Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Carlos Moldiz*
Tal vez se deba al hecho de que Fidel Castro no fue sólo un líder político sin parangón, sino un
pensador de calado profundo, cuyas raíces se alimentaron de lo mejor de la tradición del
pensamiento político universal, eso es, tanto de occidente como de estas tierras.
Resulta muy irónico que quien dijera que los hombres no hacen la historia, sino que están hechos
por ella, haya terminado siendo recordado como el escultor de un momento parteaguas en la
historia del Siglo XX. Me refiero a Fidel Castro y la Revolución Cubana, que fue tanto la culminación
de un largo proceso de luchas que se dieron para consolidar los Estados nacionales en América
Latina, como el origen de un nuevo ciclo de luchas populares, esta vez en contra de la dominación
estadounidense, que era, a su vez, una expresión del último grado de desarrollo que había alcanzado
el capitalismo a nivel mundial, en aquello que Lenin llamó imperialismo.
Las consecuencias de aquel hecho fueron tan cataclísmicas que el mundo entero estuvo a un paso
de ser destruido durante la Crisis de los Misiles en octubre de 1964, provocando una respuesta
defensiva por parte de los EEUU que se tradujo en la multiplicación de dictaduras militares a lo largo
y ancho del continente, hasta que se consolidó como la primera y única potencia mundial con la
implosión de la Unión Soviética. Y aunque al lado de Fidel había un pueblo liderado por sus mejores
representantes, incluyendo entre ellos a Ernesto Che Guevara, es evidente que el curso de los
acontecimientos hubiera sido muy diferente si su señera figura no hubiera estado ahí para despertar
el entusiasmo de las multitudes.
Pero ser recordado por la historia no es en sí mismo un mérito, sino el de haber tenido un efecto
positivo en su desarrollo, en la realización de ciertos principios e ideales a los cuales aspira la
humanidad. La revolución liderada por los hermanos Castro no sólo liberó a Cuba de una vergonzosa
situación neocolonial, sino que inspiró a pueblos de toda la región para impulsar sus propios
movimientos de liberación nacional, con sus propias victorias y derrotas, hasta llegar al actual ciclo
de gobiernos progresistas que son, sin duda, hijos de sus propias causas y procuradores de sus
propios efectos; pero también herederos de aquella tradición rebelde que quizá no fue inaugurada
por Fidel (recordemos que él mismo apunto a José Martí como el autor intelectual de su
levantamiento en contra de Batista) pero que lo tiene hasta ahora como su mejor representante.
Tal vez se deba al hecho de que Fidel Castro no fue sólo un líder político sin parangón, sino un
pensador de calado profundo, cuyas raíces se alimentaron de lo mejor de la tradición del
pensamiento político universal, eso es, tanto de occidente como de estas tierras. Pudo leer la
historia como ningún otro, es lo que queremos decir, y saber así hacia dónde debía dirigirse la acción
revolucionaria, como el también dijo alguna vez, con sentido del momento histórico.
Y ese momento histórico era el de la consolidación del capitalismo dependiente en América Latina,
tras la asonada gringa para retomar el control de lo que siempre había considerado su patio trasero,
mediante la construcción y consolidación de un orden internacional diseñado para extraer el
máximo nivel de capitales desde la región hacia el centro del mundo desarrollado, con el Banco
Mundial y el Fondo Monetario Internacional como principales instituciones encargadas de garantizar
la división internacional del trabajo entre un norte desarrollado y un sur global sumido en la
pobreza. Y para respaldarlo, se tenía un agresivo militarismo estadounidense, a través de la
Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y su Complejo Militar Industrial.
Un orden injusto que fue impuesto a través de la invasión e intimidación de cualquier país de la
región en el que emergiera un gobierno nacionalista, y que fue desafiado exitosamente por primera
vez por la Revolución Cubana, tras el fracasado ataque de Playa Girón. Derrotar militarmente a Cuba
no era imposible, sino todo lo contrario, era demasiado fácil. El problema con este país era el
ejemplo que podía significar para el resto del continente, así que no bastaba con arrojar otra bomba
nuclear sobre esa pequeña isla como se hizo contra Japón; se tenía que demostrar la inviabilidad de
su proyecto. Con ese objetivo, el gobierno de John F Kennedy impulsó la Alianza para el Progreso en
la región, que consistía en una serie de préstamos, créditos y trasferencias financieras para los
gobiernos que cortaran todo lazo con el país insurrecto, y que prometieran impedir que
movimientos similares se dieran en sus territorios, sobre todo mediante la hipertrofia de sus
aparatos militares, que fueron rápidamente instrumentalizados desde Washington. Una ofensiva
contra la Revolución Cubana que nunca dejó de ser militar, pero que tenía su principal estrategia en
mecanismos económicos y diplomáticos, inaugurando una nueva etapa de intervenciones gringas en
el hemisferio.
Es en este contexto en el que Fidel Castro pronuncia uno de sus discursos más importantes para el
pensamiento político latinoamericano. Era febrero de 1962 y Cuba acababa de ser expulsada de la
Organización de Estados Americanos (OEA) después de una reunión de cancilleres de países de la
región en Punta del Este, bajo la presión del gobierno de los EEUU, que acusó a la pequeña isla
caribeña de querer exportar su revolución.
La acusación, de por sí ridícula, fue respondida con una serie de tesis políticas sobre la emancipación
latinoamericana argumentada histórica y filosóficamente y que constituye una de las primeras
expresiones sistemáticas del antiimperialismo y el anticapitalismo en nuestra región, así como una
crítica al orden mundial y la división internacional del trabajo que relegó al continente a una
situación dependiente y neocolonial. Un manifiesto comunista nuestroamericano.
Es decir, va más allá del antiimperialismo defensivo y del nacionalismo chauvinista, para explicar el
origen de los males de nuestra región, el rol del capitalismo en la explotación de nuestros pueblos,
así como de su origen, además de la inevitabilidad de que nuevos procesos de rebelión se dieran en
el continente, donde las revoluciones no se exportaban, sino que brotaban localmente al influjo de
las condiciones que le habían sido impuestas.
El discurso expone coherentemente las causas lejanas e inmediatas del sometimiento y pobreza de
América Latina, desde su rol en el proceso de acumulación originaria a través del saqueo de sus
riquezas y la opresión de sus pueblos durante el periodo colonial, hasta los mecanismos de
intervención de los Estados Unidos para perpetuar su dominio sobre la región a expensas del
bienestar de sus habitantes. Se trata de diez tesis políticas magistralmente expuestas por quien hizo
del discurso frente a las masas una estrategia pedagógica revolucionaria.
La declaración señala el principal dilema que atravesaba la región durante aquella época, en la se
debatía el socialismo como posible ruta para el desarrollo de Latinoamérica a medida que la
opresión estadounidense se hacía más asfixiante y violenta, y que luego alcanzaría su clímax con la
imposición de dictaduras militares respaldadas por los EEUU.
Así, aunque la contraposición entre los intereses del norte y del sur ya se advertían desde inicios del
Siglo XIX, estos no se plantearon como un problema político a superarse hasta la segunda mitad del
siglo XX, con la presente declaración como uno de sus documentos fundamentales.
*Es politólogo