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Cuarto Acto de La Obra - El Rey Lear
Cuarto Acto de La Obra - El Rey Lear
EDGARDO: Más vale ser despreciado a sabiendas, que ser despreciado entre
adulaciones. Cualquier mudanza es temible para él dichoso; el desdichado la ve
llegar con alegría. ¡Yo te saludo, aire sutil, y te tiendo los brazos! Pero ¿quién llega
aquí? ¡Mi padre, conducido como un mendigo! ¡Oh, mundo, mundo, mundo! Si tus
extrañas vicisitudes no nos hicieran odiarte, ¿quién se resignaba a envejecer?
(Entran Glóster y un viejo).
VIEJO ¡Oh, mi buen señor! He llevado en arriendo tierras tuyas y de tu padre cerca de
ochenta años.
CONDE DE GLÓSTER Déjame, buen amigo. No sigas más; tu compasión, que ningún
bien puede hacerme, te sería funesta.
EDGARDO
¡Oh, dioses! ¿Quién puede decir: lo peor me ha sucedido? Ya es para mí peor que lo
fue nunca.
EDGARDO
¡Y siempre puede haber algo peor, que no hemos acabado de decir: lo peor es esto,
cuando algo peor ha llegado!
CONDE DE GLÓSTER: No estará tan loco cuando mendiga. Anoche, cuando era más
furiosa la tormenta, vi a otro tal infeliz, y pensaba yo al verle: qué mísero gusano es el
hombre. Me acordé de mi hijo, aunque entonces me era odioso su recuerdo;
después ... ¡He sabido tantas cosas!
CONDE DE GLÓSTER: Calamidad de los tiempos cuando los locos guían a los ciegos.
Haz como te digo o como te plazca. Pero partamos ahora.
EDGARDO: (Aparte) Pero es fuerza. (Alto). ¡Benditos tus ojos de bondad; cómo
sangran!
EDGARDO: Lo mismo por el portillo que por la puerta¡ lo mismo el camino real que
los atajos. Al pobre Tomasillo, cinco demonios se metieron de una vez en su cuerpo:
el de la lujuria, Obdicuto; Obidancio príncipe de la mudez; Mahu, del robo; Modo, del
asesinato; Flibertigibeto, de las muecas y de los temblores ¡Guárdate de todos ellos,
señor!
CONDE DE GLÓSTER: Toma este bolsillo. Tú, a quien los cielos abatieron bajo el
peso de tantos males, por ser yo desdichado, serás más dichoso. ¡Dejen caer su
justicia inexorable! ¡Distribuyan cuanto les sobra, y así tendrá cada uno lo que basta!
¿Conoces tú Dóver?
CONDE DE GLÓSTER: Hay una roca cuya altiva frente se inclina como para mirarse,
temerosa, en el mar profundo. Guíame hasta el borde de su cumbre, y yo remediaré tu
pobreza con algo de valor, que aún guardo. Una vez allí ... no necesitaré que nadie me
guíe.
SEGUNDA ESCENA
DUQUE DE ALBANIA: Todo lo que sea justo y bueno ha de parecer mal a los malos.
La maldad sólo en sí misma se complace. ¿Qué han hecho? ¿A qué han llegado?
¡Con un padre anciano, bondadoso, que con su solo aspecto moviera a tanta
veneración! Y ustedes, lo han enloquecido. ¡Cómo pudo consentirlo mi hermano! ¡Él,
un hombre, un príncipe que tanto tiene que agradecerle! Si los cielos no se apresuran
a enviar prontos ejecutores de un tremendo castigo; no tardarán los hombres en
devorarse unos a otros.
GONERILA: Que no tienes ojos en la cara para distinguir lo que te honra de lo que te
envilece; ¿Por qué no redoblan tus tambores? El de Francia flamea sus banderas
sobre la quietud de nuestros campos, y el airón de su yelmo es amenaza a tu
seguridad. Y tú, en tanto, ¡pobre de espíritu!, te sentarás para exclamar llorando:
¿Por qué vienen contra mí de ese modo?
DUQUE DE ALBANIA: ¡Bien nos avisa la justicia del cielo, que no tarda en castigar
aquí abajo nuestros crímenes! Y el triste Glóster. ¡Arrancarle los ojos!
MENSAJERO: Los ojos, señor. Esta carta, señora, pide pronta respuesta. Tu hermana
la envía.
GONERILA: (Aparte) En parte me contenta ... Mas, ella viuda y mi Glóster a su lado.
De cualquier modo, la noticia no me disgusta. (Alto). Voy a leerla, y te daré, en
seguida, respuesta. (Se va).
