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Tema 4: A la altura del servicio

Antes ya hemos hablado de las Levaduras y las características que rodean este elemento
que en la mayoría de las veces representa el pecado. Ahora, hablaremos de su antítesis:

Hay otro elemento cuyas funciones se presentan como una solución a los efectos de las
levaduras: la sal.

En los tiempos antiguos la sal era un elemento indispensable para la vida. Era tan valioso
como el agua o el trigo; y era usado con múltiples propósitos. Como lo hicimos con la
levadura, también nos conviene hacerlo con la sal.

Este mineral se usaba para derretir el hielo. Como símbolo podríamos decir que la sal
puede derretir el hielo de los corazones orgullosos y enaltecidos, y hacer que de esos
témpanos “broten ríos de agua viva” (Juan 7:37-39):

Eso fue lo que quiso hacer el Señor con Faraón. Cuándo el Señor dice “Endureceré el
corazón de Faraón”, o cuando dijo lo mismo del pueblo de Israel, no se refiere a que Él los
llenará de orgullo, sino porque Dios sabe que las grandes obras de su amor, o derriten el
hielo o lo endurecen más.

Esto mismo fue lo que Jesús quiso señalarle a los Fariseos cuando les dijo:

“Mas si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis
que el Padre está en mí, y yo en el Padre.” Juan 10:38 En pocas palabras Jesús les dijo:
“Por favor, dejen que las maravillas del amor de Dios penetren en sus duros corazones”.

No hay remedio más potente para el endurecimiento del corazón, que las acciones
venidas del amor.

La sal también sirve para purificar, para transformar lo estéril en vida. En el libro de 2
Reyes 2: 16-22, se nos narra una interesante historia.

“9 Y los hombres de la ciudad dijeron a Eliseo: He aquí, el lugar en donde está colocada
esta ciudad es bueno, como mi señor ve; mas las aguas son malas, y la tierra es estéril. 20
Entonces él dijo: Traedme una vasija nueva, y poned en ella sal. Y se la trajeron. 21 Y
saliendo él a los manantiales de las aguas, echó dentro la sal, y dijo: Así ha dicho Jehová:
Yo sané esta agua (gentes), y no habrá más en ellas muerte ni enfermedad. 22 Y fueron
sanas las aguas hasta hoy, conforme a la palabra que habló Eliseo.”

Dios puede convertir las aguas amargas. Las contiendas. Los sinsabores. En agua dulce,
limpia y pura. La sal puede hacerlo. Solo requiere que permitas que la sal se manifieste en
ti.
La sal puede devolverte tu naturaleza original y revertir tu constitución alterada. Puede
hacerte útil para regar viñas, para vivificar la tierra estéril. También Dios puede hacer de ti
una vasija nueva, para que depositando la sal en ti, puedas ser instrumento de sanidad
para las muchas aguas (muchas gentes ):

“Levántate y vete a casa del alfarero, y allí te haré oír mis palabras. 3 Y descendí a casa del
alfarero, y he aquí que él trabajaba sobre la rueda. 4 Y la vasija de barro que él hacía se
echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla.
5 Entonces vino a mí palabra de Jehová, diciendo: 6 ¿No podré yo hacer de vosotros como
este alfarero, oh casa de Israel?” Ezequiel 18: 2-6.

La sal también se usaba para detener y evitar la descomposición, para mantener limpio
y libre de corrupción lo sacrificado.

“Y sazonarás con sal toda ofrenda que presentes, y no harás que falte jamás de tu ofrenda
la sal del pacto de tu Dios; en toda ofrenda tuya ofrecerás sal.” Levíticos 2:13

El Señor mandó a Su pueblo a preservar los alimentos presentados a Dios como sacrificios
con abundante sal. Esto los conservaba. Sin la sal estas ofrendas no sería agradables a
Dios, pues no tardaría en descomponerse. En pocas palabras, no serían para Dios; como lo
de Caín, serían para Él mismo.

Los sacrificios nos recuerdan a Quien se hizo Sacrificio. A menudo pensamos que los
sacrificios representan a lo que el pueblo hace (Justicia propia), cuando en realidad tiene
como fin traernos a la memoria los Sacrificios que Dios hizo y hace por Su pueblo. Siendo
así, lo más importante de los sacrificios que hacemos, es que los hagamos en “memoria
de” Jesús. Que lo hagamos para recordar lo que Él hará, he hizo.

Sin la sal, todo lo sacrificado es “metal que resuena y címbalo que retiñe”.

La sal se usaba también para limpiar a los recién nacidos:

Cuando un niño nace, sigue pegado a su progenitor. Está lleno de su sangre, está desnudo
y sucio. Necesita desprenderse de su simiente, necesitas ser limpiado y preservado.

“Y en cuanto a tu nacimiento, el día que naciste no fue cortado tu ombligo, ni fuiste lavada
con aguas para limpiarte, ni salada con sal, ni fuiste envuelta con fajas.” Ezequiel 16:4

Cuando nacemos de nuevo Dios nos adopta “mas a todos los que le recibieron, a los que
creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” Corta también nuestro
ombligo umbilical, nos desata del mundo “los cuales no son engendrados de sangre, ni de
voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”. (Juan 1)
Nos lava porque “Si no te lavare, no tendrás parte conmigo.” (Juan 13:8).

Nos sala “Vosotros sois Sal de la tierra”.

