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EL SUENO DE LA RAZON FANTASIA A VICENTE SOTO, que me insté a escribir esta obra, diciéndome: «Yo creo que Goya ota a los gatos.» A. BLY. Esta obra se estrend el 6 de febrero de 1970, en el Teatro Reina Victoria, de Madrid, con el siguiente REPARTO Don Francisco TADEO CALOMARDE ...... Ex Rey FERNANDO VIL... Dow FRANCISCO DE Goya . Dona Leocapia ZORRILLA DE WEIS Don EuGenio ARRIETA .. DoNa GUMERSINDA GOICOKCE Don José Duaso y LaTrE MURCIELAGO . SARGENTO DE VOLUNTARIOS REALISTAS . CORNUDO .. Vovunrario 1.° DrstRozona 1." VOLUNTARIO 2.° DrstROZONA 2." VOLUNTARIO 3." .. Gata . VOLUNTARIO 4.° Voz DE Maria DEL Rosario Wess OTRAS VOCES. Antonio Queipo. Ricardo Alpuente. José Bédalo. Maria Asquerino. Miguel Angel. Paloma Lorena. Antonio Puga. Manuel Arias. José M.* Asensi de Mora. Manuel Caro. Roberto Abellé. | | } José Luis Tutor. } } Mari Nieves Aguirre. En Madrid. Diciembre de 1823 Derecha e izquierda, las del espectador Direccion: José Osuna. ADVERTENCIA Todas las palabras del didlogo puestas entre paréntesis se articulan por los petsonajes en silencio, y no cumplen en el texto otra funcién que la de orien- tar el trabajo de los intérpretes. El director puede, por consiguiente, reela- borar segiin su criterio los textos auxiliates que el espectador no debe oir. Todas las frases del diélogo puestas entre comillas son textos goyescos. PARTE PRIMERA La escena sugiere, indistintamente, las dos salas —planta baja y piso alto— que Goya, en su quinta, decoré con las «pinturas ne- gras». La puerta achaflanada del lateral derecho deja entrever un rellano y una escalera interior; la de la izquierda, otra sala. Junto a la pared del fondo, una gradilla, que el pintor usa para trabajar sobre los muros, y un arc6n, sobre el que descansa una escopeta y en cuya tapa se han ido apifiando los tarros de colores, frascos de aceite y batniz, la paleta y los pinceles. Vuelto contra la pared, un cuadro pequeiio. En el primer término izquierdo, mesa de trabajo, con grabados, papeles, albumes, lapices, campanilla de plata y un reloj de mesa. Tras ella, un sill6n. A su derecha, una silla. En el primer término derecho, tatima redonda con brasero de copa, rodeada de sillas y un sofa. Algunas otras sillas o taburetes por los rincones (Oscuridad total. La luz crece despacio sobre el primer término de la escena ¢ ilumina a un hombre sentado en un sillén regio, que esta absorto en una curiosa tarea: la de bordar, pulero y melindroso, en un bastidor. Cuando se ensancha el radio de la luz se advierte, a la ixquierda, a otro hombre de pie, y a la derecha, un velador con un cestillo de labor, un catalejo y una pistola. Ll hombre sentado es el REY FERNANDO VII. Representa treinta_y nueve aios y viste de oscuro. Sobre el pecho, los destellos de una placa. Su aspecto es vigoroso; la pantorrilla, robusta. Las patillas morenas enmarcan sus car- nosas mejillas; las grefias del flequillo cubren a medias su frente. Bajo las lupidas cejas, dos negrisimas pupilas inquisitivas. La nariz, gruesa y de- rribada, monta sobre los finos labios, sumidos por el avance del mentén y de 1266 ANTONIO BUERO VALLEJO. ordinario sonrientes. El caballero que lo acompana es DON FRANCISCO TADEO CALOMARDE. Representa unos cincuenta aitos y también viste de oscuro. El cabello, alborotado sobre la frente despejada; dos ofillos socarrones brillan en su acarnerada fisonomta.) CALOMARDE.—Vuestra Majestad borda primorosamente. Ex Rey.—Favor que me haces, Calomarde... CALOMARDE.— Justicia, sefior. ;Qué matices! {Qué dulzura! Et Rey. —Lo practiqué mucho en Valengay, para calmar las im- paciencias del destierro. (Breve pausa.) No vendria mal que todos los espafioles aprendiesen a botdar. Quiz se calmasen todos. CALOMARDE.—(May serio.) Seria una cristiana pedagogia. ¢Quiere Vuestra Majestad que redacte el decreto? EL Rey.(Ré#.) Atn no eres ministro, Tadeo. (Puntadas.) éQué se dice por Madrid? CALOMARD. sumatias y los destierros han dejado sin cabeza a la hidra liberal. Los patriotas respiran y piensan que se la puede dar por bien muer- ta..., a condicién de que se le siga sentando la mano. EL Rey.