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TEMA 1. ¿Qué es la Iglesia?

1.1 Concepto.
La primera experiencia con Cristo o primer anuncio (kerygma) de cualquier persona, va
necesariamente de la mano del concepto de Iglesia, pues es a través de ella que se nos
presenta el mensaje del Evangelio, en ella conocemos a Dios y desarrollamos nuestra vida
Cristiana.
En la «Iglesia» nos reunimos para vivir la Eucaristía y en ella dar gracias a Dios (fin
eucarístico), lo adoramos (fin latréutico), obtenemos los frutos de la redención (fin
propiciatorio) y ponemos ante su altar nuestras necesidades (fin impetratorio). (Cfr. Mediator
Dei 115)

Aún así, muchas veces el concepto de Iglesia se reduce meramente al lugar en el que nos
reunimos (templo), o a la Jerarquía de la misma, siendo otro el significado.

Es propio, para una mejor comprensión, que definamos el significado de la palabra, y es así


que, viniendo del griego ek-kalein, la palabra Iglesia (ekklèsia) significa
literalmente «convocación», y se refiere a las «asambleas del Pueblo». (Cfr. CEC 751)

Por lo anteriormente mencionado, el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, en su


numeral 147 define a la Iglesia de la siguiente manera:
«Con el término IGLESIA se designa al pueblo que Dios convoca y reúne desde todos los
confines de la tierra, para constituir la asamblea de todos aquellos que, por la fe y el
bautismo, han sido hechos hijos de Dios, miembros de Cristo y templos del Espíritu
Santo.»
Al referirnos a las «Asambleas del pueblo» hemos de hablar de la asamblea de aquél que fue
escogido por Dios (Israel), especialmente a la convocación del Sinaí, en donde la humanidad
recibe la ley de Dios e Israel se constituye como pueblo suyo. (Cfr. CEC 751)

La primera comunidad Cristiana se consideraba a si misma como «La Iglesia», lo que da a


entender que se sabía a si misma como la heredera de aquella antigua asamblea, en la que
Dios convoca a su pueblo desde todos los confines del planeta. (Cfr. CEC 751)
Jesús da inicio a su iglesia mediante la predicación del Evangelio, el anuncio del Reino de
Dios, sanando enfermos, expulsando demonios, realizando prodigios; pero su reinado se
manifiesta de manera más clara en sus palabras, obras y presencia. Resumido lo anterior
podemos decir que la Iglesia es en sí, el Reino de Cristo presente ya en misterio, si
acogemos el mensaje de Jesús (lo que conlleva la aceptación de la fe, el bautismo y una vida
plenamente cristiana), somos participes de este reino y miembros de la Iglesia. (Cfr. CEC 763-
764)

La Iglesia de Cristo no es una abstracción, sino que es un organismo visible, definido, con


