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«Jesús de Nazaret» y la mirada nueva de Benedicto

El arte de desenredar
cuestiones complejas
ALAIN BESANÇON
El primer sentimiento que experimenté
al leer Jesús de Nazaret fue de
admiración. Tengo muchos motivos
para admirar este libro, como cristiano,
como católico y, por último, como
profesor. Conozco bastante bien
lo que es un buen libro. Este, formalmente,
es excelente, digno no sólo
de un cardenal y de un Papa (el
autor firma con estos dos títulos), sino
también —y lo digo con ironía—,
de un gran profesor. Un arzobispo
de París, monseñor Hyacinthe-Louis
de Quélen, durante la Restauración,
hacia 1820, dijo que Jesucristo no
sólo era el Hijo de Dios, sino también,
por parte de su madre, de óptima
familia.
Un buen profesor conoce su materia
a fondo; un gran profesor es
capaz de explicarla con sencillez y
claridad. La materia es pura y simplemente
la fe cristiana, y el Papa,
que es su custodio, no tiene ninguna
intención de proponer una interpretación
personal. En este libro no se
encontrará una «teología de autor».
No hay novedades. Pero hay algo
nuevo. Este Papa no deja de leer y
de estudiar. Ahora bien, cree necesario
indicar una breve bibliografía de
libros contemporáneos. Se trata
principalmente de libros en alemán,
porque es su lengua y porque los
alemanes han escrito mucho, pero
cita también libros en otras lenguas.
En francés no se olvida de De Lubac,
uno de sus maestros, de Feuillet
o de Louis Bouyer.
Benedicto XVI posee el arte de
desenredar cuestiones complejas. Por
ejemplo, la fecha de la Última Cena.
El Papa sostiene que es mejor seguir
la cronología de san Juan, en vez de
la que sugieren los Sinópticos. De
ahí saca una conclusión teológica
muy importante: Jesús no celebró la
Pascua judía; celebró otra Pascua, la
suya, que tiene un sentido igual y a
la vez distinto.
gica» (p. 7). ¿Una totalidad metodólogica?
El objetivo es muy ambicioso.
Se trata de armonizar las exigencias
de la fe, que no cambia, con las evidencias
de la razón, que cambian
continuamente, que siempre se han
de criticar y reconstruir, pero en su
orden legítimo.
El desafío no es nuevo. Se remonta
a los inicios de la religión cristiana.
Desde Richard Simon, Espinoza,
siglo XIX encontramos al Cristo revolucionario
en 1792 y al Cristo socialista
en 1848. En el siglo XX al
Cristo de la «teología de la liberación
». Se trataba de una inyección
de marxismo leninismo en el Evangelio.
Eso alborotó a enteros continentes,
y los pobres fieles a menudo
prefirieron pasar directamente a los
partidos leninistas o refugiarse en
sectas donde, al menos, se creía seriamente
en Dios y en la salvación
por medio de Jesucristo. No queda
nada de esas teologías si se sigue de
buena fe el desarrollo de este libro.
La segunda interpretación es el
protestantismo liberal. Ratzinger encontró
aliados en el protestantismo
auténtico, en particular en Joachim
Ringleben, a quien se refiere como
un «hermano ecuménico». El blanco
principal es Rudolf Bultmann, y en
general las interpretaciones simbólicas
de los acontecimientos. Digo
blanco aunque en estas pacíficas exposiciones
no hay nada de agresividad.
Cuando Bultmann tiene razón,
Ratzinger lo alaba.
De estos análisis se deduce que
Cristo se mantiene lo más cercano
posible a la Ley y a los Profetas, a
los que no deja de citar y a los que
hace referencia continuamente. Sigue
paso a paso la tradición. Al hacerlo,
observando la Torá sin cambiar
una sola coma, la transforma.
Me siento orgulloso de haber subrayado,
a propósito de la película La
pasión de Cristo de Mel Gibson, un
punto que aquí encuentro desarrollado
a fondo. Atañe a Caifás y Pilato.
No hay necesidad de atribuirles una
maldad particular. El primero buscaba
la salvación de su pueblo; el segundo
quería salvar la pax romana.
