su amigo se iban
guardando en cajas le dolía. Le hacía sentirse más consciente aún de que les
quedaba poco tiempo juntos.
—Creo que sí. —Dave se agachó y rebuscó en los cajones de su mesilla
—. Me dejo la ropa y los muebles necesarios, como la cama o el armario,
pero ya he empacado los libros, el escritorio y la silla.
Lissa guardó silencio durante unos segundos. Axel se fijó en el brillo de
su mirada y cómo se pasaba la mano por los ojos para evitar llorar, así que
preguntó:
—¿Todo bien, Liss?
Dave se irguió, preocupado por la pregunta de Axel, y la miró.
—¿Lissa?
Su amiga asintió, no muy convencida.
—Estoy bien. Es solo que… Te vas a ir —dijo—. Perdón. Habíamos
quedado en que no lloraría hasta que llegara el momento de la despedida,
pero…
—Eso lo decidiste tú. —Dave sonrió un poco y se acercó a Lissa. Le
tomó de la mano y besó sus nudillos con cariño. A Axel todavía le
sorprendía lo lanzado que podía ser su amigo en estas situaciones—. Sabes
que a mí no me importa que llores.
—Pero no quiero. Tú ya lo estás pasando fatal y lo que te faltaba encima
es que yo te deprimiera más con mis quejas. Tengo que mantenerme fuerte.
—Las cosas no funcionan así, Lissa —aportó Axel—. Quiero decir… No
puedes mantenerte entera solo por fuerza de voluntad. Si necesitas llorar, o
algo…
—No. —Su amiga negó con la cabeza y alzó la lista—. Venga, chicos.
Todavía tenemos mucho trabajo por delante. ¿Dónde dices que están los
apuntes de los cursos anteriores?
—En el desván… —murmuró Dave y, sin que pudiera añadir nada más,
Lissa se alejó de ambos chicos y salió de la habitación—. Odio verla así.
Axel asintió.
—Lo sé.
—Odio esto —siguió Dave, la voz dolida—. Odio tener que marcharme.
Odio que mis padres no me hagan caso. Odio que se piensen que pueden
controlar mi vida solo porque soy su hijo cuando nunca se han preocupado
realmente por mí. Odio el clima de Suiza. Odio todo.
Esta vez fueron los ojos de su amigo los que se llenaron de lágrimas y
Axel se apresuró a pasarle un brazo alrededor de los hombros. Dave era tan
bajito que tuvo que agacharse un poco, pero no le importó.
—Un curso, ¿recuerdas? Solo un curso.
—Un curso lejos de ella. Ojalá me hubiese animado a confesarle mis
sentimientos mucho antes.
Axel guardó silencio durante unos instantes.
—Al final lo hiciste, ¿no? Lo hiciste y habéis podido pasar unos meses
juntos. Eso es lo importante.
—Pero no es suficiente.
No. No lo era.
Intentó imaginarse qué haría él en la misma situación que sus amigos,
cómo se tomaría que Key tuviera que marcharse a otro país. «Tendré que
acostumbrarme», se dijo. «El año que viene Key se irá a la universidad y
seré yo el que le ayude a empacar sus cosas mientras aguanto las ganas de
llorar».
A veces, Axel echaba de menos la sencillez de su vida antes de que Key
apareciera en ella. Extrañaba no tener que preocuparse de nada que no
fueran sus videojuegos o que atrasaran un nuevo capítulo de su anime
favorito. Pero…
Ese curso había sido un año plagado de altibajos que le habían enseñado
—y que aún le enseñaban— a sentirse más cómodo dentro de su propia
piel.
—¿Te arrepientes? —le preguntó Axel.
Dave no dudó ni durante un segundo.
—¿De salir con Lissa aun sabiendo que me marcharía? No.
«Yo tampoco», pensó él.
Ni un solo segundo del día.
—¿Qué hacéis ahí parados? —Lissa asomó la cabeza por el marco de la
puerta—. Si no terminamos con esto llegaremos tarde a la competición de
Key.
