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DE ESPACIO, LITERATURA Y MUNDO

ON SPACE, LITERATURE, AND WORLD

Fernando Cabo Aseguinolaza


Universidade de Santiago de Compostela
fernando.cabo@usc.es

Fecha de recepción: 16/11/2020


Fecha de aceptación: 31/12/2020
DOI: http://dx.doi.org/10.30827/TNJ.v4i1.16789

Resumen: Este artículo presenta un marco de las líneas de investigación desarrolladas


por el autor en los últimos años. Su núcleo radica en la espacialidad de la literatura y,
más en particular, de los textos literarios. En este sentido, se comentan cuatro líneas
de trabajo concretas. Se sitúa en primer término la vinculada a la historia comparada
de la literatura, centrada sobre todo en el ámbito ibérico. En segundo lugar, se aborda
la cuestión de la literatura mundial desde una perspectiva eminentemente hispánica.
Como derivación de lo anterior, el énfasis recae, en tercer lugar, sobre la necesidad
de profundizar en la noción de lo local, de la localidad, con la particular interrelación
que esta supone entre la representación y un referente aparentemente circunscrito a
unos límites precisos. Esta tercera línea trajo consigo el interés por la cartografía lite-
raria digital como forma de visualización heurística. Por último, la atención se orientó
hacia una figura canónica concreta, Rosalía Castro, cuya obra y trascendencia pública
constituyen un referente idóneo para considerar la asociación de determinadas formas
de representación espacial con el ámbito de los afectos y la memoria, pero también su
presencia en la memoria pública, entendida siempre en términos espaciales.

Palabras clave: Espacio; lugar; historia comparada de la literatura; cartografía literaria;


memoria; afecto; Rosalía Castro.

THEORY NOW: Journal of literature, critique and thought


Vol 4 Nº 1 Enero - Junio 2021 Creative Commons
ISSN 2605-2822 Reconocimiento-NoComercial 3.0 España
de espacio, literatura y mundo - fernando cabo aseguinolaza

Abstract: This article presents a framework of the research developed by the author
in recent years. The core of this research lies in the spatiality of literature and, more
particularly, of literary texts. In this sense, the article comments on four specific lines of
work. Firstly, the one linked to the comparative history of literature, mainly focused on
the Iberian Peninsula. Secondly, the issue of world literature is considered from an emi-
nently Hispanic perspective. As a derivation of the above, there arose, in the third place,
the need to delve into the notion of the local, of locality, with particular attention to the
connection implied between representation and a reference apparently circumscribed
to precise limits. This third line brought with it an interest in digital literary cartography as
a form of heuristic visualization. Finally, Rosalía Castro comes to the fore, as a canonical
figure that fosters the analysis of the link between certain forms of spatial representation
with the sphere of affect and memory, but also with the sometimes controversial presen-
ce of the writer in public memory.

Keywords: Space; place; comparative literary history; literary cartography; memory,


affect; Rosalía Castro.

Partamos de una obviedad manifiesta en cualquier revisión de las investigaciones


actuales en el área de los estudios literarios y culturales: la omnipresencia de la aten-
ción al espacio, si bien es cierto que entendido de maneras muy distintas, depen-
diendo de los diferentes intereses, metodologías y fundamentos teóricos de partida.
La confluencia generalizada en torno a tal interés está lejos de implicar, por tanto,
una identidad de perspectivas o planteamientos. Muy al contrario, el atractivo que
ofrece radica en buena parte en su capacidad para hacer ostensibles las profundas
divergencias de presupuestos y talantes de las aproximaciones académicas contem-
poráneas a la cultura y, más específicamente, a la literatura. Añádase el hecho de
que bajo la etiqueta general de la espacialidad encuentran acogida otros términos
y líneas de análisis —incluso disciplinas o subdisciplinas— que tienen que ver, por
ejemplo, con la geografía o la cartografía, lo que da lugar a una sobreposición de
vectores no siempre bien diferenciados, pero a menudo cómodamente recogidos
bajo la etiqueta común de giro espacial, propio de las humanidades y ciencias socia-
les de las últimas décadas. A esta altura, son muchos los panoramas y revisiones de
esta orientación, por lo que no es cuestión de detenerse ahora en ello. Será suficiente
con dejar constancia de la amplitud de incitaciones teóricas que se han sumado, a
veces de manera muy heteróclita, en este énfasis sobre el espacio, desde las de

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tradición fenomenológica o materialista, en todas sus variantes, hasta la inspiración


más específica de ciertos nombres no estrictamente vinculados a los estudios lite-
rarios, pero con una impronta manifiesta en ellos, como los de Benjamin, Foucault,
De Certeau, Deleuze, Lefebvre o Sloterdijk, muchas veces mediados por las lecturas
predominantes en la academia norteamericana. Añádase a ello la convergencia de
estímulos pluridisciplinares, desde la geografía cultural, los estudios urbanos o la
ciencia política.

