irh a rd v o n R a d
ICTUALIDAD
BIBLICA
La S a g ra d a E scritu ra es
p a la b ra de Dios, y el cris
tia n o h a de conocerla.
T a l es el fin de esta g ra n bi
blioteca. Su lector en co n tra rá
en ella u n a co m p leta serie de
estudios sobre p ro b lem a s es-
criturísticos fu n d a m e n ta le s y
un excelente co n ju n to de co
m en ta rio s sobre los d iferen tes
Libros.
Los m ejores a u tores. V o lú
m enes sustanciosos; p e n d ie n
tes de la s co nveniencias de
h o y y cu idadosos d el gusto
a ctu a l.
G e rh a rd von R ad
La sabiduría
en Israel
Los Sapienciales
Lo sapiencial
Ediciones Fax
Zurbano 80
M adrid
Original alem án: G e r h a r d von R ad. "Weisheit in Israel.—
N eukirchener Verlag
© N eukirchener Verlag des Erziehungsverei'ns GmbH
Neukirchen-Vluyn 1970
Ediciones Fax. M adrid. España
Traducción por
José M aría Bernáldez M ontalvo
La S a lle
223.066
Rad-s
c.3
N? Adq_ _ 17226
N2 de Cías.
400282 61060
Es propiedad
Impreso en España 1973
Printed in Spain
ISBN 84-7071-280-2 (Ediciones Fax), ISBN 3-7887-0012-2 (Neukirchener
Verlag)
Depósito legal: M. 26933.— 1973
Selecciones Gráficas (Ediciones)
Paseo de la Dirección 52. Madrid 29
I
ACTUALIDAD BIBLICA
siglos. Por otra parte habrá tam bién m uchas cosas que se
han m antenido inm utables, convicciones que no han sufrido
modificación hasta épocas recentísimas. M uchas veces es di
fícil operar una distinción entre lo antiguo y lo m ás recien
te, entre lo convencional y la irrupción de nuevos problemas,
y, en consecuencia, fechar relativam ente una determ inada pro
blem ática que se enuncia en un m om ento dado. Así por
ejemplo la lam entación por la vanidad de la vida y la invi
tación, henchida de resignación, a disfrutar de ella no es en
sí, ni mucho menos, un signo cierto de época tardía, sino
que constituye para todo el antiguo Oriente un tem a de refle
xión que encontram os en las épocas y las circunstancias más
diversas. No nos debe extrañar que en textos netam ente ta r
díos tropecem os con frases que pudieran haber estado —exac
tam ente iguales— en contextos antiquísim os. P or eso agru
parem os sin dudarlo, tantas veces como lo considerem os justifi
cable citas tom adas de obras pertenecientes a diversas épo
cas. En algunos casos es absolutam ente imposible asignar de
term inadas proposiciones sapienciales a una época precisa de
la sabiduría, así como hay diferencias notorias que no se ex
plican forzosam ente por una sucesión cronológica. ¡Qué se
guros estaban los investigadores de poder considerar a Prov
1 - 9 como la colección más reciente dentro de la obra! Pero
¿qué queda de admisible en los argum entos aportados hasta
el presente cuando se les estudia con m ayor detenim iento?
La época cuya herencia literaria estam os analizando co
mienza con el nacim iento de una sabiduría de escuela a prin
cipios del período de la realeza. N o hay que im pugnar fun
dam entalm ente la existencia de una sabiduría tribal más an
tigua; incluso es muy verosím il9. Pero es en cuanto tal, un
fenómeno tan difícil de determ inar, que nuestra investigación
no la tiene en cuenta como tem a sui generis. Por lo de
más, la tesis de una relación entre ella y la sabiduría de es
1. La s e n t e n c ia a r t ís t ic a
2. O tras fo rm a s de p o e s ía d id á c t ic a
1 t°büna; Prov 2,2,3; 2,6; 3,13; 8,1; 10,23; 14,29; 15,21; 17,27;
20,5; 24,3.
b in a ; Prov 3,5; 9,6.
d a'a t: Prov 1,4; 9,10; 11,9; 13,16; 24,4,5; 30,3.
m ezim m d: Prov 1,4; 3,2; 5,2; 8,12.
m ü sd r: Prov 1,8; 3,11; 4,13; 10,17; 12,1; 13,18,24 (22,15); 15,32,
33; 23,12; 24,32.
78 La emancipación de la razón
Verdaderamente, Yahwé
es el que da la sabiduría;
de su boca nace conocim iento e inteligencia.
(Prov 2,6)
■
—bajo ciertas circunstancias— de manera totalmente neutra
como realidades que determinan la vida del hombre. (Llevando
más adelante esta toma de conciencia se podría hablar también
de la malignidad inherente a ciertas cosas, etc.).