Ah, sí.
—¿Seguro que queréis venir? —preguntó Axel—. Quiero a Key, pero sus
competiciones son aburridas y entendería que pasarais.
—Qué va. Si Key es importante para ti, también lo es para nosotros —
dijo Dave.
Axel intentó ocultar una sonrisa, sin mucho éxito. En realidad, le hacía
ilusión que sus amigos se esforzaran para encajar con Key. Pero tenía que
mantener una imagen de tipo duro, así que se encogió de hombros.
—Luego no digáis que no os lo advertí.
Key cambiaba el peso de su cuerpo de un pie a otro. Parecía nervioso,
porque no apartaba la vista de la pista de atletismo. Cargaba con la bolsa
deportiva sobre uno de los hombros y aún vestía ropa de calle, así que no se
había dirigido al vestuario junto al resto de sus compañeros del
polideportivo. Ni siquiera se había dado cuenta de la llegada de Axel y sus
amigos.
—Esperadme aquí —les indicó a Lissa y Dave, y después se acercó a
Key—. Ey, ¿todo bien?
El rubio pegó un respingo.
—¿Axel? ¿Cuándo has llegado?
—Ahora mismo.
Key guardó silencio y Axel buscó una de sus manos. Su novio no solía
hablar mucho sobre la lesión, pero él sabía que todavía le afectaba. No
porque le doliera, sino porque recordaba muy bien la angustia que había
sentido cuando le habían dicho que no podría volver a competir. Por mucho
que el rubio fuera de estrella y de chico despreocupado, Axel era muy
consciente de la tensión de su postura.
—Quiero ganar —le susurró Key—. No me importaría conseguir otra
medalla de plata o bronce, pero quiero… Quiero un oro. Quiero volver a
conseguir un trofeo como antes de la lesión. —El rubio hizo una pausa—.
No sé cuántas competiciones me quedarán como estudiante de instituto, y
me imagino que, optando a entrar en Medicina, tendré que bajar el ritmo
como atleta. Por eso quiero ganar. Además… —Miró por encima del
hombro de Axel.
—¿Lissa y Dave? ¿Quieres impresionarlos a ellos?
—Es que… son tus amigos y han venido a verme y…
Axel sonrió.
—Presumido. ¿Sabes qué? Les he hablado tan mal de ti que no esperan
mucho. Así que no tienes que preocuparte por impresionarlos, porque no lo
conseguirás.
Key empujó a Axel ligeramente y él se echó a reír.
—No tiene gracia. Mierda. Estoy muy nervioso.
Axel abrió la boca para contestar, pero no tuvo tiempo de emitir palabra
alguna. Lissa y Dave se dieron cuenta de sus miradas y se acercaron a ellos.
—Hola —saludó Lissa de manera tímida. Todavía le resultaba un poco
incómodo hablar con Key. Se conocían desde hacía años y nunca se habían
llevado especialmente bien, así que Axel la entendía—. ¿Qué tal?
¿Preparado?
—Más o menos. Gracias por venir.
—Ni las des —contestó Dave—. Axel dice que eres muy bueno y que
verte a ti es casi como ver a un deportista de élite en las olimpiadas.
—¿En serio?
Axel enrojeció ligeramente.
—¡Dave!
—Y yo siempre he sido muy fan de las competiciones deportivas —
añadió Lissa, ignorando deliberadamente la indignación de Axel—. Me
gusta ver a los demás y pillar técnicas que poder aplicar en mi disciplina.
—Kárate, ¿no?
Lissa sonrió, complacida al darse cuenta de que Key había hecho los
deberes.
—Cinturón negro.
—No te recomiendo enfadarla —aportó Axel—. Tiene muy mal humor.
Key se echó a reír y Lissa aprovechó el momento para pegarle un
puntapié a Axel que él no pudo esquivar.
—Que te jodan —le dijo su amiga, y él le sacó la lengua como única
respuesta.
Por lo menos, el teatrillo había servido para distraer un poco a Key.
