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Fragmento de “La marca en la pared”, de Virginia Woolf.

Pero, en lo referente a la marca, realmente no estoy segura. A fin de cuentas, no


creo que fuera una marca dejada por un clavo; era demasiado grande, demasiado
redondeada. Hubiera podido levantarme, pero si me levantaba y la miraba, había diez
probabilidades contra una de que no supiera averiguarlo con certeza; debido a que,
cuando se hace una cosa, una nunca sabe cómo ocurrió. Oh, sí, el misterio de la vida, la
inexactitud del pensamiento… La ignorancia de la humanidad… Para demostrar cuan
poco dominio tenemos sobre nuestras posesiones —cuan accidental es nuestro vivir,
después de tanta civilización—, séame permitido enumerar unas pocas cosas entre todas
las que perdemos a lo largo de nuestra vida, comenzando por la pérdida que siempre me
ha parecido la más misteriosa entre todas: ¿qué gato es capaz de masticar o qué ratón es
capaz de roer, tres estuches azul pálido de herramientas para encuadernar libros? Luego
vinieron los casos de las jaulas de pájaros, de los aros de hierro, de los patines metálicos,
del recipiente para carbón estilo Reina Ana, del tablero de bagatela, del organillo… todo
ello desaparecido, y también las joyas.

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