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GUÍA No.

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CUARTA SEMANA (I)


«DE LA RESURRECCION DE CRISTO NUESTRO SEÑOR
DE LA PRIMERA APARICION SUYA»

NUEVO PASO EN EL PROCESO

Proseguimos en la contemplación del Misterio Pascual que, una vez terminados los
Ejercicios, será el clima de la vida de todos los días, permanentemente vivenciado y
profundizado. En contacto con el inmenso amor del Hijo de Dios, que es Vida nueva y
plena, tendremos la oportunidad de confirmar nuestra elección, que queremos sea «pura y
limpia, sin mixtión de carne ni de otra afección alguna desordenada» (EE 172).

El Misterio Pascual tiene una centralidad y una unidad reconocidas. Entre la muerte
y la resurrección de Jesús existe una relación inseparable: es el proceso único de su paso
de este mundo al Padre. Nuestra vida cristiana en seguimiento de Jesús, consiste en
integrarnos en esta pascua suya, de manera que participemos, aquí y ahora, en su muerte y
resurrección.
A pesar de la unidad del Misterio, San Ignacio lo desdobla en la tercera y cuarta
Semanas, según el «modo y orden» en que ha distribuido el itinerario de los Ejercicios,
con el propósito de que en cada paso el ejercitante se concentre en «hallar lo que busca»,
sin querer saber cosa alguna de lo que ha de hacer más adelante, como si en lo siguiente
«ninguna [cosa] buena esperase hallar» (cf Anotación 11).Es así como en la segunda
Semana añade nuevamente un consejo: «Es de advertir, para toda esta semana y las otras
siguientes, que solamente tengo de leer el misterio de la contemplación que inmediate
tengo de hacer, de manera que por entonces no lea ningún misterio que aquel día o en
aquella hora no haya de hacer, porque la consideración de un misterio no estorbe a la
consideración del otro» (EE 127).
La cuarta Semana nos concentra en la experiencia de la resurrección. La
participación en ella nos hace testimonios vivos del triunfo del Señor, que ha vencido, no
solo sobre la muerte, sino sobre toda limitación humana. Por su victoria adquirimos una
nueva libertad interior para llevar nuestras limitaciones, de las que no podemos librarnos
mientras permanezcamos en este mundo.

A algunos les extraña que San Ignacio no proponga una contemplación del
acontecimiento mismo de la resurrección. Ni los evangelios, ni ningún otro texto del
Nuevo Testamento lo relatan, porque es una realidad que desborda el conocimiento
histórico. Sería exagerado, sin embargo, afirmar que lo excluya o le preste poca atención.
Lo que él pretende, de un extremo al otro de la cuarta Semana, es hacernos contemplar a
Jesús resucitado y los efectos que produce su resurrección. La anotación cuarta, al
comienzo de los Ejercicios, resume la última etapa en dos palabras: «…la cuarta [Semana]
la resurrección y ascensión» (EE 4).
Esta Semana comienza con el título: «La primera contemplación, cómo Cristo
nuestro Señor apareció a nuestra Señora» (EE 218). Parece cierto que en la mente de
Ignacio, resurrección y apariciones están íntimamente unidas, pero en el modo de proponer
los diversos misterios pasa casi insensiblemente del uno al otro. Toda la contemplación
gira en torno a la persona de Jesús que resucita y se aparece a nuestra Señora.

FIN QUE SE PRETENDE


Obtener el gozo de la resurrección experimentando «los verdaderos y
sanctísimos efectos della»; y recibir la “consolación” que el Resucitado trae a quienes
se aparece: «mirar el oficio de consolar que Cristo nuestro Señor trae» (EE 224).
Lograr mayor inteligencia y vivencia del Misterio Pascual, centro de la
experiencia cristiana. Los detalles presentados sobre la aparición a nuestra Señora se
inscriben en el proceso de comprensión existencial de toda la cuarta Semana y de sus
frutos.
San Ignacio sabe muy bien que los evangelios callan sobre una primera aparición
de Jesús a su Madre y admite este silencio. Con todo, nos invita a una “lectura distinta”
que desentraña todo lo que la Escritura dice implícitamente. Se requiere, pues, una
inteligencia espiritual para captar el mundo nuevo en que han entrado Jesús y María.

En la contemplación de la aparición de Jesús resucitado a su Madre, miraremos a


María como la representante de la humanidad redimida que acoge con un humilde “sí” y
en generosa libertad el amor gozoso y nuevo de la Pascua. En ella, “Madre de los
creyentes”, Cristo resucitado se deja ver de todos, en su plenitud sencilla y amorosa. María
va a la cabeza, es vínculo entre la humanidad de Cristo y la nuestra. Detrás de ella y más
allá del momento presente, se halla comprendida toda la humanidad pasada y futura,
objeto del gozo inmenso del Resucitado. Y allí me encuentro yo, ejercitante.

