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Carey John para Que Sirven Las Artes 1 37
Carey John para Que Sirven Las Artes 1 37
SIRVEN
LAS John Carey
DEBATE
i
¿Para qué sirven
las artes?
JOHN CAREY
Traducción de
TERESA ARIJÓN
DEBATE
Carey,John
¿Para qué sirven las artes? - 1* ed. - Buenos Aires :
Debate, 2007.
288 p.; 22x15 cm. (Ensayo)
ISBN 978-987-1117-32-1
IMPRESO EN LA ARGENTINA
www.sudamericanalibros.com.ar
ISBN 978-987-1117-32-1
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relevantes que llegaban a la redacción del New Yorker. Gracias a sus
amables sugerencias, las horas que pasé en las bibliotecas me parecie
ron mucho menos solitarias. El interés y la constante atención de mi
esposa Gilí —quien leyó y criticó el manuscrito desde un principio—
también han sido esenciales para mi labor.
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INTRODUCCIÓN
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¿PARA QUÉ SIRVEN LAS ARTES?
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INTRODUCCIÓN
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¿PARA QUÉ SIRVEN LAS ARTES?
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PRIMERA PARTE
Capítulo Uno
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¿QUÉ ES UNA OBRA DE ARTE?
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¿QUÉ ES UNA OBRA DE ARTE?
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Todo novio ve bella a su novia al pie del altar, y es muy posible que él
sea la única persona que la ve así. Y el hecho de que el gusto indivi
dual por esta clase de belleza no admita reglas fijas podría considerarse
un golpe de suerte para ambas partes.
También queda claro que, para Hegel, “lo Divino” sólo se revela
en el arte europeo:
Por otra parte el arte europeo, al ser verdadero, nos hace mejores/
personas. Es “en verdad la institutriz primordial de los pueblos” yl
educa “encadenando e instruyendo los impulsos y pasiones”, y “eli-'
minando la brutalidad del deseo”.
Schopenhauer, otro beneficiario de las teorías de Kant, también
aportó su grano de arena a las ideas occidentales de arte alto. Sostenía
que, en la pura contemplación del objeto estético, el observador
abandonaba por completo su personalidad y se transformaba en “un
claro espejo de la naturaleza interior del mundo”. Ni siquiera era
necesario que el objeto en cuestión fuese una obra de arte. Bastaba un
árbol, o un paisaje. Al permitir “que toda su conciencia se colme en
* ■ — m u d a contemplación”, el observador deja de ser él mismo y se vuel- -
ve indiferenciable del objeto. Más aún, lo que ve ya no es el objeto. Es
la idea platónica —“la forma eterna”— de que está hecha la natura
leza interior del mundo. Sin embargo, Schopenhauer nos advierte
que este logro notable no está al alcance de todos. Hay que tener
—% dones especiales. El mortal común, a quien describe con desprecio
como “esa manufactura de la naturaleza, que produce por miles cada
día”, jamás podrá aspirar a alcanzar el estado de contemplación pura
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obra de arte, cosa que bien podría ocurrir. Danto habría respondido:
“Esa corbata no es una obra de arte, por mucho que usted piense lo
contrario; y no es una obra de arte porque el mundo del arte no la
consideraría como tal”. Es probable que esta respuesta no satisfaga al
devoto padre. ¿Pero debería satisfacernos a nosotros? En efecto, la res
puesta de Danto es una versión de la solución religiosa que aludí al
comienzo. Una persona religiosa, suponiendo que concordara con
' Danto, diría: “Dios no considera que la corbata del niño sea una obra
de arte”. Danto dice: “El mundo del arte no considera que la corbata
del niño sea una obra de arte”. Esencialmente es la misma respuesta,
dado que apela a una autoridad trascendente cuyo veredicto no
puede ser cuestionado y cuya decisión automáticamente anula todas
las opiniones subjetivas y personales. Para Danto, la gente de buen
gusto es congénitamente superior: una raza aparte. El buen gusto no
'¡ se aprende, afirma, es un don.