La cuestión decisiva para nosotros es, naturalmente, la de
saber cómo la fe en la intervención de Yahwé dentro de la
vida del hombre se presenta en relación con esta comprensión
profundamente modificada de la realidad. Cabe esperar que
podamos deducir algunos datos de la enseñanza de los sabios
sobre ella. Vaya por delante una advertencia muy conveniente:
el conocimiento, cada vez más consciente, de esa autonomía
implícita en el curso de las cosas, jamás entró en colisión con
la fe en Yahwé. Ningún indicio tenemos de que dicho cono
cimiento desmantelase tramo a tramo la fe en la omnipotencia
de Yahwé, como no obstante se pudiera pensar.
Y con ello nos vemos ya situados propiamente ante el pro
blema de la comprensión de la realidad en los maestros de la
sabiduría. Nuestra tarea en las páginas que siguen será la de
adentrarnos en ella.
El proceso de secularización que sin duda se desencadenó
durante la primera época de la monarquía, no corre parejas en
la doctrina sapiencial con una decadencia de la fe en la omni
potencia de Yahwé —fenómeno, por otra parte, bien sencillo
y que nos es muy familiar—. Más bien vemos a los maestros
enseñar, con una seguridad que a veces pudiera parecemos
poco menos que sonámbula, los conocimientos tocantes a la
autonomía de los hechos junto con la fe en la omnipotencia
de Yahwé e incluso mezclándolos con ella. Lo que Jia caído
por tierra es la idea de una vida inmersa en un orden sacral
que la rodea por todas partes. Pero la fe en Yahwé no sufrió
por ello ningún daño: se insertó en una forma totalmente
nueva de comprensión de la realidad.
Así pues, la “secularización” de su mundo —que Israel
aprendió efectivamente a considerar bajo perspectivas nue
vas— fue una forma muy específica de la comprensión israeli
ta de la realidad; y nosotros hemos de guardarnos de arrojarla
confusamente en el mismo montón que ciertas nociones popu
lares modernas. Sin duda, la voluntad de saber de los maes
tros se volvió hacia el campo inabarcable de las experiencias
de orden más cotidiano y a veces más trivial; un campo en el
Conocim iento y tem or de D ios 87
13 H. Fránkel, op. cit., págs. 125 s., 145. W. Rüegg, A n tike G eis
tesw elt, 1964, págs. 464, 531. Por eso no era correcto que J. Fichtner
en el subtítulo de su conocido libro hablase de una “nacionalización”
de la sabiduría dentro de Israel. De modo semejante Fohrer, Einlei
tung in das A T , 1965, pág. 337.
11 Prov 16,14; 19,12; 20,2; 28,15.
116 La emancipación de la razón
N o te apresures a testimoniar
de todo lo que has visto,
“pues ¿qué harás a la postre
cuando tu prójimo te confunda?
(Prov 25,8)
No despojes al débil...,
“porque Yahwé defenderá su causa
y despojará de la vida a los despojadores”.
(Prov 22,23)
ron considerados una cosa totalm ente nueva. Y esto hace su
poner que tras la mención del Decálogo en un contexto tan
espectacular se halla una interpretación nueva tam bién, paleo-
profética, más radicalizante y más teologizante. Se tuvo pues a
los M andam ientos por una interpelación directa, y por ello
terrorífica, de Yahwé a Israel.
LIMITES DE LA SABIDURIA
Sabiduría, prudencia
y consejo, nada son ante Yahwé.
Se prepara el caballo para el día del combate,
pero Yahwé da la victoria.
(Prov 21,30s)
2 W. M. W. Roth, VT 18 (1968) 70 s.
Límites de la sabiduría 139
rebelión tram ada contra él. David sabía que su consejo era
irrebatible. Por eso su situación se había tornado desesperada
por completo. Los hom bres no podían hacer nada contra ta-
m añana superioridad; por ello David se dirigió a Yahwé, rogán
dole que “volviese necio” el consejo de Ajitófel (II Sam 15,31).
Y Yahwé escuchó la oración de su ungido. M as no permitió
que el sabio se equivocase —las cosas pudieran haber corrido
así tam bién—. El consejo de Ajitófel fue, como siempre, el úni
co certero; pero los asistentes al consejo de guerra, presas de
una especie de insania, lo rech azaro n 3. ¡ Ah, si dispusiésemos
de m ás narraciones como ésta que aclara tan plásticam ente el
sentido de una sentencia sapiencial! En el presente caso un
desbaratam iento de la sabiduría hum ana de suyo superior, el
convertirla en insensatez, aparece dentro de un horizonte con
solador, pues Yahwé se sirvió de ese medio para salvar a su
ungido de la más profunda de las humillaciones. Pero induda
blem ente cabe imaginar otras circunstancias donde la senten
cia podría tom ar un aire mucho más amenazador. Véase la si
guiente que se ha hecho proverbial.
1. La f ija c ió n de hechos y la b ú sq u e d a
DE ANALOGÍAS
Otro hecho más, sólo uno, que supera totalm ente al enten
dim iento. La insaciabilidad del ojo hum ano equiparada a la
del reino de los m uertos que no se cansa de engullir nuevas
sombras, no puede menos de ser consignada como un fenóme
no extrem adam ente enigmático. É sta clase de puntualizaciones
adquiere visos casi inquietantes si Dios entra en juego en ellas.
