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1.1 Concepto.
La primera experiencia con Cristo o primer anuncio (kerygma) de cualquier persona, va
necesariamente de la mano del concepto de Iglesia, pues es a través de ella que se nos
presenta el mensaje del Evangelio, en ella conocemos a Dios y desarrollamos nuestra vida
Cristiana.
En la «Iglesia» nos reunimos para vivir la Eucaristía y en ella dar gracias a Dios (fin
eucarístico), lo adoramos (fin latréutico), obtenemos los frutos de la redención (fin
propiciatorio) y ponemos ante su altar nuestras necesidades (fin impetratorio). (Cfr. Mediator
Dei 115)
Aún así, muchas veces el concepto de Iglesia se reduce meramente al lugar en el que nos
reunimos (templo), o a la Jerarquía de la misma, siendo otro el significado.
El pueblo de Dios, que por el pecado se encontraba en enemistad con Él, es amado por Dios,
Él lo seduce, lo conforma, crea una alianza con el, lo instruye en el camino recto y se le
muestra como un Dios amoroso, le pone los medios para su santificación y le promete la
redención:
«Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tú descendencia y la suya: ella te herirá en la
cabeza, pero tú solo heridas su talón.» (Gn 3, 15).
«Dios prepara el camino para instaurar su Iglesia desde el momento en que elige a Israel
como pueblo suyo.» (cfr. CEC 762)
A lo largo de la historia, Dios habla a su pueblo a través de hombres inspirados por Él, aquellos
a quienes llamamos profetas, personas dotadas de gran sabiduría y que hablaban de parte de
Dios (Cfr. Heb 1, 1), pero ya los profetas acusan a Israel de haber roto la alianza y haberse
comportado como una prostituta. (CEC 762)
En numerosas ocasiones el pueblo de Dios es infiel a la alianza, y sufre por ello grandes
calamidades, siendo el peor de los males el abandono de Dios, como dice el Salmo:
«Pero mi pueblo no quiso escuchar mi voz, Israel no quiso obedecerme, por eso los abandoné a
la dureza de su corazón, a merced de sus caprichos.» (Sal 81, 12-13)
Por amor a su pueblo infiel, Dios envía a su hijo al mundo, para que por medio de su creencia
en Él, tuviera vida eterna (Cfr. Jn 3, 16), sin embargo Israel siguió sin creer en su palabra, y es
por eso que Jesús dice:
«Por eso les digo que a ustedes se les quitara el reino de Dios y se le entregará a un pueblo
que de a su tiempo los frutos que al reino corresponden.» (Mt 21, 43).
Este pueblo no es sino la Iglesia de Jesús, el nuevo pueblo de Dios, la asamblea santa, pueblo
de sacerdotes, profetas y reyes, fundada en Cristo, por la confesión de fe de Pedro:
«Jesús le dijo: Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque eso no te lo ha revelado ningún mortal,
sino mi Padre que está en los cielos. Yo te digo, tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi
IGLESIA, y el poder de la muerte no podrá con ella.» (Mt 16, 17-18)
Recordemos que Iglesia significa convocación, asamblea del pueblo, es el nuevo pueblo de
Dios fundado en la Iglesia de Jesús, cuyo pastor visible es Pedro, el Papa, y esta Iglesia, este
Nuevo Pueblo de Dios es la Iglesia UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA, que desde
el principio de su existencia, se ha reconocido como heredera de la asamblea del Sinaí, la
«Ekklèsia».
La Lumen Gentium continua diciendo:
«Pero todo esto lo realizó como preparación y figura de la nueva alianza, perfecta que había
de efectuarse en Cristo, y de la plena revelación que había de hacer por el mismo Verbo de
Dios hecho carne.» (LG 9)
El pueblo de Israel es prefigura de la Iglesia, lo que en Israel era mero símbolo o esperanza, se
hace carne en la Iglesia, la obra de la redención se ve realizada. Israel era la prefiguración, la
Iglesia es la realización. La Iglesia es la continuación de lo que fue el antiguo pueblo de Dios,
que no reconoció a Jesús como el Mesías, en cierta forma, es el mismo pueblo, conformado por
la parte creyente, porque en todo caso, el mensaje de Jesús iba dirigido inicialmente a los
judíos.
Tan es así, que Israel es prefigura y la Iglesia realización, que el Catecismo dice:
El Señor Jesús dotó a su comunidad de una estructura que permanecerá hasta la plena
consumación del Reino. Ante todo está la elección de los Doce con Pedro como su Cabeza (cf.