límites, que comunica la gracia y la Verdad del Salvador, y, que al ser visible, se compone de
órganos jerárquicos, siendo a la vez espiritualmente, el cuerpo místico de Cristo, grupo visible
y comunidad espiritual, es iglesia terrena y a la vez celestial, pues en ella se encuentran los
bienes del cielo. (Cfr. CEC 771)
En el lenguaje cristiano de hoy, se entiende por Iglesia a la asamblea litúrgica, a la
comunidad local (Diócesis), y a la comunidad universal (Iglesia Católica), pues está presente en
todos los confines de la tierra reuniendo a todos los hijos de Dios. (Cfr. CEC 752).
La primera experiencia con Cristo o primer anuncio (kerygma) de cualquier persona, va
necesariamente de la mano del concepto de Iglesia, pues es a través de ella que se nos
presenta el mensaje del Evangelio, en ella conocemos a Dios y desarrollamos nuestra vida
Cristiana.
1.2 Pueblo de Dios.
Desde los orígenes del mundo, el Señor nos ha llamado a la existencia y nos ha convocado
para vivir en comunión con Él y con nuestros semejantes, tanto así, que la salvación del
Cristiano es personal (responsabilidad propia), pero a la vez comunitaria (se realiza dentro de
la comunidad). 
Sobre esto último, el magisterio de la Iglesia Católica señala lo siguiente:
«Sin embargo, fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin
conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad
y le sirviera santamente. Por ello eligió al pueblo de Israel como pueblo suyo, pactó con él
una alianza y le instruyó gradualmente, revelándose a Sí mismo y los designios de su voluntad
a través de la historia de este pueblo, y santificándolo para Sí.»
Lumen Gentium, 9.
La vida en la comunidad es un designio de Dios desde la creación del mundo, pues desde que
el ser humano existe sobre la tierra, Dios ha decretado que no es bueno que éste viva en
soledad. (Cfr. Gn 2, 18)
El ser humano, habiendo sido creado a imagen y semejanza de Dios, está llamado a ser un
reflejo del Dios Trinidad, que desde la eternidad es familia (comunidad). 
Cuando el hombre, a causa su pecado, destruyó la comunión con Dios y con sus semejantes,
Dios dió inicio al plan de congregar un pueblo en torno a sí, una reacción de orden, que
contrarrestará el desorden que provocó el pecado. (Cfr. CEC 761), de esta manera, desde el
origen del mundo se da en el pueblo de Israel, una prefigura de la Iglesia, vista ya desde la
antigua alianza. (Cfr. CEC 759)

El pueblo de Dios, que por el pecado se encontraba en enemistad con Él, es amado por Dios,
Él lo seduce, lo conforma, crea una alianza con el, lo instruye en el camino recto y se le
muestra como un Dios amoroso, le pone los medios para su santificación y le promete la
redención: 
«Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tú descendencia y la suya: ella te herirá en la
cabeza, pero tú solo heridas su talón.» (Gn 3, 15).
«Dios prepara el camino para instaurar su Iglesia desde el momento en que elige a Israel
como pueblo suyo.» (cfr. CEC 762)
A lo largo de la historia, Dios habla a su pueblo a través de hombres inspirados por Él, aquellos
a quienes llamamos profetas, personas dotadas de gran sabiduría y que hablaban de parte de
Dios (Cfr. Heb 1, 1), pero ya los profetas acusan a Israel de haber roto la alianza y haberse
comportado como una prostituta. (CEC 762)
En numerosas ocasiones el pueblo de Dios es infiel a la alianza, y sufre por ello grandes
calamidades, siendo el peor de los males el abandono de Dios, como dice el Salmo:
«Pero mi pueblo no quiso escuchar mi voz, Israel no quiso obedecerme, por eso los abandoné a
la dureza de su corazón, a merced de sus caprichos.» (Sal 81, 12-13)
Por amor a su pueblo infiel, Dios envía a su hijo al mundo, para que por medio de su creencia
en Él, tuviera vida eterna (Cfr. Jn 3, 16), sin embargo Israel siguió sin creer en su palabra, y es
por eso que Jesús dice:
«Por eso les digo que a ustedes se les quitara el reino de Dios y se le entregará a un pueblo
que de a su tiempo los frutos que al reino corresponden.» (Mt 21, 43).

