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La fe cristiana y el compromiso histórico: una aproximación

evangélica a nuestro contexto chileno


Jonathan Larenas Cares
Fecha: Enero 2019. [Escrito a principios del 2019, puesto en blog a principios del 2020 tras el Estallido
Social y el accionar de las iglesias evangélicas en Chile en medio de la contingencia de cara al proceso
constituyente]

Introducción

 El mundo Evangélico en Latinoamérica ha llamado la atención de los medios de


comunicación masivos. Se han convertido en un sector apetecible para los
partidos políticos de derecha y sus intereses para mantener El Modelo
económico-político y social vigente. 

En Brasil, se levantó una fuerte bancada evangélica –una especie de referente a


seguir- y similares fenómenos han sucedido en otros países del continente,
incluido el nuestro. La voz evangélica ha dado que hablar, en especial en sus
posturas conservadoras en temas como: la despenalización del aborto, el
matrimonio homosexual, la adopción homoparental y su lucha encarnecida contra
lo que ellos denominan como "ideología de género".

La mayoría de los evangélicos que llegan al poder político en sus ámbitos


institucionales, pertenecen a la tradición o movimiento Pentecostal. Esta es la
tradición evangélica más numerosa a nivel nacional (cerca de un 90% según
Humberto Lagos), la cual se caracteriza por surgir, no desde el seno intelectual,
como era visto en el protestantismo histórico (Luteranos, Presbiterianos,
Anglicanos…), sino desde los sectores más vulnerables de la sociedad.
Realizando desde sus orígenes grandes aportes de inserción social en las
poblaciones más marginales de nuestro país.

Sin embargo, en la transición histórica, este bloque que surge del mundo obrero,
abandonó paulatinamente su identidad de clase. Toda la dimensión social y
profética del Evangelio fue anulada. No lo mueven ya las reivindicaciones y
luchas de la clase trabajadora y popular, no lo mueven las luchas por un sistema
de previsión social digno para sus jubilados y jubiladas, ni tampoco las injusticias
de las brechas salariales, no lo mueven las reivindicaciones de las mujeres ante la
violencia de género, ni tampoco la crisis socioambiental –fruto de la explotación
de los grandes sectores económicos- ni las reivindicaciones históricas de nuestros
pueblos originarios, ni nada que tenga un enfoque colectivo o que cuestione el
modo de producción vigente y la cultura que de tal emerge, y por supuesto, para
nada lo mueven los anhelos por construir un nuevo proyecto de sociedad con
horizonte Socialista. Al contrario, sus luchas se enfocan al ámbito de la moral
individual (Liberalismo), específicamente al ámbito de la moral-sexual. Y es allí
donde han enfocado sus demandas.

Este fenómeno, no solo se reproduce en esta popular tradición evangélica, pues


también los sectores del protestantismo histórico han sido partidarios de las
posiciones conservadoras antes mencionadas. Sin embargo, es errado pensar que
tales posiciones políticas son parte de todo el conglomerado evangélico. Sin
duda, hay grupos disidentes, pequeños restos aún en medio de estos bloques
mayoritarios y hegemónicos. Estos grupos opositores, buscando ser fieles a las
obras y enseñanzas de Jesús y su Evangelio, se comprometen históricamente en
los proyectos socio-políticos que buscan -desde el germen de la fe- construir una
sociedad justa y digna para sus habitantes. Que, desde la fe cristiana, priorizan un
enfoque de justicia social, más comunitario y de apoyo mutuo, más solidario y
humano, donde se postulan otras miradas a los temas tan controversiales para los
bloques conservadores, y en donde se lucha por avanzar hacia un mundo nuevo
en donde reine la justicia.

En estos tiempos, donde la oleada de la ultra-derecha en Latinoamérica se


vuelve una feroz amenaza contra la dignidad de la clase obrera y los derechos
humanos, y en donde el bloque evangélico conservador se ha vuelto un fuerte
brazo a su servicio, es urgente el compromiso histórico de aquellos y aquellas
que buscan ser fieles al proyecto del Reino de Dios y que buscan recuperar la
praxis revolucionaria del Evangelio. Para ello, es necesario desde la fe,
concientizar de su identidad de clase a los sectores populares de las iglesias
evangélicas, coeducarnos de las directrices bíblicas de liberación, justicia y amor
eficaz. Y en conjunto; organizarse, movilizarse y trabajar para crear una
alternativa de sociedad en medio de las problemáticas y miserias estructurales
vigentes, construyendo y encaminándonos juntos y juntas hacia el proyecto
liberador del Cristo pobre y obrero que nos narran los evangelios.