Cristo fue llevado a la muerte por
todos los hombres: por los malos,
naturalmente, pero también por los
buenos, que no lo son hasta ese
punto y que no saben que tienen necesidad
de ser salvados. Eso vale para
todos nosotros. El mundo judío
ha reaccionado favorablemente a esta
afirmación, olvidando que ya la
habían hecho el concilio de Trento y
el Vaticano II. No es inútil repetirlo.
La nueva relación con el pueblo
judío, que persiste, es una de las
conquistas más importantes del Vaticano
II. Con todo, hay que mantener
el equilibrio. En algunos católicos,
siempre inclinados a la idolatría,
se constata cierta idealización del
pueblo judío, que este último no pide.
Hay continuidad entre los dos
Testamentos. Pero también hay un
corte. Cristo no es un rabino. No es
otro Hillel.
Puede ser que el trabajo históricocrítico
sobre el Nuevo Testamento
ya se haya agotado, pero continúa el
trabajo sobre el Antiguo Testamento.
Desde hace un siglo se excava con
pasión en la tierra de Israel, en busca
de pruebas. Pues bien, no sólo no
se han encontrado, sino que la arqueología
cree haber encontrado algunas
que demuestran que las cosas
no sucedieron como lo sugiere la narración
bíblica. Parece que se ha logrado
un amplio consenso entre los
arqueólogos y los exegetas judíos,
protestantes y católicos. Yo he leído,
como muchas personas, los libros de
Finkelstein y de Silberman, y el de
Liverani. Hay reacciones muy críticas
del ámbito judío.
Pues bien, los cristianos estamos
en la misma barca. Nuestra religión
es una historia. No se puede pasar
demasiados acontecimientos a la categoría
de leyendas. Dos puntos parecen
cruciales. El primero se refiere
a la estancia del pueblo elegido en
Egipto y su liberación por parte de
Moisés. Es el origen tanto del judaísmo
como del cristianismo. Cristo
—nos explica Ratzinger— se presenta
como el nuevo Moisés. Sería difícil
admitir que el éxodo es un relato legendario.
El segundo concierne a la datación
y al estatuto de David, de Salomón
y de Jerusalén.
Dejo mi juicio en suspenso a la
espera de que estas nuevas teorías se
comprueben. En su libro, el Papa
parece remitir esas cuestiones a más
adelante. Cuestiones que inevitablemente
se plantearán.
Espero con impaciencia la tercera
parte de la investigación, que el Papa
ha prometido. Se referirá a los
Evangelios de la infancia. Quisiera
estar informado sobre la cuestión de
los «hermanos de Jesús», que se ha
vuelto candente en nuestro tiempo.
Para mí, se trata de un Shiboleth.
Cuando veo un libro que se atreve a
afirmar que la Virgen María tuvo varios
hijos, lo rechazo con la misma
indignación que experimentaban Lutero
y Calvino cuando alguien sostenía
dicha tesis delante de ellos. Es la
Encarnación lo que está en juego.
Voltaire escribió que todos los géneros
son buenos, excepto el aburrido.
Este libro es de los que, una vez abiertos,
ya no se pueden cerrar
el libro. Voltaire escribió que todos
los géneros son buenos excepto el
aburrido. Este libro es de los que,
una vez abiertos, ya no se pueden
cerrar. Es apasionante.
La encíclica Divino afflante spiritu
de Pío XII (1943) abrió al pensamiento
católico la interpretación histórico-
crítica; a partir de ella los exegetas
católicos han recuperado velozmente
terreno respecto a la exégesis
protestante, hasta las hipótesis
más aventuradas. El Papa considera
que esa interpretación —a la que acabamos
de aludir—, ya «ha dado lo
esencial que tenía que dar». Pues
bien, «dicha exégesis ha de reconocer
que una hermenéutica de la fe,
desarrollada de manera correcta, es
conforme al texto y puede unirse
con una hermenéutica histórica
consciente de sus propios límites,
para formar una totalidad metodolóla
Ilustración y la erudición alemana,
no ha hecho sino radicalizarse.
Es urgente afrontarlo. Es lo que hace
este libro, de modo sereno, pacífico
y generoso. Es el estilo constante
de Benedicto XVI.