Mc 3, 14-15); puesto que representan a las doce tribus de Israel (cf. Mt 19, 28; Lc 22, 30), ellos
son los cimientos de la nueva Jerusalén (cf. Ap 21).» (CEC 765)
La Iglesia es querida por Dios, deseada por el Señor, realizada por el creador, es prefigurada
desde antiguo y se realiza en Cristo, anunciado por los profetas y que ha hablado hoy al
mundo. La salvación se da en la comunidad y es por ello que la Iglesia, nuevo pueblo de
Dios, es instrumento NECESARIO e INDISPENSABLE para alcanzar la Gloria.
1.3 La Iglesia jerárquica.
Al principio de la vida pública de Jesús vemos a su lado un grupo de discípulos, los primeros en
reunirse con Él y a los que llamó apóstoles (Mt 10, 2; Mc 3, 16 y Lc 6, 14). El Maestro rodea
de atenciones a estos doce, que debían dar origen al nuevo pueblo elegido, la Iglesia, destinada
a ocupar el puesto del antiguo Israel.
El mismo Jesús los prepara con esmero para la misión que les confiaría más adelante. Les
otorga tres potestades:
1.- Anunciar el Evangelio (Mc 3,13-15; Mt 28, 18-20).
2.- Celebrar el Culto de la Nueva Alianza. (Lc 22, 19-29).
3.-Guiar al pueblo de Dios. (Mt 10,40; Jn 20, 22-23; Mt 18,18.)
La Constitución Dogmática Lumen Gentium en el número 18 enseña que:
«Cristo el Señor, para dirigir al Pueblo de Dios y hacerle progresar siempre, instituyó en su
Iglesia diversos ministerios que están ordenados al bien de todo el Cuerpo. En efecto, los
ministros que posean la sagrada potestad están al servicio de sus hermanos para que todos los
que son miembros del Pueblo de Dios […] lleguen a la salvación».
Los poderes otorgados por Jesús a los apóstoles no son para utilidad de los que mandan sino
para el bien común y servicio de los fieles. La verdadera naturaleza de la autoridad en la Iglesia
no es para enseñorearse de los súbditos, ni para desplegar la voluntad de dominio, sino para
servir. El honor debe ser para el Maestro y nuestro único Maestro es Cristo, y es Dios el
único digno de honor.
La existencia del servicio jerárquico en la Iglesia introduce en ella un elemento jurídico. El
pueblo de Dios no es solamente una realidad mística sino también una sociedad, una
comunidad de hombres que tienden, bajo la misma autoridad, a un fin común.
En toda sociedad debe haber cuatro elementos:
1. el elemento material, las personas que la componen;
2. el elemento formal, la unión de estas personas para obtener un fin;
3. el fin de la sociedad es el bien común;
4. la autoridad, elemento esencial junto con el fin, consiste en la facultad de dirigir los
miembros al fin común.
La autoridad o potestad de jurisdicción, a su vez, debe ejercer una triple función:
1. Legislativa: promulgar leyes para el bien común.
2. Judiciaria: juzgar a sus miembros.
3. Ejecutiva: obligar, con sanciones, a los miembros a que colaboren al bien común.
Cada sociedad tiene su fundador que:
1. reúne a las personas que la componen,
2. establece el fin a alcanzar,
3. fija los medios,
4. crea la autoridad.
Al poner en marcha una sociedad, el fundador puede ser:
1. inmediato: por su propia iniciativa,
2. mediato: mediante otras personas,
3. involuntario: sin intención inicia un movimiento del que a la larga surge la sociedad,
4. voluntario: busca lograrlo.
Cada sociedad tiene una determinada forma de gobierno, que puede ser:
1. Democrática: el poder de jurisdicción reside en todo el pueblo.
2. Aristocrática u Oligárquica: si el poder reside en un grupo de terminado de personas.
3. Monárquico: si gobierna una sola persona.
Partiendo de estas premisas podemos afirmar que:
1) Jesús concibió la Iglesia como una sociedad real porque:
a. Existe un conjunto, de individuos: todos los hombres,
b. una autoridad: los apóstoles,
c. un fin: la salvación eterna,
d. medios para el fin: el Bautismo con los otros sacramentos y la Fe.
