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FFMMNUA
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a) La Constitución.
Añade, además, que tendrán carácter supletorio, las disposiciones generales del Derecho
Administrativo y los preceptos del Derecho Común.
En el Derecho Financiero y Tributario el aspecto más relevante del estudio de la Ley como fuente del
Derecho es el que atañe a la determinación de los extremos que necesariamente deben regularse
mediante normas de este rango, es decir, el examen de la reserva de Ley, lo que supone, además,
agotar en buena medida el estudio de la Constitución como fuente de nuestra rama del Derecho. A
todo ello hemos dedicado nuestra atención en la Lección 5. En consecuencia, estudiaremos ahora
otras cuestiones referidas a la Ley y el resto de las fuentes del Derecho.
II. LOS TRATADOS INTERNACIONALES
El art. 96.1 CE establece que los Tratados Internacionales válidamente celebrados formarán
parte del ordenamiento interno, una vez publicados oficialmente en España. Por su parte, el
art. 31 de la Ley 25/2014, de 27 de noviembre, de Tratados y otros Acuerdos
Internacionales establece:
«Las normas jurídicas contenidas en los tratados internacionales válidamente celebrados y
publicados oficialmente prevalecerán sobre cualquier otra norma del ordenamiento interno en caso
de conflicto con ellas, salvo las normas de rango constitucional.»
Véase una aplicación práctica de lo que acabamos de señalar en las SSTS de 6 de marzo de 2014 (RJ
2014\1452), de 27 de noviembre de 2015 (RJ 2015\5654) y de 17 de julio de 2018 (RJ 2018\3555),
entre otras.
Es evidente que, en una obra de estas características, no podemos examinar con detalle la regulación
de los Tratados Internacionales, pero sí que conviene hacer algunas alusiones a su régimen jurídico
porque tiene una aplicación indudable en el Derecho Financiero.
De acuerdo con lo previsto en los arts. 93 y 94 CE, los Tratados Internacionales pueden
clasificarse en tres grupos:
a) Los que requieren previa autorización por Ley Orgánica.
b) Los que requieren previa autorización de las Cortes.
c) Aquellos en los que, una vez concluidos, deberá informarse al Congreso y al Senado.
Desde nuestra perspectiva tiene interés examinar algunos aspectos de las dos primeras
categorías.
1. TRATADOS QUE REQUIEREN PREVIA AUTORIZACIÓN MEDIANTE LEY ÓRGÁNICA
En primer lugar, nos encontramos con los Tratados para los que se requiere autorización
mediante Ley Orgánica, que son aquellos en que se atribuya a una organización o
institución internacional el ejercicio de competencias derivadas de la Constitución (art. 93).
El paradigma de este tipo de tratados es el Tratado de 12 de junio de 1985, por el que
España se adhirió a las Comunidades Europeas, y cuya ratificación fue autorizada por la
Ley Orgánica 10/1985, de 2 de agosto.
Pues bien, en los Tratados de la Unión Europea (TUE), firmado en Maastricht el 7 de febrero de
1992, y de Funcionamiento de la Unión Europea (TFUE), firmado en Roma el 25 de marzo de 1957
(ambos con Textos consolidados a partir de todas las reformas introducidas por el Tratado de Lisboa
de 13 de diciembre de 2007), se atribuye a la Unión Europea una serie de competencias en materia
financiera y tributaria que, en la Constitución, se reservan a las Cortes Generales.
De entre tales competencias, conviene resaltar las siguientes (arts. 110 a 113 TFUE):
a) Se prohíbe a los Estados miembros gravar directa o indirectamente los productos de los demás
Estados miembros con tributos internos, cualquiera que sea su naturaleza, superiores a los que graven
los productos nacionales similares.
b) Se prohíbe gravar los productos de los demás Estados miembros con tributos internos que puedan
proteger indirectamente otras producciones.
c) En el caso de entregas de productos de un país miembro a otro, se prohíbe la devolución de
tributos superior a los efectivamente soportados.
d) Se prohíbe la imposición de gravámenes compensatorios a las importaciones procedentes de otros
Estados miembros.
El segundo supuesto que debemos examinar es el del apartado d), que cita los Tratados que
impliquen obligaciones financieras para la Hacienda Pública.
Constituye, sin duda, el precepto que goza de más amplia tradición en nuestra historia
constitucional. Desde 1812 hasta hoy, de forma ininterrumpida, se ha venido recogiendo en
nuestras Constituciones la necesidad de que las Cortes autorizasen la conclusión de todo
Tratado que comportara obligaciones financieras para la Hacienda Pública.
Será difícil encontrar un supuesto en el que la actividad convencional del Estado no suponga, al
mismo tiempo, la asunción de una obligación para la Hacienda Pública. Cabe pensar en que, con el
fin de hurtar al Parlamento su previo pronunciamiento autorizante, la Administración tratará de
remitirse a las consignaciones presupuestarias —cuando las haya, claro está— que cubren el capítulo
al que se refiera la materia regulada en el Tratado. Dependerá tanto de la propia Administración,
como de la postura que adopte el Parlamento en el ejercicio de custodia que le atribuye el art. 94, el
que la recta aplicación del precepto, sin entorpecer innecesariamente la acción exterior del Estado, no
se convierta, por otra parte, en un precepto vaciado de contenido en la realidad.
D) Tratados que supongan modificación o derogación de una Ley
En fin, el apartado e) del art. 94.1 CE menciona los Tratados que supongan modificación o
derogación de alguna Ley o exijan medidas legislativas para su ejecución.
Nos encontramos, sin duda, ante el precepto técnicamente más acabado de cuantos integran
el art. 94 y cuya recta intelección hubiera hecho innecesarios la mayoría de los distintos
apartados que integran dicho artículo.
La importancia del precepto no precisa ser resaltada, puesto que su trascendencia es
manifiesta. Su finalidad fundamental es velar por la observancia del principio de reserva de
Ley —del principio de legalidad, en términos generales—. Con la aplicación de esta
cláusula pueden observarse todos los inconvenientes que derivan de la primacía atribuida al
Gobierno en la dirección de las relaciones exteriores.
No se ha previsto, con carácter general, la participación que las Comunidades Autónomas puedan
tener en la decisión del órgano legislativo sobre las materias previstas en los arts. 93 y 94.
Jurídicamente tal imprevisión no merece reproches, especialmente en el caso del art. 93, en el que las
Cortes Generales no tienen que verse condicionadas. Tampoco, jurídicamente, tal audiencia de las
Comunidades Autónomas es exigible. Sin embargo, desde el punto de vista político, sería cerrar los
ojos a la realidad desconocer la conveniencia de que se les dé audiencia. Piénsese, por ejemplo, en
los tributos cedidos a las Comunidades Autónomas y en la repercusión que sobre ellos tiene la
aplicación del Impuesto sobre el Valor Añadido.
Solamente en el Estatuto de Autonomía de Canarias se recoge (art. 38) que la Comunidad Autónoma
será informada en la elaboración de los tratados y convenios internacionales y en las negociaciones
de adhesión a ellos, así como en los proyectos de legislación aduanera, en cuanto afecten a materias
de su específico interés. Recibida la información, el órgano de Gobierno de la Comunidad Autónoma
emitirá, en su caso, su parecer. Ahora bien, esta previsión del Estatuto canario debe ponerse en
relación, no con el art. 94 CE, sino con la Disposición Adicional 3.a de nuestra Carta Magna, que
requiere el informe previo de esta Comunidad Autónoma ante cualquier modificación de su régimen
económico y fiscal. Así se recordó en las SSTC 164/2013, de 26 de septiembre, y 164/2014, de 7 de
octubre.