Desde la perspectiva concreta de los estudios literarios, se produce además la


situación de que este conjunto de condicionamientos, que favorece el protagonismo
de la espacialidad de la literatura como mercado e institución y de los textos como dis-
cursos y formas de representación específicas, ha tendido a desplazar a un segundo
plano planteamientos previos de indudable relevancia e interés, casi relegados ahora
a la condición de meros precedentes. Nombres como, entre otros muchos, los de Mijaíl
Bajtín, George Poulet o, entre nosotros, Ricardo Gullón, permiten entender a qué me
refiero. Del mismo modo, aunque la valoración sea distinta, se da el caso de que de-
terminadas áreas o prácticas disciplinares muy poco prestigiosas en su momento se
han visto impulsadas por el influjo del giro espacial a una actualización, en ocasiones
superficial, que les ha dado un nuevo esplendor en el mundo académico de los últimos
años. El ejemplo más elocuente sería, sin duda ninguna, el de la geografía literaria1

Pero lo cierto es que la dimensión espacial no habría alcanzado la relevancia casi


abrumadora que tiene en la actualidad si no hubiese sido por factores más genera-
les, que justifican la inevitable imposición de determinadas prioridades y urgencias
a las humanidades tradicionales, obligadas a reconsiderar las maneras de afrontar el
papel cultural de la literatura. Entre estos factores, no deben desconocerse tensiones
geopolíticas —como, por ejemplo, la globalización y la relativización de las identidades
nacionales y locales o la poscolonización—, la conciencia de la conexión íntima entre
espacio, cultura y poder, su protagonismo en los análisis de la noción de vida cotidia-
na, el desarrollo apabullante de nuevos medios tendentes a favorecer la evidencia de
las formas espaciales, la presión creciente de las preocupaciones ambientalistas, que
inevitablemente sitúan en un primer plano el entorno y la integración de la cultura con
el medio natural, o, para no ampliar en exceso esta relación, el prestigio de lo visual,
a menudo asociado a la reevaluación de la referencialidad y la modificación profunda
de la posición y características de la ficción en la cultura contemporánea. En buena
medida, la atención hacia el espacio resulta de la conciencia insoslayable de moverse

1  Véase Cabo, “Perdidos”.

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en un mundo en profunda transformación.

El caso es que, durante los últimos quince años el espacio, tomando ahora el tér-
mino en un sentido amplio, se ha impuesto como un aspecto común de varias líneas de
investigación que he venido desarrollando, casi siempre como parte de proyectos más
generales en los que han participado de manera sustancial, en uno u otro momento,
diversos compañeros e investigadores de la Universidad de Santiago de Compostela,
junto a un conjunto de colegas de otros ámbitos. Así, dado el panorama complejo que
se ha apuntado, parece oportuno aprovechar la ocasión para esbozar el marco y las
características de este interés por hacer del espacio y de los lugares los elementos
conductores de un conjunto de investigaciones diversas, aunque, al menos eso espe-
ro, cohesionadas por ciertos planteamientos de fondo reconocibles. De hecho, no se
trata de un interés que parta de un vacío previo, sino, más bien, de la derivación de
inquietudes que, poco a poco, han conducido a definir distintas líneas de trabajo en las
que la espacialidad ha acabado por convertirse en una cuestión mayor.

La atención hacia el espacio ha adquirido así sentido sobre todo como una inqui-
sición sobre las complejidades de la referencialidad y reconocimiento de la radical co-
nexión de la ficción literaria con el mundo, en distintas escalas y niveles. Más allá de la
concepción textualista clásica que entendía, por lo general, el espacio ficcional como
una construcción realizada casi en exclusiva desde el artefacto literario, poniendo el
énfasis en cuestiones como la perspectiva o las selecciones lingüísticas que tejen el
aparato descriptivo del texto, importa ahora considerar a fondo la huella de los luga-
res y espacios reales en los textos, en cuanto resortes básicos de significación, pero
también el potencial de las representaciones ficticias para participar en la construcción
cultural de esos lugares. No debe confundirse esta posición con un referencialismo
o un contextualismo naíf: el camino trazado supone, de un lado, la expresión de una
atracción por la extraordinaria tradición teórica que ha indagado sobre esta dimensión
espacial de la cultura sin renunciar en ningún momento a un compromiso exigente con
la atención cercana a los textos y la textualidad en todo su alcance; y, de otro, la bús-
queda de vías que permitan formular nuevas preguntas sobre el sentido cultural, social
y estético de la literatura, así como indagar en lo que esta puede ofrecer en el horizonte
de las grandes cuestiones culturales que apuntábamos más arriba.

Considerada la cuestión de manera retrospectiva —con una mirada que es casi


generacional—, no encuentro desdeñable que el detonante para este énfasis sobre
el espacio procediese en su momento de una especial implicación en el ámbito del
comparatismo. O digamos mejor, para ser más precisos, que el estímulo surgió de una
determinada aproximación a él, en busca de alternativas a concepciones muy arrai-

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gadas sobre las literaturas nacionales, y también de un afán por resituar y reabrir las
posibilidades de interpretación productiva de ciertos referentes literarios especialmen-
te atractivos, pero con una canonicidad digamos que problemática. Lo importante, en
suma, era leer de otra manera. El comparatismo fue, en este sentido, un aliado estimu-
lante de la reflexión teórica, lo cual no sería menos cierto si invirtiésemos la afirmación
y presentásemos la actitud teórica como detonante de la perspectiva comparada. En
ambos casos, el aliciente radicaba en la posibilidad de definir posiciones no acomo-
daticias ni con las rigideces de las especializaciones y rutinas disciplinares más asen-
tadas en la universidad española ni tampoco con la complacencia posterior, a menudo
sumamente superficial, con lo exigido en cada momento con el juego creciente de ofer-
ta y demanda académica. En último término, todo se reduce a un compromiso con la
lectura crítica y dinámica de los textos, así como a la voluntad de atender, como parte
inherente de una posición disciplinar, a las peculiaridades y resquicios de la tradición
crítica y teórica de los estudios literarios, la cual constituye un repertorio que merece un
continuo ejercicio de revisitación y, no menos intenso, de proyección sobre coyunturas
novedosas, para evitar la tentación habitual de justificar la novedad por la novedad en
la rivalidad por producir la oferta más atractiva en el mercado académico y justificar
por esa vía la propia pertinencia.

