Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
El fin del
Estado Papal
La pérdida del poder temporal de la
Iglesia Católica en el siglo xix
El fin del
Estado Papal
La pérdida del poder temporal de la
Iglesia Católica en el siglo xix
ISBN: 978-607-97003-3-1
D. R. © Ediciones Navarra
Van Ostade núm. 7, Alfonso XIII,
01460, México, D.F.
www.edicionesnavarra.com
www.facebook.com/edicionesnavarra
www.edicionesnavarra.tumblr.com
@Ed_Navarra
Introducción | 11
Conclusiones | 125
Anexos | 129
Heinrich Heine
1 Franco Savarino y Andrea Mutolo, Los orígenes de la Ciudad del Vaticano. Estado e
Iglesia en Italia, 1913-1943 (México, imdosoc-icte, 2007).
2 Véase, entre otros, Émile Poulat, Église contre bourgeoisie (Paris: Casterman), 1977;
Charles Taylor, A Secular Age (Cambridge: Massachusetts / Londres: Harvard Uni-
versity Press, 2007).
3 Véase Daniele Menozzi, La chiesa cattolica e la secolarizzazione (Torino: Einaudi,
1993).
4 Como señala Roberto Blancarte, “la secularización […] no es un fenómeno con-
trapuesto a lo sagrado y a lo religioso. La secularización puede ser entendida como
una manifestación del propio cambio religioso”. Roberto Blancarte, Laicidad y
secularización en México, vol. xix (México: Estudios Sociológicos, núm. 3, 2001),
pp. 843-855, aquí 853.
12
5 Giovanni Sale, L’Unità d’Italia e la Santa Sede (Milano: Jaca Book, 2010).
6 Angela Pellicciari, Risorgimento da riscrivere. Liberali & massoni contro la Chiesa
(Milano: Ares, 1997).
14
nombre de Ciudad del Vaticano, fue y es considerado por los papas in-
dispensable para mantener vigente la organización que fundó Jesús de
Nazareth, al encargarle a Pedro la misión de predicar el Evangelio. Mu-
chos católicos en el mundo actual comparten esta idea, también reco-
nocida como válida por personas no creyentes o pertenecientes a otras
iglesias y religiones. La existencia de un Estado de la Iglesia Católica es
cuestionada y objeto de controversias, tal como sucedió en el siglo xix,
cuando desapareció por completo y durante varias décadas. Conocer
los motivos y el contexto histórico de esa desaparición, proporcionará
al lector de este libro elementos para concebir mejor el significado y las
razones de la existencia del Estado gobernado hoy por el Papa.
16
7 Giacomo Martina, La Iglesia de Lutero a nuestros días, vol. iii. Época del liberalismo,
(Madrid: Ediciones Cristiandad, 1974 /1970), p. 177.
20
21
22
14 Luigi Carlo Farini, Epistolario, i (Bologna: Zanichelli, 1911), p. 336, cit. en Gio-
vanni Sale, L’Unità d’Italia, p. 36.
23
día junto con el mito del Papa nacional.15 Pío IX alentó aún más estas
interpretaciones cuando envió una carta al emperador austriaco el 3 de
mayo, donde pidió para la “nación italiana” el respeto de sus “fronteras
naturales” y los mismos derechos de que gozaba la “nación alemana”.16
Pero los acontecimientos de 1848 llevarían hacia un rápido cambio
de perspectivas, concluyendo la breve experiencia reformista del Estado
Pontificio.
Contemporáneamente, en los mismos años de las reformas, 1820-
21, 1830-33 y 1848-49, ocurren movimientos (moti, en italiano)
que actúan como estímulo o freno de la acción reformista, según el
contexto y las circunstancias. Estos movimientos generalmente están
impulsados por las burguesías urbanas del Norte, y son netamente
minoritarios. Coinciden y forman parte de movimientos europeos y
americanos más vastos, que llevan a desestabilizar el sistema absolutista
y el antiguo régimen, provocando un deslizamiento hacia el liberalismo
y el nacionalismo. En un primer momento, las insurrecciones y conspi-
raciones son animadas por sociedades secretas de inspiración masónica
y por la propia masonería. La más importante de estas sociedades fue
la carbonería (estructurada sobre el gremio de los comerciantes de car-
bón), que profesaba, al igual que la masonería, ideales racionalistas y
liberales. Los carbonarios eran principalmente gente de mediana y pe-
queña burguesía (comerciantes, profesionistas, funcionarios, etcétera).
Se organizaban en unidades llamadas vendite (vendas) compuestas por
veinte miembros cada una, que desconocían a los jefes más altos. Con
una venda central, formada por siete miembros, que coordinaba todas
las demás. La estrategia de las sociedades secretas era suscitar motines
y levantamientos en el ejército o en las administraciones civiles para
derrocar a las autoridades e instaurar gobiernos liberales.
La primera oleada insurreccional ocurrió en el transcurrir de los
años 1820 y 1821. En Piamonte destacó el levantamiento militar en-
cabezado por Santorre di Santarosa, que adoptó la bandera tricolor
con las tres bandas: roja, blanca y verde de la República Cisalpina
(idéntica a la bandera mexicana y como ésta, derivada de la bande-
ra republicana francesa). En ausencia del monarca, el regente del rey
24
25
27
28
20 Véase Giacomo Biffi, Risorgimento, Stato laico e identità nazionale (Casale: Monfe-
rrato, Piemme, 1999).
21 Giovanni Sale, L’Unità d’Italia, pp. 16-18.
22 Francesco Traniello, Religione cattolica e Stato nazionale. Dal Risorgimento al secon-
do dopoguerra (Bologna: Il Mulino, 2007), p. 24.
29
23 El artículo 1º del Estatuto decía que la religión del Estado es “la Católica, Apostó-
lica y Romana”, y que las demás religiones existentes son toleradas.
24 Nicola Raponi, Cattolicesimo liberale e modernità. Figure ed aspetti di storia della
cultura dal Risorgimento all’età giolittiana (Brescia: Morcelliana, 2002), pp. 7-21.
25 Vincenzo Gioberti, Del primato morale e civile degli italiani, vol. i (Milano: Alfa,
1944), p. 323.
26 Vincenzo Gioberti, Del primato morale, vol. ii, p. 474.
30
31
32
33
39
41
Una vez que Pío IX regresa a Roma con el apoyo del ejército francés en el
año de 1850, durante dos décadas más seguirá ejerciendo su tarea de jefe
absoluto de un Estado con más de 1,100 años de historia a cuestas. Este
es un periodo convulso para la historia de la iglesia, pues, contemporánea-
mente, el proceso de la unificación italiana apunta a englobar el territorio
papal, suscitando el rechazo puntual del pontífice. En este periodo, y sobre
todo del año 1861 en adelante, el Estado Pontificio se mantiene con vida
artificial, gracias al apoyo de un ejército extranjero que defiende Roma.
Vuelto de Gaeta, Pío IX restaura en forma conservadora y cerrada su
poder temporal. En una película histórica italiana de 1977 titulada: In
nome del Papa Re, que describe la Roma de Pío IX en 1867, un monse-
ñor de la curia romana con mucho pragmatismo aclara: “No acabamos
porque llegaron los italianos, sino llegaron los italianos porque estába-
mos acabados”. Estas pocas palabras ofrecen una interpretación intere-
sante de un Estado que está en crisis permanente, desde hace décadas.
Hemos observado cómo los problemas de este territorio con Gregorio
XVI son muchos y cómo Pío IX intenta ofrecer en una primera etapa
fuertes reformas que desembocan en un descontrol del Estado por parte
de la autoridad y en su exilio en Gaeta.
Pío IX es notoriamente conocido desde 1849 y hasta su muerte en
el año de 1878 por su postura intransigente, con un magisterio muy
complejo y administrativamente reformador. La realidad es que el tra-
bajo de Mastai Ferretti, con el apoyo del Secretario de Estado, Anto-
nelli, durante este periodo de crisis es formidable y ofrece resultados
33 Roberto Mattei, Pio IX, en La rivoluzione italiana, La Storia critica del Risorgimen-
to, coord. Massimo Viglione (Roma: Il Minotauro, 2001), pp. 323-326.
