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2º CONGRESO NACIONAL y REGIONAL DE PSICOLOGIA JURIDICA y FORENSE

“El sujeto de (la) Técnica Forense”


4, 5 Y 6 de Septiembre de 2012 // Puerto Madryn (Chubut) Argentina
Universidad Nacional de la Patagonia – San Juan Bosco – Sede Puerto Madryn

DEL SUJETO PERITADO AL PERITO SUJETADO:


DISCUSIONES ETICAS SOBRE LA PRÁCTICA FORENSE

Méd. Emma Virginia Créimer

El profesional que desarrolla la actividad forense, desde todas sus áreas y


disciplinas, se enfrenta a diario con el sector más doliente de la sociedad, representado
por aquel ser humano que ha cometido un delito emparentado con aquel otro que ha
sido víctima de él.
Témporo- espacialmente juntos, histórica y emocionalmente encadenados a un
momento crítico en sus vidas, se presentan en búsqueda de Justicia a un Poder Judicial
profundamente heterogéneo, donde en una hoguera de vanidades se mezclan los dogmas
arcaicos y los cambios de paradigmas, en un choque tan titánico como desconcertante.
Si bien esta circunstancia se extiende a todos los delitos, existen algunos de tan
profunda atrocidad, que su análisis representa un desafío permanente para el profesional
que analiza desde el punto de vista técnico, no-jurídico, cada caso en particular.
Sin hesitar desde la experiencia personal, existen dos delitos que quiebran con
paradigmas científicos y morales, ya por lo aberrantes ya por lo subterráneos; estos son
los casos de lesiones, vejámenes, torturas y muertes en custodia y los casos de abuso
sexual infantil.
La sola selección del perfil del profesional que trabajará con estos delitos
implica el primer escollo.
A pesar de la experiencia en su disciplina, de la fortaleza teórica que lo sustente,
de los años y/o la intensidad de trabajo de campo que haya acopiado, en la evaluación
de los profesionales que deberán enfrentarse a delitos contra los DDHH, e incluyo
deliberadamente el abuso sexual infantil dentro de esta categoría, sólo puede
aproximarse pero no delimitarse taxativamente en entrevistas previas a su ingreso su
capacidad para desempeñarse en el cargo que se le ofrece, toda vez que, humanamente,
no puede preverse la reacción al miedo ni al dolor (propio y ajeno), ni siquiera de los
más experimentados profesionales.
Resulta claro que hay un conjunto de componentes inalienables y básicos en el
perfil de estos profesionales: la convicción, el compromiso y la ética.
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“El sujeto de (la) Técnica Forense”
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Surge del CODIGO DE ETICA MÉDICO enunciado en el DECRETO LEY
5413/58 Capítulo I Art. 3º “ En toda actuación el profesional cuidará a sus enfermos,
ateniéndose a su condición humana.... El personal de salud, especialmente los médicos,
encargados de la atención médica de personas presas o detenidas, tienen el deber de
brindar protección física y mental de dichas personas y de tratar sus enfermedades en el
mismo nivel de calidad que brindan a las personas que no están presas o detenidas...”
Sin duda alguna, las víctimas en ambos delitos son seleccionadas por su extrema
vulnerabilidad y por la relación asimétrica que se plantea entre el ofensor y la víctima.
Hemos elaborado y reelaborado cientos de miles de páginas y protocolos para la
evaluación e investigación científica en estos casos.
Sabemos, en relación al abuso sexual infantil, que existe una transferencia
unidireccional de consignas por parte del adulto abusador que no posibilita un
aprendizaje interactivo y, que necesariamente deriva en la programación psíquica a
través de la que se transmiten los comportamientos que aparecen como pertenecientes al
menor víctima (R. Perrone, 2006).
La misma es responsable de las retracciones, del silencio, de la aparente
complicidad, de la excitación sensorial del menor, de las paradojas y contradicciones
pasibles de manifestarse.
Desde el punto de vista interdisciplinario psicológico y médico forense,
reiteramos hasta la exasperación en los fueros que aplicamos normas nacionales e
internacionales para la evaluación de las víctimas; para revelar la incidencia emocional
del delito, la ponderación de esta incidencia en el comportamiento; registramos signo-
sintomatología específica, evidencia biológica (cuando existe) y escrutamos su
repercusión en los planos psicológicos y psicosexuales.

