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“La función de las seis” de Fernando Delgadillo

Todo empezó cuando en el cine me senté con mi bolsa de palomitas.


Traía repletos los bolsillos de gomitas y lunetas, mi refresco un helado y un hot dog.
Me había metido con la mejor intención de ver un filme divertido.
La sala estaba llena y todos nos sentamos a un rato de sano humor.
Algo después del intermedio la película no era ni medio buena.
El cine entero se ocupaba en bostezar de aburriendo y de calor.
Noté que un niño de adelante se comportaba de una forma incorrecta.
Iba arrojando palomitas hacia atrás por donde me sentaba yo.
Yo aventuré al primer disparo solo por probar la vieja puntería.
Me hacía falta un poco de práctica y creo a quien le pegué fue a su mamá.
Mujer de poca seriedad que respondió vengándose de la ofensiva.
Y luego de una breve ojeada comenzó a lanzar palomas hacia atrás.
Unos misiles esporádicos de aquí y otros de allá dieron la idea.
Que había un montón de gente armada que esperaba ver también algo de acción.
Y en la pantalla la película no daba para interesarse en ella.
Y un pistachazo entre los ojos siempre te anima a exigir satisfacción.

Un tipo que iba con su novia decidió ponerle un alto al tiroteo.


Y regañó a unas jovencitas insultándolas y haciéndose notar.
Pero mi voz de entre el tumulto designándolo ordenó se abriera fuego.
Fue fusilado varias veces y su nena y él tuvieron que escapar.
Después del incidente varios indecisos fueron por su propio parque.
Otros lo recogían del piso para dispararle al público al azar.
Mientras los bandos consiguieron agrupar de atrás contra los de adelante.
Tímidos y desinformados se animaban también a participar.
Herido por la espalda cuenta no me di que la película acababa.
Me sorprendió la luz arrojando un certero cacahuate japonés.
Ya iluminados nos sentimos algo incómodos de seguir la batalla mmm.
Y a toda prisa me dirigí a la salida para no dejarme ver mmm.
Y así salí apenado y con mi ancha sonrisa de la función de las seis.

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