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HISTORIA Y GEOGRAFIA N 12

UN ESPEJO CAMBIANTE: LA VISIÓN DE


LA HISTORIA DE CHILE EN LOS TEXTOS
ESCOLARES (1)

Rafael Sagredo
Sol Serrano

El sistema nacional de educación y la enseñanza de la historia

La enseñanza de la historia en Chile, así como en el resto de América Latina y también en


Europa, se institucionalizó en el curriculum escolar como parte de un fenómeno mayor que era el
desarrollo de la historiografía y la formación de un sistema 'educacional orientados hacia la
construcción del estado nacional. En Francia, hasta mediados del siglo XVIII, la historia era
considerada importante sólo para la educación de los gobernantes y recién en 1769 se fundó una
cátedra de historia y moral en el Colegio de Francia (Gooch 18). En el Chile colonial, la historia
estuvo enteramente ausente de la educación universitaria y secundaria. Si en Francia la Revolución
introdujo en la escuela la enseñanza de la historia universal para formar ciudadanos y luego, durante
la Restauración, ti historia francesa para formar patriotas (Fontana 116), en Chile ella entraría a la
escuela con el mismo objeto, una vez que el Estado nacional logró asentarse y comenzar a construir
un sistema de educación pública hacia la década de 1840.

(*) Este artículo fué publicado originalmente en la obra compilada por Josefina Zoraida Vásquez y Pilar Gonzallo
Aízpua, La Enseñanza de/a Historia, Organización de Estados Americanos, Washington, D.C., 1994.
Tanto la historiografía, que en el siglo XIX consolida un método y un objeto
propio que la constituye en una disciplina del conocimiento, como la educación —
ligadas ambas por el texto— obedecen a una misma necesidad central: crear un
sentimiento nacional como cimiento y principio legitimador del nuevo orden creado
luego de la ruptura de la fundamentación tradicional de tipo monárquico. La función de
la historiografía decimonónica fue construir ese sentimiento buscando y creando una
identidad del estado nación cuyos orígenes estaban en el pasado. La escuela, por su
parte, buscó uniformar el aprendizaje de la población que habitaba el territorio del
estado nacional e incluir nuevas materias de estudio tanto para desarrollar en ella la
razón, fundamento de la ciudadanía, como para crear una lealtad compartida que
trascendiera las particularidades locales. El texto de estudio era para ello un
instrumento esencial, pues, como ha señalado Jacques Le Goff, codifica el co-
nocimiento, lo despersonaliza y lo masifica, fijando bases comunes para una
población amplia, es decir, contribuye a la "expansión de la memoria escrita" propia
de los tiempos modernos y que, en el caso de Chile, sólo se inició con el estado
republicano (Le Goff 158).

Ya desde mediados del siglo XVIII, fruto de la penetración de las ideas de


la ilustración española, la educación pasó a ser —para algunos criollos prominentes—
instrumento fundamental para el progreso de los pueblos. Concientes de la importancia
del "conocimiento útil", del valor de las ciencias exactas y de la técnica, criticaban una
educación humanista escolástica y buscaron el apoyo de la Corona para crear nuevas
instituciones eqivalentes a lo que eran las academias en la España de Carlos III. Fue el
caso de Manuel de Salas y su Academia de San Luis. Sin embargo, esta nueva
corriente logró una débil expresión institucional y sin el apoyo de la Corona que no
llenó el gran vacío dejado por la expulsión de los jesuitas.

Con la Independencia, la educación estuvo en el centro del ideario emancipador.


Recogiendo ahora también las ideas política de la Ilustración y de la Revolución
Francesa, la educación formó parte del mito de la creación del hombre nuevo que, a
través de la razón, accedería a la felicidad y a la libertad. Desde un inicio, tan
temprano como en 1811, se presentaron distintos proyectos educacionales al Congreso
que compartían la necesidad de crear una educación nacional a cargo del Estado.
Fruto de ello fue la fundación del Instituto Nacional en 1813, destinado a formar a la
élite que se haría cargo de la conducción de la nueva república.
Las dificultades propias del período de la Independencia no permitieron al
gobierno realizar una política sistemática en educación hasta que los conflictos
internos, que sucedieron al triunfo sobre España, se dirimieron a favor del bando
conservador en 1830. Desde entonces, el estado chileno inició un lento proceso de
consolidación de sus instituciones, que junto al ordenamiento de las finanzas públicas y las
mayores entradas fruto de descubrimientos mineros en el norte, permitió la formación de una
institucionalidad educacional cuya máxima expresión fue la Universidad de Chile, fundada
en 1842.

Con ella puede decirse que en Chile se inició la formación de un sistema nacional de
educación propiamente tal, pues una de sus atribuciones prioritarias era ser superintendencia
de educación. Como tal, debía dirigir toda la educación pública en sus niveles primario,
secundario y superior, a la vez que tenía el monopolio de la validación de los exámenes.
Pero la Universidad de Chile, de acuerdo en el pensamiento de su inspirador y primer
rector, Andrés Bello, era también una academia científica desde donde debía irradiar el
conocimiento hacia el sistema escolar. En su conocido discurso de inauguración, pronunciado
en 1843, definió que el objetivo de la corporación era hacer "ciencia nacional": "...el
programa de la universidad es enteramente chileno: si toma prestadas a la Europa las
deducciones de la ciencia, es para aplicarlas a Chile. Todas las sendas en que se propone
dirigir las investigaciones de sus miembros, el estudio de sus alumnos, convergen a un
centro: la patria" (Bello 139-152). De ahí que uno de los deberes de la Facultad de Filosofía
y Humanidades fuera el cultivo de la historia nacional.

La historia fue una disciplina a la cual la nueva universidad le dio una particular
importancia. El artículo 27 de su ley orgánica establecía que anualmente "se pronunciara un
discurso sobre alguno de los hechos más señalados de la historia de Chile, apoyando los
pormenores históricos en documentos auténticos y desenvolviendo su carácter y consecuencias
con imparcialidad y verdad" (Ley Orgánica de la Universidad de Chile). Estas memorias
históricas —que se presentaron año a año— se constituyeron en los orígenes de la
historiografía chilena y fueron motivo de una de las más ricas polémicas historiográficas del
siglo XIX latinoamericano, donde José Victorino Lastarria, joven liberal que presentó la
primera memoria, se enfrentó con su maestro Andrés Bello sobre el modo de escribir la
historia (1).
El objetivo de Lastarria en las dos memorias presentadas en la Universidad era denunciar
cómo el despotismo de la monarquía española había penetrado en las costumbres chilenas y
cómo el espíritu colonial permanecía vivo a pesar de la liberación política lograda con la
Independencia. Su intención no era describir el pasado ni narrar los hechos, como él mismo
lo señalara, sino comprender su influencia en el presente para poder superarlo. Andrés
Bello, compenetrado del desarrollo de la historiografía romántica europea, y
principalmente francesa no se oponía a la interpretación de la historia, sino a que ella
no se basara en hechos fidedignos debidamente documentados. No se podía
comprender la influencia de los hechos si no se estudiaban los hechos mismos. En
efecto, los trabajos de Lastarria, ardientemente defendidos por los argentinos
Jacinto Chacón y Vicente Fidel López, no contenían ninguna investigación, sino una
interpretación global cuyas fuentes poco importaban. Los bandos se dividieron
entre los partidarios de la historia filosófica y los de la historia narrativa, de la
historia "ad probandum" y de la historia "ad narrandum" (2).