34 Giovanni Turco, “La Civiltà Cattolica e il Risorgimento”, en La rivoluzione italia-
na, Storia critica del Risorgimento, coord. Massimo Viglione (Roma: Il Minotauro,
2001), pp. 218-221.
44
45
38 Matteo Liberatore, “Le società segrete”, La Civiltà Cattolica, serie i, vol. 9, 21.
39 Luigi Taparelli D` Azeglio, “Lo Stato e la patria”, La Civiltà Cattolica, serie i, vol.
7, pp. 37-45 y 149-164.
40 Luigi Taparelli, “Lo Stato e la patria”, p. 162.
46
41 Carlo Curci, “L`Italia conquistata”, La Civiltà Cattolica, serie iv, vol. 8, pp. 258-259.
42 Carlo Curci, “Speranze della santa causa italiana”, La Civiltà Cattolica, serie i,
vol. 9, p. 388.
47
48
pos, pero la realidad es que algo se debe a este fracaso, que ha influido
profundamente en la vida personal del Papa y que se refleja en la forma
de actuar de la curia romana de 1849 en adelante. Rosmini, inicialmen-
te muy cercano al pontífice, casi nombrado cardenal, era seguramente
la referencia principal del catolicismo liberal para los estados italianos,
a partir de 1849 y en adelante, quedará aislado y sus obras entran en el
Índice. Passaglia es excomulgado, algunos obispos demasiados liberales
son marginados y casi todos obligados, por obediencia, a retractarse de
sus simpatías hacia el Risorgimento.
En este contexto, bastante complejo y de difícil solución, es muy
fácil teorizar cuales podrían ser, para Pío IX, los caminos alternativos.
Es probable que muchos de los hombres brillantes, antes cercanos al
Papa, que después se alejaron, no tengan el equilibrio y la disciplina
suficiente para seguir al sumo pontífice. Otros, que siguen las huellas
de Pío IX, no poseen la capacidad e inteligencia de aconsejar Pío IX
para una posible apertura. El Papa erróneamente reduce el Risorgimento
a una revolución del mal contra el bien, donde el mal logra ganar de
forma efímera antes del juicio final. Confía ciegamente en la providen-
cia y empieza a ser apocalíptico, respaldando una solución ajena a los
acontecimientos terrenales.
Escribe a la gran duquesa de Toscana María en 1860, que es in-
dispensable desarrollar una política que no se reduzca a un despotis-
mo ilustrado que estuvo de moda un siglo atrás: “[…] estos son los
medios principales y por todo lo demás hay que confiar en Dios”.45
Siempre en esta lógica escribe en 1864 al cardenal Cosimo Corsi exilia-
do en Turín: “[…] cuando llegue el momento de que el animal malig-
no sea desintegrado, algo absolutamente desconocido a nosotros, sólo
nos toca acelerar este momento con oración y confianza en la Divina
Providencia”.46 Un misticismo descolgado de la realidad y algo enga-
ñoso prevalece entonces sobre un realismo que podría haber sido más
saludable y eficaz. El único consuelo del Papa en este momento son
los soberanos despojados, que en muchos casos están arrepentidos por
la políticas extremadamente jurisdiccionalistas que han implementado
durante muchas décadas.
51
52
53
Una vez aclarado esto, cabe preguntarse entonces si acaso era nacio-
nalista, es decir, si apoyaba la causa de la unificación italiana, el Risor-
gimento, en su versión católica. Esta pregunta aún está al centro de la
discusión entre los historiadores italianos, algunos continúan con la idea
de que el Papa dio un giro entre un primer periodo pro-italiano y un se-
gundo periodo anti-italiano. Otros sostienen que nunca tuvo ideas claras
al respecto. Los datos disponibles apuntan hacia una actitud de simpatía
con la causa italiana, especialmente en el sentido de una “liberación”
nacional del dominio extranjero. Pero esta simpatía estaba matizada con
la prudencia y la hegemonía que habían adquirido los radicales en los
ambientes nacionalistas, y por las posibles consecuencias desagradables
que derivarían del triunfo de una causa italiana que coincidiera con un
Estado laico unificado, ya sea como unión federal de estados peninsula-
res, o bien, como extensión o hegemonía del más fuerte entre éstos, es
decir, el Reino de Cerdeña. Pío IX quería mantener con vida el Estado de
la Iglesia y lo defendió siempre con tenaz determinación. Además su acti-
tud anti austriaca no podía ir demasiado lejos, ya que Austria era, al fin y
al cabo, un estado católico. Los fieles de la monarquía de Habsburgo no
podían ser discriminados con respecto a los fieles de la península itálica,
por cuanto el papado simpatizara con la causa italiana.
Las actitudes iniciales de Pío IX apuntan, en resumen, a una solu-
ción muy cercana a la de los nacionalistas católicos o neogüelfos, que
pretendían crear una especie de confederación de estados italianos,
conservando cada uno su soberanía y estructura institucional particu-
lar. Esta era por ejemplo, grosso modo, la propuesta del filósofo católico
Antonio Rosmini, mencionada anteriormente. Pío IX abogó expresa-
mente por la formación de una unión aduanera y una liga defensiva
entre estados italianos, proyecto que nunca llegó a concretarse, sobre
todo, por la oposición de los piamonteses.
El momento culminante de las aparentes actitudes nacionalistas del
Papa se alcanzó a principios del año 1848, el 10 de febrero, Pío IX in-
vocó públicamente la bendición de Dios sobre Italia con las palabras:
“Bendice Italia, o gran Dios, y conserva para ella siempre este don más
preciado entre todos, la Fe”.50 Con esta alocución el fervor nacionalista
50 Luigi Carlo Farini, “Epistolario, I”, cit. en Giovanni Sale L’Unità d’Italia, 336
(Bologna: Zanichelli), p. 36.
54
alcanzó el cenit en toda Italia, sin embargo, las palabras del Papa habían
sido sacadas de contexto y leídas según los deseos y la conveniencia
de los nacionalistas. Así el mito del Papa liberal se extendía con un
mito del Papa nacional.51 Pío IX alentó aún más estas interpretaciones
cuando envió una carta al emperador austriaco el 3 de mayo, en la cual
pidió para la “nación italiana” el respeto de sus “fronteras naturales” y
los mismos derechos de que gozaba la “nación alemana”.52
Pero los acontecimientos de 1848 llevaron hacia un cambio rá-
pido de perspectivas. Estallaron entonces las revoluciones europeas
y una guerra entre Austria y algunos estados italianos que en Italia
se denominó como Primera Guerra de Independencia. Inicialmente
Pío IX pareció seguir con su postura a favor de la independencia italia-
na, cuando ordenó a su ejército marchar hacia la frontera para proteger
el Estado Pontificio. Sin embargo, las tropas pontificias, compuestas
en parte por voluntarios, desobedecieron órdenes y cruzaron hacia el
norte para unirse a las fuerzas italianas en la lucha contra Austria. Esto
desató un grave conflicto entre Roma y Viena, incluso hubo voces que
pedían un cisma de la Iglesia Católica austriaca. La carta del nuncio
apostólico en Viena, donde se informaba que muchos austriacos mal-
decían al Papa por su intervención militar, indujo a Pío IX a reconsi-
derar sus decisiones.53
El 29 de abril de 1848, el Papa pronunció un discurso en el que
declaró que no podía intervenir militarmente contra Austria, nación
católica, cuyos ciudadanos eran sus hijos espirituales, tanto como lo
eran los italianos. También ordenó al general Giovanni Durando, jefe
del ejército pontificio, retirarse inmediatamente con sus tropas de las
fronteras pontificias. Según la investigación de Giacomo Martina, el
texto del discurso en una primera redacción reconocía las justas aspi-
raciones de los italianos a la independencia, pero fue corregido —sin
que Pío IX se diera cuenta de las consecuencias— por el Secretario
de Estado, el cardenal Antonelli, donde sólo se dejaba en evidencia la
neutralidad pontificia.54
55
59
57 Giuseppe Maranini, Historia del poder en Italia, 1848-1967 (México: unam, 1985
/1967), p. 155.