¡Mira al hipopótamo!
Se alimenta de hierba como el buey.
Mira su fuerza en sus riñones,
en los músculos de su cuerpo su vigor.
Atiesa su cola igual que un cedro,
los nervios de sus muslos se entrelazan.
Tubos de bronce son sus vértebras,
sus huesos, como barras de hierro.
Es la primera de las obras de Dios,
'lo ha hecho dominador de sus semejantes’.
Pues las montañas le aportan madera,
y todas las fieras que retozan en ellas.
Bajo los lotos se recuesta,
en escondite de cañas y marismas.
Los lotos le recubren con su sombra,
los sauces del torrente le rodean.
Si el río va fuerte, no se inquieta,
firme está aunque un Jordán
le llegue hasta el hocico.
¿'Quién’ podrá prenderle por los ojos,
horadarle las narices en una trampa?
(Job 40,15-24)
13 Existe todavía una forma más de combinar los con cep tos: la
paranomasia. Aunque los maestros hacen de ella un uso abundante,
nosotros apenas percibimos ya el progreso noético, la ganancia de
conocim ientos que se producía con esta reunión coordinada de pala
bras que suenan de modo semejante. Probablemente la palabra fun
ciona aquí simultáneamente como elem ento sonoro y como vehículo
de un concepto. Sólo podemos suponer que mediante la similitud de
sonidos de términos coordinados mutuamente, se alcanzaban espe
ciales efectos en el auditorio. El material lingüístico ha sido estudia
do en G. Bostróm, Paronomasi i den áldre hebreiska maschalliteratu-
ren, 1928.
11
162 Materias de la enseñanza
2. C a usa s y efectos. La r e l a c ió n o b r a r -a c a e c e r
( c o n d u c t a -r e m u n e r a c i ó n )
20 Prov 11,21b; 14,26; 20,7; Job 15,34; 18,16,19; 27,14; Sir 44,
lO s:
“Sí, es estéril la ralea del impío,
devora el fuego la tienda del soborno”.
(Job 15,34)
174 Materias de la enseñanza
cluso en una época tan tardía, el arte de curar con los con
juros. El hígado y el corazón de un pez quem ados sobre esen
cias sahum antes, arrojan el demonio que amenazaba a la novia
la noche de bodas (Tb 6,17; 8,2). En cambio la curación de la
ceguera del padre m ediante la hiel del pez tiene un carácter
totalm ente médico y ayuno de todo elem ento m aravilloso28. El
tratam iento es descrito interesándose por los detalles: Tobías
extiende la hiel sobre los ojos de su padre “y cuando escocie
ron, frotó los ojos, y las escamas blancas cayeron de los ex
trem os de sus párpados” (Tb 11,12). He aquí todo un capítulo
de m edicina hebraica. P or lo dem ás sabemos que tal terapia
estaba muy extendida en la antigüedad. A quí es el propio
enviado celestial quien la enseña a los hom bres. Luego las cu
raciones son acom etidas por los hom bres así instruidos. N o se
excluye desde luego que este relato tenga precisam ente la
intención de elim inar posibles objeciones y reservas respecto
a la terapéutica dicha. Los lectores con cultura sapiencial para
quienes fue escrito este Libro leerían inteligentem ente los p a
sajes médicos y a la vez se sentirían confirmados en su convic
ción de la legitim idad de tal terapia. Un ángel la enseñó, y es
a él a quien los hom bres han de agradecer esta ciencia salu
tífera.
1 Sobre Qoh 3,1-1 ls, véase K. Galling, Das R ätsel der Z eit im
U rteil K ohelets, ZThK 58 (1961) 1 ss. Aporta también estudios sobre
los problemas particulares. Cfr. además la obra aparecida no ha mu
cho, J. R. W ilch, Tim e and Event, 1969, págs. 118 ss.
El tiempo oportuno 183
1. La s a b id u r ía in m a n e n t e en el m undo
2. El l l a m a m ie n t o
23 G. von Rad, Theologie des A T , t. II, 1965 \ págs. 275 ss. (tra
ducción española en Ed. Sígueme).
La creación. El llamam iento 215
3. E l E ros e s p ir it u a l
Feliz el hombre
que se ejercita en la sabiduría
y se preocupa por la inteligencia...,
sale tras ella como quien sigue el rastro,
se pone al acecho en todas sus entradas.
Se asoma a sus ventanas
y a sus puertas escucha.
Acampa m uy cerca de su casa
y clava la clavija en sus muros.
Monta su tienda junto a ella,
y se alberga en su albergue dichoso.
Hace su nido en sus ramas,
y bajo sus ramas se cobija.
Por ella es protegido del calor
y en su refugio habita.
(Sir 14,20-27)
Radiante es la sabiduría,
jamás pierde su brillo.
Fácilmente la contemplan los que la aman
y la encuentran los que la buscan.
Se anticipa a darse a conocer
a los que la anhelan.
