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Temas 5: “Ejemplo os he dado”

La solución que Jesús encontró para resolver el problema de la simiente que estaba
fermentando los corazones de sus discípulos, ya había sido discutida en el “Gran Concilio
de Paz”, por el Padre y el Hijo.

El versículo 4 de San Juan 13, nos revela algunos hechos interesantes:

“(…)se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó.”

No era la primera vez que el Hijo de Dios se quitaba el Manto para ceñirse la toalla. Esto
también lo hizo nuestro Cristo al descender a esta tierra a “hacerse siervo” para restituir al
hombre con la gracia de Dios.

“5 Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, 6 el cual, siendo
en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, 7 sino que se
despojó (Kena) a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; 8 y
estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la
muerte, y muerte de cruz.” (Filipenses 2:5-8).

¿De qué se despojó, de qué se vació Jesús?

Juan 5:30:

“30 No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo,
porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre.”

Lucas 2:52

“52 Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres.”

“(…) el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros y vimos su Gloria (…)” San Juan 1: 14.

Elena White, nos relata lo siguiente de quien desde el principio fue el Cordero Inmolado
(Apocalipsis: 13:8),:

“El cielo se llenó de pesar cuando todos se dieron cuenta de que el hombre estaba
perdido y que el mundo creado por Dios se llenaría de mortales condenados a la miseria,
la enfermedad y la muerte, y que no había vía de escape para el ofensor. Toda la familia
de Adán debía morir. Contemplé al amante Jesús y percibí una expresión de simpatía y
pesar en su rostro. Pronto lo vi aproximarse al extraordinario y brillante resplandor que
rodea al Altísimo. Mi ángel acompañante dijo: “Está en íntima comunión con su Padre”. La
ansiedad de los ángeles parecía ser muy intensa mientras Jesús estaba en comunión con
Dios. Tres veces lo encerró el glorioso resplandor que rodea al Padre, y cuando salió la
tercera vez, se lo pudo ver. Su rostro estaba calmado, libre de perplejidad y duda, y
resplandecía con una bondad y una amabilidad que las palabras no pueden expresar.

Entonces informó a la hueste angélica que se había encontrado una vía de escape para el
hombre perdido. Les dijo que había suplicado a su Padre, y que había ofrecido su vida en
rescate, para que la sentencia de muerte recayera sobre él, para que por su intermedio el
hombre pudiera encontrar perdón; para que por los méritos de su sangre, y como
resultado de su obediencia a la ley de Dios, el hombre pudiera gozar del favor del Señor,
volver al hermoso jardín y comer del fruto del árbol de la vida.” HR-43.2

Luego de eso el Maestro “puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de sus
discípulos y a enjuagarlos con la toalla que se había ceñido”.

“El nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a su
misericordia, por medio del lavamiento de la regeneración y la renovación por el Espíritu
Santo,” (Tito 3:5).

“Lávame por completo de mi maldad, y límpiame de mi pecado.” (Salmo 51:2)

“Mientras pronunciaba las palabras de promesa, la obscura nube que parecía rodear la
cruz fue atravesada por una luz viva y brillante. El ladrón arrepentido sintió la perfecta paz
de la aceptación por Dios. En su humillación, Cristo fue glorificado. El que ante otros ojos
parecía vencido, era el Vencedor. Fue reconocido como Expiador del pecado. Los hombres
pueden ejercer poder sobre su cuerpo humano. Pueden herir sus santas sienes con la
corona de espinas. Pueden despojarle de su vestidura y disputársela en el reparto. Pero no
pueden quitarle su poder de perdonar pecados. Al morir, da testimonio de su propia
divinidad, para la gloria del Padre. Su oído no se ha agravado al punto de no poder oír ni
se ha acortado su brazo para no poder salvar. Es su derecho real salvar hasta lo sumo a
todos los que por él se allegan a Dios.” DTG 699.1

“Entonces vino a Simón Pedro”.

Jesús es siempre el que nos busca. Él buscó a Adán y a Eva. Él buscó a Caín. Él descendió a
salvar a Noe… El fue quien vino “a buscar lo que se le había perdido”.

El Salmista lo expresa de una manera tan hermosa en el Salmo 139: “¿A dónde me iré de
tu Espíritu?”

“(…) y Pedro le dijo: Señor tú no me lavaras”.

Muy a menudo le decimos esto a Jesús, “no, Señor, tu no puedes lavarme. Mis pecados
son muy grandes. Tu eres tan perfecto y yo tan pecador. Yo soy un caso perdido, déjame
sucio. Cada vez que me limpias me vuelvo a ensuciar. Déjame”. Cuando reusamos mirar al
Santísimo, y llevar nuestros pecados a aquel “Sumo Sacerdote que puede compadecerse
de nosotros”, despreciamos el sacrificio de Cristo.