 
I.-La iglesia evangélica ¿una y uniforme?

Génesis del protestantismo

El punto de partida, para los orígenes protestantes, se remonta a fines de octubre


del año 1517, cuando el monje agustino, Martín Lutero, clavó – como
comúnmente se hacía- en las puertas de la catedral de Wittenberg (Alemania), 95
tesis que denunciaban la práctica de las indulgencias por parte de la Iglesia
Católica Romana. Estas denuncias invitaban al debate académico de una práctica
que manipulaba gravemente las consciencias de los humildes laicos[1].

Con el apoyo de los príncipes alemanes, Lutero buscó una reforma dentro de la
iglesia oficial, sin embargo, fracasó en su proyecto original, resultando de ello,
una separación con la sede de Roma. Allí surgió el Luteranismo. Paralelo a ello,
en Suiza, de la mano de Ulrico Zuinglio, se gestaban protestas contra la
hegemonía católica y sus doctrinas, y así también, con el surgimiento de los
movimientos anabaptistas, comenzaron a florecer en la Europa occidental,
diferentes movimientos de protesta y reforma contra la iglesia oficial. Sin
embargo, a pesar de que estos movimientos tenían un enemigo en común, sus
relaciones mutuas no eran las mejores. Lutero no concordaría con Zuinglio con
respecto a la doctrina de la Cena del Señor, y se alegraría de la muerte del
reformador suizo, tras este morir en batalla contra los cantones católicos[2]. En
cuanto a los anabaptistas, por rechazar éstos la práctica del bautismo de infantes
y su radicalidad en separar la Iglesia del Estado, se vieron duramente
perseguidos, no sólo por el catolicismo, sino también, por los reformadores
magisteriales[3].

Ya para la próxima generación de protestantes, surgió la figura de Juan Calvino,


agudo sistematizador de las doctrinas protestantes y de la fe cristiana. Conocido
es, del reformador Ginebrino, su polémica con el médico y teólogo
español Miguel Servet, quien, por su rechazo a la doctrina de la Trinidad, fue
condenado y llevado a la hoguera en Ginebra, esto con el respaldo del
Consistorio de la cuidad, en donde Calvino tenía fuerte influencia[4].

En Inglaterra, el rey Enrique VIII, tras la negativa del Papa a concederle el


divorcio para casarse con otra mujer, separó la iglesia inglesa de la jurisdicción
de Roma[5]. Y tras un proceso interno, llegó a formarse el Anglicanismo, una
llamada vía media entre el protestantismo y el catolicismo que, sin embargo, no
logró establecer unidad en ambos bloques, y a posterior, se fue fragmentando en
otros movimientos de reforma en su propio seno.

Es así, como con sus luces y sombras, las reformas protestantes se fueron
gestando en Europa occidental, desarrollándose las grandes facciones históricas y
sus diversas variantes, entre ellas estaban; luteranos, reformados calvinistas,
baptistas y metodistas. Y de ellos, una gran variedad de facciones que llevan a
cuestas sus propios procesos históricos, que nos llevarían mucho tiempo intentar
recapitular detalladamente.

Llegada protestante a Latinoamérica y Chile

A Latinoamérica el protestantismo llegó a través de extranjeros de origen


europeo y estadounidense. En Chile para el siglo XIX, se destacaron las figuras
protestantes de: David Trumbull, Allen Gardiner y Juan Canut de Bon, quien
daría el apellido de Canuto[6]. a los evangélicos [7].

Para principios del siglo XX, en Estados Unidos, comienza a gestarse el


movimiento Pentecostal, y con ello, una nueva multitud de facciones, que a la
par de poseer elementos doctrinales en común –especialmente en cuanto a la
experiencia del bautismo en el Espíritu Santo y la vigencia de los carismas -,
también poseían diferencias irreconciliables.

En nuestro país, el avivamiento Pentecostal tuvo sus orígenes en 1909, en la


iglesia Metodista Episcopal de Valparaíso, bajo el pastorado de Willis Hoover,
quien, tras la polémica generada por las manifestaciones espirituales vividas en
su iglesia, fue recriminado por la Conferencia Metodista, lo que finalmente le
llevó a renunciar al cargo, para luego, en 1910, formar y pastorear la que sería la
cuna del Pentecostalismo chileno, la Iglesia Metodista Pentecostal[8].  