Seguía manteniendo los hombros algo tensos, pero había relajado la
mandíbula.
Se despidieron poco después: Key, rumbo al vestuario y Lissa, Dave y
Axel hacia las gradas. Como él odiaba tanto los deportes, siempre le
sorprendía darse cuenta de lo abarrotadas que estaban. Por suerte, gracias al
rubio habían conseguido buenos asientos desde los que poder ver la pista de
cerca.
—¿Nervioso? —le preguntó Lissa.
—No —mintió él. Pero entonces se dio cuenta de que estaba echado
hacia delante y de que apretaba las manos en dos puños y chasqueó la
lengua—. Un poco.
Su amigo sonrió y le palmeó el hombro.
—Ya nos lo has dicho: Key es bueno. Ganará.
—Eso es cierto. Keycito es el mejor.
Esa voz…
Axel alzó el rostro y se percató de que la hermana de Key, Pony, y un
joven misterioso estaban de pie junto a ellos.
—¿Pony? —preguntó—. ¿Qué haces aquí?
—Apoyar al idiota de mi hermano pequeño, ¿qué si no? —La mayor de
los Parker sonrió y señaló a su acompañante—. Este es Joe, mi prometido.
Joe, este es Axelcito, el…
—El chico que le ha robado a Key el corazón —finalizó el chico por ella.
Joe tenía una sonrisa muy bonita—. Mucho gusto.
Axel carraspeó. Había superado el miedo que le daba la familia de Key,
pero todavía le avergonzaba un poco que los Parker bromearan sobre el
amor que Key y él se tenían el uno al otro.
—Igualmente. Estos son Lissa y Dave, mis mejores amigos.
—¡Oh! —Pony tomó asiento junto a Lissa—. ¡Te recuerdo! Eres la que
golpeó a Hill cuando…
—Cuando me tiró la tarta encima, esa soy yo. —Lissa sonrió, orgullosa.
—¿Qué hacéis aquí? —preguntó Joe, sentándose junto a su prometida—.
Entiendo que Axel venga a ver a Key porque es su novio y que hay que
hacer ciertos sacrificios, pero ¿vosotros? O sois los mejores amigos del
mundo o un poco masoquistas.
—Igual somos un poco ambas cosas. —Dave se rio, divertido. Por suerte
o por desgracia, no pudieron hablar mucho más. Un pitido sonó por todo el
estadio, indicando que la competición estaba a punto de empezar.
Axel se olvidó de todo lo demás y volvió a fijar su atención en la pista. Y
ahí estaba Key, vestido con la equipación, tan guapo y majestuoso como
siempre.
El corazón empezó a latirle muy rápido dentro del pecho. Entonces, Key
alzó la vista, lo buscó entre la multitud y le sonrió. A él y solo a él. Y el
nudito de nervios que sentía en la boca de estómago se aflojó. Axel le
devolvió la sonrisa y se echó hacia atrás en el asiento.
«A por el oro, gorila», pensó.
Al finalizar la competición, Key se había marchado junto a Pony y Joe, y
Axel y los demás se habían dirigido a la cafetería de siempre a tomar unos
batidos.
Para no perder la costumbre, Dave y Lissa le habían encargado la tediosa
tarea de pedir, así que Axel recogió las bebidas y puso rumbo hacia la mesa
en la que se encontraban sus amigos. La cafetería estaba tan concurrida
como de costumbre, pero ellos siempre se las apañaban para encontrar un
sitio en el que sentarse, aunque tuvieran que esperar un poco de cola. Ya era
una tradición reunirse ahí; a Axel no se le ocurría un lugar mejor en el que
celebrar el inicio del verano y el resultado de la competición. Le hubiese
gustado que Key los acompañara, pero el rubio había quedado para comer
junto a los Parker —y Joe— y le había dicho que ya tendrían tiempo para
estar a solas un poco más tarde.