Quien por ella madrugare, no se fatigará,
que a su puerta la encontrará sentada.
Pensar en ella
es la perfección de la prudencia,
y quien por ella se desvelare
pronto se verá sin cuidados.
Ella misma va por todas partes
buscando a los que son dignos de ella;
se les muestra benévola en los caminos
y les sale al encuentro
en todos los pensamientos.
(SabSal 6,12-16)
sabiduría” 32. P or ella tam bién alcanza el hom bre “el favor de
Yahwé” (Prov 8,35); ella es pues quien pone en orden ante
Dios toda la vida. Esta sentencia formula el resultado de unas
reflexiones teológicas de amplios vuelos, y se aleja tanto por
su forma como por su contenido de las sentencias didácticas
de Prov lOss. También se podía decir ahí que la sabiduría
es el bien m áxim o; y su logro, más valioso que el oro y la
plata (Prov 16,16); todo ello puede com prenderse con facili
dad dentro del marco de estas enseñanzas. Casi literalm ente
reaparece el topos “más precioso que el oro”, que “la plata
acrisolada”, en Prov 8,19, aunque dentro de un contexto pro
fundam ente modificado. A hora es el mismo orden primigenio
quien se recom ienda como donador al hom bre interpelándole
personalísimamente. Es ese “yo” m isterioso que anteriorm en
te había dicho: “Yo amo a los que me am an” (Prov 8,17).
Con esta últim a frase hemos vuelto a ese conjunto de ideas
que contiene los enunciados más recios y a la vez más deli
cados sobre todo lo que le ocurre al hom bre inmerso en el
m undo de las creaturas. La existencia del hom bre dedicado
al conocimiento se desarrolla bajo el signo de unas relaciones
am orosas con el misterio del orden. Cae dentro del campo
de fuerzas del solicitar, de la búsqueda recíproca, de las es
peras necesarias; y dentro de la perspectiva de valiosos lo
gros espirituales. Lo que la sabiduría solicitadora del hom bre
ofrece abarca precisam ente todo cuanto él necesita en su ais
lam iento: riqueza y honor (Prov 8,18,21), dirección y protec
ción en la vida (Prov l,33ss; 2,9ss; 4,6; 6,22; 7,4s), conoci
m iento de Dios y tranquilidad de espíritu (Prov 2,5; Sir 6,28;
51,27).
32 P r o v 1 ,2 8 ; 2 ,5 ; 3 ,1 3 ; 4 ,2 2 ; 8 ,1 2 ; 8 ,1 7 .
La creación. Eros espiritual 225
nos. V erdad es que los sabios tam bién saben hablar a este
propósito de perdición y de m uerte. Pero eso no le sobreviene
al hom bre desde fuera, sino que es la eventualidad más pro
pia de su intimismo. Nos preguntam os pues: ¿qué m undo
es ese que nada malo hace experim entar al hom bre? Respon
deré a esta pregunta; pero más adelante (véanse págs. 386 ss).
LA POLEM ICA CO N TRA LOS IDOLOS
filosofía popular estoica pudo haber sido aquí más fu e rte 10.
En cambio, los que adoran imágenes fabricadas por hombres,
es decir objetos inanimados, actúan de una m anera incon
cebible (SabSal 13,10-19). En este contexto se intercalan re
flexiones sobre los m otivos que dieron pie al artista para fa
bricar tales obras. P or un lado tenem os el ánimo de lucro
(SabSal 14,2; 15,12); por otro, posiblemente tam bién la am
bición pudo haber coadyuvado a ello (SabSal 14,18). Es muy
interesante que el autor intente incluso plantear una etiología
del culto idolátrico. ¿N o pudo haber estado su origen, por
ejemplo, en un padre que dispone que se fabrique una im a
gen de su hijo m uerto y acaba por rendirle honores de divi
nidad? A partir de ahí se desarrolló un culto secreto que
acabó convirtiéndose en ordenam iento estable. O bien: ¿no
se comenzaría quizá fabricando la estatua de un soberano,
que luego acabó siendo venerada como un dios por quienes
nunca conocieron a aquel rey en persona (SabSal 14,15-17)?
Pero sea cual fuere la movilidad de su línea de pensam iento
—lo satírico pasa casi por completo a últim o plano, em pu
jado por la reflexión seria—, el autor juzga el culto a las
6 Véanse páginas 213 ss., 226 ss., 367 s., 375, 398 s.
6 La cuestión de las relaciones colaterales entre himno y sabidu
ría debeería ser nuevamente repensada a partir de la convincente dis
tinción propuesta por F. Crüsemann entre himnos “con imperativo”
e him nos “con participio” ; cfr. F. Crüsmann, Studien zur Formge
schichte to n H ym nus und D anklied in Israel, 1969. Se pueden ates
tiguar documentalmente los himnos participiales en parte de los Li
bros proféticos (unas veces como estilot aprovechado por los profe
tas, otras com o interpolaciones). Lo encontramos también en el Li
bro de Job. Desde el punto de vista del contenido define a estos
him nos una temática constante: las maravillas de D ios en la crea
ción, su gobierno del acontecer de la naturaleza y su soberana con
figuración de los destinos humanos. Por estilo y temas, esta clase de
him nos son generales en Oriente. Podemos discernir sólo como pro
bable que tuvieran un lugar dentro del culto israelita preexílico. Más
bien hem os de abordar la gran masa de textos como un género de
terminado de poema artístico, que se cultivó en ciertos ambientes.