Partiendo, pues, de este marco general, cabe distinguir cuatro líneas particula-
res, aunque íntimamente conectadas, que se han venido sucediendo en el tiempo y
coinciden en un acercamiento inquisitivo a cuestiones vinculadas al espacio, cultural y
literario, si bien desde perspectivas diferenciadas. Se situaría en primer término, según
se acaba de anticipar, la vinculada al comparatismo o, más en particular, a la historia
comparada de la literatura, centrada sobre todo en el ámbito ibérico. En segundo lu-
gar, habría que considerar distintos abordajes de la cuestión de la literatura mundial,
que parten de la reticencia ante algunas de sus formulaciones con mayor circulación y
predicamento en los últimos años. Casi como complemento inevitable de lo anterior, se
impuso la necesidad de profundizar en la noción de lo local, de la localidad, con la par-
ticular interrelación que esta supone entre la representación y un referente aparente-
mente circunscrito a unos límites precisos. Esta tercera línea trajo consigo el interés por
la cartografía literaria digital como forma de visualización capaz de suscitar preguntas
que no serían obvias al margen de los mapas, pero también implicó la reflexión y el
cuestionamiento de las limitaciones y peticiones de principio teóricas que subyacen en
las prácticas cartográficas más habituales al tratar de literatura. Por último, la atención
se orientó hacia una figura canónica concreta, Rosalía Castro, cuya obra y trascen-
dencia pública constituían un referente idóneo para ciertas consideraciones sobre los

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modelos de representación del espacio y su asociación con el ámbito de los afectos


y la memoria, pero también sobre lo que podemos llamar su presencia en la memoria
pública, en asociación con lugares y espacios concretos. Recorreremos a continuación
estas líneas y algunos de los resultados a que han dado lugar.

La teoría de la historia literaria fue un terreno especialmente frecuentado, en aso-


ciación con otras líneas de investigación más específicas, desde finales de los años
90. Era un momento en que autores como Hayden White (Metahistory) o, de manera
más específica, David Perkins (Is Literary) habían abierto vías muy atractivas para el
análisis teórico y también particular de situaciones concretas. En nuestro caso, el im-
pulso que condujo a ese terreno tan estimulante por entonces —algo antes de la boga
de los llamados estudios ibéricos o estudios peninsulares— procedía de trabajos desa-
rrollados previamente sobre distintos asuntos, si bien su antecedente fundamental se
remontaba al cuestionamiento de la conformación historiográfica del género picaresco
(fundamentado en el recurso teórico al pragmatismo lingüístico) y su posición en la
imagen circulante de una literatura nacional como la española, que a ojos románticos
constituía casi la expresión de lo nacional por excelencia. Esta consideración llevó a
profundizar en la dialéctica tan reveladora entre la heterocaracterización y la autoca-
racterización de dicha literatura; esto es, entre los discursos historiográficos e imago-
lógicos generados desde otros ámbitos culturales y aquellos desarrollados como parte
del propio campo cultural español, a menudo con una pretensión de autonomía que
se revelaba radicalmente engañosa. Sin embargo, lo fundamental, desde el punto de
vista que estamos adoptando, fue una doble constatación: que el discurso sobre la
historia de la literatura española solo alcanzaba a ser explicado si se concebía en un
marco cuando menos europeo y americano, en el que las circunstancias geopolíticas
y la necesidad de construir —desde la identificación característicamente nacionalista
de lengua, literatura y territorio— un relato identitario sobre el pasado cultural tenían un
peso muy relevante, y que la aparente homogeneidad lineal de la literatura española
como objeto historiográfico, en el contexto vacilante del Estado liberal decimonónico,
disimulaba conflictos latentes o potenciales cuyo escenario era ibérico o, en otras pa-
labras, implicaba estrechamente a otras lenguas y a otras literaturas peninsulares, de
pretensión no menos nacional, en un entramado muy complejo.

Los índices espaciales y geográficos tan presentes en la historia literaria, pero


mucho más desatendidos que los marcadores temporales o el principio de identidad
lingüística, mostraron así una relevancia específica. En este sentido, los momentos fun-
dacionales de discurso historiográfico, coincidentes con el propio proceso de consoli-
dación e institucionalización de nociones como las de literatura española, se revelarían

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como particularmente fértiles en la exploración de esta dimensión espacial de la his-


toria y la historiografía de la literatura. No obstante, estos planteamientos no hubiesen
dado lugar a nada significativo sin la relación personal e intelectual con comparatistas
de fuerte vena teórica como Claudio Guillén, Itamar Even-Zohar, Mario Valdés o José
Lambert, quien, por ejemplo, había introducido ya de manera muy elocuente la metáfo-
ra cartográfica en un trabajo como “In quest of literary world maps” .

Lambert decía echar en falta mapas que situasen en el espacio de una forma
efectiva los ‘hechos literarios’ y señalaba que los mapas literarios que añoraba no de-
berían urdirse sobre mapas lingüísticos o políticos previamente aceptados, aunque
estos factores hubiesen de ser tenidos en cuenta y ocupar incluso un lugar de primer
orden en la cartografía literaria sugerida. Pero en última instancia la delimitación del
fenómeno literario en razón de factores exclusivamente políticos o lingüísticos resultaría
poco apropiada desde el punto, por poner un caso, en el que la literatura traducida,
cuya incidencia sistémica es innegable, o la que se escribe en una lengua diferente a
la considerada propia del consabido espacio nacional tenderían a resultar preteridas
o, en el mejor de los casos, consideradas como anomalías curiosas o fenómenos de
relevancia meramente circunstancial. El propósito último de la reflexión de Lambert era,
evidentemente, mostrar la condición normativa y limitadora del concepto de literatura
nacional, referida no solo al corpus literario con el que se identifica, sino también a la
imagen que transmite de su localización como realidad espacial definida y consistente.

