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Actitud Mindfulness: Aprender a

soltar

En un artículo anterior nos zambullíamos en la capacidad de aceptar, una de las


actitudes que a través de Mindfulness podemos entrenar y desplegar. En esta
ocasión, nos adentraremos en otra de las cualidades que podemos cultivar a través
de la mirada Mindfulness: la de aprender a soltar.
El saber soltar o dejar ir no es baladí: a poco que afinamos nuestra mirada, nos
damos cuenta de que a menudo nos apegamos férreamente a un sinfín de cosas,
personas, pensamientos, recuerdos, anticipaciones, emociones y un largo etcétera.
Y es que saber soltar es una actitud que, en cierto modo, va contranatura. De hecho,
nuestra biología está programada para aferrarse, en primer lugar, a la vida.
Partiendo de este hecho –que las pautas de supervivencia están grabadas en cada
una de nuestras células–, es totalmente comprensible que el desapego no sea
nuestro fuerte. Y, sin embargo, cuán a menudo la vida nos pone en la tesitura de
tener que dejar ir, viéndonos enfrentados a la dolorosa vivencia de la pérdida.
Como sabemos, el apego es necesario durante la infancia para establecer una
relación con los progenitores y con el mundo. Más tarde, el apego también será
necesario para establecer vínculos de intimidad y amor con los demás. Sin embargo,
paradójicamente a menudo enfrentamos el dolor que supone perder algo o a
alguien importante en nuestra vida.
¿Dónde está la broma, entonces? Parece que, como todo en la vida, la cuestión del
apego y el desapego es una gran paradoja: a la vez que el establecer apego es sano
para tejer vínculos de intimidad y confianza, se hace igual de necesario aprender a
soltar. Esto requiere de todo un arte: el arte de transitar por el noble sendero medio.
En las inevitables pérdidas subyace en realidad un mensaje clave: el de aprender
a abrir la mano, dejando partir aquello que ya no puede permanecer. Ante esto,
podemos sentir un gran dolor e incluso sufrimiento. Porque soltar duele… Porque
cada vez que sentimos el desgarro del desapego, una parte de nosotros también
muere. La intensidad de tal desgarro dependerá, en gran medida, de nuestro nivel
de autoconciencia, así como del entrenamiento en la capacidad de soltar. Una vez
más, se confirma en este caso aquella esperanzadora máxima que nos recuerda
que…
“Sentir dolor no es lo mismo que sufrir”
Soltar significa desapegarse de alguien o algo a lo que nos aferrábamos. Significa,
asimismo, aceptar que no podemos poseerlo y esto, inevitablemente, conlleva un
sentimiento de pérdida. Soltar es, en último término, aceptar la impermanencia de
todas las cosas.
 ¿Qué podemos hacer para aprender a soltar?
Sabemos que no hay mayor carrera que la de la vida misma. Ésta se ocupa de que
aprendamos a soltar. Y este aprendizaje puede darse “por la buenas o por las malas”.
Se da “por las malas” cuando no nos tornamos conscientes de la fuente de dolor o
cuando, ante la pérdida, desperdiciamos nuestra energía–atención tan sólo en sufrir,
sin extraer el aprendizaje que late tras cada vivencia dolorosa. Sin embargo, el
aprendizaje se da “por las buenas” cuando, con cada caída, tratamos de poner
consciencia en qué es lo que duele.
La autoconsciencia es un camino de aprendizaje y desarrollo por el que podemos
desplegar herramientas de autogestión, de modo que, cuando llegan los momentos
duros, sepamos al menos nombrar lo que nos sucede.
Para aprender a soltar, el primer paso consiste en identificar a qué nos solemos
aferrar.
A menudo nos apegamos a:

 Las personas.En sus casos más extremos, el aferramiento deriva en


dependencia emocional.
 Los lugares.En ocasiones vivimos una mudanza con insospechado dolor, como
si parte de nuestra identidad se quedara allí, en aquella casa que dejamos
atrás. Lo mismo puede suceder con objetos propios.
 Las creencias.Esto se hace evidente cuando, echando una mirada a la Historia
de la Humanidad, vemos las incontables veces que hemos matado por ideas
(algo que, por cierto, sigue siendo vigente hoy día).
 La autoimagen. Tal vez no nos sea tan sencillo identificar el aferramiento a las
ideas que tenemos sobre nosotr@s mism@s; ideas que, cuando se vienen
abajo, conllevan una íntima pérdida.
 La juventud.En un tiempo en el que la juventud es más bien idolatrada, parece
que nadie quiere envejecer. Envejecer, en este sentido, se puede experimentar
como una gran pérdida: pérdida de atractivo, de poder, de importancia…
 Al placer. Instintivamente buscamos el placer, al tiempo que rechazamos lo
que huele a dolor.Paradójicamente, este aferramiento provoca más angustia y
miedo: miedo a que se diluya el instante de placer, y a que llegue el temible
dolor.
 Los pensamientos.Nuestra mente actúa, a menudo, como una “máquina
rumiadora”: tendemos a aferrarnos e identificarnos con los pensamientos,
dando vueltas en un circuito reducido.
 La emoción. Es frecuente el quedarse “enganchado” en las propias emociones.
Cuando tenemos una baja gestión emocional, quedamos atrapados en
nuestros propios climas emocionales con mayor facilidad.
 Al pasado. El aferramiento al pasado deja poca disponibilidad para la vida.
Cuando nos aferramos a recuerdos dolorosos del pasado, la rumiación puede
derivar en una tendencia a la depresión.
 Nuestras expectativas. Lo que sucede es la mejor opción del universo, dice José
María Doria, pero parece que no siempre lo vivimos así. El aferramiento a
nuestras expectativas –a lo que se supone que “debería ser”– puede conllevar
una gran “fuga de energía vital”.

Esta lista no pretende ser ni mucho menos exhaustiva, pero recoge aferramientos
que todos, en mayor o medida, conocemos.
Soltar tiene algo de actitud de no lucha: al soltar dejamos de luchar con aquello que
la vida pone en nuestro camino.
El segundo paso consistiría en tomar consciencia de cómo nuestra mente tiende a
juzgar como “bueno/malo” aquello que vivimos, y soslayar estos juicios.
A medida que nuestra consciencia se va alineando con el propio movimiento de la
vida, desplegamos una mayor capacidad de aceptación. Una aceptación que está
estrechamente vinculada con la capacidad de soltar.
Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios
Jesucristo
… Sabias palabras que, de alguna forma, nos recuerdan que hay cosas que no
pertenecen al territorio de lo cotidiano, sino al ámbito del Misterio. En este sentido,
la actitud más inteligente es la de aprender a relegar el control de aquello que no
nos corresponde controlar.
A medida que nos dejamos fluir con el río de la vida, mayor paz interna
experimentamos.  Acompasarse a este ritmo nos permite atestiguar el movimiento
con los ojos del corazón, sabiendo que la vida no está ni puede estar en manos de
nuestro pequeño ego. Soltar es, al fin y al cabo, aprender a confiar en Eso más
grande que mueve los hilos.

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Escrito por:
Darina Nikolaeva

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