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UNIVERSIDAD CRISTIANA DE HONDURAS

Nombre de Alumna: Francis Vanessa Acosta Lara

Catedrático: Pompilio Romero Díaz

Tarea:
Un Ensayo Del libro: El Manual Del Perfecto Idiota Latinoamericano De Plinio Apuleyo
Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas llosa

Asignatura: Ciencias Políticas

Carrera: Licenciatura en Derecho

Cuenta: 12218040001

El Progreso, Yoro
Introducción

la historia es una exitosa conspiración de malos contra buenos en la que aquéllos siempre ganan y

nosotros siempre perdemos (él esté en todos los casos entre las pobres víctimas y los buenos

perdedores), no tiene empacho en navegar en el cyberespacio, sentirse on-line y (sin advertir la

contradicción) abominar del consumismo. Cuando habla de cultura, tremola así: "Lo que sé lo

aprendí en la vida, no en los libros, y por eso mi cultura no es libresca sino vital». ¿Quién es él?

Es el idiota latinoamericano.
el manual del perfecto idiota latinoamericano de Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto

Montaner y Álvaro Vargas llosa

RETRATO DE FAMILIA

En la formación política del perfecto idiota, además de cálculos y resentimientos, han intervenido

los más vanados y confusos ingredientes. En primer término, claro está, mucho de la vulgata

marxista de sus tiempos universitarios. En esa época, algunos folletos y cartillas de un marxismo

elemental le suministraron una explicación fácil y total del mundo y de la historia. Todo quedaba

debidamente explicado por la lucha de clases. La historia avanzaba conforme a un libreto previo

(esclavismo, feudalismo, capitalismo y socialismo, antesala de una sociedad realmente

igualitaria). Los culpables de la pobreza y el atraso de nuestros países eran dos funestos aliados:

la burguesía y el imperialismo. Semejantes nociones del materialismo histórico le servirían de

caldo para cocer allí, más tarde, una extraña mezcla de tesis tercermundistas, brotes de

nacionalismo y de demagogia populista, y una que otra vehemente referencia al pensamiento, casi

siempre caricaturalmente citado, de algún caudillo emblemático de su país, llámese José Martí,

Augusto César Sandino, José Carlos Mariátegui, Víctor Raúl Haya de la Torre, Jorge Eliécer

Gaitán, Eloy Alfaro, Lázaro Cárdenas, Emiliano Zapata, Juan Domingo Perón, Salvador Allende,

cuando no el propio Simón Bolívar o el Che Guevara. Todo ello servido en bullentes cazuelas

retóricas. El pensamiento político de nuestro perfecto idiota se parece a esos opulentos pucheros

tropicales, donde uno encuentra lo que quiera, desde garbanzos y rodajas de plátano frito hasta

plumas de loro. Si a este personaje pudiéramos tenderlo en el diván de un psicoanalista,

descubriríamos en los pliegues más íntimos de su memoria las úlceras de algunos complejos y

resentimientos sociales. Como la mayor parte del mundo político e intelectual latinoamericano, el

perfecto idiota proviene de modestas clases medias, muy frecuentemente de origen provinciano y
de alguna manera venidas a menos. Tal vez tuvo un abuelo próspero que se arruinó, una madre

que enviudó temprano, un padre profesional, comerciante o funcionario estrujado por las

dificultades cotidianas y añorando mejores tiempos de la familia. El medio de donde proviene

está casi siempre marcado por fracturas sociales, propias de un mundo rural desaparecido y mal

asentado en las nuevas realidades urbanas.

EL ÁRBOL GENEALÓGICO

Nuestro venerado idiota latinoamericano no es el producto de la generación espontánea, sino la

consecuencia de una larga gestación que casi tiene dos siglos de historia. Incluso, es posible

afirmar que la existencia del idiota latinoamericano actual sólo ha sido posible por el

mantenimiento de un tenso debate intelectual en el que han figurado algunas de las mejores

cabezas de América. De ahí, directamente, desciende nuestro idiota. Todo comenzó en el

momento en que las colonias hispanoamericanas rompieron los lazos que las unían a Madrid, a

principios del XIX, y en seguida los padres de la patria formularon la inevitable pregunta: ¿por

qué a nuestras repúblicas —que casi de inmediato entraron en un período de caos y

empobrecimiento— les va peor que a los vecinos norteamericanos de lo que en su momento

fueron las Trece Colonias? En tanto que nuestros compatriotas no adquieran los talentos y las

virtudes políticas que distinguen a nuestros hermanos del Norte, los sistemas enteramente

populares, lejos de sernos favorables, temo mucho que vengan a ser nuestra ruina.

Desgraciadamente, estas cualidades parecen estar muy distantes de nosotros, en el grado que se

requiere; y, por el contrario, estamos dominados de los vicios que se contraen bajo la dirección de

una nación como la española, que sólo ha sobresalido en fiereza, ambición, venganza y codicia.