En esta línea se situaron una serie de artículos como los publicados en revistas
como Neohelicon, CLCWeb o Bulletin Hispanique (Cabo, “Geography”, “An Aftermath”
y “Cosmopolitismo”), además de los trabajos que como grupo reunimos en el volumen
Bases metodolóxicas para unha historia comparada das literaturas da península ibé-
rica (Abuín y Tarrío). En el horizonte estaba ya el desarrollo de un ambicioso proyecto
presentado ante el Coordinating Committee for the Comparative History of Literatures
in European Languages de la ICLA, que presidía entonces el inolvidable Mario Valdés y
en el que participaban también Henry Remak o, de forma particularmente inspiradora,
John Neubauer y Marcel Cornis-Pope. El proyecto entonces en ciernes se proponía
la articulación de una historia comparada de las literaturas de la península ibérica y
su resultado principal fue la publicación de dos volúmenes en la editorial John Benja-
mins, en 2010 el primero de ellos (Abuín, Cabo y Domínguez), en el cual algunos de
los presupuestos que estoy señalando se convirtieron en el sustento conceptual de la
propuesta: de forma expresa, en los dos extensos capítulos iniciales de este primer
volumen, que estuvieron a cargo de César Domínguez y de mí mismo. Sus títulos son,
respectivamente, “Historiography and the geo-literary imaginary. The Iberian Peninsula:

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Between Lebensraum and espace vécu” y “The European horizon of Peninsular literary
historiographical discourses”. Posteriormente, en la estela de estos trabajos, tuve la po-
sibilidad de desarrollar y concretar algunos de estos planteamientos en otro volumen,
que esta vez cerraba una historia de la literatura española. Me refiero a la que dirigió
José-Carlos Mainer, estimulado por Gonzalo Pontón Suárez, entonces director de la
editorial Crítica. El volumen en cuestión, el noveno y último de esta obra colectiva, llevó
por título El lugar de la literatura española, y en él procuraba exponer las complejida-
des del mapa geoliterario ibérico, apoyándome en la presentación de una miríada de
casos concretos, así como desarrollar un discurso subyacente sobre el interés superior
de la complejidad frente a la complacencia en los lugares comunes al tratar de historia
de la literatura. Para ello, la estrategia fundamental consistió en resaltar la importancia
de la situación y del lugar en el discurso literario, concebidos en cuanto ámbitos de
circulación y tensión geoculturales y, simultáneamente, como objetos de proyección y
representación desde los propios textos. El afuera y el adentro, por parafrasear mala-
mente a Maurice Blanchot, constituyen dimensiones inextricables en la aproximación
que se planteaba.

En este sentido, sobre todo en el último capítulo de El lugar de la literatura españo-


la, se abordaba la incierta mundialización contemporánea de esta literatura, que había
sido anticipada y, quizá, condicionada, por lo sucedido previamente con un conjunto
ya clásico de autores hispanoamericanos, cierto que, aunque sea solo en parte, con
el impulso previo de algunas operaciones editoriales articuladas desde la península.
El hito fundamental en términos de su mundialización sería, con todo, la traducción
norteamericana de Cien años de soledad en 1970. Nos lleva esto a la segunda de
las líneas que anticipaba más arriba, que de nuevo incide en un referente geoliterario
cuestionable, que ya no es España, la Península Ibérica o Europa, sino el mundo, un
horizonte que condiciona la estabilidad epistemológica de todos los marcos anteriores,
incluido el de las relaciones transatlánticas. En el fondo de esta línea, quizá practicada
de manera más episódica que la anterior, se situaba la eclosión en los debates acadé-
micos de los últimos veinte años de la noción de literatura mundial, que hacía bandera,
de manera muy ostentosa, de la vieja propuesta goetheana, pero en un contexto evi-
dentemente distinto, en el que la globalización, también la académica, había cobrado
una evidencia casi apabullante. Ahí estaban las propuestas y posicionamientos de so-
bra conocidos de Franco Moretti, Pascale Casanova o David Damrosch. Estos y otros
planteamientos levantaban acta de la inevitabilidad de una reconsideración profunda
de los marcos de referencia espacial en los que considerar lo literario e, inevitablemen-
te, de las disciplinas que de modo tradicional se habían hecho cargo de esa tarea, de

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forma especial la literatura comparada y la historia nacional de las literaturas. Aquí, pre-
cisamente, estaba el estímulo para cuestionarse los modelos teóricos y metodológicos
que se proyectaban con estas propuestas, en sí mismas muy marcadas por su propia
situación geocultural.

