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Capítulo I:

Compromiso
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Está bien, contaré mi historia, te daré casi cada detalle de lo que
pasó, ya que cada uno es importante. Eso sí, imagina a las personas
de esta historia como quieras, eso no en importante. Primero que
nada, yo soy Orlando, Orlando Rivas. Mi historia comenzó cuando
conocí a Danielle, el amor de mi vida. Ella y su familia, vivían en
Jalisco, se mudaron a Sonora por motivos del empleo de su padre.
Nos conocimos en la preparatoria y nos volvimos mejores amigos. Al
graduarnos le declaré mi amor y ella sentía lo mismo. Pasamos toda
la Universidad como pareja, sin embargo, yo estudié una Ingeniería
en Software y ella una Licenciatura en Psicología. Ya éramos muy
unidos desde la preparatoria y la confianza no fue un problema en
nuestra relación. Nos graduamos cuando teníamos 24, pero la falta
de experiencia no nos ayudaba cuando buscamos trabajo. Pero
éramos felices. Pasábamos nuestros tiempos libres juntos, no había
secretos, salíamos a donde podíamos a pesar de nuestros problemas
económicos. Pero lo que marca un nuevo inicio en nuestra historia,
fue el 24 de marzo de 2010.

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¿Qué tiene de especial esa fecha? Bueno, por ahora, solo puedo
decir que esa noche cambió mi vida por completo. Era su
cumpleaños número 26, también era el número 16 de su hermana
Lily y su familia había organizado una fiesta en un jardín de eventos
un poco lejos de su casa, pero cerca de la mía. Yo compré un traje
negro con camisa color vino, pues Danielle dijo que combinaría con
su vestido. Aunque la verdad no me gustaba vestirme tan elegante.
Pero esto era algo especial. Los únicos que lo sabían, eran mi mamá y
ellos. Éramos solo ella y yo en casa, papá nos abandonó cuando yo
tenía 11 años y pues, soy hijo único, así que mamá y yo éramos súper
unidos.
Era una noche cálida. El calor y los nervios actuaban en mi contra.
« ¿Qué tal si nada sale bien? ¿O si lo arruino? ¿Estaré haciendo lo
correcto?» pensaba desde hacía un mes atrás cuando la Operación
compromiso dio inicio, pero esa noche, los pensamientos eran como
pelotas. Pelotas que rebotaban una y otra vez en mi cabeza. Pero más
que eso, se sentía como si tuviera una bomba en la cabeza y la cuenta
regresiva estaba comenzando.
—Vamos Orlando, no será tan difícil, solo estarás frente a toda su
familia. — Me decía a mí mismo frente del espejo del baño. Hacía
cada vez más calor y eso me ponía más nervioso, pues no quería
sudar para el momento. —Estoy listo. Claro que lo estoy.
—Orlando, ya casi se dan las 9:00 de la noche, llegaremos tarde a
la fiesta de Danielle y Lily. ¿O acaso quieres llegar tarde a tu noche
especial? — Dijo mi madre, más contenta que yo mismo. No es que
yo no lo estuviera, pero los nervios acababan conmigo en esos
momentos.
— ¡Ya voy mamá! Solo necesito limpiar mi rostro. —Así fue. Abrí
el lavabo y me tallé lacara con el agua fría para refrescarme. Tomé la
toalla que estaba a un lado para secarme y luego la puse en su lugar.
Acomodé mi corbata una vez más y salí del baño.
— ¿Estás listo? — Dijo mi mamá. Luego tomó mi corbata y dijo.
— Déjame acomodar ese desastre que te hiciste en el cuello
—Estoy listo, eso creo.
—Está bien estar nervioso hijo, pero verás que todo saldrá bien,
ahora vamos al auto. Tu amada nos espera.
—Sí, vamos. —Dije con una gran sonrisa, pero por dentro los
nervios seguían. « ¿Qué tal si nada sale bien?»
— ¿No lo olvidaste?
—No, mamá. Lo tengo en el saco.
—Vamos ya, entonces.
Subimos al auto y me cercioré de que eso estuviera en la bolsa
interior del saco. Así fue. El auto puso en marcha y mamá no habló
en todo el camino para que no me pusiera más nervioso, pero
encendió la radio para relajarme un poco. « ¿Qué tal si nada sale
bien?»

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Llegamos al jardín donde se estaba llevando a cabo la fiesta.
Pasamos cerca de una fuente y la brisa me relajaba un poco. Era un
lugar muy grande. Sus padres no pudieron celebrar los 15 años de
Lily por problemas económicos, pero durante el año siguiente
guardaron para hacer sus dulces 16 y los dulces 26 de mi niña,
Danielle. Pero… la bomba estaba por estallar.
La vi, su vestido color vino la hacía ver hermosa. Combinaba con
su sonrisa y sus ojos preciosos. Pero ahora… bueno, ahora hay que
seguir. Me acerqué a ella y la felicité por segunda vez en ese día.
—Muchas felicidades, amor. De nuevo. — Después la abracé muy
fuerte. — ¿Dónde esté Lily?
—Gracias mi niño, te adoro. Está en la mesa de dulces, ya la
conoces.
—No seas grosera — dije mientras reía —, iré a felicitarla, te veo
mañana. Digo al rato. Digo… —y de nuevo comencé a sudar como
cerdo, o así me sentía yo.
—No te preocupes. ¿Está todo bien? Te noto nervioso
—Para nada. — Mentira. — ¿Por?
—No, por nada.
—Ya vuelvo. Te amo.
—Yo a ti.
Vaya, estuve a segundos de echarlo a perder, ¿no crees? Siempre
tuve una facilidad de la palabra para hablar con gente importante,
para entrevistas de trabajo, exposiciones, pero esa noche todo estaba
dándome vueltas, la cuenta regresiva de la bomba estaba
acercándose a cero. Fui a buscar a mi pequeña cuñada y le di el
abrazo también.
—Gracias cuñadito, que lindo
—No hay de que Liliana.
—Te he dicho mil veces que me digas Lily. —Bueno, creo que le
agradaba más Lily. — ¿Es lo que creo que es? — Su boca se abrió
como si fuera la de un tiburón a punto de devorar a su presa. Mi
rostro se sentía húmedo por el sudor, no sabía a qué diablos se
refería.
— ¿De qué hablas? ¿Qué es qué? ¿Qué…
—Vamos, sentí una cajita, en tu pecho. ¿Es… —Mi corazón casi se
sale de mi pecho cuando lo descubrió. En mi mente estaba el famoso
«Ya valió…», pero, ¿cómo se dio cuenta ella y Danielle no lo hizo?
Nunca lo supe.
—Está bien, está bien, shhh… no lo digas en voz alta, es una
sorpresa.
—Okey, trataré de contenerme ¡QUE EMOCI…
—LILY, guarda silencio. Incluso con la música alta te van a
escuchar.
—Lo siento Orlando, estoy feliz por ustedes. —Y no habló más,
gracias a Dios. Pensé que, si alguien iba a echarlo a perder, sería yo,
no iba a dejar que mi cuñadita me quitara ese puesto.
Ambos nos acercamos a la mesa donde estaba mi madre, los
padres de Danielle y pues, Danielle. — ¿De qué tanto hablaban
ustedes dos, eh? —Preguntó.
—Nada, de nada. ¿Verdad, Lily?
—Sí hermanita, relájate. —Respondió acertadamente. Cuando
Danielle se volteó a otro lado, Lily levantó ambos pulgares
señalando que todo estaba bien, pero por los nervios yo solo le
devolví el gesto con una sonrisa. Ahora solo quedaba actuar normal,
pero… la cuenta regresiva, esa maldita cuenta regresiva… perdón
por la palabra. Esa cuenta se acercaba cada vez más al cero.
Tic, tac, tic, tac…
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Bueno, era el momento de la verdad. Si amigo mío. Eran casi las
11:00 pm, la cuenta regresiva de la bomba casi llegaba a cero.
Recuerdo que me sentía mareado cuando me puse de pie y me
acerqué a la mesa del DJ. DJ Snake, o DJ Viper, o algo así, no es
relevante. Le pedí apagar la música por unos minutos y que
encendiera un micrófono. Las personas que estaban bailando en la
pista comenzaron a abuchearme

—Tranquilos por favor, es que necesito hacer un anuncio


importante. —Vaya, hasta me sorprendí que sí se callaron de verdad.
Danielle me hacía señas y gestos porque no entendía. —Espera un
segundo bebé. Primero que nada, buenas noches a todos, trataré de
ser lo más breve posible para que sigan disfrutando la fiesta.
Danielle, Lily, de nuevo felicidades por sus cumpleaños, prometo
que es la última vez que se los digo en este año. —Todos rieron, pero
yo hablaba en serio. Me alegró que no estuvieran enojados. —Eh…
Danielle, ven aquí, al centro de la pista. —Tic, tac, tic, tac. —Vamos
no tengas miedo. —Sonrojada, pasó al centro, tomé su mano y
comencé a hablar, pero tictactictactictac, cada vez más rápido. —Han
pasado años desde que te conocí, siempre pensé que eras, eres y
serás mi mejor descubrimiento. No puedo pensar en cómo sería mi
vida si no estuvieras en ella, por eso quiero asegurarme de que, no te
alejarás de ella. Danielle —saqué la caja donde estaba el anillo y se lo
mostré, me puse de rodillas y tictac tictac —, ¿te casarías conmigo?
—Boom. El mundo se congelo por un momento, sentí que era lo
único en la faz de la Tierra que se movía, pero solo podía mover la
cabeza. Algunos se veían felices, otros sorprendidos, otros felices y
sorprendidos. Pero Danielle. Ella sonreía y tenía una lágrima en el
ojo. ¿Boom?
—Oh, Orlando… No sé qué decir…— ¡¿CÓMO QUE NO?! DÍ
QUE SÍÍÍÍÍÍ. —Por supuesto que quiero casarme contigo. —Ahora
no había una bomba. Era un misil nuclear provocando un
holocausto.
Me puse de pie y le puse el anillo en el dedo correspondiente. Su
otra mano estaba en su pecho y ahora, sus dos ojos tenían lágrimas,
de felicidad, obviamente. La besé y la abracé. La gente aplaudía y
gritaba. Nuestras madres lloraban, pero estaban felices por nosotros.
El DJ con nombre de serpiente, reprodujo Mi niña bonita de Chino y
Nacho. Admito que esa música no era de mi interés, pero me alegró
que la pusiera, ya que eso era Danielle, mi niña bonita. Danielle y yo
nos robamos la noche. Pero lo mejor estaba por venir. Y
desgraciadamente amigo mío, también lo peor.
Capítulo II:
Secreto
Danielle
Orlando me dio la sorpresa de mi vida, ese día. Cuando me llamó
al centro de la pista, pensé que estaba tomado o algo. En mi cabeza
escuchaba ¿CASARME? Era un sí definitivo. Pero no podía
pronunciarlo. No es que yo no quisiera, pero la emoción no dejaba
que dijera nada. El momento era mágico. La gente aplaudía y gritaba
nuestros nombres, incluso parecía un concierto o un partido de
algún deporte. Pero nadie estaba más entusiasmada por todo esto
que yo. Él es el amor de mi vida. Cuando nos conocimos, no pensé
llegar hasta este punto. Cuando lo vi abriendo la cajita donde
vendría mi anillo, casi me da un ataque cardiaco, de la emoción,
obviamente. Pero…
Hay cosas que no sabe. Cosas que sucedieron antes de
conocernos. Es un pasado oscuro con el que cargo todos los días. A
veces tengo pesadillas. Orlando y yo decimos que siempre fuimos
unidos, la verdad es que no. A mí me gustaba desde que lo conocí,
pero no podía acercarme mucho a él. Mi pasado me perseguía, solo
me sentía aterrada. Espero que, si algún día se lo cuento, me perdone
por habérselo ocultado por tanto tiempo. Pero, tenía miedo de su
rechazo, de su asco y de muchas cosas más. Pero, si se lo cuento
¿romperá nuestro compromiso? ¿Tirará a la basura nuestra relación
y todo lo que tenga que ver conmigo? Espero que me perdone, y que
no se entere. Gracias a Dios, esa persona mala está muy lejos de aquí.
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Danielle me había hecho el hombre más feliz del mundo cuando
acepto que se casaría conmigo. La gente nos preguntaba cosas como.
¿Cuándo se casan? O ¿estaré invitado? Y blah blah. Aún no sabíamos
si invitaríamos a mucha gente, si sería una fiesta grande, si solo
invitaríamos a nuestra familia y unos cuantos amigos o si nos
iríamos a otra ciudad a casarnos. ¿Sabes?, todo era muy complicado.
Preparativos. Esa palabra me daba náuseas. No me gustaban para
nada, pero había que hacerlo. Danielle siempre me decía que soñaba
con casarse por la Iglesia, comprar un vestido de novia, tener 4
damas de honor. Pero la verdad yo nunca había estado en una boda,
no sabía que se hacía ni nada. Era raro saber que la primera boda a la
que iría sería la mía.
Nuestro compromiso fue en marzo de 2010, pero los preparativos
comenzaron hasta octubre de ese mismo año. Danielle solo se ponía
el anillo de compromiso en momentos importantes, ya que sentía
que, si se lo ponía todo el tiempo, lo perdería. Era nuestro
aniversario de pareja. Ese día no quiso ponerse el anillo. La invité a
un restaurante donde gasté tanto que casi tuve que pagar con un
riñón. Pero valía la pena por verla feliz. Y los preparativos
comenzaron ahí.
— ¿Tenemos que hacerlo justo ahora?
—Es ahora o nunca Orlando. No sé por qué evitas tanto la plática.
No pienso hacer esto sola. —Al parecer era importante para ella así
que le seguí la corriente, casi a la fuerza.
—Está bien, no te exaltes. ¿Por dónde empezamos? —Que flojera.
—Por el lugar y la fecha. Obvio va a ser en Nuestra Señora de
Lourdes. —Hagamos una pausa aquí amigo mío. Nuestra Señora de
Lourdes, era el lugar donde nos conocimos –en realidad fue en la
preparatoria, pero gracias al grupo al que íbamos ahí, nos conocimos
a fondo-, por eso era especial para ambos y era una gran idea hacer
la ceremonia ahí.
—Me parece perf…
—Aquí está su orden, señorita. —Dijo un mesero que acababa de
llegar. Su mirad ay sonrisa, eran raras. No me parecía que fuera
amable por su trabajo, sino por algo más. No me gustaba como veía a
Danielle.
—Gracias. Disculpe, yo pedí el pollo, pero no pedí las papas ni la
ensalada. —Dijo Danielle. Su rostro cambió por completo
—Es un presente de un servidor, por ser el cliente más bonito que
hemos... —Mala idea decirlo frente a mí, idiota.
—Oiga, ella no necesita sus regalos. —Dije con toda razón. MI
prometida no tiene que recibir una amabilidad así, no era normal.
Menos hacerlo frente al novio.
—Disculpe caballero, no hay que alterarnos. Insisto en que la
señorita lo disfrute, no los molestaré más.
—Pero… —Dije y luego…
—Tranquilo amor, solo está siendo amable. —…ella me
interrumpió. Pero no se veía muy convencida de lo que decía
—Está bien, solo retírese, por favor. —En realidad quise decirle
algo como «Váyase mucho a la...»
Después de la inoportuna interrupción de nuestro mesero. Le
pedí a Danielle que habláramos de los preparativos luego, no me
sentía de humor.

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En el momento me sentía incómodo. Era como si el mesero
tuviera malas intenciones sin importarle que yo estuviera ahí. Pero
luego de una plática con mi prometida –amaba decirle así-, lo dejé
atrás. Pero su nombre. Era Liam. Pero como te decía, intenté no
pensar en eso y olvidarlo para bien de ambos.
Pero bueno, regresemos a la palabra que me caía de la patada.
Preparativos. Era la flojera en su máxima expresión. Danielle vino a
mi casa a cenar con mamá y conmigo. Mamá preparó un espagueti
con albóndigas –el especial de la abuela-. Al terminar la cena mamá
preparó un pastel de las 3 leches –ese era el especial de mamá-.
Mientras lo comíamos comenzamos a platicar de la boda.
—Y bueno, ¿Ya tienen planeado algo en especial? —preguntó mi
mamá.
—Solo el lugar señora —respondió Danielle—. Lo queremos
hacer en Nuestra Señora de Lourdes.
—Oh, el lugar donde se conocieron, ¡se oye tan lindo!
—Sí mamá, creemos que podías ayudarnos con la fecha. —en
realidad, yo necesitaba ayuda, ya que como te he dicho las últimas
300,000 veces, no me gustaba nada de eso.
— ¿Qué tal el 24 de diciembre de 2011? —me sorprendió. Noche
Buena y Navidad eran mis fechas favoritas del año y ella lo sabía.
—Excelente idea mamá.
—Sí señora, muchas gracias.
—Cuando quieran, ya lo saben. —respondió mi madre,
encantada.
—Señora, ¿cree que podría ayudarme con el vestido?
—Seguro. Debemos ponernos de acuerdo.
Y bueno amigo mío, hasta ahora solo teníamos lugar y fecha, para
mí era un buen inicio. Después me dispuse a buscar a los 4 caballeros
de honor –ya que Danielle quería 4 damas-. Me fui por mis 4 mejores
amigos. Ellos también formaban parte del grupo de jóvenes donde
nos conocimos Danielle y yo.

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Después de una jornada larga de trabajo, quise ir a buscar a mis
amigos. Ellos seguían activos en el grupo que te comentaba. Se
llamaba Jóvenes Marianos. Danielle y yo llegamos a ser
coordinadores del grupo. Cuando cumplimos 23 años, nos dimos
cuenta que ya no debíamos servir, ya que debíamos hacer algo más
por Dios. La reunión terminaba cuando llegaba al templo y ellos,
como de costumbre iban saliendo juntos, les hice una seña para que
se acercaran a mí. Juan, Lucas, Mateo y Marcos, sí, como los
evangelistas. Hasta para mí era muy gracioso porque éramos muy
cercanos, ellos decían que nuestro grupito se llamaba «Los
evangelistas y el otro». Obvio, el otro era tu servidor, amigo mío.
—Miren, es el anciano. —oh, cierto. Olvidé decirte que yo era el
mayor de los 5 por 4 años. — ¿qué te trae por aquí, hermano? —dijo
Mateo.
—Justo las personas que necesitaba ver, ¿qué tal si volvemos a la
rutina de antes y salimos a comer algo?
—Sí, podemos ir a Pizza Heaven, está a unas cuantas cuadras.
—dijo Marcos.
— ¿Y es algo importante lo que tienes que decirnos otro? —dijo
Lucas. Sí, el otro era yo, no molestes y sigue leyendo.
—Ya verás Lucas. —dije y le guiñé un ojo. No, no era algo gay, te
dije que siguieras leyendo.
—Vamos ya pues, muero de hambre. —Dijo Juan.
Caminamos alrededor de 10 o 15 minutos, tenía unas semanas sin
salir con los Apóstoles, ya necesitaban al otro. En el camino íbamos
platicando de cosas como fútbol y béisbol. Su escuela, mi trabajo
como desarrollador, etc. Al llegar a Pizza Heaven, comenzó la plática
más interesante. Nos sentamos, ordenamos y cuando la pizza llegó
comenzamos a charlar.
—Bueno, como saben niños —me gustaba llamar así a esos
nenes—, me casaré pronto, será el 24 de diciembre del siguiente año.
Y pues ya saben, necesito 4 caballeros y ustedes nenas son las
indicadas.
—Wow, en realidad, no esperaba recibir ese honor. —dijo Juan.
—Yo acepto
—Yo también, gracias, otro. —dijo Lucas.
—Cuenta conmigo. — respondió también Marcos.
—Yo no. —dijo Mateo. —Me sorprendí, los demás también y si
un mesero lo hubiera escuchado hubiera quedado con la boca
abierta. —JA, te engañé otro. Sabes que cuentas conmigo.
Ese… ese loco de Mateo, siempre lograba meterme un susto así.
Pero así lo apreciaba. QUE SIGAS LEYENDO, ESO NO ES GAY.
Bueno, me exalté, lo siento. Seguimos comiendo, les comenté que me
gustaría que usaran un traje gris con un moño negro y ellos
quedaron fascinados con la idea. Después volvimos a platicar de
otras cosas que nos interesaban.

4
Danielle me dijo que sus amigas también habías aceptado ser sus
damas de honor en la boda. Nos encantaba como todos estaban
felices por nosotros. Debías ver las caras de todos los que se iban
enterando. Pero la parte difícil de una boda es el efectivo. El dinero.
Los billetillos, tú comprendes, ¿no? Pues en un momento te hablaré
de eso, amigo mío. Sé paciente.
Un mes después de haber hablado con mis amigos, me reuní solo
con Mateo, fuimos a tomar un café en Capuchinos y a platicar de un
problema que creía que era importante.
—Lucía, hermano. Dijo que su ex pareja le había pedido otra
oportunidad, me siento devastado. ¿Debo hacer algo? —me dijo.
Matt –como yole decía de vez en cuando-, acababa de pasar por un
momento incómodo con su pareja. Bueno, ex pareja. Él era muy
sensible, más que yo incluso, yo era su mejor amigo y él, el mío.
—Mira, la gente toma decisiones que no siempre son las mejores.
Todos cometemos errores, es parte de la vida, es esencial en los
humanos. Como el agua o la comida. Pero recuerda esto: Dios les da
a sus mejores soldados, las mejores guerras. —sí señor. Ese era mi
lema, lo pensaba para mí mismo cuando pasaba por una situación
parecida. Y vaya que pasé por muchas. —Así que no te rindas, ya
llegará alguien mejor. Mírame a mí, en un año más o menos me caso.
—Tienes razón, otro. Gracias. —estiró su mano y luego nos
abrazamos AMISTOSAMENTE.
—No hay de que Matt. Oye, quería platicarte de un proyecto. Es
para recaudar fondos para los pagos de la boda.
— ¿De qué se trata, Orlando? —dijo sin intentar adivinar.
—Un libro. Un viejo amigo de la preparatoria trabaja en una
editorial importante, le comenté mis ideas y piensa que son muy
buenas, pero quiero contártelas a ti también para que me des tu
opinión. —esto también era importante para mí, siempre quise
hacerlo y siempre tenía ideas nuevas acerca de un libro, pero nunca
lo hacía, pero ahora tenía una razón para hacerlo. —Escucha bien, no
quiero que te pierdas de ningún detalle, para que no te confundas en
la historia. El libro se llama El vuelo de mi vida. Hablará de… —ni
creas que voy a contártelo, amigo mío. Tendrás que esperar.
Después de un buen rato hablando de mi libro y dándole spoilers,
comenzó a darme críticas constructivas acerca de El vuelo de mi
vida. Le pedí que no le contara a nadie, ni a los muchachos ni a mi
madre, mucho menos a Danielle, sería una sorpresa.
—Gracias por tu opinión, Matt. Significa mucho.
—No hay de que, Orlando, es decir, otro.

5
Días después de mi conversación con Mateo, estaba terminando
mi libro, solo algunos detalles que faltaban. Luego de terminar mi
obra maestra, me dispuse a ir con Danielle, ya que su mamá me
había llamado para decir que estaba rara. No entendía que quería
decir con eso. Eso fue todo. —Es que Danny está muy rara. — Luego
colgó. Así que me alisté y salí de mi casa.
Al llegar allá luego de 20 minutos en el auto de mi madre –
oyendo Queen-, me atendió la mamá de Danielle.
—Por favor, ve a verla, está muy rara, como si hubiera visto un
fantasma. —me dijo. Ni siquiera me saludó. Debía ser en serio.
—Sí, intentaré calmarla, no se preocupe. —era obvio que se
preocuparía, era obvio que una madre lo haría, ¿verdad?
Escuchaba sollozos, se sentía raro. Mientras más me acercaba a la
puerta de su habitación, más se escuchaban los llantos de Danielle.
Así que iba acercándome poco a poco. Pensaba que entre más lento
fuera. Iba a descubrir que pasaba. Pero no se me ocurría nada. Solo
escuchaba como lloraba, pero no decía ni una sola palabra. Llegué a
su cuarto y toqué la puerta.
—Danielle, Soy Orlando, ¿puedo pasar?
— ¡NO! —gritó, lo dijo tan fuerte que casi pegó un salto hacia
atrás. Nunca se había comportado así, por lo menos no conmigo.
—Oye, solo quiero ver qué sucede. Tu mamá llamó y…
— ¡CHISMOSA! ¡NO QUIERO VER A NADIE! —gritó. En serio
estaba enojada. Más bien, una combinación de triste, enojada y
aterrada. Como en Andy en la película de Chucky: el muñeco
diabólico, cuando nadie creía sus historias sobre un muñeco poseído
y se comportaba enojado y al mismo tiempo, enojado y triste.
—Danny, por favor, solo quiero que estés bien.
—Orlando, era él. El otro día, tenías razón sobre él… — ¿Pero qué
demonios? ¿A qué se refería? Yo no sabían Ada, de lo contrario, me
hubiera dejado entrar desde el principio.
— ¿De qué hablas, amor?
Escuché que caminaba a la puerta, se escuchaba que estaba
descalza. —Era él. En el restaurante, la otra noche, no lo reconocí al
principio, pero era él. Su voz. Esa voz. Me trajo malos recuerdos,
pero no estaba seguro de que fuera él. Ahora sueño con él y los
recuerdos vuelven.
— ¿De quién hablas?
— ¡EL MESERO, ORLANDO! ¡NO SEAS TONTO! ¡POR ESO SE
PORTABA TAN AMABLE, ÉL SI ME RECONOCIÓ! —Sabía que ese
patán tenía algo raro con ella. Pero no sabía qué.
— ¿El mesero? ¿Lo conoces?
— ¡LARGATE ORLANDO! ¡VETE! Ahora no quiero… verte. —
los sollozos volvieron, los gritos se detuvieron. Escuché que
caminaba a su cama llorando de nuevo. Pero, no entendía nada. Y sé
que tú tampoco lo haces.
Quise insistir, pero sabía que sería en vano. La conozco y es súper
terca. No entendí qué pasaba y fui con su mamá a platicarle lo poco
que Danielle me dijo. Me dolía escuchar su llanto como no tienes
idea. Su mamá, estaba sentada en el sillón viendo la televisión.
Movía su pie en señal de desespero. Obviamente no disfrutaba esa
película de Crepúsculo.
—Señora yo... —créeme, esa familia tenía el afán de
interrumpirme.
—Lo sé Orlando, ya escuché. No pensé que fuera eso. No sé por
qué no me lo había dicho. —y ahí me di cuenta que había algo que
no sabía. Me ocultaban algo.
— ¿De qué se trata esto entonces? —La señora abrió la boca para
hablar, pero Lily llegó - ¿creerías que estaba interrumpiendo? - y
dijo:
—Creo que no es tu deber decírselo, mamá. —dijo Lily, en efecto,
esa familia me ocultaba algo.
—Está bien, Orlando. Solo ve de nuevo. Pregúntale José Murrieta.
—Lo haré. —pero, ¿quién era José Murrieta? Nunca en mi vida lo
había escuchado. Danielle nunca lo había mencionado. Me acerqué a
su cuarto pero esta vez no fui lento, fui casi corriendo a toda
velocidad. No podía perder tiempo, quería saber quién era ese
mesero, el tal José. Para el contexto en el que me encontraba, ese
bastardo –disculpa- debió haberle hecho algo grave. Vas a pagarlo,
pensaba en esos momentos. Toqué. No, golpeé la puerta con el puño,
me sentía desesperado, como cuando vas a llegar tarde a trabajar y el
tráfico está horrible. Ella abrió enojada, limpiándose las últimas
lágrimas que le quedaban. O por lo menos eso creí. Se veía muy
pálida. Esperaba que fuera la única vez que... olvídalo. La abracé y
hablé.
—Te amo, pero necesito que confíes en mí. ¿Quién es José...?
— ¡NO TE ATREVAS A MENCIONAR A ESE MALNACIDO! —
ahora no me disculparé por eso, lo dijo ella, no yo.
—Entonces cuéntame. —Sorpresa. No fue bonito. Nada bonito.

6
No esperaba escuchar algo así. No de Danielle. Aunque tampoco
de Lily, su hermana. Me había confundido. Pero también enfurecido.
Recuerdo cada palabra, amigo mío.
—Orlando, primero quiero que me disculpes por no decirte nada,
pero te vas a dar cuenta que no podía. Esto no es lo típico que le
dices a alguien cuando lo conoces. Menos si te gusta. —Nada más
me asustaba más. ¿Qué podía hacerle ese tipo? No le respondí. La
curiosidad y los nervios me comían por dentro. —Su nombre no me
agrada. Me provoca un asco como no te imaginas. Lo conocí cuando
estaba en la secundaria, es tres años mayor que nosotros. Era mi
vecino cuando vivía en Jalisco. Nos llevábamos bien. No nos
hablábamos ni nada, pero, cuando nos saludábamos se portaba muy
amable. Cuando las vacaciones de navidad estaban por terminarse,
una semana antes para ser exactos, él comenzaba a verme cuando
pasaba por su casa. Por las ventanas. Por la puerta entreabierta.
Incluso salía y me veía. Pensé que le gustaba o algo, pero era muy
grande para mí y no me llamaba la atención. Pero un día todo
cambió, Orlando. Sus padres habían salido, él estaba solo y salió
cuando yo iba pasando y… —yo no quería que fuera eso, por el
amor de Dios— él…—no, no lo digas. —él me invitó a pasar a su
casa, yo no quería, pero se puso agresivo y me metió a la fuerza. Sus
palabras eran asquerosas. Decía que le gustaba. Me tocaba —
Bastardo, enfermo, pervertido de mierda. —, me violó Orlando. Y no
fue la única vez. Nadie me creyó más que mi familia, por miedo a lo
que diría la gente. Nos mudamos. —Es un asqueroso MALNACIDO.
¿Qué clase de persona hace eso? Tenía ganas de matarlo, golpearlo.
No sabes lo furioso que estaba. En el espejo de la habitación, mi
rostro se veía rojo y mis ojos se veían a punto de llorar. Necesitaba
vengarme de algún modo.
—Danielle, no te culpo por no decirme nada. Pero él tiene que
pagar por…
— ¡No! Me amenazó. Y a mi familia. No tengo pruebas. Ni sé
dónde está él. Pero creo que me siguió o algo, no… lo… sé. —El
llanto volvió, estaba destrozada. No quería imaginar nada de eso.
Solo la abracé. Pensé que me quitaría o me golpearía o algo. Debiste
verla. Su rostro… seguía sin creerlo. Iba a dañar a ese tipo de algún
modo. No sabía cómo, pero pensé: ¡EL RESTAURANTE! Tenía que ir
ahí.
—Orlando, no quiero que pienses que esto cambia mi decisión
respecto a casarnos, quiero hacerlo. Tú me ayudaste –
indirectamente- a superar esto.
—Lo entiendo. Pero tú también debes entender, que, si hago una
locura, valdrán la pena las consecuencias. —La solté y me fui. Sé que
necesitaba mi apoyo y mi presencia, pero yo necesitaba hacer algo
más.
7
Me puse en camino al restaurante donde celebramos nuestro
aniversario, Danielle y yo. Pero no iba a comer, amigo mío, creo que
ya sabes lo que buscaba. Estaba oscureciendo, por suerte llevaba el
auto de mamá. Pero tenía que ir, tenía que decirle ciertas cosas a ese
violador. Tal vez peleábamos y nos separaban. O me iba arrestado en
la parte trasera de una patrulla. Pero no me importaba. Valdría la
pena.
Estaba por llegar y la adrenalina subía más y más, como si me
hubiera lanzado de un avión sin el paracaídas. Se me revolvía el
estómago, pero sabía que, si lo veía y le daba un buen golpe en el ojo,
me sentiría muchísimo mejor.
Llegué al lugar. Entre y fui con el primer mesero que vi ahí
dentro. Lo tomé del brazo, tal vez lo lastimaba o algo. Me importaba
un carajo.
— ¿Dónde está José Murrieta? —dije, mientras lo jaloneaba.
— ¿Quién? Señor, soy nuevo y está lastiman…
— ¡DIME DÓNDE CARAJO ESTÁ O NO SERÁ EL ÚNICO QUE
GOLPEE HOY! —admito que nunca me había comportado así, pero
estaba más enojado que nunca. No creía que fuera nuevo, pensaba
que lo protegían o algo por el estilo. En lo que yo seguía jalando y
lastimando al pobre mesero de nombre Joseph –eso decía su gafete-,
el jefe de meseros llegó y nos separó y me dijo:
—Aquí el único Murrieta soy yo. Y mi nombre es Alex. Nunca ha
venido ningún Murrieta más. Ahora fuera o llamaré a la policía. —
dijo el jefe de meseros. Yo no lo creía, estaba confundido ¿cómo no
estarlo?
—Oh… este… disculpen. No debí portarme así, es solo que…
—Largo, ¿no escuchó a mi jefe? —dijo Joseph. El pobre Joe estaba
sobándose el brazo que le lastimé. La gente me veía y estaba tan
apenado. Me retiré. Entre al auto y pensé en lo que había hecho.
Pero, ¿Qué podía hacer? Me acababa de enterar que un desquiciado
mesero, había violado a mi prometida hace años y resulta que el
imbécil, renuncia justo el día que voy a darle una paliza. Pero estaba
seguro que me lo toparía algún día, amigo mío. Y no sería nada
bonito lo que le diría. O haría.

8
Fui a casa. No saludé a mamá. Estaba tan enojado. Además, ella
estaba en una llamada con un tal Teo, por lo que escuché. Me valía
un comino. Encendí la computadora y busqué en Google «José
Murrieta». Y ¿qué crees? Nada. Había millones de personas con ese
nombre, pero él no estaba. No sabía su segundo nombre. O tal vez
José era el segundo. Tal vez Murrieta era su segundo nombre. O
quién sabe, tal vez ni siquiera se llamaba así. Pero si le mencionaba el
tema a Danielle o a su familia, no me lo perdonarían. Pues, no podía
quedarme sentado pensando en lo que le hicieron. Le destrozaron la
vida. Pudo haber pasado algo peor.
— ¿Por qué no te encuentro? ¿Quién eres? —decía en voz baja
mientras movía el cursor de la computadora una y otra vez, buscando a ese
hombre, José Murrieta. Solo en eso pensaba. ¿Quién iba a pensar que ese
mesero había hecho tanto daño en Danielle?
Capítulo III:
Cazados
1
Danielle y su familia se enteraron que yo seguía buscando a José.
Pero no había nada. Es obvio, José es uno de los nombres más
comunes en México. Pero por «mi bien» prefieren no darme más
datos. El tiempo corría cada vez más rápido. La boda se acercaba
cada vez más. Tenía pensado proponerle a Danielle irnos de la
ciudad, o del Estado, del país si es posible. Olvidar nuestros pasados.
Olvidarnos de nuestros problemas. Olvidarnos de Murrieta.
Imposible. Ellos no lo olvidaron en varios años y no lo harían en
cuestión de días. No puedo imaginarme –y no quiero-, por lo que
tuvieron que pasar. Ni por lo que están pasando ahora mismo, ahora
que volvió ese hijo de...
Pero no nos pongamos groseros. Ya habrá momento para eso.
¿Qué tal si volvemos a la historia, amigo mío? Unas semanas
después de buscar al mesero, me dispuse a ir a trabajar a ProSoft. Mi
trabajo quedaba a unos 20 minutos de mi casa. Tomé las llaves del
auto y mamá estaba al teléfono y escuché que decía Teo. Como no
era la primera vez que la escuchaba hablando con Teo, comencé a
imaginar que sería algún pretendiente. Esperé a que terminara la
llamada para preguntarle.
— ¿Con quién hablas mamá?
—Oh, solo es un amigo. —dijo, la noté un poco nerviosa.
— ¿Segura que solo es un amigo? —dije en tono de burla.
—Eso no te incumbe. ¿No debes ir a trabajar? — ¿Okey? Eso fue
raro. Mamá no acostumbraba a hablarme en ese tono. Me di cuenta
que estaba molesta así que solo tomé mis cosas y me fui.
Pero, ¿por qué mamá se molestaría conmigo solo por eso? Mamá
había tenido muchos pretendientes en el pasado y nunca se molestó
porque yo le dijera algo parecido. Era raro, pero no le di mucha
importancia.
Mateo estaba estudiando Ingeniería en Software al igual que yo,
así que lo recomendé en ProSoft para que hiciera sus prácticas y le
quedará como empleo de planta. Así fue, además como su casa
quedaba de paso, le daba un aventón al trabajo y de regreso. Llegué
a casa del buen Matt. Era algo grande, a diferencia de la mía. Pero en
mi casa solo éramos mamá y yo, pero Matt tenía a sus 2 padres.
Cuando estaba afuera de su casa, apagué el motor e hice sonar el
claxon. Pero en cuanto hice eso, vi algo que no esperaba. Era
Murrieta. Ese bastardo. Estaba parado a unos metros delante de la
casa de Mateo. Encendí el motor de nuevo y puse el auto en marcha
rápido, esta vez Murrieta no se escaparía, pero sonrió y se echó a
correr y dobló en una esquina, que para su suerte era de un solo
sentido –contrario al que iría si lo hubiera seguido persiguiendo-. No
quería provocar un accidente. Por el espejo retrovisor, vi que Matt
estaba alzando los brazos confundido, en medio de la calle. Bajé la
ventana del auto y le hice señas con mi mano izquierda para que se
acercara él, para no dar en reversa. Subió al auto y enojado.
— ¿Qué te pasa, Orlando? Si no querías venir por mi hubieras
llamado en lugar de irte de paso. —me dijo en tono desesperado. Su
rostro tomó un rostro rojo, al parecer ese día era fácil hacer enojar a
la gente.
—Lo siento, Matt es que vi a… ya no importa. Para compensarlo
yo pago el almuerzo.
—Está bien, otro. Aunque en el almuerzo debes decirme quién
viste. —Puse una cara de «estás loco» —Hey, sé cuándo me ocultas
algo hermano. No trates de evitarlo.
—Ya veremos. — ¿Qué se supone que debía inventarle a Mateo?
Si le decía la verdad y él le decía a alguien más. No es que
desconfiara, pero no sabía si era adecuado. De los Apóstoles y fuera
de ello, él era mi mejor amigo, pero no sabía si podía confiarle algo
de tal magnitud. Aunque, mientras íbamos de camino a ProSoft, en
mi cabeza, me decía a mí mismo que, probablemente ni siquiera era
él. Tal vez ni siquiera recordaba su rostro. Pero vaya que…
2
Llegamos a las 8 a.m. más o menos, era nuestro horario de
entrada. Mateo no iría a la escuela por un problema con la
electricidad en el campus, así que se quedaría tiempo completo para
generar un ingreso extra. Su cubículo estaba a un lado del mío –esto
a petición mía, por si él tenía algún problema con sus deberes, lo cual
no pasó nunca-. así que para nosotros era fácil platicar y el jefe no
tenía problemas con eso, era una buena persona, pero yo no quería
hablar por el incidente con Murrieta de esa mañana y Mateo, no
hablaba porque seguía molesto. Mientras yo tecleaba un correo
electrónico, pensaba si el tipo que había visto era él.
Ya era la 1 p.m., teníamos una hora de comida, salí rápido a los
casilleros, para que Matt no me siguiera, pues no sabía que decirle
sobre Murrieta. Tomé mi almuerzo y regresé a mi cubículo para
comer solo, pero Matt estaba ahí, esperándome, con su almuerzo en
mano. ¿Cómo fue tan rápido? Quién sabe. Tal vez tenía su almuerzo
ahí, pero como estuve pensando en el incidente, ni siquiera me di
cuenta.
— ¿A hora vas a contarme lo que pasó en la mañana? —dijo Matt,
sin voltearme a ver y luego, metió el tenedor con arroz blanco en la
boca.
—No sé si…
—Oye, sabes que puedes confiar en mí. Olvidemos que me enojé
y hablemos, ¿sí?
—Está bien Matt, te contaré, pero debes jurar no decirle a nadie
—juramento que yo estaba rompiendo—, ¿entendido?
—Sabes que sí, hermano.
—Está bien, presta atención. —Y aquí vamos de nuevo, amigo
mío— Mira, antes que Danielle y yo nos conociéramos, ella vivía en
Jalisco…
—Eso y lo sabía, vino a Sonora porque habían trasferido a su
papá por el empleo. —interrumpió.
—Ese es el problema, su papá no fue transferido. Ellos tomaron la
decisión de venir. En resumen, había un chico unos años mayor que
ella que estaba obsesionado con ella. Y pues, la… ya sabes. —le dije a
Matt, no podía decir la palabra.
— ¿La violó?
—Sí.
—Wow, bueno, eso es… fuerte. Creo. —dijo. Dejo de comer, no lo
creía.
—Lo sé, es raro ¿cierto?
—Sí, pero, ¿qué tiene que ver con el incidente de esta mañana?
—A eso voy Matt. En nuestro aniversario como novios, la lleve a
un restaurante, el mesero que nos atendía era el malnacido que la
violó. —Matt, abrió los ojos más de lo que podía.
—Okey, eso sí es raro.
—Sí, Danielle me lo contó por eso no puedes decir nada. Esta
mañana lo vi, era el mesero, me sonrió y se echó a correr en la calle
de un sentido en la esquina de tu cuadra. –
—Orlando, ¿estás seguro que era él? Probablemente te
confundiste. Entiendo que quieras buscar venganza por ella, ¿es eso?
—negué con la cabeza. — Bueno, pero no sabes lo que pueda hacer
ese violador, probablemente sea peligroso, independientemente de
su edad obvio. Digo, dio con el paradero de Danielle. Tal vez…
—Lo sé, Matt, se en lo que me meto y el riesgo que estoy
corriendo. Solo promete no decir nada, ¿quedó claro? —asintió con
la cabeza. —Bien, ahora que lo sabes y que sé que puedo confiarte
esto, te diré el nombre del bastardo: José Murrieta. —se lo dije lenta y
dramáticamente, para que no lo olvidarla. — ¿Crees poder
ayudarme a encontrarlo?
— ¿Cómo se supone que haré eso, otro?
—Buscando en internet, te describiré su apariencia para que lo
localices rápido cuando lo veas.
—Primero, sabes que no será fácil, José es un nombre muy común
en México. Segundo, no me estás dando su nombre completo, será
un millón de veces más difícil dar con él. Además, tal vez ni siquiera
tiene una cuenta en «Messenger», «Facebook» o «Metroflog».
—Estoy más que seguro que tú y yo lo encontraremos. Cuando lo
hagamos, yo me encargaré del resto. —hablar del tema me hacía
enfurecer aún más.
—Te advertí que sería peligroso, rezaré por ti, otro.
—Ahora, cambiemos de tema, por favor.
Y así fue, comenzó hablando de los problemas que tuvo con el
profesor Bautista. En mi generación, lo llamábamos Batista, ya que se
parecía al luchador cuando se enojaba. Era un amargado, pero esa es
historia para otro día.