Llegado a este punto, creo pertinente agregar que la fe de Danto
I en las decisiones del mundillo artístico se extiende a otras artes ade-
I — m á s de la pintura. Por cierto, se aplica a todas las artes. Hay un mundo
ti de la música que decide qué es música y qué es sólo ruido, un mun-
* do de la danza que diferencia la danza del mero movimiento, y un
f mundo literario que reconoce la verdadera literatura. Para Danto,
estas distinciones son reales y definidas. “El relato periodístico”, afir-
■' ma, “contrasta de manera contundente con los relatos literarios por
que no es literatura”. Según parece, en algunos casos más de un
equipo de expertos tendrá que juzgar si lo es o no lo es. Danto cita la
obra de Robert Morris, “Box with the Sound of Its Own Maldng”
(1961), una caja alta de madera que tenía dentro un grabador de cinta
que reproducía martillazos y ruidos de serruchos. Como fenómeno
visual y auditivo esta obra podría calificar, presuntamente, como
música o como escultura. La guía telefónica de Manhattan también
podría, según Danto, ser considerada una obra de arte en las más
¡ diversas categorías. Podría ser una novela de vanguardia, una escultu-
; ra de papel o un álbum de estampas. Pero, como en el caso de la cor
bata azul pintada, sólo la validación del mundo artístico podría
transformarla en arte.
El de la corbata pintada puede parecer un ejemplo trivial. Pero
la confrontación entre Danto y el padre del niño sirve como modelo
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to mismo. Cualquier cosa puede ser una obra de arte. Lo que la_con-
vierte en obra de arte es que alguien piense que lo es. Para Danto, ¿se
alguien debe ser miembro del mundillo artístico. Pero ya nadie,
excepto el mundillo artístico, lo cree así. El mundo del arte ha perdi
do credibilidad. El electorado se ha expandido; por cierto, se ha vuel
to universal. Mi respuesta a la pregunta “¿Qué es una obra de arte?”
es: “Una obra de arte es cualquier cosa que alguien haya considerado
alguna vez una obra de arte, aunque sea una obra de arte sólo para ese
alguien”. Además, los motivos que nos llevan a considerar que algo es
una obra de arte son tan diversos como diversos son los seres huma
nos. A mi leal entender, ésta es la única definición lo bastante amplia
como para abarcar, por una parte, “La Primavera” y la Misa en Do
Menor, y, por la otra, una lata de excremento humano y una corbata
azul pintada por un niño.
De esto se desprende que el antiguo uso de “obra de arte” como
término elogioso —que implica la membresía de una categoría
exclusiva— se ha vuelto obsoleto. La idea de que con sólo decir que
algo es una obra de arte estamos confiriéndole una suerte de sanción
divina es hoy tan respetable a nivel intelectual como creer en los
peces de colores.Tras el incendio del depósito Momart y la indiferen
cia de la reacción pública,Tracey Emin dijo por radio que sus amigos
extranjeros la habían compadecido por vivir en un país donde las
obras de arte tenían tan poco valor. Ahora estamos en condiciones de
ver que su indignación y la de sus amigos, aunque comprensible, deri
vó de una simple malinterpretación del pensamiento moderno. Emin
y sus amigos suponen la existencia de una categoría aparte de cosas
llamadas “obras de arte” (a la cual, según creen, pertenece la produc
ción de Emin) que son intrínsecamente más valiosas que aquellas
cosas que no son obras de arte, y que^enconsecuencia, merecen res
peto y admiración universales. Hoyrabemosjque estos supuestos ori
ginados a fines del siglo XVIII ya no tienen vigencia ni valor en
nuestra cultura. La pregunta “¿Esto es una obra de arte?” —formula
da con enojo, indignación o simple perplejidad— sólo puede tener,
hoy, una respuesta: “Sí. si usted cree que lo es: no. si usted cree que no
1q_£s”. Si esto parece lanzarnos de cabeza al abismo del relativismo, lo
único que puedo decir es que en realidad siempre hemos estado en el
abismo del relativismo... suponiendo que sea un abismo.
¿QUÉ ES UNA OBRA DE ARTE?