A partir de esta polémica, se impuso la posición de Bello y la naciente


historiografía chilena se desarrolló con base en una exhaustiva recopilación de
fuentes, en la crítica filológica y en una sólida narrativa, erudita y minuciosa. No
por ello deja de tener, como toda historiografía, un punto de vista y una inter-
pretación de los hechos. Acercándose progresivamente al método positivista, dicha
historiografía fue liberal, creyó en la teoría del progreso y evaluó el pasado de
acuerdo con el desenvolvimiento de la razón y de la libertad.

La generación de historiadores que comenzó a producir a mediados de siglo


estuvo estrechamente ligada a la enseñanza de la historia de Chile, porque la mayoría de
ellos eran académicos de la Universidad y escribieron los textos de mayor
circulación en el sistema escolar. Hasta entonces la historia nacional no estaba
incluida en el curriculum, tanto que en su memoria universitaria de 1848 Andrés
Bello señaló que "la historia de Chile es para nosotros demasiado importante para no
merecer un curso especial. Las memorias históricas y otros trabajos que se realizan..,
facilitarán la redacción de un texto nuevo, exacto y completo. La facultad se preocupa
del tema, recoge y salva y ordena documentos y fuentes...E1 vuelo que en tan pocos años
han tomado los estudios históricos, hace esperar que llegaremos a un grado de
adelantamiento... ..(Bello, Tomo VIII, 353-398). A comienzos de la década
siguiente, la cátedra de historia de América y Chile se abrió en el Instituto
Nacional de Santiago, modelo de la instrucción pública secundaria (3).
Uno de los pilares del sistema educacional en formación era la publicación de textos
de estudios. Estos no eran confeccionados directamente por la Universidad, sino
presentados a su Consejo Universitario que los rechazaba, sugería modificaciones o
los aprobaba. En este último caso, los editaba para el uso de los establecimientos
fiscales y los vendía a precios subsidiados o los distribuía gratuitamente a los
colegios más pobres. Si bien no eran obligatorios, la escasez de textos hacía que los
publicados por la Universidad fueran los más utilizados (Barros Arana, Un
decenio...,Tomo II, 438-455 y Woll 150-171). En 1872 había catorce liceos en
provincia, además del Instituto Nacional de Santiago; y en todos ellos, con excepción
del Liceo de Chillán, se utilizaban los textos de Diego Barros Arana y Miguel Luis
Amunátegui (4).

La cons t r ucci ón del cil i os r epubl i cano

Tanto la historiografía como la enseñanza de la historia fueron en el siglo XIX


un vehículo privilegiado para la creación del sentimiento nacional y la
construcción de una identidad cuyos orígenes estaban en el pasado. A pesar de las
grandes similitudes que tuvo este proceso en América Latina al compartir el pasado
común de la dominación española, había también diferencias determinadas por el tipo
de cultura indígena anterior a la Conquista y por el lugar ocupado dentro del contexto
colonial español. Si en el caso de México, por ejemplo, había un pasado grandioso
que rescatar, formado por una gran civilización precolombina y por haber sido el
más importante Virreinato, el caso de Chile era muy distinto(5).

Frontera lejana del Imperio Inca por el norte y acosado en el sur por el pueblo
araucano durante gran parte del período colonial; la más lejana y pobre de las
colonias españolas, dependiente del Virreinato peruano y conocido sólo por ser tierra
de guerra, desde la perspectiva de los historiadores era difícil recurrir a los
elementos clásicos del nacionalismo romántico para forjar una identidad heroica. Si
en todo el Continente la Independencia fue el momento paradigmático, en el caso de
países como Chile, con un pasado de relieves menores, ello fue aún más fuerte.
Más que hacer una descripción de cada texto, lo que nos interesa en estas líneas es
destacar cuál es, a nuestro juicio, el factor en torno al cual dichos textos intentaron
construir una identidad propiamente chilena. En el marco de una interpretación
convencional para el siglo XIX, que privilegia la narración de grandes acontecimientos,
la historia militar y política, los grandes personajes y cuyo punto de vista es el ideal
del progreso de la ilustración, dicha identidad no se construyó ensalzando un pasado
indígena glorioso, aunque se hiciera referencia al espíritu libertario de los araucanos, ni
bastaba construirla sólo apoyándose en una negación, como lo era la condena al pasado
colonial. El factor determinante, a nuestro juicio, fue la exitosa construcción de la
república, porque allí se diferenciaba de los demás países del Continente, era allí donde
podía construir un modelo heroico, un ethos fundante que fuera patrimonio
distintivo de la nación.

Todos los textos compartían la visión de la historia como progreso; progreso


identificado con la ilustración y las luces. De ahí que condenaran el período colonial
como oscurantista y despótico; pero también por ello consideraban la Conquista y
la presencia española como una etapa más evolucionada que la del pasado
indígena. No es una visión "hispanista", sino europeizante.
Uno de los primeros textos escolares fue el Manual de historia de Chile, del exiliado
argentino Vicente Fidel López, publicado en 1846 con la aprobación de la
Universidad. López, defensor de Lastarria y partidario de la historia filosófica, fue
quien hizo más explícitos los objetivos de su texto: la patria se preocupaba de la
educación de sus hijos para hacerlos hombres de bien y de luces, ciudadanos dignos de
una república civilizada. Los alumnos debían estar agradecidos de haber nacido en una
"nación culta y bien gobernada" que se preocupaba de la educación. "He aquí todo lo
que trato de enseñaros, pues debéis saber que de nada más os vais a ocupar que de
estudiar los progresos que vuestra patria ha hecho en la carrera de/a civilización y de
la libertad" (López VII). Desde esa perspectiva, definía los sujetos. La historia de
Chile era la del pueblo civilizado, que conocía la escritura y se gobernaba por
leyes. Era la historia de la raza española y la de sus descendientes, así como de todos
aquellos que vivieran bajo esas costumbres. Los indios, que se habían resistido a la
civilización, habían sido arrastrados al sur donde vivían en estado bárbaro y
salvaje. Ellos no formaban parte de esta historia que se inicia con la Reconquista
española, continúa con los viajes de Colón y las distintas expediciones de conquista
hasta llegar a la de Diego de Almagro, que desde Perú parte rumbo a Chile; y luego
la conquista definitiva de Pedro de Valdivia; la fundación de Santiago; los sucesos
de la guerra de Arauco; la lucha heroica de los araucanos por mantener su libertad y las
obras civiles de los diversos gobernadores que "demuestran, aunque paulatinamente, los
pasos con que íbamos a la civilización europea los habitantes de una tierra cubierta
poco antes con la barbarie" (López 6) (6). Al igual que la Conquista, la
Revolución ocupa la mayor parte del texto de López. El período se inicia con los
sucesos de España, la formación de la Junta Central de Sevilla y la formación de las
juntas americanas. Las causas de la Emancipación estaban en el aumento de criollos
cultos e ilustrados que comprendían los vicios de un gobierno despótico, que se oponían
al sometimiento de una patria que amaban y que despreciaban estar gobernados por
designio divino. Se oponían igualmente al monopolio del comercio y confiaban en
sus propias riquezas. Ellos, "los santos de vuestra religión política", habían luchado
por la libertad, la independencia y la forma republicana de gobierno (López 118).
López relata los acontecimientos desde la formación de la Junta de Gobierno de
1810, las discordias internas, la lucha contra los españoles, el triunfo patriota en
1817 y el gobierno de O'Higgins para terminar con el gobierno de Freire en 1823
que dará inicio a la tercera época de la historia de Chile, la republicana, luego de la
conquista y la revolución. Si bien el autor no trata este período, su valoración es
clara al señalar en la introducción que Chile era una nación culta y bien gobernada,
privilegio que otras naciones no tenían. En ello había una referencia implícita a
su propia patria y a otras del Continente. Cuando el texto de López fue reeditado en
1873, el editor prolongó el relato hasta 1871 y ensalzó el camino de progreso y de
orden recorrido por el país desde 1830, el triunfo militar frente a sus vecinos en
1839, el afianzamiento de las instituciones políticas, todo lo cual diferenciaba a
Chile del contexto continental.