3
A las 5:00 p.m., salimos del trabajo y fuimos en camino a casa de
Juan a pasar el rato. Teníamos pensado ver una película con Lucas y
Marcos. Hasta que Marcos llamó a Mateo cuando íbamos a subir al
auto, lo puso en altavoz para que yo lo escuchara también.
—Hey, hermano. Ya vamos en camino a casa de Juan. —dijo
Matt.
—Olviden eso, hubo un problema en casa de Lucas.
— ¿Qué sucedió? —dije, aterrado.
—Se metieron a robar, pero cuando Lucas quiso detener al ladrón, este lo
apuñaló. Vamos en camino al hospital Santa Mónica. Vayan rápido.
Matt colgó. Yo no podía creerlo. ¿Cómo de un día para otro
cambia la situación con mis seres queridos? Danielle se encuentra
con su atacante. Y ahora Lucas, apuñalado. ¿Qué diablos estaba
pasando?
— ¿En qué hospital dijo que llevarían a Lucas? —le dije en tono
de confusión.
—Santa Mónica, vámonos ya.
Nos pusimos en camino, estaba a alrededor de 20 minutos para
llegar en auto. Para nuestra desgracia, había mucho tráfico. Pero
pudimos llegar en 50 minutos, más o menos.
3
Cuando llegamos al estacionamiento del hospital Santa Mónica,
bajamos del auto lo más rápido que pudimos, y entramos a la sala de
espera corriendo.
Estaban ahí Juan y Marcos consolando a Erika, la hermana mayor
de Lucas. Ellos dos vivían solos desde que Lucas tenía 16 años. Antes
vivían en Ciudad Obregón, pero por cuestiones familiares se habían
mudado a Houston, Texas. Cuando Erika entró a la universidad,
volvió a Sonora con Lucas, pero esta vez a Sonora. Consiguieron una
casa. Confuso ¿cierto, amigo mío?
Nos acercamos a ellos y abrazamos a Erika, primero yo, luego
Matt.
— ¿Qué pasó? —Le pregunté a Erika.
—Un tipo entró a la casa, creo que a robar o no sé y…—sus ojos
se inundaron de lágrimas y paro de hablar por un momento.
—Lo apuñaló 4 veces en el abdomen. —dijo Juan. Erika tenía el
rostro muy pálido. Parecía que llevaba horas llorando. Pero estaba
asustada.
— ¿Reconociste al ladrón? —dijo Mateo. Ella negó con la cabeza.
—Nunca lo había visto. Traía una capucha oscura. Lo apuñaló y
salió por la puerta. Traía guantes… —en eso salió un doctor. En su
bata tenía la placa de «Dr. L. Reyes»
— ¿Familiares de Lucas Palacio? —Erika dio un salto al escuchar
el nombre de su hermano.
—Yo soy su hermana. ¿Cómo está él? ¿Está bien? ¿Se salvó?
—Lo siento. Hicimos lo que pudimos. —Erika lanzó un suspiro y
se tapó la boca. Luego Juan la abrazó. —Cuando venía para acá, ya
había perdido mucha sangre. Si tienen contacto con sus padres,
infórmenles de inmediato.
— ¡Tal vez no hubiera perdido tanta sangre si la maldita
ambulancia hubiera llegado rápido! —gritó Erika con todas sus
fuerzas. Luego puse una mano en su hombro.
— Erika, tranquila. Todos estamos molestos, —una lágrima salió
de mi ojo. —, yo…
—Está bien, Orlando. Debo hablar con mis padres. —quitó mi
mano de su hombro, molesta. ¿Cómo no? Si un ladrón había entrado
y asesinado a su hermano. Que también era como mi hermano. Al
igual que Juan, Marcos y Mateo. Desgraciadamente, ahora solo había
3 evangelistas.

4
Era mediodía. No habían pasado ni siquiera 24 horas de la muerte
de Lucas y ya estaba dentro de una caja. En la noche se había
realizado la autopsia. Lo habían llevado a la morgue donde
revisarían el cuerpo. El cuchillo o navaja usada perforó varios
órganos. Erika dio su testimonio, pero no había podido ver su rostro
bajo la capucha. Pasé por Danielle, Lily y Mateo para ir a la
funeraria. Había un silencio incómodo dentro del auto. Solo se
escuchaba el motor. El cielo estaba nublado, al parecer estaba por
llover. Llegamos a la funeraria. Comenzaba a hacer frío afuera, así
que entramos. Era tan raro. Un día le pido matrimonio a mi novia.
Otro día me entero que fue violada. Y otro día matan a uno de mis
mejores amigos. Lucas. ¿Por qué él? ¿Qué había hecho? ¿Qué podía
hacer? No se metía con alguien, ni siquiera se había peleado nunca.
Llegar a morir apuñalado frente a su propia hermana, no quiero ni
imaginármelo, pero en esos días, era inevitable. Cuando entramos al
cuarto donde estaba Lucas, vimos varias coronas de flores. Algunas
decían cosas como «Familia», «Vecinos», «Jóvenes Marianos», la cual
pagamos nosotros, etc. También habíamos pagado la de
«Evangelistas y otro». Frente a la caja estaba Erika. Danielle la abrazó
fuerte. Luego Lily. Matt. Y yo. Juan y Marcos ya estaban ahí,
separados de Erika. Yo me senté un poco con ella.
— ¿Cuándo llegan tus padres? —Le dije.
—En unas horas. Tomaron el primer vuelo del día. Mamá esta
devastada. —seguía pálida. Era entendible. Puse mi mano en su
hombro y ella puso la suya encima. Necesitaba apoyo.
—Amor, ¿puedes estar con ella un rato? Necesito hablar con los
chicos.
—Seguro, ve. Lily y yo estaremos con Erika. —le di un beso. Me
di cuenta que traía su anillo puesto, creí que era raro porque casi no
lo usaba, pero no dije nada. Mientras me alejaba, le revolví el pelo a
Lily, como siempre. Y también como siempre solo recibí un «Ashh»
como respuesta. Pasé a ver a Lucas. No podía soportarlo. Le habían
puesto una camisa negra y las piernas estaban tapadas por una
especie de sábana. Su piel estaba muy blanca. Como si lo hubieran
maquillado. Lo vi unos segundos y solté una lágrima.
Llegué con los demás. Abracé a los tres. Todos estábamos tristes.
Ya habían visto a Lucas. Incluso Matt, ni siquiera me había dado
cuenta.
— ¿Podemos ir a la cafetería? Necesito un café súper cargado.
—Creo… que no me vendría mal. —dijo Juan. Parecía el más
dolido de los cuatro. Marcos y Mateo solo asintieron con la cabeza.
Todos tomamos un vaso desechable y servimos el agua caliente
de la máquina. Le pusimos café y azúcar. Matt le echó demasiada
azúcar. Nos sentamos en una pequeña mesita. No me gustaban las
funerarias, mucho menos las despedidas para siempre. Nadie iba a
creer que ya éramos cuatro, y no cinco.
— ¿Y ahora qué? —dijo Marcos. —No estamos completos.
—Él siempre nos acompañará, Marcos. —dijo Mateo.
—Esas son estupideces. —dijo Juan en un tono de molestia.
—Tranquilo, es verdad. Él va a estar con nosotros siempre,
observándonos, cuidándonos. —les dije. Juan bajó la mirada un
momento.
—Sí, verá todas nuestras tonterías. —dijo Marcos. Todos reímos
en voz baja, incluso Juan, que se escuchaba ya convencido.
— ¿Recuerdan cuando entró al grupo? Pensaba que se llamaba
Jóvenes Marianos porque el fundador se llamaba así. —dijo Matt.
—O su fiesta, donde dijo que su tío Ronaldinho iba a llegar y
nadie le creía. —dijo Juan riendo.
—O cuando vimos Chucky 3 en su casa y estaba llorando como
niñita. —dije.
—Es cierto, fue el día que se me quemaron las palomitas. —Dijo
Marcos.
—Wow, es cierto, nos estabas dando piedras ese día. —le dije
riendo.
—Pensé que la casa iba a quemarse. —dijo Juan.
—Pobre Erika. Estaba furiosa ese día. «Van a incendiar mi casa».
—dijo Mateo. La risa nos ganó a todos. Ese día en casa de Lucas, era
el cumpleaños de Mateo. Íbamos a quedarnos a dormir, como una
pijamada o algo por el estilo. Juan fue el primero en quedarse
dormido. El pobre despertó con mil dibujos obscenos en su cara,
hechos con un Sharpie negro. Eran buenos momentos. ¿Quién diría
que Lucas Palacio no volvería a pasarlos con nosotros? No era lo
mismo si no estábamos los cinco.

5
Eran las 5 p.m., yo ahora estaba con Danielle y Lily, al final de la
sala donde estaba Lucas, los chicos estaban con Erika. Ya había más
gente, pero muchos estaban afuera de la sala. El lugar estaba lleno.
Llegaron los papás de Lucas, su mamá fue casi corriendo a ver a su
pequeño en la caja. Su papá también estaba destrozado, pero se
notaba que él estaba más controlado.
—Buenas tardes, ¿eres Orlando, verdad? —me dijo el Sr. Palacio
—Así es. —respondí, mientras me levantaba y estiraba mi mano.
—Qué triste conocerlo así, señor Palacio. Lo siento mucho.
—Gracias, yo también. Felicidades por tu compromiso. —me dijo,
se alejó. Ni siquiera volteó a ver a Danielle y Lily. Mucho menos le
pude dar las gracias por sus felicitaciones.
Volteé a ver a la señora, estaba destrozada, un ladrón le había
quitado la vida a su hijo. La señora lloraba demasiado, casi gritando.
Se puso de rodillas, casi parecía que iba a desmayarse. El ambiente
era horrible, deseaba irme de ahí, pero no sabía si era correcto. Juan
se acercó a mí.
—Orlando, creo que ya me iré. ¿Nos vemos otro día?
—Seguro, hermano. —le di la mano y lo abracé. Esta vez, no hay
que aclarar nada, amigo mío. Juan se había mudado a un
departamento para «independizarse», su departamento quedaba
algo lejos de la funeraria y de mi casa. Además, él venía en su propio
auto, un Cutlass Ciera modelo 94 azul. Era un buen auto para un
estudiante.
Juan salió, del edificio y yo volví a sentarme con Danielle.
— ¿Quieres ir a comer algo, amor?
—De hecho, no me siento muy bien, no tengo hambre.
— ¿Qué hay de ti, Lily?
—Muero de hambre. —respondió, mientras sobaba su vientre.
— ¿Quieres una hamburguesa? Yo invito
—Seguro. —nos levantamos y nos despedimos de Danielle.
Cuando íbamos llegando a la entrada escuché como unos autos
daban un gran freno en medio de la calle, como si derraparan.
Cuando salí…
— ¡JUAN!

6
… era su auto. Estaba destrozado. La camioneta que lo chocó dio
reversa, media vuelta y se fue. No entiendo como no le pasó nada.
Pero el Cutlass de Juan tenía la puerta por el lado del chofer,
destrozada. Solo se veía la cabeza de Juan, inclinada sobre su
hombro. La gente escucho el ruido de los autos chocando, pero se
alarmaron más cuando grité.
— ¡Juan! ¡Juan! —gritaba mientras corría en dirección al auto.
Mateo y Marcos corrieron a ayudar. Yo intenté abrir las puertas, pero
Juan les había puesto seguro al salir, probablemente.
—Vamos a romper la ventana del copiloto para sacarlo. —dijo
Marcos. La gente nos veía. Lucas había muerto, no podíamos dejar
que Juan lo hiciera también. Matt se quitó la camisa y se la ató a la
mano derecha. Luego soltó un golpe a la ventana para romperla.
Luego metió la mano y le quitó el seguro a la puerta para abrirla. Yo
metí la mitad de mi cuerpo para sacar a Juan. Hacía calor ahí.
—Resiste amigo. Vamos a ayudarte.
—Or… Or…
—Tranquilo, solo no cierres los ojos. —le di una bofetada leve
para que no se durmiera. Entre los vidrios podía ver a Danielle que
acababa de salir a ver qué pasaba. Lily se veía aterrada, como todos.
—Vas a estar bien. ¡Matt, ayúdame a jalarlo! —Matt entró y jalamos
juntos. Una vez fuera, Mateo trató de mantenerlo despierto, volteé
con Marcos.
—Trae mi auto, es el Jetta Blanco. —estiré mi mano para darle las
llaves. Salió corriendo por él. Sabía, y creo que hablo por Matt y
Marcos, que la ambulancia no llegaría en cuestión de unos cuantos
minutos. Marcos sacó mi auto del estacionamiento de la funeraria y
dio una vuelta –ilegal- para llegar a dónde estábamos.
—Matt abre la puerta de atrás, vamos a meterlo. —Lo cargamos y
lo recostamos en el asiento trasero del auto, Juan respondió con un
breve gemido de dolor. Tenía la mirada perdida. Marcos bajó del
auto y se nos acercó.
—Matt, quédate aquí y espera a la grúa y a la policía para que les
des información del auto que chocó con Juan. Fue una Lobo blanca
modelo más o menos 2005, con placas de Jalisco. Fue por esta calle
rumbo al norte, ¿entendido? —solo asintió con la cabeza. —Marcos,
sube atrás con Juan, pon su cabeza en tus piernas y mantenlo
despierto.
Dicho eso, Marcos y yo subimos rápidamente al auto y Matt
corrió de nuevo y pidió a la gente que volviera adentro. No podían
abandonar a Lucas.
—Todo estará bien Juan, quédate con nosotros. —dijo Marcos.
—Duele… lobo… capucha…
—Todo estará bien, Juan solo no duermas. —respondió Marcos.
Arrancamos. Ponte en nuestro lugar, estábamos desesperados.
No podíamos permitir que Juan muriera. Ya que, de lo contrario, dos
amigos míos, habrían muerto en menos de 24 horas.

7
—Ya casi, no cierres los ojos. —le decía Marcos a Juan, mientras
lo cargábamos a la sala de espera del hospital Santa Mónica.
Volvíamos ahí, el lugar donde murió Lucas, luego de ser herido por
un ladrón.
Casualmente, se acercó el Dr. Reyes, que atendió a Lucas.
— ¡Traigan una camilla y preparen el quirófano, sala 3! —
Trajeron una camilla y subimos ahí a Juan. — ¿Qué pasó?
—Un choque. El otro auto golpeó directamente el lado del chofer.
—respondí.
— ¿Son los amigos del joven Palacio? —dijo, mientras los
enfermeros se iban alejando con la camilla donde estaba Juan.
—Sí, somos nosotros, él también. —dijo Marcos.
—Pues hablen con la policía, esto no es coincidencia. Llenen los
datos de su amigo con la recepcionista.
El doctor se fue. Marcos y yo nos vimos mutuamente. Estábamos
exhaustos, tal vez por la adrenalina. Pero, ¿a qué se refería con que
no era coincidencia? Tal vez era verdad. Dos mejores amigos
muertos en 2 días. Tal vez era cierto. O tal vez no. Habría que
esperar, amigo mío.
8

Marcos regresó a la funeraria en taxi. Yo me quedé en la sala de


espera a dormir. Primero le avisé a Danielle, para que no se
preocupara. Erika se ofreció para llevarla a casa, junto con Lily.
«Necesito distraerme», decía. Llamé a Mateo, para ver como seguían
las cosas.
—Hola Matt. ¿La policía fue para allá?
—Sí hermano, les di la información que me dijiste. Lobo, blanca, modelo
tal vez 2005. ¿Correcto?
—Sí. Está bien.
— ¿Cómo está él?
—Aun no me lo dicen. Nos atendió el doctor Reyes.
— ¿No es el que operó a Lucas?
—El mismo. Nos reconoció. Dijo que esto no era coincidencia.
—Tal vez no lo sea.
—Pues si no lo es, tenemos que cuidarnos. Marcos, tú y yo.
—Tienes razón.
— ¿Marcos llegó allá?
—Sí. Ya les llamó a los papás de Juan, están en Obregón. Irán al hospital
mañana por la mañana. —respondió. En eso, el doctor salió y me vio
con el teléfono, me hizo señas, me imaginé que había noticias.
—El doctor salió. Te llamo en un momento.
—Está bien. Mantennos al tanto.
—Seguro, adiós. —Me acerqué con el Dr. Reyes para saberlas
noticias.
— ¿Cómo está?
—Estable. Pronto podrás verlo. Aun duerme por la anestesia.
Cuando los Rayos X estén listos, te los mostraré y te daré unas
indicaciones.
—Gracias, doctor.
—Para servirle, señor… —dijo dudando.
—Rivas. Orlando Rivas.
—Seguro. —dijo y luego se marchó.
Volví a llamar a Mateo para darle la noticia, además, Marcos es el
que tenía los números de los padres de Juan.
— ¿Otro? —contestó Marcos, pensé por un momento que lo había
llamado a él en lugar de Mateo, pero como estaban juntos no le di
importancia. — ¿Qué pasó con Juan?
—Está estable, no hay de qué preocuparse por ahora. —le
respondí. —Pero debemos vernos, todos. Dale mi pésame a los papás
de Lucas de nuevo.
—Está bien, hasta luego.
Lucas muerto, Juan en el hospital, Danielle violada. ¿Qué más
podía pasarme?

9
Estábamos en el hospital. Éramos Danielle, Mateo, Marcos y yo.
Estábamos de negro aún y muy serios. Llovió como te había dicho.
Casi perdíamos a otro amigo, sus padres estaban de camino en la
ciudad. Es curioso que tanto Juan como Lucas estuvieran en el
mismo hospital, atendidos por el Dr. Reyes y que sus padres
estuvieran lejos de la ciudad, ¿no crees? Pero eso si era seguro que
era coincidencia.
— ¿Juan está hablando con policías? —dijo Mateo.
—Tiene que dar su testimonio, Matt. Aunque está tardando
demasiado. —dijo Danielle.
—Debe ser el dolor de cabeza. Tal vez ni siquiera recuerda nada.
—dijo Matt.
—De hecho, si vio al tipo que choco. Cuando Marcos y yo lo
traíamos menciono una capucha, probablemente teniéndolo de
frente pudo ver debajo de la capucha. —les dije.
—Es cierto. Entre quejas dijo la palabra capucha. —dijo Marcos. —
Un momento, a Lucas también lo atacó una persona encapuchada.
¿No tendrá algo que ver?
—Puede ser. —respondí. No había caído en cuenta con eso. Esa
era otra razón para creer que no había coincidencias. Un policía salió
por el pasillo que llevaba a las habitaciones del hospital. Volteó a
vernos y nos dijo: Buenas tardes. Matt respondió igual, pero los
demás respondimos con un movimiento de cabeza. Una enfermera s
nos acercó cuando el policía salió del edificio.
—El joven Juan Carlos está listo para recibir visitas. Solo pueden
entrar cuatro a verlo. —nos dijo. Sabía que nosotros éramos sus
amigos y justamente éramos cuatro.
Entramos a la habitación 316, misma que debajo de su número
tenía escrito en una mini pizarra: Paciente Juan C. Valdez. Danielle
abrió la puerta y asomó la cabeza.
—Toc, toc. ¿Se puede? Entró tomando mi mano, luego nos siguió
Marcos y luego Mateo.
—Hey. ¿Cómo les va… —dijo Juan? Tenía un collarín y una
venda alrededor de la frente.
—Ni se te ocurra pararte Carlitos. —le dijo Mateo.
—No me digas así, sabes que lo odio. —dijo sonriendo.
—Qué bueno que estés bien, hermano. —le dije.
—Sí, a todos nos alegra. Tus padres vienen, Juan. Pero Orlando
tiene algo que decir. —dijo Marcos. La sonrisa de Juan desapareció y
salió un gesto de confusión y me volteó a ver.
—Juan, todo lo que está pasando, no es normal. Una persona con
capucha mata a Lucas, que Dios lo tenga en su santa gloria. Y ahora
otra persona con capucha choca contigo y se va. No sabemos qué
está pasando, pero si esto gira alrededor de nosotros, a excepción de
Danielle, debemos tener cuidado. Ahora, ¿pudiste ver a la persona
debajo de la capucha?
—Sí, era un hombre que estaba alrededor de los 50. De hecho, se
parecía a ti, Orlando. —me dijo Juan. Todos me voltearon a ver. Ya
no sabía ni que pensar. Danielle me veía raro, como si yo fuera el
culpable.
—Bueno, tal vez se parecía un poco a ti, es un avance, pero hay
que dejar que la policía haga lo suyo. —dijo Marcos.
—Es cierto, la policía se encargará de hacer justicia por ti y por
Lucas. —le dijo Matt a Juan, que tenía la mirada perdida.
— ¿Saben cuánto tiempo estaré aquí? —dijo Juan.
—Hasta el siguiente domingo, cuando los estudios señalen que
estarás bien. —dijo Danielle. Un teléfono sonó.
—Es el mío —dijo Marcos. —. Son tus papás Juan, contesta tú,
mejor. —Luego le pasó el teléfono a Juan y contestó.
— ¿Hola? Mamá, estoy bien. Sí. Un tipo encapuchado en una
camio… No mamá, no te preo… está bien. —la conversación con su
madre tardó algo y nosotros permanecimos en silencio.

10
Ya había pasado un poco de tiempo. Era el viernes antes de dar de
alta a Juan. A mi parecer, amigo mío, el tiempo pasó muy rápido,
pero de seguro a él, se le hizo eterno. Sus padres vinieron a la ciudad
y se hicieron cargo de él.
Estaba oscureciendo. Yo iba saliendo de una tiendita cerca de la
casa de Danielle, había comprado unas palomitas para ver Spider-
Man 3 –una de mis favoritas-. Había convencido a Danielle, pero no
había querido ver el maratón completo, iban a pasar la trilogía desde
las 2 p.m., pero yo me conforme con la tercera. Además, yo trabajaba
y aun si la hubiera convencido, no hubiera podido verlas siquiera.
Llegué a su casa y ella estaba acomodándose en el sillón de su sala
y volteó a ver quién era con gesto de miedo.
—Tranquila amor, soy yo. —le dije.
—Lo siento, con todo esto que ha pasado últimamente, todo me
aterra.
—Por eso yo voy a cuidarte. —le dije y nos sonreímos
mutuamente.
—Te amo. —me respondió.
—Yo a ti. —le dije guiñándole un ojo.
Fui a la cocina. Metí las palomitas al microondas y marqué 2:30.
Cuando volteé a ver la televisión, ya estaban cambiando de Spider-
Man 2 a la 3. Danielle me dijo que ya estaba empezando. En cuanto
el microondas sonó saqué las palomitas rápido y las puse en un plato
rosa que estaba sobre la mesa y salí casi corriendo a la sala. Dejé el
plato en las piernas de Danielle y regresé por el refresco. Volví a la
sala y puse las palomitas en mis piernas. No me había fijado que
Danielle tenía una cobija, tal vez por lo apresurado que estaba. Me
cubrió con ella y me abrazó, recargó su cabeza en mi hombro. Había
pasado casi una hora explicándole sobre los personajes, quiénes
eran, que importancia tenía, etc.
Al terminar la película ya no había palomitas en el plato ni
refrescos en el vaso. Volteé a ver a Danielle, ella me vio también. Son
sonreímos y nos besamos. Fue un beso largo. Habíamos
aprovechado que sus papás y Lily habían salido a casa de su familia.
Obviamente, amigo malpensado, pedimos permiso para que yo me
quedará ahí. Estábamos besándonos, habrían pasado unos 5 minutos
ya, más o menos. Toqué su pierna, se la sobé con ternura. Pero fui
subiendo. Estaba empezando a hacer calor. Danielle comenzó a
besarme más rápido. Pero de repente…
— ¡NO! —gritó. Rápidamente me golpeó con el puño, nunca me
habían golpeado así y mucho menos ella. Me había golpeado en el
ojo izquierdo. —Orlando. Orlando. Lo siento.
—No, está bien. —le dije con mi mano sobre el ojo.
—Es que… me da miedo. Por ya sabes quién. —había estado
mucho tiempo sin pensar en eso hasta que me lo recordó.
—Lo había olvidado. Lo siento amor, no volverá a pasar.
—Orlando, yo si quiero esto. Es solo que, necesito tiempo.
—Entiendo.
El ambiente se puso incómodo en los próximos 30 minutos, por lo
que le dije que me iría, ni siquiera le di un beso, ni ella a mí. Solo
«Adiós Danielle», «Adiós Orlando». Subí al auto y no encendí el motor.
Solo tenía las manos en el volante y lo veía fijamente. Encendí el
motor, aunque en realidad lo que quería era bajar y pedirle disculpas
de nuevo a Danielle. Sonó mi teléfono, un número desconocido.
— ¿Diga?
— ¿Orlando? —me dijo una voz, que se me hizo conocida, pero no
supe de dónde.
—Sí, ¿quién habla?
—No importa, solo quería decirte que…
— ¿Qué cosa, perdón?
—Ja ja, tú y tus amigos deberían ver a Juan. Se ve que está descansando.
Colgó. ¿Quién era el imbécil que había dicho eso? Ni idea. Solo
arranqué rápido. Por el ruido me imaginé que Danielle y sus vecinos
saldrían a ver lo que pasaba, pero no miré atrás. ¿Juan?
¿Descansando?
11
Llamé a Mateo, pero no contestó. Llamé a Marcos y tampoco
contestó. Nadie me contestaba. No tenía el número de sus padres.
Llegué al Hospital Santa Mónica. Había patrullas a fuera del edificio.
—No, no, no, no, NO. —dije mientras me quitaba el cinturón,
viendo las sirenas de la policía. Había una carroza de la funeraria.
Juan estaba descansando, y nadie contestaba. Bajé del auto y estrellé
la puerta prácticamente. Hasta que…
—Te lo dije, sigues tú. —dijo esa voz conocida. Me tomo por el
cuello desde atrás y me jaló hacia él. No podía respirar.
—Ahora tú vas a descansar. Hijo de perra. Pero no ahora. —Me volteó
de forma que quedé frente a él. Tenía una capucha y un pañuelo con
una calavera. No podía ver su rostro completo, pero si sus ojos. Eran
horribles.
— ¿Tú?
Me soltó y corrió. Subió a una Ford Lobo color blanco, con un
golpe en la parte de en frente. Arrancó rápido y se fue. Hasta ahora,
no sé cómo nadie lo vio. No había duda de que era el mismo que
había chocado con Juan. Pensé en seguirlo, pero tenía que ver a Juan.
Corrí a la entrada. Un oficial me detuvo.
—No puede pasar. Es una escena del crimen.
—¡El tipo que atacó a Juan, intentó hacerlo conmigo, se fue en una
Lobo blanca con un golpe en el cofre, vayan por él! —le dije
desesperado.
—Tranquilo, por favor. Retírese. —me dijo. No le importaba en lo
absoluto lo que le dije, si es que me escuchó.
Unas personas iban sacando un cuerpo, en una bolsa, estaba
seguro que era Juan.
— ¡JUAN!
Nadie me puso atención, como si no estuviera ahí. Mi teléfono
sonó.
— ¿Te arrestaron o por qué se oyen sirenas? —dijo Mateo.
—Es Juan, lo mataron.
— ¿Qué?
—Preguntaré a dónde lo llevarán. Luego te llamo.
Cuando por fin se despejó la entrada, me acerqué con la
recepcionista, estaba asustada.
— ¿A dónde se llevarán a Juan Valdez?
— ¿Quién?
—Juan Carlos Valdez, el joven de que falleció.
—No, joven. Ese cuerpo era de un señor de cuarenta y tantos, su
esposa vino y lo asfixió hasta morir.
Amigo mío, me habían tendido una trampa. El tipo de la capucha
y la Lobo había usado la situación del marido muerto para hacerme
creer que era Juan el que había muerto. Quería matarme a mí. ¿Por
qué a mí? Eso es algo que aún no sé. Pero, ¿por qué no me mató y
ya? Ahora la siguiente era yo, pero, cuando me tuvo enfrente no me
hizo ningún daño. No me apuñaló como a Lucas. Ni me mandó al
hospital como a Juan. ¿Quién era ese maldito? Aún tengo esa
pregunta en mente, amigo mío.
12
— ¿Me puedes explicar qué carajo significa que este tonto estaba
muerto? —me dijo Matt. Estábamos en la habitación de Juan. Solo
Juan, Mateo, Marcos y yo. No quise molestar a Danielle después de
lo que pasó el día anterior.
—Me llamaron de este número —saqué mi teléfono y se lo mostré
a los tres. —, me dijo que Juan estaba «descansando». Cuando llegué,
el que descansaba era un tipo que fue asesinado por su esposa. —
guardé mi teléfono en el bolsillo de nuevo. —Pero, cuando baje del
auto, una persona con capucha y un paliacate como media máscara,
de calavera. Me tomó del cuello, parecía que iba a matarme, pero
solo me dijo que iba a descansar, pero aún no.
—De seguro tiene que ver con el tipo que se parecía a ti. Solo que
esa vez no tenía la media máscara. —dijo Juan.
—Probablemente no se la puso pensando que morirías. Pero
viendo que no funcionó decidió usarla. —dijo Marcos. Juan bajó la
vista.
—Entonces, ¿debemos creer que él mató a Lucas? —dijo Matt.
—Aún no. —respondí. —Tal vez no era la misma persona, Erika
no lo vio perfectamente como para reconocerlo.
— ¿Y entonces por qué nos pasa a nosotros? ¿Por qué Mateo y yo
no lo hemos visto? —me dijo Marcos desesperadamente. Una
lágrima corrió por su mejilla y comenzó a ponerse rojo. — ¿A caso
somos los siguientes?
—No lo sé, Marcos. Ya cálmate. —le dije.
— ¡Cómo, Orlando! Estamos en peligro. ¡TODOS! Más Juan y tú y
actúas como si no estuvieras asustado. —Comenzó a gritarme, estaba
asustado y furioso.
— ¡Claro que lo estoy! Lo vi. Pudo matarme y probablemente
venga por todos nosotros. ¡ASÍ QUE CIERRA EL PUTO HOCICO!
—le respondí. Un breve e incómodo silencio llenó la habitación 316
del hospital. Luego una enfermera abrió la puerta con gesto de
preocupación.
— ¿Está todo bien? —dijo.
—Nada lo está. —dijo Marcos. Salió golpeando mi hombro al
pasar, por un lado. La enfermera se retiró también.
— ¿Y ahora qué? ¿Esperamos a que nos mate a los cuatro? —dijo
Mateo.
—La policía hará su trabajo, Ma… —comencé a decir.
—No lo creo. —interrumpió y salió de la habitación con la vista
agachada. Yo me senté en el sofá a un lado de la camilla, Juan me vio
pasar frente a él y no despegaba su mirada, él también iba a empezar
a llorar.
—No quiero morir, Orlando.
—No morirás, nadie lo hará.
— ¿Llamaste al número que te llamó primero?
—Sí —respondí moviendo la cabeza. —, pero las llamadas no
entraban nunca. Tal vez me llamó de un teléfono público. Si vio
todas las patrullas y el vehículo de la funeraria, debió ser aquí cerca.
—Hay muchos de esos en la cuadra del hospital.
—Sí. Pero, ¿qué hacía aquí?
—Vigilándome tal vez.
—Tal vez. O tal vez… —fui interrumpido por mi teléfono.
— ¿Hola? —dije. Ni siquiera vi el número del que me llamaban.
Juan volvió a fijar su mirada en mí.
—Hola «otro». —Era el apodo que me pusieron los muchachos,
pero la voz no era la de ninguno de ellos y tampoco la de anoche.
Pero si la reconocí.
— ¿MURRIETA? —grité.
— ¿Quién? No, no. Nada de eso. No conozco a ningún Murrieta. Pero
de seguro me recordarás como el «amable mesero» que te atendió a ti y a la
bella Dany. — ¿Cómo carajo no va a ser Murrieta?
—Si ese no es tu nombre…
—Eso no importa un carajo, Orlando. Te metiste con quien no debías,
ella era mía, solo se me escapó. Así que yo me meteré con tus…
— ¡TE MATO SI LES TOCAS UN SOLO PELO!
— ¿Así como yo maté a Lucas Palacio?
— ¿Tú qué?
—Adiós, Orlando. Dile a Juan que mi amigo le manda saludos. Que
luego le dará una visita. Tal vez tú ya lo conozcas.
—No se le acerquen. A ninguno de ellos. Ni a Danielle. ¡A
NADIE! —grité. Estaba furioso. Incluso olvidé que estaba con Juan
en el hospital. Tenía la boca abierta, estaba asustado.
—Oh, lo olvidé. Tengo una cita importante, hoy con Matt. De hecho, lo
estoy viendo. Está a mi lado.
— ¿MATEO QUÉ?
— ¡ORLANDO!
Luego la llamada finalizó. Escuché como si el teléfono se golpeara.
Tal vez lo lanzaron para que nadie supiera de esa llamada.
—No me digas que ese que gritó era Matt.
—Era él. El que mató a Lucas lo tiene con él. También el hombre
con el que chocaste.
—Orlando, ¿quién es Murrieta? —dijo llorando.
—Alguien que le hizo daño a una amiga hace tiempo. Ahora
volvió en mi contra. Pero tal vez ni siquiera sea su apellido.
—No podemos dejar que le haga nada a Matt.
—Llamaré a la policía.
Efectivamente. Llamé, pero necesitaban saber más de cómo era
Murrieta para poder buscarlo. Pero para cuando manden un retrato
a cada colonia de la ciudad, Mateo ya estaría muerto. No quería
pensarlo, pero era la realidad.