—Habra mano firme. Pero sin Inquisicion. Por ahora no quiero restaurarla. CALOMARDE.—El pais la pide, sefior. Ex Rey.—La piden los curas. Pero desde el 14 al 20 la usaron sin freno pata sus politiquerias y se ha vuelto impopular. CALOMARDE.—-Nada de aquellos seis benditos afios puede hoy ser mas impopular que los desafueros constitucionales de los tres siguientes. En mi humilde criterio, sefior, antes de que termine Alabanzas a Vuestra Majestad. Las ejecuciones 1823 Vuestra Majestad deberia restaurar cuanto ayudase a borrar el crimen liberal, para que la historia lo sefiale como el afio sublime en que la Providencia os restituy6 el poder absoluto de vuestros abuelos. Ev Rey.—(Ré.) Por eso. Pata que mi poder sea absoluto, no quiero Inquisicion. CALOMARDE.—Quiza mis adelante... EL REyY.—(Ré a carcajadas.) Quiz mas adelante seas ministro. Ten paciencia, y que la Inquisicién la tenga contigo. CALOMARDE.—(Swspira.) Quiera Dios que 1824 sea como un martillo implacable para negros y masones de toda laya. EL Rey.—Dalo por cierto. CALOMARDE.—Sefior, he discurrido otros dos decretos muy EL SUENO DE LA RAZON 1267 oportunos... Si Vuestra Majestad se dignase aprobarlos el proxi- mo afio... EL Rey.—( Levanta la mano y lo interrumpe con frialdad.) gDe qué mas se habla? CALOMARDE.—( Suave.) Del Libro Verde, sefior. (EL REY / mira.) Aunque nadie lo ha visto... EL Rey. Pues existe. CALOMARDE.—Entonces, sefior, gpor qué guardarlo? Ex Rey.—Es una relacion de agravios a mi persona. CALOMARDE.—Que merecen, pot consiguiente, pronto castigo. EL Rey.—(Sonrée.) Para tejer una soga es menester tiempo. CALOMARDE.—Me maravilla vuestra sagacidad, sefior. Ahora comprendo que Vuestra Majestad prefiere acopiar evidencias... EL Rey.—Algo asi... CALOMARDE.—( Después de un momento, le tiende un papel lacrado y abierto.) «Como €ésta? EL Rey.—( Toma el papel.) @Qué me das? CALOMARDE.—Una carta interceptada, sefior. (EL REY /a lee y se demuda. Luego reflexiona.) EL Rey.—-¢Presenciaste ta la ejecucion de Riego? CALOMARDE.—Hace un mes, sefior. Ev Rey.—(Deja la carta sobre el velador.) Muchos relatos me han hecho de ella... ¢Cual es el tuyo? CALOMARDE.—Fue un dia solemne. Todo Madrid aclamaba vuestro augusto nombre al paso del reo, arrastrado en un seton por un borrico... EL Rey.—Se diria un grabado de Goya. CALOMARDE.—(Lo mira, curioso.) Justo, sefior... Riego subid al cadalso llorando y besando las gradas, mientras pedia perd6n como una mujetzuela... Ex Rey.—;Fue asi? ¢Lo viste ti? CALOMARDE.—-Y todo Madrid conmigo. EL Rey.—Luego tuvo miedo. CALOMARDE.— Ya se habia retractado por escrito. EL Rey.— Bajo tormento? CALOMARDE.—( Desvia /a vista.) Si lo hubo, ya no lo suftia, y tuvo miedo. jEI Aéroe de las Cabezas, el charlatan de las Cortes, el general de pacotilla apestaba de miedo! Al paso del serdn los chis- peros reian y se tapaban las narices... 1268 ANTONIO BUERO VALLEJO Ext Rey.—(Con un mobin de asco.) Ahorra pormenores. CALOMARDE.—¢Por qué no decir, sefior, que la vanagloria li- beral terminé en diarrea? Ex Rey.—Porque no todos son tan cobardes. CALOMARDE.—-¢Piensa tal vez Vuestra Majestad en el autor de esa carta? Et Rey.—Quien escribe hoy asi, o es un mentecato 0 un va~ liente. CALOMARDE.— Un estafermo sin juicio, sefior, como toda esa cobarde caterva de poetas y pintores! Reparad en cudntos de ellos han escapado a Francia. EL Rey.—El no. CALOMARDE.—El se ha escondido en su casa de recreo, a la otra orilla del Manzanares. Como un nifio que cierra los ojos, piensa que los de Vuestra Majestad no pueden alcanzarle. Sin embargo, desde este mismo balcén podéis ver la casa con vuestro catalejo. (Se lo tiende. EL REY aparta el bordado, se levanta, ajusta el catalejo y mira al frente.) Ex Rey.—¢Es aquella quinta cercana al puente de Segovia? CALOMARDE.~La segunda a la izquierda. Ex Rey.—Apenas se divisa entre los arbole a Madrid, no ha venido a rendirme pleitesia. CALOMARDE.