Una primera aproximación a estas cuestiones se había planteado en 2004 el papel


de una obra como el Quijote, archicanónica e inevitable en cualquier repertorio de la
literatura mundial, en el desarrollo de la teoría literaria contemporánea, cuya dinámica
globalizante, frente a lo que ocurre con las tradiciones filológicas, resulta particular-
mente ilustrativa (Cabo, “Globalización”). El discurso teórico tiene un papel canoniza-
dor de primer orden, que no siempre ha sido reconocido en todo su alcance. El caso
del Quijote resulta especialmente ilustrativo a este respecto, puesto que, parece obvio,
ni mucho menos alcanza en este discurso teórico contemporáneo una presencia equi-
parable a su reputación literaria, lo cual tiene mucho que ver, se argüía, con determi-
nadas lógicas de la globalización académica y cultural. Es una de las paradojas de
la mundialización literaria. Precisamente estas lógicas constituían uno de los asuntos
centrales en un artículo escrito un poco después —pero aparecido algo antes en la re-
vista Comparative Literature (Cabo, “Dead”)—, en donde se apuntaba a los principios
subyacentes en las geografías literarias de las propuestas sobre la world-literature que
comenzaban a generalizarse en aquellos años, en especial las de Moretti y Casanova
—la versión norteamericana de La Republique Mondiale des Lettres había aparecido
en 2004 y el comparatista italiano llevaba instalado académicamente en Estados Uni-
dos desde la última década del siglo anterior—. Una de las tesis era que, mientras
Moretti privilegiaba en su propuesta de literatura mundial las ideas de expansión y
apropiación (del centro hacia la periferia), Casanova lo hacía con las de integración y
asimilación (de la periferia hacia el centro). No solo se trataba de entendimientos del
sistema literario a partir de vectores contrapuestos, sino que, por añadidura, se ponía
en evidencia la distancia entre los presupuestos geoliterarios de estos modelos expli-
cativos, así como la que media entre dos formas de entender el ejercicio de cooptación
que comparten ambas propuestas con el comparatismo más tradicional.

Cabía también formular algunas discrepancias relativas a otro de los criterios que
se solapan al hablar de literatura mundial, que es el que se centra, no tanto en la circu-
lación o difusión de obras o géneros, sino en determinados modelos de representación
que proyectan una referencialidad global y aspiran, en cierto modo, a incluir el mundo,
o una idea de él, en el horizonte mimético del texto. Es algo próximo a lo que Moretti
definió como opere mondo y que luego resonaría en las distintas formulaciones de la
novela global. Con esta intención, dediqué un par de trabajos a considerar desde esta

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perspectiva algunos géneros hispánicos, como la épica culta de asunto americano o


los relatos de caballerías (Cabo ,“Épica moderna” y “Correr el mundo”), coincidentes
en adelantar el rango temporal manejado por el autor del Atlas de la literatura europea,
que situaba estas formas mundiales a partir del Fausto de Goethe. Se trataba, en suma,
de cuestionar también algunos de los fundamentos del relato predominante sobre el
surgimiento de la literatura mundial. Y así, en un artículo posterior (Cabo, “What, Us
Global?”) abordaría la consideración a menudo problemática de lo que grosso modo
podemos calificar de ámbito hispánico desde los World Literature Studies. Esa era la
intención con la que se examinaban algunos aspectos de la articulación de lo local
y regional desde la literatura mundo y se planteaban las limitaciones de la literatura
mundial cuando se justifica solo mediante el impulso negativo de la superación de lo
local, en cualquier forma que este se interprete. En tal sentido, se dejaba constancia de
la incomodidad o la distancia frecuentes de quien, sintiéndose ligado a una identidad
particular, se ve empujado a justificarse en términos mundiales. Y así se evidenciaba,
a la luz de casos concretos, el surgimiento en muchas ocasiones inadvertido de un
regionalismo mundo, a veces desde fuera de las posibles entidades regionales y otras
de su interior. Siempre, en último término, el objetivo era mostrar una resistencia teórica
y también cultural a la fuerza centrípeta de los modelos prestigiados por el marchamo
que les confiere su hegemonía global en términos académicos.

Así las cosas, se imponía la cuestión de la localidad, o, para ser más precisos, de
la representación de lo local como tal representación específica, lo cual implica la con-
ciencia interiorizada de su insuficiencia. Puede decirse también que es sobre todo una
llamada de atención hacia las formas en las que este modelo de representación incluye
su propio exceso, aquello que desde fuera de él lo define, precisamente, como local
y prescribe las condiciones de su limitación. Lo local remite, sobre todo, a un espacio
ocupado, es el lugar de algo o alguien, y, en ese aspecto, su representación posee
todos los rasgos de lo que tradicionalmente se entiende como una corografía. Como
es obvio, esta cuestión admite aproximaciones y planteamientos muy diversos, pero
entre ellas la de Edward Casey (“Representing Place”) se ha mostrado particularmente
iluminadora. En el caso que nos ocupa, la opción fue establecer un caso de estudio
concreto y buscar el apoyo de una metodología que cabe relacionar con la cartografía
literaria: se trataba, pues, de elaborar mapas como una forma de testar sus límites e
indagar en aquello que ayudaban a hacer patente a través de las cuestiones —teóri-
cas, críticas e históricas— a que daban lugar. Una de ellas se expresa por la dialéctica
entre dos posiciones en el uso de los mapas: la primera, afín a la posible reorientación
de los estudios literarios y las humanidades hacia las ciencias sociales, o, más bien,

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hacia un cierto tipo de ciencias sociales, tiende a incorporar el deseo de trasladar una
visión transparente y panóptica (relacionada con el conocido como “survey knowled-
ge”) de aquello que representan; la segunda no renuncia a la atención detenida sobre
los textos ni al ejercicio inacabable de la interpretación, que es, en suma, el marco en
el que se inscribe el atractivo de las formas visuales de representación y análisis para
los estudios literarios.