En 1856 Miguel Luis Amunátegui, profesor del Instituto Nacional y uno de


los más grandes historiadores chilenos del siglo XIX, publicó con aprobación de la
Universidad el Compendio de la historia política y eclesiástica de Chile, donde se hace
evidente el triunfo de la escuela narrativa. Es un texto parco en juicios, que se atiene
a upa descripción de los sucesos que se inician con la formación de una sociedad
conquistadora entre Diego de Almagro y Francisco Pizarro en Panamá para realizar
una expedición al Perú y termina con la Independencia. Se hace una breve mención
al período colonial, deteniéndose en los sucesos de la Guerra de Arauco. La historia
eclesiástica es una enumeración de los obispos con una breve mención a las
congregaciones religiosas. El único aspecto interpretativo se refiere a las causas de la
Independencia que Amunátegui atribuye a la exclusión de los criollos de los cargos
públicos, a la influencia de la Independencia norteamericana, al monopolio del
comercio y al mal gobierno español. La estructura del texto indica nuevamente que
la Conquista y la Independencia son los únicos momentos dignos de ser relatados
porque en ellos, como lo demuestran otras obras de Amunátegui, se revela la fuerza
y la creatividad de los individuos que el despotismo colonial habría inhibido
(Amunátegui, pássim).
En 1857 Miguel de la Barra, académico de la Universidad, y con la
aprobación de ella, publicó su texto Compendio de la historia del descubrimiento y
conquista de América, que comprendía el período indicado en todas las colonias del
Hemisferio, haciendo una breve referencia a los pueblos indígenas basada en
Robertson. El método es narrativo y sólo emite juicios referentes a la crueldad de
los españoles con los indios y al tenaz amor a la libertad manifestada por la
resistencia araucana en el caso de Chile (Barra, pássim). El texto más significativo
del siglo XIX, a nuestro juicio, fue el de Diego Barros Arana, Rector del Instituto
Nacional, publicado en 1857 bajo el título Compendio elemental de historia de
América, también aprobado por la Universidad. Fue el más comprehensivo y extenso de
ellos pues incluía todo el hemisferio, desde los pueblos precolombinos hasta el final
del período de la Independencia. Circuló no sólo en Chile, sino en otros países del
cono sur hasta entrado el siglo siguiente. Continuando el método narrativo y la
estructura que privilegiaba la Conquista y la Independencia por sobre la Colonia,
Barros Arana fija una interpretación paradigmática de la historia de Chile al revertir la
pobreza colonia en su gran fortaleza: haber sido la colonia española más pobre, lejana y
abandonada "fue causa de que Chile recibiera una herencia menor de vicios i de
corrupción, i de que al constituirse como república independiente, se viera libre de muchas
de las llagas que han demorado la organización de los otros pueblos del nuevo mundo
"(Barros Arana, Compendio...). Si Chile se "adelantó a todas sus hermanas", fue por la
obra de algunos "espíritus superiores" conocedores de las teorías políticas y sociales que
demostraban la diferencia entre una oscura colonia y un pueblo independiente.
Ellos condujeron y conquistaron a los grandes propietarios agrícolas, cuyo poder y
prestigio dominaba a toda la población, para realizar la revolución. Por ello ésta se
hizo en orden, sin "anarquía popular" ni "desenfreno de las masas". Luego del
período propiamente militar de la revolución, concluido en 1826 con la conquista de
Chiloé, "la colonia más pobre i más oscura de la España en el Nuevo Mundo, pasó a ser
una república independiente, que más feliz que casi todas sus hermanas, ha aprovechado su
libertad para desarrollar los jérmenes de su riqueza, i para alcanzar un grado de
prosperidad que sin duda no se imajinaron los padres de la independencia" (Barros
Arana 344).

Barros Arana escribió su texto en el momento en que se perfilaba el conflicto


entre clericalismo y laicismo. Su interpretación era claramente liberal y atribuía a
ese ideario el progreso que vivía el país.
En la medida en que el conflicto se agudizó, la Iglesia vio la conveniencia de
escribir sus propios textos para los seminarios y colegios católicos. Fue así como
en 1875, Esteban Muñoz Donoso publicó para ese objeto su Compendio de historia
de América y Chile con el mismo método y estructura de los textos anteriores,
esbozando una línea interpretativa elocuente de los consensos y disensos dentro de la
élite dirigente chilena. También para Muñoz entre la etapa precolombina, la
conquista y la independencia había una línea ascendente de progreso; pero destaca
más que los anteriores la codicia y la crueldad de los españoles frente a la cual
resalta la labor bienhechora de la Iglesia en defensa de los indígenas. Muñoz
distingue la influencia bienhechora de la Iglesia en todos los ámbitos, del despotismo
español que había marginado a los criollos de los cargos públicos y de las ventajas
del comercio. Su interpretación es favorable a la República y ve en la Independencia
"la reivindicación de los derechos del americano por tanto tiempo conculcados, la justicia
de Dios castigando a pueblos i gobiernos culpables" (Muñoz Donoso 269). Pero no todos
los pueblos habían sabido hacer buen uso de la libertad, pues se habían sumido en
guerras civiles y estaban dominados por la ambición despótica de caudillos. Chile
era, nuevamente, una gran excepción, pues "el patriotismo y el buen sentido nacional
elevaron luego a hombres serios i capaces de hacer la felicidad de la patria" (Muñoz
Donoso 431). Si Chile había caminado por la senda del progreso era porque la
religión había sido respetada y la Iglesia continuaba ejerciendo su rol bienhechor
sobre la sociedad. Libertad y religión habían sido compatibles, y por ello, Chile
había recorrido un camino distinto al de las naciones del Continente.

El texto de Muñoz demuestra que, aunque por razones diferentes, tanto liberales
como conservadores compartían una visión progresista de la historia que culminaba en
la República y fijaban allí la peculiaridad de la identidad chilena(7).

Coincidían en que el elemento distintivo de la historia de Chile era ser el país


que más exitosamente había logrado encarnar los principios de la Independencia.
Ello definía la identidad chilena, una identidad republicana.

Creemos que estos dos textos fijaron una matriz de la interpretación de la


historia de Chile que fue poderosa en forjar la autoimagen de la clase dirigente
chilena del siglo XIX y que a través de la escuela se diseminaría hacia las otras
clases sociales.

Los textos aparecidos en las dos últimas décadas del siglo se basaban
principalmente en Barros Arana y la novedad que en ellos se aprecia estuvo en la
creciente importancia que pasaron a tener los aspectos pedagógicos', fruto de la
influencia de la pedagogía alemana introducida en Chile en ese período(8).

Las transformaciones en el cambio de siglo


Los años del cambio de siglo están marcados por profundas transformaciones en el
ámbito educacional. Estas se habían iniciado en tiempo del Presidente José Manuel
Balmaceda, quien, aprovechando la riqueza que las exportaciones de salitre
proporcionaron al Estado, inició una tarea de grandes proporciones, construyendo escuelas
primarias, liceos y escuelas técnicas a lo largo de todo el país. Fue entonces cuando se
emprendió también una reforma cualitativa de la educación al introduc irse nuevos conceptos,
técnicas y métodos de enseñanza. En este último aspecto, la fundación del Instituto
Pedagógico dependiente de la Universidad de Chile constituye un hito en la historia de la
educación chilena.

