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ENTRE ADOLESCENTES Y ADULTOS EN LA ESCUELA. Puntuaciones de época.

Daniel
Korinfeld,
Daniel Levy, Sergio Rascován (año 2013)
INTRODUCCIÓN
El titulo de esta obra, pretende dar cuenta de cierto campo de problemáticas que hoy acontecen en la vida de los
sujeto en las instituciones – particularmente las educativas, de enseñanza media -. Se trata de la vida de los sujetos EN
las instituciones, de la vida de las instituciones y del lazo social intergeneracional, que es su sostén y su motor. La
mayoría de los temas desarrollados se despliegan enfocando las relaciones entre los adolescentes y los adultos, siendo

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el eje el campo de problemáticas de subjetividad.
Nos proponemos pensar la subjetividad desde una perspectiva des-sustancializadora. Esto implica animarnos a
pensar en términos de fluidez y multidimensionalidad de los procesos y los movimientos de constitución subjetiva,
alejándonos de una perspectiva estática y totalizadora.
Este trabajo es producto de una elaboración grupal que apunta a la tarea de búsqueda de los cambios necesarios
que ayuden a transformar y mejorar la vida de las instituciones en el campo de la salud y la educación.
La plataforma conceptual desde donde nos situamos para pensar las prácticas ha sido el psicoanálisis. Un

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psicoanálisis que hemos pretendido alejado de ortodoxias y de jergas e implicado en atravesar las dificultades que nos
plantea el campo social.
El libro recupera nuestro permanente interés en las fronteras, los entrecruzamientos, las tramas, allí donde se
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producen encuentros y desencuentros entre sujetos, disciplinas, campos, etc.
La problemática de la subjetividad atraviesa el libro; desde el punto de partida se cuestiona la condición subjetiva
adolescente, juvenil y/o adulta en tanto cuestión sustancial o esencial; denominarlas “subjetividades des-
sustancializadas” apunta a su cualidad relacional. Son efectos de los procesos de lazos e intercambio. Pensamos lo
intergeneracional y lo intrageneracional como factores que producen identidad y diferencia. En esa dirección
abordamos lo joven, lo adolescente y lo adulto como expresiones del devenir subjetivo, itinerario que supone historia,
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memoria, marcas, inscripciones, identificaciones, aunque no se cristalicen en identidades fijas. A su vez reflexionamos
acerca de esa lógica clasificatoria e identitaria, funcional en su época en la distribución de sujetos en el campo social,
educativo y productivo, que en la actualidad es utilizada principalmente para sostener y reproducir la lógica de
mercado.
Lejos de la maquina normalizadora de las sociedades disciplinarias y de la lógica mercantil propia de nuestros
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tiempos, la distinción de niños, adolescentes y jóvenes tiene hoy sentido si es para sostener, defender y extender su
condición de sujetos de derechos, allí donde son vulnerados.

CAPITULO 1. Sergio Rascován.


Las formas de vivir la existencia humana están asociadas a coordenadas sociohistóricas y culturales propias de


cada época. El periodo conocido como “modernidad” ha configurado esquemas de pensamiento de tal magnitud que
su potencia y eficacia generaron una cosmovisión del mundo y del ser humano cuyos efectos siguen, con relativa
vigencia, hasta nuestros días. Referirnos entonces, a las formas de vivir la existencia para quienes vivimos en esta etapa
de la civilización humana es partir de reconocer la herencia de la modernidad con sus categorías de significación.
Quienes en la actualidad intentamos pensar y operar en torno a problemáticas psicosociales somos tributarios de
esa operatoria, y por ello, nos vemos convocados y exigidos a deconstruir, desocultar y elucidar críticamente lo que se
ha armado y consolidado durante muchos años, desde el origen de los diferentes objetos disciplinarios.
La búsqueda de un nuevo paradigma nos permitirá animarnos a reconocer lo fluido, cambiante, dinámico,
multidimensional y complejo en la constitución de la subjetividad, dejando de concebirla como una estructura esencial,
única, estática y absoluta. A partir de ello, nos interesa abordar lo joven, lo adolescente y lo adulto como parte del
campo de problemáticas de la subjetividad. No son esencia, se configuran en la diferencia.

