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34* conferencia. Esclarecimientos, aplicaciones, orientaciones Sefiotas y sefiores: ¢Me estara permitido alguna vez, har- to del tono reseco, por asi decir, hablarles sobre cosas que tienen muy poco valor tedrico, pero que pueden interesarles més en la medida en que tengan una actitud amistosa hacia el psicoandlisis? Imaginemos, por ejemplo, que en sus horas de ocio toman ustedes una novela alemana, inglesa 0 notte- americana en la que esperan hallar una pintuta de los seres humanos y las situaciones contempordneas. A las pocas pé ginas tropiezan con una primera manifestacién sobre el p: coandlisis y enseguida encuentran otras, aunque la trama no parezca requerirlo. No piensen que se trataria de aplicacio- nes de la psicologia profunda para una mejor inteligencia de los personajes del texto o sus actos; es cierto que hay creaciones literarias més serias donde eso se intenta efecti- vamente. No; las mas de las veces son obsetvaciones sarcds- ticas con que el autor de Ja novela pretende probar sus vas- tas lecturas o su superiotidad intelectual. Y no siempre ten- drén ustedes la impresién de que conoce realmente aquello acetca de lo cual se pronuncia, O bien concurren ustedes para su esparcimiento a una reunién social (y no tiene por qué ser precisamente en Viena); al poco rato la conversa- cidn recae sobre el psicoandlisis, oyen a las gentes més di- versas pronunciar su juicio, casi siempre con el tono de una impertérrita seguridad. Por lo comtin, ese juicio es de me- nosprecio, con frecuencia un denuesto, y en el mejor de los casos una burla. Si ustedes son tan incautos como para dejar traslucir que entienden algo sobre ese tema, todos los aco- sarén pidiéndoles informacién y explicaciones; al poco tiem- po podrén convencerse de que esos juicios severos se habian formulado antes de toda informacién, que apenas si alguno de esos opositores ha tomado alguna vez en sus manos un libro analitico 0, si lo ha hecho, no sobrepasé la primera resistencia en el encuentro con el nuevo material. Quizés esperen ustedes, también, que en una introduc- cién al psicoandlisis se les indiquen los argumentos emplea- dos para enderezar los manifiestos errores acerca del and- lisis, se les recomienden Jos libros que brinden una mejor 126 i informaciéa 0 aun los ejemplos tomados de las lecturas 0 Ja experiencia de ustedes que debieran invocarse en las discusiones para modificar ia actitud de ia sociedad. Les Tuego no hagan nada de eso; seria imitil. Lo mejor es que oculten por completo su mayor saber. Y cuando ya no sea posible, limitense a decir que hasta donde ustedes lo cono- cen el psicoandlisis es una rama particular del saber, muy diffcil de comprender y de enjuiciar, que se ocupa de cosas muy setias, de suerte que no se la puede bordar con un par de bromas, y que para los entretenimientos de sociedad seria preferible escoger otro juego. Desde luego, tampoco participen con intentos de interpretacién si gentes despre- venidas refieren sus suefios, y resistan la tentacién de abogar en favor del andlisis mediante informes de curaciones. Pero ustedes pueden preguntar por qué esas gentes, tanto las que escriben libros como las que platican, se comportan de manera tan incorrecta; y se inclinarén a suponer que no se debe sdlo a ellas, sino también al psicoandlisis. Opino lo mismo; lo que se les presenta en la literatura y la sociedad como un prejuicio es el eco de un juicio anterior, a saber, el que pronunciaron los representantes de Ia ciencia oficial acerca del joven psicoandlisis. Ya me quejé de ello una vez en una exposicién histérica,’ y no volveré a hacerlo —acaso esa tinica vez ya fue demasiado—; pero de hecho no hubo infraccién a la légica, y mucho menos al decoro y al buen gusto, que no se permiticran en esa época los opo- sitores cientificos del psicoandlisis. Era una situacién como Ta que se producfa en la Edad Media cuando un malhechor © un mero opositor politico era puesto en la picota y entre- gado a los ultrajes del populacho. Quizés ustedes no se dan cabal cuenta de lo impregnada que estd nuestra sociedad por el espititu del populacho, ni de Jos abusos que se permiten los seres humanos cuando se sienten miembros de una masa y eximidos de toda responsabilidad personal. En aquellos tiempos, al comienzo, yo estaba bastante solo, pero pronto adverti que de nada valfa polemizar, y tampoco tenfa sen- tido alguno presentar querella ni invocar a inteligencias mejores, pues no existfan las instancias ante las cuales se pudiera elevar la queja. Entonces adopté otro partido; hice Ja primera aplicacidn del psicoanélisis aclarindome a mi mismo la conducta de la masa como un fenémeno de la misma iesistencia que yo debfa combatir en mis pacientes individuales, me sustraje de la polémica e influ sobre mis 1 [Su «Contribuciéa a la historia del movimiento psicoanalftico» (1914d), AE, 14, pags. 20-2 y 37.9.) 