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Autorretrato de espaldas

La idea de regalarle a tu buen amigo una pintura tuya surgió de querer


retratarlo en aquel café donde paraban siempre. Un café que era un bodegón
de esos en donde te sentís cómodo, sobre todo porque pasaste los cincuenta y
todo lo que tiene algo de historia te refleja.

Como tu amigo era escritor, o estaba en eso desde hacía años, le tomaste
unas fotos en ese café. Le sacaste fotos de espaldas: te pareció una buena
toma que estuviese mirando a través del ventanal del bar, con un café y un
libro y una libreta, mirando hacia afuera al mundo cruel.

Le prometiste que el cuadro, al óleo, se lo regalarías para su cumpleaños.

En tu taller decidiste que el cuadro sería en una gama de azules, para dar un
clima. Planteaste la figura sin dificultades, conocías a tu amigo de sobra, con
su gesto de espalda encorvada. Y el ambiente del café se desplegó con sus
mesas, ceniceros y sillas.

Cuando le llegó el turno a la vista a través del ventanal, supiste que por ahí
pasaría una mujer. Tu amigo admirando la belleza femenina; eso es lo que
querías plasmar.

A la mujer la hiciste de medio cuerpo solamente: se veían sus piernas, su


minifalda, una remera y una campera entallada. Y una parte de la nuca y el
cabello corto y suelto. Yéndose, pero quedando retratada para siempre detrás
ese vidrio. Ella.

Con que fuerza apareció. Era ella, indudablemente; con quién estabas teniendo
tus últimos encuentros, aunque todavía no lo supieses.

Pero sí había demasiadas peleas, demasiados desencuentros. Flotaba en el


aire el clima del final. Y por eso pintaste con esos tonos azules, el tono de la
melancolía.

Hoy sabes que ella fue tu musa expiradora en ese momento. Porque en ese
cuadro iba pasando, y por tu vida, se estaba yendo también.

Pero lo más curioso del caso es que poco después de regalarle ese cuadro a tu
buen amigo, tu buen amigo dejó de serlo. También pasó eso. Entonces, en el
recuerdo, esa pintura adquirió otro significado.

Ni que hubieses pintado un presagio: el que miraba a través de la ventana eras


vos viendo pasar a tu chica que se iba, y a la vez, ahí estaba la figura de tu
amigo, que muy pronto te daría la espalda también.

Después de todos aquellos años; de aquella época, solo queda este recuerdo
que hoy vuelve en esta noche de invierno.
Y te decís: esa pintura tiene tres personajes, aunque solo se vean dos.

Aunque no es menos cierto que ya no estás ahí.

Entonces, concluís, no es más que una foto antigua, un fantasma fuera del
tiempo que continuará contemplando por siempre su pequeño mundo añorado
que ya no es de este mundo.

Chan chan.

Alejandro Arias / Agosto 2021

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