Simón Bolívar. «Carta a un caballero que tomaba gran interés en la causa republicana en la

América del Sur», (1815) La primera respuesta que afloró en casi todos los rincones del
continente, tenía la impronta liberal de entonces. A la América Latina —ya en ese momento,

empezó a dejar de llamarse Hispanoamérica— le iba mal porque heredaba la tradición española

inflexible, oscurantista y dictatorial, agravada por la mala influencia del catolicismo conservador

y cómplice de aquellos tiempos revueltos. España era la culpable. Un notable exponente de esa

visión antiespañola fue el chileno Francisco Bilbao, formidable agitador, anticatólico y anti

dogmático, cuya obra, Sociabilidad chilena, mereció la paradójica distinción de ser públicamente

quemada por las autoridades civiles y religiosas de un par de países latinoamericanos

consagrados a la piromanía ideológica. Bilbao, como buen liberal y romántico de su época, se fue

a París, y allí participó en la estremecedora revolución de 1848. En la Ciudad Luz, como era de

esperar, encontró el aprecio y el apoyo de los revolucionarios liberales de entonces. Michelet y

Lamennais —como cuenta Zum Felde— lo llamaron «nuestro hijo» y mantuvieron con él una

copiosa correspondencia. Naturalmente, Bilbao, una vez en Francia, reforzó su conclusión de que

para progresar y prosperar había que desespañolizarse, tesis que recogió en un panfleto entonces

leidísimo: El evangelio americano.

LA BIBLIA DEL IDIOTA

n el último cuarto de siglo el idiota latinoamericano ha contado con la notable ventaja de tener a

su disposición una especie de texto sagrado, una Biblia en la que se recogen casi todas las

tonterías que circulan en la atmósfera cultural de eso a lo que los brasileros llaman «la izquierda

festiva». Naturalmente, nos referimos a Las venas abiertas de América Latina, libro escrito por el

uruguayo Eduardo Galeano a fines de 1970, cuya primera edición en castellano apareció en 1971.

Veintitrés años más tarde —octubre de 1994— la editorial Siglo XXI de España publicaba la

sexagésima séptima edición, éxito que demuestra fehacientemente tanto la impresionante

densidad de las tribus latinoamericanas clasificables cono idiota, como la extensión de este
fenómeno fuera de las fronteras de esta cultura. En efecto: de esas sesenta y siete ediciones una

buena parte son traducciones a otras lenguas, y hay bastantes posibilidades de que la idea de

América Latina grabada en las cabecitas de muchos jóvenes latinoamericanistas formados en

Estados Unidos, Francia o Italia {no digamos Rusia o Cuba) haya sido modelada por la lectura de

esta pintoresca obra ayuna de orden, concierto y sentido común. ¿Por qué? ¿Qué hay en este libro

que miles de personas compran, muchas leen y un buen por ciento adopta como diagnóstico y

modelo de análisis? Muy sencillo: Galeano —quien en lo personal nos merece todo el respeto del

mundo—, en una prosa rápida, lírica a veces, casi siempre efectiva, sintetiza, digiere, amalgama y

mezcla a André Gunder Frank, Ernest Mandel, Marx, Paul Baran, Jorge Abelardo Ramos, al Raúl

Prebisch anterior al arrepentimiento y mea culpa, a Guevara, Castro y algún otro insigne

«pensador» de inteligencia áspera y razonamiento delirante. Por eso su obra se ha convertido en

la Biblia de la izquierda. Ahí está todo, vehementemente escrito, y si se le da una interpretación

lineal, fundamentalista, si se cree y suscribe lo que ahí se dice, hay que salir a empuñar el fusil o

—los más pesimistas— la soga para ahorcarse inmediatamente. Pero ¿qué dice, a fin de cuentas,

el señor Galeano en los papeles tremendos que ha escrito? Acerquémonos a la Introducción,

dramáticamente subtitulada «ciento veinte millones de niños en el centro de la tormenta», y

aclaremos, de paso, que todas las citas que siguen son extraídas de la mencionada edición

sexagésima séptima, impresa en España en 1994 por Siglo XXI para uso y disfrute de los

peninsulares. Gente —por cierto— que sale bastante mal parada en la obra. Cosas del

historimasoquismo, como le gusta decir a Jiménez Lo-santos.


Conclusión

El Manual emplea la ironía y la burla como arma dialéctica, aunque tampoco faltan serias

reflexiones sobre las graves consecuencias que para Latinoamérica tuvo el sarampión marxista.

Sin embargo, el análisis adolece de algunas parcialidades. Falta un examen crítico de la derecha

latinoamericana y de la política de Estados Unidos, que no ha sido para sus vecinos el Gran

Satán, pero tampoco el hada madrina. También son insatisfactorios los juicios sobre la teología

de la liberación. Los autores la tratan como un bloque único, y mientras atacan a los clérigos de

esa corriente, apenas tienen en cuenta las respuestas del magisterio de la Iglesia.

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