13
Llamé a los papás de Juan cuando este me dio los números.
También a los papás de Mateo informando lo que había pasado con
él. Ellos llevaron fotos a la policía para que lo comenzaran a buscar
inmediatamente.
Fui a ver a Danielle. Murrieta, die no apellidarse así. ¿Raro
verdad? Todo era raro en esos momentos. Que no te sorprenda. Así
que necesitaba respuestas. Toqué la puerta.
—Hola, Orlando. —abrió Lily.
—Llama a tu hermana, por favor. —obviamente lo dije enojado.
Me habían mentido. Si no lo hubieran hecho, probablemente él
hubiera sido arrestado y nadie hubiera sido asesinado, lastimado o
secuestrado.
—Uy, saluda.
— ¡Ve por Danielle, Liliana! —grité. Al parecer sus padres no
estaban. Danielle llegó rápido a la sala.
— ¿Qué te pasa? Espero que no sea por lo del otro día. —dijo.
Tenía su anillo puesto.
—Es sobre Murrieta.
—Ya te dijimos que…
— ¿No me dirás su verdadero nombre?
Danielle se quedó callada por unos segundos. Sus ojos estaban
humedeciéndose en lágrimas. Clavó su mirada en mis ojos.
—Pasa, te lo diré adentro. —me dijo, secando sus ojos con su
mano.
Llegamos al sillón y nos sentamos.
—Orlando, no sé cuánto duremos hablando de esto. ¿Quieres
café?
—Por favor. —le dije. No quería. Pero lo necesitaba. Al igual que
las respuestas. Fue a la cocina y sirvió dos tazas. Preparó la mía, ella
ya sabía cómo: bien cargado, dos de azúcar y una de crema.
— ¿Ya puedes contarme? —le dije.
—Está bien. —tomó café de su taza y suspiro fuerte. —Su nombre
es Joaquín Román. Sus papás lo encubrieron cuando se enteraron lo
que me había hecho.
— ¿Sus papás sabían?
—Sí, así que lo sacaron de la ciudad y lo mandaron con algún
familiar. Pero sus papás estuvieron presos unos 2 años.
Normalmente se les da de 3 meses a 3 años, pero a ambos los sacaron
por buena conducta. Pero unos meses antes de que salieran nosotros
ya estábamos por mudarnos. Y en cuanto salieron, no supieron más
de nosotros. —me dijo. No lloraba, pero su mirada estaba hacia el
suelo. No podía verme. Estaba triste. Y yo, enojado. Ella sabía
perfectamente que no me gustan las mentiras. Pero intenté relajarme
y tomé un gran trago de mi café.
—Amor. No debiste mentirme.
—Es que… —interrumpió desesperada, pero seguía sin llorar.
—Lo sé, no querías que me metiera. Pero él me metió. Mató a
Lucas. Dejó a Juan en el hospital y ahora mismo tiene secuestrado a
Mateo.
— ¿Fue él? ¿Tiene a Mateo?
—Sí. Aunque lo de Juan, fue un amigo de él al parecer. Que por
cierto me dio un buen susto ese tipo. Pero no importa ahora.
—Claro que importa. Amor, los demás y tú están en peligro.
—Y estamos conscientes de ello. ¿Pero qué hacemos? La policía no
hará nada.
—Orlando. Quiero que tengas mucho cuidado. No quiero que te
pase nada. Otra cosa que no te he dicho, es que se rumoreaba que su
familia estaba conectada a una banda de delincuentes o algo así. —
me dijo desesperada.
—Todo estará bien. La gente ya busca a Mateo y Juan casi está
dado de alta. Ese Murrieta… bueno Román o como se apellide, va a
quedar encerrado. También su amiguito el loco.
— ¿Prometes que estarás bien?
—Lo prometo.
Nos besamos. Solo fue un momento. Pues las cosas comenzaron a
ponerse como la última vez, así que la solté. Además, Lily estaba ahí
e iba a ser muy incómodo.
—Voy a verla, debo pedirle perdón por gritarle.
—Está bien. Te amo.
—Yo a ti.
14

Fue una larga disculpa la que le pedí a Lily. Tuve que llevarla a
cenar. Juan salió del hospital ese día. Pero en la noche, recibo una
llamada de un teléfono desconocido.
—Espero que no seas el tal Joaquín.
—Oh que bueno que me extrañabas otro.
—No vuelvas a llamarme así. ¿Dónde está Mateo?
—Libre. Lo dejé irse. Me cae bien. Adiós.
Colgó. ¿Eso fue todo? Solo «lo dejé irse, me cae bien» Me
sorprendió. Casi inmediatamente me llaman del número de Marcos.
— ¿Marcos? Me acaban de llamar, ¡Mateo está libre!
—Oh que bien, creo que ya estaba enterado. —era él de nuevo.
— ¿TÚ?
—SIP. Como te dije Orlandito, Matt me cayó bien, pero, Marcos no. Así
que no podré comunicarte con él. No es que no quiera, pero… jajaja.
— ¿Pero qué?
—Mi mano tomó un revólver y «accidentalmente» disparó en la cabeza
de Marcos. Ups.
— ¿QUÉ?
Colgó.
Román
— ¿Cómo que lo dejaste ir?
—Nunca me mostraste una foto de él ni dijiste su nombre
completo, solo dijiste «llámalo, cuando venga te diré quién es».
—No era necesario decirte más, bruto.
—Sabes bien, por qué no lo maté.
—Ya lo superarás, tío…
—Cállate y arranca la puta camioneta.
—Sí, sí. Pero mañana iremos por alguien.
— ¿Por quién?
—Mateo.
—Ah sí. Le…
—Sabes que sí. Pero luego iremos por el otro tonto. Marcos.
Capítulo IV:
Fiesta
1
—Odio este lugar.
—Yo también. —me dijo Danielle.
Estábamos en la funeraria. No en la misma dónde estaba Lucas,
pero el simple hecho de estar ahí me provocaba náuseas. Ahora en la
caja se encontraba Marcos. Fue encontrado un día después de la
llamada de ese imbécil de Joaquín. Su mamá era soltera como la mía.
Llegó con nosotros.
—Orlando, ¿puedo pedirte un favor?
—Claro señora. —le respondí.
—Marcos tiene… o tenía más bien, una guitarra. Ya sabes que a él
le gustaba mucho tocarla. Era su más preciada posesión. Tenerla y
verla me haría mucho daño. ¿Quieres venderla por mí?
— ¿Venderla? Señora, no creo que sea buena idea.
—Me quedaré con muchas cosas, pero, esa guitarra se la dio su
padre antes de morir. Ahora no sé si pueda tener algo que pertenecía
a ambos… —me dijo tapándose la boca para no soltar un llanto.
—Yo puedo quedármela. —dijo Juan, llegando por sorpresa a mis
espaldas. Danielle se asustó y dio un pequeño salto. —Me gustaría
quedarme con ella. Para recordarlo. ¿Cuánto quiere por ella?
—Si es para ustedes, absolutamente nada. Solo les pido que recen
por él. El dinero no es importante. Solo quería venderla para no
tenerla. Me recordaría mucho a él.
—Muchísimas gracias, señora. —dijo Juan.
—Mañana te la entregaré, Juan. Marcos decía que ustedes, Lucas
y Mateo eran como sus hermanos.
—Él también lo era para nosotros. —le dije. Danielle puso sus
manos en mi hombro para consolarme.
—Por cierto. ¿Dónde está Mateo? —dijo la señora secándose las
lágrimas. Pero, era verdad. ¿Y Matt?
—Lo llamé —respondió Juan, cruzando los brazos y con gesto
pensativo. —, pero su teléfono estaba apagado. No he sabido nada
de él.
—Qué raro. Él no hace eso. —dije.
—Tal vez está ocupado. —dijo Danielle.
—Nada es más importante que el funeral de uno de tus mejores
amigos, amor. —respondí.
—Concuerdo con Orlando. Matt no es así. —dijo Juan.
—Bueno, los dejaré solos debo atender a la gente que está
llegando. —nos dijo la mamá de Marcos. Y se fue sin esperar una
respuesta.
—Orlando, ¿has sabido algo del tipo que mató a Marcos y Lucas?
—dijo Juan.
—Nada.
—Juan, debo contarte algo. —dijo Danielle. Juan y yo la vimos
rápido. No entendíamos.
— ¿Qué cosa Danielle? —le respondió.
—Es sobre el tipo que los ha estado perturbando. Lo conozco, en
parte.
—Amor, ¿estás segura…
—Sí. —interrumpió.
—Está bien, solo vayamos por un café. Eso siempre ayuda en
estos momentos. —les recomendé. No respondieron, solo
caminamos a la cafetería del lugar. Danielle me vio un segundo con
lágrimas en sus ojos. Últimamente todos mostraban ese rostro
destrozado.

2
Juan vio fijamente su café. Como si éste le estuviera diciendo
algo.
—Danielle, no sabía nada de esto. Lo siento mucho y aprecio que
me lo hayas contado.
—Eres de confianza. Además, es para que tengas cuidado. Sigues
en peligro. —le respondió.
—Sé que no es mi culpa, pero él los ataca porque ustedes son
importantes para mí. Todo porque estoy con Danielle.
— ¿Estás diciendo que vas a cancelar el compromiso? —dijo Juan.
Danielle volteó a verme al instante.
—Para nada. Nadie nos va a separar. —dije tomando la mano de
Danielle. —Pero no quiero que les pase nada a ustedes ni a Matt.
— ¿Dónde está Matt? Debería estar con nosotros. —dijo Juan.
—Él debe estar bien. —respondí. —Pero aun así me preocupa que
esté solo o que Joaquín lo vuelva a secuestrar y…
—No pensemos en eso. —interrumpió Danielle. —Tal vez viene
en camino.
—Marcos… —dijo alguien que iba entrando a la cafetería. Era
Mateo. — ¿Es verdad todo esto? Ese desgraciado nos va a cazar uno
por uno.
—No Matt. No será así. —me puse de pie y lo abracé. Danielle
nos abrazó también. Juan, llorando a mares, nos abrazó. Debíamos
estar más unidos que nunca. Ese abrazo no era lo mismo sin Lucas ni
Marcos…

3
Estábamos en el cementerio. Mismo donde estaba Lucas, pero un
poco alejados uno del otro. Íbamos a despedir por última vez a
Marcos.
— ¿Alguien quiere decir algo sobre Marquitos antes de
enterrarlo? —dijo un hombre vestido con un traje elegante a un lado
del ataúd. A diferencia del día del funeral de Lucas, esté día estaba
muy soleado.
—Yo, señor. —dije con la mano en alto. —Si nadie tiene
inconveniente.
—Adelante, Orlando. —dijo la mamá de Marcos, se veía tan mal,
que creí que no podría hablar. El señor del traje se alejó del ataúd
para que pudiera hablar.
—Eh… Buenas tardes a todos. Eh… lo siento, nunca fue tan difícil
hablar frente a la gente. Yo soy Orlando Rivas, para los que no me
conocen, uno de los amigos más cercanos a Marcos junto a Juan,
Mateo y Lucas, que en paz descanse. Pues, para mí Marcos era muy
importante. Cuando lo conocí en Jóvenes Marianos, ya había pasado
algo de tiempo cuando su padre falleció. —la mamá de Marcos bajó
la mirada en ese momento. —Me había dicho que lo obligaban a ir
para que hiciera la confirmación y que cuando la hiciera saldría del
grupo inmediatamente. Yo, como coordinador, tenía 3 meses para
acercarme a él. Me gané su confianza. Tenía tanto que contar. Tanto
dolor en su alma. Era un muchacho destrozado. —la señora esta vez
no pudo contener las lágrimas. —Pero me puse en sus zapatos y
comprendí por lo que estaba pasando. Fueron muchos días
intentando hablar con él. Momentos buenos, momentos difíciles.
Pero lo importante es que era una buena persona. Se dice que Dios
manda al mundo a la gente para cumplir una misión. La misión de
Marcos era hacernos feliz a todos. —hubo un silencio incómodo por
5 segundos. —Sé que la pérdida de una gran persona como Marcos,
es muy difícil. Son cosas que uno no supera, pero, debe cargar con
ellas toda su vida. Es difícil ver como un joven inocente como él,
debe pasar por algo tan horrible como lo que provoco su muerte.
Pero señores, no nos quedemos con eso. Recordemos también los
momentos buenos que pasamos con él y por él. Recuerdo cuando ya
llevaba tiempo en el grupo y nos ponía a bailar «La Bamba» si no
contestábamos sus preguntas, ¿verdad Juan? —Juan asintió riendo,
de hecho, todos estaban sonriendo. —O cuando quiso empujarme a
mi pastel de cumpleaños y todos lo empujamos a él. —Mateo fue el
que se rio más fuerte. —También recuerdo que, en sus primeros días
en el grupo, dijo «María subió a los cielos porque sabía que Jesús
estaba triste sin ella», y nos hizo llorar a todos. —De nuevo un
silencio, pero no incómodo. —Esos son los momentos que debemos
recordar de Marcos, ahora estamos tristes, sí. Pero él quiere que
estemos felices por él. Que Dios lo tengo en su santa gloria.
Todos asintieron, me alejé del ataúd y Danielle, me abrazó.
— ¿Estás bien?
—Eso creo, amor. Quiero ir con Lucas después de esto.
—Seguro que sí. —respondió. Juan se acercó a Marcos y vio la
caja, dejándole caer una lágrima. Luego nos acercamos Mateo y yo.
—Nothing else matters. —susurró Juan.
— ¿Qué? —dijo Mateo.
—Nothing else matters, la canción de Metallica. Era su favorita.
—respondió.
—Es cierto. —dije. —Never cared for what they do —canté casi
susurrando —, never cared for what they know
—But I know. —respondieron al mismo tiempo.
—Adiós hermano, gracias por todo. —dije y luego nos alejamos
del ataúd. Iban a empezar a enterrarlo.
«So close, no matter how far». Era como empezaba la canción.
Amigo mío, si no has escuchado la canción, te la recomiendo. El coro
dice algo como:
Busco confianza, y la encuentro en ti,
Para nosotros, cada día es algo nuevo.
La mente abierta, para un punto de vista diferente,
Y nada más importa.
Nunca me importó lo que ellos hacen,
Nunca me importó lo que ellos saben,
Pero yo lo sé.
Se dice que James Hetfield, la escribió mientras hablaba con su
novia por teléfono. Esa historia le fascinaba a Marcos y por eso
amaba esa canción. Cuando lo enterraron, pusieron una lápida:
Marcos Lorenzo Estrada P.
1992-2011
Sus canciones serán interpretadas
Por los mismísimos ángeles
Después de todo ese momento difícil y de abrazar nuevamente a
la mamá de Marcos, subimos al auto para ir a ver la tumba de Lucas.
Estando ahí bajamos corriendo del auto, pues habíamos visto algo
raro en la lápida de nuestro amigo. Estaba rota, como si la hubieran
golpeado con un mazo, ahora solo decía
Lucas Pala
199
Ahora él nos cui
Cielo y no
Debajo de la lápida, en la orilla de la tumba, había un papel, como
una carta. Pero no era para él, sino para mí.
Te dijimos que te alejarás. Ella es mía. J.R.R.
—Ese hijo de puta es un maldito enfermo. —dije lleno de ira.

Román
— ¿Dónde estoy? ¿Por qué no veo nada? —dijo Marcos.
—Estás en un parque con los ojos vendados y cierra la puta boca,
Marcos. Debimos tapártela también.
—Tranquilo tío. Solo quítale la venda. —le quitó la venda.
—Usted, se parece a Orlando. ¡Usted chocó con Juan! Tú debes
ser el que mató a Lucas, ustedes dos son unos enfermos de m…
—Oh, tranquilo muchacho. Todos creen que fui yo el que mató a
Lucas, porque eso les hice creer. Pero en realidad, te sorprenderás de
quién fue. ¿Verdad primo?
—Así es, Joaquín. —dijo una voz conocida para Marcos. Luego lo
vio.
— ¿Qué? No puedo creer que seas un… —un disparo directo a la
frente lo interrumpió.
—Vayámonos de aquí antes de que nos vean. —dijo el tío de
Joaquín.
4
Mi tiempo de vacaciones acababa y no había señales de Román.
Como si de la nada hubiera desaparecido. Por mí estaba bien, que
saliera de nuestras vidas de una vez por todas.
Era un domingo, faltaban unos meses para nuestra boda. No
íbamos a cancelarla y menos ahora que no habíamos sabido nada del
maniaco y su tío. De nuevo nos quedamos solos, pero esta vez en mi
casa. Mamá había salido con nuestra vecina, la señora Martha.
— ¿Todas las invitaciones llegaron a sus destinos? —me preguntó
Danielle.
—Claro. Ayer fui al servicio de correos para que me confirmaran
que todas se entregaran.
—Estoy muy nerviosa, amor.
—Igual yo. —respondí. —Solo espero que no te rajes estando allá.
— ¿Cómo crees? —dijo, dejando salir una risita. —Ya pasamos
por mucho como para que al final de todo, diga que no.
—Buen punto. Oye, ¿sabes qué película veremos hoy? —le dije
mientras la rodeaba con mi brazo y levantaba las cejas.
—Ya vimos El Hombre Araña muchas veces, Orlando. Ni te
emociones.
—No me refería a eso, pero me dolió eso. Me refería a Toy Story
3.
— ¿Qué? No fuimos al cine a verla, amor. La película aún no sale
en la tele.
—Bueno, mi querida Danielle, —le dije con gesto de presumido.
—te agradará saber que tu prometido pidió «Pago Por Ver» a la
compañía del cable, para poder verla, justo en… 10 minutos.
—Te amo, eres el mejor.
—Lo sé. Tú también le respondí.
Danielle me molestaba por ver las películas del Hombre Araña
porque decía que era inmaduro. Pero, ella se emocionaba con Toy
Story, en especial la 3. Pensó que no habría una tercera parte y era su
saga favorita, si se le puede llamar saga.
5
La película terminó y ella seguía emocionada. Había llorado en
algunas partes de la película, en especial cuando el dueño de los
juguetes, los regala a una pequeña niña del vecindario. Lo siento si
no la has visto amigo mío.
— ¿Quieres ver otra película, amor? Aún es temprano. —le dije.
—En realidad, Orlando, no. —dijo, con una pequeña sonrisa, se
notaba nerviosa. Siempre quería ver otra película, a excepción de la
última vez.
—Pero…
—He pensado mucho en algo.
— ¿En qué?
—En lo que va a pasar después de que nos casemos. ¿Qué tal si
Joaquín…
—Ni lo pienses. —interrumpí. —Ambos tenemos los papeles
necesarios para vivir en Estados Unidos. He hablado con mamá
sobre esto, pero no sabía cómo decírtelo a ti.
— ¿Vivir en Estados Unidos? No lo sé, amor.
—Piénsalo. —dije, pero no quería que lo pensara, quería
convencerla. —Podríamos abrir algún negocio. O conseguir trabajo.
Allá las series y películas salen antes. Hay más calidad de vida.
Podemos ir a New York o California, tal vez Miami o Texas. No
importa, alejarnos de todo lo que nos está afectando. Estoy casi cien
por ciento seguros que ese loco no tiene ni la más mínima idea de
qué es una Visa.
—Pero, eso implica alejarnos de nuestra familia. Nuestros amigos.
No es lo mismo mudarse de Estado o ciudad que de país.
—Lo sé. Pero sería una vida perfecta. Tendremos hijos o hijas o
ambos.
—Voy a pensarlo, ¿está bien?
—Seguro que sí. —No, no estaba bien.
—Oye, ahora que lo menciones…
— ¿Qué? —interrumpí pensando que había cambiado de idea.
—Sobre… ya sabes… tener hijos.
—Cierto, olvidé por completo que…
—No. —interrumpió. —Tal vez para entonces ya haya superado
todo eso. Lo que más quiero en el mundo es una familia contigo.
Quiero un niño y una niña. No importa cuál primero y cuál después.
— ¿Es en serio? —yo, en serio, no lo creía. —Entonces podemos ir
pensando en nombres. —sugerí.
—Mira, si por alguna razón llegamos a irnos del país… olvídalo,
incluso si nos quedamos, quiero que el niño se llame Ray.
— ¿Ray? Me gusta ese nombre. Entonces yo escojo el de la mujer.
—Ah no, pero…
—No, no. Tú quieres el de uno yo escojo el de la niña. —le dije.
—Y, ¿cómo piensas ponerle? —preguntó.
—Quiero ponerle el segundo nombre de mi mamá.
—Creo que no sé cuál es.
—Francisca.
—Sin ofender a tu mamá, pero no me gusta. —dijo, moviendo el
dedo de un lado a otro.
— ¿Qué tal Francesca?
—Se escribe igual, Orlando. Solo cambia la pronunciación.
—Bueno, luego pensaré en eso. —sugerí.
Casi al instante, Danielle se acercó a mí y me besó. Fue casi como
el beso que terminó mal el otro día. Pero no me contuve está vez y
ella tampoco. No hubo interrupciones, ni quejas ni nada. No se
separó de mí, al contrario, se subió encima de mí. Así me levanté y la
cargué. «Cuidado» me dijo y siguió besándome. La llevé a la
habitación y le puse seguro por si mamá volvía. La recosté en la
cama y ella me jaló de la camisa arriba de ella. Justo en ese momento.
Justo cuando íbamos a hacerlo mi teléfono sonó. En mi mente,
rogaba a Dios que no fuera otro loco amenazándome. Pero era
mamá.
— ¿Hola?
—Hijo, no iré a casa hoy. Iré a ver a mi amigo. —me dijo y me
emocioné. Teníamos la casa para nosotros solos por toda la noche.
No pude evitar sonreír.
— ¿Irás con Teo?
— ¿Cuál Teo? Su nombre es Leo, y no. Mañana nos vemos.
—Sí, mamá, adiós. —colgué y Danielle quería preguntarme algo y
no la dejé, seguí con lo mío. Y lo demás no puedo contártelo amigo
mío. Lo que hicimos esa noche quedó entre nosotros, pero puedo
decirte, que no salimos de ahí hasta el día siguiente.

6
Después de la noche más maravillosa que había pasado con
Danielle hasta ese momento, despertamos abrazados en mi cama. Sin
ropa. Ella me respiraba en el cuello; yo sentía una combinación de
cosquillas y placer.
—Buenos días, preciosa. —le dije.
—Buenos días, amor. —dijo para después de darme un beso. —
Gracias por lo de anoche, Orlando. Ya muero por casarnos y tener
más de estás noches.
—Habrá muchas. De ahí saldrá la pequeña Francine. —le dije y
ella, se sentó con una mano deteniendo la sábana sobre su pecho y
me vio con una sonrisa.
— ¿Francine? Me agrada más que Francisca.
—Francine… ¿sabes? Lo dije sin pensarlo, pero, me encantó.
Era verdad. El nombre era perfecto. Francine…
— ¿A qué hora llegará tu mamá? —me dijo apresurada. Su
sonrisa se había borrado.
—No lo sé, tal vez aún tenemos tiempo para… —Guardé silencio.
Escuché que un auto se estacionaba frente a la acera de la casa. Abrí
un poco la cortina para ver quién era. Era mamá, ya estaba
caminando a la puerta, buscando las llaves en su bolso.
—Toma tu ropa y entra a mi baño. —dije rápido. No quería que
mamá nos viera así. Tendí mi cama lo más rápido que pude y me
puse el bóxer, luego escuché que la puerta de la casa. Toc, toc. Mamá
estaba justo fuera de mi cuarto y entró.
— ¡Mamá!
—Orlando, por Dios. ¿Por qué no estás vestido?
—Es que… Danielle durmió aquí, obvio yo dormí en tu cama. En
lo que Danielle entró al baño yo pasé al cuarto a cambiarme el
pijama.
—Pues debes tener precaución, ya estás grande. Pudo verte
Danielle.
—Sí mamá. Tienes razón.
Salió del cuarto sin responder. Danielle salió cuando escuchó que
mamá cerró la puerta del cuarto. Ella también seguía en ropa
interior, nos besamos unos segundos y nos vestimos.

7
—Orlando. Necesito que hablemos. —dijo mamá. Estábamos los
dos cenando. Yo llevaba un poco que llegué de ProSoft. — ¿Seguro
que dormiste en mi cama ayer?
—Sí, ma. ¿Por?
—Está bien. Entonces, ¿puedes decirme de qué color era la blusa
que dejé sobre la cama antes de irme?
— ¿Qué?
—Sí. Antes de irme dejé una blusa sobre la cama. Si es verdad que
dormiste ahí, ¿de qué color era la blusa que estaba ahí?
—Amarilla. —En realidad, no sabía. Era obvio y mamá no era
ninguna tonta. En realidad, yo no había entrado a su cuarto en todo
el día.
—Orlando. En primera, odio el amarillo y lo sabes.
—Pero… —interrumpí, pero era cierto lo que decía.
—En segunda, no había nada sobre la cama. Orlando, tú no
mientes. ¿Dormiste con ella?
—Sí. —me descubrió. —No quise mentir. Pero no sabía cómo
reaccionarías.
—Mira, hijo. Yo no tengo problemas con eso. Ya estás grande
para dormir con ella, a menos de que yo esté aquí, claro. ¿Tuvieron
sexo?
— ¡MAMÁ!
—Ay Orlando, por favor. Somos un par de adultos. Yo sé que
nunca hablamos sobre eso, pero podemos hacerlo ahora. Yo sé que no
tuviste un padre con quién hablar. Pero puedes hacerlo conmigo.
—Te diré, pero hay ciertos detalles privados sobre Danielle.
Además, tú tienes que contarme sobre mi padre.
—Orlando…
—Por favor, mamá. Soy un adulto, ¿no? Ya debería saber qué le
pasó.
—Está bien. —me respondió, mas no se veía muy convencida.
—Pues. Hace tiempo, ella me platicó que había tenido un
problema con una persona en Jalisco. La violó. Y tiempo después
tuvimos un problema porque íbamos a tener relaciones y ella no se
sentía lista desde aquel mal momento en Jalisco. —mamá asintió. —
Entonces, ya pasaron algunos meses de eso y por fin lo hicimos. Se
sintió muy bien. Más que bien. Mágico. No sabía lo que se sentía,
aunque admito que fue un poco incómodo al principio.
—Wow, no me imaginaba esa parte de la vida de mi nuera. Pero
qué bueno que haya comenzado a superarlo. Y si te sentiste
incómodo fue porque tu papá no te llevo a hacerte la circuncisión, tal
vez eso te molestó cuando lo hicieron.
—Tal vez, pero me acostumbré rápido. Ella también.
—Pues no se acostumbren a hacerlo seguido en esta casa. —dijo
en tono de broma y riendo. Pero yo sabía que era verdad.
—Ahora, ¿puedes contarme de papá?
—Orlando, yo…
—Ese fue el trato, cumple.
—Lo mataron. —dijo. Yo clavé la mirada en la suya. Hubo un
silencio incómodo que me pareció eterno.
—Por eso no quería contártelo. —habló por fin. —Tu padre,
estaba metido en «cosas», ya sabes. Armas, drogas, etc. Pero era un
negocio familiar, él estaba ahí sin su consentimiento. Esa gente no te
deja salirte, la única forma de hacerlo es matándote. Bueno, tu papá
solo vigilaba y cosas por el estilo. Él escogió tu nombre, él siempre
quiso visitar Orlando, Florida, pues quería conocer los Estudios
Universal. Pero cuando naciste, unos 10 meses después, unos tipos
en una camioneta se lo llevaron y apareció con una bala en la frente
en un baldío. Nunca supe por qué, pero pasó. Entré en depresión.
Estaba pensando en suicidarme y darte en adopción. Pero yo sabía
que él nos amaba. No le gustaría que nos separáramos. Tú no lo
recuerdas, pero, —una lágrima salió de su ojo, pero la limpió antes
de recorrer la mitad de su mejilla. —él te decía «cachorro». —
¿Cachorro?, pensé. —Él te adoraba, y ese amor que él te tenía y el que
me tenía a mí, me hizo pensar que, lo correcto era que me quedara
contigo.
—Mamá, yo no sabía nada de eso. Lo siento.
—Tú lo dijiste, hijo. Eres un adulto y merecías saberlo. Solo no
querías que pensaras que era un mal hombre. Su familia lo obligaba
a serlo.
—Entonces, él era un…
—Entiende, por favor. Estaba obligado a serlo. Vivíamos en otro
estado, esa parte ya lo sabes. Tu papá sabía de música, incluso te
escribió una canción de cuna.
— ¿Noche sin ti? Pensé que era tuya.
—Para nada, hijo. Tu papá era el talentoso. Tocaba guitarra.
Soñaba con ser un músico profesional, pero su familia nunca lo
apoyó. Querían que fuera como ellos, como si fuera un negocio
profesional, más bien, lo era. También iban a meterte a ti en él,
cuando tuvieras edad. Cuando él se enteró, decidió que era mejor
escapar. Pero, allá, la familia de tu padre, tenía muchos enemigos, y
nos encontraron. Aunque el objetivo era tu padre. Y como ya te
habrás dado cuenta, nada terminó bien de ahí.
El silencio incómodo nos acompañó una vez más. La vi, ya no
podía detener las lágrimas. Tal vez, el tal Leo, solo sea un simple
amigo. Aún no lo sé. Pero, nunca había visto a mi mamá tan
destrozada como entonces. No sabía qué decirle para consolarla. Solo
me puse de pie y la abracé.

8
Estaba con Juan y Mateo, los únicos «Evangelistas» que
quedaban. Estábamos casa de Juan. Salí de su habitación con mi traje
de novio puesto. Era negro con corbata negra, quería algo sencillo.
—Pues, te ves bien otro. —dijo Juan.
—Sí. Pareces un hombre de negocios. —dijo Matt.
—Pues va a negociar su libertad con el padre en la boda. —
bromeó Juan.
—Ríanse, solterones. —respondí con una sonrisa falsa. —Así van
a estar ustedes en el futuro.
—No, gracias. Quiero ser libre. —dijo Juan. Ambos rieron.
— ¿Ya se probaron los trajes de caballeros de honor? —les dije.
—Sí. —respondió Matt.
—No. Ni se te ocurra que…
—Póntelo. —le dije.
—Sí, hazlo. —dijo Matt.
—Tú también. Los dos, ya.
Ambos se levantaron del sillón y se fueron a cambiar, Juan a su
cuarto y Mateo al baño. Tardaron unos 5 minutos en ponérselos.
Salieron casi al mismo tiempo.
—Hola, señor elegante. —dijo Mateo, estirando su mano para
saludar a Juan.
—Hola, señor elegante. —repitió Juan. Sus trajes, a diferencia del
mío, eran de color azul marino. Tenían puesta la corbata color vino,
tal vez por eso tardaron algo en salir.
—Ahora ustedes parecen de negocios. ¿Van a negociar cuántos
plátanos le toca a cada uno? Par de simios. —les dije, soltando una
gran risa al final.
—Yo digo que lo golpeemos. —dijo Mateo.
—Mejor manchemos su traje con algo. Eso le dolerá más. —
respondió Juan.
—Llorones. —respondí sin parar de reír. Luego ellos rieron.
Se sentaron en la sala conmigo. Mateo, en el sillón reclinable.
Siempre que íbamos a casa de Juan se sentaba en él, decía que era
suyo. Juan se sentó a un lado de mí.
— ¿Cómo se verían Lucas y Marcos con estos trajes? —dijo Juan.
Mateo y yo dejamos de reír y lo volteamos a ver.
—Creo que bien. —respondió Mateo. —A ellos les gustaría estar
aquí.
—Eso creo. Ojalá hubieran podido acompañarme. Si no fuera por
ese loco, ellos estarían con nosotros. —dije enojado.
—Tranquilo, Orlando. Ellos están descansando. —dijo Mateo.
—Sí, otro. Ellos están orgullosos de ti. Además, no vale la pena
pensar en el tipo ese. Gracias a Dios no hemos sabido de él en un
tiempo. —dijo Juan.
—Soy capaz de matarlo si lo vuelvo a ver, se metió con mis
amigos… Más bien, mis hermanos.
Román
— ¿La ves? —dijo el tío de Joaquín.
—Sí, está igual de hermosa que siempre. Está con su hermana,
Lily, su mamá y una amiga que no conozco. Que tampoco está nada
mal.
Estaban parados frente a una boutique, cerca del centro
comercial. Ambos portaban gorra, lentes oscuros y una capucha.
— ¿Por qué no solo nos la llevamos? Podemos esperar a que
salga, empujamos a sus amigas y nos llevamos a Danielle.
—Todo a su tiempo, tío. Debiste verla, ese vestido de novia le
quedaba muy bien.
—La vería si no fuera por mi miopía, hijo.
—Lo sé. Tú y tu miopía. Siempre lo mencionas.
—Espera, van saliendo. ¿Alcanzas a ver con quién va? No la
había visto.
— ¿A quién? Veo un poco borroso, hijo.
—Es mi tía Edna.
—Creo que la alcanzo a distinguir desde aquí. —dijo el hombre,
bajando un poco sus lentes oscuros para ver mejor.
—Acércate. Sabes que te encanta la zorrita.
—Solo yo puedo decirle así. Idiota irrespetuoso.
—Sí, sí. Soy muy irrespetuoso. Lo dice el que profano la tumba de
Lucas.
—Baja la voz, muchacho. ¿Qué te he dicho? A ver, camina lento.
Yo cruzaré la calle. Toma mis lentes y mi gorra. —El hombre se quitó
su gorra color azul con anaranjado de los «New York Mets». Cruzó
corriendo para alcanzar a Edna, la mamá de Orlando.
—Leo, no te había visto. —dijo Edna, al verlo detrás de ella.
9
Así llegamos a este día, amigo mío. El de mi boda. Nada podía
arruinarlo. No habíamos sabido nada de Joaquín Román en meses.
Era 24 de diciembre de 2011. Cuanto habían cambiado las cosas
desde hacía un año atrás. Descubrí el secreto que Danielle me
ocultaba. También conocí a su violador. Incluso a su tío. Lucas
muerto apuñalado. Y Marcos con un balazo en la frente. La tumba de
Lucas profanada. Danielle y yo habíamos tenido relaciones, no solo
una vez, cabe aclarar. Vaya. En serio nada era cómo antes. Estaba
ansioso en la entrada de la Iglesia, aún faltaba un poco para que la
ceremonia comenzara. Estaba en sentado en una banca. Mamá se
acercó a un hombre con lentes de cristal transparente, que iba
llegando y lo abrazó. Él tomó la mano de mamá y ambos se
acercaron a mí.
—Hijo. Quiero presentarte a Leo. Es mi pareja. —cuando mamá
dijo eso, olvidé mis nervios por un segundo y me puse de pie para
saludar.
—Buenas tardes. Soy Orlando Rivas.
—Mucho gusto. Soy Leonardo. Tu madre me ha hablado mucho
de ti. Felicidades por tu boda.
—Muchas gracias. Felicidades a usted también. Consiguió a una
mujer muy especial.
—Lo sé, muchacho. Oye, por cierto, ¿nos conocemos de algún
lado? —preguntó.
—No lo creo, señor. Aunque admito que siento que lo conozco.
—Eso pensé yo también, hijo. —me dijo mi madre. —Tal vez por
eso caí rendida ante él.
—No exageres, corazón. —dijo Leo. —Y tú, Orlando, no me
llames señor. Puedes llamarme Leonardo o Leo, como te guste más.
—Está bien, Leo. Me da mucho gusto conocerlo. —el padre salió
de la capilla, haciéndome señas. —Los dejo. El padre me llama. De
nuevo, mucho gusto Leo.
—El gusto es mío, Orlando. —me dijo. Me alejé de ellos y me
dirigí a la puerta principal de la Iglesia, donde se encontraba el
padre esperándome.
—Orlando. Por favor, entra ya, la ceremonia esta por empezar y
hay que esperar a la novia.
—Sí. Padre. En un momento estoy en el altar.
El padre asintió y entró al templo. Yo pasé detrás de él. Vi hacia
arriba, justo en el altar. Camine en el pasillo central del lugar, con la
vista en la figura de Jesús crucificado, verlo me ayudó a olvidar mis
nervios y mi estrés. Sentía como si pudiera verme, pero no me
hablaba. Sin embargo, me hacía sentir bien. Siempre lo hacía. Me
paré frente al altar e incline mi cabeza como siempre lo he hecho.
Miré directamente a sus ojos y dije en voz baja. «Tú sabes lo que es
correcto para Danielle y para mí, que sea lo que tú quieras, Señor. Y
por favor, protégenos de los peligros, en especial de Joaquín.»

10
De un momento a otro, el templo estaba lleno. Había mucha
gente. Y no es por presumir, amigo mío, pero Danielle y yo teníamos
muchos amigos y familiares. Yo comencé a ponerme nervioso de
nuevo, ver la figura no me ayudaba esta vez, pues no era por la
boda, sino por Danielle. No llegaba. Matt y Juan estaban detrás de
mí. Mi pierna temblaba como loca. En el reloj del templo, ya daban la
7:17 p.m., lo que significaba que se había demorado ya, 17 minutos.
«Los más largos de mi vida», pensé. Mi madre estaba al frente, con
ella estaba Leo, sonriéndome. Al otro lado, los abuelos de Danielle.
Volteé a ver a mi madre y me hacía señas para calmarme.
—Tranquilo, otro. Ya viene. —dijo Mateo, casi susurrando.
— ¿Cómo lo sabes?
—La novia nunca llega a tiempo a la boda.
—No lo estas ayudando, hombre. —dijo Juan.
—No, no lo hace. —dije.
En eso, un auto clásico de color plateado, muy bien cuidado. El
papá de Danielle iba en el lugar de copiloto. Bajó y abrió la puerta de
atrás, salió la mamá de Danielle, luego Danielle. Abrí la boca de lo
sorprendido que quedé. La gente se dio cuenta de mi expresión y
voltearon a ver, cuando la vieron se pusieron de pie. Sus padres se
pusieron de un lado cada uno. Tomaron sus brazos y entraron al
templo. La sobrina de 5 años de Danielle, venía agarrada de la cola
del vestido de novia. Dejé escapar una lágrima. Me sentía bien,
nunca me había sentido tan bien. Se veía hermosa. Más hermosa que
nunca. Llegaron al altar, Danielle se despidió de sus padres y subió
al altar, mientras ellos se iban a sus respectivos lugares. Ella se paró
frente a mí. Cruzamos miradas, yo limpié mis lágrimas.
—Estás hermosa —le dije.
—Tu muy guapo.
— ¿Por qué tardaste tanto? —susurré.
—Ponerse el vestido no es fácil. Ahora calla, que la ceremonia va
a empezar.