III. LA LEY DE PRESUPUESTOS
1. IDEAS GENERALES
La Ley de Presupuestos es una Ley ordinaria, como cualquier otra. Como estudiamos en la
Lección correspondiente, se han acabado las discusiones doctrinales que, en el pasado,
cuestionaron su naturaleza jurídica, si bien es cierto que presenta algunas peculiaridades
que asimismo son examinadas en otras Lecciones.
Estas dos notas, esto es que la Ley de Presupuestos es una Ley ordinaria, y que, no obstante, presenta
ciertas peculiaridades, han sido destacadas reiteradamente por el TC. Pueden verse al respecto las
SSTC 3/2003, de 16 de enero; 34/2005, de 17 de febrero; 82/2005, de 6 de abril, 136/2011, de 13
septiembre, mencionada antes, 217/2013, de 19 de diciembre, y 123/2016, de 23 de junio, que citan
otras muchas en el mismo sentido.
No obstante, hay un aspecto que debe merecer nuestra atención, puesto que se refiere a la
posibilidad de regular, a su través, los tributos. En definitiva, nos interesa estudiar si y en
qué medida la Ley de Presupuestos es fuente de nuestro ordenamiento.
Dice sobre este particular el art. 134.7 CE: «La Ley de Presupuestos no puede crear
tributos. Podrá modificarlos cuando una ley tributaria sustantiva así lo prevea.»
Esta norma trata de encauzar jurídicamente las relaciones entre la anual Ley de
Presupuestos Generales del Estado y el ordenamiento regulador de los tributos, relaciones
que históricamente nunca han sido armoniosas.
Como señaló el Tribunal Constitucional, la limitación del art. 134.7 se encuentra justificada por las
restricciones que la misma CE impone al debate presupuestario (STC 65/1987, de 21 de mayo).
Ahora bien, las limitaciones impuestas por la CE a las leyes presupuestarias no son aplicables a las
Leyes multisectoriales o trasversales (comúnmente conocidas con el nombre de Leyes de
acompañamiento), pues éstas son manifestaciones de la potestad legislativa ordinaria (SSTC
176/2011, de 8 de noviembre, y 209/2012 de 14 de noviembre).
2. MODIFICACIONES QUE AFECTAN A LAS NORMAS TRIBUTARIAS GENERALES
Las posibilidades que tienen las leyes presupuestarias de modificar las normas tributarias
generales y, en particular, la Ley General Tributaria, han sido precisadas por el Tribunal
Constitucional en multitud de sentencias (entre las que podemos citar, a título de ejemplo,
las Sentencias 76/1992, de 14 de mayo, y 34/2005, de 17 de febrero).
El Tribunal ha concluido señalando que el contenido mínimo necesario e indisponible de la
LPGE está constituido por las previsiones de ingresos y habilitaciones de gastos.
Además, ha indicado que, junto a este contenido mínimo, las Leyes de Presupuestos
pueden tener otro contenido posible, no necesario y eventual. Para que este contenido sea
constitucionalmente correcto se exigen dos condiciones:
a) Que guarden relación directa con gastos e ingresos o con los criterios de política
económica general (SSTC 32/2000, de 3 de febrero, 9/2013, de 28 de enero, 206/2013, de 5
de diciembre, y 123/2016, de 23 de junio, ya citada, entre otras muchas).
b) Que no supongan una restricción ilegítima de las competencias del poder legislativo, al
disminuir sus facultades de examen y enmienda sin base constitucional —STC 65/1986—,
o por afectar al principio de seguridad jurídica, debido a la incertidumbre que una
regulación de este tipo origina —SSTC 65/1990, 61/1997, 182/1997 y 203/1998—.
3. MODIFICACIONES REFERIDAS A UN TRIBUTO CONCRETO
Las dudas que plantea el art. 134.7 CE cuando las modificaciones introducidas por las
Leyes de Presupuestos se refieren a algún tributo en particular fueron abordadas de manera
temprana por el TC en la Sentencia 27/1981, de 20 de julio.
Tres son, en síntesis, las cuestiones más debatidas:
a) Determinar el significado del término modificación de los tributos.
b) Precisar el concepto de ley tributaria sustantiva.
c) Aclarar si la exigencia del art. 134.7 debe referirse, también, a los tributos cuyas leyes
sustantivas fueran anteriores a la Constitución.
a) Comencemos por determinar el sentido de la expresión modificación de los tributos. De
la doctrina del TC sobre la cuestión se pueden deducir, sobre el particular, tres ideas: la
primera, que se prohíbe la creación indiscriminada de tributos mediante la Ley de
Presupuestos; la segunda, que es posible introducir a través de ella alteraciones en la
regulación de los tributos, incluso sustanciales y profundas, siempre que exista una norma
adecuada que lo prevea; y la tercera, que, en todo caso, es admisible que lleve a cabo a
través de la Ley de Presupuestos una mera adaptación del tributo a la realidad.
En conclusión, el Tribunal ha entendido que, incluso sin norma habilitante, la Ley de Presupuestos
puede operar una «mera adaptación del tributo a la realidad», lo cual no deja de ser preocupante,
porque no hace más que trasvasar a un ámbito distinto el problema: esto es, determinar si se trata de
«modificación» o de mera «adaptación», trasvase y planteamiento que entendemos que carece de
cobertura constitucional, pues todo lo que sea modificación de tributos en vigor, incluidas las «meras
adaptaciones», deben operarse y realizarse con la consiguiente norma habilitante.
b) En segundo término, es necesario precisar qué se debe entender por ley tributaria
sustantiva. Según el TC, por ley tributaria sustantiva debe entenderse cualquier ley,
excluyendo, claro está, la Ley de Presupuestos, en la que se regulen elementos de la
relación tributaria que no sean meras generalizaciones. En todo caso, deben excluirse de tal
categoría las leyes, o partes de ellas, que regulen cuestiones formales.
Entendemos que se trata de un planteamiento correcto, pues no tendría sentido, habida cuenta de la
dispersión normativa hoy existente, entender que la cláusula de habilitación para su reforma sólo
pudiera estar contenida en la ley digamos esencial y que regula formalmente un determinado tributo.
Hay modificaciones contenidas en otras leyes que, a su vez, pueden contener cláusulas de
habilitación a favor de la Ley de Presupuestos, para que ésta pueda llevar a cabo una modificación
del tributo en cuestión.
Hay otros aspectos que debemos mencionar, referidos a la forma que puede revestir la ley
habilitante:
— La cláusula de habilitación puede estar contenida en una Ley de Bases, puesto que esta
figura puede satisfacer de manera clara las exigencias del principio de reserva de ley
tributaria.
— Mayores problemas puede plantear la posibilidad de que la habilitación se contenga en
un Decreto-Ley. El Tribunal Constitucional no se ha pronunciado directamente sobre la
cuestión y su postura, quizá por ello, no es clara.
Así, en la Sentencia 27/1981, de 20 de julio, parece que se inclinó por negar tal posibilidad, mientras
que, en otras, como en la Sentencia 126/1987, de 16 de julio, pareció aceptar la utilización del
Decreto-Ley como norma habilitante, opinión sustentada efectivamente por el Tribunal Supremo en
la Sentencia de 23 de noviembre de 1983 (RJ 1983\5820).
c) En fin, el análisis del art. 134.7 CE debe servir para precisar su aplicación al
ordenamiento preconstitucional. En este punto deben diferenciarse dos situaciones
distintas:
1) Modificaciones tributarias realizadas por Leyes de Presupuestos anteriores a 1978. El
TC ha señalado, y estamos de acuerdo con ello, que la regla constitucional no puede
aplicarse retroactivamente al ser un precepto regulador de la producción normativa.
