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Y
una prueba de esta afirmación se encuentra en el hecho de que el hombre es como
un animal con capacidad de razonamiento, además, de expresarse. Sólo el hombre
tiene el sentimiento del bien y del mal, de la justicia y la injusticia. Por lo tanto,
Aristóteles observa que sólo en la vida social el hombre puede realizar la virtud y la
felicidad propias de su naturaleza humana activa.
La vida social de la ciudad-estado exige, por tanto, un cierto nivel ético, que debe
sustentarse en la justicia, la amistad y la obediencia.
La política está determinada por los fines y la consecución del supremo bien
humano, que se orienta a iluminar la reflexión ética. Sin embargo, acudir a la ética,
así sea a una de mínimos. Claro está que, hoy ya no es posible un discurso como
el de Aristóteles sobre las virtudes de las personas, porque, entre otras cosas,
carecemos de algo que era vigente, para su época: un concepto comunitario de
persona. Sin embargo, acudir a la ética, así sea a una de mínimos, sigue siendo
vital para un ejercicio sano de la política.