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Fuente : https://mibebeyyo.elmundo.

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El topito fanfarrón
Era un pequeño topo miedoso, que intentaba sobrevivir al tórrido clima
del lugar y a los asaltos de los animales feroces, sin desear nada más
que salvar la piel y encontrar algunas gotas de agua y un poco de
comida. En un momento dado, el descanso del topito se vio
interrumpido por un susurro. El topito se despertó y vio, a pocos pasos
de él, un majestuoso, gigantesco león, que se encontraba junto al
oasis buscando un poco de frescura. El topito se sintió perdido. El león
le hubiera podido alcanzar de un solo salto, hubiera abierto sus
gigantescas fauces y para él hubiera sido el fin. Permaneció muy
quieto, bajo las hojas, sin ni siquiera tener el valor de respirar. Su
corazoncito latía tan fuerte que, a poca distancia, se hubiera podido
oír. Aquel fue el peor cuarto de hora de su vida; se sentía impotente,
indefenso y tembloroso. Después, el león se levantó y se dirigió hacia
él: era el final. Cerró los ojos y esperó. Pero el león, después de
haberse levantado, dio un enorme bostezo (con rugido incluido) y se
alejó. ¡Qué suerte! El topito, que se había quedado de piedra, lo vio
alejarse en el horizonte. Al cabo de otro buen cuarto de hora,
consiguió recuperarse del susto e hizo dos o tres carreras de alegría.
Después, se fue a buscar a la vieja liebre, que era su amiga. Cuando
finalmente la encontró, le dijo:
“Hola, liebre miedosa. A partir de hoy, podrás alardear de ser mi amiga
y de hablar conmigo. Hoy, me he hecho amigo de un león. Hemos
estado muy cerca durante un rato y hemos estado muy bien. Es un
animal amable, muy inteligente y culto: hemos descubierto que
tenemos muchas cosas en común y muchos gustos parecidos”.
La liebre se conmocionó tanto que de sus grandes ojos empezaron a
salir un montón de lágrimas:
“Estoy realmente orgullosa de ti”, le dijo al topito. “Y te agradezco que
sigas confiando en mí, a pesar de que tú ahora tienes un amigo tan
potente y prestigioso”.
El topito aceptó, pavoneándose, todos aquellos cumplidos y después,
no contento, le dijo:
“Es cierto: un tipo como yo, con amistades de tan alto nivel, no suele
tener relaciones con gente humilde. Pero yo soy un ser superior y te
seguiré hablando”.
La liebre, confundida y conmocionada, se lo agradeció. Pobre liebre:
¡era de aquellas que se creían a quien se marcaba faroles, ¡como a
este topito fanfarrón!

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