—Ni a cobrar su sueldo, sefior. No se atreve. Ex REY.—¢Qué estara haciendo? CALOMARDE.—Temblar. Ex Rrey.—Ese baturro no tiembla tan facilmente. Y siempre fue un soberbio. Cuando se le pidié que pintase el rostro de mi primera esposa en su pintura de la real familia, contesté que él no retocaba sus cuadros. CALOMARDE.—jEs inaudito! Ex Rey.—jUn pretexto! La verdadera raz6én fue que me aborre- cia. Claro que yo le pagué en la misma moneda. A mi me ha tetra- Desde que volvi tado poco y a mis esposas, nada. CALOMARDE.—Suave castigo, sefior. Esa carta... Ex Rey.—Hay que pensarlo. CALOMARDE.— {No es el gran pintor que dicen, sefior! Dibujo incorrecto, colores agtios... (EL REY baja él catalejo.) Retratos tea- les sin nobleza ni belleza... Insidiosos grabados contra la dinastia, contra el clero... Un gran pintor es Vicente Lépez. EL SUENO DE LA RAZON 1269 Ex Rny.—Y lo prefiero desde 1814. (Se séenta.) CALOMARDE.—Vuestra Majestad prueba asi su buen gusto. Y su virtud, porque Lopez es también un pintor virtuoso. Sus retra- tos dan justa idea de los altos méritos de sus modelos. Cuando pa- sen los siglos, Vuestra Majestad vera, desde el cielo, seguir brillan- do la fama de Lépez y olvidados los chafarrinones de ese fatuo. A no set que se le recuerde... por el ejemplar castigo que Vuestra Majestad le imponga. Ex Rry.—jCuanta severidad, Tadeo! ¢Te ha ofendido él en algo? CALOMARDE.—Mucho menos que a Vuestra Majestad. Se nego a retratarme. (EL Rey /o mira.) Aunque su pintura me desagrada, quise favorecerle... Y ese insolente aleg6 que le faltaba tiempo. Pero mi severidad nada tiene que ver con pequeiieces tales... Es al enemigo del rey y de la patria a quien aborrezco en él. Ex Rey.—(Riésuefo.) ¢Qué quieres para ese cascarrabias? ¢La muerte de Riego? CALOMARDE. dado al leer la carta. Ex Rey.—(Vuelve a bordar.) Su prestigio es grande... CALOMARDE.—Ese papel merece la horca. (Un silencio. Se inclina de nuevo para apreciar el bordado.) {Qué delicia esos verdes, sefior! Bordar también es pintar... (Riswefo.) {Vuestra Majestad pinta me- jor que ese carcamal! _ Ex Rey.—Entonces, ¢la prisién? CALOMARDE.— Primero, la prision. Después, hacer justi Ex Rey.—(Después de un momento.) sQuién es el destinatatio? CALOMARDE.—Martin Zapater, sefior. Un amigo de la infancia. EL Rey.—¢Mas6n? ¢Comunero? CALOMARDE.—No hay noticias de ello... Lo estoy indagando. EL REy.—Los pétalos son delicados de bordar... Hay que fundir tonos diferentes... Lo més dificil es la suavidad. (Comienza a oirse el sordo latir de un corazén.) CALOMARDE.—jQué primor! Sdlo un alma noble puede expresar asi el candor de las flores. (EL REY sonrie, halagado. Pero no tarda en levantar, inguieto, la cabeza. Los latidos ganaron fuerza y se precipitan, sonoros, hasta culminar en tres 0 cuatro rotundos golpes, a los que suceden otros mas snaves y espaciados. EL REY se levanta antes de que el ruido cese y retrocede hacia la derecha. Un silencio.) Et Rey.—¢Qué ha sido ese ruido? —(Suave.) Es Vuestra Majestad quien la ha tecor- 1270 ANTONIO BUERO VALLEJO. CALOMARDE.—(Perplejo.) Lo ignoro, sefior. EL Rey.—-Ve a ver. (CALOMARDE sale por la izquierda. Ex. REY empuha el pistolete del velador, CALOMARDE regresa.) CALOMARDE.—En la antec4mara nada han oido, sefior. Ex Rey.—Era un ruido, gno? CALOMARDE.—( Titubea.) Un ruido... débil. Ex Rey.-—-¢Debil? ( Abandona el pistolete, se sienta_y coge, pensativo, ef bordado.) Que doblen esta noche la guatdia. CALOMARDE.—Si, Majestad. Et Rey.—( Borda y se detiene.) ;No quiero gallos de pelea! ;Quie- ro vasallos sumisos que tiemblen! Y un mar de Ilanto por todos los insultos a mi persona. CALOMARDE.— (Quedo.) Muy justo, sefior. (EL Rey borda.) EL Rry.—Escucha, Calomarde. Esto es confidencial. Le diras al comandante general de los Voluntarios Realistas que pase a verme mafiana a las diez. CALOMARDE.—(Quedo.) Asi lo haré, sefior. Bi Rey.— (Después de un momento.) Y a don José Duaso y La- tre... (Calla.) CALOMARDE.—AI padre Duaso... EL Rey.—Le ditas que le espero también. CALOMARDE.— A la misma hora? Et Rry.