Lissa y Dave estaban sentados juntos, muy pegados, y tenían las manos
entrelazadas mientras hablaban. Axel no pudo evitar sonreír al verlos, y no
dejó de hacerlo ni siquiera cuando posó la bandeja sobre la mesa.
—Sois más dulces que estos batidos.
Lissa fingió ofenderse. Se alejó de Dave lo suficiente para coger una taza
de café sin azúcar.
—No eres nadie para criticarnos, Waters. Te hemos visto babear mientras
veías a tu novio sobre la pista de atletismo. Ah, y también hemos visto tu
fondo de pantalla del móvil. Key sale guapísimo, por cierto.
Axel tomó asiento frente a ellos. Sus mejillas habían adoptado un fuerte
color rojo.
—Eres una cotilla —siseó, entrecerrando los ojos.
—¡No más que tú!
Touché.
—En nuestra defensa, he de decir que ha sido sin querer —dijo Dave,
alzando las manos en señal de paz—. Te has dejado el móvil sobre la mesa
y se ha encendido cuando ha llegado un mensaje nuevo.
Axel gruñó una palabra que habría escandalizado a su tía abuela Janice y
le echó una ojeada al móvil. Era un mensaje de su madre, que le preguntaba
si tenía pensado ir a casa a cenar.
«Qué oportuna eres, mamá», pensó mientras cerraba la aplicación de
mensajería instantánea. Lissa tenía razón. Key estaba guapísimo en esa foto.
Axel se la había sacado esa misma mañana, cuando el rubio había alzado
con orgullo el oro que había ganado en la competición.
—¿Quién lo iba a decir? El arisco Axel Waters enamorado. —Lissa
sonrió por encima de la humeante taza de café. No lo tomaba frío ni
siquiera en verano. Axel siempre bromeaba diciéndole que debía de tener
unas papilas gustativas adaptadas al infierno.
—¿Celosa?
—Oh, no. Tiene que ser una tortura aguantar el ego de un Parker.
—No más que aguantar el ego de una Bells.
Lissa hizo una bolita con una servilleta y se la arrojó. Axel la esquivó por
los pelos y se mordió el labio inferior, tratando de ocultar una sonrisa.
Pronto la conversación derivó hacia sus futuros planes sobre cómo
querían celebrar el cumpleaños de Liss el 28 de junio o sobre si
conseguirían engañar a sus padres para que les subieran un poco la paga y
poder así irse de viaje a algún lugar antes de la marcha de Dave. Axel se
terminó su batido, al igual que Dave, y no tardaron en ir a buscar un par de
trozos de pastel. Las horas pasaron y las risas se hicieron cada vez más
escandalosas.
Entonces, ocurrió.
Una sombra reflejada en la madera de la mesa.
Axel alzó la vista y las palabras murieron dentro de su boca.
Nico Rush estaba frente a ellos.
—¿Nico? —preguntó Lissa, la primera en recomponerse de la sorpresa
—. Vaya, hola. ¿Qué haces aquí?
El mafioso tardó toda una eternidad en contestar; su rostro permanecía
inescrutable.
—¿Puedo sentarme? —Su voz, tensa, se cortó al pronunciar la última
sílaba.
Axel no lo había visto desde que habían tenido esa conversación en el
aula de estudios, y no porque no hubiera tratado de encontrarlo. Fue como
si Nico se hubiera esfumado de la faz de la tierra.
Y ahora aparecía ahí, vulnerable, dolido, temeroso, tragándose su orgullo.
No hizo falta que ninguno de ellos dijera nada. Axel se hizo a un lado y
Nico tomó asiento junto a él en el cómodo sofá.
El silencio duró hasta que Dave lo rompió.
—¿Has escuchado algo sobre ese nuevo descubrimiento que hicieron los
científicos del CERN? Mi hermano me mandó un artículo en el que lo
entrevistaron junto a su equipo y me parece superinteresante.
Axel pensó que Nico se burlaría de ellos, que se arrepentiría y que se
marcharía, pero no lo hizo. En lugar de eso, negó con la cabeza.
—No. Pero, si quieres, puedes pasármelo para que le eche un vistazo.