El TC ha reiterado —STC de 20 de julio de 1981— que no puede anularse una ley anterior sólo por
la ausencia de requisitos ahora exigidos por la Constitución para su aprobación y que, entonces, no
podían cumplirse, por inexistentes. La misma doctrina se encuentra en la STSJ de Asturias de 4 de
noviembre de 2002 (JT 2002\104).
2) Modificaciones tributarias realizadas por Leyes de Presupuestos posteriores a 1978. En
este punto, el TC ha señalado, en la Sentencia de 1981 reiteradamente citada, que es
exigible la habilitación previa, bien por una ley posterior a la CE, bien por un precepto
habilitante anterior a la CE.
4. APLICACIÓN DEL ARTÍCULO 134.7 CE A LAS COMUNIDADES AUTÓNOMAS
Por último, debemos examinar si la limitación contenida en el art. 134.7 CE es aplicable a
las Leyes de Presupuestos de las Comunidades Autónomas. Nuestra opinión es favorable a
tal aplicación, porque los fines a los que sirve el art. 134 CE (la garantía de los ciudadanos
y la limitación del poder financiero) son exigibles tanto en el ámbito estatal como en el
autonómico.
El TC ha mantenido sobre esta cuestión una postura que podemos calificar de ambigua:
a) En principio, ha negado que el art. 134 CE se pueda aplicar a las leyes de presupuestos de las
CCAA, con el argumento, a nuestro modo de ver excesivamente formalista, de que el precepto tiene
por objeto la regulación de un instituto estatal. Se pueden citar sobre el particular las SS 116/1994, de
18 de abril; 149/1994, de 12 de mayo, 174/1998, de 23 de julio, 86/2013, de 11 de abril y 99/2018, de
19 de septiembre, entre otras muchas.
b) No obstante, ha admitido que las leyes de presupuestos autonómicas tienen el mismo significado y
alcance que las del Estado (S. 174/1998, que acabamos de mencionar), por lo que ha llegado a
declarar inconstitucionales y nulas las disposiciones que no se conformen con ellos (así, en las SS
130/1999, de 1 de julio, 180/2000, de 30 de junio, 74/2011, de 19 de mayo, 86/2013, de 11 de abril y
99/2018, de 19 de septiembre, las dos últimas citadas en la letra anterior). El problema es que estas
sentencias aluden al apartado 2 del art. 137 CE (contenido mínimo y posible de las leyes de
presupuestos), pero no se pronuncian expresamente sobre la posibilidad o no de que en ellas las CC
AA puedan establecer tributos ex novo.
IV. EL DECRETO-LEY
1. IDEAS GENERALES
Dispone la Constitución, en su art. 86.1, que:
«En caso de extraordinaria y urgente necesidad, el Gobierno podrá dictar disposiciones legislativas
provisionales que tomarán la forma de Decretos-Leyes y que no podrán afectar al ordenamiento de
las instituciones básicas del Estado, a los derechos, deberes y libertades de los ciudadanos regulados
en el Título I, al régimen de las Comunidades Autónomas ni al derecho electoral general.»
Su régimen jurídico se completa en los apartados 2 y 3, según los cuales el Decreto-Ley
debe ser convalidado por el Congreso de los Diputados en un plazo de treinta días y puede,
durante este mismo plazo, tramitarse como un proyecto de Ley.
Las notas que caracterizan el Decreto-Ley como fuente del Derecho son las siguientes: a)
Es un acto normativo con fuerza de Ley que emana del Gobierno.
Pese a las fundadas reservas que ello pueda suscitar, el TS ha admitido que la autorización para dictar
un Decreto
Legislativo puede concederse por Decreto-Ley (STS de 18 de marzo de 1981).
b) Materia: puede referirse a la regulación de cualquier materia, siempre que tal regulación
no esté reservada a ley orgánica. Tampoco puede delegarse la posibilidad de modificar la
propia ley delegante, ni la de dictar normas con carácter retroactivo (art. 83 CE).
Ahora bien, la posibilidad de la regulación de cualquier materia no significa que toda ella se
encomiende al Gobierno. Una de las características esenciales de la delegación legislativa es la
ausencia de delegaciones en blanco o indeterminadas. La delegación, por el contrario, está sometida a
estrictos límites materiales: la identificación de la materia a regular, la determinación del objeto y
alcance de aquélla, la delimitación de los principios y criterios que deben regir su ejercicio, etc. A
todo ello hace referencia el art. 82 CE.
c) Plazo para su ejercicio: la ley delegante debe fijar necesariamente el plazo para el
ejercicio de la delegación por parte del Gobierno, sin que pueda concederse por tiempo
indeterminado.
d) Vigencia de la delegación: se agota bien por el transcurso del plazo para su ejercicio,
bien por el uso que de ella haga el Gobierno mediante la publicación del decreto
legislativo.
e) Destinatario de la delegación: lo es siempre el Gobierno, sin que a su vez éste pueda
subdelegar tal facultad en órganos o autoridades distintos.
f) Procedimiento: el Gobierno deberá seguir el procedimiento ordinario previsto para la
elaboración de disposiciones de carácter general. Así, de acuerdo con el art. 21 de la LO
3/1980, de 22 de abril, el Consejo de Estado en Pleno deberá emitir dictamen —preceptivo,
pero no vinculante — sobre el correspondiente Proyecto de decreto legislativo.
g) Efectos: el más importante es que el decreto legislativo tiene valor de ley, siempre que
no rebase el ámbito normativo cubierto por la ley delegante. Consecuencia de su rango es
que sólo
podrá modificarse por otra norma con rango de ley.
2. CLASES DE DELEGACIÓN LEGISLATIVA
La delegación legislativa se concreta en dos modalidades que son los Textos articulados y
los Textos refundidos.
A) Los Textos articulados
Los Textos articulados constituyen la forma más intensa del ejercicio de la delegación.
Mediante ellos el Gobierno regula ex novo una determinada materia, desarrollando una
previa Ley de Bases (Ley de delegación) en la que se fijan y precisan los principios y
criterios de la delegación (art. 82.4 CE).
Los principios y criterios establecidos por la Ley de Bases deben conjugar dos requisitos:
alcanzar el grado suficiente de claridad y concreción, que posibilite su articulación por el
Gobierno, y evitar un excesivo casuismo, impropio de una ley.
Como última cuestión, debemos señalar que con la publicación del Decreto Legislativo se
agota la delegación efectuada sin que sea posible la remisión del desarrollo de los
preceptos de aquél a una posterior regulación reglamentaria.
Esta modalidad de legislación delegada ha sido utilizada en algunas ocasiones para regular institutos
del Derecho Tributario. Así, durante mucho tiempo las Haciendas Locales estuvieron reguladas a
través de textos articulados, primero por el Decreto de 24 de junio de 1955 (que era, a la vez, un texto
articulado y refundido), y después por el Real Decreto 3.250/1976, de 30 de diciembre (que
desarrolló la Ley de Bases de Régimen Local 41/1975, de 19 de noviembre). También, durante algún
tiempo, el procedimiento económico-administrativo se reguló a través de un texto articulado,
aprobado por el Real Decreto Legislativo 2.795/1980, de 12 de diciembre, disposición que fue
derogada por la LGT de 2003.
B) Los Textos refundidos
Los Textos refundidos son la segunda modalidad que puede revestir la delegación
legislativa. En ella, el Gobierno se limita a estructurar en un único texto las disposiciones
que ya se encuentran vigentes, dispersas en una pluralidad de textos normativos. La ley
delegante deberá especificar si el Gobierno se debe limitar a la mera elaboración de un
texto único o si podrá también regularizar, aclarar y armonizar los textos legales que han de
ser refundidos (art. 85.5 CE). Aunque en este último supuesto las posibilidades operativas
del Gobierno son más amplias, no hay que perder de vista que el ordenamiento a refundir
constituye un límite infranqueable a la acción del Gobierno.