—A otra. Que no se vean. A las tres de la tarde. CALOMARDE.— Corriente, sefior. Ex Rey.—(Bordando.) {No es atagonés el padre Duaso? CALOMARDE.—Aragonés, sefior, como yo. (Breve pausa.) Y como don Francisco de Goya y Lucientes. (Se miran. EL REY sonrie J se aplica al bordado. Oscuro lento. Cuando vuelve la lux, ilumina en pri- mer término a un anciano que mira por un catalejo hacia el frente. En el fondo se prayecta, despacio, el Aquelarre. Blancos son ya los cabellos y patillas del anciano, mds bien bajo de estatura, pero vigoroso y erguido. Viste una vieja bata lena de manchas de pintura. Cuando baja el catalejo descubre una hosca e inconfundible fisonomia: la de DON FRANCISCO DE Goya. E/ viejo pintor vuelve a mirar por el catalejo; luego suspira, se dirige a la mesa, deja alli el instrumento y recoge unas gafas, que se cala. Se vuelve y mira a la pintura del fondo por unos segundos; se acerca luego al arcon, toma paleta y pinceles, sube por la gradilla y da unas pinceladas en ef Aquelarte. Oyese de pronto un suave maullido. GOYA se detiene, sin volver la cabeza, y a poco sigue pintado. Otro maullido. El pintor vuelve a EL SUENO DE LA RAZON 1271 detenerse. Los maullidos menudean; dos o tres gatos los emiten casi al tiem- po. GOYA sacude la cabeza y, con la mano libre, se oprime un vido, Silencio. Goya baja de la gradilla, deja sus trebejos y avanza, mirando a los rin- cones. Un largo maullido le fuerza a mirar a una de las puertas. Silencio. El pintor arroja las gafas sobre la mesa, se despoja de la bata y vocifera con su agria vox de sordo.) Goya.—jLeo! (Breve pausa.) jLeocadia! (Va al sofa, de donde re- coge su levitén.) ¢No hay nadie en la casa? (Vistiéndose, va a la puerta izguierda.) jNenal... jMatiquita! (Aguarda, ansioso. Se oye la risa de una nitia de ocho anos. Una risa débil, lejana, extraha. Se extingue la risa. Turbado, GOYA vuelve al centro y torna a oprimirse los ofdos. En un rapto de silenciosa furia empuia la campanilla de la mesa y la agita repetidas veces, sin que se oiga el menor ruido. DONA LEOCADIA ZORRILLA enira por la derecha, con ademanes airados y profiriendo inaudibles palabras. Es una hembra de treinta y cinco akos, que no carece de atractivo, aunque diste de ser bella; una arrogante vascongada de morenos cabellos, sélidos miembros y vivos ofos bajo las negras cejas.) LEOcapDIA.—(jQué voces! ;Qué prisas! ¢Te ha picado un ala- cran?) Goya.—(Agrio.) ¢Qué dices? (LEOCADIA suspira —tampoco se oye el suspiro— y forma rdpidos signos del alfabeto de Bonet con su mano diestra.) {No me ha picado ningdn alacran! :Dénde esta la nena? Leocapia.—(Sefala hacia la izquierda.) (Ahi dentro.) Goya.—jMientes! La he llamado y no acude. ¢Dénde la has mandado? LEocADIA.—( Nada turbada por el renuncio.) (A paseat.) Goya.—(Iracundo.) {Con la mano! (LEOCADIA forma répidos sig- nos y grita al tiempo inaudiblemente, enfadada.) Leocabia.—(jA paseat!) Goya.—;A paseat en estos dias? (La toma de la mufeca.) sEstas loca? LeocabiA.—(Forcejea.) (jSuelta!) Goya.—j{No pateces su madre! ;Pero lo eres, y has de velar por tus hijos! ;Para ti se han acabado los saraos, y los paseos a caballo, y los meneos de caderas! Leocabia.—(Habla al tiempo, incesante.) (Pues lo soy! jY sé lo que hago! ;Y los mando donde se me antoja! ;Vamos! jTG@ no eres quién para darme lecciones...!) 1272 ANTONIO BUERO VALLEJO Goya.—(Ante sus manoteos y gesticulaciones, termina por gritar.) jBasta de muecas! (LEOCADIA se aparta, desdettosa, y traza breves sig- nos.) jAcabaramos, mujer! Pero tampoco la huerta es buen lugar para ella si no va acompafiada. (Signos de LBOCADIA.) {Su hermano es otro nifiol (Camina, brasco, hacia la derecha.) sD6nde has puesto mi sombrero y mi baston? (Filla seitala hacia la derecha. Cuando GOYA va a salir, se oye un maullido. El anciano se detiene, se vuelve y mira a la mujer, que le pregunta con un movimiento de cabeza.) LEocaADIA.—(gAd6nde vas?) Goya.—jNo puedo pintar hoy! (Wa a salir_y se vuelve otra vex.) ¢Por dénde andan los gatos? LiocabIia.—(Intrigada, traza signos.) (Por la cocina.) Goya.