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Identidad y diferencia se articulan de este modo en la construcción de la subjetividad, ya que siempre se es en
relación con el otro (semejante, imagen especular) y el Otro (la Ley, el icc, el tesoro de significantes). La subjetividad
será, pues, una configuración que se organiza desde la alteridad/otredad sin sustancializarse.
Sin sustancia nos vemos enfrentados a abordar, con cierto desamparo, diferentes problemáticas, lo que nos
conecta con los misterios de la vida y el enigma de la constitución del ser humano. Por eso el paradigma moderno, en
tanto lógica racional, resultó ser una defensa verosímil y socialmente compartida.
La psicología, la sociología y las ciencias sociales son herederas de esos discursos, nacieron bajo el influjo
moderno – positivista y sus marcas fundacionales perduran hasta el presente. La lógica se sostuvo a través de los
procesos de normalización y clasificación que permitieron construir mapas sobre territorios, edificando identidades, en

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una maniobra que permitió mantener estable, estático lo que en rigor es cambiante, incesante. Estamos viviendo la
disolución de un mundo: el de la física clásica y el sujeto moderno.

EL ADIÓS A LAS ESENCIAS.


Los modelos conceptuales de la modernidad fueron eficaces en contextos relativamente estables y lograron
estandarizar los comportamientos sociales a través de diferentes instituciones: familia, escuela, fábrica, ejército, que
generaron formas colectivas de domesticación. De ese modo, construyeron un universal del sujeto que impidió acceder

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a la particularidad, singularidad y diversidad, es decir, a lo inscripto como acontecimiento y que no se cristaliza en un
modelo o estructura.
De esa maniobra emergen las categorías conceptuales de infancia, adolescencia y juventud, y podemos situarla
históricamente a partir de las revoluciones burguesas. Son un invento moderno, resultado de un conjunto de prácticas –
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educativas, sanitarias y jurídicas- promovidas por el Estado burgués. La modernidad, trató, educó, orientó y produjo
niños a los que adjudicaba ciertas significaciones, inocencia, docilidad y espera: ser los hombres del mañana. La
producción simbólica e imaginaria de la modernidad realizó el minucioso control de los niños, que así fueron inventados
como sujetos sociales de los adultos.
El surgimiento de sujetos clasificados por edades a los que se le atribuyeron significaciones propias (infancia,
adolescencia, juventud) es, entonces, consecuencia del desarrollo de las fuerzas productivas, de las exigencias que
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fueron imponiendo las incipientes sociedades burguesas para preparar a los individuos en su integración efectiva a la
vida social y productiva.
La escuela fue la principal institución responsable de producir subjetividad moderna. Al distribuir a los sujetos por
edades, agruparlos y promoverlos de año en año de manera establecida y estandarizada, inventa, produce, infancia,
adolescencia, juventud.
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El desarrollo capitalista industrial y su maquinaria simbólico-cultural produjeron, de este modo, integración


intrageneracional, en función de agrupamientos etarios que condujeron a una mayor proximidad e intensificación de
vínculos entre pares. La condición infantil, adolescente y juvenil estaba íntimamente ligada a la condición de estudiante
(primario, secundario, universitario).
En las sociedades capitalistas industriales, las actividades de producción económica, cultural y social reclaman un


tiempo de formación prolongado que se adquiere en instituciones educativas especializadas (escuelas primarias,
secundarias y universidades).
Alrededor de la adolescencia, de la juventud, se va construyendo una imagen que se traduce en las formas
cotidianas del discurso. Toda cultura halla su sustento en determinadas condiciones materiales de la sociedad y en
cierto imaginario social, entendido como el conjunto de imágenes – cuyo origen es generalmente inconsciente- que
tiñen la relación de los sujetos con el mundo de los otros y los objetos.
Creemos que en torno a la adolescencia y a la juventud se ha construido un imaginario cuyo principal eje es la
homogeneización. Esto es, la existencia de un conjunto de ideas, creencias y opiniones que puedan servir de explicación
a varios aspectos de los adolescentes y jóvenes, como si fueran un todo compacto, como si todos los adolescentes y
jóvenes fueran iguales por ser así nominados.
En las diferentes etapas históricas, la adolescencia y la juventud son portadoras de determinadas características.
A la manera de un signo, se le adjudica un conjunto de valores socioculturales con los que predominantemente se las