De aquí al empleo de este estilo hímnico en grandes poemas didác
ticos, no habría más que un paso. Y no habría entonces relación inm e
diata con el mundo del culto.
244 M aterias de la enseñanza
1. El fundam ento de la c o n f ia n z a
hace falta añadir que este oficio era delicado y estaba amena
zado por el peligro de protegerse contra la vida m ediante teo
rías deducidas de ella. Como más adelante veremos es ade
más una tarea que no llegó a su fin ni alcanzó un resultado
inequívoco. M ás vale no hablar a este propósito de optimismo
o de pesimismo, pues precisam ente en la sabiduría sentencial
más antigua podemos com probar dentro de la búsqueda de un
enseñoream iento de la contingencia, la existencia de un cono
cim iento •— a veces incóm odam ente nítido— de los lím ites im
puestos a la intelección humana, y de la polivalencia de los
fenómenos.
que se abaten sobre los hom bres de m anera totalm ente inexpli
cable en apariencia, podía ofrecérsele una explicación muy se
ria a la voluntad de conocer: Dios actúa secretam ente en esos
padecimientos, pero en el efecto final resulta claro que es
un obrar que educa al hombre. La idea de que Dios dispone
en la vida de cada cual una educación saludable ■ —idea cer
canam ente em parentada con la de prueba— ocupa en el A nti
guo Testam ento sólo un espacio restringido. Es casi por com
pleto extraña a las elucubraciones del orante en torno a sus
sunfrimientos, tal como aparecen en los salmos lam entatorios,
por ejem plo7. En cambio los m aestros de sabiduría se ocupan
con gusto del tema. Es lógico que, sobre todo ellos, acogiesen
la idea de una educación o una corrección divina mediante
el sufrimiento, dado que su ocupación peculiar era la educa
ción del hom bre y la estim aban muy ú til8.
7 Psal 118,18.
5 Prov 4,13; 13,1; 13,24; 19,18; 23,13; 29,15,17; Sir 2; 4,17;
18,13; 23,2; 33; 34,10.
Confianza y adversidad. Experiencias dolorosos 259
que se llegaba tras la m uerte son muy poco precisos, por eso
no podem os considerar a limine imposible esta interpretación
del salmo 49.
Tam bién el salmo 73 es un poema didáctico. Lo encabeza
una sentencia sobre la genuina bondad de Yahwé para con
Israel. Por un lado provoca al lector y por el otro anticipa
la m eta a la que conducirán las reflexiones y experiencias del
autor. Luego, en los vv 2-17 sigue un relato en prim era persona
del singular, que se convierte sin una clara solución de con
tinuidad en rezo interpelante. Esta relación de experiencias
vividas que han suscitado una reflexión y conducen a un
resultado, a una “solución”, es una forma literaria específica
m ente sapiencial19. Los m aestros form ularon oraciones de ese
mismo tipo. Tam bién aquí es la “buena fortuna de los impíos”
(la expresión aparece en el v 3b), lo que provoca la protesta.
Por desgracia la detallada descripción de los impíos —es la
más porm enorizada que tenem os— no perm ite captar con más
claridad la clase de personas a las que propiam ente alude.
Y tam bién aquí se aborda el problem a de la voluntad de co
nocer:
Me puse, pues, a pensar para entenderlo,
¡ardua tarea ante mis ojos!
(Psal 73,16)
3. E l L ib r o de J ob
ria. Pero ¿de verdad que era tan por completo revolucionaria
en cuanto a su sustancia?
T oda la disensión entre Job y sus amigos estriba en la
diversa concepción que tienen de la justicia del hom bre ante
Dios. El punto de partida de la argumentación de los amigos
era: ningún hom bre es justo ante Dios, por eso todos tienen
que p a d e c e r36. Como ya hemos visto, esta concepción de los
amigos no es en modo alguno específicamente “sapiencial” ;
era general en Israel e incluso en toda la Antigüedad. Los
hom bres se ven im pulsados por los sufrim ientos a volverse
hacia Dios y a confesar sus pecados. Entonces Dios los acep
tará y sus relaciones con él estarán en orden. P or tanto, no
se podrá decir que los amigos no conocen ninguna justicia del
hom bre ante Dios. Consistía en su conversión a Dios y en que
fueran aceptados por él.