El fenómeno carismático se vería replicado paralelamente en varios lugares de


Chile; en Concepción, vemos el caso de unas 40 personas que se separarían de la
iglesia Presbiteriana, para luego unirse al movimiento de Hoover. Del interior de
la iglesia Alianza cristiana y misionera, surgió La Misión iglesia del Señor, que a
su vez dio origen a una multitud de denominaciones pentecostales, tales
como; iglesias del Señor, iglesia del Señor apostólica, iglesia del Señor el cual
ganó con su sangre, corporación iglesia del Señor, iglesia del Señor misionera,
etc.[9]
Para los años 1920, nacieron nuevas iglesias de este corte: iglesia evangélica de
los hermanos, misión wesleyana nacional, misión evangélica nacional, y para la
década del 30, surgiría- luego de una división en la iglesia metodista Pentecostal-
la conocida, iglesia evangélica pentecostal (IEP). De esta manera, fueron
gestándose una multitud de grupos e iglesias pentecostales e independientes
desarrolladas en nuestro contexto criollo, y que también convivieron con otras
denominaciones Pentecostales provenientes de Estados Unidos, como
las Asambleas de Dios, la iglesia del nazareno, entre otras.

Todos estos procesos históricos, de origen, separaciones y nuevas iglesias, nos


muestran la gran variedad de tradiciones que encontramos en el mundo
evangélico. No solo existen las diferencias entre iglesias y sus lineamientos, sino
que además una misma tradición/denominación protestante o evangélica puede
en sí misma estar dividida a pesar de llevar el mismo nombre institucional.

Al día de hoy en Chile, existen más de 3.200 iglesias evangélicas registradas y


reconocidas por el Estado como personas de derecho público y otras miles en
revisión de sus solicitudes ante el Ministerio de Justicia, lo que da cuenta de la
gran variedad y extensión de las iglesias evangélicas a lo largo del país. [10]

II.-El problema de la representatividad Evangélica

El sintetizado resumen histórico visto, acerca de los orígenes protestantes y sus


multivariadas ramificaciones, dejan en claro la inexistencia de una Iglesia
Evangélica única, uniforme u homogénea, y también se evidencia la arrogancia
de ciertos sectores que actualmente pretenden ser la voz oficial ante la sociedad
civil.

Pues queda patente que una de las diferencias básicas, entre el mundo protestante
y el catolicismo romano, es que en las filas evangélicas no existe la figura de
un Papa o un representante universal de todas las tradiciones, antes bien, cada
tradición posee su propia jurisdicción, y aunque se pueden mantener lazos de
diálogo o unión en mesas de trabajo, concejos de pastores, etc. ello no significa
una unidad institucional como tal. Por ende, no hay, ni existe, algo como una
institución uniforme y unitaria llama Iglesia Evangélica, antes bien, cabe mejor
llamar "Mundo Evangélico", a todas aquellas tradiciones/denominaciones
protestantes que se desligaron en sus procesos históricos de la Iglesia Católica
Romana, y que, a su vez, se subdividieron en diferentes ramas.

Los acaparadores de la voz evangélica

Hoy en día en nuestro país, abundan los denominados Concilios y Concejos de


pastores, los cuales, son agrupaciones que reúnen a líderes de diferentes iglesias
(mayormente de corte Pentecostal), en pos de proyectos en común, y que en
ocasiones pretenden ser interlocutores únicos de todos los evangélicos. Aun así, y
en refutación a tal pretensión, no existen agrupaciones que sean representativas
de todos los movimientos existentes, debido a la amplia gama de divergencias y
variedad desbordada entre las iglesias evangélicas.

Este problema de representatividad repercute en el ámbito político, como se ha


visto en procesos eleccionarios en los últimos tiempos en nuestro país. Ciertos
candidatos se han auto adjudicado una representación de “La Iglesia
evangélica”, y en pos de ello, han reclamado para sí mismos el denominado
“Voto Evangélico”, pero como hemos vislumbrado, esto no es más que una mera
fantasía.