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reconoce. Tanto ayer como hoy, el imaginario social se relaciona con las lógicas de poder, con las expectativas que la
sociedad tiene en relación con “su” adolescencia y juventud, y que pueden ser aceptadas y/o legitimadas como propias
por los sujetos que transitan por esa etapa vital.
Ciertamente, la sociedad necesita de la juventud para perpetuarse. Los jóvenes son una suerte de relevo
generacional, que permite llevar a cabo la apropiación y transmisión de la cultura. Los adultos son los responsables de
integrar a la generación joven a la sociedad. Al mismo tiempo que se busca la adaptación, los sujetos adolescentes y
jóvenes, con sus capacidades y potencialidades, procuran generar procesos de cambio. De modo tal que en este proceso
surgen fuerzas que pueden tener sentidos contrarios: reforzar lo existente, conservando las actuales estructuras o
promover su transformación.

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Lo que nos interesa es abordar cómo se establecen los procesos de subjetivación de niños, adolescentes, jóvenes
y adultos. Se trata de pensar en los problemas con los que nos enfrentamos, de concebir las aproximaciones
conceptuales como herramientas de pensamiento y el pensamiento como instrumento de transformación.

SUBJETIVIDAD, SUJETO, YO.


Queremos revisar críticamente estas nociones, ya que están íntimamente relacionadas con las intervenciones que
realizamos en el campo de las intersecciones entre salud y educación.

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Comencemos por señalar que la categoría subjetividad ha permitido integrar lo idéntico y lo diferente, la
estructura y el acontecimiento, lo individual y lo social, lo público y lo privado.
Si aceptamos esta premisa, la investigación de la subjetividad consistirá básicamente en la interrogación de los
sentidos, las significaciones y los valores que produce una determinada cultura, su forma de apropiación por los sujetos
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y los efectos sobre sus acciones prácticas. La subjetividad no es otra cosa que una producción histórica de las
significaciones imaginarias que instituyen formas de vivir la existencia humana.
A través de lo que llamamos subjetividad, el ser humano se constituye como tal, ingresando al mundo simbólico,
cultural y regido por las lógicas del lenguaje. En ese sentido, al hablar de subjetividad nos enfrentamos con aquello que
resulta irreductible a la trama que conforma la sociedad y los sujetos que la componen. No hay sujeto sin sociedad ni
sociedad sin sujeto. Los procesos de acogida al mundo humano y los recorridos posteriores que se transitan a lo largo de
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la vida van cambiando de acuerdo con las épocas y produciendo diferentes formas de vivir, de producir subjetividad.
Las instituciones sociales son las que instituyen las formas de organizar la subjetividad. Si la familia y la escuela
fueron (y siguen siendo, en gran medida) las principales agencias de subjetivación, en la actualidad la comparten con los
discursos mediáticos y las tecnologías de la información y la comunicación o pierden terreno frente a ellos.
En al actualidad, la subjetividad socialmente instituida es mercantil y está en tensión con la subjetividad estatal
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debilitada, subjetividad que se configura como consecuencia de los poderes hegemónicos pero, también, con la
existencia de un plus singular como efecto de los procesos de subjetivación. Frente a la subjetividad mercantil,
socialmente instituida como hegemónica, surgen otras formas de habitar el espacio y el tiempo, un campo de cierta
autonomía respecto de las formas dominantes. En este sentido, la subjetivación seria al revés de la subjetividad
instituida.


Llamamos subjetivación a la operación capaz de intervenir sobre la subjetividad y el lazo social instituidos. La
subjetivación como la subjetividad es una operación, pero de otro estatuto. Se trata de una operación crítica sobre la
subjetividad instituida. No hay posibilidad de subjetivación sin ese plus indeterminado producido por la instauración de
una subjetividad determinada. La operación critica que llamamos subjetivación, es aquella que se produce sobre la
subjetividad instituida desde el plus que ha producido como efecto no anticipado.
En nuestras sociedades capitalistas-tecnológicas, globalizadas y desiguales- cada vez resulta mas difícil abrir
nuevos surcos, nuevos recorridos de subjetivación. Sin embargo, allí esta la clave del proceso de construcción subjetiva,
en el plus que los sujetos, los grupos y las comunidades pueden darse creativamente, para buscar en sus vidas otros
horizontes que los socialmente instituidos por los poderes hegemónicos.
La subjetividad es materia que se produce en el intercambio entre otros sistemas (intrapsiquico), por el
intercambio con los otros (intersubjetivo), por el intercambio con el medio (transubjetivo). Su actividad por ser
intercambio entre sistemas es inacabada. Mientras hay vida, hay vida psíquica y, consecuentemente, posibilidad de