58 Giacomo Martina, Pio IX e Leopoldo II (Roma: Editrice Pontificia Università Gre-
goriana, 1967).
61
63
60 El sacerdote, padre Giacomo da Poirino, por este acto de caridad fue convocado a
Roma y suspendido a divinis.
61 Giovanni Sale, L’Unità d’Italia, pp. 69-80.
68
70
71
65 David L. Kertzer, Prigionero del Papa Re (Milano: bur, 2005), pp. 11-23.
73
75
76
¿Cómo es posible que un niño judío bautizado secretamente por una sir-
vienta sea transformado en católico? Qué podemos decir si un grupo de
judíos, armados de bisturís, entran en el Vaticano, toman el Papa y, aga-
rrándolo firmemente, lo circuncidan. Seguramente esto no trasformaría al
Papa en judío, como un poquito de agua no ha trasformado al hijo de un
hebreo en católico.68
80
84
88
Una vez que este documento empieza a conocerse, los grupos radica-
les anticlericales se animan: el catolicismo mismo demuestra ser una
doctrina disconforme con las libertades del siglo xix, claramente esto
es algo que muchos radicales declaraban desde hacía décadas. De esta
forma, la iglesia misma se condena, rechazando definitivamente los
muchos avances políticos y sociales de los últimos años. Otro grupo
entusiasta es claramente el católico conservador, que ve en el docu-
mento una condena contundente de su principal grupo antagónico: la
de los católicos liberales, quienes piden una aclaración a la Santa Sede,
la que contesta de forma ambigua, así, en las décadas subsecuentes se
quedarán con la duda de si el catolicismo liberal ha sido o no ha sido
condenado con el Syllabus.73
En medio de la fuerte polémica sobre la interpretación del Syllabus,
el obispo de Orléans, Félix-Antoine-Philibert Dupanloup, intentará
89
90
91
son infalibles, porque sólo son escritos o tienen la aprobación del Papa.
Claramente el Papa tiene una idea totalmente distinta de una infalibili-
dad con poderes más amplios, pero esta postura no logra prevalecer y se
llega a un compromiso. En algún momento, en junio de 1870, el riesgo
empieza a ser muy alto y el mismo Papa se percata de que puede fracasar
en todas las líneas: el arzobispo dominico de Bolonia, cardenal Filippo
Maria Giudi, intransigente y simpatizante del grupo pro infalibilidad,
habla del magisterio infalible y no del Papa infalible, retomando a San
Antonino, un arzobispo dominico de Florencia del siglo xv. El enojo
de Pío IX es mucho, y esa misma misma noche del discurso convoca al
cardenal Giudi, lo que está detrás de todo esto es una probable fractura
del mismo bloque ultramontano e intransigente.
Considerando estos hechos, la tendencia general es aterrizar en un
voto sobre una infalibilidad muy limitada, que como ya explicamos, es
un compromiso: en estas condiciones el Papa no puede subir la apues-
ta, pues el riesgo es demasiado alto y casos aislados, doctrinariamente
bien fundamentados, como el del cardenal Giudi, fácilmente pueden
reproducirse. Se vota en el mes de julio y una absoluta mayoría de 451
aprueba la infalibilidad, una minoría de 88 no la aprueba y 62 la aprue-
ban solicitando aclaraciones. Mientras tanto la guerra franco-prusiana
y el consecuente regreso a la patria de muchos obispos retarda ulterior-
mente los trabajos conciliares, ya para agosto de 1870, se realizan pocas
e inconsistentes sesiones. En septiembre, debido a los acontecimientos,
el Papa se ve obligado a suspender el concilio.
La ruta que sigue Pío IX, desde la votación, es convencer a los pa-
dres conciliares ausentes de comprometerse a apoyar la infalibilidad, y
de convencer a los opositores a retractarse, utilizando la presión política
y, en última instancia, la vía del Santo Oficio. Pío IX se muestra intran-
sigente con un pequeño grupo de alemanes que rechaza el dogma de
la infalibilidad. Pronto, todo esto desemboca en un verdadero cisma
y, consecuentemente, hay excomuniones que afectan a unos cuantos
obispos y sacerdotes.
Finalmente, debemos hablar de un concilio interrumpido que no
logra cumplir con sus objetivos. Claramente la suspensión puede ser
interpretada positivamente, considerando el enojo de la curia romana
por la ocupación de Roma y el consecuente reflejo que podía tener
en los trabajos del concilio. En conclusión, la duda es: ¿Cuáles eran
realmente los objetivos de Pío IX? Podemos pensar que el eje central es
93
La formación del Reino de Italia en los años 1860 y 1861 había dejado
a la iglesia en condiciones difíciles. El Estado Pontificio se había redu-
cido al territorio del Lacio, perdiendo las regiones de Umbría, Marche
y Romaña. Una pérdida considerable en términos de recursos y peso
geopolítico. Esta pérdida pesaba sobre la administración financiera de
la Santa Sede por la reducción del patrimonio en bienes inmuebles y la
recaudación fiscal. Además quedaba la espada de Damocles de la posi-
ble invasión italiana en lo que quedaba del Estado Pontificio, ya fuera
mediante la intervención de las tropas italianas, o bien por la incursión
de un contingente de “voluntarios” bajo el mando de Garibaldi, que
seguramente prendería la mecha para desatar un conflicto mayor. Los
políticos piamonteses encabezados por Cavour, debajo de las aparien-
cias de respetar el territorio pontificio para no enfrentarse con Fran-
cia, manifestaban una voluntad clara de liquidar las últimas posesiones
temporales del Papa. Cavour, incluso, fue explícito en declarar el poder
temporal, un anacronismo histórico, prefigurando la futura unión de
Roma a Italia, en sus dos discursos en la cámara y en el senado del 25
y 27 de marzo del año 1861, respectivamente. El estadista piamontés
afirmó que la libertad de la iglesia estaría garantizada sin posesiones
territoriales y separando claramente el ámbito eclesiástico y el civil
mediante la fórmula que ya conocemos: Libera Chiesa in libero Stato.
Pío IX no se resignó, y siguió protestando con valentía y perseverancia
por los atropellos y abusos que sufría su Estado y la Iglesia Católica
italiana en general.
El 26 de marzo de 1860, el pontífice lanzó la excomunión mayor
contra todos los que se hicieran cómplices de la expoliación del Estado
94
95
96
97
Sin embargo Pío IX, antes y después de la guerra fue más ambiguo
y reiteró sus posiciones intransigentes, por lo cual parece correcta la
interpretación de Giacomo Martina de que las declaraciones del Papa
en 1866 “son solamente un fugaz y momentáneo paréntesis (patrióti-
co) ocasionado por circunstancias especiales”.87 Pío IX, probablemente,
tenía sentimientos encontrados sobre este y otros temas y, en varias
ocasiones, “parece oscilar entre misticismo y realismo”.88
La prudencia de la Santa Sede contrastaba con la actitud más ex-
plícita de la iglesia italiana, especialmente del norte de la península.
La victoria en la guerra de 1866 fue celebrada con un Te Deum por el
patriarca de Venecia y el clero venetiano exultó por la anexión a Italia.
En efecto, como consecuencia de la paz victoriosa, todo el Véneto
austriaco se integraba al Reino de Italia. La unificación del país so-
bre bases étnicas e históricas estaba casi completa, faltaban solamente
Lacio, Córcega, Niza, el Ticino, Trento, Trieste y el litoral de Istria y
Dalmacia. Por el momento la meta inmediata más importante era,
sin duda, Roma. Los augurios para la supervivencia del Estado Pon-
tificio eran malos y el pontífice estaba plenamente consciente de ello,
a pesar de las renovadas garantías de Napoleón III de proteger lo que
quedaba de las posesiones temporales del Papa. En una audiencia con
el estado mayor del contingente francés en Roma, Pío IX se refirió al
“rey cristianísimo” (el viejo título que llevaban los reyes de Francia) y
comentó que “no es suficiente tener los títulos, hay que justificarlos
con los actos”.89 Sin poder confiar por completo en la ayuda francesa,
predispuso la defensa militar del Estado Pontificio diseñando planes
estratégicos, aumentando el número de los soldados y reforzando las
fortalezas costeras. La fuerza del ejército pontificio, sin embargo, te-
nía que acoplarse con las armas diplomáticas, pues, por sí solo, no
sería capaz de resistir una invasión militar italiana, aun con la ayuda
del contingente francés.