El Instituto abrió sus puertas en 1889 y con él se inició la modernización de la


enseñanza primaria y secundaria nacional. Hasta entonces, los profesores se elegían
entre profesionales destacados: médicos, abogados, ingenieros y personalidades de las
letras, las ciencias y la política. Sin embargo, ellos no poseían los conocimientos
pedagógicos indispensables en un profesor, limitando su quehacer a fa tarea de fiscalizar
la repetición de textos aprendidos de memoria por sus alumnos, supliendo sus carencias
con lecciones de gran vitalidad, la misma que les daba la práctica de sus profesiones y
trabajos habituales.

A la acción del Pedagógico, cuya influencia habría de prolongarse por muchos


años, se sumó la incorporación de una gran cantidad de estudiantes, de los más variados
sectores sociales, al sistema educacional y la integración de la mujer al mismo,
provocando un cambio en la estructura de la población escolar y un cuadro de
aspiraciones educacionales que obligó al sistema a ampliar sus capacidades y reorientar
sus objetivos.

Como consecuencia de las transformaciones producidas, a comienzos de siglo


afloraron las limitaciones más graves que la educación chilena presentaba. Estas eran
fundamentalmente dos: su carácter altamente selectivo y su escasa capacidad de
preparación para la vida económica y social del país. Surge entonces (décadas de 1900 y
1910) la idea de readecuar los objetivos y contenidos de la educación nacional.

En cuanto al papel de la educación en la vida nacional, se precisó que ella tenía la


función social de entregar los elementos necesarios para el desarrollo del individuo, a la
vez que prepararlo para que coopere al desenvolvimiento general del país, convirtiéndose
así en un instrumento de transformación social y económica. Respecto de sus objetivos, se
estableció que debía contribuir al desarrollo, entregando contenidos que estuvieran más
acordes con las necesidades de un país que, entonces, requería de ciudadanos
capacitados para la vida del trabajo.
La educación intentaba adecuarse a la realidad del Chile de los años veinte. Un país
que, desde el punto de vista político, manifestaba los síntomas del agotamiento del modelo de
sociedad liberal encabezado por la oligarquía tradicional; que en el plano económico
sufría los efectos de su dependencia económica y que evolucionaba de una economía
agrícola a una industrial; que en el ámbito social veía consolidarse a los grupos medios
como clase y como alternativa de poder, a la vez que apreciaba los primeros intentos del
proletariado por acceder a una mayor participación en el quehacer nacional. En definitiva,
una nación en medio de un acelerado proceso de transformación social, con una gran
inestabilidad económica, en proceso de revisión de sus instituciones políticas y de
cuestionamiento y reorientación de algunas de sus instituciones fundamentales como el
sistema público de educación.

En un ambiente de cuestionamiento y cambios, no debe sorprender que la enseñanza


de la historia nacional buscara nuevas orientaciones y propósitos, los que también se
reflejaron en los textos escolares de la especialidad. A partir de 1906 se publicaron
numerosos textos escolares de historia de Chile, todos los cuales, de una u otra manera,
buscaban adecuar la enseñanza de la historia al desenvolvimiento experimentado por el
país y a los avances de la ciencia histórica y de los métodos pedagógicos.

La mayor parte de los autores de los nuevos textos se habían formado en el


Instituto Pedagógico y desarrollaban o habían desarrollado una destacada carrera profesional
en el ámbito de la educación pública. Compartían también, salvo por una excepción, un
origen social común. Eran parte de esa clase media nacional que se había formado al
amparo del Estado y gracias al sistema de educación implantado por éste. Pertenecían al
sector social que en la década de 1920 reemplazaba a la aristocracia tradicional en la
conducción de la nación.

En sus textos escolares de historia de Chile, autores como Luis Galdames, Domingo
Amunátegui Solar, Vicente Bustos Pérez, Salvador González Ferrus, Octavio Montero
Correa, César Barahona, Luis Pérez y Armando Pinto, reflejaron las nuevas tendencias
educacionales que ponían mayor énfasis en los métodos de enseñanza, en la psicología y
en las técnicas didácticas.
Incorporaban también, o más bien lo intentaban, algunas de las nuevas tendencias
historiográficas, de tal forma que su objetivo era no sólo dar a conocer la obra de los
gobernantes y las guerras, sino, además, hacer una relación de todas las actividades de la
vida nacional. En este sentido, la aspiración de los autores se frustró al no existir
entonces estudios monográficos suficientes y adecuados
sobre la historia económica, social y cultural de Chile que les hubieran permitido.
como ocurriría décadas más tarde, incorporar esos temas al contenido de sus textos.

Insertos y formados en una época de cuestionamientos y cambios, estos autores


abordaron en sus libros la historia reciente, buscando en el relato de los problemas y
convulsiones sufridas por el país entre 1891 y 1932, las experiencias y las
enseñanzas que permitieran a los chilenos evitarlas en el futuro.

De entre los numerosos libros publicados sobresalen, tanto por el prestigio de


sus autores como por la calidad, la difusión y vigencia que tuvieron, el Estudio de la
historia de Chile, de Luis Galdames, y la Historia de Chile, de Domingo Amunátegui
Solar.

Luis Galdames era un típico representante de los grupos medios. Había


nacido en 1881 en las cercanías de Santiago, ciudad a la que llegó para ingresar al
Pedagógico, del cual egresó con el título de Profesor de Historia y Geografía, en
1900. Junto con el siglo, inició una brillante carrera de educador que lo llevó a
desempeñarse en prestigiosos centros de enseñanza fiscal y en altos cargos de la
administración educacional pública. En 1906 publicó la primera de sus obras, a la
que habrían de seguir numerosas otras de carácter histórico y pedagógico que, junto a
su trayectoria docente, habrían de convertirlo en uno de los más destacados educadores
chilenos de la primera mitad del siglo.

Su Estudio de la historia de Chile, publicado en dos tomos entre 1906 y 1907 y


reeditado por primera vez en 1911 en un solo volumen, tenía como propósito fundamental
"dotar a los estudiantes del ramo de un manual de lectura histórica", a la vez que "suplir
el vacío que aún existe entre nosotros, de un libro breve que resuma la vasta investigación
circulante sobre nuestro pasado y permita a cualquiera persona adquirir un conocimiento
general y sintético de la historia chilena" (Galdames II1-IV).
Como todo manual de historia nacional, el texto abarcaba el acontecer desde las
primitivas poblaciones chilenas, hasta la historia más reciente, mostrando, además de
los hechos políticos y militares, otras actividades sociales, aquellas que en opinión del
autor "labran la cultura y el bienestar públicos y forman y modifican las costumbres".
Repasaba también las ideas, "que dan fuerza y prestigio al Estado, que constituyen la vida
estable de la nación entera" en un afán por dar a conocer aquellas actividades que, sin
ruido y exhibición ninguna, habían contribuido a la formación de la nación. Galdames
concebía la historia de Chile como el resultado de "una labor colectiva, constante y
silenciosa; de tal manera que en su opinión, "circunscribir la historia a los actores del
gobierno ya los ciudadanos que ejercen el poder político" era "falsearla desde su base";
de ahí su intento por mostrar a los diferentes grupos y sectores sociales que habían
formado parte de la historia nacional, algunos de los cuales sólo en las últimas
décadas habían asumido un papel más destacado.