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producción subjetiva. La misma esta en-red (ada) con el cuerpo, con la historia, con el medio, con la cultura, con la
genealogía. No determinada ni fijada (aunque no sin) el deseo del Otro. Es un devenir que se produce en el cuerpo, con
el Otro, con los otros.
Pensar la constitución subjetiva en términos de entramado se diferencia de la noción de identidad como forma
que adoptó la subjetividad bajo la racionalidad moderna, siguiendo el modelo identitario: esencializada, fija, estable,
unitaria, autónoma, autentica, privada, independiente y ahistórica.
El concepto de identidad, se construyo desde un paradigma moderno sustancialista, esencialista. Surgió como
intento de articulación entre lo individual y lo social, pero terminó explicándose en si mismo, como una entidad cerrada,
verdadera y única. El individuo fue considerado un ser autónomo, racional, consciente, libre, capaz de determinarse a si

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mismo. Precisamente, es la noción de sujeto la que viene a enfrentar esta concepción de individuo como indiviso,
homogéneo y encapsulado en sus propios limites.
La construcción del sujeto se configura alrededor de un proceso de unión a los otros, es decir, de pertenencia,
pero al mismo tiempo de separación con los otros, o sea, de diferencia. Identidad y diferencia des-sustancializadas.
Los procesos de subjetivación representan un momento constitutivo de los procesos de sentido y significación
que rompen con una pretendida homogeneización. Si hay subjetivación, hay condiciones para su producción, de modo
que los procesos de subjetivación infantil, adolescente y juvenil remiten a las condiciones materiales, simbólicas y

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discursivas que los producen. Son niños, adolescentes, jóvenes y adultos que viven sus vidas sometidos a ciertas lógicas
de poder (de significación) aunque, justamente, serán los procesos de subjetivación los responsables de producir ese
plus sobre lo establecido hegemónicamente.
Si la lógica clasificatoria e identitaria fue oportunamente funcional en la distribución de los sujetos en el campo
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social, educativo, productivo, en la actualidad lo es, además para sostener y reproducir la lógica del mercado. En un
escenario social dominado por el mercado que promueve una cultura homogeneizadora de la condición juvenil, surgen
y se desarrollan diferentes experiencias de carácter contrahegemónico, distintas formas de resistencia en las que los
sujetos llamados “adolescentes” y “jóvenes” construyen procesos de subjetivación alternativos con sus propios saberes,
relaciones de poder y estéticas.
Conviene aclarar que subjetividad no es asimilable a sujeto. El sujeto es un organismo vivo perteneciente a una
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especie. Es una organización corpórea con un aparato psíquico, anclada en una civilización particular. Sujeto, entendido
como singularidad constituida a través de marcas, inscripciones e identificaciones. La denominación sujeto del
inconsciente (psicoanálisis), marca la relación del sujeto con el deseo, es decir, sujeto de deseo inconsciente, sujeto
constituido a partir de una falta estructural que produce su división: sujeto barrado.
Sujeto tampoco es igual a yo. Para el psicoanálisis se trata de una instancia del aparato psíquico, una construcción
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que se produce de manera inconsciente a partir de la relación que el sujeto establece con los otros y con su cuerpo. Con
la primera tópica freudiana, se establece la división entre consciente, preconsciente e inconsciente, presentando así el
aparato psíquico como heterogéneo, escindido, dividido, disociado. En este sujeto escindido, el yo deja de ser un todo,
lo uno congruente, coherente, quedando ligado directamente al fenómeno de narcisismo, vía defensas inconscientes.
El yo es la instancia encargada de inscribir y dar continuidad a la existencia a través del tiempo. Desde el


