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El domingo por la mañana empezó a pensar en voz alta acerca de las mismas cosas

que en varias ocasiones ya había hablado con su esposa. La amante. El se quedó


sorprendido de sí mismo por la repentina alteración de su expresión, por la
relajación de su boca, y la aparición de unos instintos que nunca hasta entonces
habían aflorado a la superficie.

Ella sintió un agudo conflicto entre ayudarlo a aceptar su propia naturaleza y


preservar su amor. En tanto él le pedía perdón por mi debilidad, sollozaba. Se
mostró tierno y desesperadamente arrepentido; le hizo alocadas promesas que ella
no acepto.

El le propuso todo tipo de soluciones. Uno era que lo dejara marchar a


sanmiguelcity para dejarlo temporalmente en libertad. Se daba cuenta de que no
era capaz de hacerle frente a las nuevas experiencias ante los ojos de ella. Lo
único que le pedía era tiempo y distancia entre ellos, que le permitiera enfrentarme
a la vida a la que se estaban lanzando. Ella no acepto. Dijo que en aquel momento
no podría soportar mi ausencia. Sencillamente, habían provocado problemas que,
físicamente, éramos incapaces de afrontar. Él estaba agotado, casi enfermo, ella
también

¿El deseo de acostarte con otra mujer es una de esas experiencias que es preciso
vivir? Preguntó ella. Y, una vez vividas, ¿se puede seguir adelante, sin volver a
sentir idénticos deseos? No. No. Dijo ella. Una vida de liberación de los instintos se
compone de diferentes estratos. El primero conduce al segundo, el segundo al
tercero y así sucesivamente. Después no vamos a poder preservar nuestro amor en
esta liberación de los instintos. El placer anormal anula el gusto por el normal.

Era día sábado, Ulises decidio ir a buscar a Yahaira a su lugar de trabajo. Ella no
estaba en la pista. Penso. Puede estar acostada leyendo el ultimo libro de Hector,
puede estar haciendo el amor con un soldado, o puede estar corriendo como una
cabra loca por la acera caliente del parque libertad, con un solo zapato, perseguida
ferozmente por un hombre llamado Gustavito. Esté donde esté, su ausencia lo
aniquilaba. Pregunto a una de las chicas si sabia cuándo llegaria Yahaira. ¿Yahaira?
Yahaira? No, no la conozco. La he visto en el tik yok. Y ella como lo iba a saber si
sólo hace una hora más o menos que ha cogido este empleo y ya está sudando
como si setuviera envuelta con dos colchas chapinas?

Ulises pensó. ¿Por qué no la saco a bailar?... Bailaron algunas vueltas de sudor y
agua de rosas, mientras hablaban de callos y juanetes y varices y ulceras. Y la
Yeny podría decirme algo sobre Yahaira. Yeny tiene una boca ancha y está fresca
como un geranio, pues acaba de llegar de una sesión de tracatrá que ha durado
toda la tarde.

¿Sabes Yeny si va a venir Yahaira? No lo creo... no creo que venga esta noche.
Será mejor que preguntes a Lorenzo: él es el dueño de este puticlub y lo sabe todo.
Lorenzo dice que sí, que Yahaira va a venir cuando se desocupe. Espero y espero.
Las chicas exhalan vapor, como caballos sudorosos. Medianoche. yahaira no
aparece. Ulises se dirije despacio, de mala gana, hacia la puerta. Un cipote cara de
santaneco está abrochándose la bragueta en el dintel de la puerta.

Me encontraba justamente frente a la cervecería el CHIPIL-INN y noté que estaba


sediento. Entré en la cerveceria. Siempre la había visto a rebosar con gente del
hospital en el que trabajaba: el Macho Burgos, Bote de chile y otros residentes del
hospital de maternidad. Los vestidos primaverales y claros de las mujeres
convertían el CHIPIL-INN en un lugar alegre. Sobre las mesas había manteles de
hule de un amarillo pardo, olía a ambiente sofocante, ya que las ventanas estaban
cerradas.

Detrás de la barra había una joven con el cabello despeinado y el delantal sucio. Mi
primer impulso fue el de largarme de allí, pero la sed que tenía y sobre todo la
sensación de tener que volver a afrontar enseguida mis preocupaciones, hicieron
que me acercara hasta la barra. Deme una jarra de cerveza con un vaso bien
heladito, boca de costillita de cuche.

Sin mirarme, la muchacha sirvió cerveza en un vaso, me fijé cómo la espuma


desbordaba el vaso. La joven cerró el grifo de cerveza, esperó un momento a que la
espuma se hubiera aposentado y sirvió un poco más de cerveza. Entonces me
acercó, sin decir palabra, el vaso sobre la barra. Alcé el vaso hasta mi boca y me lo
bebí lentamente, trago a trago, hasta dejarlo vacío. Era refrescante, burbujeante y
algo amarga, y a medida que pasaba por mi boca parecía dejar en ella algo de la
claridad y levedad que antes no tenía. Quise decirle que me pusiera otra, pero
cambié de opinión. Vi que frente a la joven había un vaso, transparente y pequeño,
y en el que generalmente se sirve aguardiente. Yo también quiero un “doble” como
ése, le dije de repente.

En toda mi vida no había bebido cerveza y luego licor, cuyo solo olor me producía
un rechazo profundo, me dio por pedir uno. Durante esos días estaban cambiando
todas las costumbres de mi vida y no disponía de las fuerzas para hacerles frente.
Por primera vez la muchacha se fijó en mí. Lentamente alzó los párpados algo
granulosos y me miró con ojos claros y despiertos

¿Trago de cual va a querer? me preguntó. Tik Tak le contesté. La muchacha agarró


una botella y pensé si en mi vida una mujer me había mirado de forma tan
desvergonzada y consciente. Esa mirada parecía penetrar hasta los fundamentos de
mi virilidad, encontré en la mirada algo corporal, de una manera dulcemente
dolorosa, como si esa mirada me hubiera desnudado. El vaso estaba lleno, me lo
pasó por encima de la barra. Alcé el vaso, dudé y vertí el contenido con un gesto
repentino en mi boca. La quemazón me quitó el aliento, entonces me atraganté,
aunque obligué a que el líquido me bajara por la garganta. Noté cómo se deslizaba
ardiente y acre y en mi estómago surgió una sensación repentina de calor, un calor
agradable y sereno.

Puse un par de billetes sobre la barra y me fui de la cerveceria sin decir una
palabra. La tarde de verano me recibió con el calor del sol y un viento ligero y
sedoso. Una claridad se extendió desde la calidez del estómago hasta la cabeza, mi
corazón latía libre y fuerte. Ahora veía los colores encendidos de las faldas de las
hembras por las calles, ahora oía el redoble de las alondras sobre el azul. Mis
preocupaciones se habían marchado.

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