11
« ¡Los votos!», pensé. Ya estaba llegando la parte donde decimos
nuestros votos y yo no venía preparado. El momento era difícil. Un
millón de veces más difícil que el día que le pedí matrimonio a
Danielle. De por sí ya estaba nervioso cuando llegué, ahora lo estoy
más. ¿Recuerdas la bomba en mi cabeza? En aquel día que le pedí
matrimonio. Pues había otra. Esta era mil veces más poderosa. Iba a
acabar con mi cabeza, tic tac, tic, tac.
—Orlando, tus votos, hijo. —dijo el padre, sosteniendo el
micrófono.
—Padre, —interrumpió Danielle— en realidad, me gustaría
empezar con mis votos.
— ¿Estás de acuerdo, Orlando? —dijo viéndome a los ojos, lo que
me ponía más nervioso.
—Damas primero. —respondí, ocultando mi nerviosismo con una
sonrisa. El padre me devolvió el gesto y le dio el micrófono a
Danielle. Me ponía más nervioso saber, lo que tenía que decirme,
pero ella parecía no estarlo. Tic, tac, tic, tac.
—Orlando. 9 años como novios. Fue un largo camino para llegar
aquí. Fue todo un reto. No solo para nosotros, sino para la gente a
nuestro alrededor. —bajé la vista un segundo y luego volteé a ver a
los invitados con una sonrisa. —Pero, no hubo ni un momento en
que dejara de pensar en ti. Ni siquiera en mis sueños. ¿Sabes lo que
es pensar en una persona las 24 horas del día, los 365 días del año,
por 9 años? —asentí. Tic, tac, tic, tac. —Orlando, te amo, nada va a
cambiar eso. Hemos tenido historia antes y la seguiremos teniendo.
Amigo mío, no pude contener las lágrimas. Y no supe si era
correcto, pero la abracé en cuanto terminó. La gente reaccionó con un
«Ohhhhh» muy tierno. Como cuando dos niños de kínder se dan un
beso en las mejillas. Y yo no podía hablar. El padre tomó el
micrófono y me lo dio.
—Orlando. Todo tuyo. —tomé el micrófono, pero las palabras no
salían.
—Danielle… yo… eh… —los nervios estaban acabando conmigo.
Tic tac. —Yo…
— ¿Te sientes bien? —dijo el padre. La gente estaba impaciente.
—Estoy nervioso. —dije, alejando el micrófono para que nadie lo
oyera. Danielle, rio en voz baja. El padre tomó el micrófono.
—Es normal, sentirse nervioso, en especial en este tipo de
ceremonias, hijo. Pero no importa. —volteé a ver a la gente. Unos se
reían, otros tenían los pulgares arriba y otros solo me decían con
señas que me tranquilizara. —Pasemos a lo siguiente, entonces.
—Lo siento. —le susurré a Danielle.
—No importa, amor.
—De pie, Danielle y Orlando. —tic, tac, tic, tac. —Orlando,
¿aceptas a Danielle como tu esposa, para amarla y respetarla, serle
fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad,
durante todos los días de tu vida?
—Acepto, padre.
—Danielle, —tic, tac, tic, tac. — ¿Aceptas a Orlando como tu
esposo, para amarlo y respetarlo, serle fiel en las alegrías y en las
penas, en la salud y en la enfermedad, durante todos los días de tu
vida? —Tic, tac, tic, tac. Mil… no, un millón de veces más rápido.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac.
—Sí acepto. — ¡BOOM! La bomba estalló y las lágrimas salieron
de mis ojos. También de los de Danielle.
— El señor confirme con su bondad este consentimiento que han
manifestado ante la Iglesia y cumpla con ustedes su bendición. Y lo
que Dios acaba de unir; que nunca lo separe el hombre. Orlando,
puedes besar a la novia.
Y vaya beso, amigo mío. El mejor de mi vida. En cuanto nuestros
labios se encontraron (después de la única misa que quería que
acabara rápido), la gente saltó de sus asientos. Gritando,
aplaudiendo, etcétera.
—Te amo. —me dijo.
—Yo a ti mil veces más

12
Íbamos en el auto clásico que trajo a Danielle antes de la misa,
rumbo al salón de fiestas, a celebrar el mejor día de nuestras vidas,
hasta entonces. No podía de verla y sonreír.
—Estás tan hermosa. —le dije, con los ojos húmedos aún.
—Ya es la millonésima vez que me lo dices, amor.
—Lo siento, pero cada segundo que pasa, estás más hermosa.
—Te amo, esposa.
—Yo a ti, esposo.
Nos dimos un beso que se interrumpió por nuestras sonrisas.
Éramos muy felices. Pero, yo vi algo tras la ventana. Algo que me
borró la sonrisa, en un momento. Había una Lobo blanca con un
golpe en la parte de enfrente. En las ventanas, había una lona con
«Orlando y Danielle, felicidades por la boda» impreso en ella. En la
caja de la camioneta, estaba Joaquín Román con una lata de cerveza
en la mano y diciendo adiós con la otra mano. Tenía una sonrisa en
el rostro, notablemente forzada, cabe aclarar.
— ¿Qué pasa, Orlando?
—Era él. Era Román. En la camioneta blanca que golpeó a Juan.
¿No la viste?
—No, amor. Son tus nervios los que te hacen pensar eso.
—Señor, —dijo el chofer. —en realidad, la camioneta era gris y no
había nadie ahí.
—Pero tenía un cartel con nuestras iniciales, ¿acaso usted
tampoco las vio?
—Sí, señor. Pero el cartel decía algo como «Voten por Oscar y
Daniela para reyes del baile». Tal vez eran dos estudiantes de
preparatoria. Por cierto, disculpe por interrumpir, señores.
—No hay problema, aclaró mi mente. Gracias.
—No hay de que, señor.
Llegamos al salón, la gente ya estaba esperando afuera, nuestro
chofer tomó el camino largo. No bajamos sin antes agradecerle y
despedirnos.
13
La gente nos saludaba y nos felicitaba por nuestra boda. Nunca
había visto a Danielle tan feliz ni tan hermosa. Se veía como otra
persona. Pero ella cambió. Era de mente más abierta, más alegre, más
hermosa, etcétera, etcétera. Y yo estaba muy feliz. ¿Cómo no estarlo?
Hace algunos minutos atrás, me había casado con el amor de mi
vida. Por suerte la «bomba» no resultó ser tan catastrófica.
Ella se acercó a sus amigas de la universidad y yo, me dispuse a ir
con Juan y Matt. Pero una mano me jaló del brazo hacia atrás.
— ¿A dónde vas? Vamos a ir a bailar, señor mío. —dijo Danielle,
que por cierto me dio un buen susto. No me dio tiempo ni de
responderle. Bailamos un buen rato en la pista; nos dejaron en el
centro un muy buen rato. Algunos se reían por mi torpeza para
bailar y por confundir un paso de cumbia con uno de reggaetón.
Bueno, uno no es perfecto, así que ni se te ocurra reírte, amigo mío.
Después de una hora (si no es que más), pude zafarme para ir con
mis amigos mientras Danielle bailaba con sus amigas. Esa mujer no
se cansa con nada, (y no es por presumir), pero me consta que sí.
— ¿Estás disfrutando la fiesta, otro? —dijo Juan con un vaso de
vacío en la mano.
—Sí, hermano. Está muy buena la fiesta… espera. ¿Dónde está
Mateo?
—Voltea hacia atrás y velo. —respondió. Mateo estaba hablando
con una chica de vestido dorado. Era el tipo de chica que le gustaba a
Mateo: rubia. Eso era todo lo que le gustaba, aunque suene un poco
racista.
— ¿La conoces? —me preguntó.
—Es Ivonne. La prima de Danielle.
—Pues, está muy bonita, ¿no crees?
—No me preguntes eso el día de mi boda, Juan Carlos.
—Uy perdón, señor mandilón. —dijo bromeando. Le di un ligero
golpe en el hombro mientras reíamos. Llamo al mesero para pedirle
un trago de su bebida, para mí. Era tequila con refresco de toronja,
limón y sal. Cuando el mesero se acercó, yo volteé mi vista hacia otro
lado. Creo que mi experiencia con los meseros no es muy buena que
digamos. Me trajo el trago rápido, apenas alcancé a darle un ligero
sorba cuando la banda anunció su descanso y el DJ tomaba su turno,
diciendo que era la hora del vals. Mi mamá y Leo me tomaron de los
brazos hacia la pista. Danielle estaba ahí esperándome. El DJ puso la
canción que Danielle y yo escogimos para la boda. Era Far Away, de
la banda Nickelback. Cuando el intro de guitarra acústica se escuchó,
estiré la mano hacia Danielle, ella la tomó y se acercó a mí para
empezar a bailar. La gente gritaba y aplaudía, me gustaba eso,
«Podría acostumbrarme a esto», pensé un momento y reí un poco.
Danielle se pegó a mi pecho. Cuando la canción llegaba a su punto
más emocionante, que es el final (cuando el vocalista aumenta el
tono), pasó algo que ni Danielle ni yo teníamos previsto: comenzaron
a caer papelitos desde arriba, justo en la pista de baile. Algunos
dorados y otros plateados. No sabíamos quién había preparado tal
sorpresa, pero fue la segunda mejor parte de la fiesta.

14
Ya era casi medianoche, es decir, la Navidad estaba llegando. Así
que después de 3 vasos preparados con tequila y refresco, me
dispuse a dar un brindis al terminar el turno de la banda en vivo.
Cuando la música cesó y anunciaron su último descanso, fui al
escenario antes de que el DJ comenzara. «De todos modos ya le
pagamos» Tomé un micrófono y hablé.
—Hola, buenas noches a todos. Gracias por venir. —dije, un poco
nervioso aún, por cierto. —Bueno, pues, como saben, estamos a
exactamente 3 minutos de que la Navidad llegue. Así que quiero
decirle algo a mi esposa Danielle. —dije apuntando así ella con el
dedo índice sin soltar el vaso de tequila casi vacío. —Danielle, quiero
disculparme por no haber dado mis votos en la ceremonia hoy, así
que si no les molesta quiero decirlos ahora. No confundan las cosas,
sigo nervioso. —Todos en especial Danielle y yo, nos reímos de mi
comentario. —Danielle, como ya dijiste, hemos pasado por muchas
cosas, algunas muy buenas, otras no tan buenas. Pero quiero decirte
que, a pesar de todos nuestros problemas, yo estaré a tu lado toda mi
vida. Aun así, tenga que vivir debajo de una caja de cartón, o tenga
que comer de la basura, nada me haría más feliz que tenerte de mi
lado, porque nuestros destinos se juntaron una vez y no habrá
intersecciones en el resto del camino. Salud, por nosotros, te amo. —
Todo mundo gritó «salud» y alzaron sus vasos y copas. — ¡Feliz
Navidad a todos! —grité. Todos gritaron «Feliz Navidad» de nuevo
y dejé el micrófono, tomé lo que me quedaba de tequila y lo dejé a
lado de la mesa de DJ, el cual reprodujo la canción (casualmente)
«Feliz Navidad». Me acerqué a Danielle para bailar. La pista de baile
estaba llena y no había nadie en las mesas. Era una verdadera fiesta.
NUESTRA fiesta.
Román
— ¿Qué quieres? Estoy viendo la televisión. —dijo Joaquín.
—Había una chica en la fiesta.
—Me importa una mierda, hombre.
—Idiota, quise llevarla a coger y se resistió. Ya sabes a que me refiero.
— ¿Eres pendejo o qué? ¿Cómo se te ocurrió matarla?
—Aun no lo hago.
— ¿A qué te refieres?
—Bueno, está en el asiento de atrás de mi auto, amarrada y con la boca
tapada. Puedo irme a divertir y después divertirte tú.
—No se oye mal, pero no gracias. Tráela antes de mediodía,
cuando termines con tus porquerías. Veremos qué hacer con la
pendejada que hiciste.
—No me hables así, hijo de puta. Te recuerdo que el jefe de todo esto soy
yo. —el grito ahogado de terror de la chica, se escuchó por el
auricular del teléfono de Joaquín.
—Lo siento, no volverá a pasar.
—Iba a recompensarte lo que hiciste antes por mí, pero jódete. Ahora
piensa cómo harás para llevarte a Danielle y dejarme a Orlando.
—un grito aún más fuerte se escuchó antes de que la voz del otro
lado colgara.
—Si no dejo de decirle cosas así a esté imbécil, me matará. Él no
cree en la regla de no tocar a la familia, así que yo también corro
peligro. Me hubiera gustado estar yo al mando para no volver a ver a
esta gente de mierda. —dijo para sí mismo en voz baja. Apagó la
televisión y se echó en la cama.
Capítulo V:
Cuchillos
1
Desperté con Danielle a mi lado. Cuando se durmió estaba sobre
mi pecho, pero tal vez se quitó al acomodarse. Amigo mío, era mi
primera noche con mi esposa, despertamos en una casa cerca de la
playa que renté por un tiempo. En ProSoft me regalaron un tiempo
para mi luna de miel como recompensa por el empleado del año. Ni
yo me lo esperaba. Me levanté de la cama mientras Danielle dormía;
nos habíamos dormido a las 4:00 a.m. por lo que tardamos en llegar a
la playa luego de la fiesta, que acabó como a las 2:00 más o menos.
Me puse el pantalón y fui por un café a la cocina. Regresé al cuarto y
salí al pequeño balcón donde había una silla, me senté y contemplé
el mar. ¿Qué más podía pedir? Tenía a mi esposa, el mar y un buen
café caliente y cargado, sin mencionar que era Navidad. Pero, no
podía dejar de preocuparme por Mateo y Juan. Tenía el
presentimiento que algo pasaría en mi ausencia y que Román
volvería a hacer de las suyas. No entendía, si su problema era su
obsesión con Danielle, ¿por qué atacar a los Evangelistas? Pudo
haberme matado solo a mí para dejase el camino libre, pero no lo
hizo por alguna razón. Parecía que quería torturarme a mí, en lugar
de a Danielle. Mis pensamientos fueron interrumpidos por mí ahora
esposa, que seguía desnuda. Me abrazó por atrás y me dio un beso
en la mejilla.
—Buenos días, esposo. Te despertaste muy temprano. —me dijo
en voz baja, como si hubiera alguien más. Eran las 9:00 a.m.
—Buenos días, corazón. Ya sabes que el sonido del mar me relaja
mucho.
— ¿Sabes qué día es? —me dijo. « ¿Qué tiene que ver eso?», pensé.
— ¿Domingo?
— ¿Fecha?
—25 de diciembre del 2011.
—Exacto, amor. ¿Y qué se hace el 25 de diciembre?
— ¿Te refieres a dar regalos? —en realidad había olvidado
comprar un regalo. Tenía que improvisar.
—Sí. ¿Quieres ver el tuyo?
—Eh… —Seguía pensando que improvisar
— ¿Qué pasa? —preguntó. —No es necesario que tú me des algo,
con estar aquí contigo es suficiente.
— ¿Entonces…
—Ven conmigo.
Tomó mi mano y me llevó a la habitación. Se puso la camisa de
mi traje para cubrirse. Volvió a tomar mi mano, esta vez me llevó a la
sala, donde su bolso estaba en el sillón más grande.
—Siéntate, por favor. —me dijo sonriendo, mientras abría su
bolso y sacaba una caja del tamaño de un lápiz, envuelta en un papel
color dorado con un moño rojo. —Ten, ábrelo.
—Está bien, creo. —dije nervioso. Ella se veía muy feliz,
emocionada. Cuando la abrí, había una prueba de embarazo ahí
dentro. Tenía dos rayas de color rojo.
—Dos rayas… ¿significa que…
— ¡Vamos a tener un bebé! —gritó emocionada. Yo tapé mi boca
con la mano para evitar salir un grito de emoción. Comencé a llorar y
la abracé. Le di un beso y la volví a abrazar mientras le decía: —Me
has hecho el hombre más feliz del mundo en apenas dos noches. Te
amo.
2
— ¿Otro? ¿Cómo estás? —dijo Juan, desde su teléfono.
—Muy bien, hermano. Tengo muy grandes noticias que darte.
—Te escucho. —dijo entusiasmado.
—Danielle y yo tendremos un bebé. Me lo dijo hace apenas unos
minutos. —le dije aun sorprendido.
— ¿Es en serio? ¡Muchas felicidades! Pero pensé que ella y tú… ya
sabes. Ella no podía…
—Eso es cosa del pasado, mi querido Carlitos. —dije bromeando.
—Vuelves a decirme así y te corto la llamada, desgraciado.
—Sin llorar. —dije soltando una gran carcajada. —Oye, tengo casi
15 minutos intentando contactar a Matt, ¿sabes algo de él?
—Lo único que sé es que se fue con la prima de Danielle. La chica guapa
de la fiesta… ¡Ivonne! —recordó.
— ¿Se fue con Ivonne? Bueno, eso es…
— ¿Quién se fue con Ivonne? —gritó Danielle desde la cocina.
— ¡Mateo! ¡Espera amor! Juan, te llamo luego, cuando sepas algo
de Mateo, llámame.
—Seguro, Orlando. Ve a ponerte el mandil. —dijo soltando una
carcajada y colgó. Tal vez sabía que no iba a ganar una pelea de
insultos.
Al terminar la llamada con Juan fui a la cocina, donde Danielle
estaba preparando el desayuno.
— ¿Necesitas ayuda? —pregunté.
—No amor, gracias. Ya casi termino. —dijo mientras quitaba un
sartén del fuego.
—Espero que sea comestible. —bromeé mientras me acercaba al
comedor de la casa.
—Que chistoso. —dijo con una risa forzada al final. Llegó a la
mesa con dos platos de hot-cakes y tocino. Volvió a la cocina y trajo 2
vasos de leche chocolatada y se sentó conmigo para comer.
— ¿Hablaste con Mateo?
—Oh no. Era Juan. —dije mientras tomaba un poco de leche.
—Me dijo que Matt se fue de la fiesta con Ivonne. Ya sabes cómo es
él.
—Ya lo sé. Por eso mismo quería saber. No quiero que mi prima
me dé sobrinitos, tan joven.
—No exageres, de seguro cuidaron. Mateo es caliente pero
prudente.
—Qué mal chiste, amor. —De hecho, sí, era malo. Pero era
verdad.
—Bueno, cambiando de tema. El desayuno es muy bueno.
Debiste estudiar Gastronomía, en lugar de Psicología.
—Sabes que me gusta ayudar a la gente. Además, me sirvió para
superar lo que… ya sabes qué.
En ese momento mi teléfono sonó, quería ignorarlo para seguir
hablando con Danielle, pero pensé que sería una emergencia. Le di
un beso a mi esposa en la frente y corrí a buscar mi teléfono.
Llegando a la habitación, tomé mi teléfono, era Mateo.
—Te he estado llamando Mateo de Jesús. ¿Te fuiste con Ivonne?
—Tranquila mamá. Estamos bien.
—Quería darte grandes noticias, hermano.
—Juan me lo dijo todo. No te emociones. —dijo en tono alegre.
—Felicidades, hermano.
—Carlitos va a escucharme por darte MI gran noticia.
—No lo culpes, otro. Se oía más emocionado que tú.
—Bueno. Desde que Lucas y Marcos no están, se emociona con
nuestros logros.
—Tienes razón. Esas cosas nos afectaron a todos. Pero parece que Juan
fue el más afectado.
—Sí. Pero no hablemos de eso. Te dejo porque mi esposa me
espera para desayunar.
—Sí. E Ivonne acaba de despertar, debo dejarla en su casa.
—Por favor. Danielle se preocupó. Bueno, nos vemos cuando
vuelva a casa. Hasta pronto.
—Diviértete en tu luna de miel, hermano. —después colgó.
Cuando terminó mi llamada con Mateo, un mensaje llegó a mi
teléfono (desde un número desconocido) casi al instante.
«Hola, Orlando. Soy tu gran amigo, ya sabes quién. Bueno, solo
quiero desearte que la pases bien en la luna de miel con Danielle. MI
MUJER. Porque fue mía primero. Además, deberías avisarle a Mateo
que cuide bien a Ivonne. Digo, no vaya a ser que una camioneta
blanca golpeé el auto de la madre de Mateo como cuando mi tío
golpeó el de Juan. ¡Saludos a la novia!»
— ¡DANIELLE! ¡DEBEMOS VOLVER! —grité. Amigo mío,
cuando menos pensamos, él volvió.
3
—No responde, Orlando. —dijo Danielle, preocupada. Íbamos en
el auto de regreso a casa. — ¿Crees que les haya hecho algo?
—No lo sé. Llama a Juan, dile que tenga cuidado y que busque a
Mateo. —Tomó el teléfono y buscó el contacto de Juan. Esperó a que
respondiera. —Juan, soy Danielle. Te pondré en altavoz.
— ¡Juan! Busca a Matt…
—Orlando. Mateo llamó. Dice que 2 tipos se llevaron a Ivonne. A él solo
lo golpearon.
— ¿Qué Ivonne qué? —dijo ella desesperada.
—Entonces, dejaron a Mateo vivo.
—Eso creen ellos, hermano. Mateo se hizo el muerto hasta que ellos
estuvieran convencidos y se fueran. No quise molestarlos en su luna de
miel. Por eso no se los dije al instante.
— ¿Sabes dónde encontrarlo? —dijo Danielle con lágrimas en los
ojos.
—Voy en camino a su casa. Lamento que todo esto tenga que
interrumpir su luna de miel.
—No pensamos perder a alguien más. Ya vamos de regreso.
Estaremos allá en hora y media, más o menos.
—Está bien.
—Lleva a Mateo al hospital y nos vemos ahí, también tengo que
ver a mamá.
—Nos vemos ahí. —colgó. Esto era malo. Es hijo de puta se metió
con mi mejor amigo. Ahora habría que esconderlo un tiempo para
que siguiera creyendo que murió, si es que lo hizo.
Román
—Odio seguir sus órdenes.
—Igual yo, —dijo Joaquín. —pero no podemos hacer nada tío.
—Ese chico me interrumpió. Estaba a punto de tirarme a Edna de
nuevo. Esa zorrita se molestó.
— ¿Cómo va todo allá, Ivonne?
Vio a Ivonne por el retrovisor, estaba atada y con la boca tapada,
la tenían justo detrás de ellos. Llorando y despeinada. La violaron y
golpearon. De hecho, su boca estaba tapada con su ropa interior.
«Esto te pasa por zorra», le habían dicho. No podía articular
palabras, solo se escuchaban sollozos.
—Eso pensé. ¿Sabías acaso que tu primita fue mía años atrás?
Antes que tú. No hay que sentir celos, no te preocupes.
—Guarda silencio, muchacho. El «señor mandón» está enojado,
por cierto. Dice que no debiste mandarle ese mensaje a Orlando.
—No me importa lo que él diga. Siempre y cuando me pague.
Ivonne quiso dar un grito, pero la ropa interior en su boca lo
ahogó.
— ¡Cállate, zorra! —gritó Joaquín.
—Aquí es. —dijo Leo. Ivonne vio que estaba cerca de un río, lo
que la asustó aún más.
—Bajaré a la puta. —dijo Joaquín. La jaló y la lanzó fuera de la
camioneta. La jaló de un brazo hasta la orilla del río. Joaquín, no
tardó en dispararle en la frente a la inocente Ivonne. La lanzaron al
río hasta que su cuerpo no fuera visible. Subieron a la camioneta y se
fueron.
—No debiste involucrarme en esto muchacho. Ahora tengo que ir
detrás del hijo de mi mujer. —dijo Leo.
—Cuando lo matemos podrás consolarla. Deja de mariconadas
ya, tío. —Leo, quitó la mano derecha del volante dejando solo la
izquierda y le dio una bofetada a Joaquín.
—Es la última vez que te lo digo muchacho: No vuelvas a
hablarme así. Sabes que te quiero y no me gusta golpearte.
—Eso decía papá. —dijo Joaquín, dejando salir una lágrima. Leo
detuvo el auto y se orilló en la carretera.
—Yo no soy tu padre, pero te quiero como si lo fuera. —dijo Leo,
con sus manos en los hombros de Joaquín.
—Cierto no lo eres.
4
Mamá estaba bien. Dijo que Leo tuvo que irse de emergencia y
que se veía molesto. Ella también parecía estarlo, pero no era nada
fuera de lo normal. Llegué al hospital, esta vez, el Dr. Reyes no nos
atendió, esta vez era una mujer. La Dra. Silva le dijo a Juan, que
había recibido varios golpes alrededor del torso y algunos en el
rostro, mas no eran algo que pondría en riesgo su vida. No fue
golpeado con ningún objeto contundente. Pero debía guardar
reposo, ya que los golpes no fueron mortales, pero si se lastimó un
poco. Entré al pasillo donde buscando la habitación 410. Estaba casi
al final del pasillo. Tenía el nombre de Mateo: Mateo Eduardo Lugo R.
y en el momento en que vi su nombre, me olvidé de su segundo
apellido. Luego recordé «Rivera». Pero eso no era importante, lo
importante es que estuviera bien. Toqué y abrí antes de recibir una
respuesta.
—Mateo. ¿Qué pasó? —Juan y Danielle estaban a su lado. Matt
quiso levantarse pero lo detuvieron, se veía muy enojado.
— ¿Cómo que qué pasa, Orlando? ¿No ves? Su «amiguito» fue a
golpearme y se llevó a Ivonne. De seguro ya la ha de haber matado y
lanzado a algún río.
—Espera. « ¿Amiguito?» ¿Qué quieres decir con eso Mateo?
— ¡Que esto iba a pasarte a ti! Entiende. Todo era hacia ti y
Danielle, y ahora nuestros amigos están muertos, Juan apenas
sobrevivió y a mí me partieron la cara y todavía se llevaron a mi
chica. Tal vez Marcos y Lucas estuvieran aquí sino fuera por ti y
Danielle. —todos se quedaron callados en ese momento. Danielle
bajó la vista. Abrí la puerta y me fui. Danielle no dejó que cerrara la
puerta para ir detrás de mí. No dijimos nada hasta cerrar la puerta
de la habitación. Me abrazó.
—Vámonos. No nos necesitan aquí. —dije.
— ¿Los dejaremos solos? —dijo entre sollozos.
—Si Joaquín en realidad nos quiere a nosotros, no tocará a nadie
si no estamos aquí.
—Pero…
—Danielle. Acabamos de casarnos y ya pasó todo esto.
—No, Orlando. No queremos a los chicos así. Mucho menos tú
que son tus hermanos. No voy a dejarlos solos y tú tampoco. —Solo
la vi. Tenía razón.

5
Danielle y yo estábamos terminando de comer, en silencio. No
habíamos dicho ni una sola palabra saliendo del hospital, más que
saludar a mi mamá. Mamá estaba en su cuarto alistándose para salir
con Leo. En eso, alguien tocó la puerta desesperado.
—No creo que sea Leo. —le dije a Danielle. Me paré de la mesa
para ir a abrir la puerta. Mientras caminaba seguían golpeando la
puerta desesperadamente. — ¡Ya voy! Maldita sea. —grité molesto.
Al abrir la puerta vi a Juan asustado.
—Orlando… es él… —dijo agarrando aire, como si hubiera
corrido un maratón de 5 kilómetros.
— ¿Quién? —dije confundido. —Pasa. ¡Danielle, trae un vaso con
agua! —grité. Nos sentamos en el sillón y Danielle le trajo agua a
Juan, que se la tomó demasiado rápido. Tomó aire de nuevo y
comenzó a hablar.
— ¿Recuerdas al tipo que me chocó y que dije que se parecía a ti?
—asentí aun confundido. —Bueno, volví a verlo, hace unos minutos.
Yo venía hacia acá y en el semáforo que está a 3 cuadras lo vi. Venía
en un auto color plata. Me vio y me saludó con la mano y una
sonrisa. Esa maldita sonrisa, otro. La recuerdo. Desde aquel día que
la vi desde mi parabrisas roto. Estoy desesperado.
—Tranquilo, todo está bien aquí. —dijo Danielle. — ¿Te siguió
hasta aquí?
—No. De hecho, cuando crucé la calle para venir aquí, el dobló
por esa misma calle.
—Tal vez, no quiere que yo lo vea. —dije. —Todo está bien.
Relájate. —Mamá salió del cuarto con un vestido algo corto.
—Leo acaba de llamarme, dijo que venía cerca, pero hubo un
imprevisto. Qué triste.
— ¿Leo? —dijo Juan.
—Es el novio de mamá. Estuvo en la boda.
—Tal vez no lo recuerdo.
—Tendré que cambiarme de nuevo. Luego hablaré con él. —dijo
mamá.
Se metió a su cuarto. Juan temblaba mucho. Estábamos seguros
que, si el tipo lo hubiera alcanzado, se habría asegurado de que
muriera esta vez. Gracias a Dios no pasó. Pasó un rato. Dejé a Juan
en su casa. Danielle y yo, íbamos a un departamento que estábamos
rentando por lo pronto. Además, no nos devolvieron lo de la casa en
la playa. Vaya pérdida. Danielle se fue a dormir. Y yo estaba en la
sala, tomando un café. Últimamente, el café era lo único que me
relajaba. Recibí un mensaje al teléfono que me sacó de quicio.
«Tu amigo se escapó por ahora. Dile que se cuide más, aunque no es
necesario que lo haga, donde sea, lo encontraremos. Morirá. Igual que tú.
Cuídate. Hijo de puta.»
Ya estaba harto, ¿por qué se molestaban en fastidiarnos tanto?
¿Por qué no solo nos mataron de una buena vez? Eso quería, ¿no es
cierto? Esto ya no parecía por Danielle. Si fuera eso, solo me
hubieran matado a mí. Pero parece que se enfocan en todos menos
en mí y Danielle. Todos los Evangelistas tocaron el mismo hospital el
menos de un año, por culpa de Murrieta o Román o como sea. Mis
ganas de matarlo por mis manos regresaron. Ni siquiera mi largo
tiempo sirviendo a la Iglesia podían detener ese deseo, ese anhelo, de
ver a Román con una bala en la frente o apuñalado directo al
corazón.
Sí. Eso me agradaba. Imaginar que Joaquín moría con un cuchillo
atravesando su pecho y perforando su corazón. Ese dolor lo sentí
cuando mató a Lucas y Marcos. Todos esos buenos momentos con
ellos, me los arrebató como un padre castigando a su hijo. Arrojé la
taza de café contra la pared. Ignoro si Danielle escuchó el ruido o no.
Tal vez lo hizo, pero no dijo nada porque sabía cómo me sentía.
Estaba tan furioso que estaba llorando. La realidad es que también
estaba triste. Perdí a todos, menos a Juan. Mateo me odiaba. Marcos
y Lucas murieron. Aún recuerdo cuando me vieron por primera vez
de la mano con Danielle. Cuando no había miedo ni estrés. Las
burlas y los comentarios infantiles llegaron en el primer segundo que
nos vieron. Cosas cómo «El otro y la otra», «Dice mi mamá que te
presta el mandil», etcétera, etcétera. En aquel momento me sentía
avergonzado, pero ahora me sentía feliz. También recuerdo cuando
les dije sobre la boda y los invité a ser mis caballeros de honor. Me
duele tener que pensar que ese día fue de los últimos, sino es que el
último que, estábamos felices. La última vez que fuimos «Los
Evangelistas y el otro.» Esos recuerdos me hacían sentir mejor al
final de todo, ayudaron a relajarme. Fui en busca de una escoba para
recoger los pedazos de la taza. «Si Danielle ve esto va a matarme»,
pensé. Al limpiar también el café del suelo, me senté otro poco en el
sillón antes de dormir. Recordé algunos momentos con los
muchachos, recuerdos desde antes de que ese imbécil apareciera. El
que más me gustaba, era el de Marcos tocando «Bad to the bone» y
nosotros improvisábamos. Juan era el peor haciendo eso, amigo mío.
O cuando veíamos la televisión saliendo de la Iglesia. Solíamos pedir
pizza o hamburguesa. A veces nos quedábamos hasta tarde para ver
el box. Eran buenos tiempos. Incluso recordé cuando falleció Lucas y
estábamos todos recordándolo. Es gracioso, ¿no lo crees? Estaba
recordando cuando recordábamos a Lucas. Confuso, pero era así.
Ahora prácticamente estábamos solos.
Me recosté en el sillón, la mitad de la taza de café no sirvió para
soportar el sueño. Pensé que, si me despertaba antes que mi esposa,
ni se daría cuenta de que no dormí ahí. Cuando iba a dormirme,
justo en ese momento. Sentí un frío intenso. Como si no tuviera nada
puesto y estuviera dentro de una bañera llena de hielos. Sentí como
unos brazos rodeaban mi cuerpo, como si me abrazaran. Yo no podía
moverme, tampoco hablar. «A veces los hermanos se dan con el
cuchillo», escuché. Luego de eso, regresé a moverme como si nada.
Casi llorando de nuevo. Me senté en el sofá con la sensación de que
no había respirado en algunos minutos. ¿Qué quería decir eso? ¿O
por qué sentí eso? Pude haberlo soñado, o tal vez no. Quién sabe. El
ruido que hice al poder respirar, hizo que Danielle saliera a ver qué
pasaba.
—Orlando, ven a dormir ya. —me dijo, preocupada. — ¿Estás
bien? —me dijo al notar que estaba llorando. Según ella, mi rostro
estaba pálido, como si mi circulación se hubiera detenido. Yo seguía
sintiendo frío. Sin decir nada me puede pie y me acerqué a ella. Sobé
su vientre y rodeé sus hombros con mi brazo, no porque quisiera un
abrazo, sino porque me sentía mareado y pensaba que, si caminaba
otro poco, iba a azotar en el suelo. Se dio cuenta de mi dificultad
para caminar y me ayudó a llegar al cuarto. Me recosté. Y me tapó
con la cobija, pues estaba temblando mucho. Me besó y se acostó a
mi lado.
—Mañana hablaremos de lo qué pasó. ¿Entendido? —dijo. Solo
asentí y la abracé. ¿Los hermanos se dan con el cuchillo? Entonces,
¿Joaquín Román era mi hermano? ¿Eso significaba? No. Ese bastardo
no podía ser mi hermano.

6
Desperté al día siguiente con un poco de frío. Llevaba menos de
una semana casado con Danielle y todo cambió de nuevo. «Esto me
está fastidiando», decía para mí mismo. Danielle no estaba a mi lado.
Me levanté sin acomodar las sábanas ni nada. La cama estaba hecha
un desastre. Antes de dormir, pensé que me orinaría gracias a mi
extraña experiencia.
Salí y en la cocina, Danielle estaba haciendo el desayuno. Me
acerqué y le di un beso. Me dijo que esperaba hablar conmigo de lo
de anoche. Había unas manchas de café sobre la pared. «De seguro
van a cobrarme eso». Cuando me sirvió el desayuno (jamón con
huevo y jugo de naranja) se sentó. Ella no comió conmigo. De hecho,
había un plato sucio en el fregadero, tal vez comió antes que yo, no
importa.
—Entonces… —dijo.
—Entonces… —respondí.
—Ay, Orlando, por favor. —gritó enojada. — ¿Por qué carajos
aventaste una taza con café anoche y luego actuaste como un puto
zombi? —En serio estaba enojada. No como otras veces. De hecho,
nunca había escuchado que dijera una sola grosería.
—No lo sé. Me sentía triste y, a la vez enojado. Recordé a los
chicos. De un día para otro, nos separamos. Esto es horrible, ese
bastardo nos está arruinando la vida. Pero se enfoca en mí, no en ti.
Es tan raro.
—Eso es porque tú eres mi esposo, Orlando. Quiere que te alejes
de mí para quedarse conmigo. Pero eso no explica por qué actuaste
tan raro anoche. Apenas podías caminar. ¿Se te fue toda la fuerza
lanzado esa taza o qué?
—Eso fue aún más raro. —pensé en mentirle, pero no funcionaría.
—Creo… creo que fue un sueño. O no lo sé. Alguien me abrazó y me
dijo «A veces los hermanos se dan con el cuchillo».
— ¿Qué significa eso?
—Ni puta idea. —comencé a llorar a mares. En toda la
conversación no toqué el desayuno. La verdad no tenía hambre y
recordar todo eso me daba náuseas. —Tenía mucho frío anoche. No
podía respirar. Fue como si durante ese sueño, me hubieran cubierto
la cara con una almohada, pero no. Siento escalofríos de solo
recordarlo.
—Los sueños son sueños, amor. —me dijo mientras tomaba mi
mano y la apretaba fuerte. —Tal vez ni siquiera tenga significado.
No pasará nada. Además, tú no tienes hermanos.
—Pero… —estuve a punto de decir que Mateo y Juan lo eran para
mí. Pero me interrumpió.
—Pero nada. Come, te hará bien. Más tarde veremos cómo
limpiar el desastre de la pared. ¿Quedó claro?
—Sí. —Nada estaba claro para mí. Todo estaba mal. Muy mal.
¿Los hermanos se dan con el cuchillo? Llámame loco. Pero estoy
seguro que ese sueño, no fue necesariamente, un sueño.

7
—Juan, ¿cómo está él?
—Mateo, está bien. Dice que aún le duele el pecho. Pero la doctora dijo
que no había de qué preocuparse.
—Me alegro mucho. Avísame si necesita cualquier cosa.
—Seguro, otro. Hasta luego.
—Adiós.
Colgué la llamada. Solo quería saber eso. Pero, ¿dónde estaba
Román? Se desaparecía siempre, pero, entre más lejos estaba de
nosotros, mejor.
Fui a cambiarme pues quería salir. Faltaba poco para año nuevo y
Danielle y yo queríamos invitar a Mateo y Juan. Ojo, invitar. Si Matt
no venía, lo entenderíamos. Sabíamos que estaba enojado. Danielle le
pidió a su madre la receta del pavo y me pidió que la dejara en el
supermercado para comprar lo que hacía falta, o sea, todo. Al llegar
allá le dije algo:
—Debo ir al cementerio. Me gustaría llevar algunas flores a los
muchachos.
—Está bien, de todos modos, me llevará buen rato encontrar las
cosas.
—Volveré antes de que termines, amor.
—Está bien, ve con cuidado. Te amo.
—Yo a ti. —dije y le di un beso en la mejilla. Esperé a que cruzara
las puertas automáticas y me fui. Pensé si era buena idea que la
dejara sola con todo lo que estaba pasando. Pero no me preocupé.
Hasta un imbécil como Joaquín Román o su tío, serían un poco
inteligentes como para no atacar en un supermercado lleno de gente
haciendo compras de Navidad atrasadas o de Año Nuevo.
El cementerio estaba algo separado de la ciudad. Tomé la
carretera. Puse uno de mis CD en el estéreo. El CD que puse, lo hice
yo mismo en mi tiempo libre en el trabajo, así que era una mezcla de
mi música favorita. La primera canción en reproducirse fue «Stand
by me», un clásico de 1962 interpretado por Ben E. King. Yo solo
sonreí al escucharla, pero no tenía ganas de cantar, menos con todo
lo que había pasado. De ahí siguió la canción de mi boda, «Far
away» de Nickelback. Vino a mi mente lo hermosa que se veía
Danielle cuando bailamos esa canción en el centro de la pista, con la
gente gritando. Dos canciones más y estaba llegando al cementerio.
Me detuve en la entrada donde había una mujer vendiendo arreglos
florales. Compré dos con flores color blanco y después entré. Al
acercarme a las tumbas, apagué el estéreo y me dirigí primero a la
tumba de Marcos, pues estaba un poco más alejada de la salida del
cementerio. Si la dejaba para el final, daría más vueltas para salir.
Llegué a su lugar de descanso. Leí la frase «Sus canciones serán
interpretadas por los mismísimos ángeles» escrita en su lápida. Recargué
una rodilla en el suelo y dejé el primer arreglo sobre el cemento
(había olvidado buscar recipientes con agua). Al ponerme de nuevo
de pie, me persigné y oré un poco. Me persigné y me quedé viendo
fijamente la frase de la lápida. «Ojalá estuvieras aquí fastidiando con
tus canciones llenas de insultos, hermano», pensé. Sonreí, esta vez no
lloré. Di media vuelta y subí al auto.
Me dirigí a la tumba de Lucas. En lo poco que tardé en llegar, se
me vino a la mente la frase del sueño. «A veces los hermanos se dan
con el cuchillo». Y pensé que solo era un sueño. Es todo. La gente
sueña cosas raras todo el tiempo. Y todos dicen cosas como «se sintió
muy real». Bueno, tal vez solo fue un sueño de esos. De esos donde
de pequeño, te levantabas llorando y venía mamá a calmarte,
entonces tú le pedías que revisara toda la habitación en busca del
coco o cualquier monstruo al que le temieras.
Llegué por fin a la tumba. Al verla me di cuenta que habían
cambiado la lápida rota y en su lugar, pusieron una cruz hecha de
madera, con una pequeña tabla con el nombre completo de Lucas y
los años en que nació y falleció. Escuché que un auto llegó y se
estacionó detrás del mío. Miré un poco y vi que era un Cadillac CTS
2008 de color negro. Luego volví a ver la tumba de Lucas y puse las
flores en el suelo. Después vi como una reciente con agua se ponía en
la tumba. El hombre del Cadillac puso mis flores en el recipiente. Se
puso de pie y me vio.
—Hola, Orlandito.
—Hola, Joaquín. —respondí sin dejar de ver la tumba.
—Espero no intentes hacer nada, muchacho. En el hermoso
Cadillac negro que está allá hay un tipo armado, mi tío de hecho. Me
tocas un pelo y te vuelan los sesos. Oye, rimó. —dijo soltando una
risa pequeña. Me moría por golpearlo, pero no quería terminar con
un agujero en la cabeza.
—Lárgate, hijo de…
— ¿Puta? No deberías de hablar así de las mujeres, viejo. —vio la
tumba de Lucas un poco y dijo: —Parece que quitaron la otra lápida,
¿eh? Me gustaba más ese toque artístico que tenía la otra.
— ¿Por qué haces esto? ¿Por qué matar a mis amigos?
—Larga historia, Orlandito. Solo te puedo decir que además de la
paga, me irá muy bien después de todo.
— ¿Quién te paga? ¿Tu tío? —pregunté. En realidad, no me daba
mucho interés, pues en serio pensé que se refería a eso.
—No, Orlandito. Déjame decirte que encontrar a Dany fue un
plus a todo esto. Fue una sorpresa incluso para mí. Pero el jefe nos
pidió venir y, ya sabes, navajas, balas, etcétera. Es muy buen trabajo.
— ¿Jefe? — ¿Entonces no eran solo él y su tío? Todo empezó a dar
vueltas en mi cabeza.
—Sí. Bueno, ¿qué puedo decir muchacho? Así son las cosas. Tus
amigos Lucas y Marcos, se dieron cuenta que a veces los hermanos
se dan con el cuchillo.
Me congelé. Sentí ese frío de nuevo. Como si no pudiera respirar.
Dejé de escuchar todo. Solo había silencio, a pesar de que podía ver
como Joaquín reía y se iba. Quería ir por él, pero mi cuerpo no
respondía. Lloré. Esa frase de nuevo. Pero, ¿a qué se refería? Erika no
mató a Lucas, era obvio. Entonces. ¿Por qué decir esa frase? Cuando
por fin pude moverme de nuevo, subí al auto y me salí del
cementerio. En el camino no vi el Cadillac y no quería hacerlo.
Maldita sea. ¿Qué carajo significaba esa frase?