nacimiento hasta la muerte, el paso por la vida en el que el desarrollo corporal es uno de los trabajos permanentes.
Para el psicoanálisis, el cuerpo es cuerpo erógeno, libidinal. La relación yo-cuerpo es ineludible. Los procesos de
crecimiento, desarrollo y maduración corporal (que caracterizan a niños, adolescentes y jóvenes) exigen un trabajo
psíquico de anudamiento e integración psicosomática.
El registro de un yo, asiento de la identidad, solo será posible desde la otredad. Hay yo porque hay otros. El
proceso de identificación es justamente la operatoria psicológica por la cual el yo establece relaciones con los otros,
hace lazo.
Para comprender la dinámica del psiquismo, podríamos decir que la identificación, desde una perspectiva
psicoanalítica, se despliega en dos sentidos: un lugar en el que se identifica, la imagen y el lugar desde donde se
identifica, la posición social y cultural. El primero, el del orden imaginario, esta asociado con lo que se conoce como yo
ideal. El segundo sentido corresponde al registro simbólico y se relaciona con el denominado ideal del yo.

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La dialéctica de lo imaginario parte del sujeto que establece una relación libidinal con su imagen ante la cual
queda fascinado, lo que resulta en una primera unificación libidinalmente investida.
Ese yo ideal seria el molde de unidad primera del sujeto. A partir de allí y sobre ese sostén se van hilvanando las
identificaciones posteriores.
La identificación primaria produce alienación, enajenación. El sujeto se ve, se reconoce en esa imagen lo cual le
permite adquirir atributos de permanencia, de identidad, de sustancia. La contracara de este logro es el
condicionamiento del psiquismo a la fijeza.
La tensión conflictiva del narcisismo en la que queda el sujeto es, por un lado, permanecer encerrado, cristalizado
en una imagen de si mismo y, por otro, perder esa adquisición, esa unidad y correr el riesgo de volver a precipitarse en

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una fragmentación.
El segundo sentido es del orden simbólico y tiene que ver con el ideal del yo. El proceso de identificación primaria
ocurre en un mundo cultural, simbólico: el niño nace en un mundo de simbolizaciones, nace en una trama de
significaciones que determina lugares, lugares sociales que en la modernidad, están asociados con la institución familia.
El paradigma de la complejidad colabora a pensar los fenómenos de la subjetividad desde el “entre”, fuera de las
esencias. Supone el desplazamiento conceptual desde los sistemas cerrados a los abiertos, en constante intercambio
con el ambiente. Desde esta perspectiva, el sujeto no es lo dado biológicamente, ni una estructura psíquica aislada, sino

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que adviene y deviene como una configuración única e irrepetible en el intercambio con el ambiente y el entorno
sociocultural humano.
Las cualidades de la subjetividad adolescente y/o juvenil no forman parte de una esencia adolescente o joven,
sino que se construyen en un “entre”, son efecto de los procesos de intercambio intra e intergeneracionales como
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factores que producen identidad y diferencia.
Allí donde la diferencia es pensada como negativo de la identidad, en el mismo movimiento en que se distingue la
diferencia, se instituye la desigualdad. No se trata de mera diferencia, sino de diferencias desigualadas. Se sostiene así
muchos siglos de dispositivos de discriminación, exclusión. Hablar de diferencias desigualadas supone pensar que la
construcción de una diferencia se produce dentro de dispositivos de poder. No se constituye primero una diferencia y
luego una sociedad injusta que la desiguala. Y no se trata de describir diferencias o desigualdades, sino de construir
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categorías que puedan visibilizar y enunciar la producción-reproducción de los dispositivos biopolíticos que configuran,
en un mismo movimiento, esa diferencia y esa desigualdad.

LO ADOLESCENTE Y LO JOVEN COMO DEVENIR SUBJETIVO.


Nos interesa reconocer distintas dimensiones que se imbrican de manera irreductible en la configuración del
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devenir subjetivo: las biológicas, las asociadas con el fenómeno puberal; las psicológicas, relacionadas con los procesos
de identificación-desidentificación; y las sociológicas, en tanto producciones culturales y relaciones intra e
intergeneracionales.
El significante adolescencia, desde un tiempo inmemorial, connota para el adulto, además de su significación vital,
el amenazante sentido de anunciar el advenimiento inexorable del recambio generacional. Los adolescentes, al crecer


