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Un Espejo Cambiante
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HISTORIA Y GEOGRAFIA N 12
Rafael Sagredo
Sol Serrano
(*) Este artículo fué publicado originalmente en la obra compilada por Josefina Zoraida Vásquez y Pilar Gonzallo
Aízpua, La Enseñanza de/a Historia, Organización de Estados Americanos, Washington, D.C., 1994.
Tanto la historiografía, que en el siglo XIX consolida un método y un objeto
propio que la constituye en una disciplina del conocimiento, como la educación —
ligadas ambas por el texto— obedecen a una misma necesidad central: crear un
sentimiento nacional como cimiento y principio legitimador del nuevo orden creado
luego de la ruptura de la fundamentación tradicional de tipo monárquico. La función de
la historiografía decimonónica fue construir ese sentimiento buscando y creando una
identidad del estado nación cuyos orígenes estaban en el pasado. La escuela, por su
parte, buscó uniformar el aprendizaje de la población que habitaba el territorio del
estado nacional e incluir nuevas materias de estudio tanto para desarrollar en ella la
razón, fundamento de la ciudadanía, como para crear una lealtad compartida que
trascendiera las particularidades locales. El texto de estudio era para ello un
instrumento esencial, pues, como ha señalado Jacques Le Goff, codifica el co-
nocimiento, lo despersonaliza y lo masifica, fijando bases comunes para una
población amplia, es decir, contribuye a la "expansión de la memoria escrita" propia
de los tiempos modernos y que, en el caso de Chile, sólo se inició con el estado
republicano (Le Goff 158).
Con ella puede decirse que en Chile se inició la formación de un sistema nacional de
educación propiamente tal, pues una de sus atribuciones prioritarias era ser superintendencia
de educación. Como tal, debía dirigir toda la educación pública en sus niveles primario,
secundario y superior, a la vez que tenía el monopolio de la validación de los exámenes.
Pero la Universidad de Chile, de acuerdo en el pensamiento de su inspirador y primer
rector, Andrés Bello, era también una academia científica desde donde debía irradiar el
conocimiento hacia el sistema escolar. En su conocido discurso de inauguración, pronunciado
en 1843, definió que el objetivo de la corporación era hacer "ciencia nacional": "...el
programa de la universidad es enteramente chileno: si toma prestadas a la Europa las
deducciones de la ciencia, es para aplicarlas a Chile. Todas las sendas en que se propone
dirigir las investigaciones de sus miembros, el estudio de sus alumnos, convergen a un
centro: la patria" (Bello 139-152). De ahí que uno de los deberes de la Facultad de Filosofía
y Humanidades fuera el cultivo de la historia nacional.
La historia fue una disciplina a la cual la nueva universidad le dio una particular
importancia. El artículo 27 de su ley orgánica establecía que anualmente "se pronunciara un
discurso sobre alguno de los hechos más señalados de la historia de Chile, apoyando los
pormenores históricos en documentos auténticos y desenvolviendo su carácter y consecuencias
con imparcialidad y verdad" (Ley Orgánica de la Universidad de Chile). Estas memorias
históricas —que se presentaron año a año— se constituyeron en los orígenes de la
historiografía chilena y fueron motivo de una de las más ricas polémicas historiográficas del
siglo XIX latinoamericano, donde José Victorino Lastarria, joven liberal que presentó la
primera memoria, se enfrentó con su maestro Andrés Bello sobre el modo de escribir la
historia (1).
El objetivo de Lastarria en las dos memorias presentadas en la Universidad era denunciar
cómo el despotismo de la monarquía española había penetrado en las costumbres chilenas y
cómo el espíritu colonial permanecía vivo a pesar de la liberación política lograda con la
Independencia. Su intención no era describir el pasado ni narrar los hechos, como él mismo
lo señalara, sino comprender su influencia en el presente para poder superarlo. Andrés
Bello, compenetrado del desarrollo de la historiografía romántica europea, y
principalmente francesa no se oponía a la interpretación de la historia, sino a que ella
no se basara en hechos fidedignos debidamente documentados. No se podía
comprender la influencia de los hechos si no se estudiaban los hechos mismos. En
efecto, los trabajos de Lastarria, ardientemente defendidos por los argentinos
Jacinto Chacón y Vicente Fidel López, no contenían ninguna investigación, sino una
interpretación global cuyas fuentes poco importaban. Los bandos se dividieron
entre los partidarios de la historia filosófica y los de la historia narrativa, de la
historia "ad probandum" y de la historia "ad narrandum" (2).
Frontera lejana del Imperio Inca por el norte y acosado en el sur por el pueblo
araucano durante gran parte del período colonial; la más lejana y pobre de las
colonias españolas, dependiente del Virreinato peruano y conocido sólo por ser tierra
de guerra, desde la perspectiva de los historiadores era difícil recurrir a los
elementos clásicos del nacionalismo romántico para forjar una identidad heroica. Si
en todo el Continente la Independencia fue el momento paradigmático, en el caso de
países como Chile, con un pasado de relieves menores, ello fue aún más fuerte.