8
Llegué de nuevo al supermercado donde dejé a Danielle. En todo
el camino no encendí la radio. Solo iba manejando sin ninguna
expresión en mi rostro. A unas cuadras del supermercado pensé: «Si
esos tipos sabían que estaba en el cementerio, probablemente sabían
que Danielle estaba en el supermercado, espero que esté bien». Y así
fue, gracias a Dios. No había tardado más de 1 hora y 20 minutos, así
que Danielle no tenía ni la mitad de compras hechas. La busqué por
todos los pasillos. Mientras lo hacía, la gente me observaba. No sabía
porque, yo solo sabía que tenía muchísimo frío.
Pasé por el área de cosméticos y me detuve para verme en el
espejo. «Veamos por qué la gente está tan rara». Y vaya que entendí
por qué lo hacían. Estaba sumamente pálido. Se me veían unas
enormes bolsas bajo los ojos, como si no hubiera dormido en días, tal
vez semanas (si es que es posible). Mis ojos estaban hinchados y
rojos, un poco llorosos. No podía creer como una frase podía
afectarme tanto.
Me alejé lo más rápido que pude de los espejos, no podía verme a
mí mismo. Me veía muy mal. Me desesperé por encontrar a
Danielle. De seguro la gente creyó que era un maldito drogadicto y
que estaba bajo el efecto de alguna sustancia. Me encontré a la mamá
de Marcos. Me detuvo y no podía dejar de verme a los ojos, como si
estuviera petrificada.
— ¡Orlando, por el amor de Dios! ¿Qué te pasó, muchacho?
—No es nada. —respondí. —Solo estoy teniendo un mal día.
— ¿Necesitas algo? —dijo la señora.
—No… yo… —luego comencé a ver borroso y caí al suelo. Luego
las luces se apagaron a mí alrededor.

9
Durante el tiempo que me desmayé, tuve otro sueño. Estaba con
mi madre fuera de mi casa. También estaba ahí Danielle. Estábamos
platicando y tomando un refresco sobre mis planes a futuro. De
repente alguien jaló mi camisa hacia atrás. Con tal fuerza que casi
caigo al suelo con mi espalda. Él tenía una sudadera con la capucha
puesta y una máscara a media cara. Esta vez no reconocía sus ojos.
Estaban muy abiertos y negros. Parecían dos pelotas de billar, ambas
del número 8. De la bolsa de la sudadera sacó un pequeño cuchillo.
Lo vio fijamente unos segundos y luego lo encajó en mi pierna
derecha. Al principio sentí un golpe seco, solo durante uno o dos
segundos. Luego sentí un ardor enorme, como si me hubieran
quemado con un lanzallamas. Solté un grito de dolor a un volumen
sumamente fuerte. Danielle y mi mamá solo voltearon a verme y
luego siguieron hablando. Pero el dolor aumentaba. No parecía un
sueño. El hombre de la capucha y ojos saltones, por fin habló.
—Vuelve a gritar. Me hace sentir bien. El próximo irá al corazón.
—advirtió. —Pero ese te lo dará tu hermano. Porque los hermanos
hacen eso. Se dan con el cuchillo. Directo… al corazón. —dijo
subiendo el cuchillo hasta mi pecho. Soltó un grito como si estuviera
haciendo mucho esfuerzo e hizo su mano hacia atrás, para tomar
impulso y cuando el cuchillo iba a atravesar mi pecho, desperté.
Solté un fuerte grito de terror que hizo que Juan y Mateo se
levantaran del sillón asustados. No entendía por qué Matt estaba ahí,
pero no importaba. Me gustaba saber que estaba ahí para mí.
Una enfermera llegó corriendo. Yo respiraba a un ritmo anormal.
Sentía que no me entraba el suficiente oxígeno, pero era el miedo. De
nuevo con los hermanos y el cuchillo. Por un carajo. ¡ESTABA
HARTO DE ESO! Eso causó todo.
—Orlando. ¿Estás bien? —dijo Juan. Yo intenté relajarme un poco
y toqué mi frente para limpiar el sudor, mientras la enfermera
tomaba nota de mis signos vitales.
—Sí… solo fue… una pesadilla.
—Tranquilo, todo estará bien. —dijo Mateo, preocupado.
— ¿Qué pasó? —pregunté por fin.
—Tuviste un síncope. O sea, un desmayo. Tuviste un ataque de
hipotensión provocada por un fuerte estrés. —dijo la enfermera. En
eso entró el Dr. Reyes y entendí que estábamos en el mismo
Hospital, de siempre.
—Ustedes de nuevo. Tal vez tengamos que traer sus cosas para
que se muden aquí los tres. —dijo y comenzamos a reír. Por mi
parte, a duras penas podía hacerlo.
—Doc. ¿Desde cuándo… estoy aquí? —dije entre pausas.
—Unas horas, Orlando. —dijo, guardando su pluma en el bolsillo
de la camisa, bajo la bata.
—Orlando, un ataque de hipotensión como el que tuviste, se
provocan por una gran cantidad de estrés o miedo. ¿Hay algo que
quieras decir al respecto?
Me quede congelado en ese momento. No supe cómo responder.
Además no sabía si podría hacerlo por mi dificultad para hablar,
pues seguía adormilado.
—Será mejor que hables con tus amigos, Orlando. Tal vez lo que
tengas que decir sea privado.
—Sí… Es… mejor doctor.
—Bien, enfermera. —dijo, luego hizo un movimiento de cabeza
para que la enfermera saliera, él la siguió y cerraron la puerta.
— ¿Y bien? —dijo Juan. Mateo se veía aún serio.
—Pues… —dije e hice una pausa algo corta, pero notable. De ahí
en adelante sentí que podía hablar sin detenerme. —Vi Joaquín en el
cementerio. Fui a ver a los chicos. Pero, cuando estaba con Lucas, él
llegó. Su tío, estaba en el auto apuntándome, pero no podía verlo a
través del vidrio polarizado.
—Se supone que ya habías estado con él y con su tío. ¿Por qué
hasta ahora te pasó esto? —respondió Juan.
—Es, algo que no sé cómo explicar.
—Más te vale hacerlo. —dijo Mateo.
—Es que… hace tiempo tuve un sueño donde me decían…
—Orlando, por el amor de Dios. —dijo Mateo soltando lágrimas,
como si su vida dependiera de eso. —Nuestros amigos murieron,
Juan y yo casi lo hacemos y a ti casi te da un infarto. Pero, ¿tú te
preocupas por un sueño? No me jodas, por favor.
—Si supieras por todo lo que he pasado Mateo, me entenderías.
—Matt, Orlando tiene razón, vamos a escucharlo. —dijo Juan,
poniendo su mano en la espalda de Mateo y dándole suaves
palmadas.
—Está bien. —dijo ya más tranquilo y sonriéndome un poco.
—Explícate, otro.
—Bueno, cuando Danielle y yo estábamos en el departamento, yo
me quedé en la sala y me quedé dormido. Luego tuve un sueño
donde alguien (no sé quién, ni por qué), me dice: «A veces los
hermanos se dan con el cuchillo» y luego en el cementerio, en la
tumba de Lucas, cuando vi a Joaquín, me dijo que Marcos y Lucas se
dieron cuenta que los hermanos se dan con el cuchillo. Luego me
puse demasiado nervioso y comencé a temblar. A duras penas volví
al supermercado por Danielle, vi a la mamá de Marcos y de repente,
estaba aquí.
— ¿Los hermanos se dan con el cuchillo? —dijo Juan confundido.
— ¿Qué significa?
—Debe ser una metáfora. Lucas tenía a Erika pero ella lo amaba y
Marcos, bueno, era hijo único. —dijo Matt.
—Exactamente. Entonces, ¿por qué me pasan cosas así al
respecto? —dije, echando la cabeza hacia atrás.
—Orlando, no lo sé. Ni tengo ni puta idea. Pero, no estás solo,
hermano. —dijo Juan.
Me llamó hermano. Y los hermanos se dan con el cuchillo.
Entonces, por un momento pensé: ¿Y si fue uno de ellos dos? Pero
obviamente no era así. Nos amábamos, éramos los mejores amigos.
Los Evangelistas y el otro, ¿no? ¿Por qué nos haríamos daño entre
nosotros? Debía haber otra explicación. Ese pensamiento fue
pasajero. Descarté la idea casi inmediatamente. Mis amigos… ¡No!
Mis hermanos. Eran buenas personas. Incapaces de lastimarse entre
ellos, o más bien, entre nosotros. Entonces, ¿qué significa todo esto?

12
Estaba en el departamento con Danielle, mi mamá y Leo. Todos
estaban preocupados. El doctor me dio de alta, pero según todo el
mundo, me seguía viendo muy pálido. Sinceramente, ya me sentía
mejor. Además, año nuevo se acercaba y yo debía volver a trabajar
pronto.
— ¿Qué significa eso de los hermanos se dan con el cuchillo?
—dijo mamá.
—No tengo la menor idea. —contesté.
—Debes comenzar a cuidarte muchacho. Te estás exponiendo a
mucho peligro con el tal Joaquín. —dijo Leo muy serio.
—Lo sé, señor… es decir, Leo. —corregí. —Pero yo no sabía que
él me seguiría hasta el cementerio.
—Debiste quedarte conmigo, Orlando. Esos tipos pudieron
hacerte… —dijo Danielle conteniendo las lágrimas.
—Pero no hicieron nada. Por alguna razón, parece que primero
quieren hacerme sufrir antes de asesinarme.
—Pero…
—Nada, amor. Todo está bien. Además, preocuparte así le hará
daño al o a la bebé.
—Orlando tiene razón, Dany. Él estará bien, hija. —dijo mamá
intentando consolar a mi esposa.
—Debimos irnos como te dije. —le dije.
—Sigue siendo peligroso, muchacho. —dijo Leo. —No sabes si
esos tipos tienen contactos en otro lugar. Además, ¿a dónde te irías?
—Estados Unidos. —respondió Danielle, tomando mi mano.
—No. Tienen contactos allá. —dijo Leo. Pero, ¿cómo sabía eso?
— ¿Cómo sabes eso Leo? —dije intentando levantarme.
—Ni te levantes, muchacho. Es que, es obvio. Ese tipo de gente
tiene contactos en todos lados. En especial en Estados Unidos.
—Cierto. —fingí estar convencido. Pero, por más cierto que
hubiera sido esa respuesta, se veía improvisada y era obvio que algo
ocultaba. En ese momento, recordé que Juan entró a mi casa,
diciendo que había visto al tío de Joaquín. Pero también dijo que se
había desviado. Y extrañamente, Leo también se desvió, con la
excusa de que había un imprevisto.
Desde ese momento, comencé a sospechar de él. Su voz no se me
hacía conocida. Probablemente (si él era el tío de Joaquín), no habría
reconocido su voz porque cuando me atacó, tenía puesto media
máscara. Y si era cierto lo que pensaba, esos hijos de puta se estaban
metiendo con mi familia. Con mi madre. Gran error.

13
Al día siguiente, cuando no había nadie en casa (Danielle salió a
buscar ropa para mujeres embarazadas, cosa que aún no ocupaba),
llamé a Juan. Sabía que si le decía a Mateo sobre mis sospechas de
Leo, diría algo como «Son tonterías» o «Mejor descansa, Orlando», y
mi favorita «Todos estamos asustados imbécil, tranquilo». Pero Juan
no. Él no. Él sí iba a escucharme. Más porque él le temía al tipo que
casi lo mataba, ahora tendría más cuidado de no acercarse a Leo.
—Contesta, por favor. —susurré.
—Hola, otro. ¿Cómo estás?
—Mejor. Creo.
—Es bueno saberlo.
—Juan, necesito que sepas algo. —dije apresurado, no quería
perder tiempo. Escuché que se abría la puerta y pensé que se trataba
de Danielle, así que no me preocupé y seguí hablando con Juan. —Es
sobre Leo.
—Oye, tranquilo. —dijo notando mi nerviosismo. — ¿Qué tiene el
novio de tu mamá, hermano?
—Es que él es…
—Será mejor que no lo digas muchacho. —interrumpió una voz.
No era Danielle quien había entrado al departamento, sino Leo.
Debió tomar las llaves de mamá, lo había olvidado por completo.
—Cuelga, por favor.
—Otro, ¿sigues ahí? —dijo Juan antes de que le colgara. Puse el
teléfono en la cama. De nuevo me congele. El corazón estaba por
salirse de mi pecho.
—Orlando. Vengo a hablarte de negocios. —dijo acercándose a la
cama de la habitación. Luego saco la pistola que traía fajada y la dejó
en el suelo, creo que para que confiara en él. Aunque era casi
imposible que lo hiciera.
—Largo. Aléjense de nosotros. De mamá. De mis amigos.
Danielle…
—Nada de esto es por ella, muchacho. —interrumpió de nuevo,
tranquilamente y se sentó en la orilla de la cama. —Como mi
sobrinito te dijo, eso es un plus para él. Orlando, sé que no vas a
creer ni una puta palara de lo que estoy por decirte, pero… No
quiero hacerte daño, en serio. —Pude ver sus ojos bajo los lentes, los
cuales se quitó, estaban húmedos. —Amo a tu madre. ¿Sabes algo?
Esta vida de matón o sicario o como sea que lo llamen, estaba en la
basura. Pero tuve que volver a hacer esto. No porque yo quisiera.
Pero me amenazaron.
—Mentira. —dije enojado y aumentando el volumen de mi voz
en cada palabra. —Nadie te creería eso, ni siquiera tú mismo.
—Será mejor que bajes el tono, muchacho. Te hablo en serio, hijo.
—No me llames así.
—Déjame hablar, por un demonio. Orlando, por si no sabías, tu
madre y yo estábamos saliendo ya hace tiempo. Y la amo, como no
tienes idea. Así como tampoco tienes idea de lo que se siente ver
como muere alguien. Yo nunca he matado a nadie, pero si he visto
como alguien más lo hace. Como la chica de la fiesta que estaba con
Mateo. ¿Ivonne? —asentí con la cabeza. —Joaquín lo hizo. Un
disparo en la cabeza y a nadar al río. También a tu papá. Aunque no
lo creas, muchacho. Éramos amigos. Y es que nuestras familias eran
enemigas y a ambos nos obligaban a entrar en esos negocios. Pero mi
familia lo mató frente a mí. Sé lo que sientes al saber que matan a
uno de tus mejores amigos, Orlando; pero no sabes lo que se siente
presenciarlo. Tu familia ganó al final y me perdonaron a mí por ser
amigo de tu padre, además porque se sabía que yo era inocente.
También a Joaquín, pues en ese entonces era prácticamente un niño,
así que se quedó conmigo. Pero, el jefe… bueno. No me creerías si te
dijera quién es. Él era solo un bebé cuando todo pasó. Sin embargo,
guardó rencor hacia tu familia por haber matado a sus padres. Él
vivió toda su vida con una familia adoptiva, pues no podía hacerme
cargo de él también. Joaquín lo contactó cuando era tiempo y, bueno,
el jefe le dijo que tú estabas con Danielle y eso lo obligó a trabajar
con él. Solo se cree nuestro mandamás porque conoce tus mayores
debilidades.
— ¿Y por qué estás tú en esto?
—Porque me obligaron. Desde que el negocio de la familia se fue
abajo, la regla más importante de nuestro clan, fue borrada: No
dañar a la familia. Estoy amenazado, tu madre también. La conocí y
no quiero perderla y, si tú mueres por alguna razón, no querré verla
devastada.
—No sé porque debo de creerte.
—Porque no te maté cuando debía hacerlo. ¿Recuerdas? El día del
hospital.
—Pero… —Por un momento busqué un pretexto para no creerle.
No. Un hueco. Algo que lo delatara, si es que me estaba mintiendo.
Pero algo me decía que no era así. Sus ojos… —Cuando chocaste con
Juan, él te vio sonreír. ¿Cómo explicas eso?
—Sencillo, hijo. Lo vi moverse. Estaba vivo y… bueno, me hizo
feliz saber que no era un asesino como toda mi familia. —sus
lágrimas comenzaron a recorrer sus mejillas. —Hijo, yo sé que tal
vez no me crees. Pero lo perdí todo. Mi familia y mi mejor amigo, tu
padre. Él estaría orgulloso de ver el hombre en que te convertiste.
—Te creo. —admití. —En serio. ¿Puedo preguntarte algo?
—Seguro que puedes, muchacho. —dijo posando su mano en mi
hombro.
— ¿Quién es ese jefe?
—Espero no te sientas mal por eso pero… no sé cómo decírtelo.
—noté que en serio, tenía dificultad para decirlo. Se veía nervioso.
—Tranquilo por lo que te diré. ¿Recuerdas que los hermanos se…?
—Se dan con el cuchillo. No me lo recuerdes tío Leo.
— ¿Eh?
—Si eras el mejor amigo de mi papá, eres como mi tío. —era
cierto. Además su sonrisa era sincera.
—Sí. Qué curioso: tú me ves más como de tu familia que esos dos
imbéciles. Joaquín y…
En ese momento su teléfono sonó y se escuchó la voz de Joaquín
gritando: ¡Será mejor que vengas tío! Mark está enojado-
¿Mark? ¿Quién (por el amor de Dios) era Mark? O tal vez Mel. O
Mike. O Miles. Tal vez ninguno de ellos lo era, pero me convenció
más el de Mark. Por lo menos en ese momento.
— ¿Quién es Mark?
—No es Matt, muchacho. Es…
— ¿Es qué?
—Debo irme. —se dio cuenta que su teléfono sonaba de nuevo.
Se fue sin decir más. Solo me dio unas palmadas en el hombro
tranquilamente. Salió rápido sin olvidar su arma.
Leo
Leo entró a la casa donde lo esperaban Joaquín y el tal jefe. Éste
último estaba enojado. Se notaba a kilómetros.
—Espero que puedas explicarme dónde carajo estabas.
—Con Orlando. Edna me pidió que le llevara sopa para que se
sintiera mejor.
— ¿Y si yo no quiero que se sienta mejor? —dijo el jefe. — ¿Y SI
QUIERO MATARTE AHORA MISMO? ¡NO CONFÍO EN TI
ANCIANO!
—Hazlo. Mátame. Joaquín y yo somos la única puta familia que
te queda. Lo sabes, Mateo.
—Es cierto. —dijo Joaquín. —No lo mates. Lo necesitamos.
—Está bien, tío. No lo haré. Pero ten cuidado con lo que haces. Tú
tranquilo. No tocaremos a la zorrita de Edna.
—No la llames así.
—Y tú no me hables así. Lárgate a coger con tu novia. —dijo
arrojándole un fajo de billetes. Eran unos 4000 pesos en billetes de
200. Tal vez eran 5000 o 1000000. —Cómprale algo bonito. Y tú, —
dijo dirigiéndose a Joaquín. —Pronto tendrás a tu bella Dany. Tal vez
puedas hacerte cargo del bebé que tendrá. Ahora lárguense. Necesito
pensar.
Una vez fuera, Leo le agradeció a Joaquín de haberlo ayudado. Él
le respondió que era la última vez que lo hacía. No lo dijo porque no
quisiera ayudarlo, sino porque no sabía si el jefe lo escucharía la
siguiente vez que lo enfrentara de esa manera.
Capítulo VI:
Venganza
1
«No se lo cuentes a nadie» decía un mensaje de texto enviado por
Tío Leo. Pero yo seguía con una pregunta en mi cabeza: ¿Por qué ese
jefe cobraría venganza conmigo? Yo no le hice daño a nadie. No maté
a nadie. No tenía sentido. Para nada.
Pero había planes a corto plazo para Danielle y para mí.
Haríamos la cena de Año Nuevo, pero para poder invitar a todos, lo
haríamos en casa de mamá. Ya sabes, los departamentos son muy
pequeños para una fiesta así. Además, se había anunciado un gran
show de fuegos pirotécnicos en punto de las 12 a.m. y queríamos
salir a verlos cuando llegara la hora. Invitaríamos a Lily y sus padres,
mamá, al tío Leo (mamá no podía saber de lo de tío), Matt y Juan.
Teníamos pensado invitar a Erika y sus padres, pero pasarían la
época en Estados Unidos. También a la mamá de Marcos, pero no
pudimos contactarla después del incidente en el supermercado.
El 31 de diciembre temprano, hable con el tío Leo y dijo que por
el momento no sabía sobre algún plan de Joaquín y el «jefe». Dijo
que no había de que preocuparse. Pero yo estaba seguro de que, al
ser ellos familia, pasarían la llegada del 2012 juntos, claro, si tenían
esa costumbre. Uno ya no sabe qué esperar de personas como ellos.
Pero bueno, aunque fuera solo un tiempo, no verlos ayudaba a
sentirme mejor en esos momentos. Pues aún me sentía un poco débil.
Así nos enfocamos en organizar la cena de Año Nuevo. Estaba casi
todo listo: uvas, chocolates, pastel, pavo, frijoles, sopa fría, tequila,
vino, champaña, etcétera, etcétera.
Incluso compramos una cámara digital para guardar el recuerdo
de los fuegos artificiales. El 2012 se acercaba, amigo mío. El nuevo
representante del fin del mundo. Y era momento de una fiesta para
descansar de todos nuestros problemas.
2
— ¿Qué haces amor?
—Busco mi abrigo en la maleta. En un momento voy. —le dije a
mi esposa.
—Está bien. No te tardes. Ya llegaron Mateo y Juan. Solo faltas tú.
—Tengo todo bajo control. No tienes de qué preocuparte
—respondí.
—Si tú lo dices. —dijo sarcásticamente y cerró la puerta de la
recámara. En eso entró Juan sin tocar.
—Orlandito. No necesitas maquillarte. De todos modos no vas a
poder quitarte lo fea.
—Gracias, cariño. Lo tomaré en cuenta el siguiente año. —dije,
siguiendo su juego.
—Te esperamos abajo, corazón. No tardes. Besitos.
—Ya lárgate, viejo. —dije riéndome. Él rio y cerró la puerta del
cuarto.
Seguía buscando el abrigo dentro de la maleta pero no había
rastro de él. Tal vez lo había olvidado en el departamento. Pero no
importaba. No sería necesario hasta más tarde.
Iba a salir de la habitación cuando de repente, justo en el
momento en que toqué la perilla de la puerta, mi teléfono sonó
brevemente. Un mensaje. Adivina adivinador. Sí. De Joaquín. El gran
hijo de puta de la década.
«Hola, Orlando. No quiero molestarlos por el momento. Más
bien, lo deseo. Pero tengo cosas importantes que hacer ahora mismo.
Bueno, solo quería desearles mis mejores deseos a ti y a mi mujer.
Dale un beso de mi parte. ¡Feliz Año Nuevo! J.R.R»
Ese imbécil. Odiaba su sarcasmo. Odiaba su forma de
esconderse. Odiaba la forma en que llamaba a MI ESPOSA. En pocas
palabras. Lo odiaba a él. Más bien, lo odio.
Salí y fingí no estar molesto, lo cual no fue fácil. En la sala estaban
todos esperando por mí. Eran aproximadamente las 7:00 p.m. y en
una hora o dos más, serviríamos el pavo. Por el momento seguía en
el horno para mantener su calor. Todo iba perfecto. Todo marchaba
bien.
3
Un rato después de terminar la mesa y antes de servir el postre,
me levanté de mi asiento dispuesto a hacer un brindis.
—Bueno. Gracias a todos por venir. Quiero hacer un brindis, para
que el siguiente año sea mejor. Digo, no creo que pueda ser peor que
este. Hoy, 31 de diciembre, Danielle y yo cumplimos 1 semana.
Brindo por eso. Brindo para que nos vaya bien, pero no solo a
nosotros dos, sino a todos nosotros, que estamos reunidos para darle
la bienvenida al 2012. Brindo porque todo el mal que nos ha pasado
acabe. Y brindo por nuestro bebé, que crezca y nazca bien. ¡Salud!
¡Salud! Gritaron todos alzando sus copas. Algunos con vino, otros
con champaña y, bueno, Juan con una cerveza. Pero no importaba en
lo más mínimo. Era una fiesta más, esta vez nadie nos la arruinaría.
Nadie.
O eso pensábamos…

4
Eran casi las 12:00. Se estaba acercando el primero de enero del
nuevo año. Era emocionante saber lo que nos esperaba de ese
momento en adelante. El tío Leo y mamá buscaron veinticuatro uvas,
doce para cada uno. Yo no creo mucho en esas cosas, amigo mío.
Para mí la oración lo es todo, pero bueno. ¿Quién soy yo para juzgar?
No juzgue al tío Leo por meterse con mamá, siendo que fue esposa
de su mejor amigo.
— ¡Casi es hora de los fuegos artificiales! —gritó Mateo.
—Vamos a fuera. —dije, más tranquilo que mi amigo.
Él era el más emocionado por los fuegos artificiales. No
entendíamos por qué. A mí me dijo en secreto (obviamente, éramos
mejores amigos) que nos tenía una gran sorpresa. Recé porque no se
tratará de otra de sus chicas. Pero no podía ser eso; la habría llevado
a la cena para conocerla. Solo era cuestión de esperar.
Salimos casi corriendo a la calle. Nos paramos casi en fila en la
acera. Al final de la calle podía ver a un hombre subiendo a su
motocicleta, sin casco. Rápido pensé: ¿Quién se iría justo en este
momento? En Año Nuevo. Bueno cada quien hace lo que quiera.
Los fuegos artificiales comenzaron. Duraron unos 10 minutos.
Pero, en cuanto comenzaron a estallar en el cielo, el tipo de la
motocicleta sacó de la nada (sinceramente, no vi de donde) un arma.
Parecida a la AK-47, pero de lejos no la distinguí bien. Comenzó a
disparar al aire y arrancó. El sonido de los fuegos artificiales ahogaba
el de las balas al aire, los vecinos ni siquiera se darían cuenta,
inteligente maniobra. Mientras se acercaba, me di cuenta de que era
Joaquín Román, el hijo de puta del siglo.
— ¡Todos adentro! —grité. Me escucharon pero no se movieron
del miedo que tuvieron cuando vieron a Román pasar, ahora
apuntando hacia donde estábamos parados, pero sin disparar una
sola bala, riendo. Volteé a ver a los demás y el tío Leo fue el primero
correr hacía la casa. Pero al primer paso, Mateo, con una pistola que
sacó de su pantalón, le disparo en la nuca.
—Te lo advertí, tío. Traidor hijo de puta. —dijo Mateo. Tuve una
sensación similar a la que tuve cuando me desmayé en el
supermercado, pero aún peor. —Los hermanos se dan con el
cuchillo. ¿Verdad, otro? —me dijo.
Mamá estaba llorando desconsoladamente. Otra vez, habían
matado a su pareja. Y otra vez, era inocente. Pero esta vez, fue a
manos de su propia familia. Danielle se desmayó frente a mí. Yo
estaba congelado, solo vi cuando ella cayó al suelo pero no pude
moverme para sostenerla. Solo veía la mirada fría de Mateo. Serio,
con la vista clavada en la mía. Solté una lágrima. Mi hermano me dio
la espalda. Si es que alguna vez fue mi hermano.
—Eres un hijo de puta traidor. ¡TRAIDOR! —gritó Juan y corrió
hacia él, pero Mateo lo esquivó y también le disparó en la nuca.
Volteó a verme y me dijo: También se dan con balas, ¿no crees?
Lily y sus padres pudieron entrar a la casa, pues Mateo no los quería
a ellos. Sino a mí. Joaquín regresó en su motocicleta y se acercó a
Danielle.
—Tú te vas conmigo. Esta vez para siempre, lo prometo querida.
—Eso no hijo de… —dije estirando el brazo para jalarlo pero
Mateo me golpeó en la cabeza con el arma. Azoté en el suelo.
Confundido. ¿En serio Mateo estaba haciendo esto? ¿Era él, el jefe
detrás de todo?
A pesar de que no me desmayé por el golpazo, vi como Joaquín
se llevaba a Danielle. Sus padres estaban adentro y escuchaba los
llantos. Ese momento inmóvil, se me hizo eterno. «Suegro, es usted
un maricón cobarde», pensé. Ver que estaban llevándose a su hija,
mientras había dos cadáveres, un hombre semiinconsciente y una
mujer despechada llorando.
Mateo se acercó a mi madre.
—Mira, Orlando. Mira bien pendejo. —dijo viéndome y poniendo
la boca de la pistola en la sien de mi madre. Solté un millón de
lágrimas. No podía ni hablar. Mamá lo veía llorando, con el rímel
cayendo por sus mejillas. —Esto pasa por criar bastardos y acostarse
con traidores. —dijo Mateo. Luego la vio y le disparó en la cabeza a
mi madre.
No pude gritar. Quería hacerlo. Pero solo logré retorcerme en el
suelo. Cada vez me dolía más la cabeza. Mateo se me acercó y sin
decir una palabra, me disparo en ambas piernas. Primero la derecha,
luego la izquierda. Tomó mis llaves del auto que tenía en el bolsillo
del pantalón y se encaminó al vehículo. Joaquín con Danielle en los
brazos. Se largaron. Con mi esposa. Después de matar a Leo, Juan y a
mi propia madre frente a mí. Lo único que podía hacer era
retorcerme y llorar. Mi suegra abrió la puerta y Lily estaba en una
llamada con el teléfono de casa. Me imaginé que llamaba a
emergencias.
Vi a mi suegro con una herida de bala en el brazo, solo un rozón.
Pero era razón suficiente para entender por qué no salió a defender a
Danielle. No me importó si la bala que lo rozó fue de Mateo o de
Joaquín, ni siquiera me di cuenta de cómo pasó. Luego me dormí.
Pero mi mujer y mi hijo o hija, no estaban. Ni mi madre, ni mis
mejores amigos. Estaba solo. Todo por culpa de Mateo. Mentiroso.
Traidor. Hijo de puta. Y cientos de insultos más. Para mí no existía
Mateo, el evangelista. Era Judas, el traidor.

5
Desperté y una luz blanca me bañó el rostro (si es que esa
expresión puede usarse). Volteé a mi derecha y veía una manguera
transparente conectada a una botella de suero y a mi mano. Sentía
algo en las piernas, algo entre comezón y dolor. Eso quitó toda
esperanza de que ese día fuera el día en que me desmayé en el
supermercado por hipotensión. Donde Juan y mi madre estaban
vivos, Mateo no era un asesino y Danielle seguía conmigo.
Desgraciadamente no era así.
Él era un traidor. Un Judas. Quise levantarme pero mis piernas
respondieron horriblemente. Intenté gritar, pero un pedazo de cinta
canela ahogó el sonido. En el momento también me dolió la cabeza.
Volteé un poco los ojos para ver hacia delante. En el sillón, estaba
Mateo leyendo una edición de una revista de lucha libre con La Roca
en la portada. Luego bajó la revista y me vio con una sonrisa,
tranquilamente.
—Otro, por fin despiertas. En serio estaba preocupado. —dijo
viendo la foto de La Roca de la portada. — ¿Sabes? No me gusta
mucho La Roca. Prefiero luchadores independientes. Apuesto que no
sabías que soy fan de la lucha libre.
Era cierto, no lo sabía. Así como no sabía que era un maldito
doble cara de mierda. Mató a mi madre frente a mí, eso no se lo
perdonaría nunca. «Solo mis amigos me llaman otro. Ah, y me
importa un carajo tus preferencias. Imbécil.», pensé, ya que no podía
hablar.
—Ahora te preguntarás. ¿Por qué mi mejor amigo, Matt, haría
todo eso? Bueno, otro. Es una muy buena pregunta. —dijo borrando
su sonrisa. Su rostro se mostró furioso. Luego me aventó la revista en
la cara y me dio justo en el ojo izquierdo. Luego dio un largo paso,
casi como un salto y quedó exactamente frente a mis pies. Colocó sus
dedos índices en las heridas de bala, que ahora estaban cosidas.
—Porque tu puta familia acabó con la mía. Pero claro, mi tío Leo fue
perdonado por ser el novio de tu papi y además de que te contó
todo, ¿no es cierto? Te contó que el jefe era huérfano. Que lo
adoptaron. ¡Sí! Me adoptaron. Yo pasé toda mi vida con el recuerdo
de mis padres siendo asesinados por cientos y cientos de balas. —
Mientras hablaba presionada más las heridas. Provocando que mis
lágrimas brotaran. —Viví odiando a tu familia, viejo. Luego te
conocí. Me caíste bien, de verdad lo digo. —Quitó sus dedos de las
heridas. —Pero me enteré que eras el único sobreviviente de los
Rivas. Y pensé: Si yo vi a mis padres morir, Orlando puede ver a su
madre hacerlo también. Y lo pensé justo cuando vi a tu madre a la
altura de mi pene para después volarle las ideas frente a ti. ¿No fue
bonito? Ese era el plan. Pero, sé que tu pensamiento más importante
ahora es: Pero, Mateo, hermanito de mi alma, —comenzó a decir con
tono infantil. —yo soy inocente. Me importa un carajo. Yo también lo
era. Desde que supe de ti, planeé acercarme a ti. Te conocí. Conocí
tus mayores secretos, tus miedos, debilidades. Incluso tus fortalezas
para usarlas en tu contra, como Dany. Ya ves cómo se puso cuando
vio a Joaquín en el restaurante. Hablando de esos tórtolos. Vi unas
fotos de cuando la cogió esta mañana. ¿Quieres verla? —Temblé
como nunca y negué con la cabeza. Luego soltó una carcajada. —Es
broma, Orlando. Siempre caes. Caíste durante años. Imbécil. —Me
soltó una bofetada. — ¿Qué se siente sufrir lo que yo sufrí? Horrible.
Tu familia acabó con la mía y yo con la tuya. Pero sé que no harás
nada, ¿sabes cómo lo sé? Porque eres un cobarde. Traicionaste la
confianza de Danielle contándome de su violación (historia que ya
sabía). Nos contabas cada cosa que te pasaba porque estabas
asustado y no sabías que hacer, recuérdalo. No eres nada. No eres
nadie. Yo lo soy todo. Reza para que Joaquín no lancé a tu bebé a un
contenedor de basura cuando nazca. Los hermanos se dan con el
cuchillo. Juan, Lucas y Marcos lo sabían. Murieron viendo mi rostro
frente a ellos. Mis hermanitos. Debo irme. Adiós, otro. —dijo y dio
unas suaves palmadas en la herida de la pierna izquierda. Salió de la
habitación.
Mis manos no estaban atadas. Pude haber arrancado la cinta, pero
incluso si me hubiera dado cuenta y gritaba, probablemente sacaría
un arma desde su trasero y me mataría. Así que cree que yo tengo
que pasar por lo mismo que él. Mató a mis amigos. Me hizo caer.
Hizo que tocara fondo y ahora yo lo lanzaría a ese fondo. Ojo por
ojo, diente por diente. Bala por bala.
¿Así que soy un cobarde? ¿Creyó que no haría nada? Esas ideas le
costaran muy caro a Judas.