Lissa soltó aire de manera escandalosa, a medio camino entre un jadeo
sorprendido y una risita nerviosa.
Dave sonrió.
Solo Axel, sentado a su lado, pudo apreciar lo fuerte que apretaba Nico
los puños por debajo de la mesa.
«Se está esforzando».
—Bien —dijo Axel, llamando la atención de los presentes—. ¿Qué os
parece si os invito a algo?
Nico siguió quedando con ellos el resto de la semana.
Y la semana siguiente a esa.
Y la posterior.
Al principio, no hablaba mucho y eran ellos los que tenían que llevar
todo el peso de la conversación. Ninguno de los tres se lo echó jamás en
cara.
Nico necesitaba tiempo y espacio.
También necesitaba que le pusieran límites.
Poco a poco, Axel fue comprendiendo mejor la personalidad de Nico.
Poco a poco, Nico fue aprendiendo a comunicarse sin herir a los demás.
Poco a poco, los cuatro fueron formando una amistad.
Entonces, una tarde, Nico se presentó en casa de los Waters.
Axel y Ben estaban sentados viendo la tele en el sofá. Últimamente, los
hermanos repetían mucho ese tipo de planes. Axel había obligado a Ben a
ver todas las películas de terror clásico de su colección, y Ben le había
puesto la saga entera de James Bond. «Para ser una persona tan culta y
leída, te gustan unas películas de mierda», había bromeado Axel una vez.
«Y a ti te gustan las más tétricas, tío», le había respondido Ben. Y ambos se
habían echado a reír.
Había tardes en las que Key se unía a ellos. Iban al súper a comprar
comida basura para un regimiento, pedían una pizza y se adueñaban del
salón hasta que llegaban los señores Waters del trabajo. Sin embargo, que
aparecieran sus padres no implicaba que se acabara la sesión de cine. Los
Waters lo habían conseguido, por fin: ahora podían disfrutar de una velada
en familia sin que Axel y Ben quisieran matarse el uno al otro.
Fue Axel quien abrió la puerta.
—¿Nico?
El chico tardó toda una eternidad en contestar.
—¿Está Ben?
Axel dudó. Ben ya no hablaba nunca de Nico y parecía haberlo superado.
¿Hasta qué punto era justo que Nico volviera a su vida, cuando siempre
había sido el que había insistido que no quería saber nada de su hermano?
—Aquí estoy.
La voz de Ben lo asustó, y Axel dio un respingo, apartándose de la
puerta.
—Hola, Ben —saludó Nico.
El rostro de su hermano era como una máscara impenetrable.
—Hola, Nico.
Silencio.
Axel observó a ambos con curiosidad, tratando de reconocer en ellos
cualquier gesto que le diera una pista del motivo por el cual Nico había
decidido visitarlos.
—¿Podemos hablar?
Al contrario que Axel, Ben no dudó: asintió.
—Vuelvo en un momento, Axel —le indicó. Axel se mordió el labio
inferior mientras Ben se hacía con las llaves de casa y se dirigía hacia la
salida—. Estaré bien —susurró, y solo entonces Axel se percató de que su
propio rostro estaba contorsionado por la preocupación.
—Vale —le dijo, y Ben siguió a Nico fuera de la casa. Axel los observó
hasta que los perdió de vista y, solo entonces, cerró la puerta.
Estaba empezando a considerar a Nico un amigo, pero también lo hacía
con Ben. Quería que ambos estuvieran bien, pero sabía que, si seguían con
la misma actitud que siempre, no habría futuro para su relación.
«Nico ha cambiado. Lo está intentando», se recordó. «Y Ben también lo
ha hecho».
Solo esperaba que eso fuera suficiente.
Key estaba viendo una película junto a sus padres cuando recibió la
llamada. Se levantó tras hacerles un gesto y se encaminó hacia el pasillo
para poder hablar con algo más de privacidad.