98
99
100
93 Pío IX, en realidad, no se daba cuenta de la necesitad inevitable del Estado moder-
no de intervenir para acabar con el analfabetismo. En ese entonces Italia contaba
con una tasa de analfabetismo cercana a 80%, que era aún más alta en el sur de la
península. Los esfuerzos de la Iglesia Católica eran insuficientes para proporcionar
instrucción elemental al pueblo.
101
94 Giovanni Sale, L’Unità d’Italia, pp. 94-95. Esta afirmación de Pío IX muestra la
conciencia que se tenía, no solamente en los ambientes católicos, de que el proceso
de unificación italiano era llevado adelante y apoyado sólo por una minoría del
pueblo italiano. El elitismo del Risorgimento es confirmado hoy ampliamente por
los historiadores.
102
103
96 Andrea Tornielli, Pio IX: l’ultimo Papa Re (Milano: Ed. Il Giornale, 2004), p. 495.
97 Giovanni Sale, L’Unità d’Italia, pp. 100-101.
104
necer en el Vaticano para estar cerca del pueblo romano, frenar con su
presencia la implementación de medidas secularizadoras, y para no dar
la impresión negativa de una fuga, como había sucedido en 1848. La
decisión de permanecer fue tomada el día 21 de septiembre, después de
una consulta con los cardenales presentes en Roma. La alternativa del
exilio, de todos modos, era impracticable y habría de ser negociada con
los posibles estados anfitriones: Bélgica, Austria, Malta (Inglaterra) o
Alemania. A la imagen del fugitivo, Pío IX prefirió aquélla del “prisio-
nero” en el Vaticano, que lo acompañó hasta su fallecimiento en 1878.
El previsible resultado del plebiscito del 2 de octubre para la anexión
de Roma a Italia fue rechazado por el Papa, quien, entre tanto, enviaba
cartas a los gobernantes europeos para protestar contra el atropello y la
inmoral ocupación de la Ciudad Eterna. La Encíclica Rescipientes del
1º de noviembre, reiteró las excomuniones y otras censuras y penas
eclesiásticas a los responsables de la ocupación, mencionó la estrategia
del gobierno italiano, el engaño y las promesas incumplidas de Víctor
Manuel II, y las quejas acerca de la incautación de los palacios pontifi-
cios considerados propiedad del Papa, como el Quirinale (destinado a
ser la residencia oficial del rey de Italia). El Papa reiteró su intención de
defender “de la manera más solemne” el poder temporal:
106
107
[…] Sería ciertamente grato, en esta ocasión, alejarle más tiempo de las
otras causas cada día más graves de Nuestro dolor, pero ya que son tan
numerosas que no pueden incluirse en el espacio de una carta, menciona-
remos solamente la invención de las concesiones que llamamos garantías,
donde no se sabe si tiene el primer lugar la absurdidad o el engaño o el in-
sulto. (A estas concesiones) los jefes de gobierno piamontés dedican desde
hace tiempo un trabajo laborioso e inútil.101
109
103 Arturo Carlo Jemolo, Chiesa e Stato in Italia. Dalla unificazione ai giorni nostri
(Torino: Einaudi, 1981 /1955), pp. 41-44.
104 Giovanni Belardelli, Luciano Cafagna, Ernesto Galli della Loggia y Giovanni
Sabbatucci, Miti e storia dell’Italia unita (Bologna: Il Mulino, 1999), 4; Andrea
Giardina y André Vauchez, Il mito di Roma, pp. 177-203.
110
111
108 Denis Mac Smith, Storia d’Italia (Roma-Bari: Laterza, 2000), pp. 119-121.
112
Surgió luego otra secta, negra de nombre y de hecho, y se esparció por este
bello país —Italia—, penetrando lentamente en muchos lugares. […] Más
tarde apareció otra que quiso llamarse joven, pero, en verdad, era vieja en
su malicia y en su iniquidad. A estas dos se sumaron otras y todas llevaron
sus aguas turbias al gran pantano masónico, desde el cual se propagan esos
aires podridos que impiden a esta pobre Italia poder presentar su voluntad
delante de todas las naciones.109
114
110 Frank J. Coppa, Cardinal Giacomo Antonelli and papal politics in european affairs
(Albany: State University of New York Press, 1990), p. 96.
115
111 Giuseppe Maranini, Historia del poder en Italia, 1848-1967 (México: unam,
1985/1967), p. 232.
116
Sobre la defensa estoy obligado a ordenar que ésta tiene únicamente que
consistir en una reprimenda indispensable para evidenciar la violencia, y
nada más: por ende, abrir los arreglos para la rendición, una vez que ten-
gamos una brecha…112
117
del Vaticano piden el exequatur al gobierno, sin que otros obispos estén
enterados. Este procedimiento no oficial, pero autorizado, continuará
así por pocos meses, hasta 1876, ya que es el propio Pío IX quien de-
cide suspender este acercamiento con el Estado. Para este año hay dos
factores importantes que condicionan el exequatur: el gobierno de la
derecha histórica es derrotado y el sucesor es un gobierno de izquierda
encabezado por Agostino Depretis, un convencido anticlerical. Otro
factor decisivo es la ya mencionada muerte de Antonelli, un hombre
muy intransigente. El Papa sabe que Depretis no está abierto a ningún
arreglo formal o informal, por esta razón y libre de cualquier condicio-
namiento de Antonelli, desiste de pedir de forma sistemática al gobier-
no el exequatur para obispos y párrocos.
En este caso podemos observar que lo que predomina es el pragma-
tismo de una iglesia, que puede perder mucho, demasiado. Un vez que
cesa la influencia de Antonelli con su muerte, la lucidez de un análisis
del contexto actual prevalece, sobra adherirse a principios que han sido
rebasados por la historia.
En realidad el exequatur es sólo la parte sobresaliente de muchos
problemas que se relacionan con un naciente Estado que quiere forta-
lecerse, y otro que al parecer sucumbe a un proceso que se ajusta a los
signos de los tiempos. La situación es bastante compleja consideran-
do el hecho de que, en estos momentos, Italia es un país de absoluta
mayoría católica y, por ende, la pregunta es: si el Vaticano, por obvias
razones, desconoce la recién formada nación ¿los católicos pueden vo-
tar?, ¿pueden ser elegidos?, ¿pueden trabajar en la administración pú-
blica?, ¿pueden tener cargos en el gobierno?
Como hemos explicado en líneas anteriores, previo a la ocupación
de Roma, la iglesia había titubeado sobre si autorizar o no a los cató-
licos a votar y ser votados. La nación que surge en 1861 es, desde el
principio, anticlerical y entra en abierto conflicto con la iglesia. Con
el tiempo y acercándose la brecha de Porta Pía, la Santa Sede decide
el non expedit (no conviene) de 1868 en adelante. Los católicos tienen
que abstenerse de la elección y no pueden votar ni ser elegidos. Por esta
razón en noviembre 1870, un mes y medio después de la ocupación, la
línea defensiva del Vaticano continúa siendo el non expedit. Esto conti-
núa así hasta 1876, con la muerte de Antonelli y la llegada de Depretis
el non expedit necesita ser cuestionado para seguir en una línea acorde a
los cambios. Por esta razón se instala una comisión que de manera rea-
119
120
114 Pascuale de Franciscis, Discorsi del Sommo Pontefice Pio IX pronunziati in Vaticano
ai fedeli di Roma e dell’ orbe dal principio della sua prigionia fino al presente, vol. 4
(Roma: s.e., 1872-1878).
115 Giacomo Martina, Pio IX, p. 297.
116 Frank J. Coppa, Cardinal Giacomo Antonelli and papal politics in european affairs
(Albany: State University of New York Press, 1990), pp. 3-5.