Este pueblo no es sino la Iglesia de Jesús, el nuevo pueblo de Dios, la asamblea santa, pueblo
de sacerdotes, profetas y reyes, fundada en Cristo, por la confesión de fe de Pedro:
«Jesús le dijo: Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque eso no te lo ha revelado ningún mortal,
sino mi Padre que está en los cielos. Yo te digo, tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi
IGLESIA, y el poder de la muerte no podrá con ella.» (Mt 16, 17-18)
Recordemos que Iglesia significa convocación, asamblea del pueblo, es el nuevo pueblo de
Dios fundado en la Iglesia de Jesús, cuyo pastor visible es Pedro, el Papa, y esta Iglesia, este
Nuevo Pueblo de Dios es la Iglesia UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA, que desde
el principio de su existencia, se ha reconocido como heredera de la asamblea del Sinaí, la
«Ekklèsia».
La Lumen Gentium continua diciendo:
«Pero todo esto lo realizó como preparación y figura de la nueva alianza, perfecta que había
de efectuarse en Cristo, y de la plena revelación que había de hacer por el mismo Verbo de
Dios hecho carne.» (LG 9)
El pueblo de Israel es prefigura de la Iglesia, lo que en Israel era mero símbolo o esperanza, se
hace carne en la Iglesia, la obra de la redención se ve realizada. Israel era la prefiguración, la
Iglesia es la realización. La Iglesia es la continuación de lo que fue el antiguo pueblo de Dios,
que no reconoció a Jesús como el Mesías, en cierta forma, es el mismo pueblo, conformado por
la parte creyente, porque en todo caso, el mensaje de Jesús iba dirigido inicialmente a los
judíos.
Tan es así, que Israel es prefigura y la Iglesia realización, que el Catecismo dice:
El Señor Jesús dotó a su comunidad de una estructura que permanecerá hasta la plena
consumación del Reino. Ante todo está la elección de los Doce con Pedro como su Cabeza (cf.
Mc 3, 14-15); puesto que representan a las doce tribus de Israel (cf. Mt 19, 28; Lc 22, 30), ellos
son los cimientos de la nueva Jerusalén (cf. Ap 21).» (CEC 765)
La Iglesia es querida por Dios, deseada por el Señor, realizada por el creador, es prefigurada
desde antiguo y se realiza en Cristo, anunciado por los profetas y que ha hablado hoy al
mundo. La salvación se da en la comunidad y es por ello que la Iglesia, nuevo pueblo de
Dios, es instrumento NECESARIO e INDISPENSABLE para alcanzar la Gloria.
1.3 La Iglesia jerárquica.
Al principio de la vida pública de Jesús vemos a su lado un grupo de discípulos, los primeros en
reunirse con Él y a los que llamó apóstoles (Mt 10, 2; Mc 3, 16 y Lc 6, 14). El Maestro rodea
de atenciones a estos doce, que debían dar origen al nuevo pueblo elegido, la Iglesia, destinada
a ocupar el puesto del antiguo Israel.