Los acontecimientos se desarrollan
en una semana, desde el domingo
de Ramos hasta el domingo de la
Resurrección. Para los cristianos la
Semana santa tiene un significado
inagotable. Más que una sucesión de
acontecimientos es una sucesión de
misterios. Pero eso no impide al historiador
investigar lo que aconteció
re a l m e n t e .
El método de Ratzinger consiste
en seguir paso a paso el texto, y, al
hacerlo, disipar las interpretaciones
inapropiadas. Sólo señalo dos.
La primera considera a Jesucristo
como un actor político, más exactamente
un revolucionario. Durante el
La explicación es
tan luminosa que
lleva la mente del
lector a sentir el placer
de la demostración
lograda de un
teorema de gran alcance.
Este placer lo
experimenté en todo
Maestro de Tahull, «Cristo pantocrator» (1123)

«Jesús de Nazaret» y la mirada nueva de Benedicto


El arte de desenredar
cuestiones complejas
ALAIN BESANÇON
El primer sentimiento que experimenté
al leer Jesús de Nazaret fue de
admiración. Tengo muchos motivos
para admirar este libro, como cristiano,
como católico y, por último, como
profesor. Conozco bastante bien
lo que es un buen libro. Este, formalmente,
es excelente, digno no sólo
de un cardenal y de un Papa (el
autor firma con estos dos títulos), sino
también —y lo digo con ironía—,
de un gran profesor. Un arzobispo
de París, monseñor Hyacinthe-Louis
de Quélen, durante la Restauración,
hacia 1820, dijo que Jesucristo no
sólo era el Hijo de Dios, sino también,
por parte de su madre, de óptima
familia.
Un buen profesor conoce su materia
a fondo; un gran profesor es
capaz de explicarla con sencillez y
claridad. La materia es pura y simplemente
la fe cristiana, y el Papa,
que es su custodio, no tiene ninguna
intención de proponer una interpretación
personal. En este libro no se
encontrará una «teología de autor».
No hay novedades. Pero hay algo
nuevo. Este Papa no deja de leer y
de estudiar. Ahora bien, cree necesario
indicar una breve bibliografía de
libros contemporáneos. Se trata
principalmente de libros en alemán,
porque es su lengua y porque los
alemanes han escrito mucho, pero
cita también libros en otras lenguas.
En francés no se olvida de De Lubac,
uno de sus maestros, de Feuillet
o de Louis Bouyer.
Benedicto XVI posee el arte de
desenredar cuestiones complejas. Por
ejemplo, la fecha de la Última Cena.
El Papa sostiene que es mejor seguir
la cronología de san Juan, en vez de
la que sugieren los Sinópticos. De
ahí saca una conclusión teológica
muy importante: Jesús no celebró la
Pascua judía; celebró otra Pascua, la
suya, que tiene un sentido igual y a
la vez distinto.
gica» (p. 7). ¿Una totalidad metodólogica?
El objetivo es muy ambicioso.
Se trata de armonizar las exigencias
de la fe, que no cambia, con las evidencias
de la razón, que cambian
continuamente, que siempre se han
de criticar y reconstruir, pero en su
orden legítimo.
El desafío no es nuevo. Se remonta
a los inicios de la religión cristiana.
Desde Richard Simon, Espinoza,
siglo XIX encontramos al Cristo revolucionario
en 1792 y al Cristo socialista
en 1848. En el siglo XX al
Cristo de la «teología de la liberación
». Se trataba de una inyección
de marxismo leninismo en el Evangelio.
Eso alborotó a enteros continentes,
y los pobres fieles a menudo
prefirieron pasar directamente a los
partidos leninistas o refugiarse en
sectas donde, al menos, se creía seriamente
en Dios y en la salvación
por medio de Jesucristo. No queda
nada de esas teologías si se sigue de
buena fe el desarrollo de este libro.
La segunda interpretación es el
protestantismo liberal. Ratzinger encontró
aliados en el protestantismo
auténtico, en particular en Joachim
Ringleben, a quien se refiere como
un «hermano ecuménico». El blanco
principal es Rudolf Bultmann, y en
general las interpretaciones simbólicas
de los acontecimientos. Digo
blanco aunque en estas pacíficas exposiciones
no hay nada de agresividad.
Cuando Bultmann tiene razón,
Ratzinger lo alaba.