agitan los espectros de las tres figuras de la alteridad en su versión más radical: el extranjero, la muerte y la sexualidad.
Para pensar acerca de las figuras de la alteridad en su versión mas radical, debemos puntualizar que en la
constitución del sujeto quedará siempre un resto imposible de ser simbolizado y, por lo mismo, será vivido como lo
radicalmente ajeno, como “lo Otro”. Sobre esta experiencia de ajenidad, rechazada por indomable, se asienta la
construcción del Otro en relación con el cual se articularán las tres figuras de la alteridad en su versión mas radical: el
extranjero, para ubicar la categoría de lo extraño; la muerte, como lo irrepresentable que atentaría contra la integridad
del yo; y la sexualidad, que bajo la forma del exceso surgirá en el trasfondo de lo traumático inasimilable.
Al decir que los adolescentes agitan las figuras de la alteridad en su versión mas radical, sostenemos que
provocan a los adultos allí donde se muestran mas preocupados por “defender” su propio “ombligo” identitario.
La condición adolescente, de este modo, se convierte en una forma privilegiada de depositario de esa articulación
entre “lo Otro” y “el Otro”. El sujeto (adulto), frente a lo inasimilable de la experiencia de vivir, encuentra en su propia

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“identidad” un elemento apaciguador y estabilizador que le permite sostener la ilusión de poder dominar al diferente
(adolescente).
Si el sujeto se construye a partir del Otro simbólico es porque, el ser hablante, debe someterse a las leyes del
lenguaje aun antes de nacer, en tanto las relaciones entre sus progenitores están reguladas por la palabra. Quedará
incluido y atravesado por la historia de las generaciones precedentes, con sus correspondientes leyendas familiares y
mitos socioculturales.
El “trabajo” que los adolescentes deben efectuar (desasimiento de la autoridad de los padres y hallazgo de un
objeto no incestuoso, al decir de Freud) se llevará a cabo bajo coordenadas socioculturales muy diferentes a las de la
modernidad. Sostenemos que la adolescencia puede ser entendida desde el psicoanálisis como una contundente

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conmoción estructural, un fundamental y trabajoso replanteo del sentimiento de si, de la identidad del sujeto.
La integración sociocultural de las generaciones jóvenes es una adaptación activa, dialéctica con el medio, que
permite, a partir del registro de las coordenadas epocales, promover procesos de cambios y transformaciones que, al
producirse – no necesariamente de manera efectiva-, modifican a los propios sujetos.
En respuesta al silencioso embate de la pulsión y vertiginosas transformaciones en lo real del cuerpo, los
adolescentes necesitan recurrir a significantes propios, a veces inéditos para apalabrar e inscribir ese íntimo
acontecimiento y subjetivarlo. Con esa finalidad, trabajan para des-ordenar las convenciones del lenguaje adulto y des-

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alienarse de los significantes parentales del tiempo de la infancia, que no dan respuesta, ni les permiten expresar sus
intimas, inexplicables e inéditas vivencias.

ENTRE EL SOSTEN Y LA AUTONOMIA.


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Des-sustancializar hace eje en el entre, no en las esencias.
El cachorro humano necesita del sostén para su armado subjetivo. El sostén esta relacionado con los dispositivos
socioculturales ligados al cuidado y a la ternura, y es el resultado de la coartación del fin último de la pulsión. Es una
primera estación de sublimación que habrá de producir dos ordenadores fundamentales para los suministros que le son
propios en la relación con el niño. En primer término, la empatía que garantiza el adecuado suministro, esencialmente el
abrigo y alimento. En segundo término, el miramiento, un mirar con amoroso interés a alguien que, aun salido de las
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propias entrañas, es advertido como sujeto otro, sujeto ajeno. La madre ira donando su código simbólico a quien nació
invalido de el.
Podríamos pensar lo adulto, en tanto sostén, como una función social encarnada por diferentes sujetos que
hospedan al recién llegado. Una hospitalidad y un sostén que generan condiciones favorables para la construcción
subjetiva. Por eso hay un trabajo psíquico especifico que llevan a cabo niños y adolescentes, de identificación,
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desidentificación y resignificación identificatoria que requiere la presencia de otro que asuma una posición adulta
particular, sustentada en el reconocimiento de esa producción psíquica. Una posición que, al mismo tiempo que ofrece
sostén, soporta la confrontación.
La construcción subjetiva se produce, entonces, en ese entre del niño, adolescente y/o joven con el adulto. Lo
adulto como función, expresada en la responsabilidad de atenderlos y acompañarlos en la búsqueda de autonomía.