En delitos tan extremos y aparentemente dispares como los que se traen a


colación, podemos aplicar conceptos de R. Perrone “...El secreto supone la condición de
que las vivencias en cuestión son incomunicables. Entre las personas involucradas
nace entonces un vínculo de facto, sin alternativas...”“... El abusador manipula el poder
y carga a la víctima con la responsabilidad del secreto...”
La aplicación de los códigos de ética de cada profesión, Convenciones y Pactos
Internacionales, reglamentaciones internas de cada país en relación al cuidado y a la no
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violación de los DDHH no es redundante sino reafirmante del ejercicio pleno del
respeto del otro como sujeto.
La incorporación de la Bioética, definida como el “estudio sistemático de la
conducta humana en el campo de las ciencias de la vida y la atención de la salud, en
tanto que dicha conducta es examinada a la luz de los principios y valores morales” en
la Encyclopedia of Bioethics (Warren T. Reich, de. New York, 1978), avizora la
complejidad y extensión de la disciplina y abre el camino para el fundamental diálogo y
la construcción interdisciplinaria.
Históricamente, en nombre de la ciencia y la justicia se han violado
sistemáticamente tanto la dignidad de la persona como sus derechos fundamentales.
Pero deberíamos preguntarnos que fibras mueve en los magistrados y
funcionarios la exposición de estos delitos que intentan mantenerse subterráneos.
Los casos de lesiones, vejámenes, torturas y muertes en custodia en particular y
los tratos inhumanos y degradantes a las personas, especialmente aquellas que se
encuentran bajo la tutela del Estado, sobreabundan leyes, publicaciones, reflexiones
desde lo médico, psicológico, lo filosófico y lo ético; con el objeto de defender, por
sobre todo, la dignidad y la vida humana como bienes capitales.
Exactamente lo mismo ocurre con los casos de abuso sexual infantil.
Sin embargo, su visibilización sigue promoviendo posiciones encontradas a
nivel popular, donde se enfrentan en el campo de las interpretaciones, sentimientos
vindicativos, autoritarismo, orden y justicia y una profunda negación.
Vale preguntarnos qué rol cumple el profesional auxiliar de la Justicia cuando se
desata este enfrentamiento.
Estimo que es el conocimiento y el bagaje científico de cada disciplina el que,
regido por un alto concepto ético, debe dar respuesta a este interrogante.
El médico, psicólogo, asistente social, y los demás operadores técnicos que
colaboran en la investigación de estas temáticas, que desempeña su práctica en el foro
deben proceder ceñidos a su ciencia, realizar un “diagnóstico” y luego defenderlo en el
marco que la función impone.
En palabras de Diego Gracia (Fundamentos de Bioética, Eudeba, Madrid,1989),
“detrás de todo saber existe siempre poder”, los que enlazados íntimamente generan un
potencial creativo que no deja de caminar en la delgada cornisa de las decisiones
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adecuadas donde, según para donde se incline el caminante, puede desarrollarse un
avance social, tecnológico y jurídico altamente positivo o, en su defecto, un daño
irreparable. Es entonces cuando a esta dupla de “saber-poder” se le impone una
instancia moral de equilibrio representada en el “deber”.
Los dictámenes periciales deben poseer la claridad y el equilibrio necesarios
para ilustrar al Magistrado. Los peritos médicos, psicólogos, asistentes sociales, no
pueden permitirse (en palabras de Simonin) ostentar taras psiquiátricas o morales como
el orgullo, la ignorancia y/o la deshonestidad, ya que estas atentan no sólo contra su
función, sino también contra la administración de justicia y la defensa de los derechos
humanos.
Habitualmente surgen de los exámenes médicos y psicológicos forenses de los