6
Esperé unos minutos a que mis piernas dejaran de doler tanto. No
esperé a que dejaran de doler del todo, pues sabía que no iba a pasar.
Me quité la cinta de la boca. Estaba tan enojado que me la quité con
fuerza; me ardió por unos segundos y pude ver algunos vellos
pegados a la cinta. La cabeza también me seguía doliendo.
Adivina quién entró a la habitación. El Dr. Reyes, el que ya estaba
acostumbrado a vernos.
—Creo que no es buen momento para desearte un feliz Año
Nuevo, jovencito. Vi a tu amigo Mateo salir sin decir una sola
palabra.
—No es mi amigo doctor. Él hizo todo. Lucas. Marcos. Juan. Mi
madre. Es un imbécil. Incluso me puso esta cinta para que no hablara
mientras estaba aquí.
— ¿Quieres decir que tu atacante estaba aquí y no nos dimos
cuenta? —dijo preocupado.
—Sí. Pero no los culpo. Yo también pensé que era mi amigo.
—Será mejor que se lo digas a la policía, Orlando. Hay un
detective a cargo de casos como el tuyo. Es el detective Anthony
Rollings. Es hijo de un americano, antes de que preguntes. Me lo dijo
hace…
—No me importa. Si necesita tomar mi testimonio, que pase y ya.
—le dije dejando caer una lágrima y volteando a ver la ventana.
—Está bien. Le diré. Pero antes que nada tengo que darte
indicaciones sobre tus heridas.
—De acuerdo.
—Las balas casi atraviesan tus piernas, pero dañaron gran parte
de ella. Estarás bien, tendrás algunas dificultades para caminar
cuando te recuperes, pero no quito la posibilidad de que tengas que
vivir con muletas, lo siento.
—No es peor que todo lo que pasó.
—Estrás en silla de ruedas por un tiempo. Serán algunos meses,
para esperar a que los tejidos sanen. —dijo sin hacer caso al
comentario que le hice. —Respecto a tu cabeza, no hay mucho que
decirte. Tuviste una contusión cerebral pero te recuperarás de eso
antes de lo que te imaginas. Te recetaré algunos analgésicos para el
dolor de tus heridas. El dolor de cabeza sanará todavía más rápido
con ellos.
—Gracias, doctor. —dije viéndolo por fin. }
—No hay de qué. Ordenaré a seguridad que revisen las cámaras
para buscar a Mateo y detenerlo lo más rápido posible. También le
informaré a tu suegra. Me dijo que la llamara en cuanto despertaras.
—Gracias de nuevo, doc.
—Le avisaré al señor Rollings que entre.
No le respondí. Sentí que me porté muy grosero con el doctor
Reyes. El detective Anthony Rollings era un hombre algo alto, su
cuerpo se veía como si hubiera pasado toda su vida en un gimnasio.
También llamaba la atención su barba de candado. Traía una
chamarra de piel café y una camisa con cuadros, pantalón negro y
zapatos café. Traía su placa de policía colgada de una pequeña
cadena alrededor de su cuello. Tenía el aspecto total de un detective
americano, además del nombre.
—Buenos días, Orlando. Soy el detective Thomas Rollings, pero
puedes llamarme Tommy, no me gustan las formalidades.
—Buenos días, Tommy. —respondí, un poco ronco y comencé a
toser de la nada por unos segundos. Tommy tomó una silla plegable
que estaba al lado de la cama y se sentó junto a mí.
—Necesito que me expliques lo que pasó. Hablamos con los
vecinos, pero no escucharon detonaciones en ningún momento entre
las 12:00 y 12:30. Me imagino que ocurrió durante el espectáculo de
fuegos artificiales.
—Sí, exactamente. Le dispararon a Leo, el novio de mi mamá. A
mi mamá también de hecho, a mi amigo Juan y secuestraron a mi
esposa, Danielle.
—Eso fue lo que nos dijeron tus suegros. A tu cuñada no la
molestamos, pues está pasando por una especie de ansiedad.
—Es normal de ella, le pasa desde los doce. —respondí. Estaba
más calmado que cuando hablé con el Dr. Reyes. Tommy me
generaba cierta confianza.
—Pero no vengo a hablar de los problemas psicológicos de tu
cuñada, muchacho. Sino de tu atacante. Tus suegros dijeron que fue
un conocido de la familia.
—Mateo Eduardo Lugo Rivera. Es su nombre completo. Se hizo
pasar por nuestro amigo, o hermano. Así lo veíamos. Si sirve de algo,
él también mató a Lucas Palacio y Marcos Estrada.
—El chico apuñalado frente a su hermana y el chico con una bala
en la cabeza, en un parque. ¿Cierto?
—Sí, pero…
—Llevo los casos. Al saber que son amigos, el departamento se
dio cuenta de que ambos casos estaban conectados. Ahora que
sabemos que el tuyo también lo está, lo uniremos a los otros dos.
Acabas de darnos un empujón para resolverlo. Gracias.
—No hay de qué, creo.
— ¿Podrías describirlo para un retrato hablado?
—No es necesario detective… perdón, Tommy. En mi billetera
hay una foto donde estamos todos juntos. Mateo sale con una
playera amarilla.
Roy, busco en mis pertenencias y encontró una foto donde
estaban los Evangelistas y el otro. El otro era lo último que quedaba,
algo así.
—Este es el muchacho que salió hace unos minutos.
—Sí, me tenía silenciado con un pedazo de cinta.
—Vamos a atraparlo, no pudo ir muy lejos. ¿Algo más que debas
decirnos?
—Joaquín Román, es su primo y tiene secuestrado a mi esposa. Si
encuentran a Mateo, encuentran a Joaquín y viceversa.
—Nos ha servido de mucho, Orlando. Gracias.
Luego salió casi corriendo de la habitación, noté que había sacado
un radio de su chamarra y lo acercaba a su boca. Me imagino que iba
a dar una rápida descripción de Mateo para que comenzaran a
buscarlo. Olvidé (y al parecer Tommy también) darle una
descripción de Joaquín, pues de él no tenía fotografías. Recé que lo
atraparan y que si era posible, que diez millones de balas atravesaran
su cuerpo.
Judas Mateo
Mateo, estaba en un Cadillac de color negro (el mismo Cadillac
que vio Orlando cuando se encontró a Joaquín en el panteón)
conduciendo por una carretera, saliendo de Sonora. Mientras
conducía, una canción de heavy metal lo hizo voltear hacia abajo. En
el portavaso estaba su celular (uno nuevo). Lo tomó y vio el número
de Joaquín Román. Aprovechó que la carretera estaba casi vacía para
responder la llamada.
—Hola primito. ¿Cómo va todo allá?
—Bien. No ha llorado en un buen rato. Logré convencerla de comer.
—Excelente. Recuerda salir del Estado. Lo más seguro que es que
toda la policía nos esté buscando ahora mismo.
—Estoy pensando en ir a Estados Unidos, de hecho.
—Suena bien. No hay que perder contacto. ¿Cuándo piensas irte?
—Tal vez para el siguiente año. Tengo dinero suficiente, pero esos viajes
se tardan en organizar. Será difícil con Danielle.
—Hablando de ella, ¿qué harás con el bebé?
—Seré papá. ¿No es genial?
—Sí que lo es. Cuídate. Estamos en contacto.
—Seguro, primo. Hasta luego.
—Adiós.
Mateo colgó antes que Joaquín y lanzó el celular hacia el asiento
trasero. Pensó que no lo necesitaría en un rato, además no quería
gastar toda la batería, por si se ofrecía. Iba por la salida sur de
Sonora, se le ocurrió volver a Jalisco, aunque no sería conveniente,
pues no sabía si alguien reconocería al hijo de una familia de
criminales. Sinaloa. Mazatlán para ser exactos. Era perfecto para él.
Le encantaba la playa, el aire fresco en la noche, etcétera. Además,
Sinaloa era el lugar más parecido a Sonora, donde vivió casi toda su
vida, luego del incidente de su familia. Su apellido en aquel entonces
era Román, pero con la adopción, se cambió a Lugo. Pero lo volvería
a cambiar. No iría al registro civil, pues lo atraparían. Tenía
contactos en casi cada parte de México. Los cuales, muchos de ellos
eran capaces de darle identificaciones falsas.
No era tonto, al contrario. Pero bien dicen que la vida regresa
todo lo malo que la gente hace, debía ser cuidadoso.
7
Mis suegros se ofrecieron a ayudarme y darme un techo, pues
estando en silla de ruedas no podría hacer mucho. Iba a volver a
ProSoft, pues mi trabajo es en escritorio y no necesitaba estarme
parando. Lily había aprendido a manejar y cuando salía del ensayo
de porristas, iba por mí al trabajo.
Ni siquiera pude ir al funeral de mi madre. Me estaba volviendo
frío y callado. Apenas hablaba en casa de mis suegros, igual en el
trabajo y en el auto con Lily. Pero no hemos llegado a esa parte,
amigo mío. Hablemos del fin de semana antes de volver a mi
empleo.
No había rastro alguno de Mateo o Joaquín (lógicamente de
Danielle tampoco). Nadie vio a dónde se fue Mateo cuando salió del
hospital.
El detective Rollings me llamó al día siguiente que me dieron de
alta. Me pidió vernos en una cafetería a unos 10 minutos de la casa
de mis suegros. Yo accedí. Me había dicho que tenía que hablarle de
Mateo para ver si había algo de verdad en lo que me había dicho
sobre lugares que le gustaban o algo por el estilo.
Llegó por mí en un Camaro de 1969 color azul oscuro, casi negro.
En el camino no hablamos mucho, pero recuerdo que me dijo que era
un amante de los autos clásicos y rápidos (yo también tenía gusto
por ese tipo de vehículos). Eso explicaba el modelo del Camaro.
Llegamos a la cafetería «London». Me ayudó con la silla de
ruedas. Yo prefería ir a la terraza del local, pero era muy difícil subir
escaleras con la silla de ruedas, así que me conformé con la planta
baja. Pedí un capuchino moka y unas galletas. El detective Rollings
pidió un americano bien cargado y un pedazo de pastel. No me dejo
pagar mi parte de la cuenta. Llegamos a una mesa al fondo del lugar,
alejado también de las escaleras. En la planta baja, había una pareja
de la tercer edad riéndose y besándose. Por un momento me imaginé
que Danielle y yo, podríamos llegar a estar como ellos algún día, si la
encontraba.
Cuando nos sentamos en nuestra mesa, yo no quería decir nada,
solo quería tomar mi café, pero obviamente, el detective Rollings me
haría preguntas.
—Orlando, no acostumbro a socializar mucho con las víctimas de
un crimen, en este caso contigo. Pero me doy cuenta de que estas
pasando por un momento muy malo y…
—Entonces es por lástima.
—No me dejaste terminar.
—Entonces me dirá que pasó por algo similar, ¿no es cierto?
—interrumpí de nuevo.
—¿Me dejarás hablar o no?—dijo más serio. No respondí, solo le
di un pequeño trago a mi moka y volteé a ver a los ancianos de
nuevo.
—Escucha, Orlando. Sé que no es fácil perder a alguien que amas.
Yo perdí a mi padre. Era el mejor detective de Davenport, Iowa. Pero
tuvo un enfrentamiento con una banda de delincuentes mexicanos y
fue el único muerto. Mi madre era mexicana y al morir mi padre
vinimos a vivir a México, pues ninguno de los dos ´podíamos ver la
tumba de mi padre, Raymond. Yo era un chico de 11 años que
deseaba ser como su padre, era mi héroe. ¿Sabes por qué intento
hacer esto? Porque, primero, porque asesinatos y violaciones son mi
especialidad. Segundo, la familia de Mateo y Joaquín fueron los que
mataron a mi padre. —en ese momento volteé a verlo. No lloraba,
sin embargo su tono de voz era serio, como si lo que me estaba
pasando a mí, no se comparaba a lo suyo. —Suena loco, lo sé. Pero
no tengo dudas. Te explico: En Estados Unidos (desde siempre), la
mayoría de los vendedores de droga o dealers, consiguen mercancía
con mexicanos. La familia Román tenía un negocio de drogas en
América, pero estaba mejor establecido en el Estado de Iowa y parte
de Illinois. Cuando el equipo de mi padre los descubrió y fueron a la
base de los Román, se inició un enfrentamiento armado y mi padre,
como te había dicho pues… Bueno, lo que trato de decirte, es que yo
también he perdido gente amada y no puedo permitir que esa
familia siga haciéndole lo mismo a otros.
—¿Cómo supiste tanto si eras solo un niño? —pregunté como si
nada.
—Bueno, sigo en contacto con los amigos más cercanos a mi
padre, como el tío Alex.
—Entonces, ¿usted pidió este caso personalmente, detective
Rollings?
—Roy, por favor. Y sí.
—Será difícil encontrarlos.
—De eso quería hablarte. Probablemente sepas algo de Mateo que
pueda decirnos cómo encontrarlo. Como lugares que le gustaba o
gustaría visitar.
—¿Qué hay de Danielle?
—También la encontraremos. Ella y tu bebé estarán a salvo.
—Joaquín y Mateo no están juntos. Eso creo. —dije y miré mi
vaso de café fijamente durante unos segundos.
—¿Qué te hace pensar eso, Orlando?
—Bueno, no estaban juntos cuando pasó todo. Joaquín llegó en
una motocicleta y Mateo… ni siquiera sé cómo llegó Mateo a la casa.
—Tus suegros y Lily lo vieron llegar en un Cadillac negro.
—¿Sí? —pregunté y asintió con la cabeza. —Recuerdo que
cuando tuve un encuentro con Joaquín, él manejaba un Cadillac
negro, quizás sea el mismo.
—¿Puedes recordar las placas?
—OIL-7391.
—Perfecto. Mandaré esa información a mi equipo y ellos la
mandarán a otros equipo a lo largo de la república. De hecho, este no
es el único lugar en el que buscan a Joaquín y a Mateo ya
comenzaron a buscarlo también. Te prometo por la memoria de mi
padre que los atraparemos.
—Eso espero, Tommy.
Capítulo VII:
Infierno
1
Por todos lados de la ciudad había miles de millones de carteles
con los rostros de Joaquín Román y Mateo como se apellide. Arriba
de sus fotografías, estaba la leyenda de «Se Buscan». Los padres
adoptivos de Mateo no tenían ni la más remota idea de lo que hacía
Mateo. Aseguraban que después de las muertes de Lucas y Marcos,
Mateo en serio se veía destrozado, pero bueno, se dedicó a hacernos
pensar así a todos. También perdió su trabajo en ProSoft, pero eso es
lógico, amigo mío.
En cambio, a mí me ascendieron a Jefe del Departamento de
Sistemas, después de terminar un proyecto importante para la
empresa. Pero no me importaba si no estaba Danille. ¿Cómo se
supone que iba a estar feliz si mi esposa no estaba? Duramos
exactamente una semana casados y después, ¡Poof! Nada. La perdí.
Pero si la obsesión que Joaquín tenía con ella era real, la recuperaría.
La recuperaría y el recibiría una bala en el cerebro. No me importaba
ir a la cárcel por eso.
Los papás de Danielle, en especial su padre, pensaban igual que
yo. Pensaban que merecían morir de esa forma. En cambio Lily, solo
deseaba que todo parara. Decía que por favor dejáramos a la policía
hacer su trabajo. Pero no era tan fácil. ¿Qué habrías hecho tú?

2
El 20 de enero del 2012 (no olvidaré esa fecha), tuve un sueño.
Uno donde vi a mi madre. Te cuento.
Marcos, Lucas, Juan y yo (al parecer ni en sueños podía estar con
Matt), estábamos caminando por un pueblo, en cierta parte de este
pueblo había un puente, que nos llevaba a otro pueblo. Mientras
caminábamos por el puente comenzaron a platicar sobre Mateo.
—No me esperé que fuera él, la verdad. —dijo Juan y después se
rio.
—Sí, lo sé. —dijo Lucas. —Deberíamos hacerlo llorar a patadas,
¿no creen? —dijo como si en lugar de matarlos, se hubiera tratado de
una broma de Halloween.
—Yo pienso que vayamos a comer algo. Podríamos ir a Pizza
Heaven de nuevo. —dijo Marcos.
—Tú solo piensas en eso, Marcos. —dijo Lucas. Yo no hablaba.
Más bien, no podía. Intentaba pero mis labios no se movían.
—Podemos ir cuando terminas el encargo. —dijo Lucas.
—Sí. No te desesperes Mark. —le dijo Juan. ¿Desde cuándo le
decían así?
—Entiendo. Esto es más importante.
¿Qué encargo?, pensé.
—Ya casi llegamos. —dijo Lucas.
—¡Es ahí! —dijo Marcos, apuntando a una casa color beige de una
planta, donde en el porche, se veía una señora en una silla mecedora.
Luego los tres voltearon a verme. Las casi todas las otras casas, se
veían solas.
—Orlando, te queremos. Hasta aquí llegamos. —dijo Juan. Dieron
media vuelta, volteé hacia atrás y cuando quise verlos de nuevo, no
estaban.
—Yo también los quiero. —dije por fin.
Volteé a ver a la señora de la mecedora de nuevo. Estaba ahí,
dándome la espalda, meciéndose hacia delante y hacia atrás. Me
acerqué un poco, dando pasos lentamente. ¿Cuál era el encargo que
tenían? Eso es lo más raro del sueño. Cuando estaba a unos metros
de la casa, un niño (que se parecía a mí de pequeño) salió corriendo
por la puerta y se fuera jugar con unos niños que estaban en una
esquina esperándolo. La señora, sin ponerse de pie, echó un vistazo
hacia atrás y me vio. Era mi madre, unos cinco o seis años más vieja.
Abrió los ojos y se puso de pie. Corrió y me abrazó con fuerza.
—Mi hijito. —dijo soltando algunas lágrimas. Yo la abracé
segundos después, pues estaba confundido. Fue un abrazo que se
sintió real. Solo alcancé a pronunciar: «Mamá», pues luego de eso me
desperté.
Me senté en el lugar donde estaba acostado y comencé a llorar.
Puse ambas manos en los ojos y me limpié las lágrimas. Me jalé el
pelo para ver si seguía soñando. Estaba confundido. Miré una foto
que estaba sobre el buró. En la foto estaban Los Evangelistas y El
Otro. A la foto le faltaba un pedazo. En ese pedazo, iba Mateo.
Encendí la lámpara y tomé el marco de la foto y la vi de cerca. Vi que
una lágrima cayó sobre el cuerpo de Lucas.
—Gracias, chicos. Los amo.
3
Después de mi raro pero reconfortante sueño, todo mejoró un
poco. Muy poco. Seguía siendo frío con todos, pero no tanto como
antes. A comienzos de febrero, Lily me estaba llevando al trabajo y le
comenté parte del sueño. Omití la parte de los chicos y del
«encargo».
— ¿Es en serio? ¡Qué bonito sueño, cuñado! —dijo sin quitar la
vista del frente.
—Sí, se sintió muy real. Tenía que contárselo a alguien. Ya sabes
que…
—No empieces, Orlando. Todo va a mejorar. Y, aunque suene
raro, yo también soñé algo raro anoche, pero a la vez era bonito.
—Cuéntame.
—Estábamos mamá, papá y yo caminando por la acera, ellos
hablaban de un encargo, pero yo no podía hablar, como si me
hubieran cosido la boca o algo así. De repente vimos a Danielle
parada y nos acercamos.
—Espera, —interrumpí. —¿encargo?
—Sí. ¿Qué raro no? Cuando llegamos a donde estaba Danielle,
mis padres no estaban, solo Danielle y yo. Me abrazó y dijo que no
estaba muy lejos.
—Ese era el encargo de tus padres entonces.
—¿Llevarme con Danielle? ¿Por qué?
—Lo que no te dije, es que los Evangelistas, excepto Mateo,
estaban en mi sueño y dijeron lo mismo cuando llegamos con mamá.
—Qué extraño. —dijo mientras se orillaba a la entrada de ProSoft.
Se bajó del auto y corrió rápido a ayudarme a bajar. Puso la silla
de ruedas junto a la rampa de entrada y me ayudó a sentarme, pues
me dolían las piernas al pisar el suelo. Me empujó hasta estar dentro
del edificio. Se despidió y se apartó para irse al auto, pero la detuve
tomándola del brazo.
— ¿Crees que encontremos a Danielle? —pregunté aguantando
las lágrimas.
—Sí. Si ella me dijo que estaba bien, debe ser cierto. —respondió
y se fue.
«Tienes razón», pensé y moví las ruedas para ir hasta mi nueva
oficina, donde estaba una placa con la leyenda «Ing. Orlando Rivas.
Jefe de Sistemas». Pero seguía sin ser lo mismo.
Cuando llegué, mi nueva secretaria Jocelyn me sonrió y me dio
los buenos días. No era mayor que yo.
—Buenos días, Ingeniero.
—Buenos días Jocelyn. Llámame Orlando, por favor. —dije. Al
hacerlo, se sorprendió, pues era raro que respondiera siquiera. Antes
de ese día era muy exigente y callado. Solo hablaba si era necesario.
—¿Hay algún recado, Joce? ¿Puedo llamarte así?
—Seguro, Orlando. Pues… no. Es decir, trajeron un sobre para
usted. —dijo mientras habría el cajón del escritorio y sacaba uno de
esos sobres amarillos que se usan para echar documento. —Aquí
tienes. —dijo entregándomelo en la mano.
—Gracias. ¿Algo más?
—Sí, Orlando. Uno de los socios está interesado en su idea de
expansión a diferentes lugares de la República. Llamará a eso de las
11:00 a.m.
—Perfecto, Joce. Una pregunta antes de entrar a mi oficina. Es
que, revisé tus documentos el otro día y vi eres madre soltera.
—Sí, señor… es decir, Orlando, gemelos. Los tuve hace unos
meses.
—¿Qué se siente tener hijos?
—Me imagino que no te refieres al parto. Así que, es perfecto. Te
dan una razón de hacer las cosas. Son tu razón de existir. ¿Por qué?
—No, por nada. Solo era una duda. Gracias. —dije abriendo la
puerta de la oficina, antes de entrar se me ocurrió algo. —Puedes
salir después del mediodía si quieres. Trabajas mucho y los bebés te
necesitan.
—¿Hablas en serio? ¡Muchas Gracias!
—No es nada. Ahora sigue trabajando. —dije fingiendo una voz
grave de jefe mandón.
Entré a la oficina, puse el sobre en el escritorio y encendí la
computadora para terminar los pendientes del día anterior. Mientras
la máquina se encendía, eché un vistazo al sobre. Tenía escrito: «Para
Orlando Rivas. De Dan.»
Al principio no supe quién era Dan. Hasta que abrí la carta supe
bien de quién se trataba. Esa letra…
Orlando,
Estoy bien. Te envío esta carta para que estés enterado. Me hice amigo del
joven de la correspondencia, es la única forma de contacto que tengo con el
exterior, así que sé que no hemos salido de Sonora. Pero no le he preguntado
dónde estamos exactamente. Por eso mismo te escribo. Joaquín no me ha hecho
nada hasta ahora, al contrario, parece que está loco por mí. Intenta tratarme
como una reina, pero no me gusta. Joaquín dijo que nos iríamos en dos semanas
a Estados Unidos, pero tampoco sé a dónde exactamente. Estoy asustada,
Orlando, encuéntrame. No quiero que este loco, se quede conmigo ni con nuestro
bebé.
Te extraño y te amo.
Dan
…era de Danielle. Entonces no pude contener las lágrimas.
Brotaron como cascadas. Supe que podía ir a la agencia de correos
que entregó la carta, o que podía llevársela a Tommy. Sí, eso era lo
mejor. Llamé a Joce desde el botón del teléfono de la oficina que se
conecta al suyo.
—Comunícame con el detective Thomas Rollings. Dile que quiero
verlo en una hora en mi oficina. Es urgente. Espero que hayas
guardado el número del detective.
—Sí, Orlando.
—Perfecto, sigue así y te saldrás de vacaciones antes de semana
santa. —dije sarcásticamente y ella lo sabía.
Así como yo sabía que estaba cerca de encontrar a Danielle.

4
El detective llegó una hora antes de salir de mi empleo. Su
impuntualidad me desesperó, pues para mí todo esto era importante
y estar en silla de ruedas no me mejoraba el día. Por lo menos si
pudiera caminar, hubiera ido al departamento policíaco (o como se
llame) yo mismo. Pero esto es lo que me tocó; o hicieron que me
tocara. Ya sabes, un Judas hijo de perra.
Joce ya se había ido como le pedí. Por suerte su teléfono no
sonaba constantemente, así que no interrumpía mi trabajo. Lo que si
lo hacía, era mi desesperación.
Mi teléfono sonó, era de recepción.
—¿Sí?
—Buenas tarde, ingeniero. Jocelyn me pidió que lo llamará si llegaban a
buscarlo. Acaba de llegar un detective. ¿Lo hago pasar?
—Por favor, señorita.
—En un momento estará en su oficina.
—Muchas gracias. —dije y colgué el teléfono. «Ya era hora,
carajo» pensé.
En menos de treinta segundos el Tommy Rollings tocaba la
puerta de mi oficina. Y le dije que pasará.
—Buenas tardes, Orlando.
—Tome asiento, Tommy. —dije molesto.
—Sé que me pidió que llegara hace un buen tiempo, pero estaba
ocupado, hay avances sobre Mateo.
—¿Lo encontraron?
—No es así. Los encargados de las casetas de cobro entre Sonora
y Sinaloa, lo reconocieron. Así que lo más seguro es que esté ahí. La
policía sinaloense acaba de ser informada y lo están buscando hasta
por debajo de las rocas.
—Yo también tengo algo. Si hubiera llegado antes, ya hubiera
informado a todo el equipo que dice tener. —dije cada vez más
molesto.
—Lo dices, como si todo este tiempo te hubiera mentido. Más
tranquilo o me retiraré.
—Me llegó este sobre. —dije abriendo el cajón de mi escritorio.
—Mi secretaria me lo entregó esta mañana. —le estiré la mano
entregándolo el sobre.
—¿Puedo preguntar quién es Dan? —preguntó viendo fijamente
la nota.
—Es Danielle.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Conozco la letra, Tommy. Léala, es importante. —me sentía
más calmado.
Abrió el sobre y comenzó a leer la carta. La examinó tomando su
tiempo. Al principio creí que se trataba de que sufría de miopía,
después me di cuenta de que la leía una y otra vez. Tal vez buscando
alguna pista o señal secreta que indicara algo.
—Bueno, si tú dices que es de ella, hay que informarlo. —dijo
guardando la carta de nuevo en el sobre y poniéndolo sobre sus
piernas. —Con el contenido de la carta me doy cuenta de por qué no
teníamos idea de a dónde había ido Joaquín. Nunca salió del estado.
¡No se me ocurrió antes!
—Vaya detective. —dije moviendo la cabeza de un lado a otro.
—Lo siento, Tommy. Encuéntrela.
—Lo haré. Te lo prometí y te lo cumpliré.
—Roy. ¿Usted tiene hijos?
—Si lo preguntas por tu situación, déjame decirte que recuperarás
a tu esposa y a tu bebé. Serás un gran padre. Tu actitud dice todo.
—Gracias, pero no era una respuesta a mi…
—Mi esposa está embarazada. Una niña. Se llamará Elena. Bonito
nombre, ¿cierto?
—Eso creo. Usted también será un gran padre. Estoy seguro que
su niña querrá ser como usted.
—Basta de cumplidos, muchacho. Hay un violador y un asesino
que arrestar y una mujer embarazada que salvar.
—Vaya. Dios lo bendiga.
—Igualmente. —dijo levantándose de su asiento, media vuelta y
adiós. Una espera larga para una visita corta, pero efectiva. Gracias a
Dios tenían algo de ambos paraderos.
5
—Orlando, debido la carta no tenía remitente, es difícil saber de dónde
salió. Sin embargo, esta misma noche iremos a ProSoft y hablaremos con el
encargado de seguridad del turno nocturno para ver quién fue el cartero que
lo trajo. Así sabremos el área en que movía correspondencia y será más fácil
encontrar la ubicación de Danielle y Joaquín. Te mantendré al tanto del
asunto tan rápido como sepa algo. Y por favor, contesta cuando te llame,
odio los buzones de voz. —dijo la voz de Tommy en el buzón de voz en
mi teléfono móvil. No era un gran avance, pero tenían ideas para
resolverlo. Eso esperaba.
Lancé el teléfono a mi cama y seguí sentado en la silla de ruedas.
Con mi nuevo y buen sueldo, compre un mini refrigerador para mi
cuarto en la casa de mis suegros (claro, yo ponía mi parte de los
servicios de luz, agua y de más), ahora adivina, amigo mío, ¿qué
había en ese mini refrigerador? Exacto. Cervezas. Dos paquetes de 6
cervezas cada uno. Desde que Danielle y mi familia no estaba, me
volví un puto borracho. Sé que no es la manera correcta de decirlo,
pero era así. Odio esa parte de mi vida.
Ese día, cuando lancé el teléfono a la cama, estaba furioso.
Furioso porque la pista que la mismísima Danielle me dio, no servía
mucho de ayuda. Pero lo que si importaba es que estaba bien, por lo
menos físicamente. Pero ese asqueroso de Joaquín me la arrebató y ni
siquiera el alcohol me quitaba eso. Y entonces, ¿por qué bebía?
Porque soy un cobarde y en esos momentos quise quitarme la vida y,
por miedo no lo hacía. Esperaba que el alcohol me ayudara, pero no.
Tomé de nuevo la foto donde estaban mis amigos y luego una
donde estábamos Danielle y yo recién casados. Las acomodé en la
cama de manera que los marcos quedaran de pie, uno junto al otro.
Abrí el refrigerador y saqué uno de los six-packs y tomé una de las
botellas. La abrí con los dientes cortándome ligeramente con la ficha
en el labio, pero no importaba. Iba a tomarme las doce cervezas esa
misma noche. Comencé tomándome esa botella de solo dos tragos y
puse la botella en la cama, sin derramar una sola gota. La había
secado.
Saqué otra del paquete y de la misma manera, la abrí con los
dientes, pero le dí solo un trago dejándola arriba de la mitad de la
botella.
—No necesito esta puta silla de ruedas. —dije en voz alta. Puse la
botella sobre la cama, pero se derramó en la cama. «Carajo», pensé.
Intenté ponerme de pie, sosteniéndome del respaldo para brazos de
la silla de ruedas. Al hacerlo, las piernas me temblaron y me
dolieron.. no, me ardieron como nunca. Caí al suelo y, en un intento
por frenar la caída con la cama, dejé caer al suelo la segunda botella,
que ahora tenía menos de un cuarto.
Solté un pequeño gritó de dolor, además del sonido que produjo
la botella de vidrio al romperse en el suelo derramando lo poco que
le quedaba de cerveza por el suelo.
Mi suegro entró al cuarto casi al instante que se escuchó el ruido
de la botella. Me vio tirado en el suelo y se agachó rápido a
ayudarme a volver a la silla de ruedas. También alcancé a ver a mi
suegra viendo boquiabierta a un lado de la puerta.
—Ven, hijo, te ayudaré a levantarte. —dijo el señor. Fijo su
mirada en mi mano derecha. Estaba chorreando sangre. Me había
cortado con uno de los pedazos de vidrio de la botella. Al instante no
sentía nada, pero al ver la sangre, el dolor me cayó como una
estampida de elefantes.
—Cariño, dile a Lily que traiga el botiquín y tú limpia este
desastre. Rápido mujer, por favor.
—Sí, ya voy Carlos. —dijo Iza, la mamá de Danielle.
— ¿Qué tratabas de hacer, Orlando? ¿Levantarte de la silla de
ruedas? Vaya que estás loco. —dijo molesto y tomando mi mano
para observar mi palma sangrante.
—Deme otra cerveza. —dije con lágrimas en los ojos.
—Orlando, si no estuvieras en esa silla de ruedas, ya te habría
dado una bofetada. ¿Cómo mierda piensas en emborracharte en
estos momentos?
—Danielle no…
—No está, lo sé. Me duele más que a nadie, incluso que a ti. Y aun
así no estoy tomándome un barril de cerveza para olvidarlo.
—No lo entiende.
—No, no lo entiendo. No puedo entender como alguien como
Orlando Rivas se deja ahogar en el alcohol. ¿Hace cuánto que no te
ves en un espejo? No había querido decírtelo, pero tienes un aspecto
repugnante.
—Aquí está el botiquín, papá. —dijo Lily entrando casi corriendo.
Carlos solo tomó el alcohol y las vendas. Me puso alcohol en la
herida, lo cual ardió bastante. Me puso la venda alrededor la mano.
—Listo. —dijo poniendo en su lugar las cosas, dentro del
botiquín. —Guárdalo y dile a tu madre que se apresure. —Lily no
respondió y se fue.
—Como te decía, Orlando. Tu aspecto es horrible. Solo mírate.
—Tomó un pequeño espejo que estaba sobre el buró y poniéndolo
frente a mí. —Mírate bien, hombre.
Me vi y puse cara de asco. La verdad no me había tomado el
tiempo de verme al espejo como se debe, solo para ver mis ojeras y
marcas de insomnio. Ahora mis ojos estaban muy rojos. Mis dientes
amarillos. No me había afeitado desde Año Nuevo. Mis ojeras tenían
ojeras. Mis ojos estaban llenas de lagañas.
—Además. Este lugar apesta. —dijo.
Volteé a mi alrededor y, efectivamente, mi habitación era un
maldito desastre, sin contar la cerveza y los vidrios en el suelo. Iza
comenzó a limpiar, ni siquiera me di cuenta de cuándo llegó. Pero
fuera de eso, todo estaba mal. El ropero estaba abierto y se veía toda
la ropa arrugada. Los zapatos amontonados. Los pantalones en el
suelo y algunos apenas colgando de un gancho. La mini nevera
abierta y ni siquiera me había dado cuenta de que tenía un poco de
moho sobre la puerta.
—Es horrible. —dije en voz baja, pero me escuchó. Iza terminó de
limpiar y se fue cerrando la puerta.
—Claro que es horrible. Sí, duele que Danielle esté embarazada y
que no esté aquí, pero ya sabemos que está bien. Tommy llamó
diciendo lo de la carta. Sé que tus amigos y tu madre murieron, pero
a ellos no les gustaría verte así. Es decir, no les gusta hacerlo. Porque
estoy seguro que dondequiera que estén, te han visto sumergirte en
el fondo de cada botella desde que Mateo hizo lo que hizo.
—No mencione ese nombre…
— ¿Cuál? ¿Mateo? Orlando, despierta. No eres tú. Te lo digo yo,
lo dice Iza y lo dice Lily. Estás mal. Vamos a encontrar a Danielle y
mi nieto o nieta y te juro por Dios, que si quieres matar a ese
bastardito de Mateo, yo te ayudaré.
—No diga eso.
—Sí lo digo. Gracias a su jueguito de venganza, mi hija no está
aquí, además casi me dispara directo en el brazo. Vamos a estar bien.
Necesitas…
—Un psicólogo. —interrumpí. Volví a verme en el espejo con
asco. —Sí, es eso. Tal vez sea cierto.
Carlos me puso una mano en el hombro mientras me veía al
espejo. No volteé a verlo pero me imaginé que puso una cara de
«mejor dejaré solo a Orlando, está viendo lo horrible que se puso». Y
de hecho era verdad.
Cuando cerró la puerta me vi al espejo unos 5, tal vez 10 minutos
más. También me di cuenta que en la venda había una pequeña
mancha roja, pero la sangre se había detenido. Ese era mi infierno,
amigo mío. Mi vida estaba hecha un maldito desastre. Tanto física
como psicológicamente. Incluso espiritualmente, pues dejé de ir en la
Iglesia. Perdí mi fe en Dios en aquellos momentos. Para mí solo
existía un ser todopoderoso que me castigaba por un acto que mi
familia había cometido, siendo que yo ni siquiera sabía de su
existencia. Ahora me tocó pagar por eso, amigo mío. Pagué el precio
que mi familia no pagó nunca. Hijos de puta. Y también Mateo (o
como yo lo llamaba, Judas Mateo), él era el rey de los hijos de puta.
El infierno de Danielle
Danielle estaba sentada en un sillón que tenía aspecto de tener
unos diez años. Se encontraba en una casa-departamento dentro de
una vecindad. No sabía dónde estaba. Ella sabía que estaba en
Sonora por el logotipo de «Un Nuevo Sonora» de su amigo el
cartero. Pero no sabía la ciudad.
Veía la televisión, o eso intentaba. Con el control remoto
cambiaba el canal cada dos segundos buscando algo bueno. Estaba
encerrada. Joaquín no estaba, pero le había dicho que sospechaba
que hablaba con alguien mientras él dormía o estaba ocupado en el
cuarto.
Mientras Danielle buscaba algo en la televisión. La puerta se abrió
casi de golpe. Ella dio un salto por la impresión y se asustó un poco.
Joaquín entró rápido y cerró la puerta azotándola. Se acercó rápido a
Danielle, que se había arrinconado en el sillón juntando las piernas,
escondiendo detrás de estas, la cabeza. Joaquín la jaló del brazo
enojado, la puso de pie y le soltó tremenda bofetada que la mandó
de vuelta al sillón. Luego le lanzó una foto. Ella la vio y vio a su
amigo el cartero con una mancha de sangre donde estaba el logotipo
de «Un Nuevo Sonora». Soltó un pequeño grito, asustada y soltando
lágrimas como loca.
— ¿Qué le dijiste a ese imbécil? ¡Contesta! —gritó levantándola
del brazo de nuevo y moviéndolo de un lado a otro. —Dime o de un
telefonazo, Orlando muere como tu amiguito.
—Nada, solo necesitaba un amigo… —dijo entre llantos.
— ¡Mientes! —gritó y le soltó una bofetada de nuevo, pero esta
vez, mandándola al suelo. —Si sé que le dijiste algo que no debías,
olvidaré mi amor por ti y también te daré cuello y de paso, tu bebé se
irá contigo al infierno. —dijo soltándole una pequeña pero dolorosa
en el trasero. —Espero que hayas hecho la comida como te dije.
—S… sí. —tartamudeó ella llorando más.
—Levántate, zorrita mía. Ven a comer con tu hombre.
— ¡Tú no eres mi hombre, asqueroso!
— ¡Cállate! —gritó. Se le acercó y las patadas en el trasero y las
piernas siguieron por unos momentos (que se le hicieron eternos),
dejándole marcas horribles. Nunca la golpeaba al vientre, pues
quería actuar como el padre del bebé. Este era el infierno de Danielle.
Judas Mateo
A escondidas de sus padres adoptivos, Mateo vendía drogas que
Joaquín le mandaba, esto cuándo llegó a la edad de 13 años, pero era
fácil para él. Sus negocios turbios fueron subiendo de nivel hasta
llegar a matar a las personas que lo consideraban su hermano. Tenía
el dinero suficiente para vivir en la casa de la playa que había
conseguido en Sinaloa, incluso dejó de trabajar como lo hacía antes y
aún tendría el dinero para vivir plenamente.
Le gustaba salir a caminar por la playa entre las 6:00 p.m. y las
7:00 p.m. pues el clima a esa hora era completamente perfecto. Tenía
unos cuantos vecinos. Los saludaba todos los días. «Buenos días,
joven» le decían casi siempre a nuestro querido Judas.
Las preocupaciones se habían terminado. La venganza se logró,
aunque no como esperaba en un principio pues Orlando no murió al
final de cuentas. Lo demás era punto y aparte. ¿Trabajo? No
necesitaba. ¿Esposa? Mucho menos, con todo el dinero que había
ganado a lo largo de los años (y que extrañamente sus padres nunca
supieron de él) impresionaba a una o dos chicas a la semana y las
llevaba a su casa de la playa. Alcohol, sexo, dinero y adiós.
¿Danielle? Esa «zorrita» era problema de Joaquín. Joaquín era su
única preocupación. Su única familia y por tanto, su único ser
amado.
6
Tommy fue a casa de mis suegros a hablar con todos. Lily estaba
en su práctica, así que ella no se enteraría hasta tarde. Nos quedamos
en el comedor. El rostro de Rollings decía que había malas noticias.
Se veía serio. Apagado.
—Señores, Orlando. Tenemos noticias sobre el joven que llevó la
carta de Danielle a la oficina postal.
— ¿Qué tienen? ¿Lo encontraron? ¿Dónde? —comenzó a
preguntar mi suegra, desesperada.
—Lamentablemente lo encontraron muerto hace dos días en un
callejón. —dijo Tommy. Mi corazón se hizo pedazos otra vez al
escucharlo. Justo cuando pensé que había esperanzas de encontrarla.
— ¿Dónde? —pregunté viéndolo directo a los ojos.
—Casi en la frontera con Estados Unidos. Si tenemos suerte,
podemos averiguar el área de esa ciudad donde trabajaba. Así que
podríamos ajustar la búsqueda en ese punto.
—Iré con ustedes. —dije y golpeé la mesa. Si alguien debía
encontrarla era yo. Yo era su esposo y el padre del bebé que
esperaba. Era justo.
—Ni lo pienses muchacho. —dijo Tommy. —No puedes hacer
mucho en ese estado en el que estás. Pero, —ahora fijo la vista en mis
suegros, que estaban tomados de las manos. —ustedes sí. Ustedes
pueden ayudarnos a encontrarla. Si por alguna razón ella llega a salir
a la calle, ustedes deben reconocerla.
— ¿No es peligroso? Tal vez sea mejor que vaya yo solo con
ustedes. —dijo Carlos. No quería arriesgar la vida de Iza en algo tan
peligroso como meterse con Joaquín.
—Pero yo también quiero ayudar en algo, Carlos. —dijo Iza
llorando a mares. —Yo voy. También es mi hija.
Carlos no dijo nada. Solo cruzaron miradas. Al final él asintió
con la cabeza.
—Muy bien. —dijo Tommy. —Nos iremos a primera hora
mañana. yo mismo pasaré por ustedes. Así que, será mejor que
preparen maletas y lleven SÓLO lo necesario. Y por el amor de Dios,
ni se les ocurra llevar armas. Eso es nuestro trabajo. Carlos e Iza se
iban a meter un trabajo que no les correspondía. Tal vez Tommy no
era tan bueno como decían, o eso pensaba. Pero en el fondo, aún
sentía esa confianza que él generaba.
Lily entró mientras conversábamos y se acercó.
— ¿Pasó algo? ¿Por fin la encontraron? —dijo corriendo hacia la
mesa. Se paró a un lado de mí y puso sus manos en mis hombros y
los sobó. Cosa que me incomodó un poco.
—No hija, de hecho… —dijo Carlos.
—Mañana nos iremos con el detective Rollings a buscarla. ¡Parece
que encontraron pistas!
—Oh, pues… que bien. —dijo Lily, pero su voz se notaba algo
apagada.
— ¿Pasa algo, Liliana? —dijo Tommy.
—No, solo fue la práctica. Estoy muerta. —dijo, pero no me
convencía, y tampoco a Iza ni a Carlos. Se veía en sus rostros.
— ¿Segura qué es eso? —preguntó Iza.
—Sí. ¿Es ilegal estar cansada o qué? —dijo enojada y se fue a su
cuarto.
Sus padres se miraron entre sí y murmuraron durante unos
minutos. Tommy y yo nos vimos confundidos. Él se encogió de
hombros y yo solo levanté las manos como diciendo «ni idea, viejo».
Rollings se quedó unos minutos más dándoles indicaciones a mis
suegros. Como con quién hablar y con quién no. O qué hacer si los
ven. O qué nombres usarán para no levantar sospechas. Etcétera,
etcétera. Rollings se despidió de todos. Cuando llegó mi turno de
despedirme del detective, este me dijo:
—Te lo prometí. Ahora estamos a un paso más adelante.
—Ahora cumpla su promesa y traiga a mi mujer de vuelta.
Sin recibir nada más que un «sí» con un movimiento de cabeza y
un fuerte apretón de manos, Thomas se fue y yo decidí que debía
hablar con Lily.