En este sentido, consideramos a los niños, adolescentes y jóvenes como sujetos de derecho, y a los adultos como
articuladores responsables de promover, sostener y soportar los procesos de subjetivación.
Las distancias generacionales con los adultos se resignifican y modifican. Ahora los jóvenes – tecnología
mediante- poseen saberes que los adultos desconocen. El ritmo de difusión de los conocimientos rompe las antinomias
(el que sabe versus el que se prepara) generando una mutación de los roles típicamente asignados a adultos y jóvenes.
A pesar de este dato de época, la función de sostén sigue recayendo en el adulto, como función garante de desarrollo
de procesos de subjetivación.
Pensar en la relación entre adolescentes, jóvenes y adultos exige replanteos en torno a las consideraciones
clásicas en las que juventud se significaba como preparación y adquisición de roles adultos. Sin duda, eso se ha
desbaratado y desincronizado bajo el impulso de los cambios en el mundo productivo y sociocultural.
El entre jóvenes y adultos asumió características diferentes. La modalidad confrontativa predominó en tiempos
del capitalismo industrial, mientras que la modalidad abúlica, desinteresada y apática fue propia de ciertos

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comportamientos juveniles en la etapa del capitalismo financiero. El pasaje de la modernidad solida a la modernidad
liquida.
Así como podemos pensar lo adulto como función de sostén para el desarrollo de los procesos de subjetivación,
también podemos reconocer lo adulto como representante de los poderes hegemónicos, como operatoria para
sostener el sistema. Lo adulto en tiempos de Estado-nación se constituyó como principal sostén de su política
domesticadora.
La dificultad de ejercer la función adulta –entendida como disciplinamiento- es solidaria con el pasaje del rol
protagónico del Estado hacia el mercado, el que domina mediante la seducción y fragmentación.
Podríamos afirmar que no hay un espacio más fértil para desplegar el malestar que produce el sistema social que

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la escuela o la familia, ya que allí hay sujetos reconocibles que encarnan lo adulto, es decir, que sostienen la vida
institucional y/o la lógica del sistema. Por ello, la escuela y la familia son los escenarios privilegiados donde se
manifiestan centralmente los conflictos intergeneracionales.
Las relaciones intergeneracionales no solo se organizan a través del enfrentamiento por los diferentes lugares que
se ocupan en la producción, sino principalmente por los gustos y las estéticas de cada grupo. Adolescentes, jóvenes y
adultos se hallan ligados por la lógica del mercado más que por la lógica productiva. No es lo uno por lo otro, es una
tensión entre ambas.

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En el capitalismo industrial (donde comenzaron a configurarse la adolescencia y la juventud como fenómenos
socioculturales), había canales centralizados de circulación de mensajes. A la par había muchos medios alternativos
donde se buscaban rasgos, cualidades de pertenencia, de constitución identitaria que, por lo general, funcionaban como
de oposición, de rebeldía contra el orden instituido.
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En la actualidad no hay más canales centrales; la tendencia es que todo llegue a convertirse en alternativo y que
sea rápidamente metabolizado por un sistema que lo ofrece como mercancía. Los jóvenes tienen sueños y los adultos
comercializan.
Si algo caracteriza lo adolescente y lo joven en su interrelación con lo adulto, es la búsqueda de autonomía, de un
espacio propio para desarrollar la vida. Búsqueda de autonomía que supone un camino marcado por la época. La forma
de autonomía no se reduce a tener trabajo propio, independencia económica y emancipación familiar con nuevo
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domicilio, sino a un conjunto de decisiones en diferentes ámbitos de la vida social e individual. A su vez, cabe subrayar
que estas formas de autonomía son las correspondientes a las expectativas socioculturales de las sociedades
capitalistas.
Consideramos que habría una autonomía como acceso a los lugares que supuestamente el sujeto adulto debería
alcanzar de acuerdo con los valores dominantes y otra que se asociaría al ejercicio de una autonomía, en el sentido de
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procurarnos nuestras propias leyes, de configurar un nuevo modo de lo social opuesto a la heteronomía, en tanto orden
jurídico impuesto por los sectores mas poderosos del privilegio. La autonomía como desinstitución de la función del
discurso del amo, como opuesto a la alienación; figuras siempre relativas, no absolutas.