Esta modalidad de delegación legislativa ha sido profusamente utilizada en el Derecho Financiero y
Tributario. Hubo una época (en los años sesenta y setenta) en que todos los tributos estatales estaban
regulados a través de textos refundidos (dictados todos ellos en cumplimiento de la Ley 41/1964, de
11 de junio, de reforma del sistema tributario). En la actualidad se rigen mediante Textos refundidos
los impuestos aduaneros (Real Decreto Legislativo 1.299/1986, de 28 de junio); el ITP (Real Decreto
Legislativo 1/1993, de 24 de septiembre); el IRNR (Real Decreto Legislativo 5/2004, de 5 de marzo);
y las Haciendas Locales (Real Decreto Legislativo 2/2004, de 5 de marzo).
3. LA FISCALIZACIÓN DE LA DELEGACIÓN LEGISLATIVA
La posibilidad de que los jueces puedan fiscalizar el uso que el Gobierno ha hecho de la
delegación legislativa concedida es algo unánimemente aceptado, dada su explícita
formulación por el art. 82.6 CE que admite, sin perjuicio de la competencia propia de los
Tribunales, fórmulas de control establecidas por las leyes de delegación.
Esta fiscalización judicial la pueden realizar tanto el Tribunal Constitucional como los Tribunales
ordinarios. El Tribunal Constitucional puede fiscalizar el ejercicio de la delegación legislativa bien
mediante un recurso de inconstitucionalidad [art. 161.a) CE], bien mediante el conocimiento de una
cuestión de inconstitucionalidad (art. 163 CE).
También el Tribunal Supremo ha admitido reiteradamente la fiscalización judicial de los decretos
legislativos. [Vid., entre otras muchas, las Sentencias de 19 de junio de 2001 (RJ 2001\7242), 15 de
julio de 2008 (RJ 2008\4416) y 17 de julio de 2009 (JUR 2009\360217).]
En los casos en que los Decretos Legislativos se extralimiten del contenido prefijado por la
ley delegante, deben reputarse como nulos, puesto que, vigente la Constitución de 1978, no
cabe atribuir carácter de mera disposición administrativa a los preceptos delegados ultra
vires, que deberán considerarse simplemente nulos. La explicación de ello es clara: el
principio de legalidad despliega unos efectos tales que no existe poder reglamentario
independiente.
Al margen de la fiscalización judicial, la Constitución admite que las leyes de delegación puedan
establecer fórmulas adicionales de control. Estas fórmulas se concretan básicamente en la ratificación
por las Cortes del contenido del Decreto
Legislativo. Dicha ratificación sana los posibles errores que el Gobierno hubiera podido cometer al
elaborar el Decreto Legislativo. El procedimiento para ello está previsto en el art. 153 del
Reglamento del Congreso.
Debemos destacar, por último, que el art. 86.1 LGT ordena al Ministerio de Hacienda la
difusión anual (dentro del primer trimestre del año) de los textos actualizados de las
normas estatales con rango de Ley y Real Decreto en materia tributaria. Es evidente que
tales textos no tienen ni el significado ni el valor de los Decretos Legislativos. Su único
valor, que no es poco dada la dispersión legislativa en esta materia, es meramente
didáctico.
Por lo que se refiere a la publicación de los textos actualizados, debemos reconocer que la norma se
está cumpliendo. Basta para ello acudir a la página web del Ministerio. También hay que decir, en
honor a la verdad, que, aunque sea de forma restringida y con una periodicidad variable, el Ministerio
publica de forma tradicional (en libros) la normativa vigente en algún sector del ordenamiento
tributario.
Por su parte, el Boletín Oficial del Estado publica periódicamente el texto consolidado de las normas
tributarias más importante, pero asimismo con carácter informativo y sin valor jurídico.
VI. LA POTESTAD LEGISLATIVA DE LAS COMUNIDADES
AUTÓNOMAS
1. LA LEY
Las Comunidades Autónomas gozan de potestad legislativa en todas aquellas materias
sobre las que tienen atribuidas competencias. La Ley regional tiene, lógicamente, los
mismos caracteres que la Ley aprobada por Cortes Generales. Sin embargo, como ha
señalado J. PÉREZ ROYO, existen ciertas notas que confieren una evidente singularidad a
las Leyes autonómicas. Son las siguientes:
a) El concepto de Ley regional no tiene un alcance exclusivamente formal —acto aprobado
por el Legislativo—, sino que es también un concepto material —su contenido está
determinado por las competencias asumidas por la Comunidad Autónoma—.
De ello se deriva una consecuencia fundamental: las relaciones entre las Cortes Generales
y la Ley regional no se rigen por el principio de jerarquía, sino por el principio de
competencia.
Ésta es una consecuencia de la articulación del Estado en distintas Comunidades Autónomas. Y, al
mismo tiempo, constituye una nota esencial del sistema de fuentes vigente tras la entrada en vigor de
la Constitución de 1978.
b) Existen ciertos principios que vinculan muy directamente a las Asambleas regionales:
unidad de la nación española, igualdad, solidaridad, limitación territorial de sus efectos y
respeto al principio de libre circulación de personas y bienes. Ahora bien, como ha
señalado el Tribunal Constitucional, las Leyes de las Comunidades Autónomas no serán
inconstitucionales por regular materias afectadas por tales principios, sino sólo por vulnerar
su contenido.
c) De acuerdo con el art. 161.2 CE, cuando el Gobierno impugne las Leyes regionales se
produce automáticamente la suspensión de la disposición impugnada, aunque el Tribunal
deberá ratificar o levantar la suspensión en un plazo no superior a cinco meses. Dicha
suspensión no se produce cuando se impugna una Ley aprobada por las Cortes Generales.
2. EL DECRETO-LEY
Hasta hace muy poco se había entendido que la obligación de cumplir los requisitos que
hemos examinado, en especial la exigencia de una urgente necesidad, vedaba la posibilidad
de que los gobiernos de las CCAA pudieran dictar DecretosLeyes. Así, en los Proyectos de
Estatutos de Autonomía de Cataluña y el País Vasco se contempló la posibilidad de que
tales Comunidades aprobaran Decretos-Leyes, pero finalmente se rechazó tal posibilidad.
Ahora bien, los Estatutos de Autonomía vigentes admiten la posibilidad de que los
gobiernos autonómicos puedan dictar Decretos-Leyes.
Así, el art. 44.4 del Estatuto de la Comunidad de Valencia permite al Consell dictar Decretos-Leyes
cuando se dieren los requisitos previstos en el art. 86 CE; y lo mismo establecen los arts. 64 del
Estatuto catalán y 110 del Estatuto de Andalucía. Disposiciones similares se contienen en los
Estatutos de Aragón (art. 44), Baleares (art. 49), Canarias (art. 25) y Castilla y León (art. 25.4).
3. EL DECRETO LEGISLATIVO
Los preceptos dedicados por la Constitución a la regulación de la delegación legislativa
nada dicen sobre su admisibilidad en el ámbito de las Comunidades Autónomas. Sin
embargo, existen diversos elementos que inducen a admitir la posibilidad de que la
delegación legislativa sea también admisible en el ámbito autonómico.
En primer lugar, una consideración de pura lógica normativa: si la delegación legislativa
encuentra su razón de ser en la conveniencia de que el Ejecutivo colabore con el
Legislativo en la regulación de una materia que, por su complejidad técnica, requiere dicha
colaboración, no se ve cuál pueda ser la razón para que esa circunstancia no concurra
también en el ámbito territorial de las Comunidades Autónomas.
En segundo término, negar la admisibilidad de la delegación legislativa en el ámbito
autonómico entraña, en nuestra opinión, una clara tergiversación de lo que es la propia
esencia de la delegación legislativa.