Cobró forma esta cuestión el año 2013 en un proyecto de investigación, centrado


en un estudio de caso: la emergencia moderna de un espacio literario y cultural con-
creto como lo es el que se identifica con el topónimo de Santiago de Compostela. Su
título fue “La proyección del lugar: Compostela en su imaginario geoliterario. Sistemas
de Información Geográfica y Humanidades Espaciales” (FFI2013-41361-P). A pesar de
utilizar una escala muy diferente, se puede entender como un planteamiento cercano
a otros más recientes que indagan pormenorizadamente en la “invención” de deter-
minados referentes territoriales a partir de una pluralidad de elementos discursivos y
formas de representación (Travis et al, “Inventing the Grand Banks”). En el proyecto,
en el que tuvo un protagonismo especial Enrique Santos Unamuno, nos centramos en
el período comprendido entre 1842 —en mayo de ese año Antonio Neira de Mosquera
publicó en El Recreo Compostelano una muy singular topografía de la ciudad, quizá la
primera que pueda calificarse como moderna— y 1926. Fue entonces cuando Ramón
Otero Pedrayo dio a la luz en Madrid su Guía de Galicia, donde dedicaba un apartado
a “Compostela en la literatura”, postulándola como ciudad literaria y reconociendo a
Neira de Mosquera como el iniciador de “la interpretación romántica de Santiago”.
Un tanto a contracorriente, se partía de la tesis, formulada años antes por Gonzalo
Torrente Ballester, de que el Santiago que predomina en el imaginario social es básica-
mente una creación decimonónica, por mucho que contrariase la visión de la ciudad
como predominantemente medieval o barroca. Acotábamos, pues, un período en el
que podía seguirse la evolución desde el romanticismo al modernismo literario, que es
también el de la constitución simbólica de las literaturas española y gallega como enti-
dades nacionales. En este marco temporal, se desarrolla un corpus literario significati-
vo, en el que pueden destacarse nombres como el propio Antonio Neira de Mosquera,
Manuel Murguía, Rosalía Castro, Emilia Pardo Bazán, Juan Armada y Figueroa, Ramón
del Valle-Inclán, Alejandro Pérez Lugín o, entre otros, Prudencio Canitrot. Semejante
corpus se entendía, sobre todo, complejo y desigual desde el punto de vista canónico,
ideológico y estético. Por tanto, establecíamos un marco de confluencias y tensiones
estéticas e ideológicas respecto a una ciudad muy marcada en este aspecto, a lo que
se suma la interferencia de sistemas y entornos literarios diferentes, desde el defini-

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do por concepciones nacionales o regionales de lo literario hasta, evidentemente, el


horizonte de la literatura europea. El proyecto establecía en la interdiscursividad uno
de sus énfasis fundamentales y por ello atendía, además de a las literarias, a otras
tradiciones textuales y artísticas, sin las que apenas puede entenderse el discurso
topográfico literario sobre Compostela. Entre ellas se contaba la denominada literatura
artística y el género europeo de las guías turísticas, pero también dimensiones más
directamente vinculadas a lo visual como la fotografía, la pintura o el grabado.

De lo anterior se deduce que el proyecto se afirmó sobre tres ejes que conviene
recordar ahora, casi como cuestión de estilo al definir la investigación. El primero era
de índole historiográfica, en la medida en que se trata de reconstruir un corpus textual
en torno a las representaciones de Compostela en el período indicado. El segundo era
teórico-crítico, por cuanto la reflexión atendía a las modalidades de representación
espacial o el análisis de cauces retóricos como la topografía o la corografía. Ahí se
situaba lo que denominé “filología espacial” (Cabo, “Guías de viaje”). El tercero, como
ya se ha dicho, fue el cartográfico. Los resultados principales de este proyecto pueden
consultarse en la web “Compostela geoliteraria” (https://www.compostelageoliteraria.
org/). Según se apuntaba más arriba, el objetivo no es nunca el desvelar ingenuamente
la realidad que está detrás de la ficción, sino algo más sutil y radical: explorar y mostrar
algunas de las formas en que la realidad se inscribe y pasa a formar parte de la ficción,
en la misma medida en que las ficciones estructuran la realidad, la cual, a su vez, se
desvanece de manera inevitable sin la ficción. Son ideas ya muy comunes, que dialo-
gan, por ejemplo, con los planteamientos de Jacques Rancière o Slavoj Žižek.

Ha de reconocerse, no obstante, el afán por la especificidad y la pertinencia en el


análisis que sostenía este proyecto, tras otras aproximaciones más generales o abs-
tractas, sobre todo en lo que implica de necesidad de constatar a una escala mayor la
manera a veces paradójica y confusa en que opera el principio de referencialidad, pro-
pio de cualquier impulso hacia lo local. La condición de la localidad depende menos
del referente que del modelo de representación, y de forma más acusada cuando nos
movemos en el ámbito de la ficción. Es revelador a este respecto que la localidad como
estrategia de representación, en el sentido mimético, parta de la constatación o la
denuncia de un déficit de representación —entendida ahora como potencialidad para
hacerse presente y visible en un horizonte que, significativamente, ya no se concibe
como local—. Por ejemplo, a ojos de Otero Pedrayo, esta representación insuficiente
habría hurtado a Compostela su lugar en un sugerente entramado de ciudades lite-
rarias europeas provinciales y alejadas del cosmopolitismo de las grandes capitales.
Pero como estrategia y como fundamentación retórica, es un mecanismo que va mu-

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cho más allá de los casos concretos y conforma una fundamentación cultural e ideoló-
gica de gran alcance. Como lo es el hecho de que la manifestación de lo propio, y el
énfasis sobre la localidad, se apoye tan a menudo en el exotopismo de la mirada ajena
o externa, dando lugar a modalidades discursivas del tipo de las que James Buzzard
(Disorienting) ha calificado como ficciones autoetnográficas2.