“Pedro no podía soportar el ver a su Señor, a quien creía ser Hijo de Dios, desempeñar un
papel de siervo. Toda su alma se rebelaba contra esta humillación. No comprendía que
para esto había venido Cristo al mundo. Con gran énfasis, exclamó: “¡No me lavarás los
pies jamás!” DTG 602.1

“Al negarse a permitir a Cristo que le lavase los pies, Pedro rehusaba la purificación
superior incluida en la inferior. Estaba realmente rechazando a su Señor. No es humillante
para el Maestro que le dejemos obrar nuestra purificación. La verdadera humildad
consiste en recibir con corazón agradecido cualquier provisión hecha en nuestro favor, y
en prestar servicio para Cristo con fervor”

Al oír las palabras, “si no te lavare, no tendrás parte conmigo,” Pedro renunció a su
orgullo y voluntad propia. No podía soportar el pensamiento de estar separado de Cristo;
habría significado la muerte para él.”

Pedro entendía, que aún en medio de sus luchas, de su indignidad, de su pecado,


“apartado de Mi (Jesús) nada sois (era) ”. La razón por la cual Pedro paso de “Señor, no
me lavarás,” a “lávame también las manos y la cabeza”, es por la misma razón que en el
principio de su llamado, aunque dijo “Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador” (Lucas
5:11), no se le despegó nunca.

Pedro amaba a Jesús, y no se imaginaba una vida lejos de Él. Jesús era su esperanza y su
porción.

“Tres veces repitió esta oración. Tres veces rehuyó su humanidad el último y culminante
sacrificio, pero ahora surge delante del Redentor del mundo la historia de la familia
humana. Ve que los transgresores de la ley, abandonados a sí mismos, tendrían que
perecer. Ve la impotencia del hombre. Ve el poder del pecado. Los ayes y lamentos de un
mundo condenado surgen delante de él. Contempla la suerte que le tocaría, y su decisión
queda hecha. Salvará al hombre, sea cual fuere el costo. Acepta su bautismo de sangre, a
fin de que por él los millones que perecen puedan obtener vida eterna. Dejó los atrios
celestiales, donde todo es pureza, felicidad y gloria, para salvar a la oveja perdida, al
mundo que cayó por la transgresión. Y no se apartará de su misión. Hará propiciación por
una raza que quiso pecar. Su oración expresa ahora solamente sumisión: “Si no puede
este vaso pasar de mí sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.”

Jesús es nuestro ejemplo. Su vida, Su testimonio, Su entrega, Su abnegación, hace


insignificante cualquier sacrificio que nosotros podamos hacer. Su Espíritu se manifiesta
profundamente en el servicio desinteresado. Bien dice Juan, “Dios es amor”.
“Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo:
¿Sabéis lo que os he hecho? 13 Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque
lo soy. 14 Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también
debéis lavaros los pies los unos a los otros. 15 Porque ejemplo os he dado, para que como
yo os he hecho, vosotros también hagáis. 16 De cierto, de cierto os digo: El siervo no es
mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió. 17 Si sabéis estas cosas,
bienaventurados seréis si las hiciereis.”

“Nadie ocupaba un puesto tan exaltado como el de Cristo, y sin embargo él se rebajó a
cumplir el más humilde deber. A fin de que los suyos no fuesen engañados por el egoísmo
que habita en el corazón natural y se fortalece por el servicio propio, Cristo les dio su
ejemplo de humildad. No quería dejar a cargo del hombre este gran asunto. De tanta
importancia lo consideró, que él mismo, que era igual a Dios, actuó como siervo de sus
discípulos. Mientras estaban contendiendo por el puesto más elevado, Aquel ante quien
toda rodilla ha de doblarse, Aquel a quien los ángeles de gloria se honran en servir, se
inclinó para lavar los pies de quienes le llamaban Señor. Lavó los pies de su traidor.” DTG
604.2.

“Ahora, habiendo lavado los pies de los discípulos, dijo: “Ejemplo os he dado, para que
como yo os he hecho, vosotros también hagáis.” En estas palabras Cristo no sólo ordenaba
la práctica de la hospitalidad. Quería enseñar algo más que el lavamiento de los pies de los
huéspedes para quitar el polvo del viaje. Cristo instituía un servicio religioso. Por el acto
de nuestro Señor, esta ceremonia humillante fue transformada en rito consagrado, que
debía ser observado por los discípulos, a fin de que recordasen siempre sus lecciones de
humildad y servicio.” DTG 605.1.

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