El mismo Jesús los prepara con esmero para la misión que les confiaría más adelante. Les
otorga tres potestades:
1.- Anunciar el Evangelio (Mc 3,13-15; Mt 28, 18-20).
2.- Celebrar el Culto de la Nueva Alianza. (Lc 22, 19-29).
3.-Guiar al pueblo de Dios. (Mt 10,40; Jn 20, 22-23; Mt 18,18.)
La Constitución Dogmática Lumen Gentium en el número 18 enseña que:
«Cristo el Señor, para dirigir al Pueblo de Dios y hacerle progresar siempre, instituyó en su
Iglesia diversos ministerios que están ordenados al bien de todo el Cuerpo. En efecto, los
ministros que posean la sagrada potestad están al servicio de sus hermanos para que todos los
que son miembros del Pueblo de Dios […] lleguen a la salvación».
Los poderes otorgados por Jesús a los apóstoles no son para utilidad de los que mandan sino
para el bien común y servicio de los fieles. La verdadera naturaleza de la autoridad en la Iglesia
no es para enseñorearse de los súbditos, ni para desplegar la voluntad de dominio, sino para
servir. El honor debe ser para el Maestro y nuestro único Maestro es Cristo, y es Dios el
único digno de honor.
La existencia del servicio jerárquico en la Iglesia introduce en ella un elemento jurídico. El
pueblo de Dios no es solamente una realidad mística sino también una sociedad, una
comunidad de hombres que tienden, bajo la misma autoridad, a un fin común.
En toda sociedad debe haber cuatro elementos:
1. el elemento material, las personas que la componen;
2. el elemento formal, la unión de estas personas para obtener un fin;
3. el fin de la sociedad es el bien común;
4. la autoridad, elemento esencial junto con el fin, consiste en la facultad de dirigir los
miembros al fin común.
La autoridad o potestad de jurisdicción, a su vez, debe ejercer una triple función:
1. Legislativa: promulgar leyes para el bien común.
2. Judiciaria: juzgar a sus miembros.
3. Ejecutiva: obligar, con sanciones, a los miembros a que colaboren al bien común.
Cada sociedad tiene su fundador que:
1. reúne a las personas que la componen,
2. establece el fin a alcanzar,
3. fija los medios,
4. crea la autoridad.
Al poner en marcha una sociedad, el fundador puede ser:
1. inmediato: por su propia iniciativa,
2. mediato: mediante otras personas,
3. involuntario: sin intención inicia un movimiento del que a la larga surge la sociedad,
4. voluntario: busca lograrlo.
Cada sociedad tiene una determinada forma de gobierno, que puede ser:
1. Democrática: el poder de jurisdicción reside en todo el pueblo.
2. Aristocrática u Oligárquica: si el poder reside en un grupo de terminado de personas.
3. Monárquico: si gobierna una sola persona.
Partiendo de estas premisas podemos afirmar que:
1) Jesús concibió la Iglesia como una sociedad real porque:
a. Existe un conjunto, de individuos: todos los hombres,
b. una autoridad: los apóstoles,
c. un fin: la salvación eterna,
d. medios para el fin: el Bautismo con los otros sacramentos y la Fe.
2) La forma de esta sociedad es aristocrática, o «jerárquica», es decir, potestad sagrada,
porque la autoridad no se promete ni concede a todo el pueblo sino directamente a los apóstoles
y a sus sucesores.
3) La Iglesia la fundó Cristo al llamar a sus apóstoles. Fue su fundador inmediato, ya que no
fueron los discípulos, sino el mismo Maestro quien creó y les transmitió el ministerio
apostólico.
La Iglesia es también una sociedad:
1. Visible.- Los miembros se conocen entre sí, en cuanto hombres y en cuanto miembros de
la sociedad a la que pertenecen; hay superiores y súbditos, y todos conocen sus funciones.
2. Perpetua.- Los apóstoles continuarán predicando el evangelio y santificando las almas
hasta el fin del mundo con la promesa de la asistencia de Jesús.
3. Indefectible.- Los apóstoles no podrán cambiar lo establecido por Cristo, sólo lo
secundario y accesorio en la organización de la Iglesia.
En consecuencia, la Iglesia es una sociedad perfecta, su fin es la salvación, su autoridad viene
de Cristo, y posee los medios indispensables para conseguir el fin.

La función de gobernar, santificar y enseñar no es un privilegio ligado a las personas de los


apóstoles y destinada a desaparecer con ellas, sino una prerrogativa conferida a ellos por Cristo
y que se ha de transmitir a los sucesores que vengan después de ellos. Así serán solamente los
primeros depositarios. Con las palabras «hasta el fin de los siglos» (Mt. 28, 18) Jesús creó el
ministerio apostólico continuamente presente en la Iglesia
Ya en los dos primeros siglos hay por todas partes en la Iglesia obispos que afirman ser
sucesores de los apóstoles. Tenemos evidencia de esto basándose en los testimonios de:
 San Ireneo (180), obispo de Lión, apela a la autoridad de la tradición proveniente de los
apóstoles a través de la sucesión de los obispos en su polémica contra los gnósticos.
 Eusebio de Cesárea (160). Nos dice que Hegésipo, un hebreo de Palestina, visitó a los
obispos de diferentes iglesias del Mediterráneo para examinar su doctrina y cerciorarse de
su sucesión.
 Ignacio de Antioquía (107). Se deduce de sus cartas que a principios del siglo II en las
iglesias de Asia presiden los obispos rodeados de presbíteros y diáconos y revestidos de
todas sus potestades.
 Clemente Romano (96). Habla de los obispos como sucesores de los apóstoles.
 San Juan (siglo I). En el Apocalipsis incluye siete cartas a los «ángeles» de las iglesias
de Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea. Estos «ángeles» son
figuras de los obispos.
Los obispos no reciben la autoridad del pueblo sino de Cristo, mediante la sucesión
apostólica. Para fundamentar esto tenemos testimonio de:
 Clemente Romano (96). Afirma que el principio de autoridad de la Iglesia es de origen
divino.
 Ignacio de Antioquía (107). Exige obediencia al obispo porque su autoridad proviene de
Dios.
1.4 Dispensadora de todas las Gracias.
En los subtemas anteriores, hemos reflexionado ya sobre la realidad de la Iglesia, su definición,
su visión como pueblo de Dios y hemos continuado resaltando su autoridad sobre esta
comunidad, ahora nos centraremos en su acción dentro de esta comunidad, o en otras palabras,
su efectividad salvífica.
No hay otro misterio de Dios fuera de Cristo, Cristo mismo es el misterio (sacramento) de
salvación. Cristo nos muestra la misericordia y el plan de Dios para los hombres, es la imagen
misericordia y amorosa del Padre que nos otorga la salud. Fuera de Cristo no hay otro
sacramento de salvación, ni otra forma de ver el rostro del Padre que quiere que todos los
hombres se salven, y por esta causa ha entregado su vida a cambio de la nuestra. (Cfr. CEC
774)
La obra salvífica de Cristo es el sacramento (misterio, signo) de salvación, y este misterio se
manifiesta y se hace eficaz en los sacramentos de la Iglesia. En otras palabras, Jesús, mediante
su muerte y resurrección nos alcanza la vida eterna, pero accedemos a estos méritos
obtenidos, mediante los sacramentos. (Idem)