Cobra sentido de esta manera el interés por una figura de la significación de Ro-
salía Castro como elemento definitorio de la cuarta línea de investigación en el entra-
mado que estoy tratando de presentar, aunque sea de forma inevitablemente sumaria.
Esta nueva línea se articula en torno a un proyecto de investigación, que dirijo en la
actualidad junto a María do Cebreiro Rábade, cuyo título es “Cartografías del afecto y
usos públicos de la memoria: un análisis geoespacial de la obra de Rosalía de Castro”
(FFI2017-82742-P). El énfasis se ha trasladado ahora a un nodo conceptual básico de
los estudios literarios y culturales: el que se emplaza en la intersección entre memoria,
afecto y lugar, con un interés especial, por otra parte, en la memoria pública y la forma
en que esta se sustenta en el procesamiento mnemónico e institucional de entornos es-
pecíficos al servicio de una determinada proyección social del capital literario. La obra
de Rosalía Castro ofrece un corpus suficientemente diverso y extenso como para servir
de soporte y aplicación, nunca de limitación, para desenvolver propuestas analíticas y
metodológicas concretas en el marco de un proyecto financiado como este, que está
todavía en fase de desarrollo, aunque ya con un buen número de resultados. Tanto la
prosa como la poesía de esta autora definen una escritura intensamente topográfica
en la que los afectos desempeñan un papel fundamental. Por otra parte, la memoria
es también un componente básico de su escritura, a distintos niveles; y ella misma ha
sido convertida en uno de los máximos iconos, to say the least, de la memoria cultural
gallega y, en menor grado, española y europea.

La tradición teórica y metodológica que marca uno de los antecedentes más rele-
vantes a este respecto es la que deriva de Walter Benjamin y su noción de “estetización
de la política”, introducida en el epílogo de La obra de arte en la época de la reproduci-
bilidad técnica. Desde una perspectiva crítica, allí Benjamin abordaba el empleo de los
afectos y lo sensible, propio del arte, por parte del discurso político. Como es sabido,
Jacques Rancière se apoyaría posteriormente en estas consideraciones, que pueden
leerse como un fundamento de lo más productivo del llamado giro político reciente de
los estudios literarios, así como del énfasis renovado en la exploración de los vínculos
entre los textos y el mundo, siempre complejos por cuanto actúan a través de media-

2  Véase Cabo, “Guías”.

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ciones múltiples (Rancière, El reparto 10). Pero interesa a nuestro objetivo el hecho de
que Benjamin manejase igualmente en otros lugares, a propósito del concepto de ex-
periencia, la noción de memoria, aduciendo los nombres de Bergson y de Proust. Ello
conduce a otra referencia importante en este planteamiento: la obra clásica de George
Poulet (1963) sobre el espacio en Proust. En ella el gran crítico belga indagaba de
forma muy iluminadora sobre la memoria afectiva proustiana desde la perspectiva del
espacio, más que la del tiempo, en un terreno que no es en absoluto ajeno al de Benja-
min, aunque el tono sea muy diferente. Los nombres apuntados sugieren por sí mismos
la profundidad y pertinencia de esta conjunción para el pensamiento literario, estéti-
co, cultural e ideológico contemporáneo. Por otra parte, al amparo de las propuestas
clásicas de Bergson y Durkheim, hay que recordar, por supuesto, la pujante línea de
reflexión que se vincula a Maurice Halbwachs y a su noción de memoria colectiva. En
ella, la atención a espacios y lugares resultaba decisiva (Halbwachs, La topografía).
Las tradiciones señaladas constituyen una de las líneas cruciales de las humanidades
y la cultura del siglo XX. Por ello mismo, su vigencia y reconsideración en este primer
cuarto del siglo XXI han dado lugar a una bibliografía apabullante. Toda esta línea de
pensamiento define un marco obvio para nuestra indagación, en particular algunas de
sus derivaciones como las reflexiones en torno al concepto de memoria cultural que
pueden identificarse con las figuras de Jan y Aleida Assmann. También ha de mencio-
narse entre estos antecedentes básicos el campo constituido por la geografía literaria
y, más en particular, la cartografía literaria. En efecto, el objetivo de profundizar en la
producción de cartografías —centradas en memoria y afectos— y en los problemas
teóricos y metodológicos que plantea esta actividad es consustancial a este proyecto.

Una noción en la que confluyen todos los aspectos recién apuntados es la de pos-
lugar. Los que hemos definido como poslugares3 son a menudo espacios públicos de
memoria o de conmemoración, dispuestos para ser vistos o visitados por su asociación
con acontecimientos o experiencias previas de los que fueron escenario, muchas ve-
ces en el ámbito de la ficción. Ocurre así, como se explica en el artículo recién citado
que ahora parafraseo, con las moradas de muchos escritores, convertidas en museos
o sedes de instituciones culturales, o con determinados espacios que se identifican y
señalan como entornos literarios. Son lugares, pero teatralizados, próximos al simula-
cro y orientados hacia formas diversas de consumo (turístico, cultural o político), y por
lo general se asocian a contextos institucionales más amplios en los que cobran su
sentido. Tienen que ver a menudo con una zona de transición entre espacios privados

3  Sobre todo, Cabo, “«A mi morada oscura, desmantelada y fría»”.

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o de intimidad y espacios públicos, regidos por lógicas de representación no siempre


compatibles. Definen, por otro lado, ámbitos de circulación simbólica y material que se
pueden entender como desacordes con aquellos de índole textual, literaria o biográfica
a los que parecen remitir. Se sitúan a menudo también en un territorio limítrofe entre los
lugares ficcionalizados, de orden simbólico, y los concretos y materiales. Los poslu-
gares literarios poseen, por añadidura, una condición un tanto difusa en la medida en
que suelen incluir tanto lugares representados, asociados a la geografía o topografía
interna de los textos, como lugares biográficos, definidos a partir de su vinculación con
distintos episodios vitales de los autores. Esta situación, entre lo vital y lo textual, entre
lo real y lo ficticio, de los lugares literarios, los hace especialmente propicios para la
constitución efectiva de poslugares, ya que no es infrecuente que la conexión entre los
espacios ficcionales y los sociales asociados con el mundo real descanse sobre un
elemento biográfico. Fueron bien escenarios de escritura, bien escenarios representa-
dos en la escritura; y, en ocasiones, ambas cosas al tiempo.