Eso fue lo que Jesús hizo con sus discípulos en aquella cena. Durante los 3 años que los 12
estuvieron con Jesús, su trabajo fue el de un Padre que adoptando a un niño lo limpia y
luego lo sala para evitar que la herida provocada por el corte umbilical le cause infección
(granuloma umbilical).

¿Pero qué es eso de salar en el contexto Bíblico? El hecho principal de San Juan 13 nos lo
indica:

Palabras de vida del gran Maestro, Pag 34.2:

“El sabor de la sal representa la fuerza vital del cristiano, el amor de Jesús en el corazón, la
justicia de Cristo que compenetra la vida. El amor de Cristo es difusivo y agresivo. Si está
en nosotros, se extenderá a los demás. Nos acercaremos a ellos hasta que su corazón sea
enternecido por nuestro amor y nuestra simpatía desinteresada. De los creyentes sinceros
mana una energía vital y penetrante que infunde un nuevo poder moral a las almas por las
cuales ellos trabajan. No es la fuerza del hombre mismo, sino el poder del Espíritu Santo,
lo que realiza la obra transformadora.”

“Y cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo
de Simón, que le entregase, 3 sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en
las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, 4 se levantó de la cena, y se quitó su
manto, y tomando una toalla, se la ciñó.” Juan 13: 2-4

Estos versículos nos demuestran lo que motivo a Jesús en obrar de la manera que obró. Al
saber que ya Judas había cerrado el trato para entregarlo, y que por ende ya la hora había
llegado, entendía que no tenía muchas más opciones de sacar a sus discípulos del lugar
donde Satanás podría ganarles definitivamente.

El hecho de que el Padre le había dado todas las cosas, llevó a Jesús al compromiso
supremo porque Jesús quiere “que donde yo (Él) esté, también ellos estén conmigo”.

“Los discípulos no hacían ningún ademán de servirse unos a otros. Jesús aguardó un rato
para ver lo que iban a hacer. Luego él, el Maestro divino, se levantó de la mesa. Poniendo
a un lado el manto exterior que habría impedido sus movimientos, tomó una toalla y se
ciñó. Con sorprendido interés, los discípulos miraban, y en silencio esperaban para ver lo
que iba a seguir. “Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los
discípulos, y a limpiarlos con la toalla con que estaba ceñido.” Esta acción abrió los ojos de
los discípulos. Amarga vergüenza y humillación llenaron su corazón. Comprendieron el
mudo reproche, y se vieron desde un punto de vista completamente nuevo.
Así expresó Cristo su amor por sus discípulos. El espíritu egoísta de ellos le llenó de
tristeza, pero no entró en controversia con ellos acerca de la dificultad. En vez de eso, les
dio un ejemplo que nunca olvidarían. Su amor hacia ellos no se perturbaba ni se apagaba
fácilmente. Sabía que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos, y que él
provenía de Dios e iba a Dios. Tenía plena conciencia de su divinidad; pero había puesto a
un lado su corona y vestiduras reales, y había tomado forma de siervo. Uno de los últimos
actos de su vida en la tierra consistió en ceñirse como siervo y cumplir la tarea de un
siervo.” DTG. Cap 71. Pag 600.1,2

Lo que motivó a Jesús a lavarle los pies a sus discípulos, es los mismo que lo motivo a
crearlos, a proveer para ellos un plan de salvación, a dejarse crucificar, a resucitar y subir
al cielo para interceder “perpetuamente” por nosotros.

Y esa verdad es sencilla de entender: lo motivó el amor, la sal que vivifica el mundo, que
cauteriza, que preserva…

Esa sal que “sana nuestras rebeliones y se da de pura gracia”.

Palabras de vida del gran Maestro, Pag 35.1:

“Cuando el amor llena el corazón, fluye hacia los demás, no por los favores recibidos de
ellos, sino porque el amor es el principio de la acción. El amor cambia el carácter, domina
los impulsos, vence la enemistad y ennoblece los afectos. Tal amor es tan ancho como el
universo y está en armonía con el amor de los ángeles que obran. Cuando se lo alberga en
el corazón, este amor endulza la vida entera y vierte sus bendiciones en derredor. Esto, y
únicamente esto, puede convertirnos en la sal de la tierra.”

El Deseado de Todas las Gentes Cap 71. Pag.601

“Cuando Jesús se ciñó con una toalla para lavar el polvo de sus pies, deseó por este mismo
acto lavar el enajenamiento, los celos y el orgullo de sus corazones. Esto era mucho más
importante que lavar sus polvorientos pies. Con el espíritu que entonces manifestaban,
ninguno de ellos estaba preparado para tener comunión con Cristo. Hasta que fuesen
puestos en un estado de humildad y amor, no estaban preparados para participar en la
cena pascual, o del servicio recordativo que Cristo estaba por instituir. Sus corazones
debían ser limpiados. El orgullo y el egoísmo crean disensión y odio, pero Jesús se los
quitó al lavarles los pies. Se realizó un cambio en sus sentimientos. Mirándolos, Jesús
pudo decir: “Vosotros limpios estáis.” Ahora sus corazones estaban unidos por el amor
mutuo. Habían llegado a ser humildes y a estar dispuestos a ser enseñados. Excepto Judas,
cada uno estaba listo para conceder a otro el lugar más elevado. Ahora, con corazones
subyugados y agradecidos, podían recibir las palabras de Cristo.”

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