LOS NIÑOS, ADOLESCENTES Y JOVENES COMO SUJETOS DE DERECHO.




Lejos de la lógica normalizadora de las sociedades disciplinarias y de la lógica mercantil propia de nuestros
tiempos, la distinción de niños, adolescentes y jóvenes, hoy tiene sentido si es para sostener, defender y extender su
condición como sujetos de derecho, allí donde son vulnerados. La validez de una categoría llamada “condición
adolescente” o “condición juvenil” es por la necesidad de generar y/o profundizar políticas publicas dirigidas a ciertos
segmentos de la población que demanda ser reconocido como sujeto de derecho, es decir, como sujeto que pueda vivir
su vida con dignidad en términos de educación, salud, vivienda y seguridad.
Se trata de generar y apoyar, desde diferentes ámbitos, estatales y privados, iniciativas que reconozcan, respeten
y promuevan la pluralidad y la tolerancia hacia diferentes manifestaciones culturales juveniles y, que, al mismo tiempo,
enfrenten la exclusión basada en la desigualdad social. Estas acciones deberían alentar el desarrollo de espacios
protegidos para el intercambio entre pares y con adultos que faciliten el encuentro.
Se requiere la aplicación de un conjunto de decisiones políticas para dejar de reproducir procesos de
segmentación al interior de las diferentes instituciones escolares, romper la transmisión intergeneracional de la pobreza

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y la exclusión. Si en la actualidad existe la voluntad política de recuperar el lugar del Estado frente a la hegemonía del
mercado, son necesarias políticas de inclusión a través de acciones concretas, no solo de retención, sino de respeto,
protección y garantía para el pleno ejercicio de los derechos de adolescentes y jóvenes. Para que esto pueda ser llevado
a cabo, es necesario pensar en que todos son pares, que todos tienen que formar parte.
Un cambio histórico se ha producido con la reciente inclusión democrática de niños y adolescentes al ampliar los
atributos de la ciudadanía con la promoción de los derechos humanos. Con la Convención Internacional de los Derechos
del Niño, que entiende la ciudadanía como “la adquisición de derechos que permiten a las personas menores de edad
pronunciarse e involucrarse en las decisiones que afectan sus vidas” la ciudadanía ha dejado de ser entendida solo como
el derecho al voto adquirido a la mayoría de edad.

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Las áreas prioritarias en la formulación de políticas de juventud según la CEPAL (Comisión Económica para
América Latina y el Caribe) tiene que ver con: reconocimiento de los derechos e igualdad ante la ley, acceso equitativo a
los recursos de la sociedad e igualdad de oportunidades, acceso a una calidad de vida estimada adecuada, recursos para
el logro de la autonomía y la emancipación, participación en los procesos democráticos y en el ejercicio de la ciudadanía.
En este sentido, en el 2008 entro en vigor la Convención Iberoamericana de Derechos de los jóvenes, el único
tratado internacional que reconoce la juventud como un segmento de la población con derechos especiales (solo siete
países la han ratificado, el nuestro no).

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La ambigüedad alude a un problema no resuelto en muchos países, a saber, la falta de una discusión acabada
sobre la relación joven-adulto en las representaciones sociales, y cómo estas debieran repercutir en el diseño e
implementación de políticas publicas orientadas a la juventud.
Las sociedades actuales, profundamente desiguales, siguen vigentes y son motivos de severa preocupación. Para
DD
enfrentar el desafío de construir sociedades inclusivas es necesario contar con legislación, políticas públicas e
institucionalidad orientadas al pleno reconocimiento de las capacidades y los derechos de niños, adolescentes y jóvenes,
y las medidas necesarias para su cumplimiento. Se trata de hacer frente a la redistribución del poder que implique la
participación juvenil genuina y la construcción de puentes para favorecer una relación intergeneracional que revalorice
los aportes de los jóvenes en términos de conocimientos, experiencias e innovación.
La situación de los jóvenes y adolescentes latinoamericanos requiere de diversas acciones articuladas en lo
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municipal, nacional y regional como parte de una estrategia integral de reconocimiento de derechos e igualdad ante la
ley, que suponga el acceso equitativo a los recursos de la sociedad, a la igualdad de oportunidades, al logro de la
autonomía, la emancipación y la participación en los procesos democráticos, es decir, al ejercicio pleno de la ciudadanía.
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