7
•Hice rodar las llantas de la silla de ruedas hasta la puerta de su
habitación. Se escuchaba que lloraba. Por un instante me recordó al
día en que fui con Danielle y me confesó que José Murrieta (Joaquín,
por si se te olvidó que era el falso nombre que me dieron) la había
violado de joven. Esperé unos 5 o 7 segundos antes de tocar la
puerta, me llamaba tanto la atención como me recordaba tanto a
aquel día lleno de desesperación. Toqué su puerta y pasó
exactamente lo mismo que con Danielle. Misma pregunta, misma
respuesta:
—Lily, soy Orlando. ¿Puedo pasar?
— ¡NO! —gritó. ¿Qué la podía afectar tanto?
—Lily…
— ¡Lárgate! ¡No quiero ver a nadie! —gritó aún más fuerte. Al
parecer el día de su cumpleaños no era lo único que tenía en común
con su hermana.
—Está bien, Liliana. Búscame cuando estés mejor. —dije sin
esperar respuesta.
Me dirigí a mi pequeña habitación. Entré y cerré la puerta. Me
acerqué al buró y tomé el pequeño espejo del buró y me vi de nuevo.
No me veía tan mal como antes, pero si había algo malo. Como sea.
Regresé el espejo a su lugar y abrí mi pequeño refrigerador (que
ahora solo tenía un jugo y dos refrescos, todo en lata de 355ml) y
saqué un refresco de naranja. Le di el primer trago y justo cuando
bajé la lata, tocaron a mi puerta. Era Lily.
—Orlando… ¿estás ahí? —dijo, aun llorando un poco.
—Sí, claro. Pasa. —le dije mientras ponía la lata en el buró.
—Lo siento por…
—No te preocupes, —interrumpí —yo entiendo. ¿Por qué estabas
tan triste?
—Bueno… mi día estuvo pésimo. ¿Puedo sentarme? —preguntó
señalando a la cama y asentí con la cabeza.
— ¿Qué pasó? —le pregunté. Tomé mi refresco y le ofrecí, pero
negó con la cabeza.
— ¿Recuerdas que te platiqué de mi novio?
—No. ¿Cuándo lo hiciste?
—Hace tiempo cuando te llevé al trabajo, pero no importa. De
todos modos te veías como si estuvieras en tu propio mundo. Bueno.
Su nombre era Paul y, bueno. Necesito que prometas no decírselo a
nadie. —me dijo y asentí. —Pues, tuvimos relaciones. Varias veces.
Incluso un día lo hicimos dos o tres veces.
—No necesito esos detalles, Liliana. —le dije interrumpiéndola. Y
estoy seguro que tú tampoco, amigo mío.
—Lo siento, no era mi intención. Te digo, mi primera vez fue con
él y, no sé. Me gustaba hacerlo con él, pero por amor. Pero descubrí
algo que no quería. Resulta que el patán me grabó en una de esas
veces que nos encerrábamos en su cuarto y les pasó el video a sus
amigos. Luego sus amigos a sus amigos y así hasta llegar al equipo
de porristas. Incluso el entrenador las vio. —dijo y las lágrimas
volvieron a brotar. —El entrenador me sacó del equipo y dijo que
hablaría con la directora pero mis amigas y yo lo convencimos de no
hacerlo. Le dimos unos 500 o 600 pesos entre todas. Pero dijo que no
podía seguir en el equipo. Todo por ese…
—Cuida tus palabras, cuñada. Tú no eres así.
—Lo sé. Pero no sé qué hacer. —dijo poniendo la mano en los
ojos.
—Denúncialo. —sugerí.
— ¿Estás loco?, mis papás me matarán si se enteran de eso,
Orlando. No quiero que piensen que soy una zorra. Esto es horrible.
—Lo entiendo, pero algo debes hacer y denunciarlo es lo mejor.
—Dije que no y punto.
—Está bien. Lo siento.
—Yo lo siento, tú no tienes la culpa de nada y mira cómo te trato.
Es que desde que mi hermana está secuestrada por ese loco, todo lo
malo me pasa a mí.
—No digas eso. Mírame a mí. Estoy en una silla de ruedas, tú
estás bien si lo comparas. —le dije fallando en mi intento por
calmarla.
—Orlando, toda la atención de papá y mamá van hacia Danielle.
Incluso cuando estaba aquí. Solo que por lo menos me daban algo de
importancia entonces.
—No es eso…
—Sí lo es. —interrumpió. —Danielle sacó 10 en la escuela.
Danielle se graduó de la universidad con 9.8. Danielle se va a casar.
Danielle se casó. Danielle tendrá un bebé. Danielle esto y Danielle
aquello.
—Tus papás e incluso ella, están orgullosos de ti, Lily.
—No es así. El único que siempre me dio mi lugar fuiste tú. Y a ti
si puedo perdonarte que a veces no me pongas atención porque ella
es tu esposa. Pero yo también existo y mis papás últimamente…
—Oye, entiende que tu hermana corre grave peligro con Joaquín.
Por eso se comportan así. Debes entenderlos.
—Orlando, ellos también se supone que sabían sobre Paul y te
apuesto que ahora mismo ni siquiera saben quién es Paul.
—Lily, yo…
—Es lindo que trates de hacerme sentir mejor. Eres el único que
nota eso. —dijo y me vio directo a los ojos. Me incomodó porque no
lo sentí como una plática entre cuñados. Por lo menos de mi parte lo
era, pero sus ojos me veían raro. Me incomodó más que cuando sobó
mis hombros en el comedor.
— ¿Puedo abrazarte? —dijo sin llorar. Clavando más esa mirada
en mis ojos. Su rostro había perdido toda expresión.
—Claro. —respondí.
Se agachó para poder abrazarme. Me abrazó fuerte y sus lágrimas
se secaron en mi camisa. El abrazo duró una eternidad para mí, era
aún más incómodo. Cuando dejó de abrazarme me dio un beso en la
mejilla. Un beso suave. Dijo «Gracias, cuñadito.», me guiñó un ojo y
se fue. Cerró la puerta y justo ahí tomé la lata de refresco y me tomé
toda de un trago.
En ese mismo momento se me antojó una cerveza. Ansiaba tener
más en mi refrigerador. No quería emborracharme, sino que quería
olvidar todo eso. Empecé a dudar si la historia de Paul era falsa.
Como si lo usara para llamar mi atención. Pero mi duda quedó ahí.
Estar a solas con Lily no sería lo mismo nunca más. Era una parte
más de mi infierno: la hermana de mi esposa (embarazada)
desaparecida estaba intentando llamar mi atención de una forma que
yo odiaba.

8
Al día siguiente de mi plática con Liliana, todos mis malos
pensamientos se habían esfumado. Pensé que tal vez solo necesitaba
a alguien que la apoyara, porque se sentía sola, después de todo y en
parte la entendía. Así que olvidé esa incomodidad y seguí con mi
trabajo y pensando en cómo un hombre en silla de ruedas puede
buscar a su esposa desaparecida sin salir de casa.
Lily me llevó al trabajo esa mañana. No dijo ni una sola palabra
en todo el camino. Eso sí era incómodo. En el asiento trasero no
estaba la maleta donde ella guardaba su uniforme de porrista (una
de las razones por las que comencé a creer su historia). Como
siempre, me ayudó a bajar del auto y me dejó en la entrada de la
oficina. Cuando dio media vuelta para irse (sin despedirse), quise
tomarla del brazo pero solo alcancé a rozar su codo. Ella volteó a
verme y le pregunté:
— ¿Estarás bien? Puedes quedarte si quieres.
—No te preocupes, estaré bien. De todos modos, uno debe seguir
a pesar de las tragedias, ¿no crees?
De hecho si lo creía pero no sabía si lo decía porque todos estaban
preocupados por encontrar a Danielle. Desde la noche anterior estar
con Lily era algo «complicado». Sin decir más se fue.
Joce llegó detrás de mí y me saludó con un beso en la mejilla y se
ofreció a llevarme hasta mi oficina. Me dijo algo mientras empujaba
a la silla de ruedas hasta la oficina, pero no le presté atención por
pensar en Lily y sus problemas con Paul. Sentía que (si era verdad)
tenía un problema tan grave, me necesitaría como apoyo. Pero
también mis suegros. Y por supuesto Danielle, aunque no tuviera ni
idea de dónde se encontraba.
Me dejó en la puerta de la oficina y se sentó en su escritorio.
—Recuerda avisarme si llaman de las oficinas de Canadá.
—No hay problema, Orlando. Cualquier cosa, te avisaré
inmediatamente.
—De acuerdo. —respondí. —Y a la hora de comida, pide una
pizza para los dos, yo pago.
—De acuerdo, creo.
Iba a preguntar «¿Crees qué?» pero lo dejé así y entré a la oficina.
Casi de inmediato mi celular comenzó a sonar. La pantalla indicaba
que era Rollings. Era un poco rápido para que dieran noticias sobre
la búsqueda, apenas se habían ido una hora antes, cuando mucho.
—¿Sí?
—Orlando, hay malas noticias. —dijo Thomas, que parecía que
había corrido 10 kilómetros sin parar.
—¿Qué pasó?
—Es Danielle, ella…
Después la llamada se cortó.
El infierno de Danielle
El día que Iza y Carlos fueron con Tommy en busca de su hija,
Joaquín estaba en el departamento y hablaba por teléfono con Judas
Mateo. Danielle estaba asustada, porque Joaquín tenía una gran
sonrisa que fácil, se pensaría que es de algún villano de una película
de superhéroes o algo así. Joaquín se despidió y colgó el teléfono.
Dejó caer el teléfono al suelo y lo pisoteó como loco hasta que los
pedazos de vidrio de la pantalla se esparcieran en el suelo y la
carcasa se rompiera en dos, dejando ver la tarjeta madre. Volteó a ver
al sillón donde ella estaba sentada con la cabeza entre las rodillas,
aterrada. Como si hubiera visto a un fantasma… o un demonio. Pero
eso sería mejor aún.
—Te tengo una sorpresa, corazón. —le dijo.
Al decir eso, alguien tocó la puerta de una manera tranquila. Solo
tres golpecitos.
—Sorpresa. —dijo él. Corrió a la puerta y por ésta, entró Mateo al
departamento.
En ese momento, el rostro de Danielle se puso pálido. Sintió una
ola de escalofríos. Sus ojos se abrieron demasiado, se veían como
bolas de billar. Estaban inyectados de sangre. Su apariencia era
espantosa en comparación a cuando la raptaron, pálida, despeinada,
sucia y desnutrida, sin contar que estaba desorientada y, si no fuera
por la televisión (su único beneficio), ya habría perdido la noción del
tiempo. Pero en ese instante, de un segundo a otro, ese aspecto pasó
de espantoso a… bueno, no hay palabra para describirlo.
—Hola, Dani. Te ves un poco… diferente. —dijo Mateo. Luego
vio a Joaquín. —¿Así tratas a tus invitados, tonto?
—Bueno, veces se porta mal. Ya sabes cómo son los invitados a
veces, Matt. —Mateo rió un poco.
—Sí. Muy mal, Dani.
Luego ambos rieron, lo cual la atormentó. Estar con uno, era
malo. Estar con ambos… un INFIERNO.
Mateo se le acercó y le tocó el vientre. Ella no hablaba, solo
balbuceaba.
—Tu bebé… debe estar muriendo de hambre. Joaquín, tráele algo
de comer a tu mujer, imbécil. ¿No sabes que si el bebé muere dentro
de ella, ella también puede morir?
—Lo sé. —respondió. —No te preocupes, le traeré fruta de la
cocina.
Joaquín salió disparado a cumplir la orden de su primo menor.
Ella lo tomó bueno, porque en serio moría de hambre, pero prefería
morir hambrienta a pasar un segundo más con esos hijos de puta
asesinos.
—En una hora nos vamos, Dani. Necesito que hagas algo por mí.
Por los viejos tiempos. ¿Qué dices? —ella negó con la cabeza. —
Perfecto.
Mateo no le dijo a qué se refería con «algo», pero era obvio de que
se trataba de algo turbio.
Exactamente una hora después (como Judas lo dijo) subieron al
Cadillac a Danielle, con la cara destapada. Al ver hacia la calle, ella
se dio cuenta de que esa ciudad no estaba lejos de dónde vivía, se
sintió tan tonta por creer que estaba a miles de kilómetros de
Orlando. A ella la subieron en el asiento trasero. Mientras subía,
Joaquín le dio una palmada con el trasero, Mateo ni siquiera se dio
cuenta, y ella, si hubiera dicho una sola palabra habría recibido otra
palmada pero en el rostro y diez veces más fuerte.
Salieron sin decir una palabra, en menos de cinco minutos
estaban en las afueras de la ciudad y tomaron la carretera hacia el
sur. Danielle veía por la ventana con los ojos húmedos y la mano en
el vientre, el cual aún no crecía tanto. Pensaba en la familia que ella y
su esposo podrían formar si Judas y su primo no la hubieran
secuestrado.
Después de unos cuantos kilómetros, Mateo detuvo el auto en la
orilla de la carretera.
—Esperaremos aquí. —dijo.
—Me parece bien, Matt. —dijo Joaquín. —¿Todo bien atrás,
amor? —dijo viendo por el retrovisor. Ella no respondió y siguió
viendo por la ventana. —Te hice una pregunta. —dijo molesto y ella
volteó asustada y vio esos ojos de demonio (como ella decía) a través
del espejo.
—Tranquilo, primo. —dijo Mateo para tranquilizarlo y funciono.
—¿Todo bien, Dani?
—Ten… tengo sed. —dijo ella.
—Está bien. Joaquín, dale la botella que está en el frigo bar, solo
levanta el portavasos. —dijo y volteó a ver su celular. Joaquín
obedeció y le dio la botella a Danielle.
—¿Ya casi? —dijo Joaquín.
—Sí, la distancia de una ciudad a otra indica que llegarían en más
o menos… diez minutos.
—¿De… qué… de qué hablan? —dijo ella tartamudeando.
—Tu amante —dijo apuntando a Joaquín con el pulgar. —dijo
que un informante dentro de la policía le dijo que tus padres
vendrían con un agente a buscarte. Entonces di por terminado mi
retiro. Así que, esto es lo que quiero que hagas, Dani.
—Solo obedece, amor. —dijo Joaquín.
—Todo lo que tienes que hacer, es pararte en la carretera y gritar
por ayuda.
—¿De verdad? —dijo emocionada.
—Claro. Pero ni creas que te irás con ellos. —dijo Mateo.
—Solo haz lo que dice mi primo y todo estará bien. —dijo
Joaquín.
Danielle se desilusionó. Pero pensó que era obvio que no la
dejarían ir, luego de que vio y escuchó muchas cosas. Además que
sabía la ubicación del departamento que Joaquín rentaba. Pero iba a
escapar de una forma u otra. Aprovecharía que un agente vendría
para hacer caer a los bastardos con los que estaba. Sí. Eso es lo que
son. El hijo de puta del año y el del año pasado también, diría
Orlando.
No pasaron ni cinco minutos cuando el plan se puso en marcha.
Un auto se acercaba, no era el Camaro de Tommy, sino un Nissan
con una pequeña sirena (apagada) sobre el techo. Eso indicaba que
era hora de entrar en acción. El infierno de Danielle podría
terminar… ¿o empezar?
—Son ellos. Ahora Dani, a trabajar.
Ella obedeció y salió por la puerta contraria al pavimento. Corrió
y en medio de la carretera levantó los brazos gritando: «¡AYUDA!»
hasta que el auto se detuvo a cuatro metros de distancia. Iza salió por
la puerta trasera del auto y corrió con los brazos abiertos y los ojos
llorosos para abrazar a su hija. Cuando se acercó a ella, una bala
traspasó por un lado de su frente y alcanzó a salir cerca de la oreja
derecha. Justo en frente de su hija. El rostro de Danielle se manchó
con unas gotas de sangre y el cuerpo de su madre cayó al suelo.
Se agachó y la movió con la esperanza de que fuera una
alucinación y que estuviera viva, pero lamentablemente no era así.
Murió al instante. Joaquín estaba fuera del auto con la pistola ahora
apuntando al auto donde estaba Thomas.
—¡¿Qué haces, pendejo?! ¡Ese no era el plan! —gritó Mateo.
—Al diablo el plan, vamos.
Caminó hacia donde Danielle lloraba y gritaba junto al cuerpo de
Iza. Carlos salió furioso y llorando con una pistola también. Thomas
gritó algo pero no entendió qué y salió tras él. Joaquín le disparo tres
veces en el pecho. Acto seguido, su hija gritó como loca mientras su
cuerpo apenas consiente caía sobre el pavimento, luego murió.
Thomas gritó:
—¡Alto! ¡Policía! —con la pistola en mano, con la otra sacó un
radio y habló: —Necesito refuerzos en la carretera norte en el
kilómetro 30-40.
Joaquín se preparó para disparar, pero su arma ya no tenía balas.
Así que dejó a su amada llorar junto a su madre y se acercó a
Thomas para matarlo a mano limpia. Pero una bala en el pecho que
salió desde el Cadillac lo detuvo. Mateo le disparó a su propio
primo. Todo un traidor. Judas…
Disparó hacía Tommy, el cual fingió recibir una bala (plan que le
salió muy bien) y se lanzó al suelo, golpeando su cabeza en el
pavimento abriendo una herida. Eso no era parte del plan pero
resultó útil, pues Mateo corrió a verificar si seguía vivo y pensó que
no al ver la sangre saliendo de la cabeza de Rollings. Luego fue por
Danielle y la arrastró, volteando a todos lados para ver si estaban
solos, pero no había más autos en toda la carretera. Golpeó a
Danielle en la cabeza con el mango de la pistola para dejarla
inconsciente. Pero no sin antes decirle:
—Perdón por eso, Dani. Matarlos no era parte del plan. —luego
soltó el golpe.
La metió de nuevo al auto y se arrancó.
Thomas Rollings, con las pocas fuerzas que le quedaban tomó el
celular y llamó a Orlando.
—¿Sí?
—Orlando, hay malas noticias. —dijo Thomas, tocando la herida
para ver sus dedos manchados de sangre.
—¿Qué pasó?
—Es Danielle, ella…
Después el celular de Rollings se apagó por «batería insuficiente»
cortando la llamada.
Capítulo VIII:
Lily
1
La llamada de Thomas Rollings me dejó con duda. Cuando llamé
al departamento de policía, me dijeron que no sabían nada, pues él
solamente pidió refuerzos. Horas más tarde me enteré de todo. Iza,
Carlos y Joaquín muertos. Aunque el último no me afectó tanto. Mis
suegros, en cambio, sí.
El proceso de reconocimiento fue difícil. Lily no pudo entrar, tuve
que ser yo. Podía ver los agujeros que provocó la bala en la cabeza de
Iza. También alcancé a notar uno en el pecho de Carlos, aunque la
policía dijo que eran tres, pero no alcancé a ver las otras.
Esta vez no hubo un funeral como hubieran pensado. Lily y
(mucho más yo) estábamos hartos de funerales. Solo nos despedimos
y enterramos. Esta vez el cementerio no sería el mismo al que usaron
para Marcos, Lucas y Juan, sino uno más alejado.
Volviendo al asesinato múltiple. Al no haber testigos de lo
ocurrido, no se sabía dónde estaban Danielle y Mateo.
Asco de tipo. Enfocó su vida entera en herir y matar a las
personas que lo querían. Ni siquiera él podía confiar en sí mismo.
Liliana y yo estábamos solos en casa. Sin compañías. Todo
parecía muy frío. Congelado, si se puede decir así. Una chica de la
edad de Lily no podía vivir en esas condiciones. Pero no había nada
más que hacer.
Me tocaba cuidar de ella, pues su familia estaba aterrada de que
les pasara algo también. ¿Sabes? Con personas así, yo también
hubiera entendido el comportamiento extraño de Liliana. De
cualquier forma, ella y yo teníamos algo en común: mataron a
nuestra familia por cuestiones ajenas. Ella a sus padres, yo a mi
madre y hermanos.
Pero yo aún tenía fuerzas para luchar. Y lo haría hasta morir, si
era necesario.
Ahora sería mi turno de venganza…
2
Lily me esperaba en la sala de espera del Hospital Santa Mónica.
Yo me encontraba con el Dr. Reyes, pues era hora de dejar esa
maldita silla de ruedas. Tal vez sería lo único bueno que podía
pasarme, después de todo.
El doctor me revisó las heridas, que ya estaban cicatrizando. Me
pidió que me pusiera de pie, lentamente. Obedecí. Mis piernas
temblaban, pues se estaban acostumbrando a soportar mi peso de
nuevo. Tuve problemas para mantener el equilibrio, pero era normal.
—Muy bien, muchacho. —dijo el doctor. —Tal vez ni siquiera
necesites muletas o un bastón, como yo esperaba.
—¿En serio? Entonces…
—Ya puedes caminar. Inténtalo.
Hice la silla de ruedas hacia atrás y di media vuelta. La pared
detrás de mí estaba a un metro y medio, tal vez dos. Comencé a
caminar hacia ella hasta tocarla. Así fue. Logré deshacerme de esa
cosa que me hacía sentir inútil.
—Ya vuelve aquí, jovencito. —dijo el doctor. Caminé hacia él. —
Tengo que recomendarte que hagas cierto tipo de ejercicio para
piernas, para recuperar la movilidad al cien por ciento. Y por dos
semanas, debes evitar cargar objetos pesados. Tal vez en menos
tiempo, si no presentas molestias.
—Está bien, doc. —dije estrechando mi mano. —Gracias por todo.
—No es nada. —dijo tomando mi mano y agitándola, luego la
soltó. —Espero no verte por aquí en un tiempo.
—Esperemos que no sea así. Con el favor de Dios.
—Orlando, disculpa por lo que diré. Pero muy pocas personas
dirían esa frase si pasaran por lo mismo que tú.
—Bueno, los mejores soldados van a las guerras más difíciles, ¿no
cree? Los soldados tienen prohibido perder esperanzas.
—En serio, te admiro. Espero que todo se arregle pronto.
—No todo, doc. No lo creo así.
Sin más que decir, tomé una tarjeta de presentación que estaba en
su escritorio por si había una emergencia. Salí del consultorio y
camine un poco por el pasillo hasta llegar a la sala de espera, donde
Lily leía una revista con un Andrew Garfield con el traje del Hombre
Araña en la portada. Bajó la revista y me miró boquiabierta. Lanzó la
revista y corrió a abrazarme. Cosa que aún me incomodaba a veces.
—Me alegra verte así, am… Orlando. —dijo avergonzada. No es
necesario decir que intentó decirme.
—Eso significa mucho.
—Todos estarían orgullosos.
Eso último destrozó mi corazón por completo. Las piernas me
temblaron más que antes y ella se dio cuenta, pero no dijo nada. Me
soltó e intentó compensar su error.
—Vamos a Pizza Heaven. Yo invito.
—Deberíamos buscar a Rollings para saber si…
—Orlando, —interrumpió. —habrá tiempo para eso. Vamos a
comer, me muero de hambre.
—Está bien, pero luego iremos a buscarlo.
—Sí, sí. Ash. —murmuró.
—¿Yo conduzco? —pregunté con una sonrisa fingida.
—Nop.
Salimos del hospital y nos dirigimos al auto, el cual tenía un
papel en el parabrisas. Era una nota con un número telefónico. Lily
dio la vuelta por detrás del auto así que no se dio cuenta. Tomé la
nota y la puse en mi bolsillo.
3
Liliana se sintió mal después de comer pizza, por lo que
olvidamos por completo lo de ir con Thomas. La llevé a casa a que
tomara un medicamento y durmiera, por lo menos una hora.
Cuando se quedó dormida. Salí de su cuarto y saqué el número
telefónico del bolsillo. Vi la nota por un rato y pensé en llamar, pero
decidí hacerlo más tarde. Primero era llamar a Thomas.
Me fui a mi habitación y tomé un refresco del frigo bar, el último
refresco que me quedaba. Abrí la lata y me tomé todo de un trago.
Dejé la lata vacía en el suelo para tirarla después. Tomé mi celular y
me recosté en la cama. Busqué el contacto de Rollings, pero en ese
momento, la tentación de llamar el número de la nota creció y creció.
Pero me negué. Primero debía buscar noticias de mi esposa. Eso
siempre debió ser lo primero. Así que llamé a Thomas. Lo llamé dos
veces, pues la primera no respondió. La segunda lo hizo, casi
llegando al buzón de voz.
—Rollings. —dijo con un tono de desesperación.
—Tommy, soy Orlando. Quería saber si hay noticias de mi mujer.
—Hay algo sobre Mateo. Hay testigos que afirman haberlo visto a unas
calles del Hospital Santa Mónica.
En ese momento todo me dio vueltas. ERA OBVIO. Mateo puso el
número de teléfono en el parabrisas del auto y se fue casi volando
del lugar, pero lo vieron. Gracias a Dios lo vieron. Eso quería decir
que estaba en la ciudad. O cerca. Y si él lo estaba, también Danielle.
—¿No vieron a…
—No. No la vieron. Orlando no quiero ser grosero contigo. Pero tengo
que investigar más sobre las personas que vieron a Mateo.
—Pero… —iba a preguntar por Danielle de nuevo.
—Orlando, no me quites el tiempo, por favor. Si hubiera algo de ella ya
te lo hubiera dicho. Adiós.
Colgó y me dejó con mis dudas sobre su paradero. Gracias a eso,
decidí que yo mismo comenzaría una búsqueda de ese hijo de perra
y de mi esposa. Y empezaría por el número que dejaron en el
parabrisas.
Comencé a decirme a mí mismo:
—Te voy a encontrar por mi cuenta. Y te voy a matar… como
mataste a los chicos, a mi madre, a mis suegros y al tío Leo. Pero tú
te irás a un lugar diferente…
4
Llamé al número del papel. Mientras el teléfono sonaba, me decía
a mí mismo que había que hacer algo por encontrarlo. Sin darme
cuenta, ya habían contestado mi llamada.
—Hola, habla a la oficina de Mateo. ¿En qué puedo servirle?
—Hijo de perra. ¡¿Dónde está Danielle?!
—Tardaste mucho en llamar. Siempre tarde, otro.
—Solo mis amigos me llaman así. Te lo preguntaré una vez más.
—amenacé. —¿Dónde…
—No vuelvas a amenazarme, idiota. Yo soy el que tengo a la fábrica de
mocosos aquí. Te pongo en alta voz. —dijo, escuché un timbre, indicaba
que el altavoz fue encendido. —Dani, querida. Es tu esposo. Di hola.
Ella dijo mi nombre, pero estaba amordazada y solo soltó un
sonido extraño.
—¡Suéltala o…
—Te dije que no me interrumpieras imbécil. —dijo enojado. —Ten en
cuenta de que yo tengo a tu esposa y la haré pasar un verdadero infierno. Y
tú, otro… sufrirás algo peor al infierno mismo. ¡Sufrirás peor de lo que yo
sufrí por culpa de tu asquerosa familia!
Luego de eso, escuché como su teléfono caía al suelo y le daba
algunos golpes. Tal vez lo piso o lo golpeó con algo, quién sabe.
Mientras lo hacía, escuchaba a mi Danielle llorar como loca. Me
rompía el corazón escucharla. Saber que sufría por mí. Comencé a
llorar, hasta que me qued
El infierno de Danielle
Mateo se llevó a Danielle con él a la casa de la playa en Sinaloa.
Prácticamente la secuestraron cuando ya estaba secuestrada. Ella
sentía que la usaban para jugar a la papa caliente. Joaquín, Mateo,
¡papa caliente!
Pero cada vez era peor. Su infierno se hacía más duro a medida
que pasaba el tiempo. Pensaba que era insoportable vivir con
Joaquín, pero con Mateo, era imposible. La tenía encerrada en un
cuarto con cama individual, ventana de vidrio templado, buró y un
garrafón de agua con su respectivo enfriador y un vaso. Además
todas las noches le llevaba chatarra y la obligaba a comer, por cierto,
siempre era huevo para desayunar, un sándwich (solo pan y jamón)
y fruta para cenar. Pero, ella no sabía cuál era el problema. No la
necesitaba. No sentía nada por ella como Joaquín. Pasaron el tiempo
y el bebé crecía. Sin embargo, su crecimiento a penas sóe notaba,
debido a la mala alimentación.
Llegó marzo y el cumpleaños de Danielle (y Liliana) se acercaba.
Judas Mateo olvidó la fecha, así que el primer día de ese mes, se le
ocurrió llevarle dos rebanadas de pizza. Cuando entró ella estaba
sentada en la cama y viendo el suelo. Vio hacia donde estaba Mateo
y sintió el peligro en el aire.
—Olvide la fecha exacta de tu cumpleaños, así que te traje esto. —
dijo y lo puso en el buró. —En un momento te traeré refresco. —dijo,
pero no tuvo respuesta. —¿Cómo se responde cuando alguien hace
algo por ti? Espero no repetírtelo de nuevo. —Ella no respondió.
—¡Responde!
—Gra… gracias, Mateo.
—No te traeré nada de tomar por maleducada. No sé cómo
Orlando te soportaba. Eres una perra.
—Mira quién habla… —susurró ella con la boca llena.
—¿Qué dijiste, Dani? —dijo él en voz baja y con el rostro
tornándose rojo.
—¡Mira quién habla! —gritó ella escupiendo la pizza.
Él se acercó y le dio un puñetazo en la cara. Comenzó a escupir
sangre y a llorar. Le había faltado el respeto a su nuevo dueño y
estaba siendo castigada. Mateo siempre intentó no llamar la atención
con las personas de la playa y los gritos de Danielle lo podían poner
en riesgo.
—Traga eso. Vuelvo en cinco minutos y si no te has acabado la
pizza, le pondré arena de playa y haré que te tragues hasta la última
migaja. ¡¿Entendiste, Danielita?! —dijo jalándole el pelo y lanzando
su cabeza hacia atrás.
—¿Por… por qué me… haces esto? —dijo entre sollozos, además
la mejilla comenzó a hincharse y doler cada vez más.
—Porque eres especial para ese imbécil. Y ese pedazo de mierda
que tienes en la panza también. Solo esperaré a que nazca para
matarlo y que él lo vea. Y luego seguirás tú. Orlando pasará lo que
yo pasé cuando su familia acabó con la mía. Ahora come. Tres
minutos y el tiempo se acaba. No me moveré de aquí hasta que
comas. Come. ¡Come!
Danielle se asustó tanto, que se comió casi media pizza de un
mordisco. Mateo solo se reía. La pobre tenía pizza en la boca, y la
salsa especial que le ponían, le lastimaba la herida y le dolía como
loca. Pero no había nada que hacer.
Después de casi dos minutos, el plato estaba limpio. Su boca aún
tenía pan y un poco de sangre, pero seguí brotando.
—Muy bien. Eres obediente. Sigue así y te traeré un una muñeca
de felpa para que juegues con ella. ¿Entendido? —ella solo asintió
con la cabeza. Mateo puso su mano en las mejillas de ella y las apretó
con fuerza, lo cual aumentó el dolor y la cantidad de sangre. —
Escucha, me caes bien, Danielle. Lo digo en serio. Pero eres muy
difícil de controlar. No quiero tener que herirte así la siguiente vez.
Lo digo… porque será peor. Compórtate de una vez. —dijo y la
empujó hacia atrás. Ella se tocó la mejilla llorando.
Mateo tomó los platos y se largó azotando la puerta. Danielle
escuchó como le ponía seguro a la puerta. Lloró en silencio. Era su
único pasatiempo. ¿Orlando estaría buscándola?
5
Era ya 23 de marzo. El 24 sería el cumpleaños de Liliana y
Danielle, pero ninguna se sentiría feliz de eso. Lily, estaba pasando
por un problema de depresión algo grave. Al principio pensé que era
un trastorno de bipolaridad, pues un rato estaba triste y enojada y
otro, neutral. Al estar conmigo le salía una que otra risita, pero hasta
ahí. Su comportamiento extraño conmigo, disminuyó, mas no
desapareció del todo.
Y si hablamos de Thomas Rollings; le llamé una o dos veces al día
desde aquella vez que encontré el número de Mateo en el parabrisas
del auto. Pero nada. Ni una sola pista. No había rastros de ninguno
de ellos.
El tiempo pasa rápido, los problemas vuelan y las soluciones se
retrasan, ¿no lo crees, amigo mío?
Liliana estaba a punto de cumplir dieciocho años, pero no le
importaba. Intenté convencerla de hacer planes con sus amigas,
incluso conmigo, pero se negó. Se dispuso a ver un maratón de
películas en su habitación.
Cerró la puerta de la habitación a las siete de la tarde, pero no
puso el seguro. Así que me facilitó para darle una sorpresa. Le había
comprado su pastel favorito: de tres leches. En lo personal, no era
muy de mi agrado, pero no podía vivir con un zombi dentro de mi
casa, entonces intenté alegrar un poco su existencia.
Cuando se dieron las doce, el plan se puso en marcha. En el frigo
bar de mi cuarto, estaba el pastel (no muy grande) de Lily. Lo saqué
y me fui a su cuarto. Por fuera alcanzaba a escuchar que veía una
película de Jason (lo supe por el característico sonido que se oía
cuando aparecía); toqué la puerta pero no hubo respuesta.
—Lily, ¿puedo pasar? —le dije desde afuera pero no obtuve
respuesta de nuevo.
No dije nada más y entré. Liliana estaba dormida como un oso.
Estaba en ropa interior y me sentí apenado por entrar sin permiso y
verla así. Puse el pastel en el buró y apagué la televisión con el
control remoto. Volteé a ver a mi cuñada y seguía temblando; tomé
una cobija que estaba doblada a sus pies y la tapé. Di media vuela
para retirarme y…
—Orlando. —dijo susurrando y adormecida.
—Feliz cumpleaños, niñita. —dije sonriendo.
—Gracias. ¿Compraste este pastel para mí? —dijo y me
interrumpió antes de responderle. —Guárdalo, por favor. Mañana
nos lo comeremos.
—Claro, no hay problema.
—Una cosa más. —dijo pero de nuevo no respondí. —¿Podrías
darme un beso de buenas noches en la frente?
Me agaché sonrojado, pues sabía que estaba en ropa interior y era
raro darle un beso de buenas noches, y más si estaba vestida así.
Cuando iba a darle el beso en la frente, ella levantó el mentón y me
besó en los labios. Duró tal vez diez segundos cuando me quité.
—Lo siento. —dijo en voz baja.
—No hay… Buenas noches. —dije y salí dejando el pastel ahí.
Me fui a mi cuarto y me senté en la orilla de la cama, pensando en
lo que había pasado. No había duda de que sentía algo por mí. Algo
que no podía corresponder. No podía sacar de mi mente a Danielle.
Pasando su cumpleaños a lado de un maldito desquiciado. Y yo en
su casa, besando a su hermana semidesnuda. Estaría decepcionada
de mí.
6
Al día siguiente, me sentía muerto. No dejé de pensar en lo que
pensaría mi esposa si hubiera sabido lo que pasó. Sentí como si le
hubiera mentido, aunque no fue así. No era mi culpa. Entonces, ¿Por
qué me sentía culpable? Ni idea, amigo mío.
Fui a la cocina y vi el pastel de la noche anterior casi completo, le
faltaba un pedazo. Escuche que Liliana salió de su cuarto y se fue a la
cocina. Se había puesto una camisa de su papá para tapar su ropa
interior. Pensé que sería por eso. Me vio por cinco segundos,
avergonzada por lo que había hecho.
—Orlando, yo… lo siento. —dijo. —Sé que tú quieres a mi
hermana. Pero yo te quiero a ti y…
—Lily, no digas nada. Está bien, yo entiendo todo. Pero no fue
muy bueno lo que hiciste. Tu hermana y yo estamos casados.
—Pero ella no está aquí. Ella de seguro si se está acostando con el
tal Mateo.
En ese momento no sé qué fue lo que me hizo sentir más furioso.
Que dijera que Danielle me engañaba, o que dijera que me engañaba
con Judas Mateo. Sentí la necesidad de darle una buena bofetada,
pero me contuve. No sé cómo, pero me contuve.
—Será mejor que no digas nada, Liliana.
—No fue mi intención. Sabes que mis cambios de humor…
—¡Eso no fue un cambio de humor y lo sabes! —grité. —Desde
que me contaste que te sentías sola, me di cuenta que odias a
Danielle. De algún modo comenzaste a despreciarla. No me importa
cómo. Liliana, tu hermana te ama. Y mira lo que haces para
devolvérselo. —Lily comenzó a llorar y se fue corriendo a encerrarse
a su cuarto.
No me sentía culpable por habérselo dicho, de hecho, me sentía
bien. Saqué casi toda mi ira, pues aún sentía la necesidad de
golpearla, pero no podía golpear una mujer, menos si ha hecho
mucho por mí.
El teléfono de la sala sonó y fui caminando rápido a ver quién
llamaba.
—¿Hola?
—¿Llamo a casa del señor Orlando Rivas?
—Así es. —respondí.
—Buenos días señor Rivas. Soy el detective Miguel Moncada, del
departamento de Sinaloa.
—¿Qué puedo hacer por usted, detective Moncada?
—El detective Rollings, de Sonora, me dio su número de teléfono si
había noticias de la señorita Danielle Arredondo.
—¿Ya saben dónde está? —dije emocionado.
—Algo así. Tenemos un testigo que afirma haber visto a Mateo Lugo en
la playa. Por cuestiones de tiempo, no puedo darle muchos detalles, me
disculpo por eso, señor Rivas. Pero Thomas Rollings tiene un informe que le
envié a su correo electrónico, lo mejor será que vaya a verlo para que él le dé
más detalles.
—Muchas gracias, detective. Si saben algo, no duden en
llamarme, estoy a sus órdenes.
—Cuente con ello. Llame si necesita algo después. Thomas tiene mi
número. No le quito más su tiempo, buen día.
—Igualmente. —respondí.
Colgué el teléfono para llamar a Tommy de inmediato. Contestó
antes de que pensara qué decirle.
—Rollings. —dijo.
—Tommy, soy Orlando. El detective Moncada dijo que usted
tenía algo que debo ver.
—Así es. Necesito que vengas a mi oficina, si no estás ocupado.
—Para nada. Incluso si lo estuviera, mi esposa está antes que
todo.
—Perfecto, te espero. Avísale a Liliana, tal vez esté interesada.
—Bien. Ya salgo para allá.
Colgué la llamada luego de despedirme. Fui y busqué ropa
cómoda para salir volando a ver a Tommy. Luego de vestirme, me
acerqué a la puerta de Lily para avisarle que iría a verlo. Pero solo
dije: «Vuelvo en un rato.»
Solo alcancé a escuchar su llanto. En serio la lastimé. No pensé
que fuera a ser para tanto, pero luego se lo compensaría. Tenían
pistas por fin. Tomé las llaves de mi auto, que llevaba dos meses
esperando por mí, un poco descuidado y polvoso. Subí y recé para
que el motor siguiera funcionando y así fue. Di reversa y me fui.