Así planteadas las cosas, la historia tenía la misión educativa de "rastrear


nuestros orígenes como pueblo, medir las dificultades que se han opuesto en otras
épocas a cada paso de la civilización, poner de relieve los factores que más impulso
han dado a la nacionalidad y observar, a la vez, todas las manifestaciones de la
vida", en un estudio que daría fuerza al espíritu, despertando en él anhelos generosos de
perfeccionamiento, confianza en las energías propias y que, en suma, nos haría "amar
más y servir mejor la nación que otras generaciones han amado y servido en bien
nuestro" (Galdames VII-VIII).

La historia asumía así una función formativa de la personalidad, transfor-


mándose en lección constructiva para las nuevas generaciones, en instrumento para
estimular el desenvolvimiento nacional.

El texto de Galdames tuvo éxito inmediato. Fue juzgado elogiosamente como un


texto de estudio nuevo y original, tanto por su método —más crítico y sociológico—y
su composición, como por la forma en que desarrollaba sus materias, reflejo del
pensamiento racionalista, del credo nacionalista y del carácter pragmático de su
autor. Desde su publicación, la obra tuvo múltiples y sucesivas ediciones, algunas de
ellas en el extranjero, transformándose en el manual de historia de Chile más
difundido entre los escolares chilenos que cursaron estudios en la primera mitad del
siglo.

Uno de los méritos de la labor de Luis Galdames fue la de contribuir a


resaltar la importancia de la historia de Chile como asignatura específica en la
enseñanza, señalando así la lección constructiva que se derivaba del conocimiento de
nuestra evolución y desarrollo colectivo, sentido y propósito que otros autores de
manuales también contribuyeron a delinear.
Es el caso de Domingo Amunátegui Solar, destacado educador político, historiador y
hombre público, quien, al igual que Galdames, desempeñó importantes cargos en la
administración educacional, llegando a ser director del Instituto Pedagógico, rector
de la Universidad de Chile y Ministro de Instrucción Pública en más de una
ocasión. Heredero del liberalismo reformador del siglo XIX, había iniciado su
trayectoria como educador en el recién creado Pedagógico, institución en la que se
distinguió por sus afanes reformistas y modernizadores en materia de enseñanza,
buscando conformada a la psicología y realidad nacional. Junto con Luis
Galdames, Domingo Amunátegui se transformó en uno de los clásicos tratadistas
escolares de nuestra historia, sitial que alcanzó, entre otras razones, gracias a su
manual Historia de Chile, publicado en dos tomos en 1933.

El texto era un "libro destinado a la enseñanza sistemática de la historia


patria", a través del cual, el autor pasaba revista al acontecer histórico nacional
desde sus orígenes hasta 1932. Siguiendo la tendencia ya señalada en Galdames,
Amunátegui también concibió la historia como la obra colectiva de un pueblo, de
ahí su afán, frustrado, por incorporar en ella a los sectores medios y populares. Al
igual que el primero, encontró en su conocimiento una guía, un instrumento para
mejorar la situación de la nación a través de la "deducción de las leyes que han
presidido el desenvolvimiento de nuestro país" (Galdames 5).

Liberal convencido, progresista por doctrina, Domingo Amunátegui, a diferencia


de los autores del siglo XIX y de algunos de su época, no veía en la historia nacional
un proceso de perfeccionamiento incesante. En su obra comienza a delinearse ya
una visión de la historia de Chile que en el futuro habría de tener muchos cultores, la de
la decadencia nacional en el siglo XX. Refiriéndose a las primera décadas del
actual siglo, habla de las "perturbaciones del orden público", de "los gobiernos
dictatoriales", de las "asonadas de cuartel" que han "venido a interrumpir la marcha
ordinaria de nuestras instituciones", del "desastroso estado de la hacienda pública", de
la "anarquía política", añorando "los buenos tiempos de la vida nacional", es decir
los del siglo XIX en que gobernaba la aristocracia.

Para este autor, y así lo expone en su obra, "el gobierno aristocrático que nos
legó España no ha estorbado la evolución republicana ni ninguno de los progresos
que han ido estableciendo la igualdad civil". De esta forma, y por la comparación con
la situación de orden, estabilidad y progresos existentes en el pasado siglo, las
primeras décadas del actual resultaban anárquicas desde el punto de vista político y
social y desastrosas en el plano económico (Amunátegui Solar, Tomo I, 170 y Tomo
II, 252).
Todavía más, Amunátegui presenta la figura de Diego Portales —a quien la
historiografía tradicional ha atribuido la organización de la república entre 1830 y
1837— en términos positivos, por "haber comprendido que en el estado de
desorganización del país —antes de 1830- , se requería un gobierno fuerte, y que para
establecerlo debía entregarse la dirección de los negocios a la clase aristocrática -
(Amunátegui tomo II, 292). Así, sus planteamientos adquirían gran actualidad
desde el momento en que, al escribir su obra, muchos pensaban que el país
nuevamente atravesaba por una situación similar a la existente antes de 1830 y que
el remedio era el mismo aplicado por el ministro Portales, un régimen autoritario
fundado en los sectores tradicionales desplazados del poder en 1920, idea que con el
correr del tiempo habría de ir ganando adeptos. (9)

El mi t o de l a decadenci a naci onal

La idea de la decadencia nacional en el siglo XX se fue expandiendo entre los


autores de textos escolares de historia a medida que avanzaban los arios y los grandes
problemas económicos y sociales del país no tenían una solución eficiente y rápida.
De esta manera, una de las características de los manuales publicados hasta la
década de 1960 fue la de sostener esa visión de la historia nacional, resaltando por
el contrario la obra de los gobiernos conservadores y aristocráticos del siglo XIX,
época de grandes adelantes materiales, éxitos internacionales, progresos culturales e
intelectuales y expansión nacional en general.

En efecto, para los autores de textos escolares de historia de Chile que se


publican a partir de los años 30, el presente siglo representaba una época de
conflictos, de crisis y de cuestionamiento de los valores tradicionales que habían
contribuido . a la grandeza nacional en la pasada centuria.

Impresionados por las alteraciones del orden político y social y las difi-
cultades económicas por que atravesó el país en las primeras décadas del siglo, y
que ellos habían sufrido, valoraron en sus obras los años de estabilidad y progreso
vividos bajo la conducción de los sectores conservadores y aristocráticos. De esta
manera, la llegada al poder de la clase media, en los años 20, coincidía con el
inicio de un proceso de decadencia nacional cuyo progreso se trataba'de evitar a
través de la enseñanza de una historia cuyo paradigma resultaba ser el régimen
autoritario-progresista instaurado por Diego Portales en 1830.
Desde otro punto de vista, en la obra de estos autores se aprecia un estancamiento en
relación con el método y la concepción de la historia presente en sus textos. En
ellos ya no aparece con tanta fuerza la noción, planteada por Luis Galdames y
Domingo Amunátegui, de que la historia era una obra colectiva y que en ella no
sólo importaban las acciones de gobernantes y militares, debiendo el estudioso del
pasado ocuparse también de los fenómenos sociales en general y de quienes
contribuían a su existencia.

Al igual que los historiadores del siglo XIX, los nuevos tratadistas utilizaron la
narración cronológica como método, resultando sus obras una verdadera crónica del
pasado nacional, en la que los personajes son quienes hacen historia. Sin embargo, a
diferencia de los primeros, éstos no profesaban la ideología liberal como posición
ideológica. Más bien, al menos en su visión histórica, se acercaban a los sectores
conservadores e hispanistas, que habían hecho su aparición entre 1920 y 1940,
reaccionando frente a las transformaciones sociales y políticas ocurridas en el país
por esa época.