Más que hacer una descripción de cada texto, lo que nos interesa en estas líneas es
destacar cuál es, a nuestro juicio, el factor en torno al cual dichos textos intentaron
construir una identidad propiamente chilena. En el marco de una interpretación
convencional para el siglo XIX, que privilegia la narración de grandes acontecimientos,
la historia militar y política, los grandes personajes y cuyo punto de vista es el ideal
del progreso de la ilustración, dicha identidad no se construyó ensalzando un pasado
indígena glorioso, aunque se hiciera referencia al espíritu libertario de los araucanos, ni
bastaba construirla sólo apoyándose en una negación, como lo era la condena al pasado
colonial. El factor determinante, a nuestro juicio, fue la exitosa construcción de la
república, porque allí se diferenciaba de los demás países del Continente, era allí donde
podía construir un modelo heroico, un ethos fundante que fuera patrimonio
distintivo de la nación.
El texto de Muñoz demuestra que, aunque por razones diferentes, tanto liberales
como conservadores compartían una visión progresista de la historia que culminaba en
la República y fijaban allí la peculiaridad de la identidad chilena(7).
Los textos aparecidos en las dos últimas décadas del siglo se basaban
principalmente en Barros Arana y la novedad que en ellos se aprecia estuvo en la
creciente importancia que pasaron a tener los aspectos pedagógicos', fruto de la
influencia de la pedagogía alemana introducida en Chile en ese período(8).
En sus textos escolares de historia de Chile, autores como Luis Galdames, Domingo
Amunátegui Solar, Vicente Bustos Pérez, Salvador González Ferrus, Octavio Montero
Correa, César Barahona, Luis Pérez y Armando Pinto, reflejaron las nuevas tendencias
educacionales que ponían mayor énfasis en los métodos de enseñanza, en la psicología y
en las técnicas didácticas.
Incorporaban también, o más bien lo intentaban, algunas de las nuevas tendencias
historiográficas, de tal forma que su objetivo era no sólo dar a conocer la obra de los
gobernantes y las guerras, sino, además, hacer una relación de todas las actividades de la
vida nacional. En este sentido, la aspiración de los autores se frustró al no existir
entonces estudios monográficos suficientes y adecuados
sobre la historia económica, social y cultural de Chile que les hubieran permitido.
como ocurriría décadas más tarde, incorporar esos temas al contenido de sus textos.
Para este autor, y así lo expone en su obra, "el gobierno aristocrático que nos
legó España no ha estorbado la evolución republicana ni ninguno de los progresos
que han ido estableciendo la igualdad civil". De esta forma, y por la comparación con
la situación de orden, estabilidad y progresos existentes en el pasado siglo, las
primeras décadas del actual resultaban anárquicas desde el punto de vista político y
social y desastrosas en el plano económico (Amunátegui Solar, Tomo I, 170 y Tomo
II, 252).
Todavía más, Amunátegui presenta la figura de Diego Portales —a quien la
historiografía tradicional ha atribuido la organización de la república entre 1830 y
1837— en términos positivos, por "haber comprendido que en el estado de
desorganización del país —antes de 1830- , se requería un gobierno fuerte, y que para
establecerlo debía entregarse la dirección de los negocios a la clase aristocrática -
(Amunátegui tomo II, 292). Así, sus planteamientos adquirían gran actualidad
desde el momento en que, al escribir su obra, muchos pensaban que el país
nuevamente atravesaba por una situación similar a la existente antes de 1830 y que
el remedio era el mismo aplicado por el ministro Portales, un régimen autoritario
fundado en los sectores tradicionales desplazados del poder en 1920, idea que con el
correr del tiempo habría de ir ganando adeptos. (9)
Impresionados por las alteraciones del orden político y social y las difi-
cultades económicas por que atravesó el país en las primeras décadas del siglo, y
que ellos habían sufrido, valoraron en sus obras los años de estabilidad y progreso
vividos bajo la conducción de los sectores conservadores y aristocráticos. De esta
manera, la llegada al poder de la clase media, en los años 20, coincidía con el
inicio de un proceso de decadencia nacional cuyo progreso se trataba'de evitar a
través de la enseñanza de una historia cuyo paradigma resultaba ser el régimen
autoritario-progresista instaurado por Diego Portales en 1830.
Desde otro punto de vista, en la obra de estos autores se aprecia un estancamiento en
relación con el método y la concepción de la historia presente en sus textos. En
ellos ya no aparece con tanta fuerza la noción, planteada por Luis Galdames y
Domingo Amunátegui, de que la historia era una obra colectiva y que en ella no
sólo importaban las acciones de gobernantes y militares, debiendo el estudioso del
pasado ocuparse también de los fenómenos sociales en general y de quienes
contribuían a su existencia.
