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El Hijo de Dios se dio también enteramente a nosotros por amor (Gal. 2 20); de las llamas que consumen el corazón del Redentor?» ¡Qué dicha para ellos el poder
y para rescatarnos de la muerte eterna y hacernos recobrar la gracia y el paraíso arder con el fuego mismo en que arde nuestro Dios! ¡Qué alegría el verse unidos a
perdido, el Dueño del universo «se hizo hombre» (Jn. 1 14), «se anonadó y se hu- Dios por los lazos del amor! San Buenaventura llamaba a las llagas de Jesús, flechas
milló hasta tomar la forma de esclavo» (Fil. 2 7) y sujetarse a todas las miserias que hieren los corazones más insensibles, y que encienden las almas más heladas.
¡Oh! ¡Qué dardos de amor salen de esas llagas para herir los más endurecidos cora-
humanas. zones! ¡Qué llamas para abrasar los corazones más fríos! ¡Qué cadenas, en fin, par-
2º Jesucristo quiso manifestarnos su amor ten de este costado abierto para encadenar los corazones más rebeldes!
por medio de su Pasión. El venerable Juan de Avila, que amaba tan tiernamente a Jesucristo y no de-
jaba nunca de hablar en todos sus sermones del amor que Jesucristo nos tiene,
Y lo que más sorprende es que podía El salvarnos sin sufrir ni morir, y, sin nos dejó en su tratado sobre el amor del Redentor algunos rasgos tan vivos y pre-
embargo, escogió las penas, los desprecios, una muerte cruel e ignominiosa, el ciosos, que no puedo menos de reproducirlos aquí.
suplicio de la cruz, suplicio infame destinado a los malhechores (Fil. 2 8). Mas «Divino Redentor mío, vos habéis amado de tal manera al hombre, que no podemos
¿por qué quiso sin necesidad alguna entregarse a todos estos tormentos? Porque pensar en ello sin amaros; vuestro amor hace violencia a los corazones, como dice el
nos amaba, y quería mostrarnos toda la extensión de su amor, sufriendo por no- Apóstol: «La caridad de Jesucristo nos urge» (II Cor. 5 14). Este amor que tiene Jesu-
sotros lo que ningún hombre ha padecido jamás. cristo a los hombres nace de su amor a Dios. Por esto dijo después de la Cena: «A fin
San Pablo, santamente ebrio de amor a Jesucristo, exclamaba: «La caridad de de que el mundo conozca que Yo amo a mi Padre, levantémonos, vamos» (Jn. 14 21).
Jesucristo nos urge, nos hace fuerza» (II Cor. 5 14); dándonos con esto a entender ¿Adónde? A morir por los hombres en la cruz.
que lo mucho que sufrió por nosotros Jesucristo es menos aún que el amor que No es posible concebir cuán ardiente es este fuego del amor en el corazón de Jesu-
nos ha manifestado por medio de sus sufrimientos, el cual nos obliga y casi nos cristo. Si en vez de una muerte se le hubiese mandado sufrir mil, amor tenía para cum-
fuerza a amarle. plirlo. Si en vez de morir por todos los hombres en general, se le hubiese ordenado
Tan inmenso era el amor que tenía Jesucristo a los hombres, que le hacía de- morir por la salud de uno solo, lo hubiera hecho tan voluntariamente por cada uno
como lo hizo por todos. En fin, si en vez de estar tres horas en cruz hubiera debido
sear la hora de su muerte para poder manifestárselo. Durante su vida solía decir: permanecer en ella hasta el día del Juicio, no le faltaba amor para consentir en ello:
«Yo debo ser bautizado con mi propia sangre, y ¡cuánto me tarda el ver llegar por manera que Jesucristo amó mucho más de lo que sufrió.
la hora de mi muerte para manifestar al hombre cuán grande es el amor que le
tengo!» (Lc. 12 50). Por esto San Juan, hablando de la noche en que dio princi- ¡Amor divino! ¡Cuánto más ardiente sois de lo que parecéis exteriormente! En efec-
to, la sangre y las llagas nos muestran realmente un gran amor, pero no nos descu-
pio la pasión del Salvador, dice que el Salvador llamaba a esta hora «su hora» bren todo el que hay; estas señales exteriores son muy débiles en comparación de
(Jn. 13 1), porque nada deseaba tanto como el momento de su muerte, en la cual aquel fuego inmenso de amor que por dentro os consumía. La mayor señal de amor
quería dar a los hombres la última prueba de su amor, muriendo por ellos en una es dar la vida por sus amigos; pero esta señal no bastó a Jesucristo para expresar
cruz consumido de dolores. todo su amor».
¿Quién pudo pues, mover a un Dios a morir en un patíbulo infame en medio Este amor es el que transporta las almas cristianas y las pone fuera de sí mis-
de dos malvados, de un modo tan ignominioso a su Majestad divina? «El amor mas. De él nacen los vivos ardores, el deseo del martirio, la alegría en los sufri-
–responde San Bernardo–, el cual, sin atender a la dignidad del que ama, sólo mientos, la sed de tormentos y de todo cuanto el mundo teme y aborrece. Dice
procura manifestarse a la persona amada». San Ambrosio que el verdadero fiel cifra toda su gloria en llevar impresas en sí
¿Quién pudiera creer, si no nos lo asegurase la fe, que un Dios omnipotente, felicísimo las señales de la cruz. La fuerza del amor de Jesucristo, que arrebata los corazo-
y árbitro de todo, haya querido amar tanto al hombre, que ha como salido fuera de Sí nes, quebranta la dureza de los nuestros.
mismo por el amor del hombre? «Nosotros hemos visto a la misma Sabiduría, al Verbo
eterno, hecho un insensato por el exceso de amor que ha tenido a los hombres», decía ¡Oh Dios mío! Tú has abrasado todo el mundo con tu amor. Embriaga también nues-
San Lorenzo Justiniano. Lo mismo exclamaba Santa María Magdalena de Pazzi un tros corazones con tan precioso vino, inflámalos con este sagrado fuego, traspásalos
día que, estando en éxtasis, tomó en sus manos el crucifijo: «¡Oh Jesús mío! Tu amor con este dardo saludable de tu amor. Tu cruz es la señora de los corazones; sepa
por nosotros llega hasta la locura. Sí, lo digo y lo diré siempre: el amor te hace insen- todo el mundo que el mío le está sujeto enteramente. ¡Oh Jesús mío, oh amor mío!
sato». «Pero no –replica San Dionisio Areopagita–, no es locura, sino que es propio ¿Qué has hecho? ¡Tú viniste a curarme, y me has herido! ¡Viniste a enseñarme a
del amor divino llevar al que ama a entregarse enteramente al objeto de su amor». bien vivir, y me has vuelto loco como un insensato! ¡Feliz y sensatísima locura! Pue-
da yo conservarla toda mi vida hasta la muerte. Señor, todo cuanto veo en la cruz
«¡Oh! Si los hombres se parasen a considerar a Jesús crucificado, y el amor que ha me invita a amarte: el madero, los clavos, las llagas de tu cuerpo, y sobre todo tu
tenido a cada uno de ellos, ¿no se abrasarían –decía San Francisco de Sales– a la vista amor. Todo me invita a amarte, y a no olvidarte jamás.