127 seguidores, cuando poco a poco se me acercaron, para que hicieran otro tanto. El procedimiento fue bueno; la pros- ctipcién que pesaba entonces sobre el andlisis se ha levan- tado, pero asi como una creencia abandonada sobrevive en calidad de supersticién y una teorfa resignada por la ciencia se conserva como opinién popular, del mismo modo aquel originatio desprecio de los circulos cientificos por el psico- andlisis se continéa en Ja irrisién de que lo han hecho objeto Jos legos que escriben libros o platican. Nada de eso, pues, debe asombrarlos ya Mas ahora no esperen escuchar la buena nueva de que la lucha por el psicoandlisis ha terminado, cuajando con su reconocimiento como ciencia y su admisién como disciplina en la universidad. Ni hablar de ello; esa lucha continita, sdlo que en formas més civilizadas. Nuevo es, sf, que en la so- ciedad cientifica se ha formado una suerte de paragolpes entre el andlisis y sus opositores, gentes que aceptan algo del andlisis y hasta se declaran sus partidarios bajo bilaran- tes cléusulas restrictivas, pero en cambio desautorizan otra parte, cosa que stunca cohsideran haber proclamado en voz suficientemente alta. No es fécil colegir lo que los mueve a esta eleccién. Parecen ser simpatias personales. Uno toma a escéndalo Ja sexualidad, el otro lo inconciente; particular disfavor parece despertar el hecho del simbolismo. A eclécticos no importarles que que me parecié, stos partidarios a medias —o a cuartos-— basé su desautorizacién en un re- examen de los hechos. Incluso muchos hombres descollantes pettenecen a esta categoria, Los disculpa, es verdad, que su tiempo y su interés son reclamados por otras cosas, a saber, aquellas para cuyo dominio han hecho aportes tan valiosos. Pero, eno deberian suspender su juicio, en lugar de tomar partido con tanta decisién? Cierta vez, en uno de esos gran- des obtuve una répida conversién. Eta un critico de fama universal, que babfa seguido las cortientes intelectuales de a época con benévola comprensin y penetracién profética. Sélo Hegué a conocerlo petsonalmente cuando él tenia mas de ochenta aiios, pero su conversacién seguia siendo encan- tadora. Colegirén con facilidad a quién me refiero.* Por [Alude a Georg Brandes, el célebre cstudioso danés (1842-1927), pot quien Freud siempre sintié gran admiracién, En marzo de 1900 asistié en Viena a una conferencia de Brandes que provocé su entu- siasmo y, a sugerencia de su esposa, le envid un cjemplar de La inter pretacién de los suefios al hotel donde se alojaba; véase Ja Carta 131 128 cierto no fui yo quien dio en hablar de psicoandlisis. El lo hizo, trazando una comparacién entre ambos con la mayor modestia. «Soy sélo un literate —dijo—, mientras que us- ted es un natutalista y un descubridor. Pero no puedo me- nos que decirle algo: nunca he tenido sentimientos sexuales hacia mi madre». «Pero no hace falta que usted los tenga concientes —repligué—; para los adultos, son por cierto Procesos inconcientes». «jAh!, eso es lo que usted opina», me dijo aliviado, oprimiéndome la mano. Departimos algu- nas horas més en Ja mejor avenencia, Luego me enteré de que en el breve lapso de vida que adn le estaba deparado se pronuncié repetidas veces de manera amistosa acerca del andlisis, y usaba de buena gana fa palabra arepresién», nue- va para él. Una conocida sentencia nos exhorta a aprender de mues- tz0s enemigos. Confieso no haberlo conseguido nunca, no obstante lo cual, pensé, podria resultarles instructive que pasara revista con ustedes a todos los reproches y objeciones que los opositores del psicoandlisis le han dirigido, y luego les indicara las injusticias y atentados a la I6gica, tan féciles de poner en descubierto, Pero, «om second thoughts» {are- penséndolo»}, me he dicho que no seria interesante, sino que se volveria aburrido y fatigoso, y ademés implicaria hacer Jo que he evitado cuidadosamente todos estos afios. Disciilpenme, pues, si no sigo adelante por ese camino y les ahorro los juicios de nuestros asi lamados opositores cientificos. En verdad, casi siempre se trata de personas cuyo Xinico certificado de idoneidad es a neutratidad que han acreditado manteniéndose lejos de las experiencias del psi- coanilisis. Pero bien sé que en ottos casos no me consenti- xin ustedes un expediente tan simple. Me hardn presente que, sin embargo, hay muchas personas para quienes no vale mi iiltima observacién. No esquivaron la experiencia analitica, han analizado pacientes, quizés ellas mismas fue- ron analizadas, y hasta por un tiempo fueron mis colabora- dores, a pesar de lo cual han legado a otras concepciones y teorfas sobre cuya base se han separado de mi y fundado escuelas auténomas de psicoantlisis, Me dirén que debo darles algin esclarecimiento sobre Ia posibilidad y signifi- de la correspondencia con Fliess (Freud, 19502), Ernest Jones, en el tercer volumen de su biografia (1957, pag. 120), mericiona un encuentro entre ambos que tuvo lugar en 1925. Freud relaté tam- bién este encuentro en una carta enviada el 19 de abril de 1927 a una de sus sobrinas (Freud, 19602, Carta 229). 