GRACIA QUE SE QUIERE ALCANZAR

«Demandar lo que quiero; y será aquí pedir gracia para me alegrar y gozar
intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor» (EE 221).

La edición latina (Vulgata) del texto de Ejercicios expresa de modo muy sugerente
esta petición, con un toque hermosamente mariano: «tertium [praeludium] continebit
gratiam petendam, ut scilicet immensum Christi ac Matris gaudium participemos» (el
tercer preámbulo contiene la gracia que se debe pedir: que participemos del inmenso gozo
de Cristo y de la Madre). Participar del gozo de una madre -y de tal madre-, con el triunfo
de su hijo, será plena garantía de la transparencia y gratuidad de nuestra alegría. No es,
pues, cualquier alegría. Es una alegría interior no ficticia, ni sobreañadida. Es un más allá
que sigue a la pasión, como fruto natural de la Cruz. Alegría desinteresada por la gloria y
el gozo tan grande de Jesús resucitado. Gozar por el simple hecho de que él está gozoso.
Esta alegría es una participación en el estado de Jesús: con-alegrarse, con-gozar
con él. Ponerse a tono con la felicidad de Jesús, vencedor de la muerte y colmado de
divinidad y de gloria: «la divinidad, que parecía esconderse en la pasión, parece y se
muestra agora tan miraculosamente…» (EE 223). Es salir de sí mismo, para volverse
contemplativamente hacia lo que Jesús vive en su condición pascual.
Todo en la cuarta Semana se endereza a favorecer este ambiente de gozo con
Cristo, que en último término es gracia: con-gozarnos es descubrir a Cristo victorioso, una
participación en la caridad fraternal de Jesús resucitado con aquellos a quienes se
aparece: «mirar el oficio de consolar, que Cristo nuestro Señor trae, y comparando como
unos amigos suelen consolar a otros» (EE 224). Fe en Cristo y caridad fraternal son
dimensiones inseparables de este “con-gozarnos”. La glorificación no confina a Jesús
resucitado de entre los muertos en una torre de marfil. No está lejos, “por allá a la derecha
del Padre”, como podríamos pensar nostálgicamente. Jesús resucitó para los hombres y,
como olvidándose de sí mismo, fue en seguida a buscar a sus discípulos y amigos para
consolarlos, volverlos a reunir y confiarles la continuación de la misión.

No pedimos una alegría sensiblera, ni una pacificación superficial, ni un gozo


tampoco cerebral. Es una alegría de plena resonancia religiosa: el gozo del Reino de Dios
realizado con la amplitud del designio divino. Esta es la auténtica consolación ignaciana:
es una moción interior con la que nos inflamamos en amor de Dios, de modo que «ninguna
cosa criada sobre la haz de la tierra puede amar en sí, sino en el Criador de todas ellas»; es
«lanzar lágrimas motivas a amor de su Señor…»; es «todo aumento de esperanza, fe y
caridad, y toda leticia interna que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salud de
su ánima», aquieta y pacifica el corazón en el Señor (cf EE 316, 329, 330).

Como fruto de esta gracia experimentaremos cómo la voluntad de Dios y la nuestra


constituyen una unidad, corren al unísono. Para disponernos a recibirla hemos de procurar
un silencio apacible sin ansiedades ni prisas, que nos concentre en Jesús resucitado. ¿Cómo
propiciar este silencio interior, esta alegría tranquila, en el trajín de los Ejercicios en la vida
cotidiana? Cada uno de nosotros buscará creativamente algunas formas de aquietar y
pacificar el corazón: supresión de ruidos y preocupaciones interiores, moderación de
actividades exteriores distractivas, algunos días de retiro encerrado. Jesús reclamaba a
Marta, atareada con sus muchos quehaceres y distraída con el excesivo trajín, que no diera
lugar en su corazón «a la mejor parte», a la única necesaria: gustar la presencia de Jesús y
escucharlo: «Marta, Marta, estás preocupada y te inquietas por demasiadas cosas, pero solo
una cosa es necesaria» (Lc 10, 38-42).

Las adiciones sugeridas en el texto para lograr esta disposición son:


- «luego en despertándome, poner enfrente la contemplación que tengo de hacer,
queriéndome afectar y alegrar de tanto gozo y alegría de Cristo nuestro Señor»;

- «traer a la memoria y pensar cosas motivas a placer, alegría y gozo espiritual»;


- «usar de claridad o de temporales cómodos, así como en el verano de frescura, y
en el invierno de sol o calor, en cuanto el ánima piensa o conjetura que la puede ayudar
para se gozar en su Criador y Redentor»;

- «en lugar de la penitencia, mire la temperancia y todo medio» (EE 229).