Al igual que los historiadores del siglo XIX, los nuevos tratadistas utilizaron la
narración cronológica como método, resultando sus obras una verdadera crónica del
pasado nacional, en la que los personajes son quienes hacen historia. Sin embargo, a
diferencia de los primeros, éstos no profesaban la ideología liberal como posición
ideológica. Más bien, al menos en su visión histórica, se acercaban a los sectores
conservadores e hispanistas, que habían hecho su aparición entre 1920 y 1940,
reaccionando frente a las transformaciones sociales y políticas ocurridas en el país
por esa época.
Entre 1947 y 1949 aparecieron los cuatro tomos de la Historia de Chile y más
tarde su Manual de historia de Chile. Gracias a estas y otras obras sobre historia
general, Francisco Frías Valenzuela se transformó en el principal divulgador de la
historia nacional y general a nivel escolar de la segunda mitad del siglo. Sus obras,
desde su aparición, han tenido numerosas y sucesivas ediciones, incluso luego de su
fallecimiento en 1977 y hasta el día de hoy (10).
La Historia de Chile tenía como fin, en palabras de su autor, "colocar al alcance del
público el estado actual de la investigación y de la interpretación de la historia
nacional". informando "sobre los problemas de nuestra evolución a aquellos que no
pueden beber el conocimiento de nuestro pasado en la ya abundantísima literatura histórica
chilena". Sólo era "un ensayo de síntesis histórica", en el cual se abordaban
"separadamente los problemas fundamentales, aunque sin descuidar el entrelazam iento
que necesariamente ha debido existir entre todos ellos" (Frías Valenzuela, Tomo I, 5).
Desde otro punto de vista, la historia que se presentaba era la de Ijs sectores altos de
la sociedad, una historia capitalina y gubernativa, en la que los grupos que no
pertenecían a dicho estrato social, que no participaban del gobierno y que no habitaban
en la capital, no tenían figuración. Es una historia basada en la acción de personajes y de
héroes, resultando que extensos períodos del desarrollo nacional se caracterizan en función
de tal o cual personaje, los que incluso otorgan su nombre a los mismos.
Se muestra también la historia del país como una historia en permanente inicio y término.
En constante movimiento entre opuestos. De esta manera se habla de la Conquista, de la
Colonia y de la República como etapas encerradas en sí mismas, con un comienzo,
un desarrollo y un fin, sin mayor relación entre ellas. En el período republicano se
habla de la Patria Vieja, la Patria Nueva, la Anarquía, la República Conservadora y
la República Liberal, mostrándose como el país pasaba de una a otra etapa, algunas
opuestas entre sí, sin detenerse a considerar los elementos de continuidad existentes.
El Chile de la década de los 60 era un país que comenzaba a sufrir los efectos
de un proceso de consolidación democrática y desarrollo industrial que, si en el
campo político había logrado importantes avances al incorporar a cada vez más
sectores sociales al quehacer nacional, en el económico y social no había sido capaz
de satisfacer las aspiraciones de todos los grupos que formaban la nación.
En este contexto, y como una forma de superar los problemas creados por la
profundización de la democracia, se formularon planificaciones globales, una por
cada sector político en que se dividía la sociedad, a través de los cuales se creyó que
sería posible corregir los desequilibrios existentes y lograr el crecimiento rápido de la
economía. Se pensó que sólo a través de reformas estructurales, como la reforma
agraria y la reforma educacional, el país podría superar la condición de
subdesarrollo en que se encontraba.
Paralelo al desenvolvimiento nacional y como consecuencia del mismo y de las
influencias del exterior, la historiografía chilena presentaba en los años 60 una faz
renovada. Una nueva generación de historiadores, formados en el Pedagógico en las
décadas del 30 y del 40, habían comenzado a mostrar sus trabajos en los que
aplicaban nuevos métodos y ampliaban los temas objeto de preocupación histórica.
Influidos por la escuela estructuralista francesa y estimulados por los problemas que
el país enfrentaba en su proceso de democratización y desarrollo económico, se
habían abierto a los asuntos económicos y sociales, incorporándolos como objeto de
investigación.
Entre los autores que por entonces iniciaron la elaboración de textos escolares de
historia de Chile de acuerdo con las nuevas tendencias, Sergio Villalobos es sin
duda el más destacado, por ser sus manuales los más difundidos y apreciados hasta el
día de hoy. Sus libros, tanto para la Educación Básica como Media son los más
conocidos por las últimas generaciones de estudiantes del país, a lo que sin duda ha
contribuido el hecho de que, desde su publicación a partir de 1969, han sido
considerados por el Ministerio de Educación material auxiliar de la enseñanza y
distribuidos en las escuelas y liceos públicos de todo el país.
