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4.3 La España del siglo XVIII.

Expansión y transformaciones económicas: agricultura,


industria y comercio con América. Causas del despegue económico de Cataluña.

En el siglo XVIII se produjo en España un crecimiento demográfico, cuya población pasó de


7,5 a 11,5 millones de habitantes, produciéndose un mayor crecimiento en las zonas
periféricas de la península (Barcelona, Cádiz, Valencia, Granada, Sevilla). No obstante, el
80% de las tierras agrícolas estaban vinculadas (amortizadas por leyes feudo-señoriales) a
la nobleza y el clero, que no las explotaban económicamente (propiedades en manos
muertas) y no podían ser compradas ni vendidas. Así, mientras las tierras estaban sin
cultivar, la población se moría en periódicas hambrunas y los productos agrícolas se
mantenían a precios elevados. La reforma agraria iniciada por el ministro Campomanes,
vinculó el progreso del país al acceso del campesinado a la propiedad de la tierra, por lo
que sería necesaria la desamortización de bienes a los sectores privilegiados de la
población, en especial a la iglesia católica. El responsable del gobierno en Andalucía, Pablo
Olavide, trató de colonizar las tierras de Sierra Morena para corregir los problemas del sur
español y con el fin de facilitar los accesos entre la meseta y el valle del Guadalquivir. Para
ello atrajo colonos procedentes de Alemania, Holanda y el resto de España. Tras
demostrarse el buen funcionamiento de estas poblaciones, la nobleza y el clero acusaron a
Olavide ante la Inquisición y sus proyectos fueron olvidados.

Desde Felipe V, la monarquía impulsa la mejora de las vías de comunicación para formar un
mercado nacional de productos, sobre todo agrícolas, para frenar las hambrunas. El
problema es la orografía del país, que encarece los costes. Para el desarrollo industrial se
fundaron las “Reales Fábricas” para proporcionar productos de calidad y lujo para palacios
reales y de la nobleza. En general, las industrias creadas se acostumbraron más a recibir
las ayudas y subvenciones del Estado que a competir en los mercados nacionales, salvo en
el País Vasco, Valencia, Galicia y Cataluña, donde la iniciativa privada arraigó con fuerza,
generándose una burguesía comercial. La consecuencia es un crecimiento de la producción
por la política proteccionista y la aparición de nuevos sistemas productivos, con la limitación
de los monopolios gremiales. Con Carlos III se hace un gran esfuerzo en crear una flota
naval comercial y de guerra para asegurar la comunicaciones y el comercio con América.
En 1765 se puso fin al monopolio comercial de Cádiz en el comercio con América y se
autoriza que sean ocho los puertos que comercien con las colonias. En 1778 se promulga el
Decreto de Libre Comercio con América, lo que permite el desarrollo industrial de nuevas
zonas en la periferia peninsular para satisfacer la creciente demanda americana (criollos) de
productos, que ante la escasez de producción peninsular, compraban de contrabando a
británicos, holandeses y franceses.

Cataluña despegó económicamente ya que se benefició de los cambios jurídicos y la


desaparición de fronteras y aduanas. Así, consiguió conquistar el mercado interior de
Castilla y exportar sus productos (textiles) a América desde el puerto de Barcelona. Con las
exportaciones, la burguesía catalana conseguirá reunir el dinero necesario para hacer la
Revolución Industrial en Cataluña en el siglo XIX, convirtiendo a Barcelona en la capital
industrial y económica del Estado, mientras que la burguesía castellana se centra en las
inversiones agrícolas, quedándose al margen del desarrollo industrial del XIX.

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