122
Una vez que Antonelli muere, quien nunca fue un verdadero amigo
del Papa, todo cambia, y Pío IX no elige como sucesor un seguidor de
su línea intransigente. El Papa prefiere una persona con un perfil no tan
fuerte y nombra al nuncio apostólico en España, Giovanni Simeoni.
Mientras, como hemos explicado, en este breve periodo sin secretario
de Estado, Pío IX cede y autoriza a los obispos a pedir el exequatur al
gobierno italiano.
La normalización de la política vaticana, tanto internamente como
hacia el exterior, en víspera del fallecimiento de Pío IX, es la señal del
final de un mundo y del comienzo de una nueva era para la historia de
la iglesia. Poco a poco y con el tiempo la cuestión romana y las pugnas
con el Estado italiano quedarán atrás, despejado el camino para la con-
vivencia pacífica que llevará, en el siglo xx, a los acuerdos de 1929, y al
restablecimiento de un Estado Pontificio, el mismo que existe hoy en la
ciudad de Roma gobernado por el sucesor de Pedro.
123
Pues, el bien espiritual de haber sido librados del poder de las tinieblas
y trasladados a la luz de Dios, justificados por la gracia de Cristo y he-
chos herederos en la esperanza de la vida eterna, este bien de las almas,
que mana de la santidad de la Religión Católica, es ciertamente de tan
alto valor que no hay gloria ni felicidad en este mundo que en su com-
paración pueda ser tenido en cuenta. Pues, ¿qué aprovecha al hombre
ganar todo el mundo si pierde su alma? o ¿con qué cambio podrá el
hombre rescatarla? Pero está tan lejos el que la profesión de la verdadera
fe haya causado a Italia estos daños temporales que antes bien, hay que
atribuir a la Religión Católica el que, al caer el Imperio Romano, no
hubiere ido a parar en la misma triste situación de los asirios, caldeos,
medos, persas y macedonios, que dominando antes por muchos años,
decayeron al cambiar la suerte de los tiempos.
En efecto, ninguna persona instruida ignora que la santa Religión
de Cristo no sólo ha arrancado a Italia de las tinieblas de tantos y tan
graves errores como la cubrían, sino que ella, entre las ruinas de aquel
antiguo Imperio y las invasiones de los bárbaros que devastaban toda
Europa, se vio también elevada sobre todas las naciones del mundo, a
tanta gloria y grandeza que, por colocar Dios, como singular privilegio,
la sagrada Cátedra de Pedro, posee por medio de la Religión divina un
dominio más vasto y sólido que el que tuviera en otro tiempo por la
dominación terrena.
1 León Magno, Epist. 167 a Rústico de Narbona, Obispo (Migne PL. 54, col. 1201
B - 1202 A): ver Juan 15, .5; Filip., pp. 4, 13.
133
6. El don de la Fe Católica.
La recepción de los sacramentos
En particular hay que procurar que los mismos fieles tengan fijo en sus
almas y profundamente grabado el dogma de nuestra santa Religión
de que es necearía la fe católica para obtener la eterna salvación. A este
propósito es de gran utilidad la práctica de hacer que los fieles laicos
den una y otra vez especiales gracias a Dios junto con el clero, en públi-
2 Conc. de Trente, ses. 5, c. 2, de Re/orma (Mansi Coll. Conc. 33, col. 30-31; col.
153-C; col. 160-D).
134
Ciertamente no dudamos que los párrocos y sus tenientes, como los de-
más sacerdotes, que en ciertos tiempos, principalmente en los tiempos
de ayunos, solían destinarse al ministerio de la predicación, os prestarán
su diligente concurso en todas estas cosas. Sin embargo, conviene de
tiempo en tiempo añadir a sus trabajos los recursos extraordinarios de
los ejercicios espirituales y las santas misiones, que si se tiene cuidado
de encomendarlas a operarios idóneos reportan, con la bendición de
Dios, gran utilidad, ya para avivar la piedad de los buenos, ya para ex-
citar a saludable penitencia a los pecadores y los depravados por el largo
hábito de los vicios, y alcanzar con ello, que el pueblo fiel crezca en la
ciencia de Dios, fructifique en toda suerte de buenas obras, y, robus-
tecido con los más abundantes auxilios de la gracia celestial, aborrezca
con más tesón las perversas doctrinas de los enemigos de la Iglesia.
Por lo demás, en todas estas cosas, vuestros cuidados y los de aquellos
sacerdotes colaboradores vuestros deben encaminarse entre otras cosas a
135
hacer concebir a los fieles el mayor horror a aquellos crímenes que se co-
meten con grave escándalo de los demás. Porque no ignoráis cuánto ha
aumentado en diversos sitios el número de los que osan blasfemar pú-
blicamente de los santos y aun del mismo nombre sacrosanto de Dios, o
el de los que se sabe sirven en concubinato, añadiendo algunas veces el
incesto; o de los que en los días festivos realizan trabajos serviles en los
negocios abiertos, o menosprecian los preceptos de la Iglesia relativos al
ayuno y a la abstinencia, en presencia de muchos o aun de los que no
se avergüenzan en cometer otros crímenes similares. A la insinuación
de vuestra voz recuerde el pueblo fiel, y seriamente considere la enorme
gravedad de semejantes pecados, y las penas severísimas de que se ha-
cen reos, ya por castigo de su propio pecado, ya también por el peligro
espiritual que ello importa para las almas de sus hermanos a quienes
indujeron a pecar con su ejemplo. Pues está escrito: Ay del mundo por
razón de escándalos!… ¡Ay de aquel hombre que causa el escándalo!3
Entre los diversos géneros de astucias de los cuales se valen los sagacísimos
enemigos de la Iglesia y de la sociedad humana para seducir a los pueblos,
uno de los principales es seguramente el que en sus depravados designios
habían ya de largo tiempo preparado, el uso de la nueva arte editorial.
Por eso, se han entregado de lleno a la tarea de no dejar pasar un día
sin editar para el pueblo y multiplicar libelos impíos, revistas y hojas
repletas de mentiras, calumnias y seducciones. Más aún, haciendo uso
de la ayuda de las Sociedades Bíblicas, ya hace tiempo condenadas por
la Santa Sede,4 no tienen reparo, sin tener en cuenta las normas de la
Iglesia,5 en difundir la Sagrada Biblia en lengua vulgar, profundamente
3 Mateo 18, p. 7.
4 En la Encíclica Inter praesecipuas machinationes de Gregorío XVI, l-v-1844 cuyas
sanciones también renovamos en la Encicl. Qui Pluribus del 9-xi-1846.
5 Ver Regla 4 de las anotadas de los Padres del Concilio de Trento, y aprobadas
por Pío IV en la Constitución Domimci gregis del 24-iii-1564, (Cod. lur. Can.
Fontes, Gasparri 1926, I, 186; Mansi Coll. Conc. 33, col. 226-227); con lo que
añadió la S. Congr. del índice, autorizado por Benedicto XIV, el 17-vi-1757.
136
137
Iglesia santa, dando a Pedro las llaves del reino9 de los cielos,10 y por
esa causa, en fin, oró a fin de que no desfalleciera su fe, y le mandó
que en ella confirmase a sus hermanos;11 de este modo el Romano
Pontífice, sucesor de Pedro, posee el primado universal en todo el
mundo, es el Vicario de Cristo y la cabeza de toda la Iglesia, el Padre
y Doctor de todos los cristianos.12
En la conservación de esta unión y obediencia de los pueblos al
Romano Pontífice se halla sin duda el camino más corto y directo,
para mantenerlos en la profesión de la verdad católica. En efecto,
no es posible rebelarse contra ninguna verdad católica, sin rechazar
juntamente la autoridad de la Romana Iglesia, en la cual se encuentra
la sede del irreformable magisterio de la fe, fundado por el Redentor
divino, y en la cual, por lo mismo, se ha conservado siempre la tra-
dición que nace en los Apóstoles. De aquí es que los antiguos herejes
y los protestantes modernos cuyas opiniones, por otra parte, están
muy discordes, trabajen tan a una en impugnar la autoridad de la
Sede Apostólica, a la cual jamás, por ningún artificio ni maquinación,
lograron inducir a tolerar uno sólo de sus errores. Tampoco los ene-
migos actuales de Dios y de la humana sociedad, no dejan nada por
mover para apartar a los pueblos de Italia de Nuestro servicio y del de
esta Santa Sede; en la seguridad de que sólo entonces les será posible
contaminar a Italia con la impiedad de su doctrina y con la peste de
sus nuevos sistemas.