Otro elemento que se valoró en estos textos fue la acción de los militares a lo
largo de nuestra historia. En ellos, las guerras que el país había sostenido y
vencido en el siglo XIX adquieren una connotación superlativa, satisfaciendo así
las orientaciones de los nuevos programas educacionales entre cuyos objetivos se
encontraba el de presentar a las fuerzas armadas como una de las instituciones
fundamentales de la nación.
A pesar de que los planteamientos de los autores arriba citados contaban con
las simpatías del mundo y discurso oficial, su visión de la historia de Chile siguió
enfrentándose a la formulada hacia fines de la década del 60, que algunos nuevos
tratadistas comenzaron también a difundir en textos editados a partir de 1986. Este
es el caso de la obra de Raúl Cheix y Jorge Gutiérrez Conociendo mi tierra y mi
gente que, en dos volúmenes, estaba destinada a los últimos años de la Educación
Media.
De esta forma, en los últimos años de la década del 80 convivieron textos con
estas dos visiones de la historia nacional: la tradicional y la de los grandes procesos,
con todo lo que ambas representaban. Era una manifestación, a nivel de la
enseñanza de la historia, de la existencia de dos concepciones, dos proyectos de país
que se enfrentaban en la sociedad y cuyo futuro estaba delineado por su pasado.
3. No sabemos el año exacto en que se abrió; pero Andrés Bello en su Memoria correspondiente al año 1854,
señala que en el Instituto Nacional se estudiaba historia sagrada, antigua, romana, medieval, moderna, de
América y de Chile. "Memoria...1849-53" (3-21).
4. Allen Woll (160-161). También se enseñaba la historia de Chile en la escuela primaria y formaba parte del
curriculum de la Escuela Normal de Preceptores.
5. Sobre la estrecha relación entre la enseñanza de la historia y el nacionalismo en México, ver Vázquez.
6. López describe el estado de los araucanos al llegar los españoles, sus costumbres, organización, etc., en
cuanto contribuyen a comprender la obra española. Necesario es recordar que el mismo año Domingo
Faustino Sarmiento publicaba también en Chile su obra Facundo. Civilización y barbarie. La
Universidad no compartió la tajante separación de razas hecha por López por desconocer la existencia
de la raza mestiza (Woll 154).
7. El texto de Muñoz fue duramente criticado por la prensa liberal por sostener que la Inquisición había
sido benéfica para América. A pesar de ello, había coincidencias entre ambas interpretaciones que la
disputa política oscurecía.
8. Ver, por ejemplo, Bañados Espinosa, Valdés y Domingo Villalobos.
Esta valoración del siglo XIX y de la acción de la aristocracia en el poder, tuvo en Alberto Edwards y
su obra La fronda aristocrática publicada en 1927, a su publicista más esclarecido y exitoso. Desde
entonces, y a hasta el día de hoy, para muchos chilenos la historia del siglo XX representa una
sucesión de crisis y males, cuya expresión máxima fue el gobierno de la Unidad Popular entre 1970 y
1973. De ahí que la sociedad chilena se entregara este último año, como en 1830, en manos del
hombre fuerte, el régimen autoritario, como tabla de salvación frente a la inestabilidad, la anarquía, el
caos social y el desastre económico en que el país se había sumido a comienzos de la década de 1970.
Para una visión diferente y renovadora de la evolución nacional en la presente centuria, ver la
obra Chile en el siglo XX, publicada por un grupo de jóvenes historiadores en 1984.
La última edición del Manual de historia de Chile es de 1987. Ver la crítica de Pereira Salas (340
y 341).
Algunos de los textos a que hacemos referencia son: Ciencias sociales. I er. año de educación media.
La naturaleza y el hombre americano (1969), de Pedro Cunill, Osvaldo Silva, Julio Retamal, Sergio
Villalobos y Rolando Mellafe; Ciencias Sociales. 2do. año de educación media. Evolución de Chile e
Iberoamérica (1971), de Sergio Villalobos, Patricio Estellé, Rolando Mellafey Pedro Cunill; y Ciencias
sociales e históricas. Primer año de enseñanza media (1970), de Sergio Sepúlveda, Olga Giagnoni, Sergio
Villalobos, Ricardo Krebs, Nancy Duchenns, Raúl Samuel, Hernán Godoy y Sergio de los Reyes.
13. Sergio Villalobos R., Historia de Chile, 3er. año de educación media (Santiago: 1983), 7. Los mismos
conceptos se encuentran en su texto para 4to. año de Educación Media y en los destinados a la
Educación Básica.
BIBLIOGRAFÍA
V a l d é s , A m b r o s i o Vázquez, Historia General de Chile dedicada alas escuelas
primarias, Santiago, 1888.