—¿Axel? —preguntó, extrañado. Habían hablado justo esa misma
mañana y no era habitual que su cucaracha lo llamara sin ningún motivo—.
¿Todo bien?
—Sí —se apresuró a decir el otro chico—. Es solo que… Nico ha venido
a ver a Ben y se han marchado a hablar y estoy algo así como…
—¿Preocupado? —Key no pudo evitar sonreír. Le encantaba que los
mellizos Waters se llevaran bien—. Estás empezando a desarrollar un
complejo de hermano mayor.
Axel bufó.
—Voy a colgar.
—Espera, no me cuelgues. ¿Nico no lleva quedando con vosotros desde
que empezó el verano?
—Sí.
Key hizo una pausa. Que Nico fuera ahora un poco más abierto y amable
le generaba sentimientos encontrados. Por un lado, se alegraba, porque a
Axel parecía hacerle feliz tener un nuevo amigo y sabía que esto era bueno
para Ben, porque seguía preocupándose por el exencargado de recoger
toallas. Pero, por otro… El rubio se fiaba tan poco de él.
Suponía que los resentimientos del pasado no eran tan sencillos de
olvidar.
—¿Sabes? Aprendí por las malas que lo mejor es no meterse en estas
cosas. Ben y Nico tienen una relación muy… ¿extraña? No lo sé. A veces
creo que están hechos el uno para el otro, y otras veces creo que, hasta que
Nico no solucione todos sus problemas, lo mejor que puede hacer es
desaparecer del mapa. Pero…
Axel suspiró.
—Lo entiendo. Yo también aprendí la lección. Lo mejor es dejarlos a
ellos que arreglen lo que sea que tienen, ¿no?
—Exacto. No quiero que termines otra vez con una contusión en el
hombro. Te quiero y te necesito en buena forma —bromeó Key.
—Imbécil. —Axel había hablado con voz cansina, pero Key sabía que
estaba sonriendo incluso sin verlo—. ¿Estabas haciendo algo? Te he
llamado sin pensar y…
—Veía una peli con mis padres, así que me has salvado la vida. Tienen un
gusto más que cuestionable. Cine de autor polaco y todo eso.
—Qué horror.
—¿Verdad que sí? Escogen peores películas que tú.
—¡Oye!
Key soltó una carcajada divertida y Axel soltó un par de tacos.
—Ahora sí que te voy a colgar.
—Espera —repitió—. Te adoran. Están indignados porque Pony y Joe te
vieron hace poco y se han pasado media hora insistiéndome en que te invite
a casa a hacer un maratón con nosotros, pero me he inventado cientos de
excusas. Me debes una.
Axel guardó silencio durante unos segundos.
—La próxima vez… me uniré.
Key parpadeó.
—¿De verdad?
—Sí. —El chico no dudó, aunque luego soltó un gemido lastimero—.
Mierda, creo que ya me he hecho por completo a la idea de tenerte en mi
vida, a ti y todo lo que te rodea, como tu familia, tus amigos y el atletismo.
Y quiero pasar a tu lado todo el tiempo que pueda, así que…
—Te quiero —le susurró Key, enternecido.
—Cursi.
—Axel…
Axel chascó la lengua.
—Yo también te quiero, idiota. Ya lo sabes.
Key lo sabía, pero cómo le gustaba que se lo repitiera.
Ben volvió a casa dos horas después.
Axel pausó el anime que estaba viendo en Netflix y se irguió en el sofá.
Su hermano caminó por el salón y se dejó caer junto a él.
—¿No has visto este anime cientos de veces?
—No exageres. Solo cinco.
Ben sonrió, y Axel soltó aire.
No se atrevía a preguntar.
—Nico me ha pedido perdón —susurró Ben, adelantándose—. Sé que te
lo estabas preguntando.
—Yo no… —mintió, pero desistió—. Guau. Le ha tenido que costar
muchísimo.
Su hermano reflexionó durante unos segundos.