En Chile, cerca de un 17% de la población profesa la fe evangélica/protestante


(según el cuestionado Censo de 2012), esto equivaldría a un aproximado de 3
millones de personas adherentes a estos credos. Sin embargo, tales presuntos
votos no se vieron reflejados, por ejemplo, en las elecciones presidenciales
(2017), donde el candidato independiente de derecha José Antonio Kast, quien
“acogía” las demandas valóricas del “pueblo evangélico”, obtuvo según datos
del SERVEL, cerca de 523.000 votos. Es decir, de ese supuesto mundo uniforme
de 3 millones de personas, solo una pequeña parte del bloque evangélico habría
optado por el Ultra Derechista. No obstante, esto no implica que no haya
obtenido una suma de votos significativa de parte de ese bloque evangélico
conservador, pues llamativas son las cifras de este candidato en zonas donde el
pueblo evangélico – especialmente de corte Pentecostal- tiene una fuerte
raigambre, esto es, en las ciudades mineras históricas de Lota y Coronel,
registrando en ambas la mayor cantidad de votos para Kast, con un porcentaje
respectivo de 20 y 19% de preferencias en la cuenca del carbón. Por ende, se
concluye, que no todos los evangélicos siguen una misma visión y opción
política, pero a la vez, que los bloques evangélicos conservadores se manifiestan
de manera intrigante y significativa, en los sectores más vulnerables del país,
como lo muestran las estadísticas anteriores.
Cabe preguntarse ¿Cómo es posible que los sectores más pobres opten por un
candidato que promueve la reducción del gasto público, de derechos sociales, de
derechos laborales, y una sacralización del statu quo? ¿Cómo logró la derecha
que un sector de orígenes tan humildes como el caso Pentecostal, ahora les sean
un brazo electoral para hacer frente a la izquierda? ¿Qué llevó a tal contradicción
de opciones de clase de parte de un sector tan popular?
Sumado también a estos fenómenos políticos, cabe mencionar, la elección de 3
diputados evangélicos (todos pertenecientes a partidos de derecha-
específicamente de RN-), que bajo las pancartas de oposición al aborto y la
negativa a las reivindicaciones de las minorías sexuales, hicieron un exhaustivo
trabajo dentro de iglesias conservadoras, logrando captar los votos necesarios
dentro de las congregaciones para ser electos, pero a la vez usando las viles
armas de la mentira, la tergiversación y la manipulación de consciencias desde
púlpitos eclesiásticos. Buscando y exhortando al mundo evangélico a la
“unidad”, para hacer frente y vencer los ataques de las “ideologías diabólicas de
la izquierda”.

Pero aquellos que buscan y apelan a tal unidad evangélica en pos de


un clientelismo político de derecha, ha de levantárseles la sospecha en cuanto a
qué unidad quieren y cuáles son las razones de tan anhelada unidad, ¿unidad para
restringir derechos? ¿unidad para legitimar el racismo y la discriminación en todo
ámbito? ¿unidad para servir (consciente o inconscientemente) a los intereses de
los grandes poderes económicos? Mucho de ello se esconde detrás de
superficiales slogans de campaña política de estos grupos reaccionarios, tales
como “salvemos las dos vidas” o “con mis hijos no te metas”, los cuales a
profundidad manifiestan el miedo conservador a lo diferente, a la pluralidad
social, al reconocimiento de derechos y al afán de dominio sobre las vidas y
consciencias ajenas.
Ante tales divergencias, los grupos conservadores tienden a anular aquellas
tradiciones evangélicas que no se suman a sus intereses, calificándolas de falsas
iglesias, apóstatas, herejes, marxistas, comunistas, progresistas, humanistas,
entre otros calificativos en tono despectivo, todo ello en pos de infundir temor a
aquellos que entre sus filas no están plenamente convencidos de sus posiciones y
de negar e invisibilizar a quienes disienten. Éstos, Niegan la pluralidad
evangélica, niegan la diversidad de posiciones socio-políticas dentro de ella,
niegan, a fin de cuentas, la realidad misma.
Ilustración de Cerezo Barredo

[1] González, Justo. Historia del Cristianismo, Tomo 2, pp.19-20. Editorial Unilit. 


[2] Ibíd., pp.30. 
[3] Ibíd., pp.33. 
[4] Ibíd., pp.38. 
[5] Ibíd., pp.39-41.  
[6] Fueron los católicos quienes apellidaron “canutos” de manera despectiva a los
evangélicos.  
[7] Orellana, Luis. (2006). El fuego y la nieve, historia del movimiento pentecostal en
Chile: 1909-1932, pp.26. Ceep Ediciones. 
[8] Salinas, Maximiliano. Historia del pueblo de Dios en Chile, pp. 254. Ediciones Rehue. 
[9] Orellana, Luis. (2006). El fuego y la nieve, historia del movimiento pentecostal en
Chile: 1909-1932, pp. 27-39. Ceep Ediciones. 

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