—¢Los has visto ti en la cocina? (Ella asiente, asombrada.) Claro. éDénde van a estar? Adids. (Sale. LEOCADIA se precipita a la puerta y acecha. Después hace una sefta y entra, sigiloso, el doctor ARRIETA, bastén_y sombrero en mano. La edad de DON EUGENIO GARCIA ARRIE- TA oscila entre los cincuenta y cinco y los sesenta attos. Es hombre vigoroso, aunque magro; de cabellos rubios que grisean, incipiente calvicte que disimula peindndose hacia adelante, créneo grande, flaca fisonomia de asceta, mirada dulce y triste. Va a hablar, pero LROCADIA le ruega silencio. Se oye el lejano estampido del portén.) ARRIETA.—No debié dejarle salir. LkOcADIA.— Queria hablar antes con usted. (Se encamina al sofa J se sienta.) Hagame la merced de tomar asiento, don Eugenio. ARRIETA.—(Se sienta en una silla.) Gracias, sefiora. ¢Maria del Rosario y Guillermito siguen buenos? LrocapiA.—A Dios gracias, si. Ahora no estan en casa. (Re- mueve el brasero.) Esta Nochebuena sera de nieves... ARRIETA.—¢Qué le sucede a don Francisco? (A /a izguierda del Aquelarre se proyecta ef Saturno.) LEOocADIA.— Doctor, usted lo curé hace cuatro afios. Caremelo ahora. ARRIETA. éDe qué? LrocapiA.—No es nada aparente... Ni dolores, ni catarros, ni calenturas... Unicamente, la sordera, pero eso usted ya lo sabe. (Se retuerce las manos.) {Y port eso justamente! ;Porque usted se tomé el trabajo de aprender los signos de la mano hace tres afios!... j Habra que hablar mucho con él para curarlo, y es dificil!... ARRIETA.—Calmese, sefiora, y cuénteme. (A Ja derecha del Aque- latte aparece la Judith.) EL SUENO DE LA RAZON 1273 Leocapia.—Apenas sale, apenas habla... desde hace dos afos. ARRIETA.—Retraido, hurafio... No es una enfermedad. LEOCADIA.—¢Ha repatado usted en las pinturas de los muros? ARRIETA.—(Contempla las pinturas del fondo.) «Estas? LeocApIA.—Y todas las de la otra planta. Bl, que nunca reto- caba, las retoca incansablemente... ¢Qué le parecen? ARRIETA.—Ratas. LEOCADIA.—jSon espantosas! (Se /evanta y pasea.) ARRIETA.—Ya vimos en sus gtabados cosas parecidas... LEOcADIA.—No era lo mismo. Estas son hortibles pinturas de viejo... ARRIETA.—Don Francisco es viejo. LEOCADIA.—(Se detiene y lo mira.) De viejo demente. ARRIETA.—(Se /evanta despacio.) ¢Est4 insinuando que ha enlo- quecido? (Ella cierra los ojos y asiente.) ¢En qué se funda usted? éSdlo en estas pinturas? LEOCADIA.—(Esencha.) {Calle! (Un silencio.) gNo oye algo? ARRIETA.—No. LreocapiA.—(Da unos pasos hacia la derecha.) Habran sido los ga- tos en la cocina... (Se vuelve.) Conmigo apenas habla, pero habla con alguien... que no existe. O rie sin motivo, o se desata en im- ptoperios contra seres invisibles... ARRIETA.—(Dejando bastén _y sombrero sobre la silla, avanza hacia ella.) Pot supuesto, hay locuras seniles. Pero lo que me cuenta, dofia Leocadia, son las intemperancias y soliloquios de la sordera... (Mira a las pinturas.) Encerrado aqui durante afios, jy qué afios!..., suefia pesadillas. No creo que sea locura, sino lo contrario: su ma- nera de evitar la enfermedad. (Ha ido hacia el fondo y se detiene ante ef Saturno. ) LEOCADIA.—Mire eso. ¢No da pavor? ArRIETA.—(Ante ef Aquelarre.) El diablo, las brujas... El no cree en brujas, sefiora, Puede que estas pinturas causen pavor, pero no son de loco, sino de satirico. LreocapIiA.—Esas pinturas me aluden. (ARRIETA se detuvo ante Judith y mira a LEOCADIA.) ARRIETA.—¢A usted? (E/ Aquelarre se trueca en Asmodea.) LEocapiA.—( Asiente.) Dice que soy una bruja que le seca la sangre. {Mire esa otra! (ARRIETA se enfrenta con Asmodea.) La mu- jet se lleva al hombre al aquelarre y él va aterrado, con la boca 1274 ANTONIO BUERO VALLEJO taponada por una piedra maléfica... La mujer soy yo. (Entretanto Saturno se ¢rueca en Las fisgonas. ARRIETA Jas contempla.) Habria de vivir con nosotros para comprendet... lo trastornado que esta. ARRIETA.—Esta escena, ¢también la alude a usted? (LEOCADIA se vuelve y se inmauta al ver el cuadro.) LeocapiA.—No lo sé. (Un silencio. ARRIETA mira al cuadro_y ob- serva a LEOCADIA.) ARRIETA.