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La Rueda

Una mañana de frío y sol, de esas que amo, estaba sentada en el colectivo
y frente a mí se había sentado una anciana a quien acompañaba un
hombre joven, presumí yo que era su hijo.

La anciana llevaba un bastón de los que tienen tres pequeñas patas, pero
aún así se aferraba con fuerza -la que podía- al brazo del hombre.

No pude evitar mirarla y ver en ella una fragilidad que me conmovió. La


anciana se aferraba con una mano a su bastón y con la otra a su hijo.
Cierto es que el movimiento de un colectivo no ofrece estabilidad, pero
yo sentí que esa mujer se sentía insegura, frágil e inestable todo el día y
todos los días.

Me produjo una infinita piedad ver esa imagen, ella tan frágil, él tan
seguro, ella mucho mayor que él y pareciendo tanto más pequeña. De
pronto la anciana habló y con voz temblorosa y una mirada muy dulce le
dijo a su hijo:

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