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Si hay algo que me cuesta el alma en esta vida es renunciar a la 

justicia. Y estoy en ello,


por éstas, pero qué pegajoso y turbio el peso sobre la consciencia, renunciar a la justicia
porque aquí sencillamente no cabe.

Tres veces en mi vida lo he tenido que hacer con las entrañas encendidas y


los puños apretados. Tres. Una en la infancia, otra en la adolescencia y la tercera ahora.
Y no, no tienen importancia ni el cómo ni el dónde ni el cuándo. La cuestión es por qué.

Porque la justicia la hacemos nosotr@s, no es? Donde no caben leyes cabe juicio. El juicio
social, la desaprobación, la reprimenda, en fin. El querer ser parte, ser aceptado, ser
respetado, todo puede ser humo. Ahí esta nuestra justicia, la que rara vez se cumple y es
normal. Porque todos, desde el otro lado del hilo, queremos lo mismo, sin riesgo, sin
mojarse. Y cuanto más indecente es una persona más peligrosa es.

Así que sin riesgo,  sin mojarnos, sonreímos, endulzamos y almidonamos la injusticia. Y


convivimos con ella y la normalizamos y hablamos de otras injusticias ajenas demasiado
lejanas para que nos conciernan en la cotidianidad de nuestros hábitos.

Y por eso una a veces pues se machaca, se amolda, se va recortando a ver si encaja, a ver si
sacando de aquí y poniendo de allí le veo la cara al puzle. Y con mucho esfuerzo y de amor
propio lo justo se vuelve a levantar la cabeza, a admirar el paisaje.
Pero joder esto todavía no cuadra. Por más perfecta que quiera ser, por más que quiera
encajar el golpe, olvidar el ego. Resiliencia. Empatía. Comprensión. Por más, ésto es que no
cuadra.

Y es ahí donde se van al carajo las líneas y con ellas nosotros. Desfilando entre unas y otras,
flotando, saltándolas de dos en dos, de tres en tres, de media en cuatro,
sin lógica matemática alguna que le dé sentido al desconcierto. Ni uno. Ni uno se salva del
desconcierto cuando no hay justicia.

¿Pero no le vas a amargar el alma a la vida, verdad? Al día a día que se quiere valiente y


jornalero y de la tierra. Y músico y pintor y viajero y con mucho esfuerzo tira pálante con
una sonrisa que te congela en el momento. No le vas a amargar la vida a ese día. Porque de
nada vale envenenar las horas de malos recuerdos verbalizándolos, de nada ha servido hasta
ahora compartirlo, decirlo en voz alta, subirle el volumen, sacarse las heridas de dentro. De
nada. Lo que vale es crear, compartir, amar, querer seguir adelante. Y lo has conseguido.

A mí ya la pena no me baila más el agua, se la bailo yo. Con los dientes apretados y un
dolor de cabeza que me muero porque la ira, ay, la ira es otra cosa, amiga.

Por eso me he propuesto asumirlo: renunciar a la justicia. Y es que algunas personas


sencillamente no estamos hechas para este mundo y yo ya lo sé, que voy a vivir al filo
siempre, pero ni un paso más, ni uno, porque te lo debo mamá. A ti y a la vida, por injusta
que sea.

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