La concepción moderna plantea a quien proyecta el proble-
ma teórico siguiente: si no se dispone previamente de reglas capaces de determinar –y verificar– la consistencia formal de un objeto, ¿qué garantías hay de que el espectador reco- nozca las relaciones visuales en las que el autor ha basado la formalidad específica de una obra? Para responder a esta cuestión hay que tener en cuenta, ante todo, que a propósito del arte nunca puede hablarse de garantías; del mismo modo que en el ámbito de lo artísti- co jamás puede hablarse de certezas. Si acaso puede espe- rarse que el otro identifique la estructura formal de un arte- facto que ha sido concebido y proyectado en determinadas condiciones: que ello ocurra o no dependerá de la tensión hacia la universalidad que contenga el objeto y del conoci- miento que el otro tenga de los criterios estéticos del autor. Universalidad que no hay que entender como disponibilidad o versatilidad, sino como la condición de lo esencial en la constitución de las cosas, valor cuyo reconocimiento consti- tuye una cualidad específica de la especie humana. El proyecto basado en categorías visuales que tienden a lo universal se orientará hacia una formalidad más fácilmente reconocible por el espectador, de modo que estará en condi- ciones más favorables para que se produzca una experiencia arquitectónica auténtica. De todos modos, esta condición es necesaria pero no suficiente: para que el reconocimiento se dé, es preciso que haya una convergencia en la asunción de valores convencionales –históricos– entre el autor y los espec- tadores: es decir, que haya una conciencia estética por parte del observador análoga a la del autor de la obra. El arte que se fundamenta en los valores universales de la forma –observó Worringer hace casi cien años– responde
a un ideal de abstracción que trataría de despojar las cosas sipa cualquier duda acerca de la conciencia histórica del de su condición arbitraria y aparente causalidad, para eter- episodio. Es precisamente la convicción de que el sujeto nizarla y acercarla a las formas abstractas, con el propósito sólo puede sustituir la norma si actúa con un marco de refe- de que el sujeto encontrara así un punto de quietud en la rencia que permita esperar el reconocimiento de sus obras dinámica incesante de los fenómenos. Las formas abstrac- –la identificación de los atributos formales que las estructu- tas, sujetas a ley, universales –concluye– son las únicas en ran, respectivamente– lo que llevó a Jeanneret y Ozenfant a las que el hombre puede descansar ante el caos inmenso caracterizar el arte nuevo con cualidades que pueden con- del panorama universal. siderarse universales, por cuanto son principios básicos de La forma abstracta, en su aspiración a lo universal, al la visualidad esencial, propia de la especie humana. orden que identifica los objetos artificiales, se distancia de En efecto, la conciencia de la subjetividad esencial de la la arbitrariedad de lo orgánico para afirmar la dimensión concepción moderna hizo advertir al joven Jeanneret que creadora del hombre, libre de cualquier dependencia de la sólo la referencia a valores que tienden a lo universal per- vida: estas ideas constituyen la base teórica de las vanguar- mitiría que el arte nuevo superase la consideración social dias constructivas que revolucionaron tanto la idea de forma de práctica excéntrica, dirigida a unos pocos: no cabe duda artística como el uso social del arte. La noción de universa- de que al escribir el ensayo tenía conciencia de la trascen- lidad es inseparable de la de arte moderno, y constituye la dencia estética e histórica de los criterios formales que en condición básica de su idea de forma. aquellos años empezaban a consolidarse. En 1918, un joven llamado Ch. E. Jeanneret –que des- La universalidad de los valores no comporta, en cambio, pués se haría famoso con el nombre de Le Corbusier– es- la homogeneización de los objetos: en efecto, la identidad cribió, junto con su entonces amigo A. Ozenfant, un texto de un artefacto tiene que ver con la peculiaridad de su es- titulado Après le cubisme. En él proponía, como atributos tructura organizativa, es decir, con la legalidad específica que del arte nuevo, la economía, la precisión, el rigor y la uni- el autor propone como síntesis de las circunstancias de todo versalidad, cualidades que han caracterizado, en efecto, a tipo –funcionales, técnicas, geográficas– en que emerge. Por las mejores obras de arquitectura del siglo, atributos que en el contrario, aunque pueda parecer paradójico, la universa- la actualidad están claramente vigentes y que pueden consi- lidad de los valores básicos de la forma es la condición que derarse valores antitéticos de los que animan la arquitectura garantiza lo específico de sus manifestaciones particulares. que ha triunfado en las últimas décadas. La aspiración a la universalidad de los criterios de pro- Puede resultar curioso que los autores utilizasen atri- yecto –es decir, el uso de convenciones que, más allá de la butos tan “naturales” para caracterizar un sistema artístico cultura, son características de la especie humana– es la con- que asume tan claramente su artificialidad –su culturali- dición que equilibra el fundamento subjetivo de la concep- dad– como el moderno: en efecto, la importancia que en ción moderna. Si no existe una tendencia a lo universal, lo el arte moderno adquiere la subjetividad del autor –que subjetivo se convierte en algo meramente personal –idiosin- sustituye el peso decisivo de la norma en el clasicismo– di- crásico–, con lo que la experiencia artística se pervierte: no