En cambio Job dice: Yo soy justo ante D ios; él y no
yo ha perturbado la relación entre ambos. Responder a la
pregunta de cómo se ha de entender m ás exactam ente ese
“m antenerse” Job en su “integridad” (Job 27,5), necesitaría
una investigación m ás detenida. Por lo pronto, Job afirma en
esta declaración que él no tiene conciencia de una falta tan
grave como para que pueda explicar la m agnitud de sus pa
decimientos. También es claro que Job, con una afirmación
semejante, no quiere calificarse de totalm ente impecable. La
“ justicia” ante Dios, no es en absoluto un predicado resultante
de un cóm puto de prestaciones morales. En definitiva era
Dios quien se la reconocía al hom bre, sea por su fe, sea por
esa profesión que el hom bre hace en El. Si Job afirma estar
en una relación justa con Dios, no era como resultado de
balance moral establecido ad hoc, sino que al confesarlo bus
caba refugiarse en una relación con Dios que había sido es
tablecida mucho antes de él y sobre la cual él sabía lo sufi
ciente como para querer reivindicarla para sí. Tam bién Job
sabe que con sus protestas de inocencia no está todo resuelto.
T odo depende del fallo justificador que Dios emita. P or eso
Job tenía que hacerle en trar en diálogo con él, costase lo que
costase. Es interesante ver con qué vigor vive Job todavía
una sola de esas preguntas, él, que fue rebelde, vuelve a po
ner en cierta m anera todo el m undo en las manos de ese Dios
por el que existe y que es el único que lo sostiene y conserva.
H a retirado pues solemnemente su querella porque —esto
es evidente— ahora sabe que tam bién su destino se halla
bien guardado en el m isterio de ese Dios. Y puede sentirse
tanto más protegido por El cuanto que la interpelación de la
que fue juzgado digno no tenía en absoluto como m eta única
el inculpar a Job. Es al mismo tiempo un testim onio aplas
tante de la plácida serenidad con que Dios se vuelve hacia el
m undo burlándose de todos los criterios de la racionalidad
y la economía humana, una serenidad alegre en la que está
incluido hasta el necio avestruz “a quien Dios negó toda par
ticipación en la inteligencia” (Job 39,17). ¿N o hay ahí tam
bién un divino llam am iento a participar en esta alegría?
Así se volvió pues Dios hacia Job, y Job le entendió al ins
tante. Tam bién aquí —como herm osam ente se ha dicho— Dios
ha apostado por Job; y no se equivocó en apostar por él, pues
ganó. Que tam bién podría haber ocurrido que Job se hubiese
cerrado a aquel llamamiento, y entonces hubiera sido Dios
el perdedor “.
quejas y los ataques de Job, sobre todo después que Dios en su gran
discurso ha rechazado tales estallidos? ¿Y no nos llevará también a
violencias interpretativas el pretender comprender ese sufrimiento so
bre el que Job con tanta pasión discute con sus amigos, preferente
mente (así es como lo hace el relato) a partir de la idea de una prue
ba dispuesta por Dios? En los diálogos sólo ocasionalmente expresan
los amigos una concepción de esos sufrimientos como prueba que
Dios d isp u so fjo b 5,17ss; 33,13ss). Job había arrojado lejos de sí una
interpretación tan positiva de sus sufrimientos.
4. E l E c l e s ia s t é s
cada vez en una u otra de ellas, pero todas juegan unas con
otras inseparablemente.
¿Se relaciona esto realm ente con el hecho de que él fue el pri
mero que consiguió liberarse de los prejuicios “dogmáticos” ?
La razón de esta oposición excitante es mucho m ás honda.
Radica en los distintos supuestos previos de la fe en la una y
en la otra parte. Dicho con exactitud m ayor: la experiencia
a la que se abandonaron los m aestros antiguos, era de una clase
diferente desaquella que se expresa en Qohelet. Allá era una
experiencia en continuo diálogo con la fe; la razón —que no
se pretendía absoluta, sino que se sabía fundada en el conoci
m iento referente a Yahwé y salvaguardada por su gobierno—
buscaba la confirmación de los hechos. Pero no existía abso
lutam ente ningún canon para medir cuántas de esas confirm a
ciones tenía que extraer de la experiencia, una razón así abar
cada por la fe. En Q ohelet las cosas son totalm ente distintas.