A la misma conclusión debemos llegar si tenemos en cuenta ciertas normas y pronunciamientos de
los Órganos constitucionales:
a) Casi todos los Estatutos de Autonomía admiten y regulan esta figura.
b) El art. 27 de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional da por supuesta la admisibilidad de la
delegación legislativa en el ámbito autonómico, al establecer que son susceptibles de declaración de
inconstitucionalidad las leyes, actos y disposiciones normativas con fuerza de Ley de las
Comunidades Autónomas, con la misma salvedad formulada en el apartado b) respecto a los casos de
delegación legislativa. El apartado b) alude a las posibles fórmulas de control del uso de la
delegación legislativa distintas de la intervención de los Tribunales (art. 82 CE), cuestión a la que ya
nos hemos referido.
VII. EL REGLAMENTO
1. CONCEPTO Y FUNDAMENTO DE LA POTESTAD REGLAMENTARIA
Por Reglamento entendemos toda disposición de carácter general que, aprobada por el
poder ejecutivo, pasa a formar parte del ordenamiento jurídico, erigiéndose en fuente del
Derecho.
Tanto la nota de generalidad como su calificación como fuente del Derecho son caracteres
que concurren también en la Ley, pero mientras ésta no está sujeta más que a la
Constitución, el Reglamento tiene un doble límite, la Constitución y las Leyes.
El distinto origen de la potestad legislativa y de la reglamentaria sirve también para
precisar con exactitud cuáles son las relaciones entre Ley y Reglamento. Y en este punto se
manifiesta claramente un principio: el Reglamento se encuentra absolutamente sujeto y
condicionado por la Ley, en varios sentidos:
a) En primer lugar, el ejercicio de la potestad reglamentaria no puede manifestarse en la
regulación de materias que estén constitucionalmente reservadas a la Ley.
b) En segundo término, el Reglamento no podrá ir directa ni indirectamente contra lo
dispuesto en las Leyes, aun cuando se trate de materias no reservadas constitucionalmente
a la Ley, por aplicación del principio de preferencia de Ley.
c) Por último, cuando el Reglamento se dicte en desarrollo de una Ley deberá atenerse
fielmente a los dictados de ella.
En síntesis, el Reglamento y la Ley, aun siendo fuentes del Derecho, presentan entre sí las
diferencias que son propias del poder del que emanan:
a) La Ley es una norma primaria, sólo condicionada por la Constitución, expresión de la
voluntad general y manifestación explícita del denominado «principio democrático» en la
configuración de las fuentes del Derecho.
b) El Reglamento, por el contrario, constituye una norma general, pero con un alcance
doblemente condicionado —por la Constitución y por las Leyes— y representa la
subsistencia del denominado principio monárquico, reminiscencia del Antiguo Régimen,
que ha adquirido carta de naturaleza en el ordenamiento constitucional.
También existen ciertas relaciones de semejanza y algunas diferencias esenciales entre el
Reglamento y los actos administrativos:
a) Son semejantes porque, al igual que los actos administrativos, también el Reglamento es
un acto de la Administración —aunque, como vamos a ver de inmediato, en la mayor parte
de los supuestos el acto administrativo emana de un órgano unipersonal de la
Administración, mientras que la potestad reglamentaria, en el Derecho español, está
atribuida, en principio, al Gobierno—.
b) Son diferentes porque el Reglamento se integra en el ordenamiento jurídico, esto es
constituye una fuente del Derecho, mientras que los actos administrativos son actos
ordenados, que no se integran en el ordenamiento jurídico en cuanto tal, sino que son sólo
una consecuencia de la aplicación de este mismo ordenamiento jurídico.
c) Y son también diferentes porque, como han expuesto GARCÍA DE ENTERRÍA y TOMÁS
RAMÓN FERNÁNDEZ, la eficacia de un acto administrativo se agota al ser dictado,
mientras que el reglamento (como norma general) mantiene su eficacia de manera
indefinida, hasta que desaparece por algunas de las causas previstas en Derecho (sobre
todo, por su derogación).
2. EL EJERCICIO DE LA POTESTAD REGLAMENTARIA
A) Ideas generales
El estudio del Reglamento ha comportado tradicionalmente el examen de tres cuestiones: la
competencia para dictarlos, sus límites materiales y la posibilidad de su control. Son
cuestiones, todas ellas, cuyo examen detallado corresponde a la teoría general del Derecho
público, por lo que no haremos otra cosa que apuntar los aspectos más relevantes desde la
perspectiva de nuestra disciplina:
a) Por lo que se refiere a la primera de las cuestiones, en el ámbito estatal, la potestad
reglamentaria, esto es, la competencia para dictar Reglamentos, se atribuye expresamente
al Gobierno, y nada más que al Gobierno (art. 97 CE). Estas afirmaciones tienen una gran
trascendencia en el ámbito de nuestra disciplina y serán examinadas más adelante.
b) En cuanto a la segunda, la Constitución y las Leyes, como señala el art. 97 CE, se erigen
en límites infranqueables al ejercicio de la potestad reglamentaria. La primacía de una y
otras frente a la potestad reglamentaria se refuerza con una serie de principios también
recogidos en la CE (art. 9), como son los de legalidad, jerarquía normativa, seguridad
jurídica, responsabilidad e interdicción de la arbitrariedad de los poderes públicos, en
especial este último, como ha puesto de relieve la doctrina.
c) En fin, el control de la potestad reglamentaria está atribuido, con carácter general, a los
Tribunales de Justicia y, en determinados supuestos, al propio Tribunal Constitucional.
Así, de acuerdo con el art. 106 CE, «Los Tribunales controlan la potestad reglamentaria y la legalidad
de la actuación administrativa, así como el sometimiento de ésta a los fines que la justifican». Ello
concuerda plenamente con el art. 1 de la Ley reguladora de la jurisdicción contencioso-
administrativa, que establece que la jurisdicción contencioso-administrativa conocerá de las
pretensiones que se deduzcan en relación con los actos de la Administración Pública sujetos al
Derecho administrativo y con las disposiciones de categoría inferior a la Ley.
Debe recordarse que, de acuerdo con lo dispuesto en los arts. 25 y 26 de la Ley reguladora de la
jurisdicción contencioso- administrativa, se pueden impugnar tanto las disposiciones de carácter
general (esto es, los Reglamentos), como los actos que se produzcan en aplicación de ellas. En la
primera modalidad (que suele denominarse recurso directo), se demanda, sin más, la nulidad del
Reglamento. En la segunda (recurso indirecto), puede solicitarse tal nulidad como procedimiento
para combatir la corrección del acto administrativo dictado. El art. 27 de la misma Ley establece el
procedimiento que se sigue cuando el recurso indirecto finalice con la declaración de nulidad de un
Reglamento.
Esta fiscalización en vía contenciosa no constituye la forma exclusiva de combatir los
Reglamentos. La Constitución (art. 161.2) establece que el Tribunal Constitucional es
competente para conocer de las impugnaciones que el Gobierno realice contra las
«disposiciones y resoluciones adoptadas por los órganos de las Comunidades Autónomas».
B) La potestad para dictar Reglamentos en el ordenamiento financiero estatal
Una vez delimitados los aspectos esenciales de la potestad reglamentaria en el Derecho
español, conviene hacer referencia a algunas cuestiones que tienen relevancia en el ámbito
del ordenamiento financiero, en particular la determinación del titular de tal potestad.
La cuestión no es baladí, pues se trata de determinar, nada menos, el valor normativo de la ingente
cantidad de disposiciones de todo rango (Órdenes, Resoluciones, Circulares, etc.) que aparecen todos
los días en el BOE con la intención de regular extremos, en ocasiones de enorme relevancia, del
Derecho Tributario o del Derecho Presupuestario.
