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Convencionalmente, ubicamos el surgimiento de la NNA a partir de la edición de La
Joven Guardia (Norma, 2005), una antología de cuentos reunidos por Maximiliano
Tomas, escritor y periodista, quien en otras oportunidades también destacó como
antologista. La propuesta consistía en dar a conocer y, en última instancia,
promocionar en el mercado editorial a narradores sub 30 que tuvieran, al menos, una
obra publicada. No se trataba de reunir a escritores consagrados sino al contrario, a
jóvenes promesas que tal vez y si todo iba bien, despuntarían años más tarde en el
campo literario hispanoamericano. Algunas de las personas que formaron parte de esa
antología fueron: Samanta Scweblin, Mariana Enríquez, Pedro Mairal, Washington
Cucurto y Juan Terranova, entre otros.
Un aspecto interesante es que este tipo de colección favoreció precisamente el
surgimiento de una generación literaria: los nombres que integraron La Joven Guardia
no hubieran podido sostener una edición de un libro propio ya sea porque no eran
conocidos por el público que consumía literatura nacional o porque aún no contaban
con suficiente producción literaria como para sacar un libro de cuentos o una novela.
De este modo, los narradores se vieron sumamente favorecidos por este tipo de
publicación que no fue la única; otras editoriales se lanzaron a publicar antologías
atraídas por el abaratamiento de costos y otras ventajas de mercado.
Otro fenómeno que incidió en la renovación literaria de principios del siglo XXI fue el
creciente y variado circuito de talleres de escritura. Casi todos ellos estaban a cargo de
personalidades reconocidas dentro del ámbito que orientaban y brindaban estrategias
para la elaboración de textos de ficción. Muchos de los jóvenes de la NNA pasaron por
los talleres de Abelardo Castillo, Liliana Heker, Alberto Laiseca, entre otros. Este
espacio era también un canal de contacto con otros jóvenes que compartían las
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mismas ambiciones literarias y las mismas incertidumbres e inquietudes sobre la
profesionalización de los escritores en épocas económicamente adversas.
Al mismo tiempo, hubo otro circuito ayudó a que estos escritores se reunieran. Los
centros culturales, muchas veces cafés o bares, funcionaban como espacios de
experimentación de nuevas prácticas de lectura y escritura. Actividades que nada
tenían que ver con la escritura de escritorio del siglo pasado ni con la actitud
afrancesada del siglo XIX comenzaron a desplegarse en estos espacios más típicos de
los jóvenes que de los literatos. Encuentros de lectura en voz alta, de escritura
colectiva o de improvisación narrativa se encontraban con frecuencia en la noche
porteña. Otra novedad que propulsó estas nuevas prácticas fue internet: hubo
narradores que aprovecharon el boom de los blogs para dar a conocer su literatura;
pero también, las formas de leer online incidieron sobre las formas de escribir: la
brevedad y la inmediatez pusieron de moda algunos géneros en detrimento de otros.
Finalmente, destacamos la emergencia de algunas revistas literarias clave en la
divulgación de textos de la NNA como El Interpretador y la emergencia de editoriales
independientes con nuevos criterios para publicar y nuevos espacios donde vender.
Ahora bien, ¿qué tienen en común los autores de la NNA? Lo primero que habría que
establecer es desde dónde escriben. Hernán Vanoli y Diego Vecino destacan que en
general son hijos de profesionales, autónomos o pequeños empresarios, es decir,
forman parte de aquella clase media que heredó un imaginario cultural que más tarde
sería puesto en entre dicho y que vincula el capital cultural con el ascenso social. Lo
segundo –estrechamente ligado a lo anterior –es que la NNA escribe desde centros
urbanos y desde la hegemonía porteña.
Esta renovación generacional de la narrativa argentina, entonces, forma parte de un
proceso de clase, de la clase media urbana con acceso a la universidad pero que
participa de un momento de quiebre histórico y simbólico respecto del ideario
clasemediero y juvenil. Esta generación no se identifica con la juventud rebelde,
contestataria, irreverente y combativa que protagonizó luchas fundamentales del siglo
XX como el Cordobazo en nuestro país y el Mayo Francés en Europa a fines del 60; son
jóvenes con poca confianza en las transformaciones políticas profundas. Su actitud es
más bien resignada, irónica, quejosa y su reivindicación de la escritura no forma parte
un deseo de acceder a la alta cultura que moldearon Borges, Bioy y las hermanas
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Ocampo. La NNA no podía creer en el progreso económico ni tener confianza en los
partidos políticos.
Hacia el comienzo del nuevo milenio las promesas de la democracia habían quedado
todas incumplidas y el sabor del champagne que trajo Carlos Saúl Menem se había
desvanecido junto con los últimos viajes a Miami antes del golpe de realidad que no se
hizo esperar. La crisis orgánica del 2001 con el corralito y la huida en helicóptero de
Fernando de la Rúa, sacaron a relucir la falta de un proyecto económico viable para
nuestro país y las ambivalencias identitarias de los sectores medios. Las cacerolas, el
que “Que se vayan todos” y los saqueos de esos días inolvidables corroboraron el
fracaso de las políticas económicas del modelo neoliberal y la crisis de
representatividad de los partidos políticos. El panorama de privatizaciones,
precarización del trabajo, despidos masivos y el ajuste económico, trajo aparejadas
transformaciones sociales que se plasmaron en los centros urbanos donde creció
marginalidad.
También se detecta casi siempre cierta distancia irónica o autoirónica acerca de lo
que se está contando, la voluntad que poseen quienes narran de no utilizar el poder
que les da su posición distanciada para consolidar un “mensaje” sólido y seguro que
explique por qué ocurre lo que ocurre, o de qué modos podría evitarse. Aunque más no
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sea por perplejidad, la voz autoral de la NNA suele establecer una distancia con los
hechos que representa., un tipo de distancia que, en general, no existía en el realismo.
Hay ausencia de certezas y una sensación de absurdo en relación a lo que se cuenta.
Los mundos ficcionales de NNA hacen preguntas más que dar respuestas. Y subrayan
muchas veces los extrañamientos a partir de un mundo inverosímil para la estética
realista.
Otra característica central de la narrativa de la NNA es el repliegue hacia el ámbito
privado, íntimo. Esta noción parece oponerse a las anteriores pero al contrario, las
acompaña. Ante un paisaje urbano que tiende a la marginalidad, al vagabundeo o a la
violencia institucional y social, los personajes se vuelven hacia espacios donde se
sienten seguros. A veces, las historias transcurren en el ámbito doméstico y hacen
referencia a conflictos de la intimidad como sucede en “Conservas” de Samanta
Schweblin.
Para finalizar, diremos que si bien muchos de los autores que integraron aquella
antología fundacional de La Joven Guardia soy hoy traducidos a varios idiomas y
responsables de éxitos de ventas, no necesariamente gozaron de la confianza ni de la
atención de la crítica argentina. Fue recién cuando sus textos llegaron a España que la
academia local les concedió el lugar que merecían en nuestra historia literaria, de
forma que empezaron a formar parte de programas, estudios críticos y en definitiva de
nuestra tradición.
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Bibliografía consultada