TEXTO IGNACIANO

«Apareció a la Virgen María; lo cual, aunque no se diga en la Escritura, se tiene por


dicho en decir que apareció a tantos otros; porque la Escritura supone que tenemos
entendimiento, como está escrito: «¿También vosotros estáis sin entendimiento?» (EE
299). La experiencia espiritual de Ignacio desde su tiempo de “peregrino”, estuvo siempre
acompañada de sentido común. Para él es obvio que si Jesús resucitado «apareció a tantos
otros», se dejó ver de su Madre, que lo había acompañado de pie en la cruz hasta el
momento de su muerte.
En su Autobiografía leemos cómo lo trataba Dios en Manresa durante la etapa que
culminó con la ilustración a orillas del Cardoner. Entre muchas gracias y devociones, dice
que veía con los ojos interiores la humanidad de Cristo y su figura; «a Nuestra Señora
también ha visto en símil forma, sin distinguir las partes. Estas cosas que ha visto le
confirmaron entonces y le dieron tanta confirmación siempre de la fe, que muchas veces ha
pensado consigo: si no huviese Escriptura que nos enseñase estas cosas de la fe, él se
determinaría a morir por ellas, solamenle por lo que ha visto»1.

El primer preámbulo es la historia: «cómo, después que Cristo espiró en la cruz y


el cuerpo quedó separado del ánima y con él siempre unida la divinidad, la ánima beata
descendió al infierno, asimismo unida con la divinidad; de donde sacando a las ánimas
justas y veniendo al sepulcro, y resucitado, apareció a su bendita Madre en cuerpo y en
ánima» (EE 219).

Este “descenso” de Cristo a “los infiernos” -al sheol o lugar donde yacían los
muertos-, puede contemplarse acompañando a nuestra Señora y a los discípulos en su
soledad «con tanto dolor y fatiga» (cf EE 208). Ir al abismo de los muertos es la
solidaridad de Jesús en la muerte: «se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la
muerte…» (Flp 2, 8). Lo que leemos sobre la “predicación” a los que yacían en el seno de
Abraham: «fue a proclamar su victoria a los espíritus que estaban presos» (1 P 3, 19), o
sobre el “sacar” a las ánimas justas de allí, y venir al sepulcro para resucitar, como escribe
San Ignacio, no deben entenderse como “actividad” alguna de Jesús, que está muerto. Se
trata, en palabras de Urs Von Baltasar, de una “proclamación objetiva”: la afirmación de
que el mundo entero ha sido reconciliado con Dios: «así, pues, lo que la idea de la
predicación de Cristo en el hades quiere expresar es que el Justo murió por los injustos»2 .
Dado el silencio de los evangelios respecto a esta primera aparición y la
afirmación explícita de Marcos (c. 16, 9): «se apareció primero a María Magdalena», se
tiende a dar un sentido profundo espiritual, más que histórico, a esta “primera aparición” a
la Virgen. Esto ha llevado a comprender la intuición ignaciana en el sentido de que la
misma resurrección del Señor, que tampoco describe la Escritura, y el hecho de la
aparición a Nuestra Señora, constituyen un único misterio.

•María, prototipo de la fe pascual


- Jesús y María se han hecho una sola cosa en el corazón. Al pie de la cruz, ella penetró la
intención de su Hijo. Esa presencia en el Espíritu crea la íntima unidad. Jesucristo está
presente a los que están unidos a él con el corazón y comienzan una vida nueva, un modo
1
Autobiografía., 29, 4.
2
VON BALTHASAR, HANS URS, Mysterium Salutis, vol. III, t.II, p.246.
de ser nuevo, una presencia que la muerte ya no puede romper3.

- María, la destinataria de la primera aparición, ocupa un lugar preeminente: en ella


podemos percibir límpidamente y vivir este acontecimiento, porque solo ella lo vivió en el
momento mismo y permaneció en el nivel de los acontecimientos.

- Nuestra Señora fue la primera en recibir la venida de Cristo en la carne, como fruto de
haber dado su consentimiento a la Encarnación del Verbo. Así también fue la primera en
recibir la manifestación de la nueva vida de su Hijo en la resurrección. El Señor resucita
en ella para la eternidad. En el tiempo de la soledad de María se opera el paso -la pascua-,
de los recuerdos dolorosos a las esperanzas triunfantes que el Resucitado viene a realizar.
Nos invita a acoger al Resucitado para que viva en nosotros.