El problema se plantea porque el art. 97 CE atribuye expresamente la titularidad de la
potestad reglamentaria únicamente al Gobierno, con lo cual cabe la duda de si algún otro
órgano de la Administración (en nuestro caso el Ministro de Hacienda) también detenta tal
potestad. Veamos la cuestión con algún detenimiento.
Ante todo, debemos indicar que el art. 97 CE otorga al Gobierno una potestad
reglamentaria que podemos denominar originaria, potestad que por ello no necesita ser
revalidada o recordada en cada momento. Por esta razón, deben considerarse reiterativas e
inútiles, en cuanto no añaden un plus de capacidad y competencia, las normas de rango
legal que encomiendan su desarrollo al Gobierno.
Ahora bien, no parece que con ello se agoten las posibilidades de ejercicio de las
competencias reglamentarias, como la práctica se encarga de recordarlo de modo
constante. Sobre esta cuestión debemos indicar lo siguiente:
a) En nuestra opinión, es posible que órganos administrativos distintos del Gobierno
ejerzan potestades reglamentarias, siempre que estén específicamente habilitados para ello
por una Ley. A esta potestad reglamentaria se la puede denominar derivada, para
distinguirla de la que la CE atribuye al Gobierno.
Esta doctrina tiene un claro respaldo jurisprudencial. Así, en la STC 185/1995, de 14 de diciembre, se
lee: «La atribución genérica de la potestad reglamentaria convierte al Gobierno en el titular
originario de la misma, pero no prohíbe que una Ley pueda otorgar a los ministros el ejercicio de
esta potestad con carácter derivado o les habilite para dictar disposiciones reglamentarias
concretas, acotando y ordenando su ejercicio.»
b) En el ámbito tributario esta potestad reglamentaria derivada se encuentra reconocida
expresamente (y de forma reiterativa, podríamos añadir) en el art. 7.1.e), segundo párrafo,
LGT.
En términos generales, se atribuye la potestad reglamentaria a los Ministros en los arts. 4.1.b) de la
Ley 50/1997, de 27 de noviembre, de Organización, competencia y funcionamiento del Gobierno, y
61.a) de la Ley 40/2015, de 1 de octubre, de Régimen jurídico del sector público.
c) La característica fundamental de la potestad reglamentaria derivada es que no puede ser
presumida, como sucede con la reconocida al Gobierno, sino que debe ser atribuida de
forma pormenorizada e individualizada por medio de una Ley.
d) Aunque puede plantear el que el reconocimiento de la potestad reglamentaria a los
Ministros se realice en una norma también de rango reglamentario, lo cierto es que esta
posibilidad está reconocida de forma expresa en el art. 7.1.e), segundo párrafo, LGT, que
acabamos de citar.
Así pues, y por concluir, de acuerdo con estas ideas adquieren sentido y corrección
constitucional las atribuciones de competencias reglamentarias que las normas tributarias
realizan en favor de órganos administrativos diferentes al Gobierno.
VIII. LA POTESTAD REGLAMENTARIA DE LAS COMUNIDADES
AUTÓNOMAS Y ENTIDADES LOCALES
Las Comunidades Autónomas tienen potestades legislativas y, consiguientemente, son
también titulares de la potestad reglamentaria. Tal potestad puede ejercitarse bien en
desarrollo de leyes propias y con sujeción a lo dispuesto en ellas o bien en desarrollo de las
bases contenidas en la normativa estatal, entendiendo por bases —como hizo el Tribunal
Constitucional en su Sentencia de 28 de enero de 1982— no las leyes de bases o leyes
marco, sino aquellas que contienen los principios o criterios básicos que, estén o no
formulados como tales, racionalmente se deducen de la legislación vigente.
El TC, en Sentencias 69 y 80, de 19 y 28 de abril de 1988, ha precisado la conveniencia de que las
normas básicas tengan rango formal de ley.
Por su parte, el TS ha considerado que, en estos casos, las CCAA no están desarrollando una Ley
(función tradicional de los reglamentos), sino ejercitando una competencia propia (así, en la S. de 28
de noviembre de 1999, Ar. 8811).
La titularidad de esa potestad reglamentaria está atribuida expresamente en los distintos
Estatutos de Autonomía a los respectivos Consejos o Gobiernos autónomos. Muchos de
esos Estatutos prevén
la atribución de potestad reglamentaria doméstica a los distintos Consejeros.
El ejercicio de la potestad reglamentaria autonómica y los medios de impugnación de la
misma siguen, con carácter general, las líneas trazadas al analizar la potestad reglamentaria
en el ámbito de la Administración Central.
Hasta tal punto es ello así que el Tribunal Supremo, al igual que ha hecho con actos de desarrollo
reglamentario dictados por los Ministros del Gobierno central, ha anulado también Órdenes dictadas
por Consejeros de distintas Comunidades Autónomas, al haber sido dictadas por «órganos
manifiestamente incompetentes para ejercer la potestad reglamentaria, reservada al Gobierno
regional y no a uno de sus miembros» (Sentencias de 6 de marzo de 1990 y 21 de julio 1992).
El análisis de la potestad reglamentaria de las Entidades Locales presenta unos matices
sustancialmente distintos, porque, a diferencia de lo que ocurre con las Comunidades
Autónomas, las Entidades Locales no tienen potestad legislativa, razón por la cual la
potestad normativa reglamentaria adquiere una inusitada relevancia.
Piénsese al respecto que, aunque las Corporaciones Locales no pueden regular los elementos
esenciales de los tributos — cubiertos por el principio de reserva de Ley—, sí podrán acordar su
establecimiento (en los impuestos de carácter potestativo), regular los procedimientos de liquidación
o de recaudación, etc. En materia presupuestaria las competencias son aún más importantes, una vez
que han desaparecido los controles existentes antes de la aprobación de la Constitución (en virtud de
los cuales el Delegado de Hacienda de la Administración del Estado fiscalizaba y aprobaba tanto los
Presupuestos como las Ordenanzas Fiscales), controles que el Tribunal Constitucional —Sentencia
de 2 de febrero de 1981— eliminó, por reputar contrario al principio de autonomía local el
denominado régimen de tutela.
En otro orden de cosas, desde hace tiempo se ha planteado el problema de si las Diputaciones Forales
tienen potestad legislativa, dadas las peculiaridades del régimen tributario foral. La opinión doctrinal
y jurisprudencial se inclinaba por reconocérselo a la Diputación Foral de Navarra, puesto que es un
auténtico parlamento autonómico; pero no a las Diputaciones Forales del País Vasco, por muy
amplias que fueran sus competencias en la materia, lo que llevaba a la conclusión de que sus normas
tributarias tenían siempre carácter reglamentario. Esta era la doctrina contenida, por ejemplo, en las
SSTS de 9 y 20 de diciembre de 2004 (RJ 2005/130 y 652).
Ahora bien, la Ley Orgánica 1/2010, de 19 de febrero, de modificación de las Leyes Orgánicas del
Tribunal Constitucional y del Poder Judicial ha modificado sustancialmente este estado de cosas. De
acuerdo con lo dispuesto en la Ley Orgánica en cuestión, las normas de las Diputaciones forales en
materia tributaria sólo podrán ser enjuiciadas por el Tribunal Constitucional. En otras palabras, se ha
otorgado rango de ley a tales normas forales tributarias.
La STC 118/2016, de 23 de junio, consideró constitucional la Ley de 19 de febrero de 2010, con dos
importantes precisiones:
a) El TC sólo es competente para enjuiciar la eventual contradicción de las Disposiciones forales
tributarias con las normas que integran el bloque de la constitucionalidad definido en el art. 28 LOTC
(con los preceptos constitucionales y estatutarios, de la ley del concierto, de la ley general tributaria o
de las leyes reguladoras de los diferentes tributos del Estado).
b) Las demás cuestiones litigiosas que puedan plantearse sobre la aplicación de tales Disposiciones
forales deben solventarse ante los Tribunales ordinarios (normalmente contencioso-administrativos).