MENSAJERO: Sí, mi señor; él fue quien delató a su padre y salió de su casa para
dejarles mayor libertad en el castigo.
DUQUE DE ALBANIA: ¡Glóster! Ven, amigo; has de decirme cuanto sepas. (Se van).
TERCERA ESCENA
CONDE DE KENT: ¿Sabes qué haya podido motivar el súbito retorno del Rey a sus
estados?
NOBLE: Algo que allá quedó pendiente y tanto importa a la seguridad del reino, que,
para su resolución, el Rey mismo ha reflexionado, después de su partida, que es allí
más necesaria su presencia.
NOBLE: Tomó las cartas y las leyó en mi presencia, y, de cuando en cuando, dos
gruesas lágrimas caían temblorosas por sus delicadas mejillas. Más que nunca me
pareció una Reina, pretendía, como vasallo rebelde, proclamarse rey y avasallada.
NOBLE: Por varias veces suspiró: ¡Mi padre! ¡Padre mío! Con angustia que bien
manifestaba lo acongojado de su corazón. Después exclamaba: ¡Hermanas, Kent,
padre! ¿Quién podrá ya creer que hay compasión en el mundo? ,..
CONDE DE KENT: ¿cómo es posible que de un mismo padre y de una misma madre
nacieran criaturas tan distintas? ¿No has hablado después con ella?
NOBLE: No.
CONDE DE KENT: Sabe que el desventurado Rey Lear está en la ciudad. En algún
momento de lucidez recuerda por qué estamos aquí y en modo alguno quiere ver a su
hija.
CONDE DE KENT: Ahora ven conmigo a donde se halla el Rey Lear. Atiéndelo.
Razones poderosas me obligan a ocultar mi nombre por algún tiempo; cuando pueda
decirte quién soy, no te pesará de haberme conocido. Sígueme. (Se van).
CUARTA ESCENA
CORDELIA: Sí, es él;acaban de verle furioso; iba cantando a voces. Que cien
hombres salgan en su busca y no dejen de registrar una parcela de todos esos
campos cubiertos de altas espigas. Que yo le vea pronto. ¿Hay poder en lo humano
para volverle a la razón? Cuanto poseo será de quien lo consiga.
MÉDICO: Remedios hay, señora. Nada puede reparar nuestra naturaleza como el
reposo, y de él está falto; para conseguirlo hay compuestos activos capaces de
adormecer el mayor desvelo.
CORDELIA: Vayan en su busca pronto; tal vez, en su locura, destruyera su vida, que
tanto necesita quien vele por ella. (Entra un mensajero).
QUINTA ESCENA
En el castillo de Glóster.
REGANIA: No sin grave causa aceleró de aquí su partida. Fue gran torpeza, después
de haberle sacado los ojos, dejar con vida a Glóster. Sin duda, Edmundo salió a
encontrarlo, y, compadecido de su ennochecida existencia, acabará de una vez con
su vida; al mismo tiempo podrá informarse de las fuerzas con que cuenta el enemigo.
REGANIA: Nuestras tropas saldrán de aquí mañana, ¿por qué no aguardas a salir con
ellas? Los caminos no están muy seguros.
SEXTA ESCENA
Glóster y Edgardo.
EDGARDO: Subiendo vamos. ¿No adviertes cómo los dos estamos jadeantes?
EDGARDO: Entonces es que tus otros sentidos están torpes, con la falta de tus ojos.
EDGARDO: Anda, señor. Éste es el sitio. No des un paso más. Espanto y vértigo da el
mirar abajo. No quiero mirar más; temo que se me vaya la cabeza y, perdida la vista,
caiga despeñado.
EDGARDO: Dame la mano. Ya estás a un paso del borde mismo. Por cuanto hay bajo
el cielo, no saltaría desde aquí.
CONDE DE GLÓSTER: Suéltame la mano. Toma este otro bolsillo. En él va una joya
que bien puede remediar a un pobre. Los hados y los dioses te protejan. Déjame solo;
despidámonos y que oiga yo cómo te alejas de aquí.
EDGARDO: Fueras no más vilano, pluma, aire y, al precipitarte desde esa altura, te
hubieras estrellado como huevo. Bien puedes decir que vives de milagro
EDGARDO: De la espantosa cumbre de ese tajo. Levanta la vista. Desde tan alto ni se
ve ni aun se oye.
CONDE DE GLÓSTER: ¡Ay de mí! No tengo ojos. ¿Es que la desventura ni aun puede
buscar el descanso de la muerte?