— (Intrigado.) (Qué hacen? Leocapia.—(Titubea.) Fil no lo ha dicho... ARRIETA.—Pero usted lo supone. (Un silencio.) (O no? Lrocapia.—( Después de un momento.) Creo que es... un cuadro sucio. ARRIETA.—¢Sucio? LEOcADIA.— (Con brusca vergiienza.) No se da cuenta? Esas dos mozas se burlan... del placer de ese pobre imbécil. (Muy sorprendido, ARRIETA vuelve a observar la pintura. Luego mira, pensativo, a Asmodea ya Judith. Leocapta ba bajado los ojos. ARRUBTA va a su lado.) ARRIETA.—¢Me perdonara si le recuerdo un antiguo secreto? LeocabiA.— (Casi sin voz.) ¢A qué se refiere? ARRIETA.—Hara seis afios fui llamado a la anterior vivienda de don Francisco. Era usted la enferma, (LEOCADIA se aparta hacia el sofa.) A los tres meses de un embarazo dificil perdia usted un nifio que estaba gestando. Hube de cortar una hemorragia que otras ma- nos, mas torpes, no habian sabido evitar. LEOCADIA.—-(Se sienta sin fuerzas.) Le juré entonces que la pér- dida fue involuntaria. (Lo mira.) {Ya sé que no eta facil de creet! Separada de mi esposo desde 1812, aquel nifio significaba mi des- honta. {Pero yo nunca destruiria a un hijo de mi carne! ARRIETA.—(Frio.) Lo he recordado porque el futuro nifio, se- gun confesién de usted y de don Francisco, era de los dos. ¢Era realmente de los dos, sefiora? LEOCADIA.—gQuiere que se lo jure? Usted no cree en mis ju- ramentos. ARRIETA.—Don Francisco era ya entonces viejo. cQué edad cuenta él ahora? Lrocapia.—Setenta y seis afios. ArrieTa.—( Vacila.) Consiéntame una pregunta muy delicada... (Ella lo mira, inguieta.) «Cuando cesaton entre ustedes las relaciones intimas? EL SUENO DE LA RAZON 1275 LEOcADIA.—No han cesado. ARRIETA.—-gCOmo? LEOCADIA.—No del todo, al menos. ARRIETA.— (Se sienta a su lado.) ¢No del todo?... Leocapia.—(Con dificultad.) Francho... Perdéneme. En la fa- milia se le ama Francho. Don Francisco ha sido muy apasionado. Uno de esos hombres que se conservan mozos hasta muy mayo- tes... De muchachita no lo creia. Pensaba que eran charlatanerias de viejos petulantes... Y cuando él empez6 a galantearme, admi sus avances por curiosidad y por reirme... Pero cuando me quise dar cuenta... eta como una cordera en las fauces de un gran lobo. Sesenta y cuatro afios contaba él entonces. ARRIBTA.—Y ahora, doce mas LEOCADIA.—Me busca todavia . Muchos mas. muy de tarde en tarde. jDios mio! Meses enteros en los que me evita por las noches y ni me habla durante el dia... Porque... ya no es tan vigoroso... (ARRIETA dedica una melancblica mirada a las pinturas del fondo y cavila.) ARRIETA.—( En vox queda.) Dofia Leocadia... (Ella lo mira, atrox- mente incémoda.) ¢Tiene algin motivo para sospechat si don Fran- cisco... atenta a su salud como ese viejo de la pintura? LEOcADIA.—(Desvia la vista.) No lo sé. ARRIETA. ¢Puedo preguntar qué edad tiene usted ahora? LEOCADIA.—Treinta y cinco afios. (Breve pausa.) {Calle! gNo se oye algo? (Bajo la mirada de ARRIETA se levanta y va a la derecha para escuchar.) Sera el trajin de los criados. ARRIETA.—Reconoceté a don Francisco. Pero también usted re- quiere cuidados... La encuentro inquieta, acongojada. Acaso un cambio de aires. Lrocapia.— (Se vaelve, enérgica.) {Es él quien lo necesita! De mi, se lo ruego, no hablemos mis. jLa locura de Francho es justamente ésa! {Que se niega a un cambio de aires! Que no tiene miedo. ARRIETA.—No comprendo. LEC nos visita, doctor? ArrieTa.—La casa esté muy apartada... ADIA.—(Pasea, con creciente agitacién.) gSabe que ya nadie LrocapiaA.—jEsa es la excusa! La verdad es que todos saben que él pettenece al bando vencido y que el tey lo odia. Conque no hay v itas..., ni encargos. Todos huyen de la tormenta que estallar4 un dia sobre la casa. 1276 ANTONIO BUERO VALLEJO. ARRIETA.— {Por Dios, sefioral LEOCADIA.—jLe consta que no exagero! Todos los dias se des- tierra, se apalea, se ejecuta... Francho es un liberal, un negro, y en Espafia no va a haber piedad para ellos en muchos afios... La ca- ceria ha comenzado y a él también lo cazaran. jY él lo sabe! (Tran- sicién.) Pues permanece impasible. Pinta, rifie a los criados, pasea... Y cuando le suplico que tome providencias, que escape como tan- tos de sus amigos, grita que no hay motivo para ello. gNo es la locura? ARRIETA.