lugares de detención, condiciones de vida infrahumanas, donde el castigo es la norma y
no la excepción y donde la naturalización de la tortura entierra las estadísticas bajo las
carnes golpeadas de los justiciables.
Habitualmente de las entrevistas médico forenses y psicológicas de los niños
abusados surgen realidades dolorosas, que un lego difícilmente podría poner en palabras
pero que un perito debe reflejar ajustado a su ciencia y los protocolos acordes y vigentes
con la contundencia que impone tan importante función social, no sólo judicial.
Es éticamente inadmisible que dichas circunstancias no consten en los
dictámenes periciales.
La cotidianeidad renueva a Foucault: “Hay en la justicia moderna, y en aquellos
que la administran, una vergüenza de castigar que no siempre excluye el celo y crece sin
cesar: sobre esta herida, el psicólogo pulula como un modesto funcionario de la
ortopedia moral”.(Michel Foucault, Vigilar y Castigar, Siglo XXI editores, 2a de.
Argentina revisada 2008).
Sin perjuicio de ello, no es posible permitir que se arroje al perito al vacío de las
omisiones ajenas, como a un justiciable más en las arenas de un circo romano.
Todos los deberes que éticamente se le imponen deben ir igualmente
acompañados de derechos.
Las entrevistas con personas que han sufrido torturas implican un
posicionamiento que supera cualquier preparación académica previa y eso no debe ser
soslayado.
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Las horas que conlleva el examen pericial en el cual el otro sufriente evoca el
más profundo dolor, terror y vulnerabilidad padecidos, no resultan gratuitas en el
operador que, además de recibir la transferencia de de ese quantum emocional, debe
procesarlo y confrontarlo con cuestiones ajenas a la víctima y que, en reiteradas
ocasiones, se acompañan de la entrevista al presunto torturador/ofensor.
Debe implicar también una posición ética, la protección de los operadores del
sistema que se enfrentan a estos procedimientos, siendo responsabilidad de los Sistemas
de Justicia administrar los medios para su contención psíquica y física.
La realidad transpira cárceles y comisarías atestadas de hombres y mujeres
sometidos a malos tratos por acción y por omisión, condenados a la enfermedad, con
estructuras de salud insuficientes e ineficaces, donde los médicos y psicólogos
sucumben al orden general impuesto o, en el mejor de los casos, denuncian y /o
renuncian.
Los pasillos tribunalicios se ven atravesados por pequeñas figuras, cuerpos y
mentes que no llegaron a abrirse al mundo merecido porque les coartaron la posibilidad
de ser y creer, diminutos rostros con expresiones de soledad e indefensión que esperan
del símbolo de suprema de autoridad, muchas veces encarnada en un extraño
apoltronado en un estrado con el ceño fruncido y la palabra difícil, la reparación de lo
irreparable, la restitución de la confianza en el poseedor de la autoridad.
La ética es el único vector que nos separará del encubrimiento y la complicidad,
cada vez que asumamos el compromiso con el otro, como sujeto.
Finalmente, la función del perito no se limita al cumplimiento de un horario, ni a
un dictamen “poco y confuso”.
Que conozca entonces el sistema que cuando nos sentamos en un juicio oral a
defender lo dictaminado lo hacemos a conciencia y con la ciencia, sobre el sujeto
peritado, conociendo los riesgos que estas conductas ofrecen y asumiéndolas con la
templanza y el honor de ser fieles a nosotros mismos y que, a pesar de la exactitud de
las reflexiones de G. Marañón cuando expresa que: “ aunque la verdad resplandezca,
siempre se batirán los hombres en la trinchera sutil de las interpretaciones”, eso no nos
convierte ni nos convertirá, en peritos sujetados a intereses particulares.

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