EDGARDO: Apoyate en mi brazo, levanta; así. ¿Cómo te hallas? ¿No sientes dolores
en las piernas?
EDGARDO: Es sobre todo maravilloso. ¿Quién era alguien que al llegar a la cima se
separó de ti?
EDGARDO: Sin duda era algún demonio. Por lo mismo, buen viejo, debes creer que
los excelsos dioses, han querido salvarte.
CONDE DE GLÓSTER: Así será. Desde hoy soportaré mis males hasta que ellos
mismos me digan: Basta, basta, ya puedes morir.
REY LEAR: No; no pueden prenderme porque acuñe moneda. ¡Soy el Rey!
REY LEAR: En particular la Naturaleza está sobre el Arte. Toma tu soldada. Ese mozo
maneja el arco como un espantapájaros. ¡Mira, mira! Un ratón. ¡Quietos, quietos! Con
un pedacillo de queso se le atrapa. ¡Aquí, mi guardia! ¡Oh! ¡Bravo vuelo, halcón!
¡Hiciste presa, hictste presa! ¡Eh! ¿Quién va? El santo y seña.
REY LEAR: ¡Ah! Es Gonerila con barbas blancas. Me adulaban como a un perro; me
decian que eran blancas mis barbas, cuando aún no las tenía negras; sólo sabían
decirme a todo: sí o no. En un sí o en un no, no hay mucha ciencia... Entonces los vi
allí a todos, los olfateaba a mi alrededor. ¡Cómo me habían engañado! Me dijeron que
yo lo podía todo ... ¡Una fiebre puede conmigo!
REY LEAR: Sí; cada pulgada un rey. Perdono la vida a este hombre. ¿Qué delito es el
tuyo? ¿Adulterio? No morirás. ¡Castigar con la muerte el adulterio! Dejen que se
ayunten como quieran; el bastardo de Glóster fue mejor para su padre que mis hijas,
¡Desenfrénate, lujuria! ¡Necesito soldados! En lo demás, mujeres. Hasta la cintura aún
imperan los dioses, y debajo el demonio; allí es el infierno, las tinieblas, el sulfúreo
antro, fuego, hirvientes calderas, podredumbre, corrupción. ¡Qué asco, qué asco!
Dame una onza de algalia, buen boticario, para perfumar mi imaginación. Ahí va el
dinero.
REY LEAR: Sí; bien me acuerdo de tus ojos. ¿Por qué los bizcas al mirarme? No, no
te esfuerces, ciego Cupido; no quiero amar.
CONDE DE GLOSTER: Aunque fuera cada letra como un sol de clara no las vería.
CONDE DE GLÓSTER: ¿Cómo, señor? ¿Con las cuencas vacias de mis ojos?
REY LEAR: ¿De suerte que te ves como yo sin ojos en la cara y sin dinero en el
bolsillo? Pero aún puedes ver cómo va el mundo.
REY LEAR: ¿Es que estás loco? Un ciego puede ver cómo va el mundo. Mira con los
oídos. Ve cómo ese juez acusa a ese infeliz ladrón. ¿Puedes decirme ahora quién es
el juez y quién es el ladrón?
REY LEAR: Y cómo el pobre aprieta a correr huyendo del perro. Pues ahí tienes la
imagen perfecta de la autoridad; un perro, respetable por razón de su cargo. Y tú,
redomado ministro de justicia, detén la airada mano. El usurero quiere ver ahorcado
al tramposo. ¡Nadie es culpable, nadie! ¡Yo los absuelvo a todos! Ponte ojos de vidrio,
y como cualquier ruin político haz que miras lo que no ves. ¡Pronto, pronto!
EDGARDO: Sentencias y desatinos juntamente; la razón en la locura.
REY LEAR: Si quieres llorar mis desgracias te daré mis ojos. Bien sé quién eres: tu
nombre es Glóster. Ten resignación. Venimos a este mundo llorando. Voy a
predicarte; escucha.
REY LEAR: Cuando nacemos lloramos de parecer sobre este teatro de locos. He de
hacer la prueba, y cuando caiga así sobre estos yernos míos ... ¡A muerte, a muerte, a
muerte, a muerte! (Entran un noble y acompañamiento).
NOBLE: Aquí está. Deténganlo, que no escape. Señor, tu hija más amada ...
REY LEAR: ¿No hay rescate? ¿Me haces tu prisionero? Nací para ser el bufón de la
fortuna. Átame bien; soy buena presa.