La potestad reglamentaria de las Corporaciones Locales en materia tributaria se ejercerá a
través de Ordenanzas fiscales reguladoras de sus tributos propios —ya creados por el
Estado— y de Ordenanzas generales de gestión, recaudación e inspección. Las
Corporaciones Locales podrán emanar disposiciones interpretativas y aclaratorias de las
mismas.
De conformidad con la Ley sobre Bases del Régimen Local (arts. 47, 49, 65, 70, 107, 108 y
111) y 15 a 19 del Texto refundido regulador de las Haciendas Locales, las fases a través de
las cuales se desarrolla el procedimiento de aprobación de las Ordenanzas son las
siguientes:
a) Aprobación inicial por el Pleno de la Corporación, por mayoría simple.
b) Información pública y audiencia a los interesados por el plazo mínimo de treinta días
para la presentación de reclamaciones y sugerencias. La presentación de reclamaciones no
suspenderá la tramitación de la Ordenanza.
En este caso no puede hablarse propiamente de interposición de reclamaciones, por lo que el término
correcto sería el de observaciones, porque en puridad de términos sólo se pueden impugnar los
reglamentos (y las Ordenanzas fiscales lo son, según lo que venimos diciendo) cuando hayan entrado
en vigor.
c) Resolución de reclamaciones y sugerencias presentadas dentro del plazo anterior y
aprobación definitiva por el Pleno.
d) Publicación del texto íntegro de la Ordenanza en el Boletín Oficial de la Provincia o, en
su caso, de la Comunidad Autónoma uniprovincial.
e) Entrada en vigor, que se producirá el día en que así se prevea en la propia Ordenanza
[pues es una de las menciones que debe tener, según el art. 16.1.c) TRLHL].
No obstante, opinamos que la ausencia de una mención sobre la entrada en vigor de una Ordenanza
fiscal no es una causa de nulidad de la Ordenanza misma. En este caso, se aplicaría la regla general
de la entrada en vigor de las normas tributarias (que estudiamos en otra Lección). Esto es, entrarían
en vigor a los veinte días de su publicación, según prevé el art. 10 LGT, que es aplicable a las
Haciendas Locales (según dispone el art. 1.o TRLHL).
En materia presupuestaria el procedimiento es similar y aparece regulado en los arts. 112
de la Ley de Bases de Régimen Local y 168 y siguientes TRLHL, que examinaremos en su
momento.
IX. LAS DISPOSICIONES INTERPRETATIVAS Y OTRAS
DISPOSICIONES ADMINISTRATIVAS
1. LAS DISPOSICIONES INTERPRETATIVAS
El art. 12.3 LGT contiene una norma peculiar, que no tiene equivalente en otras ramas del
Derecho público español. Establece este precepto lo siguiente:
«En el ámbito de las competencias del Estado, la facultad de dictar disposiciones interpretativas o
aclaratorias de las leyes y demás normas en materia tributaria corresponde al Ministro de Hacienda
y Administraciones Públicas y a los órganos de la Administración Tributaria a los que se refiere el
artículo 88.5 de esta Ley.
Las disposiciones interpretativas o aclaratorias dictadas por el Ministro serán de obligado
cumplimiento para todos los órganos de la Administración Tributaria.
Las disposiciones interpretativas o aclaratorias dictadas por los órganos de la Administración
Tributaria a los que se refiere el artículo 88.5 de esta Ley tendrán efectos vinculantes para los
órganos y entidades de la Administración Tributaria encargados de la aplicación de los tributos.
Las disposiciones interpretativas o aclaratorias previstas en este apartado se publicarán en el
boletín oficial que corresponda.
Con carácter previo al dictado de las resoluciones a las que se refiere este apartado, y una vez
elaborado su texto, cuando la naturaleza de las mismas lo aconseje, podrán ser sometidas a
información pública.»
Son varias las cuestiones que debemos destacar de este precepto:
1) La obligación de la inserción de tales disposiciones interpretativas en el Boletín Oficial
que corresponda es una regla que introduce un marcado confusionismo en esta materia, al
exigirse para una disposición interpretativa que, al menos en línea de en principio sólo
debe ser vinculante para los órganos administrativos, una publicidad generalizada que es
más propia de una norma reglamentaria que de una disposición interpretativa o aclaratoria.
El problema tiene gran trascendencia. Si nos encontramos ante una disposición meramente
interpretativa es evidente que sus efectos se retrotraerán al momento en que entró en vigor la norma
interpretada y, por otro lado, un administrado podrá basar en dicho precepto interpretativo el porqué
de su actuación en un determinado supuesto, quedando exento de responsabilidad por la comisión de
infracciones tributarias.
2) La facultad de dictar disposiciones interpretativas no corresponde en exclusiva al
Ministro (como había sido lo tradicional desde la aprobación de la LGT de 1963), sino que
se extiende también a los órganos de la Administración tributaria que tengan atribuida la
iniciativa para la elaboración de disposiciones en el orden tributario, su propuesta o
interpretación. Detrás de esta fórmula tan alambicada, se esconde, al menos en el ámbito
estatal, la Dirección General de Tributos, pues es la misma expresión que la LGT utiliza
para atribuir la competencia para contestar las consultas tributarias, como veremos en la
Lección correspondiente.
3) Mientras que las disposiciones interpretativas dictadas por el Ministro vinculan, como
hasta ahora, a todos los órganos de la Administración tributaria, las que dicten el resto de
los órganos sólo vinculan a los órganos de la Administración tributaria encargados de la
aplicación de los tributos. Su eficacia se solapa, por tanto, con la de las consultas
vinculantes. Por ello, este tipo de disposiciones pueden ser calificadas como contestaciones
dictadas in abstracto, es decir, sin que sea necesaria una intervención de los administrados
y sin que lo que se interpreta se refiera a un caso concreto.
Por otro lado, las disposiciones interpretativas no pueden vincular a los Tribunales de Justicia. Así lo
recordó, por ejemplo, la STSJ del País Vasco de 17 de septiembre de 2003 (JT 2003\1488).
4) El problema esencial que plantean este tipo de pronunciamientos administrativos radica
en determinar cuál es su naturaleza jurídica, esto es, si tienen o no valor normativo. En
nuestra opinión, estas disposiciones no poseen tal carácter, es decir, no tienen capacidad
para innovar el ordenamiento jurídico. En consecuencia, si a su amparo se dictan normas
jurídicas, sin la debida habilitación legal, deben ser consideradas nulas.
El Auto del TS de 9 de marzo de 2018 (JUR 2018/75203) ha admitido a trámite un recurso de
casación para que la sección correspondiente de la Sala Tercera se pronuncie precisamente sobre esta
cuestión.
2. OTRAS DISPOSICIONES ADMINISTRATIVAS
En el ámbito del Derecho Público, y de modo especial en el Derecho Tributario, los
órganos superiores de la Administración publican con frecuencia documentos, bajo
distintas denominaciones (Circulares, Instrucciones, Resoluciones, etc.), en los que se
interpretan y analizan normas legales o reglamentarias, o se imparten directrices u órdenes
a los órganos jerárquicamente dependientes. Así lo dispone, por ejemplo, respecto de los
Subsecretarios el art. 63.1.d) de la Ley 40/2015, de 1 de octubre, de Régimen Jurídico del
Sector Público. En general, hay que negar el carácter normativo de los indicados
documentos, que no deben sino entenderse como la interpretación administrativa del
contenido que deba darse a una determinada norma, sin posibilidad de vincular a los
administrados ni, en mayor medida, a los Tribunales de Justicia.
