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Stefano Rodotà – El derecho a tenir derechos

“Este es el nuevo mundo de los derechos. Un mundo no pacificado

sino surcado por perennes conflictos y contradicciones, por negaciones,

a veces más fuertes que los reconocimientos. Un mundo demasiado doloroso,

marcado por abusos y abandonos. Decir hoy que «los derechos

hablan» no deja de ser sino el espejo y la medida de la injusticia y un instrumento

para combatirla. Sin embargo, llevar el minucioso registro de

las violaciones no autoriza a extraer conclusiones liquidadoras. Porque

sabemos que hay un derecho violado es por lo que podemos denunciar

esa violación, desvelar la hipocresía de quien lo proclama en el papel pero

lo niega con los hechos, de quien hace coincidir la negación con la opresión,

podemos actuar para que las realizaciones se correspondan con las

palabras. La histórica apelación a la «lucha por el derecho»3 se conjuga

hoy como lucha por los «derechos».” (12). Esta mutación de la idea de ciudadanía deja
cada vez más en entredicho

la tesis que pretende que cada discurso sobre los derechos no es sino

una larga coda de la pretensión hegemónica, irremediablemente colonialista,

de un Occidente que quiere imponer sus valores a culturas y tradiciones

diferentes, negándoles sus razones y sus peculiaridades, siguiendo con la práctica de


un imperialismo que se tiñe con los colores de la democracia

y que, sin embargo, legitima el uso de la fuerza. Debemos mirar

hoy con más profundidad e ir más allá de las hipótesis e investigaciones

de quien, como Amartya Sen, se empeña en mostrar que existen raíces

culturales comunes en el entorno de los valores fundacionales de los derechos


(Desarrollo y libertad).

con la práctica de un imperialismo que se tiñe con los colores de la democracia

y que, sin embargo, legitima el uso de la fuerza. Debemos mirar


hoy con más profundidad e ir más allá de las hipótesis e investigaciones

de quien, como Amartya Sen, se empeña en mostrar que existen raíces

culturales comunes en el entorno de los valores fundacionales de los derechos5

En el origen de la construcción

de nuestro estado nacional, en 1865, en un clima en el que la anhelada

unidad no dejaba de mirar de reojo a Europa y al mundo, se redactó

así el art. 3 del Código civil: «El extranjero es admitido y podrá disfrutar

de los mismos derechos civiles que el ciudadano». El disfrute de los derechos

civiles no estaba vinculado con la ciudadanía y se le reconocía al

extranjero, aun sin esa condición, por entonces obligatoria, de la reciprocidad

(principio después abandonado por la codificación fascista). «Los

derechos civiles afectan al hombre como tal, no solo al ciudadano: este es

el principio, grande y generoso en su simplicidad, acogido y puesto en

marcha por nuestro legislador»11. Un principio inspirado en la amplitud

de miras de Pasquale Stanislao Manzini y que, como dijo el 15 de

abril de 1866 el ministro de Gracia y Justicia Giuseppe Pisanelli, estaba

«destinado a dar la vuelta al mundo ya que las tendencias de los tiempos

nuevos invocan a gritos la solidaridad de la familia humana». (16).

El camino de la igualdad, en sustancia, no es más que un infinito derribo

de fronteras, una superación de confines que encerraban, y que siguen

encerrando, a las personas en los estatus personales, en la etnia, la

lengua, la religión, y así sucesivamente según los tiempos y los lugares. El

art. 21 de la Carta de los derechos fundamentales de la Unión Europea,

bajo el título «No discriminación», afronta la cuestión con un elenco significativo

y abierto además a futuras integraciones, es decir, tendente al

derribo de otras barreras:


el abandono del

confín temporal es algo que ha caracterizado a la modernidad jurídica,

al menos desde 1793, cuando el art. 28 de la Constitución del año I estableció

que «un pueblo tiene siempre el derecho de revisar, reformar y

cambiar su Constitución. Ninguna generación puede atar con sus leyes a

las generaciones futuras»9. Una indicación, esta, que se generaliza en el

Preámbulo de la Carta de los derechos fundamentales de la Unión Europea,

donde se afirma que «el disfrute de estos derechos implica también

responsabilidades y deberes para con los otros y para con las generaciones

venideras».

Marcel Gauchet, por ejemplo,

muestra con claridad que el correcto funcionamiento de la democracia

solo es posible si se mantiene un adecuado equilibrio en las relaciones

entre política, derecho e historia: entendida la primera como el marco

en cuyo seno se coloca una colectividad y gobierna su propio destino;

entendido el derecho como la fuente que legitima ese marco, al que la

historia confiere el sentido del pasado y la perspectiva del porvenir

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