Si él se sentía sin protección ante los acontecim ientos, aban
donado y “vulnerable por todos los lados” (Zimmerli), ello no
dependía de la superior agudeza de sus dotes de observación,
sino de una pérdida de confianza. Ya hem os visto con cuánto
encarecim iento hablaban los anteriores representantes de la
sabiduría sobre su confiana en Dios y cuán estrecham ente se
entretejían con ella sus esfuerzos cognoscitivos. Dado que en
señaban experiencias hechas en la fe, consideraban el reforzar
la confianza en Yahwé como m eta de su instrucción (Prov 22,
19). Tam bién sabían que el m undo está implicado en el im
previsible secreto de Dios. Pero eso no llevó el desconcierto a
su fe “ . Qohelet se siente profundam ente turbado por eso. ¿No
era el futuro en todo Israel, y por ende tam bién para los maes
tros, dominio por antonom asia de Yahwé, en cuyas manos po
día el hom bre confiarlo tranquilam ente? En cambio Qohelet
siente el misterio del futuro como una de las mayores cargas
de la v id a 61. Y así llega a una frase m onstruosa dentro del
m arco de la fe en Yahwé: “Todo el porvenir es vanidad”
(Qoh 11,8). Y de aquí puede pasar a corear tam bién las anti
quísimas quejas por la vanidad de la vida. Sólo queda felicitar
a los m uertos y, mejor aún, a los que todavía ni han nacido
(Qoh 4,2). Pero el gran apuro, la máxima indigencia de Qohe
let estriba en que con una razón que ha sido desamparada
Por otra parte, tam bién le han sido im puestos unos límites
al intento de Qohelet de reflexionar partiendo tan resueltam en
te de su aislamiento. Por el radicalismo de sus cuestiones se
ha convertido totalm ente en espectador, se lim ita a observar,
a registrar, a resignarse. Respecto a los antiguos sabios, Qohe
let ha cruzado una frontera que —por la razón que fuese— les
había sido m arcada a aquellos. M ientras que ellos nunca se
sirvieron de abstracciones sumarias para interpretar las rea
lidades de su vida, Qohelet va inm ediatam ente al conjunto.
Va am ontonando todas las experiencias de la vida para en
contrar la fórmula concluyente; y el balance es: “vanidad”
(hebel); palabra que resuena a lo largo de todo el Libro (unas
30 veces) como un contrapunto dado por los graves registros
de un órgano. Su razón camina en busca de una abstracción
últim a; pero se expone a que le repregunten: ¿sigue siendo
ella un medio adecuado para responder a la cuestión sobre la
salvación del hom bre? Pregunta tanto más justificada cuanto
que Qohelet se ha retirado de todo lo que sea configurar ac
tivam ente la vida, quedando así de antem ano autoexcluido de
un vasto campo de experiencias decisivas.
M as las preguntas planteadas por Qohelet no adm iten una
respuesta que parta de la pura teoría, pues los cursos de acon
tecim ientos en los que se fija la m irada reflexiva del hom bre
no son un fatum objetivo, y, ante todo, escapan y se cierran a
todo cálculo global por parte de un observador que se m an
tiene distanciado. M uy al contrario: se le presentan al hom
bre, con movilidad incesante y una variedad inacabable de
facetas. El m undo se abate m onstruoso sobre él, y le reta. Los
acontecim ientos pueden tom ar un aspecto totalm ente diferen
te a los ojos de quien está salvaguardado por una confianza
básica, y a los de quien siente el asalto del escepticismo. Sí;
demos un decisivo paso m ás: no sólo le “parecen” distintos,
sino que son y se hacen distintos... Quien confía, encuentra
tam bién cosas dignas de confianza. Veam os: lo que dentro
de una multiplicidad compleja de acontecim ientos es conside
rado paradigm ático, y por ende puesto en el candelero didác
tico, depende de la postura fundam ental que el observador
adoptó previamente. Esta frase no hay que entenderla en modo
alguno como si el hom bre en el fondo solamente depen
diese de las ideas que él se ha forjado sobre el m undo exte
304 M aterias de la enseñanza
5. E p íl o g o a J ob y al E c l e s ia s t é s
64 SabSal 2,1-20.
Confianza y adversidad. Job y Eclesiastés 307
Si apeteces la sabiduría
guarda los m andam ientos,
y el Señor te la dispensará.
(Sir 1,26)
Tam bién aquí Siráj traza una línea que camina altanera
hacia lo teológico: precisam ente las cosas no son lo que pa
recen —tam bién los feos, los que están en duelo o son perse
guidos por la desgracia, son dignos de honra— , lo cual corres
ponde exactam ente al orden que Dios ha puesto en sus obras.
“Ocultas a los hom bres están sus obras”. A quí se hace es
pecialmente claro lo que sabe tam bién Siráj de aquello que
tanto turbó a Qohelet. El gobierno de Dios está “oculto”, en
el sentido de que su lógica no resulta clara dentro de los acon-
teceres y los sucesos. ¿A caso no debemos pensar —y es menes
ter que volvamos otra vez a ese texto im portante— que las
cosas de uso diario, agua, fuego, sal, aceite, etc., son objetos
neutrales? No —responde Siráj— ; tam poco éstas lo son. Para
320 Materias de la enseñanza
1 H agam os ya el elogio
de los hom bres piadosos,
de n u estro s padres según su sucesión.
2 G ran gloria les concedió el A ltísim o
y fu ero n grandes desde los tiem pos antiguos.