De estos análisis se deduce que
Cristo se mantiene lo más cercano
posible a la Ley y a los Profetas, a
los que no deja de citar y a los que
hace referencia continuamente. Sigue
paso a paso la tradición. Al hacerlo,
observando la Torá sin cambiar
una sola coma, la transforma.
Me siento orgulloso de haber subrayado,
a propósito de la película La
pasión de Cristo de Mel Gibson, un
punto que aquí encuentro desarrollado
a fondo. Atañe a Caifás y Pilato.
No hay necesidad de atribuirles una
maldad particular. El primero buscaba
la salvación de su pueblo; el segundo
quería salvar la pax romana.
Cristo fue llevado a la muerte por
todos los hombres: por los malos,
naturalmente, pero también por los
buenos, que no lo son hasta ese
punto y que no saben que tienen necesidad
de ser salvados. Eso vale para
todos nosotros. El mundo judío
ha reaccionado favorablemente a esta
afirmación, olvidando que ya la
habían hecho el concilio de Trento y
el Vaticano II. No es inútil repetirlo.
La nueva relación con el pueblo
judío, que persiste, es una de las
conquistas más importantes del Vaticano
II. Con todo, hay que mantener
el equilibrio. En algunos católicos,
siempre inclinados a la idolatría,
se constata cierta idealización del
pueblo judío, que este último no pide.
Hay continuidad entre los dos
Testamentos. Pero también hay un
corte. Cristo no es un rabino. No es
otro Hillel.
Puede ser que el trabajo históricocrítico
sobre el Nuevo Testamento
ya se haya agotado, pero continúa el
trabajo sobre el Antiguo Testamento.
Desde hace un siglo se excava con
pasión en la tierra de Israel, en busca
de pruebas. Pues bien, no sólo no
se han encontrado, sino que la arqueología
cree haber encontrado algunas
que demuestran que las cosas
no sucedieron como lo sugiere la narración
bíblica. Parece que se ha logrado
un amplio consenso entre los
arqueólogos y los exegetas judíos,
protestantes y católicos. Yo he leído,
como muchas personas, los libros de
Finkelstein y de Silberman, y el de
Liverani. Hay reacciones muy críticas
del ámbito judío.
Pues bien, los cristianos estamos
en la misma barca. Nuestra religión
es una historia. No se puede pasar
demasiados acontecimientos a la categoría
de leyendas. Dos puntos parecen
cruciales. El primero se refiere
a la estancia del pueblo elegido en
Egipto y su liberación por parte de
Moisés. Es el origen tanto del judaísmo
como del cristianismo. Cristo
—nos explica Ratzinger— se presenta
como el nuevo Moisés. Sería difícil
admitir que el éxodo es un relato legendario.
El segundo concierne a la datación
y al estatuto de David, de Salomón
y de Jerusalén.
Dejo mi juicio en suspenso a la
espera de que estas nuevas teorías se
comprueben. En su libro, el Papa
parece remitir esas cuestiones a más
adelante. Cuestiones que inevitablemente
se plantearán.
Espero con impaciencia la tercera
parte de la investigación, que el Papa
ha prometido. Se referirá a los
Evangelios de la infancia. Quisiera
estar informado sobre la cuestión de
los «hermanos de Jesús», que se ha
vuelto candente en nuestro tiempo.
Para mí, se trata de un Shiboleth.
Cuando veo un libro que se atreve a
afirmar que la Virgen María tuvo varios
hijos, lo rechazo con la misma
indignación que experimentaban Lutero
y Calvino cuando alguien sostenía
dicha tesis delante de ellos. Es la
Encarnación lo que está en juego.
Voltaire escribió que todos los géneros
son buenos, excepto el aburrido.
Este libro es de los que, una vez abiertos,
ya no se pueden cerrar
el libro. Voltaire escribió que todos
los géneros son buenos excepto el
aburrido. Este libro es de los que,
una vez abiertos, ya no se pueden
cerrar. Es apasionante.