2) La forma de esta sociedad es aristocrática, o «jerárquica», es decir, potestad sagrada,
porque la autoridad no se promete ni concede a todo el pueblo sino directamente a los apóstoles
y a sus sucesores.
3) La Iglesia la fundó Cristo al llamar a sus apóstoles. Fue su fundador inmediato, ya que no
fueron los discípulos, sino el mismo Maestro quien creó y les transmitió el ministerio
apostólico.
La Iglesia es también una sociedad:
1. Visible.- Los miembros se conocen entre sí, en cuanto hombres y en cuanto miembros de
la sociedad a la que pertenecen; hay superiores y súbditos, y todos conocen sus funciones.
2. Perpetua.- Los apóstoles continuarán predicando el evangelio y santificando las almas
hasta el fin del mundo con la promesa de la asistencia de Jesús.
3. Indefectible.- Los apóstoles no podrán cambiar lo establecido por Cristo, sólo lo
secundario y accesorio en la organización de la Iglesia.
En consecuencia, la Iglesia es una sociedad perfecta, su fin es la salvación, su autoridad viene
de Cristo, y posee los medios indispensables para conseguir el fin.
El Espíritu Santo comunica y nutre a la Iglesia de la gracia de Dios obtenida por Cristo, a través
de los siete sacramentos (Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Reconciliación, Matrimonio,
Orden Sacerdotal y Unción de los enfermos), en este sentido, siendo la Iglesia quién custodia
estos misterios, es ella misma llamada Sacramento (en Cristo) de la unión íntima de los
hombres con Dios. (Idem)
En el ejercicio cultual de los sacramentos, se hace presente el poder pascual del resucitado,
dicho de otra manera, en los sacramentos se entrega la gracia de la resurrección.
Hablar de comunión (unidad) entre los hombres, es hablar también de la comunión de estos
con Dios, pues ésta tiene su sustento sólo en Él; de esta manera, la Iglesia es sacramento de esta
unidad. (Cfr. CEC 775)
La Iglesia reúne a hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación, por ello es signo e
instrumento de esta unidad que está por venir. (Idem)
Según la Lumen Gentium, la Iglesia es instrumento de Cristo para la redención universal,
pues mediante ella, «manifiesta y realiza al mismo tiempo el misterio del amor de Dios al
hombre» (GS 45, 1). (Cfr. CEC 776)
La Iglesia es poseedora de la salvación de Cristo, y a su vez tiene la función de dispensadora
de esta gracia entre los creyentes; dispensa las mismas acciones salvíficas de Cristo, de forma
visible.
La Iglesia es el proyecto visible del amor de Dios hacia la humanidad, pues quiere la unidad en
su pueblo y en su cuerpo. (Cfr. CEC 776)
Fuera de la Iglesia, no hay otras fuentes dispensadoras de la gracia sacramental, pues de Cristo
mismo recibió la misión de «bautizarlos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu
Santo» (Cfr. Mt 28, 18-19)
Teniendo la Iglesia está misión, son los sacramentos los actos máximos de la Esposa de
Cristo que llevan a los hombres la salvación.
Puede que haya quienes, motivados por diversas causas, se alejen de la verdadera Iglesia y
busquen la salvación de Cristo en otros lugares, grupos no autorizados por Cristo para ser
portadores de su gracia. Los sacramentos son los medios ordinarios de la gracia de Cristo,
esto significa, que si bien, Dios pude actuar de manera extraordinaria en otros lugares y
momentos, no nos corresponde decidir cuáles serán dichos lugares o momentos, sino más bien,
acogernos al medio ordinario que es la Iglesia, sacramento seguro de salvación, de ahí el que
se diga que fuera de la Iglesia no hay salvación.
1.5 Depósito de la Fe.
En los temas anteriores hablamos sobre cómo la Iglesia no solo es una comunidad, sino que al
ser el cuerpo místico de Cristo, «la Jerusalén terrena», nos hace partícipes de los sacramentos.
La vida en gracia también se obtiene con el cuerpo y sangre de Cristo, alimento para nuestra
alma, nos hace partícipes de su redención.
Pero no sólo eso, sino que también es medio para obtener la gracia y el perdón de nuestros
pecados a través de los sacerdotes, con el sacramento de la reconciliación. Al no estar dentro de
la iglesia, nada nos asegura tener una vida en gracia, porque la iglesia es quién nos guía y ayuda
en nuestros caminos. Ahora, hablaremos un poco sobre el depósito de la fe, que Jesús confió a
su Iglesia.