- María es la primera creyente, no sólo al comienzo, o durante su vida junto a Jesús, sino
dentro del Misterio Pascual. Vio a Jesús humillado, escarnecido y clavado en cruz y creyó
con fe grande. Jesús se dejó ver de ella en su primer encuentro. Como todos, María tuvo
que aceptar el misterio en la fe, creer. Para ella el sufrimiento y la muerte se hacen
manifestación del amor de Dios, camino misteriosamente elegido por él, que desemboca en
plenitud de vida. Estuvo íntimamente asociada a la muerte de Jesús (su “hora”), sufrió con
él y así también debió ser glorificada juntamente con él. «Puesto que somos sus hijos,
también tendremos parte en la herencia que Dios nos ha prometido, la cual compartiremos
con Cristo, puesto que sufrimos con él para estar también con él en su gloria» (Ro 8, 17).
En ella se realizaron «los verdaderos y santísimos efectos» de la resurrección. Vivió de una
manera nueva la existencia del discípulo de un Señor resucitado.

•María, prototipo de la fe de la Iglesia


- Como “Madre de la Iglesia”, debía acoger en su nombre la vida nueva que Cristo
glorificado venía a traerle. Por medio de la aparición a María, se anuncia la resurrección a
todo el nuevo pueblo de Dios.
- Para Cristo, la alegría de la resurrección consiste en llevar su vida a la nueva humanidad
liberada. Su Madre es capaz de tomar posesión de esta nueva vida inmediata y plenamente.

- María es el “lugar eclesial” en donde se realiza el “paso” de nuestra humanidad pecadora


a la nueva humanidad de Cristo resucitado. La plenitud de la gracia pascual, revelada en la
aparición a nuestra Señora, encuentra expresión en la Iglesia, que anuncia la gran Pascua
del Señor como la única consolación de la humanidad.

•Con la escena de la Anunciación, contemplar la aparición a María


Una forma posible de gustar la aparición a nuestra Señora, y de «composición
viendo el lugar», sería contemplar el relato de Lucas (1, 26-38) sobre el anuncio a María y
el canto del Magnificat, en clave de resurrección.
María, que recibió al Verbo encarnado mediante el anuncio del ángel Gabriel,
3
Cf LAPLACE, JEAN, S.J., Diez días de Ejercicios, Guía para una experiencia de la vida en el Espíritu. Sal
Terrae, 1987, pp.158.
recibe ahora al Hijo resucitado en persona, el cual la saluda colmándola de gracia y de
alegría: «¡Alégrate, llena de gracia!». Proclama su victoria para ella: se han cumplido las
promesas del ángel: «será un gran hombre, al que llamarán Hijo del Dios altísimo, y Dios,
el Señor lo hará Rey, como a su antepasado David, para que reine por siempre sobre el
pueblo de Jacob. Su reinado no tendrá fin». El Espíritu Santo vendrá sobre ti; y sobre toda
la Iglesia, llenándola de la fuerza del Altísimo, para llevar la buena nueva a todas las
naciones. Serás la Madre de mis hermanos, Madre de la Iglesia. Serás la “estrella de la
evangelización”. Y María canta en el Magnificat la victoria de su Hijo, en la que
resplandece la misericordia de Dios para con los pobres y oprimidos, el auxilio para el
nuevo Israel, su pueblo, prometido a Abraham y a sus futuros descendientes, por siempre.

FUENTES DE ORACION PARA LA SEMANA

Textos bíblicos
Is 54,4-10: la consolación de Israel se realiza en María
1 Co 15, l ss. Las apariciones del Resucitado. Cristo ha resucitado de la muerte, primer
fruto de los que duermen
l P l, 8-9: creyendo en él, sin verlo, sentimos un gozo indecible, radiantes de alegría…
Cnt, 2, 8-17: gozo pascual de María, a la luz del gozo de la esposa
3, 15: encontré el amor de mi alma

Textos de la Compañía
Del P. General, Kolvenbach La pascua de nuestra Señora. «Decir…al “Indecible”,
Colección MANRESA, 20, Mensajero-Sal Terrae, pp. 145-156; también en
REFLEXIONES CIRE, Enero-Agosto de 1989, edición dedicada a Santa María del camino.

SUGERENCIAS PARA DISTRIBUIR LA SEMANA

1) La Aparición a María, según el texto ignaciano (EE 218-225 y 299)

2) María, prototipo de la fe pascual y de la fe de la Iglesia (Notas de esta Guía)


3) La Aparición, contemplada en los pasajes de la Anunciación, Nacimiento y Visitación

4) Lectura meditada de la Constitución sobre la Iglesia, nn.58-59; (cf Puebla: 282-303)

5) Contemplación con la Antífona: “Reina del cielo, alégrate” (Liturgia de de las Horas)

6) Aplicación de sentidos, con el texto de la Anunciación, a la luz de la Pascua.

Ver Anexo No.14: El Hombre Nuevo: Cristo resucitado, de Jean Laplace.

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