Contribuyó también al positivismo de estos autores la permanencia de una


estructura educacional anticuada que, pese a a los esfuerzos por adecuarla a la realidad
del Chile del siglo XX, persistía en su carácter tradicional. Esto se reflejaba en los
fines, métodos y técnicas educacionales vigentes, desvinculados de los intereses de la
sociedad, al ponerse énfasis en el dominio instrumental e informativo de las materias,
en desmedro de los aspectos formativos necesarios para la constitución del carácter y
la preparación de un individuo apto para enfrentar la vida del trabajo y contribuir al
desarrollo del país.

Entre los numerosos autores que contribuyeron a divulgar el mito de la


decadencia nacional en el siglo XX, el más destacado, por la influencia y proyección
de su obra, fue Francisco Frías Valenzuela.

Profesor de historia y geografía formado en el Pedagógico, Frías Valenzuela se


desempeñó como docente en algunos de los más prestigiados establecimientos de
educación pública de Santiago, experiencia que unida a su erudición y capacidad
didáctica, le permitió, en 1933, iniciar la publicación de textos de historia y
geografía, tanto de Chile como general.

Entre 1947 y 1949 aparecieron los cuatro tomos de la Historia de Chile y más
tarde su Manual de historia de Chile. Gracias a estas y otras obras sobre historia
general, Francisco Frías Valenzuela se transformó en el principal divulgador de la
historia nacional y general a nivel escolar de la segunda mitad del siglo. Sus obras,
desde su aparición, han tenido numerosas y sucesivas ediciones, incluso luego de su
fallecimiento en 1977 y hasta el día de hoy (10).
La Historia de Chile tenía como fin, en palabras de su autor, "colocar al alcance del
público el estado actual de la investigación y de la interpretación de la historia
nacional". informando "sobre los problemas de nuestra evolución a aquellos que no
pueden beber el conocimiento de nuestro pasado en la ya abundantísima literatura histórica
chilena". Sólo era "un ensayo de síntesis histórica", en el cual se abordaban
"separadamente los problemas fundamentales, aunque sin descuidar el entrelazam iento
que necesariamente ha debido existir entre todos ellos" (Frías Valenzuela, Tomo I, 5).

Siguiendo el esquema de la Historia Jeneral de Chile que Diego Barros Arana


había publicado entre 1884 y 1902 y la Historia de Chile de Francisco Antonio Encina
editada entre 1938 y 1952, y sirviéndose de ambas, con una extraordinaria capacidad de
síntesis, Frías Valenzuela organizó su texto sobre la base del relato cronológico del
acontecer nacional, parcelando la historia de acuerdo con la acción de los personajes, de
los gobiernos y de los hechos políticos y militares, incluyendo al final de cada período
histórico, un resumen del acontecer económico, social y cultural.
Con un criterio que por décadas se consideró muy pedagógico, expone clara y
llanamente los hechos, unos tras otros, enlazados por relaciones de causa-efecto inmediatas y
parciales, abarcando así desde "los orígenes" hasta el triunfo de "la izquierda en 1938",
en" definitiva, "un inventario de todo aquello que a ciencia cierta sabemos sobre
nuestro pasado y presente" (11).

La visión de la historia de Chile que Frías Valenzuela expuso en su texto se


centraba casi exclusivamente en hecho políticos y militares. Los sucesos políticos:
constituciones, revoluciones, guerras, cambios de gobierno, ministerios, todos ordenados
cronológicamente, ocupan la atención del lector. La sucesión de los gobiernos y sus
respectivas obras constituye lo esencial, transformándose la historia en una simple
ordenación cronológica de hechos aislados, que los alumnos debían aprender y memorizar,
de acuerdo con las nociones educativas entonces imperantes.

Desde otro punto de vista, la historia que se presentaba era la de Ijs sectores altos de
la sociedad, una historia capitalina y gubernativa, en la que los grupos que no
pertenecían a dicho estrato social, que no participaban del gobierno y que no habitaban
en la capital, no tenían figuración. Es una historia basada en la acción de personajes y de
héroes, resultando que extensos períodos del desarrollo nacional se caracterizan en función
de tal o cual personaje, los que incluso otorgan su nombre a los mismos.
Se muestra también la historia del país como una historia en permanente inicio y término.
En constante movimiento entre opuestos. De esta manera se habla de la Conquista, de la
Colonia y de la República como etapas encerradas en sí mismas, con un comienzo,
un desarrollo y un fin, sin mayor relación entre ellas. En el período republicano se
habla de la Patria Vieja, la Patria Nueva, la Anarquía, la República Conservadora y
la República Liberal, mostrándose como el país pasaba de una a otra etapa, algunas
opuestas entre sí, sin detenerse a considerar los elementos de continuidad existentes.

En este contexto, el único hilo conductor que es posible advertir en la obra de


Frías Valenzuela, como en la de los autores de su "generación", es la trayectoria de
una república hacia su decadencia, concepción que en la actualidad todavía tiene
vigencia entre los chilenos, pese a los esfuerzos que, como consecuencia de los
cambios operados en el país, de la evolución de la ciencia histórica y de las
reformas educacionales implementadas a partir de 1965, han realizado algunos autores
por revertirla.

La historia de los grandes procesos

El Chile de la década de los 60 era un país que comenzaba a sufrir los efectos
de un proceso de consolidación democrática y desarrollo industrial que, si en el
campo político había logrado importantes avances al incorporar a cada vez más
sectores sociales al quehacer nacional, en el económico y social no había sido capaz
de satisfacer las aspiraciones de todos los grupos que formaban la nación.

En este contexto, y como una forma de superar los problemas creados por la
profundización de la democracia, se formularon planificaciones globales, una por
cada sector político en que se dividía la sociedad, a través de los cuales se creyó que
sería posible corregir los desequilibrios existentes y lograr el crecimiento rápido de la
economía. Se pensó que sólo a través de reformas estructurales, como la reforma
agraria y la reforma educacional, el país podría superar la condición de
subdesarrollo en que se encontraba.
Paralelo al desenvolvimiento nacional y como consecuencia del mismo y de las
influencias del exterior, la historiografía chilena presentaba en los años 60 una faz
renovada. Una nueva generación de historiadores, formados en el Pedagógico en las
décadas del 30 y del 40, habían comenzado a mostrar sus trabajos en los que
aplicaban nuevos métodos y ampliaban los temas objeto de preocupación histórica.
Influidos por la escuela estructuralista francesa y estimulados por los problemas que
el país enfrentaba en su proceso de democratización y desarrollo económico, se
habían abierto a los asuntos económicos y sociales, incorporándolos como objeto de
investigación.

Buscando el sentido de la historia, la comprensión de los hechos, más que el


relato cronológico de los mismos, identificando las grandes tendencias y procesos que
viven los pueblos, la generación de historiadores profesionales del Pedagógico
abandona definitivamente la historia cronológica, gubernativa, anecdótica, aris-
tocrática, capitalina, localista, heroica y biográfica que caracterizaba a la historia
tradicional, iniciando una nueva etapa de la historiografía nacional que, además,
vino a coincidir con una reforma educacional de grandes proporciones.

En efecto, la educación chilena, que en 1960 todavía presentaba algunos de


los problemas que se habían señalado a comienzos del siglo, como programas
educacionales desvinculados de la realidad nacional y la dificultad de acceso del
nivel primario al secundario y superior, fue objeto, a partir de 1965, de un profundo
proceso de adecuación a la realidad nacional, modernizándola y democratizándola,
transformándola en un instrumento del desarrollo económico y social, en agente de
la formación de una personalidad democrática y productiva y de un ciudadano
consciente de su papel en una sociedad en expansión.