138
Advertid pues a los fieles que están a vuestro cuidado que es esencial
a la naturaleza de toda sociedad humana, la obediencia a la auto-
ridad legítimamente constituida; que nada puede cambiarse en los
preceptos del Señor, que anuncian las Sagradas Letras: pues está
escrito: Estad sumisos a toda humana criatura por respeto a Dios;
ya sea al rey, como que está sobre todos; ya a los gobernadores como
puestos por El para castigo de los malhechores, y alabanza de los
buenos. Puesta es la voluntad de Dios, que obrando bien tapéis la
boca a la ignorancia de los hombres necios: como libres, mas no cu-
briendo la malicia con capa de libertad, sino como siervos de Dios.13
Más aún: Toda persona esté sujeta a las potestades superiores; por-
que no hay potestad que no provenga de Dios, y Dios es el que ha
establecido las que hay: por lo cual quien resiste a las potestades, a
la ordenación de Dios resiste. De consiguiente los que resisten, ellos
mismos se acarrean su condenación.14
13 Pedro 2, p. 13 ss.
14 Romanos 13, p. 1 ss.
139
140
19 Mat. 5, p. 3.
20 Sabid. 6, pp. 6-7.
21 Sabid. 6, p. 8.
22 Sabid. 6, p. 8.
23 Act. 17, p. 31.
24 Mateo 16, p. 27.
141
Pero, para apartar al pueblo de las asechanzas de los impíos, para man-
tenerlo en la profesión de la Religión Católica, e inducirlo a practicar
las verdaderas virtudes, es de gran valor, como sabéis, el ejemplo y la
vida de aquéllos que se han consagrado al sagrado ministerio. Mas,
¡oh dolor! se ven en Italia algunos eclesiásticos, pocos es verdad, que
pasándose al campo de los enemigos de la Iglesia, les han servido de
poderosa ayuda para engañar a los fieles. Pero para vosotros, Venera-
bles Hermanos, la caída de éstos ha sido un estímulo para que, con
renovado empeño, día a día, veléis por la disciplina del clero. Y ahora,
deseando prevenir el futuro, según es Nuestro deber, no podemos dejar
de recomendaros nuevamente, lo que en Nuestra primera Carta En-
cíclica25 a los Obispos de todo el orbe os inculcamos, a saber: que no
impongáis jamás precipitadamente las manos a nadie,26 antes bien uséis
de toda diligencia en la selección de la milicia eclesiástica. Es necesario
practicar una larga y minuciosa investigación y prueba sobre todo en
aquéllos que deseen recibir las sagradas órdenes; si son de tal modo
recomendables por su ciencia, por la gravedad de sus costumbres y por
su celo del culto divino, que se pueda abrigar la esperanza cierta de que
podrán ser como lámparas ardientes en la casa del Señor, por su buena
conducta y por sus obras y han de reportar a vuestra grey edificación y
utilidad espiritual.
142
demás cosas que son de la Religión, o que tengan alguna relación con
ella. Velad, pues, porque en todas las clases, pero en especial en las de
Religión se usen libros exentos de toda sospecha de error.
Advertid a los que tienen cura de almas, que sean vuestros solícitos
colaboradores, en lo que se refiere a las escuelas de niños y de jóvenes
de la primera edad, que se destinen a ellos maestros y maestras de una
honestidad muy bien probada, y que para la enseñanza de los rudimen-
tos de la fe cristiana a los niños y niñas, no se empleen otros libros sino
los aprobados por la Santa Sede.
A este respecto no nos cabe duda, de que los Párrocos serán los
primeros en dar ejemplo, y que apremiados por vuestras exhortaciones
se aplicarán constantemente a instruir a los niños en los fundamentos
de la doctrina cristiana, recordando que esta instrucción es uno de los
deberes más graves que le impone su ministerio.27 Debéis además reco-
mendarles, que en sus instrucciones a los niños como también al pue-
blo no pierdan de vista el Catecismo Romano, publicado por decreto
del Concilio de Trento y de San Pío V Nuestro predecesor de inmortal
memoria, y recomendado a todos los pastores por los Sumos Pontífices,
y en particular últimamente por Clemente XIII de feliz recordación
como arma oportunísima para rechazar todos los artificios de opiniones
perversas, y para propagar y consolidar la verdadera y sana doctrina.
No os causará, ciertamente, admiración, vanos, el que hayamos de-
jado correr la pluma largamente sobre este punto. Porque, no se oculta
a vuestra prudencia, que en estos tiempos llenos de peligros, Nos y vo-
sotros debemos hacer los mayores esfuerzos, emplear todos los medios,
luchar con constancia inquebrantable y estar siempre alerta, en todo
lo que atañe a la escuela, a la instrucción y a la educación de los niños
y jóvenes de ambos sexos. Bien sabéis, que en nuestros tiempos, los
enemigos de la Religión y de la sociedad humana, con un espíritu dia-
bólico, ponen en juego todos sus artificios, para lograr la perversión de
los entendimientos y corazones de los jóvenes desde su primera edad. A
este intento, no escatiman ningún sacrificio a fin de sustraer por com-
pleto a la autoridad de la Iglesia y a la vigilancia de sus Pastores sagrados
toda escuela y todo instituto destinado a la formación de la juventud.
27 Concilio de Trento, sesión 24 c. 4, de reform. (Mansi Coll. Conc. 33, col 159-C);
Benedicto XIV Constit. Etsi minime, 7/2/1742 (Cod. Iur. Can. Fontes, Gasparri,
1926, I, p. 713).
145
147
Ahora bien, como todo bien excelente y todo don perfecto ha de venir
de arriba, acerquémonos con confianza al trono de la gracia, Venera-
bles Hermanos, y no cesemos de suplicar, de implorar con oraciones
públicas y privadas al Padre celestial de las luces y de las misericordias,
para que por los méritos de su Hijo Unigénito Nuestro Señor Jesucris-
to, apartando sus ojos de nuestros delitos, ilumine en su clemencia las
mentes y los corazones de todos por la virtud de su gracia, atrayendo
hacia sí las voluntades rebeldes; dé mayor esplendor a su Iglesia con
nuevas victorias y triunfos; de tal manera que en toda Italia, y en todo
el mundo crezca en número y en mérito el pueblo fiel. Invoquemos
también a la Santísima e Inmaculada Virgen María Madre de Dios,
que por su poderosísimo valimiento ante Dios obtiene todo lo que
pide, ni puede pedir en vano; juntamente imploremos al Apóstol San
Pedro y a su co-apóstol Pablo, y a todos los santos del cielo, para que el
clementísimo Dios, por su intercesión aleje de sus fieles los rigores de
su ira y conceda a todos los que llevan el nombre de cristianos, por el
poder de su gracia, rechazar todo lo que sea contrario a la santidad de
este nombre, y practicar todo lo que con El se conforme.
Por último, Venerables Hermanos, en testimonio de nuestro más
vivo afecto hacia vosotros, recibid la Bendición Apostólica, que os
impartimos de lo íntimo de Nuestro corazón, a vosotros, a vuestro
clero, y a los fieles laicos que están confiados al cuidado de vuestro
celo pastoral.
Dada en Nápoles en los suburbios de Portici, el 8 de Diciembre del
año de 1849, año cuarto de nuestro Pontificado. PÍO IX.
