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En el prólogo de 1781, Kant en la Crítica de la razón pura establece una analogía con
Copérnico para intentar dar un giro a la comprensión del conocimiento humano, y con
él a la metafísica. El astrónomo, al no poder explicar los movimientos celestes con la
suposición de que todos los astros giran alrededor del espectador, cambió de posición al
sujeto cognoscente, de modo que logró explicarlo mejor al plantear que éste último
giraba a la vez junto a las estrellas y planetas. Del mismo modo, Kant en vez de admitir
que la experiencia humana se modela sobre los objetos, supuso que eran los propios
objetos los que se modelaban a partir de las condiciones trascendentales de la
experiencia. Dicho de otro modo, el fundamento del objeto está en el sujeto y en su
forma de conocerlo a través del intelecto.
Se había supuesto hasta el momento que todo nuestro conocer debía regirse por los
objetos. Sin embargo, todos los intentos realizados bajo tal supuesto con vistas a
establecer a priori, mediante conceptos, algo sobre dichos objetos –algo que ampliara
nuestro conocimiento- desembocaban en el fracaso. Era, pues, necesario; ya que de otro
modo no habríamos podido adentrarnos más en las tareas de la metafísica, suponer que
los objetos deben conformarse a nuestro conocimiento, cosa que concuerda ya mejor
con la deseada posibilidad de un conocimiento a priori de dichos objetos, un
conocimiento que pretende establecer algo sobre éstos antes de que nos sean dados.
Ocurre aquí exactamente igual que con los primeros pensamientos de Copérnico.
Kant se dio cuenta de que las matemáticas y la física eran muy útiles, como ciencias,
en la medida en que desarrollaron una revolución del pensamiento: observó que no es en
la observancia de las figuras u objetos y sus conceptos, en tanto dados, como
aprendemos sus propiedades, sino en la manera misma como se construyen los números,
figuras y objetos; mediante la construcción, en las matemáticas, y mediante el
experimento, en la física. Lo que se ve en tal revolución, es el establecimiento del
carácter a priori de ambas disciplinas. Este carácter radica en que el objeto no es
meramente dado, sino que es tal, en tanto en cuanto hace parte de un diseño elaborado
por el sujeto cognoscente, según su modo de pensar y percibir.
Para comprender la filosofía de este autor, es esencial que entendamos que hasta la
fecha se consideraba que el conocimiento era una mera reproducción en la mente de los
objetos y que lo que podíamos legar a conocer de ellos nos lo aportaban únicamente y
en esencia, ellos mismos. El sujeto cognoscente era pasivo. Con Kant, esto cambia por
completo; el sujeto será plenamente activo puesto que él considera que tiene una serie
de condiciones innatas de percepción a las que es sometido el objeto. Siendo finalmente
el intelecto quien unifique lo múltiple procedente de los objetos.