El Espíritu Santo comunica y nutre a la Iglesia de la gracia de Dios obtenida por Cristo, a través
de los siete sacramentos (Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Reconciliación, Matrimonio,
Orden Sacerdotal y Unción de los enfermos), en este sentido, siendo la Iglesia quién custodia
estos misterios, es ella misma llamada Sacramento (en Cristo) de la unión íntima de los
hombres con Dios. (Idem)
En el ejercicio cultual de los sacramentos, se hace presente el poder pascual del resucitado,
dicho de otra manera, en los sacramentos se entrega la gracia de la resurrección.
Hablar de comunión (unidad) entre los hombres, es hablar también de la comunión de estos
con Dios, pues ésta tiene su sustento sólo en Él; de esta manera, la Iglesia es sacramento de esta
unidad. (Cfr. CEC 775)
La Iglesia reúne a hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación, por ello es signo e
instrumento de esta unidad que está por venir. (Idem)
Según la Lumen Gentium, la Iglesia es instrumento de Cristo para la redención universal,
pues mediante ella, «manifiesta y realiza al mismo tiempo el misterio del amor de Dios al
hombre» (GS 45, 1). (Cfr. CEC 776)
La Iglesia es poseedora de la salvación de Cristo, y a su vez tiene la función de dispensadora
de esta gracia entre los creyentes; dispensa las mismas acciones salvíficas de Cristo, de forma
visible.
La Iglesia es el proyecto visible del amor de Dios hacia la humanidad, pues quiere la unidad en
su pueblo y en su cuerpo. (Cfr. CEC 776)
Fuera de la Iglesia, no hay otras fuentes dispensadoras de la gracia sacramental, pues de Cristo
mismo recibió la misión de «bautizarlos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu
Santo» (Cfr. Mt 28, 18-19)
Teniendo la Iglesia está misión, son los sacramentos los actos máximos de la Esposa de
Cristo que llevan a los hombres la salvación.
Puede que haya quienes, motivados por diversas causas, se alejen de la verdadera Iglesia y
busquen la salvación de Cristo en otros lugares, grupos no autorizados por Cristo para ser
portadores de su gracia. Los sacramentos son los medios ordinarios de la gracia de Cristo,
esto significa, que si bien, Dios pude actuar de manera extraordinaria en otros lugares y
momentos, no nos corresponde decidir cuáles serán dichos lugares o momentos, sino más bien,
acogernos al medio ordinario que es la Iglesia, sacramento seguro de salvación, de ahí el que
se diga que fuera de la Iglesia no hay salvación.
1.5 Depósito de la Fe.
En los temas anteriores hablamos sobre cómo la Iglesia no solo es una comunidad, sino que al
ser el cuerpo místico de Cristo, «la Jerusalén terrena», nos hace partícipes de los sacramentos.
La vida en gracia también se obtiene con el cuerpo y sangre de Cristo, alimento para nuestra
alma, nos hace partícipes de su redención.
Pero no sólo eso, sino que también es medio para obtener la gracia y el perdón de nuestros
pecados a través de los sacerdotes, con el sacramento de la reconciliación. Al no estar dentro de
la iglesia, nada nos asegura tener una vida en gracia, porque la iglesia es quién nos guía y ayuda
en nuestros caminos. Ahora, hablaremos un poco sobre el depósito de la fe, que Jesús confió a
su Iglesia.