—Quiza sdlo fatiga... LEOCADIA. —jSe cansa menos que yo! ARRIETA.—Otra clase de fatiga. Leocabia.—-jHay que estar loco para no temblar! Y yo estoy muy cuetda, y tengo miedo. (Se acerca a ARRIETA.) Infandale ese miedo que le falta, doctor. jFuércele a partir! ARRIETA. (Se /evanta.) Infundir miedo en el coraz6n de un an- ciano puede ser mortal... LEOCADIA.— (Con una extratia esperanza en la vox insinuante.) Pues no le asuste. Digale que le conviene un cambio de aires... O las aguas de algun balneario francés... Arnrieta.—Lo pensaré, dofia Leocadia. (La mira, suspicay. Ella supira, atribulada, y va a sentarse. De pronto se le vence la cabeza y emite an seco solloxo. MRRIETA se aproxima, mirdndola con tristeza.) ¢Se sien- te mal? LocapiA.—No lo soporto. (Resuena ef lejano estampido del por- ton. Ella levanta la cabeza.) Ahora si se oye algo. Goya.—(Sw voz.) ¢Tampoco hoy pasé el cartero? LEOCADIA.—Es él. Goya.—(Su vox.) Ta nunca sabes nada... (La vox se acerca.) jAnda a la cocina! LEOCADIA.—(Con ojos suplicantes.) Aytdenos. (Miran a la dere- cha, GOYA entra y se detiene al verlos. LEOCADIA se levanta.) GoyA,—jEl doctor Arrieta! (Deja en manos de LEOCADIA som- brero y bastén. Ella los deposita sobre una silla.) {Ya se le echaba de menos en esta su casa! (Abraga al doctor con efusién.) (Como amigo, claro! Como médico, maldito si hace falta. (ARRIETA sonrie. LRO- CADIA ayuda a GOYA a despojarse del redingote.) ;Siéntese! Y ta, mu- jer, trae unos vasitos de carifiena! (E/ doctor deniega.) jComo! {Si usted no bebe, para mi! gO me lo va a prohibit? (ARRUTA dibuja wn gesto dubitativo.) \Si estoy mas fuerte que un toro! EL SUENO DE LA RAZON 1277 ArrieTA.—(Ré.) (jYa lo veo!) (Y se sienta.) Goya—jCampicos y buena vida, don Eugenio! Estos cerros son pura salud. Vera qué colores le han brotado a Mariquita. ¢Ha vuelto ya de Ja huerta, Leo? Al salir me asomé y no la vi. (LEO- CADIA asiente con presteza.) ¢La ha visto ya, doctor? (ARRIETA de- niega.) {Pues traela, mujer! jY el vino! (Con e/ gesto de pregentar algo, LEOCADIA traza signos. El tono de GOYA pierde su exuberancia.) Me he vuelto desde el puente. LEOCADIA.—(Con expresivo ademdn.) (¢Por qué?) Goya.—Han instalado un retén de voluntarios realistas y para- ban a todos. LEocabDiA.— (Se acerca, inguieta.) (jSi no lo habia!) Goya.—jLos habran destacado hoy! (Ella pregunta algo con los signos de la mano.) {Qué sé yo si van a quedarsel... Pero no aguanto sus jetas de facinerosos, ni sus risitas. ;Y no iba a decirles que es- taba sordo, si no los entendia! Conque me he vuelto. gO querias que les armase gresca? (Ella se apresura a denegar.) Trae el vino, el doctor esta esperando. (Fila asiente y corre a la ixguierda.) jOye! (Ella se detiene.) ¢Ha venido el cartero? (Ella deniega y sale. GOYA se sienta_y echa una firma al brasero. Las fisgonas se truecan en La Leo- cadia_y Asmodea, e# El Santo Oficio.) gA que le ha dicho que estoy enfermo y que debemos irnos a Francia? (ARRIETA /o mira, estu- pefacto. El rie.) Suefia con Francia. Aqui se aburre. (Se irrita.) Pero épor qué rayos me he de ir? jEista es mi casa, éste es mi pais! Por Palacio no he vuelto, y al Narices no le agradan mis retratos. Desde hace diez afios le pinta esa acémila de Vicente Lopez, ese chupa- cirios, ese melosico... Mejor. Yo, en mi casa, sin que se acuerden de mi y pintando lo que me dé la gana... Pero cuénteme. {Qué se dice por Madrid? (ARRIETA abre los consternados brazos.) No, no diga nada. Delaciones, persecuciones... Espafia. No es facil pintar. jPero yo pintaré! ¢Se ha fijado en las paredes? (ARRIETA elude la respuesta y pregunta algo por signos.) {Miedo? No. (Lo piensa.) Tris- teza, tal vez. (Leves latidos de un coraxén. GOYA los percibe.) No... Miedo, no. (LEOCADIA reaparece con un jarro de loxa_y dos copas llenas en una bandeja, ARRIETA se levanta_y acepta, con una inclinacion, una de Jas copas. Judith se transforma en los Dos frailes. Goya toma Ia otra copa.) Este vino quita pesates, doctor. Por usted. (Se brindan y beben. LEOcADIA deposita la bandeja sobre la mesa. Los latidos se amortiguan bruscamente cuando el pintor apura su copa. LEOCADIA se acerca al frente y atisba hacia la derecha por un invisible balcén.) Esta rico, geh? 1278 ANTONIO BUERO VALLEJO. ARRIETA.