La encíclica Divino afflante spiritu
de Pío XII (1943) abrió al pensamiento
católico la interpretación histórico-
crítica; a partir de ella los exegetas
católicos han recuperado velozmente
terreno respecto a la exégesis
protestante, hasta las hipótesis
más aventuradas. El Papa considera
que esa interpretación —a la que acabamos
de aludir—, ya «ha dado lo
esencial que tenía que dar». Pues
bien, «dicha exégesis ha de reconocer
que una hermenéutica de la fe,
desarrollada de manera correcta, es
conforme al texto y puede unirse
con una hermenéutica histórica
consciente de sus propios límites,
para formar una totalidad metodolóla
Ilustración y la erudición alemana,
no ha hecho sino radicalizarse.
Es urgente afrontarlo. Es lo que hace
este libro, de modo sereno, pacífico
y generoso. Es el estilo constante
de Benedicto XVI.
Los acontecimientos se desarrollan
en una semana, desde el domingo
de Ramos hasta el domingo de la
Resurrección. Para los cristianos la
Semana santa tiene un significado
inagotable. Más que una sucesión de
acontecimientos es una sucesión de
misterios. Pero eso no impide al historiador
investigar lo que aconteció
re a l m e n t e .
El método de Ratzinger consiste
en seguir paso a paso el texto, y, al
hacerlo, disipar las interpretaciones
inapropiadas. Sólo señalo dos.
La primera considera a Jesucristo
como un actor político, más exactamente
un revolucionario. Durante el
La explicación es
tan luminosa que
lleva la mente del
lector a sentir el placer
de la demostración
lograda de un
teorema de gran alcance.
Este placer lo
experimenté en todo
Maestro de Tahull, «Cristo pantocrator» (1123)

ALAIN BESANÇON
El primer sentimiento que experimenté
al leer Jesús de Nazaret fue de
admiración. Tengo muchos motivos
para admirar este libro, como cristiano,
como católico y, por último, como
profesor. Conozco bastante bien
lo que es un buen libro. Este, formalmente,
es excelente, digno no sólo
de un cardenal y de un Papa (el
autor firma con estos dos títulos), sino
también —y lo digo con ironía—,
de un gran profesor. Un arzobispo
de París, monseñor Hyacinthe-Louis
de Quélen, durante la Restauración,
hacia 1820, dijo que Jesucristo no
sólo era el Hijo de Dios, sino también,
por parte de su madre, de óptima
familia.
Un buen profesor conoce su materia
a fondo; un gran profesor es
capaz de explicarla con sencillez y
claridad. La materia es pura y simplemente
la fe cristiana, y el Papa,
que es su custodio, no tiene ninguna
intención de proponer una interpretación
personal. En este libro no se
encontrará una «teología de autor».
No hay novedades. Pero hay algo
nuevo. Este Papa no deja de leer y
de estudiar. Ahora bien, cree necesario
indicar una breve bibliografía de
libros contemporáneos. Se trata
principalmente de libros en alemán,
porque es su lengua y porque los
alemanes han escrito mucho, pero
cita también libros en otras lenguas.
En francés no se olvida de De Lubac,
uno de sus maestros, de Feuillet
o de Louis Bouyer.
Benedicto XVI posee el arte de
desenredar cuestiones complejas. Por
ejemplo, la fecha de la Última Cena.
El Papa sostiene que es mejor seguir
la cronología de san Juan, en vez de
la que sugieren los Sinópticos. De
ahí saca una conclusión teológica
muy importante: Jesús no celebró la
Pascua judía; celebró otra Pascua, la
suya, que tiene un sentido igual y a
la vez distinto.
gica» (p. 7). ¿Una totalidad metodólogica?
El objetivo es muy ambicioso.
Se trata de armonizar las exigencias
de la fe, que no cambia, con las evidencias
de la razón, que cambian
continuamente, que siempre se han
de criticar y reconstruir, pero en su
orden legítimo.
El desafío no es nuevo. Se remonta
a los inicios de la religión cristiana.
Desde Richard Simon, Espinoza,
siglo XIX encontramos al Cristo revolucionario
en 1792 y al Cristo socialista
en 1848. En el siglo XX al
Cristo de la «teología de la liberación
». Se trataba de una inyección
de marxismo leninismo en el Evangelio.
Eso alborotó a enteros continentes,
y los pobres fieles a menudo
prefirieron pasar directamente a los
partidos leninistas o refugiarse en
sectas donde, al menos, se creía seriamente
en Dios y en la salvación
por medio de Jesucristo. No queda
nada de esas teologías si se sigue de
buena fe el desarrollo de este libro.