3 Soberanos sobre la tie rra en sus reinos,
hom bres renom brados por su poderío,
consejeros por su inteligencia,
vaticinadores de oráculos en sus profecías,
4 guías de los pueblos por su inteligencia
y soberanos por su agudeza,
pensadores sabios por su in strucción
La sabiduría de Jesús Siráj 329
nidos torpem ente, p o r ejem plo d e lo que tien e n los pobres (Sir 31
[34],21,24; 32,[35],14). E l sacrificio ha de ser ofrecido con alegría
y no ro nceram ente (Sir 32[35], 10-12). Se ve lo co rrectam en te de
fin id a que está la m an era como Siráj ab ord a las in stituciones cul
tuales. Para él todo va a parar en lo m oral o lo espiritual. “ D evol
ver u n favor es hacer oblación de flor de h arin a, hacer lim osna es
ofrecer sacrificios de alabanza” (Sir 32[35],3s). ¡Siráj no ha leído
esto en la T orá! Se acerca m ás bien a las concepciones de ciertos
salmos.
26 N o obstante, Sir 7,15 se expresa de form a distinta.
334 Materias de la enseñanza
1 Q uizá haya que ad u cir tam bién Sir 42,18: " . . . e l Señor posee
to d o saber, y ve lo venidero en tiem po lejano”. P ero la traducción
no es segura.
D eterm inación de los tiem pos 339
No d ig a s: “P o r el Señor m e he ap artad o ” ,
que lo que él d etesta no lo hace.
N o digas: “ El me ha extrav iad o ”,
pues él no h a m enester del pecador.
T oda abom inación odia el Señor,
tam poco la am an los que le tem en a él.
El fue quien al principio hizo al h om bre
y le dio el poder de pensar.
Si tú quieres, guardarás los m andam ientos,
ser fiel es su voluntad.
El te ha puesto delante fuego y agua,
a donde quieras puedes llevar tu m ano.
15 I H en 93,ls.
348 Materias de la enseñanza
Ciro (II C ro 36,22); sí, incluso lo ha legitim ado com o su U ngido para
que enseñoree el m u n d o (Is 45,lss). P o r vez p rim era surge pues
aquí de golpe d en tro del campo de visión la id ea de que Yahwé
inviste con el señorío m undial a un gran rey en u n m om ento de
term inado. N os podem os p reg u n tar si ta l idea "se p ro d u jo ” en aquel
tiem po. E n tre la idea de los im perios que se descom ponen y la d o c
trin a de los períodos del m undo (H esíodo), no h ab ía originariam ente
interrelación ninguna. Su m ezcla en D an 2 y 7 co nstituye de por
sí un problem a de h isto ria de las tradiciones.
33 C ontra Ph. V ielhauer, N eutestam entliche A p o kryp h en , tom o II,
1964, pág. 420. V ielhauer valora la escatología en la apocalíptica
como fundam ental, m ien tras que considera los elem entos sapienciales
com o accesorios. Las apocalipsis individualm ente consideradas pueden
p ro d u cir esta im presión; pero desde la perspectiva de las tradiciones
h istóricas las cosas suceden probabilísim am ente al c o n tra rio : lo fu n
dam ental es lo sapiencial.
356 Materias de la enseñanza
de la reconstrucción del Tem plo: “hasta que los tiem pos futu
ros se hayan cum plido” (Tb 14,5)21. No cabe com parar el Ecle-
siastés con las grandes apocalipsis, pues se trata de obras que
persiguen fines literarios totalm ente distintos. En el uno y en
las otras se desarrollan ramas del saber diversas por completo.
Desde luego hay que tener en cuenta tam bién la existencia de
un desarrollo ulterior de orden espiritual e intelectual, entre
la época del Eclesiastés y la de las apocalipsis; y quizá, en el
ám bito de las nociones escatológicas precisamente. N os encon
tram os ahí con la forma literaria del discurso-testam ento, en
el cual pasan a la luz pública conocim ientos que originariam en
te eran saberes secretos. Figura ahí la idea de las eras del
universo, y la del juicio final que como solemne acto forense,
y no como acontecim iento guerrero, las clausura. Se desarro
llan a este propósito ampliam ente nociones cosmológicas, tanto
angelológicas como demonológicas, en las que parcialm ente
se palpa cómo también pasaron al judaismo tardío extensos
m ateriales propios del conocimiento sincrético caldeo-iraní25.
Queda por preguntarse si todo esto no se ha de concebir me
jor como un proceso relativam ente orgánico, en el sentido de
una sabiduría que se diversifica en el más variado abanico de
ramas del sa b e r26. No sería desde luego la prim era vez que
la sabiduría de Israel se abre al elenco de los conocimientos
extranjeros. Ignoramos cuándo se produjo la aceptación de
estos m ateriales caldeo-iraníes. No cabe duda de que Siráj co
Y el trueno de su potencia
¿quién lo podrá comprender?
(Job 26,14)
II
III
Aclarémonos una vez más qué era lo que los sabios ofre
cían y qué lo que no ofrecían para ayudar al hombre a auto-
rrealizarse.
No se trata en absoluto de ese chispazo de divinidad cuyo
único portador es el hombre, según se viene enseñando desde
los antiguos griegos hasta nuestros días. Ni tampoco —cosa
que bien es verdad estaría más cerca de su concepción—• de
la cualidad que el hombre posee de ser imagen de Dios. No
392 Reflexión final