148
150
despojados de sus dominios, sino también de todos los príncipes del orbe
crisolotiano, que no podrían ver con indiferencia que se introdujesen ciertos
principios perniciosísimos.
festar para que en primer lugar vosotros y además todo el universo orbe
católico más claramente entienda que Nosotros, con la ayuda de Dios,
según obligación de Nuestro gravísimo oficio, todo con intrepidez pro-
curamos y nada dejamos sin intentar para defender valientemente la
causa de la Religión y la justicia y para proteger constantemente y con-
servar íntegros e inviolables el principado civil de la Iglesia Romana, sus
posesiones temporales y sus derechos que pertenecen al universo orbe
católico, mirando asimismo por la justa causa de los demás príncipes.
Y confiados en el divino auxilio de Aquel que dijo: en el mundo estaréis
oprimidos, pero confiad, yo vencí al mundo1 y bienaventurados los que pa-
decen persecución por la justicia2 estamos preparados a seguir las ilustres
huellas de Nuestros predecesores, emular sus ejemplos y padecer cual-
quier aspereza o amargura hasta dar la misma vida antes de abandonar
la causa de Dios, la Iglesia y la justicia.
Pero fácilmente podéis entender, Venerables Hermanos, cuan acer-
bo dolor Nos aflige viendo la terrible guerra que oprime a Nuestra
santísima Religión con máximo detrimento de las almas y cuan grandes
tormentas azotan a la Iglesia y a esta Santa Sede. Y fácilmente también
comprenderéis cuan vehementemente Nos angustiemos conociendo
bien cuan grande sea el peligro de las almas en aquellas perturbadas
provincias Nuestras, donde sobre todo con pestíferos escritos, disemi-
nados entre el pueblo, se quebranta cada día más la piedad, religión,
fe y honestidad de costumbres. Vosotros pues, Venerables Hermanos,
que habéis sido llamados a participar de Nuestra solicitud y que os
enardecisteis con tanta fe, constancia y virtud en propugnar la causa de
la Religión, la Iglesia y esta Santa Sede, continuad con mayor esfuerzo
y celo en la defensa de la misma causa, e inflamad cada día más a los
fieles encomendados a vuestro cuidado para que siguiendo vuestras di-
rectivas nunca dejen de emplear toda su actividad, celo y prudencia en
la defensa de la Iglesia Católica y de esta Santa Sede y en la protección
del Principado civil de la misma Sede, patrimonio del bienaventurado
Pedro, cuya tutela corresponde a todos los católicos.
153
154
ii. Dios no ejerce ninguna manera de acción sobre los hombres ni sobre
el mundo.
(Alocución Maxima quidem, 9 junio 1862)
155
ix. Todos los dogmas de la religión cristiana sin distinción alguna son
objeto del saber natural, o sea de la filosofía, y la razón humana histó-
ricamente sólo cultivada puede llegar con sus solas fuerzas y principios
a la verdadera ciencia de todos los dogmas, aun los más recónditos, con
tal que hayan sido propuestos a la misma razón.
(Carta al Arzobispo de Frisinga Gravissimas, 11 diciembre 1863)
(Carta al mismo Tuas libenter, 21 diciembre 1863)
156
x. Siendo una cosa el filósofo y otra cosa distinta la filosofía, aquel tiene
el derecho y la obligación de someterse a la autoridad que él mismo ha
probado ser la verdadera; pero la filosofía no puede ni debe someterse
a ninguna autoridad.
(Carta al Arzobispo de Frisinga Gravissimas, 11 diciembre 1863)
(Carta al mismo Tuas libenter, 21 diciembre 1863)
xiii. El método y los principios con que los antiguos doctores escolás-
ticos cultivaron la Teología, no están de ningún modo en armonía con
las necesidades de nuestros tiempos ni con el progreso de las ciencias.
(Carta al Arzobispo de Frisinga Tuas libenter, 21 diciembre 1863)
xv. Todo hombre es libre para abrazar y profesar la religión que guiado
de la luz de la razón juzgare por verdadera.
(Letras Apostólicas Multiplices inter, 10 junio 1851)
(Alocución Maxima quidem, 9 junio 1862)
157
158
159
xxix. Deben ser tenidas por írritas las gracias otorgadas por el Romano
Pontífice cuando no han sido impetradas por medio del Gobierno.
(Alocución Nunquam fore, 15 diciembre 1856)
160
xxxv. Nada impide que por sentencia de algún Concilio general, o por
obra de todos los pueblos, el sumo Pontificado sea trasladado del Obis-
po romano y de Roma a otro Obispo y a otra ciudad.
(Letras Apostólicas Ad Apostolicae, 22 agosto 1851)
161
xlii. En caso de colisión entre las leyes de una y otra potestad debe
prevalecer el derecho civil.
(Letras Apostólicas Ad Apostolicae, 22 agosto 1851)
xliv. La autoridad civil puede inmiscuirse en las cosas que tocan a la Re-
ligión, costumbres y régimen espiritual; y así puede juzgar de las instruc-
ciones que los Pastores de la Iglesia suelen dar para dirigir las conciencias,
según lo pide su mismo cargo, y puede asimismo hacer reglamentos para
la administración de los sacramentos, y sobre las disposiciones necesarias
para recibirlos.
(Alocución In consistoriali, 1º noviembre 1850)
(Alocución Maxima quidem, 9 de junio de 1862)
162
li. Más aún, el Gobierno laical tiene el derecho de deponer a los Obis-
pos del ejercicio del ministerio pastoral, y no está obligado a obedecer
al Romano Pontífice en las cosas tocantes a la institución de los Obis-
pados y de los Obispos.
(Letras Apostólicas Multiplices inter, 10 junio 1851)
(Alocución Acerbissimum, 27 septiembre 1852)
163
liii. Deben abrogarse las leyes que pertenecen a la defensa del estado
de las comunidades religiosas, y de sus derechos y obligaciones; y aun
el Gobierno civil puede venir en auxilio de todos los que quieran
dejar la manera de vida religiosa que hubiesen comenzado, y romper
sus votos solemnes; y puede igualmente extinguir completamente las
mismas comunidades religiosas, como asimismo las Iglesias colegiatas
y los beneficios simples, aun los de derecho de patronato, y sujetar y
reivindicar sus bienes y rentas a la administración y arbitrio de la
potestad civil.
(Alocución Acerbissimum, 27 septiembre 1852)
(Alocución Probe memineritis, 22 enero 1855)
(Alocución Cum saepe, 26 julio 1855)
164
lix. No se deben de reconocer más fuerzas que las que están puestas en
la materia, y toda disciplina y honestidad de costumbres debe colocarse
en acumular y aumentar por cualquier medio las riquezas y en satisfacer
las pasiones.
(Alocución Maxima quidem, 9 junio 1862)
(Encíclica Quanto conficiamur, 10 agosto 1863)
lx. La autoridad no es otra cosa que la suma del número y de las fuerzas
materiales.
(Alocución Maxima quidem, 9 junio 1862)
165
lxxii. Bonifacio VIII fue el primero que aseguró que el voto de castidad
emitido en la ordenación hace nulo el matrimonio.
(Letras Apostólicas Ad Apostolicae, 22 agosto 1851)
166
lxxiii. Por virtud de contrato meramente civil puede tener lugar entre
los cristianos el verdadero matrimonio; y es falso que, o el contrato de
matrimonio entre los cristianos es siempre sacramento, o que el contra-
to es nulo si se excluye el sacramento.
(Letras Apostólicas Ad Apostolicae, 22 agosto 1851)
(Carta de S.S. Pío IX al Rey de Cerdeña, 9 septiembre 1852)
(Alocución Acerbissimum, 27 septiembre 1852)
(Alocución Multis gravibusque, 17 diciembre 1860)
N. B. Aquí se pueden dar por puestos los otros dos errores de la aboli-
ción del celibato de los clérigos, y de la preferencia del estado de matri-
monio al estado de virginidad. Ambos han sido condenados, el primero
de ellos en la Epístola Encíclica Qui Pluribus, 9 de noviembre de 1846,
y el segundo en las Letras Apostólicas Multiplices inter, 10 de junio de
1851.
168
Beatísimo Padre,
169
De Vuestra Santidad.
Humildísimo, obediente y devotísimo.
Víctor Manuel.