—No hemos vuelto, si es lo que te preguntas. Ni él ni yo estamos listos
para volver. Pero… Nico me ha dicho que se está replanteando ir a terapia
para superar sus movidas, y… creo que eso es suficiente para mí. No me ha
pedido que lo espere, ni me ha jurado un compromiso, pero no me importa.
No lo necesito.
Esta vez fue Axel el que guardó silencio. Nico nunca le había
mencionado sus intenciones, pero mentiría si no dijera que se alegraba al
conocerlas. Desde que había terminado el curso, el chico estaba haciendo
grandes esfuerzos para sanar. Y Axel sabía que no podía hacerlo solo. Él
nunca había ido a terapia, pero siempre había considerado la salud mental
como algo muy importante y le alegraba que Nico hubiera decidido
tomársela un poco más en serio.
—Me alegro por Nico —le confesó Axel, y Ben asintió con una sonrisa.
—Yo también. Aunque no estemos juntos, sigo queriéndolo.
—Lo sé.
—Vamos a ir poco a poco —anunció su hermano—. No como pareja, ni
mucho menos como lo que éramos, pero nos vamos a ir viendo. No sé si por
teléfono o en persona. No sé si quedaremos, si hablaremos hasta que Nico
se aleje otra vez o hasta que me aleje yo. No sé qué va a pasar en el futuro,
pero da igual. Porque Nico ha venido y me ha dicho que quiere estar bien, y
eso lo es todo lo que me importa.
Axel sonrió.
Ahora sentía muy lejano el tiempo en el que Ben le había parecido un
auténtico capullo. Cuanto más lo conocía, más se daba cuenta de lo
equivocado que había estado todos esos años y de lo mucho que le alegraba
haber arreglado las cosas con él.
—¿Vuelves a darle al play? —preguntó Ben.
—¿Quieres ver el anime conmigo?
Su hermano bufó y le arrebató el mando. Él mismo se encargó de volver
a poner en marcha el episodio.
—No te acostumbres.
Axel hizo un gran esfuerzo por no echarse a reír.
—El pringado de Axel Waters ha conseguido que Key y Ben se vuelvan
unos frikis —bromeó—. El invisible, el callado y el sombrío Axel Waters
ha logrado embaucar a los dos chicos más populares del instituto.
Ben fingió ofenderse, pero Axel apreció la tirantez de la comisura de sus
labios.
—No nos hemos vuelto unos frikis. Y no nos has embaucado. Bueno,
puede que a Key un poco. Ese tío está loco por ti.
—Lo sé —confirmó él con orgullo. Ya no dudaba de los sentimientos del
rubio hacia él—. Y tú admite que le estás pillando el gusto a la animación y
a las películas de terror clásico.
—Antes muerto.
Axel no pudo contener la risa mucho más y Ben lo golpeó con uno de los
cojines del sofá. Sin embargo, su hermano tampoco pudo evitar imitarlo, y
pronto las carcajadas de los mellizos Waters llenaron el silencio del salón.
Muchas cosas habían cambiado desde el inicio del curso. A Axel le había
pasado de todo: su primer amor y su primera ruptura. Sus primeros besos y
sus primeras declaraciones. Los sentimientos de Lissa y Dave. El futuro que
le esperaba a su mejor amigo, lejos de ellos. Había ganado nuevos amigos
en el camino —porque ya era imposible no considerar a Key, Ben y Nico
como eso—, y había empezado a vislumbrar un futuro para sí mismo.
Axel había pasado por mucho. Muchas risas, muchas inseguridades,
muchas lágrimas, mucho miedo, mucha frustración. Pero todo lo que había
vivido le había hecho quien era ahora. Todavía tenía mucho que vivir, y
sabía que le esperaban tiempos difíciles. El último curso, la partida de
Dave, el proceso de admisión en el Grado Superior, la separación inevitable
de Key.
Pero no le importaba. Por primera vez, no le importaba una jodida
mierda.
Axel Waters estaba preparado para que la vida lo sorprendiera.
Y, qué narices, esa era una sensación maravillosa.

¿FIN?