—( Asiente.) ({Muy rico!) Goya.—Me mando un pellejo Martin Zapater, para que le per- donase por no venir él a pasar unos dias. Anda siempre tan sujeto en Zaragoza... * (Se interrumpe y lanza un dspero voxarrén que inmuta al doctor y a LBOCADIA.) ¢Qué miras? Leocabia.— (Se vuelve, trémula.) (El... puente.) Goya.—jNada tienes que mirar en el puente! Lrocapia.—(Sorprendida.) (Por qué no?) Goya.—4Trae a tus nifios, a que los vea el doctor! (LEOCADIA murmura para si leves palabras y sale por la derecha, con un ademén cons- ternado que dedica a ARRIETA a espaldas del pintor. Los latidos no han cesado y GOYA se oprime una oreja con un dedo inguieto. Lego deja la copa sobre la bandyja y se acerca al fondo.) Acérquese, don Eugenio. éQué le parece? (ARRIETA se acerca conservando su copa, de la que bebe 4 sorbitos, y frunce los labios en gesto aprobatorio. Estén ante El Santo Oficio.) ¢No semejan animales? Nos miran sin saber lo feos que son ellos. Me miran a mi. ARRIETA. —(éA usted?) Goya.—Igual que cuando me denunciaron a la Santa Inquisi- cién. Me mitaban como a un bicho con sus ojos de bichos, por haber pintado una hembra en puras carnes... Son insectos que se creen personas. Hormigas en torno a la reina gorda (R&.), que es este frailuco barrigon. (ARRIETA pregunta algo con signos.) A la fuen- te de San Isidro, a hincharse de un agua milagrosa que nunca hizo milagros. Tan campantes. Es su hidroterapia. Les parece que el dia es hermoso, pero yo veo que esta sombrio. (ARRIETA seftala a la ixquierda de Ja pintura.) Si. Al fondo brilla el sol. Y alla esta la mon- tafia, pero ellos no la ven. (ARRIETA fraza signos. GOYA vacila.) Una montafia que yo sé que hay. (E/ ruido de los latidos se amortigué poco a poco y ba cesado. GOYA se hurga una oreja y atiende en vano. ARRIETA /o mira y pasa a la derecha para preguntar por signos algo ante tos Dos frailes.) Tal vez sean frailes. Todos los somos en este con- vento. * (N. del A.) Martin Zapater habia muerto en 1803, pero yo lo supuse vivo todavia en la presente obra: una libertad literaria quizé excesiva que nadie, sin embargo, quiso reprocharme ni antes ni después de declararlo yo mismo, que yo sepa. EL SUENO DE LA RAZON 1279 ARRIETA.—(Sefialando.) (¢Qué hacen?) Goya.—Ese barbén también esta sordo, Cualquiera sabe lo que le dice el otro. Aunque quiz4 el barb6n oiga algo... (Se encamina a la ixqnierda y se vuelve.) @O no? (ARRIETA esboxa wn gesto de perpleji- dad. GOYA lo mira, enigmatico, y se vuelve hacia la pintura, ARRIETA seiala a la pintura de la ixquierda, que GOYA tiene a sus espaldas, inqui- riendo algo con breves signos.) Si. Es la Leocadia. Tan rozagante. Esta en un camposanto. ARRIETA.—(¢Qué?) (Se oye un maullido. El anciano mira a los rin- cones.) Goya.—Esa pefia donde se reclina es una tumba. (Maullido. Goya enmudece un segundo y prosigne.) Ahi nos ha metido a su marido yami. (R#.) Pensé en pintarme yo mismo dentro de la roca, como si ésta fuera de vidrio. (Varios maullidos, que se aglomeran, distraen al pintor. ARRIETA no Jo pierde de vista.) Pero la habriamos tenido bue- na, y no me atrevi. (R/e.) Los gatos andan por detras de la tumba. (Los Dos frailes se truecan de nuevo en Judith.) ARRIETA.—(cLos gatos?) Goya.—Siempre andan por ahi. (ARRIETA sefala a La Leocadia y pregunta algo por signos.) ¢Otra Judith? (ARRUETA sefiala a la Judith.) jAh! ¢Ya la ha visto? (Rée.) O Judith otra Leocadia. ¢Quien sabe? (El Santo Oficio se muda en La romeria. Se oye el batir de alas de un ave gigantesca. El pintor se oprime un otdo y habla con algsin desasosiego.)

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