170
Majestad,
171
173
una irrupción tan súbita, los venció en sangrienta batalla a pesar de que
impávidamente lucharon por la Religión. A nadie se oculta la insigne
impudencia e hipocresía del mismo gobierno, que para disimular el
mal efecto de esta usurpación sacrílega no dudó en divulgar que había
invadido aquellas provincias para restablecer en ellas los principios del
orden moral, siendo así, que de hecho promovió la difusión y el culto
de lodo género de falsas doctrinas, soltó en todas partes los frenos de
las concupiscencias y la impiedad, aplicando inmerecidas penas a los
sagrados obispos y a los eclesiásticos de cualquier grado, encerrándolos
en cárceles y permitiendo que fueran vejados con públicas contumelias,
mientras dejaba impunes a los sectarios y a aquéllos que ni siquiera
respetaban la dignidad del Supremo Pontificado en Nuestra humilde
persona.
Ahora bien, estando así las cosas y gozando Nuestros pueblos de tran-
quila paz, el rey del Piamonte y su gobierno, aprovechando la oportu-
nidad de una gran guerra encendida entre dos naciones potentísimas
de Europa, con una de las cuales había pactado conservar inviolable el
presente estado del dominio eclesiástico y no permitir que fuera violado
por los facciosos, se determinaron a invadir rápidamente las restantes
tierras de Nuestro dominio y Nuestra misma Sede y someterlas a su po-
176
testad. Y ¿con qué fin esta invasión hostil?, ¿qué causas se pretextaban?
A todos son perfectamente conocidas las cosas contenidas en la carta del
rey dada a Nosotros el día 8 de septiembre próximo pasado y entregada
por su representante a Nosotros destinado, en la que con largos y fala-
ces rodeos de palabras y sentencias, ostentando los nombres de amante
hijo y hombre católico y pretextando causas de orden público, y la ne-
cesidad de proteger Nuestro Pontificado y Nuestra persona, pedía que
no quisiéramos tomar la destrucción de Nuestro poder temporal como
un hecho hostil y que cediéramos espontáneamente la misma potestad,
confiados en las fútiles promesas ofrecidas por él y con las que, según
decía, se conciliaban los deseos de los pueblos de Italia con el supre-
mo derecho y libertad de la autoridad espiritual del Romano Pontífice.
Nosotros por cierto, no pudimos dejar de extrañarnos intensamente
viendo de qué manera quería cubrir y disimular la violencia que a poco
había de hacernos, ni pudimos dejar de sentir en lo íntimo de Nuestro
espíritu la suerte de este rey que, llevado de inicuos consejos, inflige a
la Iglesia cada día nuevas heridas y mirando más a los hombres que a
Dios no piensa que hay en los cielos un Rey de reyes y Señor de señores,
quien no retrocederá ante nadie, ni temerá la potencia de ninguno ya que
él hizo al pequeño y al grande y reserva a los fuertes un más fuerte castigo.2
177
tregar la heredad de mis padres. Juzgamos que Nos sería mucho menos
lícito a Nosotros entregar tan antigua y sagrada heredad (o sea dominio
temporal de esta Santa Sede poseído durante tan prolongada serie de
siglos por los Romanos Pontífices predecesores Nuestros, no sin evi-
dente disposición de la Divina Providencia) o tácitamente asentir a que
alguien se apodere de la ciudad capital del orbe católico, donde, luego
de perturbada y destruida la santísima forma de los sagrados cánones
inspirados por Espíritu de Dios, la suplantase por un código que es
contrario y repugna no sólo a los sagrados cánones, sino también a los
preceptos evangélicos, y se estableciese como de costumbre el nuevo
orden de cosas que manifiestamente tiende a consolidar y amalgamar
todas las sectas y supersticiones en contra de la Iglesia Católica.
Nabot defendió sus vides aun con su propia sangre.4 ¿Acaso podríamos
Nosotros, aun exponiéndonos a cualquier eventualidad, no defender los
derechos y posesiones de la santa Iglesia Romana, habiéndonos comprometi-
do a hacerlo en la medida de Nuestras fuerzas con solemne juramento? ¿O
podríamos no reivindicar la libertad y utilidad de la Sede Apostólica, tan
unida con la libertad y utilidad de la Iglesia universal?
Y cuan grande sea la conveniencia y necesidad de este Principado tem-
poral para asegurar a la Suprema Cabeza de la Iglesia un tranquilo y libre
ejercicio de aquella potestad espiritual que le fue confiada por Dios en todo
el orbe, lo demuestran abundantemente (aunque faltasen otros argumen-
tos) los mismos acontecimientos actuales (5).
178
¿Qué cosa más luctuosa pudo acaecernos a Nosotros y a todos los bue-
nos que el infortunio de aquel día? En él vimos ocupada la Urbe por
las tropas, vimos en seguida perturbado y destruido el orden públi-
co, vimos injuriada en la humildad de Nuestra persona con impías
expresiones la dignidad y santidad del mismo Supremo Pontificado,
vimos soldados ser objeto de todo género de contumelias, y dominar
por todas partes la más desenfrenada licencia y descaro, donde poco
antes se traslucía el afecto de los hijos deseosos de aliviar la tristeza del
Padre común. Desde ese día sucedieron ante Nuestros ojos tales cosas
que no pueden recordarse sin justa indignación de todos los buenos:
libros nefastos, henchidos de mentiras, torpeza e impiedad comenza-
ron a ofrecerse a bajo precio y a diseminarse por todas partes, y se
divulgaron muchas revistas tendientes a la corrupción de las mentes y
buenas costumbres, al desprecio y calumnia de la Religión y a inflamar
la opinión pública contra Nosotros y esta Sede Apostólica. Se publica-
ron también torpes e indignas imágenes y otras obras de ese género en
las que se hace burla de las cosas y personas sagradas, exponiéndolas
a la pública irrisión; se decretaron honores y monumentos a quienes
habían sido castigados por los tribunales y las leyes, muchos ministros
eclesiásticos contra los que se dirige toda la inquina, fueron ofendidos
con injurias y algunos también heridos con traicioneros golpes; algu-
nas casas religiosas fueron sometidas a injustos allanamientos, violado
Nuestro palacio del quirinal, y expulsado violentamente de él, donde
tenía su sede, uno de los cardenales de la S. R. I. y otros eclesiásticos de
entre Nuestros familiares impedidos de utilizarlo y molestados de varias
maneras, y se publicaron leyes y decretos que manifiestamente hieren
179
No podemos pasar por alto el enorme crimen que Vos bien conocéis,
Venerables Hermanos. Puesto que como si las posesiones y derechos de
la Sede Apostólica por tantos títulos sagrados e inviolables, y tenidos
durante tantos siglos por conocidos e intocables, pudiesen ser puestos
en controversia y deliberación, y, como si por la rebelión y audacia
popular pudiesen perder su fuerza las gravísimas censuras en que caen,
ipso facto y sin ninguna nueva declaración, los violadores de los pre-
dichos derechos y posesiones, para cohonestar la sacrílega expoliación
que padecimos, despreciando el derecho natural y de gentes se buscó
aquel aparato y ridícula apariencia de plebiscito ya empleada otras veces
en Nuestras provincias; y con esta ocasión, los que suelen regocijarse
con las cosas pésimas no se avergonzaron en pasear con triunfal pompa
por las ciudades de Italia, la rebelión y el desprecio de las censuras ecle-
siásticas, contra los verdaderos sentimientos de la gran mayoría de los
italianos cuya religión, devoción y fidelidad hacia Nosotros y la Santa
Iglesia, oprimida de muchas maneras, se ve impedida de manifestarse
libremente. Mientras tanto Nosotros que hemos sido constituidos por
Dios para regir y gobernar la casa de Israel y como supremos defensores
de la Religión y de la Religión y de justicia y vindicadores de los de-
rechos de la Iglesia, para no ser inculpados ante Dios, y la Iglesia por
haber callado y haber con Nuestro silencio prestado asentimiento a tan
inicua perturbación de las cosas, renovando y confirmando lo que so-
lemnemente declaramos en las Alocuciones, Encíclicas y Breves arriba
citados, y recientemente en la protesta que por Nuestro mandato y en
180
181
182
183
Periódicos
Libros y artículos
186
187
188