«El Depósito de la Fe es el tesoro de la Revelación contenido en la Sagrada Escritura y en la


Tradición, que fue confiado por Dios a su iglesia para que, con la asistencia del Espíritu Santo,
lo conserve y lo transmita y anuncie a los hombres […]»
El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado
únicamente al magisterio vivo de la iglesia, cuya autoridad se ejerce en nombre de Nuestro
Señor Jesucristo. Esa autoridad, lo encontramos en varias partes de la Biblia:
«Simón, Simón, he aquí Satanás los ha pedido para zarandearlos como a trigo, mas yo he
rogado por ti para que tu Fe no se venga abajo; y tu, una vez vuelto, confirma a tus
hermanos.» (Cfr. Lc 22, 31-32)
Observamos que esa autoridad sería para la Iglesia, para la cátedra petrina y de ahí a sus
sucesores, hasta nuestros días.
Para San Ireneo de Lyon, la iglesia presenta elementos como la Unidad en la Fe, testimonio de
la Verdad, la presencia del Espíritu, y la organización; […] la catequesis es el elemento de
fondo de la Iglesia, donde se cultiva la Tradición y se deja ver la esperanza de Salvación. (Cfr.
Adversus Haerenses 10,2; 5)
Para Orígenes, los obispos son los protectores de la Tradición Apostólica, en todas las Iglesias
que guardan comunión espiritual, visible y participe del sufrimiento de todos sus miembros.
Para San Cipriano de Cartago, la iglesia es madre, destacando su carácter jerárquico, dónde el
obispo de Roma, es fundamento y seña de la iglesia de Cristo.
En el mismo tenor, el obispo Optato de Milevi, habla de la cátedra de Pedro, sosteniendo que
este vínculo de las iglesias particulares con esta, es garantía de continuidad y verdadera unidad,
que es «católica», es decir, universal, al interior de la iglesia se habla de sacramentos, y como la
eficacia de estos viene de Dios y no del ministro; en la época de la herejía donatista, la iglesia
ya enseñaba a distinguir entre «potestas» y «ministerium». (Cfr. De vera ecclesia, 3)
La Iglesia, en efecto, es el redil cuya puerta única y necesaria es Cristo (Cfr. CEC, 754 ; Jn 10,
1-10)
Es además, la puerta de entrada de los paganos a la salvación, a través de los apóstoles y
sucesores, Dios se revela al resto del mundo:
«Este misterio, no se dió a conocer a los hombres en tiempos pasados, pero ahora acaba de ser
revelado mediantes los dones espirituales de los santos apóstoles y profetas: que en Cristo Jesús
los pueblos paganos son herederos, forman un mismo cuerpo y comparten la misma promesa ».
(Cfr. Ef 3, 5-6)
Por último:
1. A la luz de esta relación del Catecismo de la Iglesia Católica respecto al depósito de la fe
conviene esclarecer dos cuestiones de vital importancia para la catequesis:
– la relación de la Sagrada Escritura y el Catecismo de la Iglesia Católica como puntos de
referencia para el contenido de la catequesis;
– la relación entre la tradición catequética de los Padres de la Iglesia, con su riqueza de
contenidos y comprensión del proceso catequético, y el Catecismo de la Iglesia Católica.

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