Una cuestión de interés para el análisis de los poslugares literarios es, de hecho,
la relación tensa entre la topografía interna y externa de los textos; y, más en particular,
la relación entre la representación interna o ficticia de los lugares y la constitución de
lugares públicos a partir de ellos, asociados a escenarios de posmemoria que se insti-
tuyen sobre la muerte y la posteridad. Podría uno preguntarse, por ejemplo, si las topo-
grafías internas, y sus lógicas de representación ficcional son, por así decir, inconmen-
surables con las topografías públicas; o si, por el contrario, constituyen más bien un
primer paso en una lógica de abstracción que conduce a la constitución del poslugar.

Se derivan de ello varias cuestiones que entendemos muy relevantes tanto para
el análisis textual como para el funcionamiento social de lo literario, al tiempo que se
abre la posibilidad de profundizar en casos y textos concretos desde una perspectiva
nueva, en la que la conexión con los referentes materiales e históricos puede plan-
tearse desde la relación estrecha con las prácticas simbólicas y de representación
entrañadas en los propios textos. En esta dirección se cuentan trabajos focalizados
sobre la casa de A Matanza en la que murió Rosalía Castro, hoy sede de la fundación
epónima, o sobre As Torres de Lestrobe, el lugar en que vivió en distintos momentos y
que constituye una referencia básica para la topografía de En las orillas del Sar, aun-
que nunca se mencione de hecho en la obra, haciendo así de la omisión o el silencio un
núcleo generador de textualidad (Cabo, “Afecto, memoria”, “Lugar y mapas”). En una
dirección convergente, se cuentan también estudios como los de María do Cebreiro
Rábade y Germán Labrador sobre la inusual representación rosaliana en la última de
sus novelas, El primer loco (1881), del entorno del antiguo monasterio de Conxo y la

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gran arboleda que lo rodeaba, convertido luego en manicomio de referencia en Galicia


(Labrador y Rábade, “A memoria”; también Cabo, “Topografía y alegoresis”). Todos
estos casos presentan localizaciones muy marcadas desde el punto de vista de la
experiencia biográfica, de las connotaciones ideológicas y del pasado histórico y, por
tanto, constituyen ejercicios muy sutiles de memorialización, que acaban por sustentar
procesos de memoria pública no poco conflictivos desde una perspectiva cultural.
Pero la literatura y, en general, las representaciones culturales adquieren su sentido
más productivo en estos entrecruzamientos mnemónicos y afectivos cuyo fundamento
es espacial en muy buena medida.

A este respecto, una de las líneas de trabajo más productivas en este momento ha
resultado ser la que afecta a los análisis y reflexiones sobre la vida y la muerte como
acontecimientos culturales y la posibilidad de entenderlos como formas de apropiación
y resistencia en el contexto de las prácticas de interpretación o institucionalización.
Nociones como las de biopolítica, necropolítica, memoria, lo póstumo y otras semejan-
tes, de obvio calado teórico, resultan casi inevitables al tratar estas cuestiones, pero
de nuevo el foco se centra en particular sobre la plasmación espacial efectiva de los
discursos de conmemoración e institucionalización asociados a la idea de posteridad,
que toca de lleno a nodos del debate teórico como los relacionados, por ejemplo, con
las nociones de huella o testimonio. Tumbas, placas, monumentos, ediciones póstumas
de obras completas o formas de archivo e institucionalización que anclan materialmen-
te la idea de posteridad en escenarios concretos han sido algunos de los puntos de
referencia en este sentido, a menudo en conexión con los textos y la escritura de los
autores objeto de consideración. La posteridad es una dimensión fundamental de la
propia escritura, de manera que la valoración de su conexión con las prácticas mne-
mónicas póstumas se revela como una nueva oportunidad para incidir en las maneras
en que el espacio sustenta la permeabilidad, con frecuencia conflictiva, entre texto y
mundo. Los trabajos más sustanciales en este sentido están en este momento en pro-
ceso de edición en un volumen coordinado por María do Cebreiro Rábade y Margarita
García Candeira (Editorial Comares) o pendientes de publicación (Cabo, “Rosalía de
Castro, póstuma”).

A modo de conclusión, podría decirse que el espacio ha sido el acicate para unas
investigaciones que han ido definiendo una trayectoria que ha girado en torno a deter-
minados focos de atención mantenidos en el tiempo, a pesar de las escalas variables y
la evolución de los intereses más específicos. Subyacen en la trayectoria que acabo de
exponer asuntos como el de los límites y la pertinencia de la actitud filológica (filología
espacial), la atención a las reconfiguraciones de la posición social e institucional de lo

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literario, la voluntad de relectura e implicación hermenéutica con el canon, la atención


a lo concreto, pero para ir más allá, frente a los apriorismos programáticos. En todos
ellos, articular teóricamente la permeabilidad entre literatura y mundo ha sido siempre
una preocupación sostenida sobre la base del análisis textual y la lectura atenta de
las obras, sin menosprecio, pues, de un talante llamémosle filológico. Pero también
expresan la ambición implícita por establecer una posición en un sentido cultural, en
la que aflora la tensión, tan característicamente hermenéutica, entre formas de filiación
o afiliación que implican a determinadas tradiciones mnemónicas y la necesidad de
asentar una actitud crítica, o al menos no complaciente, lo que es tanto como reivindi-
car la complejidad y la apertura del ejercicio teórico.

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