AGRADECIMIENTOS

Y ya van dos. Y sigo sin saber muy bien qué decir. Todavía no me creo el
recibimiento que ha tenido La búsqueda del cliché perfecto. Autopublicar es
un camino complicado y lleno de baches, pero me considero muy
afortunada, porque a mi lado he tenido a gente maravillosa que sigue
apostando por mí y que ha luchado para que este sueño saliera hacia
delante. Por favor, espero no dejarme a nadie.
Para empezar, me gustaría volver a agradecer todo su trabajo a mi
editora, María Coma. Sin ti, nada de esto habría sido posible. Pillaste el
tono de la historia desde el primer momento y me has ayudado a que esos
primeros borradores desastrosos sean algo más decentes. Gracias y mil
millones de gracias.
A Libra Summers (@iliibra), la tremenda ilustradora que ha hecho estas
dos cubiertas que me tienen enamorada. Eres una de las personas más
talentosas de mundo y trabajar contigo ha sido una auténtica fantasía.
A la Academia de Literatura Juvenil para Escritores, especialmente a
Laura Tárraga. Sin todos los recursos, cursos, podcast y ayuda de la
academia no habría sabido cómo avanzar. Y sin tus mentorías, Laura. Sin
ellas me habría rendido varias veces. Así que gracias por aguantar mi chapa
mes a mes y por tanto apoyo.
A La Avenida de los Libros. Muchísimas gracias por incluirme en uno de
los números de la revista. Que contactarais conmigo y que os animarais a
hacer una lectura conjunta del cliché fue como guau. Todavía no me lo creo.
La revista es increíble y todes vosotres lo sois aún más.
A Sara (@perdidaentrenovelas), Laia (@greywindbooks), Laura
(@mydreamsmya), Raquel (@raquel_abracadabrantes), Lidia
(@lidiawaitforit ), Carmen (@dreambookss._) y muches otres que me
apoyáis en redes sociales y que hacéis que sea un poquito más sencillo
lidiar con el mundo virtual.
A mi familia, en especial a mi madre. Eres la persona más fuerte y
maravillosa que conozco. Gracias por no soltar mi mano nunca.
A mis amigos, que me aguantan siempre. Y a ti, Alba. Gracias por no
cortarme nunca las alas.
A les lectores de Wattpad y de aquel antiguo foro de internet donde se
publicó esta historia en sus inicios. Gracias a las personas que me han
apoyado desde el primer momento, y a aquellas que vinieron después.
Y, por supuesto, a ti. Muchas gracias por haber recorrido este camino
junto a mí.
SOBRE LA AUTORA

Michelle Durán nació un caluroso verano de 1997 en Madrid. A lo largo de


toda su vida siempre tuvo dos grandes pasiones: el arte y la literatura. Por
eso, se graduó en Periodismo en el año 2019 y realizó un máster en Arte
Contemporáneo y Literatura en 2020. Sin embargo, nunca ejerció de
periodista. Durante sus años universitarios pudo trabajar durante unos
meses como becaria en una pequeña editorial independiente, y decidió que
su lugar estaba entre los libros. En la actualidad estudia un doble máster en
Diseño Gráfico y Marketing Digital mientras se forma de manera
autodidacta en ilustración.
Empezó a compartir sus historias en foros de internet a los dieciséis años
y a los dieciocho se abrió una cuenta de Wattpad, donde sigue publicando a
día de hoy. Escribe principalmente literatura juvenil (young adult o new
adult) contemporánea, pero espera adentrarse dentro de poco en la fantasía.
En sus historias vas a encontrar representación LGBT y personajes
racializados, mucho humor, un poco de drama y, sobre todo, tropos y
clichés. ¿Qué le va a hacer? Vive por y para el found family.
¿Quieres más contenido? ¡Síguela en sus redes sociales para no perderte
nada!
Instagram de escritora: @michelle.duran__
Instagram de ilustración: @mich.duran.art
Cuenta de Wattpad: @MichelleDuran__
Twitter: @MichelleDuran__

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