Mi querida Marilyn Monroe. Perdona mi atrevimiento. Te escribe esta carta el más leal de tus admiradores. Quizás, es más que seguro, no sabes quién soy. Nací en Perú, Puno, en 1920. Nací para ser pintor. Te cuento una anécdota: me encontraba participando de un encuentro de futbol representando a mi pueblo natal, Lampa. Logré evadir a tres jugadores del equipo rival, y, sin darme cuenta, me encontré frente al guardameta contario. Cualquier otro deportista sin la sensibilidad especial que tengo yo por el arte, anotaría el gol. A pesar de que en mis pies se encontraba la gloria de mi equipo y de mi tierra, quedé paralizado. En lugar de concretar el gol me extasié observando el sol y su belleza. Entro en mí esa necesidad de buscar el color, de descubrir contrastes y tonalidades propias de la naturaleza. Se me olvidó anotar el gol, pero descubrí la magia del color y es ese descubrimiento que me hizo viajar a los 19 años a Lima, la capital de mi querido Perú. En 1939 ingresé a la Escuela Nacional de Bellas Artes, tuve como maestra a la gran pintora Julia Codesido, muy famosa en mi país, pero el trabajar y estudiar molían mi cuerpo. A pesar de ello me gradué con honores y obtuve una beca para estudiar en Argentina, estuve dos años por esas tierras. Sin embargo, la búsqueda de nuevas experiencias me llevó a Europa, solo estuve un mes por Barcelona y París. En 1952 preferí regresar a mi patria y ser profeta en mi propio país. Siempre viví de la pintura. Dibujaba al principio en los cafés, cobrando por un retrato veinte o treinta soles. Mi primer cuadro lo vendí por apenas trescientos soles. A pesar de haber conocido muchas mujeres sigo en búsqueda del amor perfecto, dicen que desbordo ternura y aún así no llega a mi vida la mujer de mis sueños o será que mis sueños te pertenecen y solo estoy esperando, algún día, poder conocerte. Te confieso que me gustas, pero no por tu belleza, me gustas por tu sufrimiento, por tus tormentos, por tu soledad, por tu suicidio, por eso me gustas, porque me identifico contigo. Sabes, a veces me siento solo, necesito compañía, tus abrazos y caricias serían perfectas. Te haría reír todo el día. Mis chistes y picardía hacen sonreír a cualquiera. Me he convertido en un espíritu solitario que siempre piensa en la belleza del alma. Por eso, casi siempre, pienso en ti. Las personas se han formado una imagen de mí, pero de repente no soy eso. Yo como tengo mucha imaginación, vivo, así como estoy, vivo feliz. Pensando siempre en ti. Dicen que soy austero, pero mi felicidad es el arte, la cultura en general. No necesito demasiadas cosas para ser feliz. No fumo, no tomo. Me contratan muchas personas de dinero, me invitan a desayunos, almuerzos y cenas en mansiones llenas de lujo. Yo me pregunto ¿Serán ellos felices Marilyn? De pronto sí, de pronto no. Pero de algo estoy seguro, soy más feliz que ellos, porque hago lo que me apasiona. Porque soy libre. Si algún día decides contestar esta carta te aviso que no tengo domicilio fijo, vivo en hostales de La Parada, en un distrito llamado La Victoria. Rodeado de delincuentes y meretrices, así como de vendedores ambulantes, mendigos, locos y provincianos como yo. Y me gusta vivir aquí porque observo personajes de mucha fuerza, con miradas muy expresivas. Extraigo la belleza de la soledad y la angustia en mis obras, resalto la desolación, la pobreza y la marginalidad de individuos comunes y corrientes en una ciudad marcada por la oscuridad y las carencias, así es Lima. Si hubiese vivido fuera de La Parada, no tendría temas para pintar. Te confieso que suelo imaginar que estamos casados, sin hijos, pero casados. Durmiendo juntos en mi habitación de hotel. Pero despierto de ese mágico sueño y eres de papel. Que no habla, ni me toca y solo me dedico a contemplarte. Marilyn, siempre eres y serás. Mi eterna musa. Si no te imagino, y no te pensara como te pienso, no sería Víctor Humareda.