129 cacién de estos movimientos escisionistas tan frecuentes en la historia del andlisis. Pues bien, lo intentaré; muy brevemente, porque lo que de ahf se obtiene para Ja comprensién del anélisis es menos de lo que ustedes esperan. Sé que piensan sobre todo en la psicologia individual de Adler, que, por ejemplo en Estados Unidos, es considerada una linea paralela con iguales dere- chos que nuestro psicoandlisis y por lo comin es mencionada junto con este. En realidad tiene muy poco que ver con el psicoanilisis, pero a rafz de ciertas circunstancias histéricas leva una suerte de existencia parasitaria a sus expensas, A su fundador, solamente en escasa medida le es aplicable lo que hemos dicho respecto de este grupo de opositores. Ya el nombre es inapropiado, parece un producto del descon- cierto; no podemos permitit que estorbe su uso legitimo co- mo oposicién a Ja psicologia de masas: también Jo que nos- otros cultivamos es casi siempre y sobre todo una psicologfa del individuo humano. Hoy no abordaré una critica objetiva de la psicologia individual de Adler; no se incluye en el plan de esta introduccién’ y por lo dems ya una vez la intenté y. tengo pocos motivos para cambiar algo en ella.” Pero quiero ilustrar la impresién que esa psicologia pro- duce refiriendo un pequefio episodio ocurtido antes del na- cimiento del anélisis. Cerca de la pequefia ciudad de Moravia donde naci y que abandoné siendo un nifio de tres afios* se encuentra un modesto sanatorio bellamente emplazado en los bos- ques. En mi época de estudiante secundario lo visité varias veces durante las vacaciones. Unos veinte afios después me dio ocasién para volver a hacerlo Ja enfermedad de un pa- riente proximo. En una conversacién con el médico que habla prestado asistencia a mi patiente me informé, entre otras cosas, de sus relaciones con los campesinos —eslova- cos, creo— que durante el invierno constitufan su tnica % [La principal evaluacién critica de las opiniones de Adler reali- zada por Freud esté contenida en su «Contribucién a la historia del movimiento psicoanalitico» (1914d), AE, 14, pags. 49-56. En mi. «Nota introductotia» a ese trabajo (ibid., pigs. 4-5) remito a otros pasajes en que Freud se ocupa de esas opiniones. Tal vez sorprenda que en Ia presente conferencia no se aluda a Ja defeccién de Jung (salvo en la breve y poco explicita referencia que aparece infra, pag. 132) y que, a juicio de Freud, los puntos de vista de Adler tengan pti- macia en la estima del puiblico lector. Esto concuerda con algunas afirmaciones de la «Contribucién» mencionada, donde dice que «de Jos dos movimientos considetados, cl de Adler ¢s sin duda el mas importantes (ibid., pg. 58).) 4 (Freiberg, luego denominada Pribor. Cf. Freud (1931e), AE, 21, pégs. 257-8.) 130 clientela. Me conté que la actividad médica se desarrollaba del siguiente modo: en las horas de atencién los pacientes llegaban a su consultorio y formaban una fila. Pasaban uno después de otro y se quejaban de sus dolencias: que dolores lumbares, 0 espasmos de est6mago, o fatiga en las picrnas. Entonces él examinaba a cada uno y, tras orientarse, le es- petaba ef diagndstico, idéntico en todos Jos casos. Me tra- dujo la expresidn:, significaba algo asi como . Le pregunté sorpréndido si los campesinos no se escandali- zaban por el hecho de que él hiciera el mismo hallazgo en to- dos los enfermos. «jOh no! —replicé—, se quedan muy contentos: es lo que ellos esperaban. AI volver a la fila, cada uno da a entender a los ottos, con gestos y ademanes, “Ese si que se las sabe”». Yo no podfa ni sospechar entonces las circunstancias en que volverfa a tropezar con una situa- cién anéloga. En efecto, sea el paciente un homosexual 0 un necré- filo, un histérico aquejado de angustia, un neurético obse- Algo parecido habfamos ofdo en la clinica siendo jévenes es- tudiantes cada vez que se presentaba un caso de histeri las histéricas producen sus sintomas para hacerse las intere- santes, pata llamar la atencién. {Cémo reaparecen siempre las viejas sabidurfas! Pero ya en aquel tiempo estimamos que ese fragmentito de psicologia no recubsfa los enigmas de la histeria; dejaba sin explicar, entre otras cosas, por qué los enfermos ‘no se servian de otro medio para alcanzar su propésito. Desde luego, algo tiene que haber de correcto en esta doctrina de los psicélogos individuales: una particu- la que ellos confunden con el todo. La pulsién de autoafir- macién intentard sacar partido de cada situacién, el yo que- rré sacar ventaja también de la condicién de enfermo. En el psicoandlisis se llama a esto

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