La segunda interpretación es el
protestantismo liberal. Ratzinger encontró
aliados en el protestantismo
auténtico, en particular en Joachim
Ringleben, a quien se refiere como
un «hermano ecuménico». El blanco
principal es Rudolf Bultmann, y en
general las interpretaciones simbólicas
de los acontecimientos. Digo
blanco aunque en estas pacíficas exposiciones
no hay nada de agresividad.
Cuando Bultmann tiene razón,
Ratzinger lo alaba.
De estos análisis se deduce que
Cristo se mantiene lo más cercano
posible a la Ley y a los Profetas, a
los que no deja de citar y a los que
hace referencia continuamente. Sigue
paso a paso la tradición. Al hacerlo,
observando la Torá sin cambiar
una sola coma, la transforma.
Me siento orgulloso de haber subrayado,
a propósito de la película La
pasión de Cristo de Mel Gibson, un
punto que aquí encuentro desarrollado
a fondo. Atañe a Caifás y Pilato.
No hay necesidad de atribuirles una
maldad particular. El primero buscaba
la salvación de su pueblo; el segundo
quería salvar la pax romana.
Cristo fue llevado a la muerte por
todos los hombres: por los malos,
naturalmente, pero también por los
buenos, que no lo son hasta ese
punto y que no saben que tienen necesidad
de ser salvados. Eso vale para
todos nosotros. El mundo judío
ha reaccionado favorablemente a esta
afirmación, olvidando que ya la
habían hecho el concilio de Trento y
el Vaticano II. No es inútil repetirlo.
La nueva relación con el pueblo
judío, que persiste, es una de las
conquistas más importantes del Vaticano
II. Con todo, hay que mantener
el equilibrio. En algunos católicos,
siempre inclinados a la idolatría,
se constata cierta idealización del
pueblo judío, que este último no pide.
Hay continuidad entre los dos
Testamentos. Pero también hay un
corte. Cristo no es un rabino. No es
otro Hillel.
Puede ser que el trabajo históricocrítico
sobre el Nuevo Testamento
ya se haya agotado, pero continúa el
trabajo sobre el Antiguo Testamento.
Desde hace un siglo se excava con
pasión en la tierra de Israel, en busca
de pruebas. Pues bien, no sólo no
se han encontrado, sino que la arqueología
cree haber encontrado algunas
que demuestran que las cosas
no sucedieron como lo sugiere la narración
bíblica. Parece que se ha logrado
un amplio consenso entre los
arqueólogos y los exegetas judíos,
protestantes y católicos. Yo he leído,
como muchas personas, los libros de
Finkelstein y de Silberman, y el de
Liverani. Hay reacciones muy críticas
del ámbito judío.
Pues bien, los cristianos estamos
en la misma barca. Nuestra religión
es una historia. No se puede pasar
demasiados acontecimientos a la categoría
de leyendas. Dos puntos parecen
cruciales. El primero se refiere
a la estancia del pueblo elegido en
Egipto y su liberación por parte de
Moisés. Es el origen tanto del judaísmo
como del cristianismo. Cristo
—nos explica Ratzinger— se presenta
como el nuevo Moisés. Sería difícil
admitir que el éxodo es un relato legendario.
El segundo concierne a la datación
y al estatuto de David, de Salomón
y de Jerusalén.
Dejo mi juicio en suspenso a la
espera de que estas nuevas teorías se
comprueben. En su libro, el Papa
parece remitir esas cuestiones a más
adelante. Cuestiones que inevitablemente
se plantearán.
Espero con impaciencia la tercera
parte de la investigación, que el Papa
ha prometido. Se referirá a los
Evangelios de la infancia. Quisiera
estar informado sobre la cuestión de
los «hermanos de Jesús», que se ha
vuelto candente en nuestro tiempo.
Para mí, se trata de un Shiboleth.
Cuando veo un libro que se atreve a
afirmar que la Virgen María tuvo varios
hijos, lo rechazo con la misma
indignación que experimentaban Lutero
y Calvino cuando alguien sostenía
dicha tesis delante de ellos. Es la
Encarnación lo que está en juego.

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