7
Me estacioné enfrente de las oficinas de los detectives, cruzando
la calle. Vi algunas patrullas alrededor, al igual que el hermoso
camaro de Tommy. Entré y había un oficial en un escritorio grande.
Estaba haciendo mucho papeleo; había una gran pila de documentos
que sellaba y firmaba. Me vio y bajó la pluma con la que firmaba un
documento más.
—Buenas tardes. ¿Puedo ayudarle?
—Sí. Vengo a ver al detective Thomas Rollings. ¿Dónde puedo
encontrarlo?
En eso un oficial llegó por mi derecha y puso su mano en mi
hombro.
—Señor Rivas, el detective Rollings lo está esperando en su
oficina. Sígame. —dijo el oficial. Volteé a ver al oficial del escritorio y
le dí las gracias.
De camino a la oficina, el oficial estuvo en silencio y, por nervios,
yo también. Llegamos a la oficina y entré mientras el oficial daba
media vuelta y se iba. Adentro estaba Rollings con el teléfono en el
oído, luego volteó a verme.
—Lo siento, debo dejarte. Hasta luego. —dijo y colgó. —Toma
asiento, por favor.
—¿Qué encontraron? —pregunté mientras me sentaba.
—Bueno, como ya te dijo el detective Moncada, un joven que
caminaba en la playa, vio a Mateo Lugo. Tengo el impreso el informe
que me mandó. —explicó mientras sacaba un sobre amarillo y me lo
entregaba. —Observa lo que hay dentro.
En el sobre había algunas fotos y dos hojas engrapadas, con el
logotipo de la policía de Sinaloa. Me enfoqué primero en las fotos.
Eran cuatro. En la primera, Mateo estaba caminando con una caja de
pizza en la mano, vestido con un pantalón de mezclilla, camisa
amarilla y lentes oscuros. La segunda, mostraba a Mateo en short y
sin camisa caminando en la orilla del mar. La tercera, no tenía
absolutamente a nadie, sino una casa de playa, con una escalera que
llevaba a la puerta principal. Me imaginé que era la casa donde Judas
vivía y que probablemente tenía a mi esposa. Con la cuarta, no era
solo un pensamiento, sino una realidad. Había una ventana muy
oscura, que apenas dejaba distinguir lo que se veía hacia dentro de la
casa. Se veía una cortina que se abría por la orilla del marco y medio
rostro asomándose. Era Danielle. A pesar de que no se distinguía
bien, supe que era ella.
El documento que dejé al final, era un informe con la dirección de
la casa, características de ésta y todo lo que vio el informante sobre
Mateo. Nada sospechoso hasta que captó el rostro de una mujer
asomándose por la ventana, El testigo venía como «Omar T.» para
ocultar su identidad.
—¿Puedes distinguir a la mujer de la ventana? —preguntó
mientras leía el documento.
—Sí, es ella. Es mi esposa. —respondí soltando una lágrima.
—Bien, escúchame. Te hice una promesa. Te dije que encontraría
a Danielle y a Mateo. Tengo que ir a Sinaloa mañana por la mañana y
me veré con Moncada para planear el arresto y expedir la orden. Sé
que será un proceso algo extenso, pero efectivo.
—¿Cuánto tiempo será?
—Alrededor de dos y tres días, solamente.
—Ya veo…
—Orlando. —dijo poniendo una mano en mi hombro. —Tienes
que ir conmigo, si Danielle está ahí, será bueno que vea tu rostro
después de todo lo que ha pasado.
—Por supuesto. Debo estar ahí.
—El resto del trabajo se hará solo, muchacho.
Me limité a responder que sí con la cabeza, aun soltando lágrimas
de felicidad y tristeza al mismo tiempo. Danielle estaba viva y por
fin, la habíamos encontrado.

8
Llegué a casa y en la ventana de Liliana, se veía la tele encendida.
Bajé del auto asegurándome de que la puerta tuviera el seguro
puesto. Entré a casa y me dirigí directo a mi habitación, pensando
que en dos o tres días (una eternidad), mi esposa estaría por fin
conmigo. Me recosté en la cama aun pensando en ella, pero el ruido
de la televisión de Lily interrumpía a mi mente. Salí del cuarto y me
dirigí al suyo para pedirle que bajara el volumen un poco. Entré sin
siquiera tocar y estaba en la cama con una muchacha. Estaban
viendo una película de terror con un pato de palomitas sentadas y
abrazadas. Entonces recordé que era el cumpleaños de Liliana y
Danielle, por lo que dejé pasar que hubiera alguien más en casa.
—Lo siento, chicas. Solo quería pedirles que bajaran el volumen
un poco, si no les molesta.
Su amiga le susurró algo en el oído y Lily asintió con la cabeza.
Luego se vieron y rieron. Yo no entendía para nada y me iba a ir a la
sala, donde el ruido no me impidiera pensar en mi mujer.
—Orlando, espera. —dijo Lily. —Quédate con nosotras. Estamos
asustadas.
—Sí, muchacho. —dijo la otra chica. —No nos deje solas.
—Es que estoy ocupado. Lo siento.
—Vamos. —dijo la chica desconocida y ambas se pusieron de pie.
Me jalaron una de cada brazo y me llevaron a la cama.
—Desde que mi hermana no está, no te diviertes. Ve la película
con nosotras y relájate un poco. ¿Sí? —insistió.
Iba a decir que no cuando la desconocida puso seguro en la
puerta, viéndome con una sonrisa. Lily me dio un vaso con refresco,
que en realidad no vi que lo sirviera. Le di un trago y sabía algo
amargo. Fruncí el ceño. Ambas se vieron entre sí y Liliana preguntó:
—¿Pasa algo?
—Esto… —saqué la lengua y el vaso se me cayó al suelo. —Sabe
horrible… ¿qué… —Entonces todo se puso borroso y no escuchaba
del todo bien.
Alcancé a distinguir dos bultos frente a mí cuando me eché en la
cama y luego, las luces se apagaron para mí.
Al despertar, sentía un gran dolor de cabeza, como las resacas
que me daban cuando me perdía en el fondo de cada cerveza cuando
recién había ocurrido la traición de Judas.
Viendo el reloj de la pared del cuarto de Lily, me di cuenta que
era el día 25 y que ya era muy tarde. La luz del Sol me molestaba y
cerré un poco los ojos para ver mejor. Volteé a mi derecha y estaba la
amiga de mi cuñada, desnuda y recargada en mí pecho. En la
izquierda, también Lily estaba así. Me levanté rápido empujando a
ambas y despertándolas. En el suelo había dos preservativos y sentí
unas tremendas ganas de vomitar.
—¡¿Pero que les pasa?! —grité.
—Tranquilo, solo fue un… —dijo la chica.
—¡Cállate! —interrumpí. —Ese puto refresco tenía algo, ¿verdad?
—Un polvito mágico, amor. Es todo. —dijo Lily.
—No vuelvas a llamarme así.
—Eso no dijiste anoche. —respondió. Luego estallaron en
carcajadas.
—Por un carajo, Liliana. ¡Soy el esposo de tu hermana! No
respetaste eso, pues a la mierda. Ya tienes edad suficiente para
cuidarte sola. Traté de entenderte, en serio. Pero no eres más que una
niña caprichosa y envidiosa. Te quedarás sola aquí con la puta de tu
amiga mientras voy a Sinaloa a buscar a tu hermana. Púdranse.
Tomé mis cosas y me salí del cuarto. Antes de azorar la puerta
con fuerza e ira, escuché que Lily gritó «espera» pero no me importó,
fue el colmo drogarme para obligarme a tener relaciones con ella y
además, una desconocida. De pensarlo, sigo sintiendo ganas de
vomitar, amigo mío. Busqué mi celular y me percaté que tenía
dieciséis llamadas perdidas de Tommy.
Llamé a su número y me contestó molesto.
—Orlando, ¿qué pasa contigo? Moncada nos espera desde hace horas.
Voy casi llegando a tu casa a buscarte.
—Lo siento tuve un… —dije hasta que Lily me quitó el teléfono
por detrás.
Cuando volteé traía un pijama puesto y lanzó mi teléfono a la
pared. Amigo mío, esta chica me tenía más que harto.
—Mateo está enterado de que la policía sabe dónde encontrarlo.
—¿Qué?
—Lo siento, pero no te dejaré encontrar a alguien que echó todo a
perder.
—Liliana, por Dios. ¿Qué te pasó?
—¡Ella Lo arruinó! ¡Todo! Mi cumpleaños dieciséis, navidad, año
nuevo, tú. Todo, Orlando. Pero ahora eres mío y volverás conmigo y
con Cloe a la cama. O llamo a Matt y le pido que mate a Dani.
Amigo mío, si pensaste que todo estaba de locos, no has leído lo
suficiente.
No contuve más mi ira y le solté una bofetada con gran fuerza.
Liliana quedó en el suelo tocándose el rostro. Nunca había golpeado
a una mujer aun si me moría por hacerlo. Me arrepentí al instante.
—Lily, yo…
—¡Cállate! —gritó. —¡Cloe, llámalo!
La chica gritó un «Sí» y cerró la puerta.
—¿Creíste que era tonta, eh? Yo fui la que puso el número de
Mateo en el auto, imbécil.
—Ella te adora, Liliana.
—¡MENTIRA! Ni siquiera yo lo siento por ella. La odio. Siempre
estuvo bajo los reflectores y ahora está en la mierda.
—¿Estuviste en contacto con él?
—Obviamente. —dijo mientras se ponía de pie. —Tenía que tener
alejada a Danielle para poder estar feliz. Le informé cada cosa que el
tal Rollings nos decía. Por eso Mateo y Joaquín atacaron. Aunque el
imbécil matara a mamá y papá. Pero bueno, tuvo su castigo.
Comencé a temblar. LILIANA ERA INFORMANTE DE MATEO.
¿Qué carajo? Hasta el día de hoy sigo sin creer que fuera otra especie
de Judas. Pero peor. La tal Cloe abrió la puerta y traía un cuchillo en
la mano.
—Entra al cuarto, Rivas. O ya sabes lo que haré. —amenazó y
caminé lentamente con las manos en alto.
Cuando iba a cruzar por la puerta de la habitación, alguien
golpeó con fuerza la puerta de entrada. Era Thomas, como dijo, iba
llegando a la casa. El golpe asustó a Cloe y aproveché para quitarle el
cuchillo. Thomas subió las escaleras con un arma en la mano y me
vio con el cuchillo.
—¿Qué pasa aquí? —dijo. Las chicas gritaron y fingieron pedir
piedad. —Orlando. ¿qué diablos haces?
—Tommy, no es lo que crees.
—En realidad, lo sé. —luego se dirigió a las niñas. —Lo siento
pero quedan arrestadas.
—Pero, ¿no lo ve con un cuchillo? ¡El tipo está loco! —gritó Cloe.
—Cuando llamé al «loco» el teléfono fue golpeado. Raro, ¿no?
Ahora de pie. Dos oficiales más entraron por la puerta y subieron las
escaleras. —Llévenselas.
Mientras las esposaban, comenzaron a llorar y a maldecir a
Mateo. «Él dijo que no pasaría». «Maldito». Pero lo que me puso los
pelos de punta, fue que Lily volteara y me dijera: «Él de seguro se
largó con ella, amor.»
Sentí casi la misma sensación que tuve cuando me dio un ataque
de hipotensión, pero me resistí. Iba a caer pero me detuve con la
pared.
—¿Estás bien? —preguntó Tommy.
—Dile a Moncada lo que dijo Lily.
—No hay tiempo.
— ¡Antes de que se vaya con ella!

9
Ese día por la tarde, tal vez a las 4 o 5, estaba en la comisaria
viendo a través de una ventana polarizada, como entrevistaban a
Liliana. Veía la sonrisa en su rostro, algo como inocente pero
culpable. Como si no hubiera hecho más que una pequeña travesura.
Pero estaba exponiendo la vida de su hermana, o entregándola.
Podía ver como hablaba con Thomas. Él se desesperaba. Ella
sonreía. Él se enojaba. Ella se alegraba. Entendí, amigo mío, que
estaba así porque por lo menos en la cárcel estaría lejos de su
hermana. O esa era mi idea. No escuchaba nada, tenía mi mente
ocupada en mis teorías conspirativas. Por primera vez desde enero,
no pensaba tanto en Danielle, sino en Liliana.
Vi como Thomas se levantaba de su asiento y se iba a la puerta
que conectaba ese cuarto con el que yo estaba. Se me acercó enojado.
—No entiendo como esa loca pudo haber hecho eso. Maldita sea.
¿Escuchaste todo?
—La verdad no presté atención, disculpa.
—No, es normal en estos casos. —dijo rascándose la cabeza por
unos segundos. —Ella sabía que Mateo y Joaquín iban a hacer todo
ese desastre en Año Nuevo. También de Leo. Y de lo de Lucas y
Marcos.
—Pero, ¿por qué?
—Por su hermana. Sus celos y la envidia por no tener el
«protagonismo» la llevaron al grado de querer ver a su hermana
sufriendo. Ella quería que estuviera con Joaquín para estar contigo.
—Es solo una niña, claro que no haría eso.
—Eso no es lo importante, Orlando. Es importante sacar
información de las propiedades o lugares que pueda usar Lugo
como refugio, pero se niega a darme más información.
—¿Y si negociamos?
—Orlando, el saber de los asesinatos de tantas personas la
convierte en una cómplice. No hay negociaciones en estos casos.
Incluso podría determinar que ella estuvo presente en alguno de los
asesinatos. En especial el de Marcos, que no hubo testigos como con
Lucas.
—¿En serio lo crees?
—Es solo una suposición. Pero no hay pruebas que la delaten. —
dijo cruzando los brazos con la cabeza agachada.
Volteé a la ventana de nuevo y Liliana estaba sentada golpeando
la mesa con la yema de sus dedos. Tranquilamente.
—¿Y Cloe? —pregunté.
—Ah, sí. Está en otra sala siendo interrogada. Aunque Lily dice
que ella no tiene mucha información. —se calló por unos segundos y
preguntó: —Orlando, ¿alguna vez notaste a Liliana encariñada con
Mateo o viste algún tipo de comportamiento extraño?
—En realidad, no. —respondí moviendo la cabeza de un lado a
otro. —Cuando estábamos en Jóvenes Marianos, un grupo de
jóvenes católicos, ellos ni siquiera se dirigían la palabra.
—Pues hay que investigar cómo se comunicaban.
—No importa ahora, lo que importa es encarcelarla y encontrar a
Mateo.
—Todo importa, Orlando.
Me quedé callado por un momento. Volví a voltear a Liliana y
estaba difrente. Como perdida. Pero luego rio. Maldita.
—¿Puedo hablar con ella? Tal vez pueda sacar información.
—Lo mejor será que no, por el momento. Tal vez Lugo. —dijo
más serio.
En ese momento el celular de Rollings sonó. Cuando lo sacó, no
alcancé a ver el contacto que lo llamaba.
—Rollings. ¿Qué? ¿Cómo es posible que escapara?
En ese momento todo me dio vueltas, me imaginé que hablaba de
Judas Mateo. Se calló un segundo y luego dijo: «Vamos para allá
ahora mismo.»
—¿Pasa algo?
—Hay que ir a Sinaloa ya mismo.
Sin más que decir, salimos corriendo al estacionamiento al auto
de Thomas. Llegamos a medio camino cuando un auto negro pasó
muy rápido a un lado de nosotros y dimos vuelta para seguirlo.
—¡Hay que ir por ella! —grité enojado.
—¡Es Mateo!
Entonces todo quedó claro.
El fin del Infierno
Allí estaba ella, con la cabeza entre las rodillas con los ojos más
que secos por llorar. Golpes en los labios, un ojo morado, marcas en
los brazos y un olor horrible en todo el cuarto. Sucio, con gotas de
sangre pequeñas en el suelo. Había una o tal vez dos cucarachas en
esa habitación, pero a ella no le interesaba. Si no veía a su esposo,
por lo menos sabía que era mejor morir a seguir sufriendo ese
infierno con Judas.
La mala dieta que llevaba le hacía sufrir aún más, pues estaba
embarazada y el bebé se moría por comer algo saludable y no la
asquerosa comida que le daba Mateo.
Él entró y la vio con cara de asco. Vio el desastre del cuarto y se
molestó un poco.
—Por Dios, no sé cómo vives en este chiquero. —dijo él. Ella no
respondió, de hecho, ella se puso las manos en el estómago y lanzó
un grito que incluso, Mateo se asustó. —¿Qué tienes? —ella no podía
responder.—Danielle. ¡Responde, carajo!
Casi al instante, la sábana de la pequeña cama, se comenzó a
manchar de rojo. Una mancha de sangre que iba creciendo. Él se
asustó, no porque ella sufriera, sino porque si alguien escuchaba los
gritos fuera de la casa, sería el fin de todo.
Eso lo llevó a ver por la ventana sino había alguien que
sospechara. Y fue así. Había un tipo que veía por la ventana y de
hecho, no era la primera vez que rondaba por ahí, siendo que Mateo
se llevaba bien con los vecinos y nunca había visto al chico hasta
unas semanas atrás. El tipo se dio cuenta de que lo veía y se fue
rápido. «Después me encargo de ti», pensó. Volvió su mirada a la
mujer que se desangraba poco a poco en la cama.
—Ven. —dijo levantándola para llevarla a un lugar donde le
ayudaran, pero sería para dejarla ahí y largarse él.
Pensó en la posibilidad de matarla, pero si él chico hablaba, ya no
habría forma de esconderse. Y hablando del chico…
Efectivamente era el mismo que había descubierto la ubicación de
Mateo y usaría la recompensa para pagar la colegiatura en su
universidad.
Cuando se dio cuenta de que Judas lo vio, caminó rápido para
esconderse en un lugar seguro, pero tratándose de una playa pacífica
donde las otras casas estaban un tanto alejadas, no había dónde
ocultarse.
Mientras casi corría comenzó a llorar, esperando a que él tipo
saliera pateando la puerta de entrada con un arma y le disparara cual
francotirador. Sacó su celular temblando y jadeando. A pesar de
estar a unos 30 grados, sintió un frío tremendo. No volteaba para
atrás por miedo a ver una sonrisa malévola.
—Habla el detective Moncada.
—Por… favor… Soy… soy Rolando Carrillo… Me vio… Mateo
—Respira, Rolando. No te estoy entendiendo. —dijo Moncada
confuso.
—¡Me vio! ¡Mateo me descubrió viendo su casa! Y la chica estaba
gritando horrible. —respondió llorando como nunca en su vida.
Por inercia volteó hacia atrás y con sus ojos llorosos, alcanzó a ver
a Mateo con la camisa manchada de sangre y con Danielle en brazos,
aun gritando.
La metió al auto y vio a Rolando con el teléfono. Intuyó que
estaba informando a la policía de lo que vio. Caminó un poco lento
en dirección a Rolando y sacó una pistola que llevaba fajada. Dejó de
caminar y comenzó a correr.
Carrillo se asustó tanto que lanzó su celular al mar sin escuchar la
respuesta del detective y comenzó a correr y gritar «¡Ayuda!» pero
no había ayuda. Como si los vecinos hubieran desaparecido.
Comenzó a disparar sin darle al blanco. «Deja de moverte»
pensaba. Así corrió por menos de un minuto hasta que la última bala
alcanzó a rozar la pierna de Rolando y lo hizo caer en la arena. Eso lo
hizo pensar que era el fin de su corta vida. Mateo estaba dispuesto a
matarlo ahí mismo, habiendo testigos o no, pero sin balas, sería más
difícil y los otros cartuchos estaban en el auto.
Decidió dejarlo así y cuando volteó al auto, Danielle se arrastraba
por la arena, dejando un poco de esta con un color oscuro, gracias a
la sangre. Mateo no podía permitir que escapara y corrió hacia ella.
La vio a los ojos furioso y rojo, con una vena a punto de reventar
en su frente. La jaló por los hombros y gritó… no, rugió. Pero en ese
momento, un montón de sirenas comenzaron a sonar. La llamada de
Carrillo adelantó la emboscada a la casa de Matt. Dejó caer a Danielle
y subió al auto él solo. Ella no dejaba de gritar. Él cerró la puerta y
encendió el motor y arrancó. Cuando los neumáticos arrancaron, un
montón de arena cayó en el rostro de ella mientras gritaba y le entró
a la boca. Comenzó a asfixiarse. Pero Mateo no se dio cuenta para
nada.
Las patrullas eran tres. Al frente iba el detective Moncada y su
compañero, la segunda venían otros dos oficiales y la tercera solo
uno, que se dirigió a Rolando para ayudarlo.
Mateo se alejó muy rápido del lugar perdiéndose en el camino
con rumbo al norte. Moncada se acercó a Danielle que estaba
ahogándose con arena, la sangre ya había cesado. La levantó con
ayuda de su compañero.
—Ponla en el asiento trasero y mantenla despierta, llamaré a
Rolllings. ¡Rápido!
Y la llevo al Hospital del Seguro Social lo más rápido que pudo
para intentar salvarla. Aun si no fuera así, el infierno de Danielle,
había terminado.
Capítulo IX:
Castigo
1
Amigo mío, estuvimos a punto de atraparlo, pero ni el camaro de
Tommy alcanzó a su Cadillac. Se fue por la carretera en dirección
contraria a nuestro destino.
Nos estacionamos a orilla de la carretera y nos quedamos un
momento dentro.
—Lo dejamos ir. El imbécil tiene a mi esposa y lo dejamos ir.
—Ella no estaba en el auto. —dijo. No supe si sentirme aliviado o
triste, pues no sabía si hablaba de un rescate, escape o su muerte.
—¿A qué… te refieres? —pregunté tartamudeando.
—Moncada dijo que ella está en un hospital y que había perdido
mucha sangre por la entrepierna.
—Perdió al bebé… —susurré.
—Orlando, eso aún no se sabe.
Como por arte de magia, el detective Moncada llamó a Rollings.
—Dime. ¿Altavoz? Está bien. —dijo y lo activó.
—Hola Orlando, soy el detective Moncada. Tengo noticias de tu bebe.
Está bien, por el momento.
—¿No lo perdió? —pregunté secando mis lágrimas.
—Al parecer el sangrado es normal en el embarazo, pero el de Danielle
fue una reacción también de la mala alimentación y del mal cuidado que
Mateo Lugo le dio. Casi lo pierde, pero todo está controlado por ahora.
—Son buenas noticias, Miguel. Gracias por llamar.
—No hay de qué. Cuidaré de ella en el hospital hasta que se recupere.
Los llamaré si surge algo.
—Detective. —dije apresurado para que no cortara la llamada. —
Si despierta, dígale que la amo.
—Con gusto. Estamos en contacto. —y colgó. Esta vez las lágrimas
eran de felicidad.
—Ella… está bien. —y comencé a reír y llorar al mismo tiempo.
—Sé lo qe sientes, pero yo no puedo dejar mi trabajo. Debo ir por
él.
—Adelante. Quiero verlo cuando lo arrestes.
—Será un honor.
Encendió de nuevo el motor. Una vez más, tenía una razón de
vivir. Nada nos iba a detener.

2
Llegamos a una gasolinera en la entrada de la ciudad. Thomas ya
había informado de la llegada de Mateo, pero había que pedir
información de él. Rollings se acercó a un despachador para
preguntarle si lo había visto.
—Buenas tardes. Soy el detective Thomas Rollings. —dijo
sacando su placa y mostrándola.
—Hola. —dijo el despachador. —¿En qué puedo ayudarle?
—Queríamos saber si había visto un Cadillac modelo tal vez 2005
color negro.
—Sí. El tipo venía furioso y pidió algunos litros. Lanzó un billete
de quinientos pesos y se marchó rápido. Parecía que lo estaban
persiguiendo.
—Así es. De eso se trata todo. ¿Sabe por dónde se fue? —
preguntó.
—Tomó dirección al este de la ciudad. Iba a cien o ciento diez.
—Gracias. Nos ha servido mucho su testimonio.
—Buen día. —dijo el hombre y retrocedió.
Subimos de nuevo al auto. Thomas sacó su radio y dijo:
«Unidades al sudeste de la ciudad. El criminal Mateo Lugo tomó
dirección al este. Recuerden que maneja un Cadillac color negro.
Fuera.»
—¿A dónde iría? —preguntó mientras giraba la llave.
—No lo… —entonces callé por un segundo y pensé.
—¿Qué?
—Mi casa.
3
Llegamos a mi casa y el Cadillac estaba estacionado afuera.
Bajamos rápido y Thomas volvió a llamar por la radio. «A todas las
unidades. El sospechoso se encuentra en la residencia Rivas al
sudeste de la ciudad. Ya saben la dirección.»
La puerta estaba con la manija destrozada. Tal vez con un
martillo o con la misma mano. Pero, amigo mío, la casa era un
completo desastre. La televisión de la sala estaba colgando con la
pantalla rota. Los sillones estaban destrozados y con los resortes de
fuera. Los cuadros en el suelo. La cocina llena de mierda en todas las
paredes. Subimos las escaleras. Rollings había sacado su arma por si
acaso.
En el segundo piso no había nadie, sin embargo, el desastre que
Judas Mateo hizo, era peor. Los muebles estaban rotos, las camas
destrozadas, la ropa pisoteada, pero lo peor era la foto.
En mi cuarto, estaba la foto de los evangelistas, clavada en la
pared con un cuchillo pequeño. En la foto, Lucas, Juan y Marcos
tenían X en las caras, la mía estaba encerrada en un círculo. Dando a
entender que seguía yo. A un lado, la pared tenía rayado: «Los
hermanos se dan con un PUTO cuchillo».
Tommy entró atrás de mí con el arma en las manos. Quedó
boquiabierto al ver lo que Mateo había hecho en la habitación.
—Por Dios. ¿Cómo hizo eso tan rápido? Solo tuvo unos minutos
de ventaja.
—Tal vez lo ayudaron. —dije aun viendo la foto. Thomas tomó el
radio de nuevo para pedir refuerzos.
—El sospechoso forzó la casa Rivas-Hernández y destrozó todo.
El vehículo en el que viajaba está fuera de la casa. No puede estar
muy lejos, así que búsquenlo en la zona. ¡Rápido!
Escuchamos un ruido afuera del cuarto.
—Policía del Estado de Sonora. —dijo Rollings alzando el arma
para apuntar hacia delate. —Sal con las manos en alto. —luego se
dirigió a mí y me dijo: —Quédate aquí, es peligroso.
Salió lentamente apuntando con el arma. A lo lejos, comenzaron a
oírse patrullas. «Por fin.» pensé. Rollings caminó por el pasillo y se
asomó por las escaleras y vi que una mano lo jaló por ahí. Salí
corriendo desobedeciendo al detective y al ver por las escaleras,
estaba Tommy adolorido y retorciéndose en el primer piso. A un
lado, Mateo con el arma de Rollings en sus manos. Se veía furioso.
Me vio y sonrió.
—Hola, hermanito. ¿Me buscabas? —dijo y apuntó hacia mí con
el arma, borrando la sonrisa de su rostro. —Baja, daremos un paseo.
Como los viejos tiempos, ¿eh? Levanta las manos y camina ya.
Así lo hice y bajé las escaleras rápido. Comencé a temblar y a
sentir que tendría otro desmayo, pero si lo hacía, era casi seguro que
no despertaría. Al llegar junto a él me vio a los ojos y movió su
cabeza en dirección a la puerta.
Mientras caminábamos, alcancé a ver uno de los cuchillos en el
suelo de la sala. No me preguntes que hacía ahí, amigo mío. Pero con
tremendo desastre, hasta lo creí normal. Necesitaba el momento
adecuado para tomarlo y, gracias a Dios llegó.
A lo lejos, se comenzó a ver una luz roja y otra azul. Mateo se dio
cuenta y vio en dirección a las luces unos segundos. Exactamente lo
que necesitaba. Me agaché rápido y tomé el cuchillo. Me lo fajé y casi
no se notaba, no era muy grande, pero vaya que sí algo incómodo.
—¡Mierda! Camina ya, imbécil. Sube a mi auto.
Me jaló de la camisa y hacia afuera de la casa y ahí me empujó
casi corriendo hasta el Cadillac. En el reflejo del vidrio se veían las
patrullas. Subí en el asiento del piloto y él en el del copiloto. Ahí me
apuntó con el arma.
—Arranca o te vuelo el cerebro, otro.
Así lo hice y aceleré a fondo perdiendo de vista las patrullas. De
las cuales, apenas alcancé a ver por el retrovisor que algunos
oficiales bajaron y entraron a la casa.
—Vista al frente, te diré a dónde ir. —dijo bajando el arma. Veía
de reojo si el cuchillo se notaba, pero no. Aunque se sentía el frío del
metal en mi pierna.
¿A dónde nos dirigíamos?

4
Pasamos por Nuestra Señora de Lourdes. Ambos volteamos a ver.
—Qué tiempos con los muchachos. —dijo Judas.
—No los menciones, basura.
—Baja tu tono. —dijo volteando a verme de nuevo. —Eres igual
de tonto que Dani, tal vez deba golpearte como a ella.
—¡¿Qué?! —grité y frené derrapando en la calle. Él sacó la pistola
de nuevo y me apuntó de nuevo en la cabeza.
—Tal vez no la guarde de nuevo. Maneja, casi llegamos.
Seguí por esa calle. Llegamos a una casa que se veía algo
abandonada, estaba a mi izquierda, así que tuve que estacionarme en
frente.
—Aquí para. ¿Sabes dónde estamos?
—Es la casa de Lucas. —respondí con voz quebrada.
—Sí, señor. —dijo riendo.
—¿Para qué venimos aquí?
—Fue el primero en morir. —bajó el arma. —Así que te diré lo
que pasó aquí. Le dije a mamá y papá que iríamos todos a ver una
película para que no sospecharan. Llegué y toqué la puerta. Antes de
que respondieran, grité «soy yo» y fue cuando él bajó. Me preguntó
que si qué pasaba porque yo tenía la capucha puesta y los ojos
llorosos y. ¿Sabes por qué? —negué con la cabeza sin verlo. —Porque
iba a matarlo. Nunca lo había hecho con cuchillo, sería verlo a los
ojos y lloraba porque en serio me caían bien, todos, excepto tú
obviamente. Me abrazó y me invitó a pasar. Lo empujé hacia la
pared a un lado de las escaleras. Lo golpeé en el ojo con el puño.
Saqué un cuchillo de la sudadera y se lo encajé en el pecho. —Ahí
comencé a apretar los dientes y a llorar, pues no podía evitar
imaginarme el rostro de Lucas viendo lo que su «amigo» lo hacía. —
No recuerdo ni cuántas veces los hice, tal vez cuatro o cinco. Pero el
punto es que lo maté, viendo su expresión de dolor, soltando
lágrimas. Luego a su hermana gritando. Y fue ahí donde salí y subí
al auto donde me esperaba mi tío Leo.
—Ya… cállate.
—JA, vaya noche. Sentimientos encontrados, etcétera, etcétera.
Bueno. Así pasó todo. —luego tomó la pistola de nuevo y me
apuntó. Sigue manejando, iremos a dónde encontraron a Marcos.
—No me hagas esto. —supliqué. Prefería que me disparara a
seguir imaginando el asesinato de mis amigos.
—No era una pregunta.
Seguí manejando y no hablamos en el camino. Intentaba
limpiarme las lágrimas con el brazo. Imaginarme a Lucas muriendo,
era como si hubiera estado ahí. Su rostro… llorando y sufriendo.

5
Llegamos a un parque. Bajamos del auto y se guardó la pistola en
el pantalón. Me pidió que caminara frente a él hasta una zona con
arbustos un poco altos.
—Aquí es, Orlando. No hagas ni un movimiento, ni una mueca ni
digas una sola palabra. Menos se te ocurra gritar. —calló un segundo
y luego habló. —¿Recuerdas cuándo supuestamente me
secuestraron, pero volví ileso? Bueno, era para planear todo eso. Se
llevaron a Marcos y más tarde pasaron por mí. Él no se había dado
cuenta porque tenía la cara tapada. Lo arrojaron aquí y yo esperé mi
señal un segundo tras los arbustos. Cuando llegó, lo vi ahí. Hincado
y con manos y pies atados. Viéndome aterrado. No se imaginaba que
hubiera un tercer «súper villano». Menos que fuera yo. El tío Leo
comenzó a temblar pero sabía disimularlo un poco. Era un cobarde.
Joaquín vigilaba que no hubiera patrullas ni oficiales cerca. Fijé la
vista en Marcos y su rostro mostraba más furia que miedo. Dijo algo
como «eres un t...». Tal vez traidor, no sé. La bala que atravesó su
cerebro no lo dejó terminar. Fin de la historia.
No podía creerlo. Como era tan cínico para hablar como si nada
hubiera pasado. Se trataba de las personas que lo querían. Aun no
puedo creer que sus padres adoptivos no tuvieran ni idea de que
estaba metido en ese embrollo.
—Vamos al auto. Hay que ir a casa de tu madre. —dijo jalándome
de la camisa. En mi mente ahora estaba el rostro de Marcos furioso.
Y de repente también la foto de los evangelistas, donde él y Lucas, ya
tenían una X.

6
Llegamos ahí. Estaba abandonada también. Creo que desde que
me fui a casa de los padres de Danielle no había querido ir a la de mi
madre. Me paré enfrente y no quise voltear esta vez. Era donde todo
había pasado, pero ya lo sabes, amigo mío.
—Voltea, ya. ¡Hazlo! —gritó. Al ver que no obedecía, me agarró
por las mejillas y me hizo voltear. —Mira. Mira bien. No necesito
contarte mucho de esto. Lily sabía, pero el tío Leo no. Pero ese no es
el punto. Tú estuviste ahí. Recuerda. Juan, tu madre y Leo, muertos.
Adiós. Recuérdalo. Sufriste lo mismo que yo. Ver a mi familia morir.
Yo vi a mis verdaderos padres morir frente a mí, imbécil. Todo por
tu familia de mierda. Ahora al río, ya. —luego de decir eso, me
golpeó en la cara, aunque no tan fuerte como para dejarme
inconsciente.

7
Estando en el río, el bajó solo buscando algo en la orilla. No sabía
qué. Apuntó hacia el auto y me hizo señas para que bajara. Obedecí
rápido. Mientras caminaba, el movía el arma hacia donde yo me
movía.
—Mira en la orilla, les dije a esos dos que la dejaran aquí.
No me dijo que era, así que me imaginé que sería algo que me
impresionaría, si es que era posible. Y vaya que sí, amigo mío. Era el
cuerpo con gusanos de Ivonne. Me tapé la boca y me eché para atrás.
—Oh, encontraste a Ivonne. Por lo menos hicieron lo que pedí.
¿Qué te parece? Nadie la encontró. Y tampoco te encontraran a ti. De
rodillas.
Obedecí y me arrodillé frente a él con las manos en la espalda y el
pegó la boca de la pistola en mi frente. Llorando. El rostro de Ivonne
era asqueroso. Tenía gusanos incluso en el ojo y los labios.
—Bueno, otro. Este es el adiós. No te hice sufrir cómo esperaba
pero sí lo suficiente. Así que no te preocupes. Y tampoco te
preocupes por Danielle y tu bebé. Yo los cuido. ¿O tal vez no?
Iba a dejarlo así, pero mencionó a Danielle y a mi hijo, así que
entendí que sí había razones para seguir viviendo. Fue cuando alcé
mi mano y moví la pistola.
Me puse de pie y lo tomé por los brazos. Lo empujé hacia atrás y
dejó caer la pistola. El cayó al suelo y cuando intentó tomar el arma
de nuevo, lo pateé en el rostro, dejando brotar un chorro de sangre.
Me puse sobre él y lo golpeé tres veces con el puño derecho. Él se dio
vuelta y ahora yo estaba abajo pero solo alcanzó a golpearme dos
veces.
Me pude poner de pie de nuevo y él también. Tomé la pistola y la
lancé al río, donde cayó en la mitad, más o menos.
—No la necesito para matarte, hijo de puta. —dijo y se lanzó de
nuevo contra mí.
Me ahorcó unos segundos pero lo empujé y le di unos puñetazos
y le volví a dar en la nariz, esta vez se la rompí. Y me dio en el ojo y
se hinchó rápido. Le lancé una patada en la pierna que lo hizo caer
muy fuerte en el suelo. Sinceramente, ni yo sé de dónde salió todo
eso. Pero la verdad, es que estaba furioso.
Me puse de nuevo encima de él y lo seguí golpeando, al mismo
tiempo que decía: «Esto es por los muchachos y mi madre». Luego
me paré y lo pateé en la cabeza dejándolo a penas consciente.
Me vio y comenzó a reír. Esa expresión en su rostro me dio a
entender que estaba aceptando que perdió.
—Tú…
—Cállate. —dije respirando profundamente.
—No sabía que fueras bueno peleando, otro.
— Eres un imbécil.
—Oh sí. Soy el imbécil que mató a tus mejores amigos y a tu
madre. —luego rio cínicamente. Me levanté la camisa. Y dejé ver el
cuchillo. Lo tomé. —Vamos, hazlo. Imbécil.
—Los hermanos se dan con el PUTO cuchillo. —dije y le clavé el
cuchillo directo al centro del pecho.
Debido al estado en el que estaba, su muerte fue instantánea. Caí
rendido al suelo frente a él. Lo vi con el cuchillo encajado en su
pecho, probablemente en su corazón y comencé a llorar. No porque
lo había matado, gracias a Dios lo hice. Lloraba porque por fin
vengué a mis amigos. A mi madre. Al tío Leo. Y por supuesto, el
infierno por el que pasamos Danielle y yo. Pero bueno. Eso había
terminado. De todos modos, ¿quién iba a extrañarlo?
Amigo mío
Amigo mío:
Pasaron los meses. Danielle perdió la vida en el parto donde
naciste. Tú, amigo mío, fuiste el fruto de un amor que nunca se
repitió. Después de todo lo que pasamos, algo tan natural como el
parto, fue el que nos terminó separando para siempre. Los años
pasaron y nunca volví a enamorarme. Seguí fiel a ese amor tan
grande que sentí por ella. Seguí yendo a la Iglesia y recé por ella.
La visitaba cada dos días y le dejaba flores, mientras tú estabas en
una guardería. También visitaba a mis amigos de vez en cuando,
también a mi madre, un poco más seguido.
Recuerdo que cuando al paso de los años, me preguntabas por la
muerte de tu mamá y solo evadía las respuestas, con tal de no
contarte la verdad.
Como sabes, ya tengo setenta años y mi enfermedad está a punto
de terminar conmigo. Así que no puedo irme sin antes haberte
contado todo lo que pasó. Te dejo estas cartas para que las leas en tu
tiempo libre después de que parta de este mundo, pues no podría
soportar que alguien me recordar esos días oscuros. Creerás que es
una historia falsa, pero en realidad pasó.
Hijo mío, tu madre y yo pasamos por muchas cosas. Así que
cuídate. Cuida a tu mujer y a mis nietos, que están creciendo.
Cuídate de tus mejores amigos. No consideres a nadie tu hermano.
Porque, no puedes confiar en tu hermano.

Te amo, Mateo.
Papá.

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