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Comienzo contando mi experienza situándonos en el año 2014, yo siendo una niña

de 10 años cursaba 5° año en la escuela 106 Artigas. En esos tiempos, mi escuela


era la primera y única en mi ciudad que tenía un salón especialmente para sordos.
Yo nunca había tenido ninguna interección con una persona sorda, solamente los
veía jugando (entre ellos) en el recreo.

De alguna manera nos hacíamos entender, mediante señas y signos que


universalmente conocemos todos, pero esa lengua que solo ellos entendían, a mi
me fascinaba.

Conocí a su maestra y su maestro, ella era ollente y él era sordo, fueron ellos mi
primer contacto con la lengua de señas verdadera y los que me ayudaron a
comprender un poco más de esta nueva lengua. Ya con un nivel muy báscio en
lengua de señas, la maestra me comentó que cerca de allí había una comunidad de
sordos, dónde personas sordas y oyentes se juntaban a tomar mate, conversar y
estaban abiertos para todo aquel que quisera aprender.

Sin dudar me anoté, tenía compañeras oyentes de todas las edades con un mismo
objetivo: poder comunicarnos y entender a aquella persona sorda.

Después de haber aprendido un poco más de lo básico, pude comunicarme con mis
compañeros sordos de mi escuela y también con mis nuevos amigos de la
comunidad; también pude conseguir enseñar lo que aprendí a mis amigas para que
ellas también pudieran comunicarse con ellos y así, de alguna manera, hacerles
sentir que no están excluídos.

Melany Pérez

MPI 1°F

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