La Reforma Educacional de 1965, basada en los principios de educación para


todos; formación integral y responsabilidad social; formación para la vida del
trabajo y el de educación como tarea de toda la vida, representó así la culminación de un
proceso iniciado a fines del pasado siglo, a la vez que el comienzo de una etapa
caracterizada por la concepción de la educación como un sistema relacionado con otros
sistemas, como el social, económico, político y cultural, de manera que fuera una
herramienta eficaz y a la vez motor del desarrollo del país.

En este contexto, desde entonces, se introdujeron nuevos métodos, técnicas y


contenidos educacionales, los que en el ámbito de la enseñanza de la historia
vinieron a coincidir con la renovación experimentada por la historiografía, todo lo
cual se reflejó en los textos escolares y en la visión de la historia de Chile que
éstos contenían.
La conjunción de ambos elementos se produjo en el Centro de Perfeccionamiento,
Experimentación e Investigaciones Pedagógicas, organismo de naturaleza académica
creado en 1967 para contribuir al perfeccionamiento del magisterio, la innovación
curricular y la investigación pedagógica, en cuyo Comité de Ciencias Sociales e
Históricas confluyeron expertos educacionales con algunos de los historiadores que
contribuian a renovar la ciencia histórica en el país. Fruto de la labor de estos
especialistas fue la aparición de textos de enseñanza de la historia nacional, en los
que se recogían las nuevas tendencias educacionales e históricas.

Los nuevos manuales, que se proponían modificar completamente el tipo de


obra utilizado hasta entonces en la enseñanza, incorporaban los últimos resultados de la
investigación y las interpretaciones modernas de la historia, poniendo énfasis en los
conceptos más que en los datos. En ellos se incluían también actividades, controles de
comprensión y ejercicios, con un criterio educacional integral, pues no solamente se
procuraba entregar conocimientos, sino también desarrollar aptitudes en el estudiante.
Fruto de las concepciones históricas modernas que se aplicaban, la historia nacional
aparecía conceptualizada en función de los fenómenos históricos ocurridos en América
y Europa, y como la consecuencia de una acción colectiva en la que participaban
todos los miembros de la sociedad (12).

Entre los autores que por entonces iniciaron la elaboración de textos escolares de
historia de Chile de acuerdo con las nuevas tendencias, Sergio Villalobos es sin
duda el más destacado, por ser sus manuales los más difundidos y apreciados hasta el
día de hoy. Sus libros, tanto para la Educación Básica como Media son los más
conocidos por las últimas generaciones de estudiantes del país, a lo que sin duda ha
contribuido el hecho de que, desde su publicación a partir de 1969, han sido
considerados por el Ministerio de Educación material auxiliar de la enseñanza y
distribuidos en las escuelas y liceos públicos de todo el país.

En ellos se reflejan las nuevas orientaciones históricas y educacionales de las


que Villalobos es representante. De acuerdo con su concepción histórica, pone énfasis
en los aspectos generales que explican los cambios en el largo plazo, en lugar del
relato cronológico atiborrado de datos al estilo del manual de Frías Valenzuela. En
esta línea, la historia económica, la social y la cultural forman parte integrante de
sus contenidos, superando así ese carácter de agregado a la trayectoria básicamente
política y gubernativa de los textos anteriores.

Sin prescindir de la narración informativa esencial, pero considerando la


proyección general de los hechos masivos, anónimos y espontáneos, que conforman la
trayectoria de una sociedad, Villalobos entrega "más que los datos, que hablan a la
memoria, los conceptos, que hablan a la inteligencia", reclamando para la historia un
"papel auténtico en la cultura", transformándola en una "disciplina que ayuda a pensar
y formar el criterio" (13).
Entendiendo la historia como una ciencia social y humanística, - cuyo fin es
interpretar el pasado y extraer una enseñanza", los textos de este autor ponen énfasis en el
pensamiento que sintetiza, descubre líneas generales e interpreta; incentivando al alumno a
ordenar sus conocimientos, comparar, discurrir y obtener conclusiones, es decir, a ejercitar su
inteligencia más que su memoria. Es la historia concebida como experiencia válida, real y
útil en la medida que da sentido a los hechos, que los interpreta y que gracias a ello
obtiene un grado de generalidad, creando ideas y abstracciones, lo que, en último término,
permite enriquecer el pensamiento y formar el criterio de las personas, proyectándolas
hacia adelante, hacia el futuro.

Aplicadas estas concepciones a la historia, la visión de la historia de Chile que


apreciamos en los textos de Sergio Villalobos es la de la nación en su totalidad, la historia
del pueblo chileno, de los grandes procesos que lo configuraron y que más tarde han
hecho posible su evolución económica, social, cultural y política, en el sentido —
sostenemos— de una mayor democratización de sus instituciones.

Así planteadas las cosas, Villalobos rompe con la periodificación tradicional de


nuestra historia, planteando una más comprensiva de la realidad nacional. En las etapas
que presenta, que abarcan desde "los primeros pueblos" hasta la "historia reciente", existe
continuidad, todo forma parte de la trayectoria nacional, unas generaciones aportan a las
otras, todas han contribuido a la creación de la realidad histórica nacional y todos sus
integrantes son responsables de ella, especialmente quienes hoy, los lectores de sus textos,
son los protagonistas del proceso histórico.

De esta manera, la historia nacional ya no es la trayectoria de una decadencia, ni obra


exclusiva de un sólo sector social, por el contrario, ella está marcada, creemos, por una
tendencia hacia normas de convivencia cada vez más amplias y plurales, y de mayor
justicia social y económica, en que el protagonista es el pueblo chileno en su conjunto y
que, por lo tanto, hace partícipe también a quienes estudian esa historia,
comprometiéndolos con el destino nacional.

Esta visión de la historia de Chile se vio enfrentada, a poco de formularse, a una


realidad que no contribuyó a su divulgación y comprensión por parte de los escolares
chilenos. El golpe militar de 1973 parecía desmentir la visión de la historia que los
textos de Villalobos presentaban; y los rumbos que la educación chilena tomó a partir de
entonces no facilitaron el entendimiento de ellos. Por el contrario, las nuevas
circunstancias revalidaron concepciones históricas y métodos educativos tradicionales.

Las nuevas circunstancias políticas que el país comenzó a vivir a partir de


1973, con la instauración del régimen militar, repercutieron en la educación nacional y
en la enseñanza de la historia de Chile.

El gobierno autoritario favoreció las interpretaciones más conservadoras y


tradicionales de la historia de Chile, reanimando la visión de la decadencia nacional
en el siglo XX —cuya máxima expresión sería el gobierno de Salvador Allende—
y valorando la acción de los gobiernos conservadores y autoritarios del siglo XIX,
surgiendo, nuevamente, la figura de Diego Portales como el paradigma a seguir por
los hombres del nuevo régimen.

Otro elemento que se valoró en estos textos fue la acción de los militares a lo
largo de nuestra historia. En ellos, las guerras que el país había sostenido y
vencido en el siglo XIX adquieren una connotación superlativa, satisfaciendo así
las orientaciones de los nuevos programas educacionales entre cuyos objetivos se
encontraba el de presentar a las fuerzas armadas como una de las instituciones
fundamentales de la nación.

Buscando afirmar los que se postulaban grandes valores nacionales, como el


orden y la estabilidad, a la vez que diferenciarse del resto de las naciones del
Continente, estos textos dejaron de lado el concepto de una integración americana
planteado en la década de 1960, volviendo a una historia localista y nacionalista que
presentaba a Chile como una excepción en el concierto de las naciones
latinoamericanas.