REY LEAR: ¿Nadie me secunda? ¿Yo solo contra todos? Hay para convertir a un
hombre en llanto.
REY LEAR: Pero aún está vivo, y para hacerte con él tendrás que correr mucho ...
¡Hala, hala! (Sube corriendo; algunos lo siguen).
NOBLE: Gran tristeza es ver así a cualquier pobrete. Por suerte aún tiene una hija que
sabrá vindicar a la Naturaleza de la maldición que pesa sobre ella por culpa de otras
hijas gemelas en maldad.
NOBLE: Nada más cierto ni más divulgado; pudo oírlo todo el que sea capaz de
percibir el menor ruido.
NOBLE: Muy cerca y avanzando. Se presume que ha de estar muy pronto a la vista.
NOBLE: Aunque la Reina permanece aquí, por razones poderosas, las tropas salieron
ya.
CONDE DE GLÓSTER: ¡Así tu mano amiga tenga fuerza bastante para acabar
conmigo! (Edgardo se interpone).
EDGARDO: (Con acento rústico) Y ¿no más de que porque así te cumple, sin otras
razones?
EDGARDO: Buen caballero, quítate de delante y deja a la pobre gente. ¡Ea! Deja al
viejo y sigue tu camino, si no quieres que probemos cuál es más dura: tu mollera o mi
estaca.
EDGARDO: Te echaré fuera las muelas. No me asustas con tus muecas. (Pelean y cae
Usvaldo).
USVALDO: ¡Esclavo, me has matado! Villano, toma este bolsillo. Después, entrega
unas cartas que hallarás sobre mi pecho a Edmundo, Conde de Glóster. Le buscarás
en el campo británico. ¡Oh, muerte inoportuna! (Muere).
SÉPTIMA ESCENA
CORDELIA: ¡Oh noble Kent! Toda mi vida y cuanto yo pueda para agradecer tu
lealtad; pero la vida es corta y la recompensa será mezquina.
CORDELIA: Vístete como corresponde; ese traje es como luto que recuerda días muy
tristes. Múdalo, yo te lo ruego.
NOBLE: Sí, señora; aprovecharon su profundo sueño para vestiloo de limpias ropas.
CORDELIA
No había de haber sido tu padre y esta nieve de su cabeza debió bastarte para
apiadarte de él. Y él, como vigía, a la ventura, sin otro yelmo que sus canas ... El perro
de mi mayor enemigo, aunque alguna vez me hubiera mordido, tendría sitio, en noche
semejante, al amor de mi hogar ... Y tú, ¡pobre padre mío!, sólo tuviste abrigo en una
zahurda. Ya despierta; háblale.
REY LEAR: Mal hiciste en sacarme de la tumba. Eres un alma bienaventurada; pero
yo estoy atado a una rueda de fuego.
REY LEAR: ¿Qué ha sido de mí? ¿Dónde me hallo? ¡Hermoso día! Mucho me han
hecho padecer; No sé qué decir ... No me atrevo a creer que ésta sea mi mano ... Voy
a ver ... Siento la punzada de este alfiler ... ¿Quién sabe de cierto quién soy?
CORDELIA: Mírame, señor. Y alza tus manos para darme tu bendición ... ¡No, no te
arrodilles ante mí!
REY LEAR: No te burles de mí, te lo suplico. Soy un pobre viejo alelado. Creo que te
conozco, y también a este hombre; pero estoy dudoso, pues no sé dónde me hallo ni
sé, por más que pienso, quién puede haberme vestido así ... ni recuerdo dónde pasé
esta noche ... No se rían de mí, que, tan cierto como soy hombre, esta dama es mi hija
Cordelia.
REY LEAR
Son lágrimas tuyas las que me mojan ... Sí, tuyas son, en efecto. No llores. Ya sé que
no me amas, pues tus hermanas, sí, bien me acuerdo, fueron crueles conmigo ... tú
tendrías razón, ellas no la tuvieron.
REY LEAR: Has de tener paciencia conmigo. Perdona. Soy un pobre viejo y estoy
alelado. (Se van todos, menos el Conde de Kent y un noble).
NOBLE: ¿Es cierto, señor, que han dado muerte al Duque de Cornualles?
NOBLE: He oído que Edgardo, su hijo proscrito, se halla en Alemania con el Conde de
Kent.
CONDE DE KENT: He oído otras versiones. Hay que estar prevenidos. Las tropas del
Reino se acercan con presteza.
CONDE DE KENT: Mis propósitos y mis esperanzas, para bien o para mal, han de
decidirse con la suerte de esa batalla que hoy ha de librarse. (Se va).