Este concepto, dogmáticamente claro, ha sido enturbiado con frecuencia en la práctica,
porque con el ropaje externo de una Circular, Instrucción, etc., y sin que la misma aspirara
formalmente a dejar de serlo, la interpretación normativa que la misma contenía ha
alcanzado una gran difusión, afectando de lleno a las relaciones jurídicas entabladas entre
los ciudadanos y los órganos administrativos vinculados por la Circular.
Y, desde luego, es obvio que no es posible reconocer valor normativo alguno a las Notas y
Comunicados que, bajo la denominación de Criterios de carácter general en la aplicación de los
tributos, hace públicos la Administración tributaria con más frecuencia de la deseada. Este tipo de
escritos no tienen fecha ni están suscritos por alguna autoridad o cargo público. Por todo ello, y a
pesar de que se indica que no tienen carácter vinculante, deberían desaparecer por la confusión que
puede plantear en los contribuyentes.
Si bien, se insiste, debe negarse en general el carácter normativo de las disposiciones
mencionadas, es indudable su importancia. En ocasiones pueden llegar a integrar normas
reglamentarias (por ejemplo, aprobar modelos de declaraciones), siempre que la
integración esté expresamente prevista y que la disposición tenga la misma publicidad que
la norma que integra. También, sirven a la seguridad jurídica por cuanto es posible conocer
a priori la opinión de la Administración sobre aspectos, en muchas ocasiones complejos,
del ordenamiento positivo, y, por último, pueden servir para fundamentar una tacha de
desviación de poder si un órgano administrativo se aparta de lo prevenido en tales
disposiciones.
La STS de 23 de mayo de 2006 (RJ 2006\6386) parece reconocer que órganos inferiores al Ministro,
como son los órganos directivos de la AEAT, puedan dictar normas jurídicas. Nos parece más
correcta la postura contraria mantenida en el voto particular que acompaña a la sentencia. En él se
puede leer lo siguiente:
[...] estas afirmaciones están en flagrante contradicción con los principios políticos y jurídicos que
conforman la potestad reglamentaria, que, irremisiblemente, ha de ostentarse por un ente de
naturaleza incuestionablemente pública y política, lo que de ningún modo puede predicarse de la
AEAT [...]
X. EL DERECHO SUPLETORIO DE LAS NORMAS FINANCIERAS 1.
EL DERECHO SUPLETORIO EN EL ORDENAMIENTO TRIBUTARIO
El art. 7.2 de la Ley General Tributaria dispone que «Tendrán carácter supletorio las
disposiciones generales del derecho administrativo y los preceptos del derecho común».
De esta norma se pueden derivar algunas consideraciones. Son las siguientes:
Primero. El ordenamiento tributario está esencialmente encuadrado dentro del denominado
Derecho Público, con toda la relatividad que tiene la distinción entre Derecho Público y
Derecho Privado. Esta adscripción al ordenamiento público es especialmente intensa en lo
que se refiere a los procedimientos a través de los cuales se aplican las normas tributarias.
Y a estos procedimientos deberían aplicarse, no sólo como derecho supletorio, sino incluso
de manera directa e inmediata, las normas contenidas en la Ley 39/2015, de 1 de octubre,
del Procedimiento Administrativo Común de las Administraciones Públicas.
El art. 112.4 y la Disp. Adic. 2.a) de esta Ley establecen que los procedimientos tributarios se regirán
por sus normas específicas y, supletoriamente, por lo dispuesto en ella. Con base en estas normas, la
Administración tributaria ha defendido, en la práctica, la inaplicación de la Ley en su ámbito. La
doctrina, por el contrario, ha mantenido, con mejor criterio, que la inaplicación de las normas
administrativas generales a la materia tributaria sólo se produce en los aspectos puramente
procedimentales y sólo cuando exista una norma expresa que regule la cuestión. Aunque se refiere a
un momento previo a la aprobación de la Ley de 1 de octubre de 2015, se puede aplicar a la situación
actual, en todo conforme con lo que hemos defendido, la postura mantenida por la STS de 22 de
junio de 2016 (RJ 2016\4311).
Segundo. Amén de esa supletoriedad específica en los aspectos formales y
procedimentales, hay que señalar, como ya hacía GARCÍA AÑOVEROS, que las normas
generales de Derecho Público son aplicables a la materia tributaria de modo directo, no
sólo con carácter supletorio.
Tercero. La doctrina jurisprudencial recaída en materias de Derecho Público se proyecta
sobre el ordenamiento tributario.
Cuarto. La referencia al Derecho común como elemento normativo supletorio no debe
entenderse como una referencia exclusiva y excluyente al Derecho Civil. El Derecho
común de una determinada institución puede encontrarse en otra rama del ordenamiento,
como pueden ser el Derecho Mercantil o el Derecho del Trabajo.
Quinto. Ello no obstante, debe reconocerse la aspiración, que el propio Código Civil
exterioriza, de convertirse en el prototipo del Derecho común, al señalar que «las
disposiciones de este Código se aplicarán como supletorias en las materias regidas por
otras Leyes» (art. 4.3). Aspiración cuya consistencia va menguando a medida que el
ordenamiento jurídico va regulando las cada vez más complejas y novedosas relaciones
sociales.
2. EL DERECHO SUPLETORIO EN EL ORDENAMIENTO PRESUPUESTARIO
Cuanto ha quedado expuesto puede trasladarse, mutatis mutandis, al ámbito del Derecho
regulador del gasto público. Sólo debemos añadir que, a diferencia de lo que sucede en
materia tributaria, las normas presupuestarias, en especial la LGP, se aplica sólo a la
Hacienda de la Administración Central del Estado y a la de los Organismos públicos
dependientes de éste. Tanto en el caso de las Corporaciones Locales como en el caso de las
Comunidades Autónomas existen ordenamientos sectoriales distintos, aunque informados
en principios análogos a los que recoge la propia Ley General Presupuestaria.
En el caso de las Corporaciones Locales es el Texto refundido de la Ley reguladora de las Haciendas
Locales, aprobado por el Real Decreto Legislativo 2/2004, de 5 de marzo, el que contiene el derecho
básico aplicable en la materia. Las Comunidades Autónomas, en algunos casos —Andalucía,
Cataluña, Cantabria, Galicia, País Vasco, o Comunidad Valenciana —, disponen ya de sus propias
Leyes Generales Presupuestarias, bajo distintas denominaciones; en otros estatuyen en las anuales
Leyes de Presupuestos, aprobadas igualmente por sus correspondientes Asambleas Legislativas, el
régimen jurídico presupuestario básico, con frecuentes remisiones a lo dispuesto por la Ley General
Presupuestaria estatal.
Por lo demás, en materia presupuestaria también revisten gran importancia distintas normas
que contienen lo que podría considerarse como el derecho común en la materia
correspondiente, como ocurre, por ejemplo, con el régimen de contratación (Ley 9/2017, de
8 de noviembre, de contratos del sector público), o con la administración y régimen
presupuestario de los bienes integrantes del Patrimonio del Estado (Ley 32/2003, de 3 de
noviembre, de Patrimonio de las Administraciones públicas).
XI. LA COSTUMBRE Y EL PRECEDENTE ADMINISTRATIVO
De acuerdo con el Código Civil (art. 1.3), «la costumbre sólo regirá en defecto de ley
aplicable, siempre que no sea contraria a la moral o al orden público y que resulte
probada. Los usos jurídicos que no sean meramente interpretativos de una declaración de
voluntad tendrán la consideración de costumbre».
Así pues, son tres los requisitos que debe reunir la costumbre para que sea admitida como
fuente del Derecho:
a) No debe existir Ley aplicable al caso.