Fue en este ambiente donde aparecieron o se reeditaron obras que sostenían


aquella concepción de la historia nacional. Entre ellas, los manuales de Gonzalo
Vial Correa y Frías Valenzuela representan más acabadamente este resurgimiento de
la visión tradicional (Vial Correa y Frías Valenzuela, Nuevo Manual).
En el caso de los textos de Francisco Frías Valenzuela, en las nuevas ediciones del
Manual de historia de Chile —verdadero resumen de la historia de Chile—publicadas
en la década de los años 80, la obra se ha ampliado abarcando hasta el golpe militar
de 1973 —"intervención militar" en el texto—, mostrando la evolución nacional como la
historia del progresivo deterioro de la convivencia política y social y el desastre
económico y financiero, concluyendo que el 11 de septiembre de 1973 "a los hombres
de armas ya no les quedaba otro camino, después de sujetarse mucho tiempo, que
intervenir para poner término al caos en que se hallaba sumido el país" (Frías
Valenzuela, Manual 491).

A pesar de que los planteamientos de los autores arriba citados contaban con
las simpatías del mundo y discurso oficial, su visión de la historia de Chile siguió
enfrentándose a la formulada hacia fines de la década del 60, que algunos nuevos
tratadistas comenzaron también a difundir en textos editados a partir de 1986. Este
es el caso de la obra de Raúl Cheix y Jorge Gutiérrez Conociendo mi tierra y mi
gente que, en dos volúmenes, estaba destinada a los últimos años de la Educación
Media.

En el título se aprecia el carácter que los autores, ambos profesores de historia y


geografía, dan a sus manuales. Se trata de comprender la historia nacional como un
proceso de continuidad y cambio en los más variados ámbitos de la vida del país,
intentando favorecer el desarrollo de un pensamiento reflexivo. Al contrario de los
más arriba citados, recogían los avances de la historiografía, planteando en sus
obras los últimos resultados de la investigación histórica, los cuales en algunos casos
cambiaban radicalmente algunas de las concepciones históricas tradicionalmente
aceptadas por los chilenos. En definitiva, se unían a aquella visión de la historia de
Chile de los grandes procesos, aún cuando en sus textos, y a consecuencia de las
exigencias de los programas oficiales, es posible encontrar elementos propios de la
visión tradicional.

De esta forma, en los últimos años de la década del 80 convivieron textos con
estas dos visiones de la historia nacional: la tradicional y la de los grandes procesos,
con todo lo que ambas representaban. Era una manifestación, a nivel de la
enseñanza de la historia, de la existencia de dos concepciones, dos proyectos de país
que se enfrentaban en la sociedad y cuyo futuro estaba delineado por su pasado.

El regreso a la democracia significó, en el plano de los textos de historia de


Chile para el nivel escolar, una reafirmación de la historia de los grandes procesos.
Aquella protagonizada por la sociedad toda y que asume problemas de la progresiva
extensión de las formas democráticas de organización a todos los sectores de la vida
nacional, tal como se concibe en los únicos textos de historia aparecidos desde 1990 a la
fecha, la serie Historia y geografia hoy, para los últimos cursos de la Educación Básica
(Cruz y Sagredo).
REFERENCIAS

1 Para un amplio panorama sobre los orígenes de la historiografía chilena


y los contenidos de la polémica, ver el libro de Allen Woll.
2. Las dos memorias presentadas por Lastarria fueron: Investigaciones sobre la influencia social de la
conquista i del sistema colonial de los españoles en Chile (1844) y Bosquejo histórico de la
constitución del gobierno de Chile durante el primer período de la Revolución desde 1810 hasta 1814
(1847). Los dos artículos más importantes de Andrés Bello sobre la materia fueron: "Modo de escribir
la historia" y "Modo de estudiar la historia", aparecidos en El Araucano el 28 de enero y el 4 de
febrero de 1848. Sobre la polémica, ver Feliú Cruz (1966), Villalobos, Historia del pueblo chileno (I,
10-24), Subercaseaux (73-105), Gazmuri (325-352).

3. No sabemos el año exacto en que se abrió; pero Andrés Bello en su Memoria correspondiente al año 1854,
señala que en el Instituto Nacional se estudiaba historia sagrada, antigua, romana, medieval, moderna, de
América y de Chile. "Memoria...1849-53" (3-21).
4. Allen Woll (160-161). También se enseñaba la historia de Chile en la escuela primaria y formaba parte del
curriculum de la Escuela Normal de Preceptores.
5. Sobre la estrecha relación entre la enseñanza de la historia y el nacionalismo en México, ver Vázquez.
6. López describe el estado de los araucanos al llegar los españoles, sus costumbres, organización, etc., en
cuanto contribuyen a comprender la obra española. Necesario es recordar que el mismo año Domingo
Faustino Sarmiento publicaba también en Chile su obra Facundo. Civilización y barbarie. La
Universidad no compartió la tajante separación de razas hecha por López por desconocer la existencia
de la raza mestiza (Woll 154).
7. El texto de Muñoz fue duramente criticado por la prensa liberal por sostener que la Inquisición había
sido benéfica para América. A pesar de ello, había coincidencias entre ambas interpretaciones que la
disputa política oscurecía.
8. Ver, por ejemplo, Bañados Espinosa, Valdés y Domingo Villalobos.
Esta valoración del siglo XIX y de la acción de la aristocracia en el poder, tuvo en Alberto Edwards y
su obra La fronda aristocrática publicada en 1927, a su publicista más esclarecido y exitoso. Desde
entonces, y a hasta el día de hoy, para muchos chilenos la historia del siglo XX representa una
sucesión de crisis y males, cuya expresión máxima fue el gobierno de la Unidad Popular entre 1970 y
1973. De ahí que la sociedad chilena se entregara este último año, como en 1830, en manos del
hombre fuerte, el régimen autoritario, como tabla de salvación frente a la inestabilidad, la anarquía, el
caos social y el desastre económico en que el país se había sumido a comienzos de la década de 1970.
Para una visión diferente y renovadora de la evolución nacional en la presente centuria, ver la
obra Chile en el siglo XX, publicada por un grupo de jóvenes historiadores en 1984.
La última edición del Manual de historia de Chile es de 1987. Ver la crítica de Pereira Salas (340
y 341).

Algunos de los textos a que hacemos referencia son: Ciencias sociales. I er. año de educación media.
La naturaleza y el hombre americano (1969), de Pedro Cunill, Osvaldo Silva, Julio Retamal, Sergio
Villalobos y Rolando Mellafe; Ciencias Sociales. 2do. año de educación media. Evolución de Chile e
Iberoamérica (1971), de Sergio Villalobos, Patricio Estellé, Rolando Mellafey Pedro Cunill; y Ciencias
sociales e históricas. Primer año de enseñanza media (1970), de Sergio Sepúlveda, Olga Giagnoni, Sergio
Villalobos, Ricardo Krebs, Nancy Duchenns, Raúl Samuel, Hernán Godoy y Sergio de los Reyes.
13. Sergio Villalobos R., Historia de Chile, 3er. año de educación media (Santiago: 1983), 7. Los mismos
conceptos se encuentran en su texto para 4to. año de Educación Media y en los destinados a la
Educación Básica.

BIBLIOGRAFÍA
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Historia y geografia de Chile para 3y 4 años


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Lecciones de historia de Chile arregladas en círculos
Villalobos, Domingo B. concéntricos. Santiago, Imprenta Cervantes, 1893.

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